viernes, 3 de diciembre de 2021

¿Es el trap el nuevo punk?; Equipo de Bitácora (M-L), 2021


«Algunos también han lanzado la sugerente pregunta: ¿será que con el trap asistimos a un nuevo «punk» o al menos un descendiente que herede su espíritu de rebeldía?

«Entrevistador: Con frecuencia hablas de newpunk. Explícanos por favor qué significa este concepto, cuál es el paralelismo entre la escena trap y el punk.

Kaixo: El newpunk es la forma que tengo de definir mi forma de ver la música en este momento, pero desde un punto de vista casi ideológico. El newpunk representa todos los paralelismos que existen en mi música, como ser socialmente activo y a la vez un nihilista de mierda, que no es capaz de ver un futuro a medio plazo al mundo, tal y como hoy lo conocemos. (…) También su formato es muy parecido al trap: barato, rápido y hacia adelante, al igual que como se está desarrollando en España, en salas pequeñas, todo «self-made», cobrando a entrada, sin intermediarios, etc. Creo aun así que ahora está cambiando, porque también se está normalizando: quizá el trap ahora se parezca más al nuevo pop, o el nuevo rock ‘n roll. Cosa que no me parece mal». (Jnsp; Kaixo: «El #newpunk es ser socialmente activo y a la vez un nihilista de mierda», 5 de abril de 2017)

Entre dos géneros musicales relativamente cercanos en el tiempo lo difícil es que no haya similitudes. Eso que vaya por delante. Si somos astutos podríamos defender con argumentos que el punk ha tenido muchos hijos naturales y bastardos, pero por motivos de extensión solo nos centraremos en su comparativa respecto al trap. ¿Qué ofrece el movimiento punk en cuanto a lirismo?: a) cuenta con canciones que contienen una temática de descripción o crítica social que, cuanto menos, resultan interesantes dentro del círculo de banalidades que se suelen cantar; b) otras, tienen cierto tono político pero que, por lo general, se quedan en nada porque destilan el clásico anarquismo estéril; c) las hay que relatan de forma humorística ciertas escenas cotidianas causando la risa del oyente, pero sin mayor profundidad; d) también es frecuente encontrar alegatos donde se antepone el estilo sobre la sustancia, creyendo que mientras sean provocadoras todo vale; e) por último, y no menos importante, existen cantos desesperanzadores, que son rechazables y no queda más remedio que, en el mejor de los casos, compadecerse del autor pese a no compartir su visión pesimista, autodestructora o nihilista. No hablamos en pasado porque este género sigue teniendo vida, aunque no con la notoriedad de los 70 y 80.

Y bien, de todas estas posibilidades del viejo punk, ¿cuál rescata el trap y géneros parecidos? Pues bien, preminentemente toma como modelo las dos últimas tendencias, por no decir casi en exclusividad. ¿Es eso motivo de orgullo? Para algunos resulta que sí. Sin ir más lejos, Jarfaiter, representante madrileño del «rap kinki», siempre ha estado cercano a este nuevo género trap, hasta el punto de confundirse. ¿Pero cuáles son sus referencias musicales fuera del ámbito hip hopero? Él en sus entrevistas siempre se ha considerado heredero de la música punk de los 80, de Eskorbuto o Cicatriz. Bien, pondremos un resumen sobre qué se basaban estos grupos, para que quien no esté familiarizado pueda entendernos mejor.

a) Misantropía y apoliticismo:

«No hay amigos, ni enemigos / Lucha necia, todos contra todos». (Eskorbuto; Antitodo, 1986)

b) Machismo:

«Voy a entrar en vuestras casas / Destrozando las ventanas / Pa joder a vuestras furcias / A mordiscos y a patadas». (Cicatriz; Fuck furcias, 1986)

c) Pesimismo:

«Perdida la esperanza, perdida la ilusión / Los problemas continúan, sin hallarse solución / El pasado ha pasado y por él nada hay que hacer / El presente es un fracaso y el futuro no se ve». (Eskorbuto; Cerebros destruidos, 1986)

Y más pesimismo:

«Esperando a que crezcamos / Para hablarnos del futuro / Yo no creo en el futuro / Vete a tomar por el culo». (Cicatriz; Fuck furcias, 1986)

En el caso del punk, podríamos decir que guarda como semejanza respecto al trap unas letras muy directas, un nihilismo en cuanto a los valores contemporáneos, predominio de la desesperanza y el cinismo, el consumo de drogas como forma de escapar al tedio, absoluta importancia del individuo y una constante oda al «feísmo», la grosería y lo «políticamente incorrecto». Evidentemente, aquí ya hay conceptos errados cuando no absurdos. La pretensión de que en la creación de una nueva cultura hay que echar a la hoguera toda cultura anterior legada por la historia es de un infantilismo casi entrañable; no por casualidad el punk está directamente influido por el idealismo filosófico, el cual siempre ha sido la corteza del movimiento político anarquista, el mismo que jamás ha logrado nada consistente ni de enjundia. Véase la obra: «Anarquismo» de 2016.

En verdad, los videoclips de los traperos donde se les ven con cruces cristianas o realizando una glorificación del número de conquistas sexuales alcanzadas −que tanto recuerda al glam rock− causaría la risa y/o desprecio automático de cualquier punky. En el caso de la mayoría de los traperos, estos, como ellos reconocen en letras y entrevistas, no piensan en otra cosa que no sea el dinero y la fama, y cuando lo consiguen hacen gala de ello, sacan a escena ese clásico «show off» −presumir− del gangsta rap: mujeres, coches, cadenas de oro y reconocimiento en el mundillo musical. En la escena del viejo punk de los 70 si alguien hiciese eso sería tachado automáticamente de «aburguesado» y de «haberse vendido», puesto que el punky −a diferencia del trapero− no quería salir en los 40 Principales y le guardaba un odio de clase bastante virulento a las altas esferas, mientras que muchos traperos a lo que se dedican es a «tratar de reírse» de ellas e imitar su modo de vida para demostrar que él, pese a «venir de abajo», «también puede vivir como los de arriba», es decir, no pretende acabar con los burgueses, pretende que los pobres más «espabilados», ruines y pícaros −en el peor sentido de la palabra− puedan ser más listos que ellos. Cual Pablo Escobar, esto destila, quiérase o no, la clásica mentalidad del nuevo rico, la cual desea mostrar como «un logro para su clase» que un paria de entre un millón logre escalar en la pirámide social −aunque sea a base de la estafa, latrocinio o sicariato−, ¿y no es esto reproducir, en definitiva, la propaganda hollywoodiense sobre las grandes posibilidades que ofrece el «mundo capitalista»? Muy por el contrario, al punky, por lo general, su arte y el reconocimiento de los suyos le era bastante para ser feliz, aunque sin perspectivas reales de un mundo mejor. Pongamos un ejemplo de este humor ácido que caracterizó al punk de habla hispana donde se intentaba distanciar de ese circo que era el mundo de la música:

«Cuando tenga 40 años / Me voy a hacer la cirugía / Y venderé muchos discos / Con esta carita mía. / Si me marco una chapuza / De la que ni Dios se acuerda / Es una genialidad. / Pues, ¿para qué compré los críticos? / Y si hasta un día me asqueo / Y con todo me mosqueo / Se me ocurre suicidarme / Me convertiré en un héroe». (La Polla Récords; Estrella del rock, 1984)

¿Pero qué es lo que podríamos atestiguar que más une al punk y al trap? La «provocación». El ejemplo más conocido de esto último lo tenemos en el icono más famoso del punk: Sid Vicious. Este alegre joven integrante de la banda británica, los Sex Pistols, fue vendido por los medios de comunicación como el paradigma de la «transgresión punk». Hoy se sabe que en realidad fue un ser depresivo y la clásica marioneta en manos del manager de la banda. Gran parte de las veces estaba tan ebrio y tocaba tan mal el bajo que o bien le desconectaban el bajo o era un profesional detrás del escenario el que lo hacía todo por él; esto no es invención nuestra, en 1994 lo confesó Malcolm McClaren, el manager de la banda. Su amigo y cantante de la banda, Johnny Rotten, también afirmaría en varias ocasiones que se arrepentía de haber introducido a Sid en el grupo porque era un «engendro inútil». No fueron los únicos comentarios negativos que recibiría: por su parte, el bajista y vocalista de la banda de heavy metal Motörhead, Lemmy Kilmister, declaró en una entrevista de 2010 que intentó dar clases de bajo al bueno de Sid, pero lo consideraba «imposible» porque «era muy malo». Por otro lado, además de las confesiones del manager, la mujer encargada del ámbito «estético», la controversial Vivienne Westwood, dueña de una tienda de ropa en Londres que quería poner de moda sus trapos, fue responsable en gran medida de la difusión de un tipo de «estética punk» concreta, popularizada por grupos como el mencionado Sex Pistols. Véase el vídeo de Music Radar Clan: «El punk como movimiento estético» de 2021.

