jueves, 11 de febrero de 2021

¿Buscamos adoctrinar, debemos ser tendenciosos en nuestra educación?; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

[Editado originalmente en 2020. Reeditado en 2021]

«Cada nacionalidad y toda época, y también cada clase, poseen su propia moral, que siempre es producto de la psicología social. Existe la moral del hotentote que, dicen, responde cuando se le pregunta lo siguiente, «¿Qué consideras es lo bueno y qué lo malo?» dice, «Bueno es cuando robo una esposa; malo es cuando me la roban».

Conceptos e ideas de la moral varían dependiendo del medio social y lo que se considera malo en un tiempo y lugar, en cualquier otro ha de ser considerado la más grande de todas las virtudes. Y si existe alguna característica común a todas esas manifestaciones diferentes de conciencia moral que puedan ser identificadas, ésta es solo porque ciertos elementos comunes compartidos por cada sociedad humana fueron alguna vez parte del orden social.

Así, desde el punto de vista de la psicología social, la ética debe ser vista como cierta forma de conducta social que fue establecida y evolucionó en el interés de la clase gobernante, y es diferente para clases diferentes. Por esto es que siempre ha existido una moral del gobernante y una de los esclavos, y es por esto que las épocas caracterizadas por crisis han representado las más grandes crisis de la moral.

Se dice que en las escuelas de la antigua Esparta los niños eran forzados a esperar en una mesa común mientras los adultos comían. Un niño debía robar algo de la mesa y solo podía ser castigado si no lo hacía o si era cachado. Tal ideal era enteramente condicionada por el orden [del comunismo primitivo] de la cerrada sociedad aristocrática de Esparta, donde la propiedad no constituía el estándar de la moral, donde robar, por lo tanto, no era considerado un pecado, pero donde la fuerza, la astucia, la experiencia y la serenidad constituían el ideal de todo ciudadano de Esparta, y donde el mayor pecado era la inhabilidad a engañar a alguien más y controlar las propias emociones». (Lev Vygotski; Psicología pedagógica, 1926)

a) ¿Qué quiere decir eso del adoctrinamiento, es algo per se negativo?

¿Qué es adoctrinar? Hoy tiene una acepción popular muy peyorativa, pero si revisamos su sentido, según la RAE, encontramos que se trata de: «Inculcar a alguien determinadas ideas o creencias». ¿No se adoctrina todos los días a los ciudadanos a cada segundo desde la televisión, música, educación, y un largo etcétera? Los marxistas no tienen miedo a ocultar que la educación que desarrollan es tendenciosa, proselitista. ¡Terrible error sería dejar la educación en manos de la espontaneidad o de los elementos reaccionarios! Seríamos igual de farsantes que los burgueses hoy en el poder si negásemos que aspiramos a adoctrinar en la educación; seríamos igual de necios que los hippies si creyésemos que puede haber una educación que no adoctrine y progrese.

«La pedagogía, especialmente la teoría de la educación, es ante todo una ciencia de utilidad práctica. No podemos dedicarnos a educar simplemente a la persona, no tenemos derecho a realizar un trabajo educador, sin planteamos un determinado fin político». (Antón Makárenko; Problemas de la educación escolar soviética, 1938)

Pero antes de seguir hay que hacer una aclaración pertinente. Nosotros no traficamos ni especulamos por lo que ha de considerarse «izquierda» en nuestra época. Si identificamos el término «izquierda», como también se ha venido haciendo históricamente, como sinónimo de progreso, y a este, como superación de la sociedad actual, hay que ser concisos en el análisis para no dar lugar a equívocos, puesto que no podemos caer en el juego de otras corrientes anti o pseudo marxistas conocidas por su cariz conciliador. Para los nuestros, la única «izquierda» verdadera, la única «izquierda» revolucionaria, que está con la clase obrera y el resto de las capas trabajadoras y útiles de la sociedad, la única corriente que además representa sus intereses de forma real −científica−, y honesta −sin ocultar sus errores−, es el marxismo, socialismo científico o como guste, el nombre es lo de menos. Y este tiene un nudo troncal muy definido que no puede ser disimulado. La cuestión es, pues, aprender a distinguir su esencia de su interesada adulteración. Véase la obra: «Fundamentos y propósitos» de 2021. 

Es esta doctrina y no otra la única capaz de presentar una alternativa real y seria. Dado que no puede haber dos verdades, el ser humano que quiera emanciparse a sí mismo y a los suyos del sistema capitalista no podrá adoptar dos ideologías para tal fin. ¿Simple, no? Las demás llamadas «izquierdas», aunque puedan contar con individuos bienintencionados que crean que actúan y reflexionan por el progreso de la humanidad, no sirven. Como mucho −en ocasiones− se acercarán a conclusiones certeras, pueden acaudalar unas inclinaciones progresistas, pero arrastran formas de organizarse, pensar y actuar de las ideologías premarxistas o antimarxistas que las convierten en inútiles para nuestros elevados propósitos. Contienen rasgos utópicos cuando no reaccionarios que los hacen incompatibles para el hombre de ciencia.  
 
He aquí la abismal diferencia entre el sujeto revolucionario y el charlatán vanidoso de su ignorancia. El hombre que trata de partir de una cosmovisión científica estudia el punto de partida y la dirección de los fenómenos vivos, pues sabe que sin intentar acercarse al todo no puede realizar una radiografía fiable del cuadro que tiene delante −todo lo contario al positivismo que registra los hechos y los toma como algo congelado que debe volverse a producir de forma mecánica−. En qué medida lo logre le permite ser un vector transformador −revolucionario− del estado de las cosas existentes. En cambio, el que actúa antes de reflexionar y afirma antes de confirmar es preso de una suerte de casualidades y tesis falsas que giran a su alrededor y que, en el supuesto más afortunado, pueden conducirle a emitir conclusiones acertadas, aunque sin saber explicar bien cómo ha llegado a ellas. Esto es normal, pues las más de las veces tal posición ha sido reproducida en base a la repetición mecánica de argumentos tradicionales, cuando no a una casualidad o favoritismo especial. En consecuencia, este segundo sujeto jamás podrá ser transformador de nada porque parte de una forma de conocer endeble. Ante los próximos fenómenos que se sucedan no será, ni mucho menos, garantía de nada, ya que actúa por impulsos, sentimentalismo o mitos.

Alojar sin más al marxismo bajo el ambiguo abanico de las «izquierdas», un término gastado hasta la saciedad y referido con tanta facilidad a todo tipo de corrientes burguesas y pequeño burguesas, es puro oportunismo, una falta de respeto y una manifestación que borra las diferencias entre dichas corrientes y el único pensamiento genuinamente científico −puesto que no son sino sucedáneos de la filosofía idealista, la cual no puede hacer ciencia sino pseudociencia, mitos, y en no pocas ocasiones ideología religiosa−. En consecuencia, pensar que es indispensable salvaguardar dicha «alianza entre las corrientes de izquierda», participar de las intenciones de rehabilitación ideológica y colaboración de clases de la mano de otros oportunistas, constituye una estrategia contrarrevolucionaria, y nosotros no nos adherimos a mezclar agua y aceite, ni a extraviarnos por senderos pantanosos. Esa neta diferenciación debe existir ahora y siempre. La confusión ideológica solo enmaraña el progreso que ha de venir. Por eso, precisamente, toda alianza temporal o coyuntural que no tenga en cuenta esto no ha hecho avanzar a las fuerzas revolucionarias sino desacreditarse, ser absorbidos por terceros.

b) ¿Quién tiene la sartén por el mango en la sociedad actual para «adoctrinar»?

