«En la sociedad capitalista sobre la explotación y la rapiña, no sólo se desarrolla en su seno la lucha de clases, que indefectiblemente ha de terminar con el triunfo de las masas expoliadas y oprimidas, sino que los Estados imperialistas viven en constante lucha con los pueblos sometidos, dando lugar a movimientos de rebeldía, a alzamientos revolucionarios contra los opresores, que los comunistas hemos de tener en cuenta como un factor importantísimo de la revolución proletaria. Y no sólo en los países coloniales y semicoloniales se producen estos movimientos contra el imperialismo. También dentro de las naciones constituidas se levantan minorías nacionales contra el Estado central, reclamando la independencia económica y cultural y en muchos casos la separación política del Estado central.
Los comunistas, enemigos encarnizados e irreconciliables del sistema capitalista, que tenemos en cuenta sus contradicciones internas y los acontecimientos que de ellas se derivan al profundizarse y salir a la superficie provocando conflictos, a fin de desenvolver nuestra actividad de forma inteligente y eficaz, no podemos ignorar el problema de las nacionalidades oprimidas y el papel que juega la lucha de estas minorías nacionales por su independencia en el desarrollo de la revolución. De ahí la atención especial que presta la Internacional Comunista a los movimientos de los pueblos coloniales y semicoloniales contra el imperialismo y a los de liberación de las pequeñas nacionalidades oprimidas contra los Estados capitalistas, atención que se traduce en el apoyo decidido a todos los Partidos Comunistas del mundo a la lucha de los pueblos oprimidos. De ahí que los Partidos comunistas incluyan entre sus consignas la de «derecho de las nacionalidades oprimidas a disponer de sus destinos libremente hasta proclamarse independientes», poniéndose sin reservas al lado de las minorías nacionales y pueblos coloniales para luchar contra el imperialismo.
El despertar de las nacionalidades y pueblos oprimidos emprendiendo la lucha por la independencia, por sacudir el yugo imperialista, ahonda las contradicciones del régimen capitalista y lo debilita. De ahí que los intereses del movimiento revolucionario de la clase obrera estén ligados estrechamente al de las nacionalidades y colonias por su liberación. Por eso los comunistas, al mismo tiempo que apoyamos el movimiento de los separatistas, tratamos de unirlo con el revolucionario de los trabajadores, diciendo a las masas separatistas que su liberación nacional está unida a su liberación como explotados, y que sólo podrá ser una realidad luchando al lado del proletariado contra el enemigo común, por la implantación de un régimen basado en la unión libre y fraternal de los diferentes pueblos y organizado sobre la economía socialista.
Planteado en España el problema de la nacionalidades con los movimientos nacionalistas de Cataluña, Vasconia y Galicia, el deber del proletariado de las otras regiones consiste en apoyar estos movimientos y arrancarlos de la influencia de sus directores, pequeño burgueses e intelectuales que lo ponen al servicio del imperialismo o que, aprovechándose del sentimiento nacionalista de los mismos, como en Vasconia, arrastran a combatir por la más negra reacción. No se edifica la unión del proletariado y los campesinos de toda España en un solo frente de lucha contra el capitalismo, poniendo a los trabajadores de Castilla, Asturias, etc., frente a las aspiraciones de sus hermanos de Cataluña, Vasconia y Galicia, o desentendiéndose de este problema. Así sólo se conseguiría dividirlos, debilitar las fuerzas de la revolución y apoyar de rechazo al capitalismo opresor.
Si el proletariado se pone contra las reivindicaciones nacionales de los catalanes, vascos y gallegos, además de reforzar el imperialismo español permite a los dirigentes del movimiento nacionalista movilizar a las masas que les siguen contra sus propios intereses de clase, arrastrándolos a movimientos contrarrevolucionarios, como en Vasconia, o a luchar en beneficio exclusivo de los jefes, como en Cataluña. Además, es una de las formas de dividir las fuerzas revolucionarias de los trabajadores, facilitando la tarea de los jefes nacionalistas, que presentarían ante sus partidarios al resto de los trabajadores españoles como enemigos de sus aspiraciones y aliados del imperialismo.
