Joan Comorera a la izquierda, acompañado por Martí Esteve y Pere Maestros, encarcelados por los acontecimientos de octubre de 1934, y liberados tras el triunfo del frente popular en febrero de 1936 |
«La unión indisoluble del problema nacional y colonial con el problema de la revolución proletaria, principio básico de la teoría nacional de Lenin y Stalin, ha de ser aceptado y comprendido por todo verdadero comunista. La comprensión de la teoría leninista-stalinista no ha de ser puramente intelectual especulativa, sino dinámica. Un comunista ha de querer comprenderla y aplicarla, esencialmente, en su propio país.
Conocemos individuos de muy diversas ideologías que saben analizar los problemas nacionales y coloniales, que defendieron la causa irlandesa, que estallan de indignación al recordar la India y sus luchas por la independencia, que encienden una vela a Gandhi y otra a De Valera, que hacen suya la carta del Atlántico en cuanto asegura a los pueblos el derecho a disponer libremente de sus destinos. Pero que se cierran por completo, si de la especulación muy allá de nuestras fronteras, los llamamos a nuestra realidad y queremos hacerles ver que en España misma cabe aplicar la teoría.
Para justificar tan descomunal incongruencia, unos se ponen frenéticos para decirnos que de los Reyes Católicos a hoy, España es una e indivisible, que el problema catalán y el vasco y ahora el gallego, ha sido promovido, artificiosamente por los viajantes de tejidos o los accionistas de los altos hornos bilbaínos o determinados poetas esnobistas de Galicia.
Otros cuando mucho, admiten la existencia de minúsculas diferencias «regionales», folklóricas, coloreadas por «dialectos» en decadencia y que en virtud de este nuevo esfuerzo intelectual no se oponen a cierto grado de autonomías administrativas bien entendidas que ni de cerca ni de lejos amenacen la integridad de la Patria. Otros, menos sinceros, simulan la aceptación del hecho nacional, no se oponen a una solución práctica del mismo, siempre, es claro, que no se llegue al absurdo de fabricar españoles de 1ª y de 2ª clase, como ocurre ahora, por ejemplo, con los mal andados estatutos. La constitución otorga un derecho igual a las nacionalidades y regiones de España, para organizarse en régimen estatutario. Los hipócritas saben bien que el ejercicio de un derecho otorgado a todos, por una nacionalidad o por una región, no crea privilegio de ninguna clase. Pero, por ahí van removiendo a fondo el lodo de los prejuicios para conducir de nuevo el carro hacia el camino de la España única e indivisible.
Y no son pocos los que, sintiéndose, ultrarevolucionarios, superinternacionalistas, proclaman a voz en grito que los problemas nacionales de Cataluña, Euskadi y Galicia, de existir son reaccionarios, armas fabricadas por la iglesia y la burguesía para asegurar aquella la integridad de su dominio espiritual, para arrancar estos a los asustados gobiernos centrales más y más altos aranceles. Y aun afirman que esos «localismos» y «particularismos» estorban o imposibilitan la necesaria solidaridad de la clase obrera, ponen a ésta bajo la inspiración y las maniobras de la burguesía. Y que en nombre de un internacionalismo bien entendido, los pueblos débiles deben renunciar a su propia razón de ser y dejarse absorber por los pueblos más fuertes. Así los socialdemócratas alemanes decían a los checos: «renunciad a vuestra pobre personalidad que poco puede daros y aceptad la superior cultura alemana que os puede dar mucho». Hitler ha completado el argumento». (Joan Comorera; José Díaz y el problema nacional, 1942)
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