Efectivamente, en cualquier país contemporáneo, es el gobierno y no los centros ni los padres, el que dirige principalmente la educación de la sociedad. ¿Se oponen los marxistas a que el gobierno sea el principal responsable de la educación social? Por supuesto que no, siempre que este sea el gobierno revolucionario del proletariado, pues ningún trabajador con conciencia de clase estará tranquilo ni satisfecho con que un gobierno capitalista inocule sus valores en sus hijos. El trabajador concienciado no es tan necio ni lacayuno para aceptar el estado actual de las cosas. El poder político determina la política cultural, por esta misma razón lógica debe aspirar a su dominio. Esto lo entendieron correctamente los comunistas del siglo XX, que no dejaron títere con cabeza en el ámbito educativo:

«El materialismo dialéctico e histórico se enseña en las universidades junto con la economía política y las enseñanzas del socialismo. Toda la basura pseudocientífica burguesa está siendo eliminada de los programas y libros de texto que ahora se revisan. (...) Los comunistas no niegan ni descartan los logros de la vieja cultura. Consideran críticamente estos logros con el fin de utilizarlos para la construcción socialista. Todo el conocimiento y la técnica creados por la humanidad a lo largo de su historia se están convirtiendo en propiedad de las masas trabajadoras que están construyendo una nueva sociedad. La nueva cultura socialista sólo puede construirse en una lucha de clases obstinada y amarga en la que los trabajadores se oponen resueltamente a la influencia corrosiva de la cultura burguesa moderna. La burguesía imperialista contemporánea ya no es capaz de un nuevo trabajo creativo histórico en la cultura y el arte. Solo la clase trabajadora y el socialismo son capaces de dominar todo lo que es precioso en la vieja cultura y de construir una nueva cultura socialista. (...) En la lucha por el socialismo, en las democracias populares está naciendo un hombre nuevo, un hombre de nueva moral, un hombre que detesta la reacción y los imperialistas, desprecia a los parásitos y que es profundamente leal a la causa de la liberación de la humanidad». (¡Por una paz duradera, por una democracia popular!; Órgano de la Oficina de Información de los Partidos Comunistas [Kominform], No. 2 (62), 13 de enero de 1950)

Resulta cómico e hipócrita a partes iguales que los actuales gobernantes clamen contra esto:

«Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación doméstica por la social. ¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante. Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo». (Karl Marx y Friedrich Engels; El manifiesto comunista 1848)

¿Qué consecuencias tendrá tal aspiración hacia el comunismo, esto es, la sociedad sin clases?:

«La asociación general de todos los miembros de la sociedad al objeto de utilizar colectiva y racionalmente las fuerzas productivas; el fomento de la producción en proporciones suficientes para cubrir las necesidades de todos; la liquidación del estado de cosas en el que las necesidades de unos se satisfacen a costa de otros; la supresión completa de las clases y del antagonismo entre ellas; el desarrollo universal de las facultades de todos los miembros de la sociedad merced a la eliminación de la anterior división del trabajo, mediante la educación industrial, merced al cambio de actividad, a la participación de todos en el usufructo de los bienes creados por todos y, finalmente, mediante la fusión de la ciudad con el campo serán los principales resultados de la supresión de la propiedad privada. (…) La educación dará a los jóvenes la posibilidad de asimilar rápidamente en la práctica todo el sistema de producción y les permitirá pasar sucesivamente de una rama de la producción a otra, según sean las necesidades de la sociedad o sus propias inclinaciones». (Karl Marx y Friedrich Engels; Principios del comunismo 1847)

«En el sistema de educación se aplicará el mismo proceso de limpieza y mejora que en el sistema de producción. Se abandonará toda una serie de métodos y enseñanza anticuados, inútiles, que obstaculizan el desarrollo físico y espiritual. El conocimiento de las cosas naturales, adaptado al conocimiento, estimulará más el aprendizaje que un sistema de educación en el que un objetivo de enseñanza se halle en contradicción con otro y anule su efecto, como, por ejemplo, cuando por un lado se enseña religión sobre la base de la Biblia y, por otro, ciencias naturales e historia». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)

Esto es comprensible en una sociedad donde los ciudadanos dispongan de mayor tiempo libre y de unos organismos que conecten realmente con el poder −en este caso escolar−, y que, a su vez, sean realmente revocables en caso de no cumplir con las expectativas de los padres.

«Quieren convertir la escuela en cuartel, a los padres se les priva de toda influencia sobre los hijos, claman los adversarios. Pero no hay nada de eso. Como en la sociedad futura dispondrán de muchísimo más tiempo libre del que actualmente disponen la mayoría de ellos. (…) Podrán decirse a sus hijos en una proporción que ahora les resulta imposible. Además, los padres tienen en sus manos el orden del sistema educacional, pues ellos deciden las medidas y disposiciones que han de tomarse e introducirse. Viviremos entonces en una sociedad enteramente democrática». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)

Todos los grupos políticos que reivindican farisaicamente que debe haber una «educación científica», pero tal cosa no existe −ni puede existir− completamente en un sistema educativo dirigido por la hipócrita burguesía. Dejando a un lado el pensar «troglodita» de la derecha, preguntamos a la gente «culta» de «izquierda», ¿pensáis realmente que hay una visión científica de lo que se enseña sobre lo que han sido y son las religiones? ¿La hay sobre la historia de España y mundial? ¿En filosofía? ¿En las asignaturas de economía? Muchos opinarán que, efectivamente, sí existe, otros, de forma timorata, responderán que el contenido «es mejorable». En verdad cualquiera que haya abierto un libro de la ESO o de Bachillerato se habrá dado cuenta del poco «rigor científico» e «imparcialidad» existente, y en eso el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha sido cómplice directo al ser el mayor encargado de supervisar y controlar los contenidos educativos durante décadas. Se puede comprobar en la repugnante adulación a la monarquía como institución, el sesgo complaciente y manipulado a la llamada «Transición», las equiparaciones entre fascismo y comunismo como regímenes «totalitarios y antidemocráticos», la defensa de la economía de mercado capitalista, el nacionalismo y los valores de la democracia burguesa en general. 

c) ¿Cuál es el trato de las instituciones en el campo filosófico?

¿Y qué pasa con la dichosa filosofía que siempre da tanto que hablar? En España se aprobó en 2020 una reintroducción obligatoria de la Historia de la filosofía en el ámbito escolar. Esto, evidentemente, era una buena noticia:

«La Lomloe sí recupera la obligatoriedad de dos asignaturas de Filosofía en Bachillerato, una en 1º y otra en 2º, que laminó Wert». (El Diario.es; Escuela concertada, Religión, el castellano o las repeticiones: estas son las principales novedades que trae la ley Celaá, 19 de noviembre de 2020)

¿Esta alegría duró mucho?

«El desarrollo de la nueva ley, la LOMLOE, aún pendiente y en proceso y que se empezará a aplicar en el próximo curso 2022-2023, pretende dar más peso a materias como la Filosofía en Bachillerato, otorgando tanto en primero como en segundo curso 70 horas lectivas −determinadas por el Gobierno, a lo que habría que sumar las horas que determinen las comunidades autónomas−. Sin embargo, no se deja cursar a los alumnos en Secundaria una asignatura sobre Filosofía o ética. En concreto, la LOMLOE establece que se impartirá Valores Cívicos y Éticos en un curso a elegir entre 1º y 4º de la ESO, una asignatura que, según afirmaron a Europa Press fuentes del Ministerio de Educación y FP, solo un 40% es Filosofía». (Info Libre; «El presidente del Gobierno nos ha mentido»: más de 260.000 personas reclaman una asignatura de Filosofía en Secundaria, 18 de noviembre de 2021)

