«Para Schopenhauer, el poder de la tragedia y su catarsis consiste en persuadir al espectador acerca de la necesidad de resignarse ante un mundo dominado por fuerzas irracionales −la voluntad− y aceptar el sufrimiento, porque se halla en la naturaleza del universo −el reconocimiento de que ni el mundo ni la vida nos pueden satisfacer por completo, y que por consiguiente no vale la pena comprometernos−. A partir de allí, aconseja una aceptación del mundo tal como es. La vida es una tragedia. (...) Para Hegel, la «resolución trágica» implica el hecho de que «la justicia eterna es operativa... de una forma según la cual se restablece la sustancia ética y la unidad en y junto a la perdición del individuo que interrumpe su reposo». Una vez más, la «racionalidad del destino» se hace presente. La razón eterna de Hegel triunfa, ya que «el Destino retrotrae la personalidad hasta sus límites y la quiebra por completo cuando ha crecido con arrogancia». Las contradicciones son «anuladas»; el carácter trágico despierta nuestro «temor» cuando contemplamos «el poder de la moral violentada», y nuestra «compasión» cuando contemplamos las consecuencias de su propio accionar. Una vez más, las emociones del espectador se reconcilian con el «orden mundial racional y justo». (...) Sobre los héroes y el heroísmo Brecht tiene cosas importantes que decir. El heroísmo se encuentra donde se lo busque y según se lo mire. Desde admitirse que desde su posición estratégica −como materialista dialéctico− la tragedia desaparece, mejor dicho: la tragedia existe, pero no los temas trágicos. Al ver al mundo en un proceso de constante cambio, donde el hombre interviene para moldearlo en un sentido social constructivo, no puede considerarlo como algo definitivamente trágico. Para la tragedia, el hombre se encuentra en una lucha ineluctable contra fuerzas transcendentes. Por lo general, son consideradas irracionales e inalterables, y terminan por destruir los esfuerzos y objetivos del hombre, aunque a menudo sirvan para desplegar su grandeza. Estas fuerzas presumiblemente castigan la hubris del hombre, su excesivo orgullo frente a un universo justo. O simplemente lo castigan por «existir», una existencia que se ha convertido en un pecado original o en algún tipo de violación a la ley natural o al orden divino. Al ser esta la naturaleza de la tragedia, Brecht sostiene que no puede describir adecuadamente al mundo tal como es en la actualidad. Podemos redefinir la tragedia y su representación de la «visión trágica de la vida» como la forma de arte dramático que muestra la búsqueda frustrada de la libertad en un mundo que no es libre. Para el marxismo, se trata de un mundo de transición; y la tragedia también representa formas y actitudes de transición relacionadas con el periodo particular en el cual se produce o expresa. Al ser los conflictos esenciales a la vida, la tragedia permite comprender mejor los grandes valores de la naturaleza y el heroísmo del hombre. Pero a medida que este va desvelando la naturaleza de aquellos poderes que supuestamente lo frustran y lo destruyen, y en la medida en que convierte a los dioses inmortales en fuerzas naturales para posteriormente controlarlas, la tragedia como tal desaparece, aunque no suceda lo mismo con las situaciones trágicas. En una época como la nuestra, en la que el viejo combate contra lo nuevo, seguirán existiendo desilusiones, derrotas y desastres». (Frederic Ewen; Bertolt Brecht: su vida, su obra, su época, 1967)
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