Tampoco la revolución española adelanta nada desconociendo el movimiento nacionalista y abandonándolo a sus propias fuerzas. Esto permite a los representantes del Poder central concertar compromisos con los jefes, nacionalistas –como hemos visto en Cataluña– y quebrantar así el movimiento revolucionario de las masas nacionalistas por la independencia, que es un factor importante para la revolución. Por el contrario, la misión del proletariado revolucionario es unir la aspiración nacionalista de las masas de estos pueblos oprimidos a las reivindicaciones generales de la clase obrera y fundir en uno solo el movimiento revolucionario para derrumbar el capitalismo opresor y acabar con la explotación de los trabajadores.
Dejando la dirección del movimiento nacionalista en manos de los jefes traidores sin intentar atraernos a las masas nacionalistas, supone un desconocimiento absoluto de las fuerzas revolucionarías y de su desarrollo. Por eso el Partido Comunista inscribe en su bandera de lucha la reivindicación de Cataluña, Vasconia y Galicia y proclama el derecho de estas nacionalidades a disponer libremente de sus destinos, comprendido el derecho a proclamar su independencia.
Sólo tomando posición al lado de las minorías nacionales que luchan por su independencia, apoyándolas contra el Estado imperialista, hacemos labor revolucionaria y trabajamos por la unificación de los trabajadores. Y no se oponga a esta concepción de los comunistas el argumento de que el proletariado es internacionalista. La solidaridad internacional del proletariado sería negada por nosotros si nos opusiéramos a la liberación de las minorías oprimidas, cayendo, en cambio, en un estrecho patrioterismo, contrario al internacionalismo revolucionario. La aspiración internacional del proletariado ha de realizarse en la unión libre de las naciones, en las relaciones fraternales de todos los pueblos. «Un pueblo que oprime a otros no puede ser libre», ha dicho Marx.
A pesar de ser tan claro, existe entre algunos militantes una incomprensión grande sobre el problema nacionalista. Últimamente se manifestó francamente en oposición a la política del Partido sobre las nacionalidades el camarada Milla, que afirmaba que el movimiento nacionalista de Cataluña era artificial. Y Milla es el representante de una tendencia que debemos combatir implacablemente, haciendo comprender a todos los camaradas la necesidad de luchar al lado de las masas nacionalistas de Vasconia, Galicia y Cataluña por su independencia. Ponerse frente a la política del Partido negando la existencia de un movimiento nacionalista en España es volver la espalda a la realidad. La débil argumentación de Milla afirmando que el problema es artificial ya indica toda su falsa posición.
¿Cómo explica el camarada Milla la enorme movilización de masas llevada a cabo en Cataluña en torno al Estatuto? ¿Sería posible si el movimiento nacionalista fuera artificial? ¿Cómo podrían cotizarse los jefes del «Estat Cátala» si no existiera un sentimiento nacionalista profundo en Cataluña?
Ignorar el movimiento nacionalista no excluye su existencia, y argumentar sobre los privilegios y la prosperidad de la región catalana para negarlo es tan absurdo como pretender demostrar que no hay parados en España porque el presidente de la República disfruta la asignación de dos millones de pesetas. El movimiento nacionalista es un movimiento real, que arrastra grandes masas de trabajadores, a las que no debemos dejar abandonadas bajo la dirección de los jefes que las engañan y traicionan. El Partido Comunista debe tener una política clara sobre las nacionalidades oprimidas y todos los militantes han de comprenderla y aplicarla con decisión y entusiasmo, combatiendo las desviaciones que se inician y que pueden ser un peligro para la marcha de la revolución». (José Silva Martínez; La revolución y el movimiento nacionalista, 1932)
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