Aquí merece la pena que nos detengamos un momento a observar la visión que nos ofrecen los plumíferos de la burguesía. Para ilustrar esto, tomemos un artículo de la periodista feminista Elisa Beni titulado «Matan la filosofía, asesinan el futuro», que fue escrito con motivo del debate sobre la desaparición de la Filosofía en la Educación Secundaria. Una vez más, como ya ocurrió en los años 80, los intelectuales socialdemócratas se quejan amargamente de su propio gobierno y sus reformas educativas, el «¡Felipe nos has traicionado!» hoy se convierte en «¡Pedro nos has abandonado!». Actualmente, cuando el «gobierno del cambio» de PSOE-UP está barajando suprimir Filosofía de las escuelas, el tímido grito de protesta de sus seguidores no va más allá de pedir la reintroducción de esta materia con su correspondiente sistema escolástico de enseñanza, el cual es la mediocridad institucionalizada. La prueba inequívoca que este sistema educativo promueve la atrofia absoluta del pensamiento más allá de formulismos y veneración a las vacas sagradas es ella misma. La señora Beni pensó que quedaba muy cool para comenzar su artículo utilizar una cita de Heidegger para demostrar que ante todo ella es una «librepensadora» que está «por encima de las ideologías»: 

«La filosofía implica una movilidad libre en el pensamiento, es un acto creador que disuelve las ideologías». (El diario.es; Matan la filosofía, asesinan el futuro, 2021)

Sentimos comunicarle que la filosofía no tiene la capacidad de suprimir la ideología −que no tiene por qué ser equivocada−, sin olvidar que ambas no dejan de ser formas de conciencia social. En este caso, la filosofía es la cosmovisión general que precisamente hace posible que, por ejemplo, esos objetivos de la ideología política puedan ser analizados, interpretados y alcanzados bajo una forma de procesar metódica, lo cual no garantiza que esa cosmovisión de la que se parte sea menos errónea. Si la filosofía sirviese para mágicamente «disolver ideologías» y garantizar la «autolibertad» del sujeto fuera de todo «dogmatismo ideológico», el propio Heidegger no hubiera creado todo un sistema filosófico irracional y existencialista que al concordar con las coordenadas y exigencias filosófico-políticas del nazismo fuese ampliamente promocionado y recompensado por ello. Pero no pasa nada, ¡quizás ese día la señora Beni se saltó esa clase!

A continuación, inicia su alegato de la filosofía como asignatura, la cual considera una «muy importante para la vida». Atentos porque no tiene desperdicio:

«También recuerdo perfectamente a uno de mis profesores que en su método casi mayéutico se transfiguraba en cada filósofo que le tocaba explicar y nos introducía en su sistema, hasta el punto de que no encontrábamos otra forma más lógica de explicar el mundo que la de aquel pensador. Así deveníamos primero aristotélicos y luego agustinianos o hegelianos o spinozistas o casi siempre kantianos o hasta sartreanos con la misma pasión con la que ahora uno se llama culé o vikingo. Puede que muchos de los que asistieran a esas clases no sean capaces ahora mismo de recordar alguna nota significativa de cada sistema filosófico, pero lo importante es que todos llevan dentro una semilla que resulta capital e indestructible, a saber: que hay muchas formas de dar respuesta a las preguntas universales y que todas ellas son lógicas y estructuralmente perfectas en ellas mismas por lo que cabe respetarlas todas y, en caso de querer combatirlas, solo cabe hacerlo con los elementos de razón aceptados comúnmente por todos los sistemas». (El diario.es; Matan la filosofía, asesinan el futuro, 2021)

Si bien reconoce que jamás se ha enterado de la misa la mitad, considera que esto al menos le sirvió de lección para aprender que existen diferentes sistemas para dar respuestas a «cuestiones universales» y que «hay que respetarlas a todas». Suponemos que para ella son tan «respetables» las visiones y explicaciones de la homeopatía, la astrología, o las religiones que los que mantienen la farmacología, la astronomía o la historia moderna, ¿verdad? Por igual debe creer que los «estudios de género» son estudios científicos porque se formulan en universidades, los «templos del saber». Después de reducir las inclinaciones filosóficas personales de los alumnos a una especie de hooliganismo futbolístico, la señora Beni considera que lo «interesante» a resaltar aquí, lo que estimula realmente el sistema educativo −del cual ella tuvo la «fortuna» de «disfrutar»−, es el cómo a los alumnos se les enseña de forma enciclopédica un autor como «el mejor», solo para que en la clase siguiente sea derribado por su contrario. ¿Y qué puede concluir de esto? ¿Qué el profesor es un esquizofrénico? Esta sucesión de subidas y caídas de «ídolos filosóficos», como ella misma confiesa, no puede sino dejar desconcertados a los pupilos. El método pedagógico es tan «apasionante» y tan «productivo» que años después uno sale del centro educativo sin saber distinguir Platón de Aristóteles, Hegel de Marx. ¡Maravilloso! 

¿Qué pensamos nosotros de todo esto? Consideramos que Lenin fue bastante explícito sobre estos temas y valdría la pena rescatarlo para esta ocasión. En 1912, cuando todo el mundo conmemoraba a un icono nacional progresista, advirtió que el rememorar a las figuras del pasado no era para los bolcheviques un formalismo para congeniar con la opinión mayoritaria, sino un ejercicio de seriedad científica:

«El partido obrero debería conmemorar el centenario de Herzen, no en aras de la glorificación filistea, sino con el fin de dejar en claro sus propias tareas y conocer el lugar que realmente ocupa en la historia este escritor que jugó un gran papel en allanar el camino para la revolución rusa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; En memoria de Herzen 1912)

Y si a veces con figuras revolucionarias se incurre en esta distorsión de los hechos, en un blanqueamiento para contentar a estos o aquellos, huelga decir lo terrible que es hacerlo con muchas otras de dudoso carácter progresista: 

«En la tentativa de enmascarar y resolver las contradicciones entre las tendencias filosóficas, Lenin no vio nunca sino una maniobra de la filosofía universitaria reaccionaria». (Andréi Zhdánov; Sobre la historia de la filosofía, 1947)

Sin ir más lejos, la historia de la filosofía ha sido −y sigue siendo− una sucesión continua de luchas entre materialismo e idealismo, entre dialéctica y metafísica. Abordar la historia de la filosofía como si se tuviese que hablar de sus desarrollos de forma «neutral», de manera meramente descriptiva, cuando no simpatizando en la exposición con casi todas las corrientes, no solo es algo antimarxista, sino que obviamente no redunda en una conclusión científica de valor. El deber de toda persona racional es analizar los desarrollos de la filosofía tomando partido, aunque nunca desde el «objetivismo burgués» que utiliza la táctica de describir hechos, pero sin concluir opinión sobre el tema −o haciéndolo y fingiendo que no se posiciona−, eso tiene más que ver con el viejo positivismo del siglo XIX y sus evidentes límites agnósticos y relativistas, y hace bien cuando permanece en el baúl de los trastos viejos. 

Esta equivocada forma de pensar, lejos de ayudar, contribuye a confundir más a la gente que no comprende la filosofía; y en no pocas ocasiones, es un muy agudo disfraz de ingenuidad que los oportunistas utilizan conscientemente para presentar sus intereses personales, a sus ídolos». Es común ver la reconciliación con los autores reaccionarios y exagerar sus aportaciones. Si bien es cierto que el marxismo debe asimilar todo lo progresista, no menos cierto es que debe desechar todo lo reaccionario de la obra de un filósofo aparentemente amigo o enemigo, sopesar sus virtudes y defectos en concordancia con el periodo histórico en el que existió. Sin embargo, la tendencia común de muchos es la de ignorar los defectos de la figura que tiene delante −sobre todo cuando estos sobrepasan a los méritos− y contentarse con «recuperar» lo que creen que es lo positivo del autor −que las más de las veces eso que pretenden recuperar no es «progresista» ni «positivo»−. De ahí que veamos a no pocos idiotas intentando recuperar para la causa el neokantismo de Ortega y Gasset, el neohegelianismo de Lukács, el individualismo extremo de Nietzsche, el aristocratismo de Schopenhauer, el pesimismo de Camus, el subjetivismo de Foucault o la promiscuidad de Sartre. ¿Cómo alguien en su sano juicio puede pretender adoptar estos rasgos para la filosofía de hoy? El deber de los hombres progresistas es reevaluar y colocar a cada filósofo, político, artista o economista en el escalafón de importancia que le corresponde, pero desde luego tal ejercicio jamás podrá hacerse dejándose llevar por los sentimentalismos personales o bajo un prisma nacionalista a riesgo de volver a realizar una selección interesada y artificial de «filósofos transcendentes», como hoy acostumbran a realizar los escuderos de la clase dominante.