Entonces, ¿cómo se convirtió este sujeto, Sid, en la estrella de los magazines británicos y el marco de referencia de los chicos con crestas? Pues dado que sus talentos musicales eran nulos −de hecho, ni siquiera grabó en el único LP de la banda, el mítico «Never Mind the Bollocks» (1977)−, todo su halo tuvo que ser construido gracias a la publicidad. Entonces, ¿por qué destacaba este señorito? Bueno, el «mérito» de Sid fue como hemos dicho la «provocación». Solía vestir ataviado con la esvástica nazi, escupía al público y defecaba en directo durante los conciertos del grupo. Sid Vicious acabó en 1979 como muchos esperaban: muerto de sobredosis, pero, aunque parezca una broma, todavía hay legiones de seguidores que defienden la figura de Sid como «icono» de toda una generación. ¿Quién podría sentirse identificado con alguien así sino un intranscendente nihilista o un pobre perturbado?

Esto, entre otras cosas, repercutiría negativamente en los espacios punk, ya que, al permitir todo este tipo de exceso en sus bares y locales sin filtro alguno, los fascistas aprovechaban dicha aceptación del «todo vale» en estos espacios, donde podían ser «políticamente incorrectos» y difundir su ideología entre jóvenes influenciables. En otras ocasiones, como confesó muy amargado Henry Rollins, cantante de Black Flag, los conciertos eran tan violentos que hasta los propios integrantes de las bandas punk tenían miedo de tocar porque ellos o sus fans recibían mordiscos, patadas y botellazos. Esta es una de las razones por las que el punk en ocasiones degeneró de un anarquismo ambiguo a una plataforma de violencia absurda donde la virulencia del modelo vitalista del neonazismo pudo coger fuerza. La escena pasó de contar con jóvenes que antes llamaban nazi a cualquier persona con la que discrepasen a ser ellos los que reproducían modelos nazis, y esto sin duda se explica por el hecho de que el punk nunca pudo escapar de sus raíces y costumbres lumpens y anarquistas. Esto puede considerarse como un aviso a navegantes. Véase el documental de Iggy Pop: «Punk» de 2019». (Equipo de Bitácora (M-L); La «música urbana», ¿reflejo de la decadencia social de una época?, 2021)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

No estaría de más comentar que a finales de los 70 algunos punks también utilizaban la política como mera diversión, como forma de reírse o increpar a su público. Johnny Rotten, cantante del mencionado grupo punk británico, Sex Pistols, llevaba una foto de Marx cosida a la cazadora, mientras el bajista, Sid Vicious portaba una camiseta con una esvástica, pero ni Rotten era marxista ni Vicious fascista, sino que hacían esto porque «daría de qué hablar». En un momento en que el Frente Nacional, los herederos de la Unión Británica de Fascistas de Oswald Mosley, se reagrupaba y sus miembros crecían, ¿¡qué gracioso debía ser hacer todo esto, verdad!? A diferencia de otros grupos más comprometidos con los movimientos antifascistas, como Dead Kennedys, Black Flag o The Clash, para los Sex Pistols el antifascismo era una cuestión a tomar a broma y con la que ganar publicidad gratuita. Los primeros son criticables por mil razones en lo ideológico por sus evidentes limitaciones, pero los segundos directamente cumplen un papel gris, solo les adelantarían por la derecha bandas abiertamente fascistas como The Exploited.

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