«La monarquía española, que se ha conservado hasta el año 1931, apoyaba y defendía todo lo opresor, todo lo atrasado en la vida del país, es decir, que era una monarquía semiabsolutista o semifeudal, que ya se aliaba con la burguesía, o ya la admitía parcialmente en el poder; pero siempre conservando la preponderancia de los latifundistas, de la aristocracia, de los militares y del alto clero, de la iglesia, que ocupaba, sobre todo, una situación privilegiada.
De esta manera se pone de manifiesto el rasgo fundamental de la revolución española, la no terminación de la revolución democrático-burguesa, sobre todo de la revolución agraria. Esto significa que en España, en 1931, estaba en sazón la revolución democrático-burguesa, eminentemente agraria. Pero es absolutamente claro que esta revolución se desarrollaba en tales condiciones nacionales e internacionales, que definían el papel preponderante del proletariado en esta revolución, que tenía que llevarla a cabo, no sólo contra los latifundistas, sino también contra la burguesía contrarrevolucionaria, es decir, que la revolución democrático-burguesa tenía que ser realizada bajo la hegemonía del proletariado, con la perspectiva de su transformación rápida en revolución socialista.
Vino el 14 de abril, que trajo la caída de la monarquía y la instauración de una República burguesa, en cuyo gobierno, los puestos de Presidente y ministro de Gobernación, pertenecían a dos viejos monárquicos: Alcalá Zamora y Miguel Maura, los cuales, de completo acuerdo con el resto del Gobierno, incluso los socialistas, se plantearon como tarea principal la salvación del aparato del Estado y de la base social de la monarquía y la salvación de los latifundistas en general.
La burguesía ha creado una leyenda alrededor del 14 de abril, intentando presentarlo como un idilio de armonía de clases y de un cambio de régimen sin efusión de sangre y sin luchas, con un completo acuerdo de todos.
El Partido y los hechos desenmascaran esta leyenda burguesa. La caída de la monarquía del 14 de abril fue preparada por el empuje revolucionario de los obreros, de los campesinos y de una capa de la pequeña burguesía de la ciudad.
El rey se vio obligado a abandonar el país para evitar males mayores. Bajo la presión de las masas, las clases dominantes realizaron una maniobra para aplazar la revolución. El bloque latifundista burgués-monárquico se transformó en bloque burgués-latifundista republicano. El sentido y fin de esta maniobra consistía en engañar a las masas revolucionarias con el nombre de la República, con ilusiones democráticas, con promesas demagógicas, y evitar de este modo el desenlace de la revolución.
Pero la realidad ha demostrado muy pronto toda la justeza de la teoría marxista-leninista de la lucha de clases. La revolución empezó y no termino con el 14 de abril. El Gobierno republicano ha demostrado su carácter contrarrevolucionario desde sus primeros días. El mismo 14 y 15 de abril ametralló en Sevilla y otros lugares a obreros revolucionarios.
El Gobierno se opuso directamente al desarrollo de la revolución agraria, a la liberación nacional, a la disolución de las órdenes religiosas, a la destrucción del aparato del Estado monárquico, a la disolución de la guardia civil, etc. Las masas revolucionarias por su parte, a pesar de sus ilusiones democráticas, han demostrado un deseo sincero e insistente de luchar por la realización de las tareas fundamentales de la revolución.
Los acontecimientos del 10 de mayo de 1931, quemas de conventos, etcétera, son un momento político importantísimo, son un momento de viraje que ha demostrado la imposibilidad de evitar la revolución, que era el fin principal de la maniobra del 14 de abril. En Madrid los monárquicos provocaron a la clase obrera, atreviéndose a salir a la calle con su bandera y sus consignas. Siendo la reacción de la masa obrera rápida y unánime, la manifestación fue rápidamente disuelta y el empuje revolucionario fue desarrollándose, los obreros asaltaron la casa del periódico «ABC», periódico monárquico-clerical, pasando a quemar el convento de los odiados jesuitas y demás instituciones religiosas. Este hecho acontecido en Madrid tuvo un gran reflejo en todas las provincias de España; los conventos e iglesias ardieron en todas partes. De hecho este movimiento era, no sólo dirigido contra la iglesia, el monárquico y viejo régimen, en general, sino también contra la República burguesa, contra Alcalá Zamora, que se puso a la defensa de la iglesia y dirigió contra las masas revolucionarias las fuerzas del ejército y la policía.