¿Quién no ha leído anotaciones en libros de filosofía de universidad como que «no debe leerse a Nietzsche como un precursor de las ideas nazis»? ¡No, por supuesto! Que Hitler tuviese un busto de Nietzsche en su despacho y trasladase sus ideas más literales sobre el aristocratismo y el supremacismo alemán al campo del nazismo resulta que fueron «trágicas casualidades», manipulaciones de los maléficos dirigentes nazis. Lo mismo podemos decir del mencionado Heidegger, existencialista por excelencia promovido en los círculos universitarios y con una ferviente adhesión al nazismo que hoy se intenta justificar bajo diversos pretextos. Véase la obra de Mehmet Ali Ínce: «AntiNietzsche, AntiHeidegger» de 2015. 

¿Pero que hoy qué ocurre en los institutos y universidades? En la presentación de los filósofos a estudiar hay un ocultamiento descarado de sus rasgos más ultrarreaccionarios, mientras que, por otro lado, los autores progresistas son ignorados o, en su defecto, solo se imparten los aspectos más anecdóticos e inofensivos de su pensamiento. A su vez, con todo descaro, existe una planificación para que el alumno estudie bajo una visión favorable a los filósofos más idealistas y más metafísicos que ha dado la tierra, como Unamuno u Ortega y Gasset, así como también extranjeros, como San Agustín, Tomás de Aquino, Schopenhauer y Nietzsche. Esto, que ha sido lo recurrente en las últimas décadas, hoy se mantiene, solo que para ser «inclusivos» el nuevo «gobierno del cambio» de PSOE-UP decidió en 2021 añadir al currículum de Filosofía y Historia un «toque morado», con la introducción forzada de autoras neoplatónicas, liberales, existencialistas y demás ralea:

«En el periodo que abarca de la modernidad a la postmodernidad se habla expresamente de «la primera ola feminista», donde los alumnos tendrán que estudiar a Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges, por delante en la lista de Kant y Marx. También aparece «el análisis del totalitarismo de Hannah Arendt». María Zambrano figura junto a Nietzsche, Wittgenstein, Heidegger, Sartre y Ortega y Gasset, mientras que Simone de Beauvoir tiene un capítulo propio: «el desarrollo contemporáneo del feminismo». (El Mundo; La Filosofía del Bachillerato incluirá mujeres por primera vez: Hannah Arendt, Hipatia, María Zambrano..., 29 de octubre de 2021)

d) ¿Cuál es el trato de las instituciones en el campo histórico?

«Reconocemos solamente una ciencia, la ciencia de la historia. La historia, considerada desde dos puntos de vista, puede dividirse en la historia de la naturaleza y la historia de los hombres. Ambos aspectos, con todo, no son separables: mientras existan hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionarán recíprocamente. No tocaremos aquí la historia de la naturaleza, las llamadas ciencias naturales; abordaremos en cambio la historia de los hombres, pues casi toda la ideología se reduce o a una concepción tergiversada de esta historia o a una abstracción total de ella. La propia ideología es tan sólo uno de los aspectos de esta historia». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)

¿Qué decir de lo que ocurre en el ámbito de la Historia? Bien. Para empezar, habría que delimitar porqué para el sujeto la Historia resulta un campo especialmente beneficioso que redundará muy mucho en su formación en otros campos. O dicho de otro modo, sin una noción y formación histórica de las cosas, el individuo difícilmente puede moverse con soltura y precisión. Y esto que comentamos es sumamente normal: tengamos en cuenta que todo campo, sea el que sea: economía, filosofía, arte, semiótica, etcétera… tiene su propia «historia», por ende, el conocer holgadamente el cómo debe uno enfrentarse al pasado −y bajo que metodología− es condición sine qua non para abordar el presente y futuro. 

No estamos diciendo que una vez se conoce la Historia se conoce ya el cómo abordar la Historia de la Filosofía, pero sí que, indudablemente, comparten automatismos y saberes comunes, que, de conocerse, pueden servir de atajo para el individuo en su periplo del conocimiento, pues tras familiarizarse con X esto puede servir de base para entender rápidamente los fundamentos de Y. A su vez esto ocurre −de forma inmersa− con la Filosofía respecto a la Historia, donde un conocimiento general de la base del pensamiento humano filosófico −con determinados enfoques, su forma de analizar y demás− acaba ayudando muchísimo a entender cómo encaja la historia humana −incluyendo la historia de la filosofía−, a cómo esta tiene un sentido que de otra manera a veces parecería mera confusión y accidentes.

Sin ir más lejos, en la URSS se criticó severamente algunas formas muy nocivas de encarar la historia en el ámbito pedagógico, las cuales, en honor a la verdad, son la viva expresión en las escuelas de los países capitalistas:

«En lugar de enseñar historia de una forma viva y vital con una exposición de los principales eventos, de los logros en orden cronológico y definiendo el rol de los líderes, presentamos a nuestros pupilos definiciones abstractas de sistemas sociales o económicas, reemplazando la vitalidad de la historia civil con un esquema sociológico abstracto (…) Los alumnos no pueden sacar provecho de lecciones de historia que no contemplan el orden cronológico de los eventos históricos, las figuras que los lideraron y las fechas de importancia. Solo una enseñanza de historia de este tipo puede hacer accesible, inteligible y concreto el material que es indispensable para un análisis y una síntesis de los eventos históricos y ser capaz de guiar al alumno hacia una comprensión marxista de la historia». (Extracto de la decisión del Concilio de Comisarios del Pueblo y del Comité Central del Partido Comunista, 16 de mayo de 1934)

¿Qué es lo que ha predominado en las universidades y «reputados especialistas»? Pues, aunque hoy traten de ocultarlo algunos, durante largo tiempo asistimos a:

«Las heterogéneas influencias teóricas que convergían en el modelo historiográfico tradicional, que perduró largo tiempo en las universidades europeas. (...) Esas influencias teóricas eran a) el objetivismo y la aparente ingenuidad epistemológica de Ranke −«las cosas tal como sucedieron»−... que enlaza con el Positivismo comtiano, b) el legado historicista que prima la fugacidad e irrepetibilidad del objeto histórico, el estudio de los personajes y las élites gobernantes, y c) el Nacionalismo que se sirve de la teoría del Volkgeist de Herder, según la cual el espíritu distintivo de cada pueblo impregna todas sus manifestaciones culturales y su evolución política. Una conjunción pues del Historicismo clásico alemán, encarnado por Ranke, el Idealismo hegeliano y el Positivismo comtiano». (Fernando Sánchez Marcos; Tendencias historiográficas actuales, 2009)

¿Qué prima hoy por los defectos inducidos por este aburguesamiento en los historiadores? Reducir la historia a una descripción de «cosas» de un modo enciclopédico, con sucesos importantes y decorados, cual cronista medieval, sin criticismo alguno, dando indirectamente la razón a la interpretación tradicional, aquella que exalta figuras icónicas y exagera su papel, lo que tampoco ayuda a tomar la historia como una materia científica. Muy por el contrario, es bien sabido que esto es opuesto al rigor científico, pues la mera acumulación y enunciado de datos sin procesar −previa aceptación de un relato hegemónico preexistente−, sin llegar jamás a unas conclusiones propias argumentadas, solo contribuye a la formación de dogmas, a esterilizar el conocimiento:

«Ha de saberse que, al echar la vista atrás hacia la evaluación de las figuras revolucionarias de siglos anteriores, existe un peligro de perder la noción de la realidad histórico-presente. Claro que existieron figuras que luchaban contra una reacción en una lucha justa y del todo progresista por aquel entonces, pero quizás hoy muchos de los planteamientos de base de esos mismos revolucionarios progresistas se convierten, al ser actualizados al contexto presente, en postulados ideológicamente retrógrados, que bien pueden pasar a ser la bandera de la reacción y la contrarrevolución. Pasar por alto esto es una fosilización metafísica del tiempo y sus protagonistas. Algo apto para charlatanes y adoradores de mitos, como Vaquero o Armesilla, pero no para quien aspira a extirpar el cáncer del nacionalismo en el movimiento proletario. Téngase en cuenta que, cuanto más nos retrotraigamos en el pasado, más posibilidades habrá de que esas figuras hayan «envejecido» mal. De ahí la absurdez de querer ver referentes hasta en el Pleistoceno». (Equipo de Bitácora (M-L); Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero, 2020)

Propagar estas ideas hacia el gran público supone propiciar la caída del sujeto iletrado en una profunda confusión que pasa por aceptar el discurso del escepticismo y relativismo burgués sobre que hay que contar la historia de «forma neutra», sin posicionarse, sin tomar posición en lo que se expone, sin tratar de desbrozar las leyes sociales históricas que subyacen en cada episodio importante. En realidad, aunque la historiografía burguesa se vista de «objetiva», la mayoría de sus corrientes sí toman partido y justifican la historia de su clase, de hecho, tuercen los sucesos y presentan una información sesgada, simpatizan con las «grandes figuras» que «hacen la historia» y rinden pleitesía a los historiadores clásicos hasta el punto de no atreverse a contradecir nada. Este método del «objetivismo» es solo una forma de tantas que ayuda a que nada cambie en el campo histórico, una forma de actuación velada para que los relatos idealistas sobre historia sigan teniendo validez pese a sus enormes déficits en cuanto a credibilidad. En especial todo nacionalista −se vista de azul o de rojo− realiza por lo general el mismo trabajo, y como fieles guardianes del orden existente, repiten como papagayos todos los mitos que en su día construyó su burguesía nacional. Véase el capítulo: «¿Qué pretenden los nacionalistas al reivindicar o manipular ciertos personajes históricos?» de 2021.

Por haber adoptado metodologías pseudocientíficas, muchos historiadores quedan atrapados en laberintos de los cuales no pueden salir. Esta es una de las razones por la que muchos de los actuales «profesionales de la historia» renuncian a considerar la historia como una ciencia social. Derrotados, decepcionados y confusos, empiezan a ser seducidos por los cantos de sirena de todo tipo de estrafalarias teorías históricas que no resuelven sus dudas, sino que las eliminan sin resolver de un plumazo, hablamos de varias corrientes agnósticas y relativistas del siglo XX: desde el Círculo de Viena, la Escuela de Frankfurt, hasta el posmodernismo. Las mismas que concluyeron patéticamente que en historia «no existen hechos objetivos verificables», que la historia humana es poco menos que una serie de episodios de ciencia ficción a los que cada cual le puede añadir libremente sus notas para enriquecer este «relato de la mentira». Su rezo dice así: «Si nadie está en posesión de la verdad sobre nada, ¿qué más da? ¡Aporta tu opinión sin rigor y simplemente diviértete!». Véase el capítulo: «Instituciones, ciencia y posmodernismo» de 2021.

¿Y nosotros qué pensamos? ¿Todo está lleno de mentiras y es imposible acceder a la verdad? ¿Es preferible mentir para salvaguardar «nuestro relato» o es mejor rectificar para exponer la verdad? Nuestra opinión sobre el conocimiento es bastante clara y está explicada en el anterior documento dictado. Pero por si no quedase claro:

«El universo es el movimiento de la materia conforme a leyes, y nuestro conocimiento, siendo el producto supremo de la naturaleza, sólo puede reflejar esas leyes. (...) Al movimiento de las representaciones, de las percepciones, etc., corresponde el movimiento de la materia exterior a mí. La noción de materia no expresa otra cosa que la realidad objetiva que nos es dada en la sensación. Por lo cual separar el movimiento de la materia es equivalente a separar el pensamiento de la realidad objetiva, separar mis sensaciones del mundo exterior, es decir, pasar al idealismo. (...) El punto de vista materialista, el reconocimiento de la realidad objetiva del mundo exterior y de las leyes de la naturaleza exterior; tanto ese mundo como esas leyes son perfectamente cognoscibles para el hombre, pero nunca pueden ser conocidas por él hasta el fin. (...) Yendo por la senda de la teoría de Marx, nos aproximaremos cada vez más a la verdad objetiva −sin alcanzarla nunca en su totalidad−; yendo, en cambio, por cualquier otra senda, no podemos llegar más que a la confusión y la mentira». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)

Ahora, cuando nosotros hablamos de «tomar partido», no hablamos de pronunciarnos sin datos concluyentes, pero mucho menos nos referíamos a justificar y ocultar los errores de nuestro «bando», ni de negar los hechos y las conclusiones sobre las que el paso inexorable de la historia nos alecciona; al contrario, el movimiento proletario y su doctrina, el marxismo-leninismo, jamás podrá alcanzar sus objetivos generales bajo una metodología autocomplaciente:

«Los marxistas no hacemos actos de fe con la doctrina, no la creemos por imposición ni por meros argumentos de autoridad, ante todo procesamos la información. Es menester que tengan un espíritu crítico a la hora de enfrentarse a los textos de los clásicos, que analicen su sus escritos y sus conclusiones, analicen si están vigentes en la actualidad; que observen si sus estrategias y tácticas son aplicables al contexto de su país y el de otros; si en esta parte que se está repasando se piensa que existe este o aquel error −y no será negativo preguntar o discutir a otros camaradas y autoenriquecerse mutuamente con las conclusiones−. Solo así puede existir una asimilación real del marxismo-leninismo. No se trata de revisar a gusto del lector lo que a uno le gusta reivindicar, ni se puede basar en argumentos subjetivos para rechazar los axiomas fundamentales de la doctrina, por tanto, toda «revisión» que no sea argumentada científicamente estará invalidada automáticamente. Comprendamos, pues, que la preparación del cambio que ha de venir comienza con la necesaria formación político-ideológica de la militancia y de las masas. Esta es la única garantía para alcanzar el partido del proletariado en cada país para posibilitar el triunfo del comunismo. Intentamos que el lector pueda saber asimilar la doctrina para identificar de forma correcta conceptos como lucha de clases, dictadura del proletariado, libertad, democracia, nación, antiimperialismo, imperialismo, desde una óptica marxista y no desde posiciones pseudomarxistas que le llevaran a conclusiones erróneas. (…) De hecho, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que sospechoso es aquel que no sabe ver accidentes, equivocaciones y malas decisiones en la historia de sus referentes, pues estamos ante un ignorante o un exaltado. Es deber de los revolucionarios de cada país, como mínimo, hacer una evaluación crítica de sus experiencias más próximas para no repetir los mismos tropiezos». (Equipo de Bitácora (M-L); Fundamentos y propósitos, 2021)

e) ¿Debemos rendirnos ante el estado de confusión actual?

