Imre Nagy durante un discurso de 1956 |
«Inmediatamente después del fallecimiento de Iósif Stalin, los elementos pro-burgueses alzaron la cabeza en los países de democracia popular, siendo apoyados por la dirección revisionista jruschovista que ahora podía actuar abiertamente. Los revisionistas húngaros, como representantes de las capas burguesas y pequeño burguesas húngaras, estuvieron aterrorizados por la perspectiva de ver triunfar rápidamente la industrialización socialista y la continuación de la colectivización del campo, liquidando pues, los últimos vestigios del capitalismo en la economía. En esta empresa antisocialista, la burguesía nacional húngara tenía ahora un nuevo aliado en la dirección revisionista soviética. En mayo de 1953, Malenkov, Jruschov y Mikoyán exhortaron al liderazgo de Hungría a «seguir el ejemplo soviético» y «proclamar un nuevo curso». Pero como Mátyás Rákosi había ignorando este mensaje cuando volvió a Hungría, la dirección soviético rogó a Imre Nagy, conocido opositor de la política económica hasta entonces seguida por Mátyás Rákosi, que se uniera a la siguiente delegación de junio de 1953. Este apoyo fue para los revisionistas húngaros la ocasión de cambiar la línea económica del partido hasta entonces comandada por Mátyás Rákosi sobre la edificación del socialismo: ¡la declaración en la resolución de junio de 1953, elaborada bajo la directa injerencia de la dirección soviética criticó «el desarrollo excesivo de la siderurgia», que la política en la que los húngaros habían trabajado hasta ese entonces, era considerada por ellos como el resultado de «una excesiva industrialización y un desarrollo desproporcionado y carente de fundamento, de la industria pesada», que «había impulsado nuestra economía al borde de la quiebra, llegándose a denunciar la «excesiva industrialización socialista» y la «colectivización forzada de la agricultura»!
[Es muy conocido, el mito burgués-revisionista de que el desarrollo de la industria pesada descuidaba el desarrollo de la agricultura, pero en la Unión Soviética se vio, que los mejores datos en el campo se lograron precisamente gracias a la industrialización y a la colectivización que permitió dotar de métodos modernos de explotación bajo una explotación colectiva de las tierras. El segundo mito, quizás todavía más extendido fue el de que la colectivización del campo se hacía a través de métodos coercitivos, cuando en realidad, como atestiguan las obras de cualquier marxista-leninista sin excepción y las estadísticas de la colectivización, el principio voluntario de adhesión de los campesinos a las colectividades era un principio inviolable en el que los partidos comunistas hacían mucho énfasis para no cometer errores que rompieran la alianza obrero-campesina, es más; si esto no fuera así, no se podría explicar ni entender como por ejemplo en la primera experiencia de la historia como fue la colectivización del campo en la Unión Soviética –precisamente con sus deficientes y errores iniciales–, las cifras de miembros de los koljoses y sovjoses tuvieran al principio cifras tambaleantes de adhesiones y abandonos: si realmente se hubiera implantando métodos violentos y severos que no permitieran al campesino quedarse fuera de tales sitios, o abandonar una vez entrado a la colectividad, las cifras serían siempre ascendentes sin repuntes, lo que demuestra la estupidez de las mentiras burguesa-revisionistas. Los propios marxista-leninistas húngaros, hicieron énfasis en este axioma leninista-stalinista en la colectivización de las tierras:
«Durante el pasado año, el número de campesinos que han entrado en la cooperativas de productos se ha duplicado y, según los últimos datos, 118.000 familias campesinas con más de 160.000 miembros cultivaban en 1.160.000 hectáreas en 20 de febrero. Aparte de esto, 559 comités están preparando la entrada de 11.000 familias con 84.000 hectáreas de tierras de cultivo en las granjas cooperativas. Las granjas estatales y cooperativas, el sector socialista de la agricultura, se extienden ahora a alrededor de una séptima parte de la superficie cultivable, y hemos iniciado un renovado, rápido crecimiento en las últimas semanas. (...) ¿Qué se tiene que hacer para promover este desarrollo? El factor decisivo en este sentido, es que nuestro campesinado trabajador debe tomar este camino