Otro momento político importantísimo de desencadenamiento de la revolución, es la «semana sangrienta» de julio de 1931 en Sevilla; aquel movimiento surgió sobre la base de los conflictos económicos. El Gobierno, defendiendo la propiedad capitalista, se puso en contra de la ola de huelgas económicas que empezó a desarrollarse; la policía disparaba contra cualquier intento de manifestación o agrupación de obreros. El asesinato de un obrero, muy conocido entre las masas, produjo una gran indignación; y en estas condiciones nuestro Partido tomó la iniciativa, guiando el frente único de todos los obreros y declaró una huelga general de 48 horas que fue realizada de forma absoluta. Las autoridades aumentaron la represión, a la cual los obreros contestaron con una resistencia armada, surgiendo de este modo una serie de luchas armadas que duraron una semana, del 20 al 25 de julio. Para sofocar este movimiento el Gobierno movilizó grandes fuerzas de aviación, y la artillería, destruyendo a cañonazos la casa donde se reunían los comunistas.
El reflejo de los acontecimientos de Sevilla fue enorme en todo el país, la simpatía de los obreros era claramente para sus compañeros de clase y la posición contrarrevolucionaria del Gobierno ayudó a muchos millares de obreros a libertarse de sus ilusiones democráticas. Después de los acontecimientos de Sevilla se puede afirmar en cierto modo que España entró en plena lucha revolucionaria. La ola de huelgas económicas y políticas se desarrolló con una fuerza hasta entonces no conocida. La huelga general de septiembre en Barcelona marchó a la par con los acontecimientos de Sevilla. Al mismo tiempo se desarrolló el movimiento revolucionario en el campo; se produjeron huelgas de obreros agrícolas; se realizaron asaltos a las tierras de los latifundistas, efectuándose el reparto de las cosechas, máquinas, etc.
Se manifiesta también el movimiento nacional sobre todo en Cataluña. Se elaboran proyectos de estatutos regionales y se desarrolla el movimiento en favor de ellos.
La crisis económica a la par que la política contrarrevolucionaria del Gobierno, intensifican el movimiento revolucionario. El balance pasivo del comercio exterior, en los 11 meses del año 1931, era 204.890.000. El curso de la peseta bajó de 9 pesetas, valor del dólar, hasta 13. Bajó considerablemente, sobre todo, la producción de la industria pesada. Millares de obreros eran despedidos de las empresas de Vizcaya, como altos hornos Walco & Wilcox. La cantidad de parados al fin del año 1931 alcanza la cifra de un millón, sin incluir a los ocupados parcialmente y a la desocupación encubierta en el campo.
En enero y febrero del año 1932 el movimiento revolucionario se eleva a un grado superior y mayor que anteriormente. En la aldea de Castilblanco, los campesinos, indignados por la represión, matan a 4 guardias civiles; 5 días después en Arnedo los guardias civiles disparan sobre una manifestación pacífica matando a 10 manifestantes e hiriendo a muchos, entre los que se encontraban mujeres y niños. La indignación por el crimen cometido en Arnedo era unánime en todo el país. El Partido desarrolló una fuerte campaña contra la guardia civil y el gobierno, declarando una huelga general de protesta para los días 25 y 26 de enero. En ésta atmósfera política tan densa el día 19 de enero empieza la huelga en la cuenca minera del Llobregat, huelga que se transforma rápidamente en una insurrección. Los obreros de Manresa, Fígols y otros pueblos ocuparon los ayuntamientos y desarmaron la guardia civil, declarándose en abierta rebeldía. El Gobierno se hallaba muy alarmado y concentró grandes fuerzas del ejército que cercaron el radio sublevado, obligando a los obreros a rendirse. El 23 de enero se declara la huelga general en Barcelona, el 25 empieza la huelga general proclamada en todo el país, llevada a cabo con gran éxito sobre todo en Sevilla y otras ciudades del Sur de España. La cantidad de huelguistas en este mes de enero alcanzo la cifra de un millón. El Gobierno desencadenó una fuerte represión. Se aplicó rigurosamente la ley de «Defensa de la República», adoptada en el mes de octubre y que permite a las autoridades gubernativas hacer lo que quieren. La prensa del Partido fue suprimida, los sindicatos revolucionarios clausurados, los obreros son deportados en masa a África, pero el movimiento no decae pese a todas éstas medidas. El movimiento de febrero, en protesta contra todas estas deportaciones, tiene un alcance aún mayor que en la huelga de enero; la cantidad de huelguistas, en éste, asciende a un millón 300 mil. Y si el Gobierno, al fin y al cabo, ha logrado sofocar este movimiento, el empuje revolucionario en su totalidad no ha terminado. Las huelgas de Toledo, Galicia, Antequera, los días 1 y 29 de mayo, la insurrección campesina de Villa de don Fadrique, las luchas de los obreros contra el golpe de Estado de Sanjurjo nos marcan las etapas de su empuje revolucionario continuado.