Para los pesimistas y misántropos por naturaleza, redimir al ser humano de los peores males es una quimera:

«Igualmente vanas son las afirmaciones de Richter de que, para el estado social que pretenden los socialistas, los hombres tendrían que ser «ángeles». Pero, como es sabido, no hay ángeles ni tampoco los necesitamos». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)

Años después, el pedagogo soviético Vygotski explicaría que, aun cuando el hombre no pueda escapar de su época ni de sus reminiscencias, pese a que no pueda aspirar a ser perfecto, sí puede aspirar a ser mejor, de hecho, debe tender hacia ello, y con la revolución tiene esa posibilidad real:

«La verdad y la capacidad inquebrantable de enfrentar la realidad directamente a los ojos en las circunstancias más difíciles y confusas de la vida: esta es la primera exigencia de la moral revolucionaria. Nunca antes la educación moral había alcanzado una verdad tan inexorable y absoluta como ahora, cuando absolutamente todos los «valores» morales no revelados han sido puestos en el mapa y revelados en su forma verdadera. En esto, como en todos los demás ámbitos, una época revolucionaria apenas puede sugerir sistemas consumados de moralidad, independientemente de las épocas anteriores de las que se haya jactado. Aunque, por otro lado, podemos imponer a nuestra educación moral varias demandas individuales que van mucho más allá de las demandas impuestas en épocas anteriores. Podemos exigir que la educación soviética entrene a combatientes y revolucionarios en el ámbito de la moral, como en todos los demás ámbitos. No debemos comenzar con el ideal abstracto de crear una personalidad completa, ya que dicha personalidad no existe y dado que dicha educación descuidaría los objetivos contemporáneos y se convertiría en un juego de gimnasia verbal. Estamos ante los fines concretos de preparar personas para la próxima época, personas de la generación venidera, en plena correspondencia con el papel histórico que les toca en suerte». (Lev Vygotski; Psicología pedagógica, 1926) 

Por lo que no podemos encerrarnos en el pesimismo de que la actual personalidad y sus conocidos vicios serán siempre iguales:

«De la misma forma que la vida de la sociedad no representa un todo único y uniforme, y la sociedad está subdividida en diferentes clases, así, durante un período histórico dado, la composición de las personalidades humanas no puede ser vista como representando algo homogéneo y uniforme, y la psicología debe llevar en contra el hecho fundamental que la tesis general formulada recientemente sólo puede tener una conclusión directa, confirmar el carácter de clase, la naturaleza de clase y las diferencias de clase que son responsables de la formación de los tipos humanos. Las diferentes contradicciones internas que fueron encontradas en diferentes sistemas sociales encuentran su expresión, al mismo tiempo, en el tipo de personalidad y en la estructura de la psicología humana en este período histórico». (Lev Vygotski; La alteración socialista del hombre, 1930)

Para ello, los soviéticos nos aconsejaban algo tan simple como olvidado en ocasiones:

«La asociación es la gran llave que abre tantos cofres cerrados. Apoyar a una persona que se tambaleó en el tiempo, dirigirla, regañarla, ponerlos derecho a través de un ambiente amigable, sacarla de este pantano en el que se hunde poco a poco, eso es lo que necesitamos. Necesitamos una actitud solidaria hacia los demás. La parte que es sana y moralmente poderosa es responsable de la parte que se empantana y, a menudo, se empantana porque está en peores condiciones». (Anatoli Lunacharski; Criar al hombre nuevo, 1928)

Evidentemente, no somos utópicos. No pretendemos extirpar el mal por y para siempre de la faz de la tierra. Les daremos una mala noticia a nuestros adversarios idealistas: el mal, reine el sistema que reine, seguirá existiendo hasta el último aliento de la humanidad. Solo cabe reducirlo a su mínima expresión, tampoco aspiramos a reformar el alma del ser humano, sino a transformarla de raíz. ¿Qué se debe hacer para ello? Para empezar, constituir un régimen social en el que se dé un desarrollo armónico y sin diferencias de clase, que potencie las virtudes y comprenda los defectos del ser humano para paliarlos al máximo. Si se quiere decir de otra forma −para contentar a los románticos−, debemos aspirar al ideal de sociedad más maravillosamente utópica, pero partiendo de la realidad y comprendiendo qué se puede hacer y qué no en cada momento. Negar, en base a la actual situación, la legítima aspiración a un sistema cualitativamente superior, supone ignorar las experiencias históricas donde los revolucionarios atravesaron todo tipo de obstáculos impensables. Ellos consiguieron implantar en sus respectivos países avances enormes en materia educativa, como ocurrió en la URSS o Albania. Algunos objetarán con sorna que no quieren los «avances educativos» de los comunistas. Bien, esto no es debatible, salvo que alguien del todo ignorante se niegue a reconocer como hito progresista erradicar en tiempo récord el analfabetismo, construir toda una red de escuelas y universidades o educar al pueblo sobre la base del ateísmo científico.  

Véase la obra de Medinsky: «Educación pública en la URSS» de 1954.

Véase la obra de Tefta Cami: «La revolución socialista en el campo ideológico y cultura y su posterior profundización» de 1980.

Esto solo fue una página de la historia, y dado que el futuro no está escrito, superarla no solo es posible, sino que es nuestro deber. Todo lo demás sobra ser comentado.

f) ¿Qué pasará con reliquias como el pensamiento religioso o nacionalista bajo la nueva sociedad comunista?

Profundicemos en la cuestión religiosa para que el lector nos entienda mejor. Lenin ya había advertido:

«Lo más importante −lo que precisamente olvidan con mayor frecuencia nuestros comunistas pseudomarxistas, en realidad deformadores del marxismo− es saber despertar a las masas, todavía incultas, en la actitud consciente ante las cuestiones religiosas y en la crítica consciente de las religiones. Por otra parte, fijaos en los representantes de la moderna crítica científica de las religiones. Casi siempre estos representantes de la burguesía ilustrada «complementan» sus propias refutaciones de los prejuicios religiosos con tales raciocinios, que los desenmascaran inmediatamente como esclavos ideológicos de la burguesía, como «lacayos diplomados del clericalismo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre el materialismo militante, 1922)

¿Cómo se trató inicialmente en la URSS la relación entre escuelas y religión? Recordemos que estábamos ante un país donde la Iglesia Ortodoxa había dominado la vida de los súbditos al zar, la vida de obreros, campesinos y otros:

«Si el Comisariado del Pueblo para la Educación se adhirió durante algún tiempo al llamado lema de una escuela no religiosa, entonces había razones profundas para ello. Esto fue aprobado en un momento por el camarada Lenin. Por supuesto, esta fue una medida temporal, derivada de una cierta debilidad, cuando la mayoría de los maestros eran religiosos y cuando nuestro gobierno aún no había echado raíces profundas, cuando podíamos temer que esto alejara a la masa del campesinado de la escuela soviética, cuando teníamos pocos maestros ateos y estos podrían ser acosados por el oscurantismo del propio pueblo. Entonces Lenin nos advirtió contra la instalación de propaganda atea directa en la escuela, pero exigió categóricamente que miráramos para que ningún veneno religioso pueda entrar en las escuelas a través de estos maestros. (…) Pero nos hicimos más fuertes tanto en la formación de personal como en el sentido de la fuerza del poder de la clase obrera, cuando todas las guerras habían terminado y el proletariado teníamos a nuestro país en manos fuertes». (Anatoli Lunacharski; Discurso en el Segundo Congreso de la Unión de Ateos Militantes de la URSS, 1929)

Más tarde, todo esto cambió con el transcurrir de los años:

«La Constitución de la URSS garantiza la libertad religiosa. Eso significa que hemos librado de la represión y persecución aquellas creencias religiosas y sectas que en la Rusia Zarista se consideraban dañinas para el Estado, y, por otra parte, nos hemos impuesto la obligación de no perseguir a nadie por sus convicciones religiosas. A esa obligación, el poder soviético, desde luego, sigue siendo fiel.

Eso, sin embargo, no significa que nuestra construcción cultural tenga que detenerse indecisa ante la pregunta de si podemos, al crear unas formas nuevas y socialistas de conciencia, luchar contra todas las religiones como sistemas de imaginaciones erróneas, sentimientos y acciones erróneas, sistemas contrarios a una educación realmente científica, al anhelo real de las personas de apoderarse de las fuerzas de la naturaleza y sociedad, de conseguir una libertad verdadera y razonable felicidad común.