voluntariamente, por su propia voluntad, a través de su propio juicio y condena. La mayoría del campesinado toma este camino sólo sobre la base de su propia experiencia, o sobre la base de la experiencia que se puede ver con sus propios ojos. Este desarrollo solo puede ser acelerado por medios de convicción. Toda presión o insistencia impaciente, o incluso forzada es perjudicial, y sólo obtendrán los resultados opuestos. Esto nos es enseñado por nuestros grandes maestros, Lenin y Stalin, y está demostrado por nuestra propia experiencia del pasado el desarrollo de las cooperativas húngaras». (Mátyías Rákosi; Informe en el IIº Congreso del Partido de los Trabajadores Húngaros, 25 de febrero de 1951) – Anotación de Bitácora (M-L)]
«Las disposiciones de la resolución de junio de 1953 y el asesoramiento de los camaradas soviéticos se demostraron oportunas y justas». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Como reconoce François Fejtő, las medidas económicas concertadas, adoptadas conjuntamente por los socialimperialistas y sus cohorte de revisionistas en los ex-países de las democracias populares consistieron en:
«La renuncia a la industrialización exagerada, apostando por el desarrollo prioritario de la industria ligera, la disminución de la colectivización y la abolición de las medidas antikulaks». (François Fejtő; Historia de las democracias populares; Tomo II, después de Stalin, 1953-1971, 1992)
En 1956, más del 60% de los koljoses húngaros habían sido disueltos, no representando ahora más que el 10% de la tierra cultivada después de la contrarrevolución de los titoistas húngaros. También en Polonia, el número de los koljoses había sido dividido por seis entre 1956 y 1957, siendo este último un año para el cual el 87% de la tierra estaba en manos de los campesinos privados. Si los elementos pro-burgueses de las democracias populares tenían interés en apoyarse en la dirección revisionista soviética, los revisionistas soviéticos tenían interés en sostener a los revisionistas indígenas con vistas a transformar a los países de ex democracia popular en neocolonias, y seguirían apoyándolos en la medida en que estos revisionistas no se opusieran a su integración en la esfera de influencia de socialimperialismo soviético.
Como los revisionistas indígenas procuraban sobrepasar el marco autorizado por la «libertad que se habían ganado», se oponían inevitablemente de manera creciente a las ambiciones imperialistas de Moscú –la burguesía calificó de «stalinistas» a los revisionistas pro-soviéticos [a los de corte brezhnevista sobre todo - Anotación de Bitácora (M-L)] por los métodos «autoritarios» empleados–, y por lo tanto cuando los revisionistas indígenas en vez de apoyar al revisionismo monocentrista con sede en Moscú [o dicho de otro modo: seguir la teoría y práctica política, económica y cultural del revisionismo soviético como modelo inalienable - Anotación de Bitácora (M-L)], preferían el policentrismo de los titoistas [tesis en la que se apoyaban los revisionistas indígenas como el revisionismo italiano, que querían separarse de la influencia ideológica del socialimperialismo soviético proclamando aquello de que «existen tantas vías «específicas» al socialismo como países» para no seguir directrices ni tutelaje del revisionismo soviético y crear un revisionismo propio acorde a sus intereses que era usado como cabeza de puente por las potencias imperialistas competidoras para inmiscuirse en los ex países socialistas. A pesar de las dificultades creadas por Tito, los revisionistas soviéticos no podían romper abiertamente con él sin correr el riesgo de romper también con los líderes de corte titoista de los países dependientes bajo dominación de otras potencias imperialistas, que ellos mismos consideraban como «progresistas». Por ello, los socialimperialistas soviéticos adoptaron una doble faz con Tito. El socialimperialismo ya había demostrado sus ambiciones coloniales desde 1956 en Hungría, luego en 1968 en Checoslovaquia, y finalmente en 1979 en Afganistán, desde luego bajo la cubierta de la «lucha contra elementos antisocialistas» –elementos a los cuales los mismos revisionistas soviéticos habían apoyado y permitido abiertamente–, cuando los métodos neocolonialistas se mostraban insuficientes, cuando la burguesía compradora procuraba cambiar de socios.