El resultado indudable del desarrollo de la revolución obtenido hasta la fecha, es la extrema agudización de las contradicciones de clase, es el debilitamiento considerable de las ilusiones democráticas, el desengaño de las masas de la república burguesa; para ellas se hace cada vez más claro el carácter contrarrevolucionario del gobierno. El Partido Comunista toma y plantea como punto principal de su propaganda y agitación el desenmascaramiento del gobierno de Azaña-Caballero. El Partido combate cualquier matiz de concesión a éste gobierno, cualquier intento de estimarlo como gobierno revolucionario o semirrevolucionario, pequeñoburgués e kerenkista; oponiendo a estas estimaciones oportunistas su estimación clara, que caracteriza al gobierno como contrarrevolucionario burgués latifundista.
El rasgo característico de la dictadura contrarrevolucionaria burguesa-latifundista que reina en España es que ella intenta ocultar su carácter contrarrevolucionario adaptando una máscara democrática. Continuando la maniobra empezada el 14 de abril, es decir, el intento de paralizar la revolución con gestos demagógicos, el gobierno altera su política de represiones brutales y de terror con la política de reformas pseudodemocráticas, que tienen por objeto fomentar las ilusiones republicanas que ya empiezan a desvanecerse. En estos momentos, en el parlamento está a punto de aprobarse la reforma agraria y el Estatuto de Cataluña; lo que está ligado con los dos problemas más agudos de la revolución española; la cuestión agraria y la cuestión nacional. Ni que decir tiene que las reformas adoptadas no resuelven estos problemas en un sentido favorable para las masas oprimidas. La reforma agraria promete realizar dentro de algunos años una colonización para algunos millares de familias campesinas. La promesa, bastante vaga, que deja sin contestar la cuestión de cómo podrán realizar esta colonización los campesinos pobres privados de los capitales necesarios, demuestra su carácter contrarrevolucionario, sobre todo por el hecho de dejar en realidad intactos los grandes latifundios y los derechos feudales. De tal modo el fin de la reforma es defender la propiedad de los latifundistas, intentando calmar al campesinado rebelde con promesas falsas. Lo mismo ocurre con el Estatuto de Cataluña. La autonomía que este estatuto concede a Cataluña es una autonomía nominal, ficticia. Todo el poder real queda en las manos de Madrid y la redención nacional continúa planteándose como problema agudísimo de la revolución. Otras regiones no tienen siquiera una autonomía nominal. Ni que decir tiene que Marruecos y otras colonias continúan en el mismo estado de esclavitud que antes. Lo mismo ocurre también con todas las medidas adoptadas por el Gobierno en todas las actividades de la vida política, Iglesia, aparato del Estado, Ejército, legislación social, etc. Se publican leyes que no satisfacen las demandas de las masas revolucionarias y conceden algo, muy poco –sólo para maniobrar mejor–, para evitar la explosión de la revolución.
Para la situación actual de España, es característico también otro momento: que las «reformas» del Gobierno, que no satisfacen a las masas revolucionarias por su carácter moderado no satisfacen tampoco a una parte considerable de las clases dominantes.
La burguesía que ha pasado al lado de la República el 14 de abril, queriendo con esta maniobra detener el curso de la revolución, viendo ahora el fracaso de sus deseos, viendo el desarrollo rápido del empuje revolucionario de las masas, se asusta cada vez más de los gestos demagógicos de su gobierno y evoluciona a la derecha con la esperanza de utilizar el desengaño de las masas en la República burguesa para volver a una dictadura abierta e incluso a una dictadura monárquica. Después de la maniobra burguesa de izquierda se manifiesta en los momentos actuales una maniobra burguesa de derecha. La forma contrarrevolucionaria encarnada en el gobierno Azaña-Caballero no satisface completamente a toda la burguesía. Esta teme el fracaso de esta arma y por eso crea otros destacamentos y reservas de la contrarrevolución». (Manuel Hurtado; El Partido Comunista de España; Discurso del legado español en el XIIº Pleno de la Internacional Comunista, 1932)
La II Republica tuvo varias etapas y una fase. La primera fue el bienio constitucional (1931-1933), el segundo el reaccionario bienio negro (1934-1936) y, la fase del trienio de la guerra nacional revolucionaria (1936-1939), un salto cualitativo en la defensa de la legalidad vigente. Por lo tanto la historia politica en la Republica fue muy movida en sus antagonismos sociales.
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