En la tarea de la educación, ilustración, en un sentido amplio entra la disipación de supersticiones de toda clase y una lucha sin cuartel contra toda oscuridad, herencia del pasado, estorbo para la creación del futuro.

En concreto, la escuela como partícipe de la educación, como su eslabón importante, no puede ser ajena en la lucha contra la religión, sea en sus formas viejas o nuevas, contra aquel movimiento sectario que tan característicamente crece actualmente alimentado con la destrucción de las comunidades eclesiásticas antiguas.

Desde luego, la lucha encarnizada contra la religión en la esfera de la educación no puede, de ninguna manera, contradecir a los postulados fundamentales de la Constitución sobre la tolerancia religiosa. No tiene que convertirse en cualesquiera que sean formas de presión administrativa o tomar el carácter de una coacción bruta. Ha de quedar en el marco de la persuasión». (Anatoli Lunacharski; Carta publicada en «Izvestia», 26 de marzo de 1929)

A partir de ahora, frente una nueva sociedad, se podía aspirar plenamente a la promoción cada vez más sistemática de un ateísmo científico:

«Todo tipo de quehaceres: teatros, conciertos, cine, radio, visitas a los museos, conferencias ricamente ilustradas sobre temas científicos y sobre todo antirreligiosos, bien organizada literatura infantil sea periódica o no, todo ha de ser utilizado, desplegado, perfeccionado o creado para la gran meta de la rápida conversión de toda la generación venidera en una absolutamente atea». (Anatoli Lunacharski; Carta publicada en «Izvestia», 26 de marzo de 1929)

¿Significaba esto expulsar automáticamente a todo maestro de influencias religiosas?:

«El Comisariado Popular de Educación de ninguna manera proclama una purga sistemática entre los maestros en el sentido de eliminación inmediata de todos los maestros creyentes, pero declara firmemente que tener maestros creyentes en la escuela soviética es una burda contradicción y que los departamentos de educación han de utilizar cualquier posibilidad para sustituir a tales maestros por unos nuevos, de cariz antirreligioso. (…) El Comisariado Popular de Educación va a exigir unos u otros métodos decididos de lucha contra la religión, y en el caso de que un maestro, debido a sus convicciones, se niegue a aplicar tales métodos a sus alumnos, el Comisariado Popular de Educación y sus órganos locales los aplicarán con la ayuda de las organizaciones infantiles y Juventudes Comunistas, marcando a ese maestro como un desertor del frente religioso». (Anatoli Lunacharski; Carta publicada en «Izvestia», 26 de marzo de 1929)

¿La exposición científica sobre el idealismo religioso se debía enfocar únicamente hacia la religión predominante del país? No, por el contrario, esto solo aunaría a los creyentes en torno a su comunidad religiosa. La crítica debía hacerse extensible a todas las religiones del país, a las religiones mayoritarias del mundo:

«Sería criminal tergiversar la lucha de tal manera que, al apuntarla en su totalidad contra la iglesia ortodoxa, dejara, por ejemplo, ensombrecida la lucha contra los sectarios o contra la religión mahometana, judía o cualquier otra. A menudo la desatención hacia una religión el número de cuyos creyentes está por debajo de los ortodoxos, lleva a unos rumores peligrosísimos entre los ciudadanos de la lucha contra la religión ortodoxa como tal, lo que intensifica el sectarismo, da pie para hablar de unas influencias de otras religiones u otras etnias, etc. Esas asquerosas murmuraciones desaparecerán sin rastro si la lucha antirreligiosa se despliega uniformemente por todo el frente, dando con la misma energía contra todos los dioses, todas las iglesias, todas las formas de la mentira religiosas, sin excluir las más refinadas manifestaciones de creencias o mística». (Anatoli Lunacharski; Carta publicada en «Izvestia», 26 de marzo de 1929)

Nosotros, pues, no tenemos miedo de proclamar, por ejemplo, que no seremos indiferentes con la religión en la futura sociedad. Las religiones se estudiarán en la asignatura determinada de Historia, Filosofía o en la materia determinada no desde un punto de vista equidistante, como proponen algunos socialdemócratas, sino desde el prisma del ateísmo científico. Los alumnos aprenderán cómo surgieron las religiones, sus ligazones entre sí y qué papel histórico jugaron en las antiguas sociedades… ¡cómo no podría ser de otro modo! Se enseñará que la religión nace como satisfacción a la incomprensión del hombre primitivo ante la naturaleza, por ello intentó ejercer una influencia sobre los objetos circundantes que creía divinos a través de plegarias, ceremonias y rituales para ganarse su favor. Pero, cuanto más avanzó el ser humano, cuanto más aprendió a usar sus capacidades para la comprensión de los fenómenos y el «dominio» de la naturaleza, menos necesitó de la religión, más rápido arrebataba a la religión ese manto de «necesidad y dependencia» para vivir o, mejor dicho, sobrevivir, a fin de intentar sobrellevar sus penurias. 

En el caso concreto del cristianismo, en palabras de Marx, no tendríamos por qué ocultar a la población que:

«Los principios sociales del cristianismo han tenido ya dieciocho siglos para desenvolverse. (…) Los principios sociales del cristianismo dejan la desaparición de todas las infamias para el cielo, justificando con esto la perpetuación de esas mismas infamias sobre la tierra. Los principios sociales del cristianismo ven en todas las maldades de los opresores contra los oprimidos el justo castigo del pecado original y de los demás pecados del hombre o la prueba a que el Señor quiere someter, según sus designios inescrutables, a la humanidad. Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el desprecio de la propia persona, el envilecimiento, el servilismo, la humildad, todas las virtudes del canalla; el proletariado, que no quiere que se lo trate como canalla, necesita mucho más de su valentía, de su sentimiento de propia estima, de su orgullo y de su independencia, que del pan que se lleva a la boca. Los principios sociales del cristianismo hacen al hombre miedoso y trapacero, y el proletariado es revolucionario». (Karl Marx; El comunismo del Rheinischer Beobachter, 12 de septiembre de 1847)

Pero, ¿por qué la instrucción es sumamente necesaria? Porque un pueblo ignorante no puede ser sino el escarnio de sus explotadores nacionales e internacionales. Porque una sociedad basada en el colectivismo no puede sobrevivir y protegerse de los ataques sin que los trabajadores hagan suya la cultura más avanzada de la humanidad:

«Hombres deseosos de edificar y dirigir la edificación del socialismo nos sobran, tanto en el dominio de la agricultura como en el de la industria. Pero tenemos escandalosamente pocas personas que sepan construir y dirigir. En cambio, en este terreno, la ignorancia es infinita. Es más, hay entre nosotros gente dispuesta a ensalzar nuestra incultura. Si eres analfabeto o escribes con faltas y te jactas de tu atraso, eres un obrero «auténtico», y se te deben honores y respeto. Si has vencido tu incultura, si has estudiado, si has dominado la ciencia, eres un extraño, te has «apartado» de las masas, has dejado de ser obrero. Creo que no adelantaremos ni un paso mientras no extirpemos esa barbarie y ese salvajismo, ese criterio bárbaro respecto a la ciencia y la gente culta. La clase obrera no puede ser verdadera dueña y señora del país si no logra salir de la incultura, si no consigue crear sus propios intelectuales, si no domina la ciencia y no sabe gobernar la economía basándose en la ciencia. (...) La valentía y la audacia son hoy tan necesarias como antes, pero con valentía y audacia a secas no se puede ir muy lejos. (...) Para edificar, hay que saber, hay que dominar la ciencia. Y para saber, hay que estudiar. Hay que estudiar tenazmente, con paciencia. Hay que aprender de todos, de los enemigos y de los amigos. (...) Nosotros no podemos limitarnos ahora a formar cuadros comunistas en general, cuadros bolcheviques en general, que sepan charlar de todo un poco. El diletantismo y la omnisapiencia son ahora cadenas para nosotros. Ahora necesitamos grupos enteros, centenares, millares de nuevos cuadros bolcheviques que puedan ser verdaderos entendidos en las más diversas ramas del saber». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Discurso en el VIIIº Congreso de la UJCL de la URSS, 1928)