François Fejtő en su introducción de su obra sobre Imre Nagy: «Un comunista que eligió a la gente: retrato de Imre Nagy», de 1957, que relaciona la traición titoista que apunta a promover el «socialismo de rostro humano», es decir, un «socialismo» de obediencia socialdemócrata donde sería desterrada la lucha de clases contra la burguesía, realiza esta interesante observación:
«Así, la elección de Imre Nagy, quién se había levantado contra las mismas personas, que como Mao Zedong o Anastás Mikoyán parecían considerarlo hasta con simpatía, hizo que dicha «apuesta» por su figura fuera después denunciada como un traidor al movimiento obrero internacional, lo que plantea el problema del comunismo húngaro en su verdadero terreno: el de la relación entre la política y la moral». (François Fejtő; Un comunista que eligió a la gente: retrato de Imre Nagy, 1957)
Este terreno de «humanismo y moralismo» –de la pequeña burguesía– obviamente no es específico del «comunismo húngaro», sino que es común y se encuentra en todos los revisionismos de Yugoslavia, China, Checoslovaquia, China, Cuba, etc. donde se tiene como objetivo preservar la posición económica de la burguesía nacional. No sólo la historia no absolverá a los revisionistas, sino que ella siempre desenmascara sus teorías y sus prácticas oportunistas, que acabaran inevitablemente en el basurero de la historia.
Tampoco es casual que Nagy, al igual que todos los humanistas y moralistas burgueses de la época, haya puesto grandes esperanzas en los principios de la no alineación en la que elogió:
«Las ideas de independencia y de la soberanía». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Que habían sido:
«Enérgicamente expresados por los cinco principios de Bandung». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Que:
«Figuran en la declaración de Belgrado». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
A continuación, afirmó la posibilidad de que:
«Estos países y pueblos para avanzar hacia el socialismo y lograr, bajo la dirección de partidos obreros marxistas y otros partidos progresistas y fuerzas patrióticas nacionales, avanzar hacia el socialismo por una vía diferente a la vía soviética». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
A través de:
«Vías específicas que conduzcan al socialismo». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Ya que:
«La ley «desigual del capitalismo» lleva a la conclusión lógica también de un desarrollo desigual del socialismo». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
¡En otros términos, la vieja idea oportunista pseudocientífica de la «teoría de las fuerzas productivas» que es la base ideológica de las opiniones liquidacionistas de los revisionistas! Luego insistió también en:
«La incompatibilidad de los principios de la no alineación con el dogmatismo ideológico perfectamente antimarxista que se desarrolló en la Unión Soviética bajo la fuerza del dogma, que es un tabú, válido y vinculante en todas partes». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Y después de lamentar que:
«La declaración de Belgrado quedase en letra muerta». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Proclamó la necesidad de:
«Eliminar los restos agonizantes del antagónico monopolio de la ideología stalinista». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Que según él:
«Inspiró la actividad de la Komintern y que provocó el conflicto surgido dentro de la Kominform». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957) (Vincent Gouysse; El socialimperialismo soviético: del génesis al colapso, 2007)
Como los revisionistas indígenas procuraban sobrepasar el marco autorizado por la «libertad que se habían ganado», se oponían inevitablemente de manera creciente a las ambiciones imperialistas de Moscú –la burguesía calificó de «stalinistas» a los revisionistas pro-soviéticos [a los de corte brezhnevista sobre todo - Anotación de Bitácora (M-L)] por los métodos «autoritarios» empleados–, y por lo tanto cuando los revisionistas indígenas en vez de apoyar al revisionismo monocentrista con sede en Moscú [o dicho de otro modo: seguir la teoría y práctica política, económica y cultural del revisionismo soviético como modelo inalienable - Anotación de Bitácora (M-L)], preferían el policentrismo de los titoistas [tesis en la que se apoyaban los revisionistas indígenas como el revisionismo italiano, que querían separarse de la influencia ideológica del socialimperialismo soviético proclamando aquello de que «existen tantas vías «específicas» al socialismo como países» para no seguir directrices ni tutelaje del revisionismo soviético y crear un revisionismo propio acorde a sus intereses que era usado como cabeza de puente por las potencias imperialistas competidoras para inmiscuirse en los ex países socialistas. A pesar de las dificultades creadas por Tito, los revisionistas soviéticos no podían romper abiertamente con él sin correr el riesgo de romper también con los líderes de corte titoista de los países dependientes bajo dominación de otras potencias imperialistas, que ellos mismos consideraban como «progresistas». Por ello, los socialimperialistas soviéticos adoptaron una doble faz con Tito. El socialimperialismo ya había demostrado sus ambiciones coloniales desde 1956 en Hungría, luego en 1968 en Checoslovaquia, y finalmente en 1979 en Afganistán, desde luego bajo la cubierta de la «lucha contra elementos antisocialistas» –elementos a los cuales los mismos revisionistas soviéticos habían apoyado y permitido abiertamente–, cuando los métodos neocolonialistas se mostraban insuficientes, cuando la burguesía compradora procuraba cambiar de socios.