¿Por qué se dice que la educación debe de ser politécnica y colectiva?:

«El colectivismo, la unificación del trabajo físico e intelectual, un cambio de las relaciones entre los sexos, la abolición del abismo entre el desarrollo físico y el intelectual, son los aspectos esenciales de esa modificación del hombre que es el tema de nuestra exposición. Y el resultado de adquirir esto, la gloria que corona este total proceso de transformación de la naturaleza humana, debería tener la aparición de esa elevada forma de libertad humana que Marx así describe: «Sólo en comunidad [con otros] tiene cada individuo los medios para cultivar sus dones en todos los sentidos; sólo en comunidad, por consiguiente, es posible la libertad personal». Como toda sociedad humana, la personalidad individual debe dar este salto adelante, del reino de la necesidad al de la libertad, como lo expresara Engels». (Lev Vygotski; La alteración socialista del hombre, 1930)

Algunos reivindican una educación científica en materias clásicas, pero pretenden excluir el contenido de tipo ético-moral que tachan de «adoctrinamiento», como, como si en la educación en general no hubiese una inducción hacia una influencia ideológica clara, como si la cultura en general fuese un campo imparcial donde cada sujeto opta por una postura sin influencias externas, sin el condicionamiento del medio en que se rodea. Los utópicos creen que, si bien no es así, debería de ser así; es decir, que la educación y la cultura deberían de ser campos neutros y objetivos. Pero… ¿acaso no está la ciencia actual o de otra época marcada y limitada por el contexto en el que existe? ¿Cómo se guiará y enseñará la ética y moral para las nuevas generaciones si no es por lineamientos científicos y, por tanto, objetivos y racionales? ¿Por costumbres e ideas sentimentales, subjetivistas o religiosas?

Habría que preguntarse, entonces, por las costumbres y la moral:

«Las buenas costumbres y la moral existen también sin religión; solo los imbéciles y los farsantes pueden sostener lo contrario. Las buenas costumbres y la moral son la expresión de conceptos que regulan las relaciones de los hombres entre sí y sus acciones, la religión comprende las relaciones de los hombres con seres sobrenaturales. Mas lo mismo que la religión, también los conceptos sobre la moral brotan del correspondiente estado moral de los hombres. El caníbal considera la antropofagia como algo muy moral; los griegos y romanos consideraban moral la esclavitud, el señor feudal de la Edad Media, la servidumbre de la gleba y el vasallaje; al capitalista moderno le parece altamente moral la relación entre salario y trabajo, la explotación de las mujeres y la desmoralización de los niños por el trabajo asalariado. Cuatro estadios sociales y cuatro conceptos de la moral, pero en ninguno de ellos impera el concepto supremo de moral. El más alto estado moral es aquél en donde los hombres se enfrentan como seres libres e iguales, en donde el principio: «No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti», rige todas las relaciones humanas. En la Edad Media regía el árbol genealógico, en el presente decide su propiedad, en el futuro regirá el hombre como hombre. Y el futuro pertenece al socialismo». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)

¿Cuál es la esencia de la moral burguesa que domina hoy nuestra sociedad? La hipocresía como necesidad:

«Ahora que el mundo ha experimentado la amenaza purificadora de la revolución social, los fundamentos mismos de la moral burguesa están temblando, y es muy posible que en ningún otro reino nos encontremos con ideas tan débiles y sin forma como en el dominio de los estándares éticos. Todas esas reglas de la moral burguesa, que estaban completamente cargadas de hipocresía y mentira, han perdido su significado. La moral burguesa se vio obligada a ser hipócrita, porque enseñó una cosa e hizo otra, porque fue construida en la coyuntura de los intereses de clase y, mientras pregonaba el reino de Dios en el más allá, implantaba el reinado de los explotadores en la tierra». (Lev Vygotski; Psicología pedagógica, 1926)

En efecto, el cínico humanismo del capitalismo no es aceptable para los marxistas, pues los revolucionarios saben que:

«Atacando al marxismo-leninismo, a la revolución, al socialismo, la propaganda burguesa y revisionista habla en nombre de un humanismo al margen de las clases, por encima de ellas, «para todos», del humanismo de la benevolencia cristiana. Mas un «humanismo» tal es falso y fraudulento, porque justifica el régimen de opresión y explotación burgués y revisionista, porque aleja a las masas trabajadoras de la lucha revolucionaria por su derrocamiento, porque predica la sumisión, toma bajo su defensa a los enemigos del pueblo exigiendo que éstos tengan campo libre de acción a fin de minar y derrocar el poder del pueblo allí donde ha sido instaurado y restaurar la esclavitud capitalista.

Nuestro humanismo socialista no es para todos y no puede estar por encima de las clases, tampoco es el humanismo de la misericordia cristiana hacia el enemigo. En la sociedad de clases no hay ni puede haber humanismo general, al igual que no hay ni puede haber democracia para todos, hay para la mayoría trabajadora o para la minoría explotadora, o para el pueblo o para sus enemigos. En nuestra sociedad no hay humanismo ni piedad hacia el enemigo que atenta contra el pueblo y el socialismo. Contra él actúa con puño de hierro la dictadura del proletariado.

En la sociedad socialista el método general de la actitud hacia los trabajadores que cometen errores, es el de la crítica como camaradas, de la persuasión y educación, a fin de combatir la enfermedad y salvar al enfermo, sin negar la necesidad de las medidas legislativas y administrativas contra los que persisten en sus errores e infracciones». (Agim Popa; El socialismo, régimen verdaderamente humano, 1987)

¿Y de dónde brota tal noción de la cultura proletaria?

«La cultura proletaria no surge de fuente desconocida, no brota del cerebro de los que se llaman especialistas en la materia. Sería absurdo creerlo así. (…) El marxismo adquirió importancia histórica como ideología del proletariado revolucionario debido a que, lejos de desechar las más valiosas conquistas de la época burguesa, aprendió y reelaboró por el contrario, todo lo que había de precioso en el desarrollo más de dos veces milenario del pensamiento y la cultura humanos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Las tareas de las ligas juveniles, 1920)

He aquí también el motivo por el cual un marxista jamás podrá tener la misma noción cultural-educativa que un vulgar nacionalista:

«En cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una cultura burguesa −y, además, en la mayoría de los casos, ultrarreaccionaria y clerical−, y no simplemente en forma de «elementos», sino como cultura dominante. Por eso, la «cultura nacional» en general es la cultura de los terratenientes, de los curas y de la burguesía. (…) Al lanzar la consigna de «cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial», tomamos de cada cultura nacional sólo sus elementos democráticos y socialistas, y los tomamos única y exclusivamente como contrapeso a la cultura burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación. Ningún demócrata, y con mayor razón ningún marxista, niega la igualdad de derechos de los idiomas o la necesidad de polemizar en el idioma propio con la burguesía «propia» y de propagar las ideas anticlericales o antiburguesas entre los campesinos y los pequeños burgueses «propios». (…) Quien defiende la consigna de la cultura nacional no tiene cabida entre los marxistas, su lugar está entre los filisteos nacionalistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Ni tampoco respetar las corrientes religiosas o de «izquierda» idealistas. Sino que debe llevar a cabo el:

«Desenmascaramiento y persecución sin tregua de todos los «lacayos diplomados del clericalismo» de nuestros tiempos, lo mismo si actúan en calidad de representantes de la ciencia oficial o en calidad de francotiradores que se tildan a sí mismos de publicistas «demócratas de izquierda o ideológicamente socialistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre el materialismo militante, 1922) (Equipo de Bitácora (M-L); La cuestión educativa, el feminismo, y el clásico discurso liberal de la «izquierda», 2021)

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