François Fejtő en su introducción de su obra sobre Imre Nagy: «Un comunista que eligió a la gente: retrato de Imre Nagy», de 1957, que relaciona la traición titoista que apunta a promover el «socialismo de rostro humano», es decir, un «socialismo» de obediencia socialdemócrata donde sería desterrada la lucha de clases contra la burguesía, realiza esta interesante observación:
«Así, la elección de Imre Nagy, quién se había levantado contra las mismas personas, que como Mao Zedong o Anastás Mikoyán parecían considerarlo hasta con simpatía, hizo que dicha «apuesta» por su figura fuera después denunciada como un traidor al movimiento obrero internacional, lo que plantea el problema del comunismo húngaro en su verdadero terreno: el de la relación entre la política y la moral». (François Fejtő; Un comunista que eligió a la gente: retrato de Imre Nagy, 1957)
Este terreno de «humanismo y moralismo» –de la pequeña burguesía– obviamente no es específico del «comunismo húngaro», sino que es común y se encuentra en todos los revisionismos de Yugoslavia, China, Checoslovaquia, China, Cuba, etc. donde se tiene como objetivo preservar la posición económica de la burguesía nacional. No sólo la historia no absolverá a los revisionistas, sino que ella siempre desenmascara sus teorías y sus prácticas oportunistas, que acabaran inevitablemente en el basurero de la historia.
Tampoco es casual que Nagy, al igual que todos los humanistas y moralistas burgueses de la época, haya puesto grandes esperanzas en los principios de la no alineación en la que elogió:
«Las ideas de independencia y de la soberanía». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Que habían sido:
«Enérgicamente expresados por los cinco principios de Bandung». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Que:
«Figuran en la declaración de Belgrado». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
A continuación, afirmó la posibilidad de que:
«Estos países y pueblos para avanzar hacia el socialismo y lograr, bajo la dirección de partidos obreros marxistas y otros partidos progresistas y fuerzas patrióticas nacionales, avanzar hacia el socialismo por una vía diferente a la vía soviética». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
A través de:
«Vías específicas que conduzcan al socialismo». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Ya que:
«La ley «desigual del capitalismo» lleva a la conclusión lógica también de un desarrollo desigual del socialismo». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
¡En otros términos, la vieja idea oportunista pseudocientífica de la «teoría de las fuerzas productivas» que es la base ideológica de las opiniones liquidacionistas de los revisionistas! Luego insistió también en:
«La incompatibilidad de los principios de la no alineación con el dogmatismo ideológico perfectamente antimarxista que se desarrolló en la Unión Soviética bajo la fuerza del dogma, que es un tabú, válido y vinculante en todas partes». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Y después de lamentar que:
«La declaración de Belgrado quedase en letra muerta». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Proclamó la necesidad de:
«Eliminar los restos agonizantes del antagónico monopolio de la ideología stalinista». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957)
Que según él:
«Inspiró la actividad de la Komintern y que provocó el conflicto surgido dentro de la Kominform». (Imre Nagy; Un comunismo que no olvida al hombre, 1957) (Vincent Gouysse; El socialimperialismo soviético: del génesis al colapso, 2007)
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