«Antes de hablar del propio libro de Stirner, ya mencionado, deberemos trasladarnos al «viejo país romántico» y a los tiempos olvidados en que este libro vio la luz. Mientras que la burguesía prusiana, aprovechándose de las dificultades financieras del gobierno, empezaba a conquistar el poder político, en ese mismo momento, al lado del movimiento constitucional burgués, fue ampliándose de día en día el movimiento comunista entre el proletariado. Los elementos burgueses de la sociedad, que necesitaban aún el apoyo del proletariado para lograr sus propios fines, se vieron obligados en todas partes a hacerse pasar por partidarios de cualquier variedad del socialismo; el partido conservador y feudal tuvo también que hacer promesas al proletariado. A la par con la lucha del burgués y del campesino contra la nobleza feudal y la burocracia, la lucha de los proletarios contra el burgués; y, entre ellos, toda una serie de grupos socialistas intermedios que abarcan todas las variedades de socialismo: el socialismo reaccionario, el socialismo pequeñoburgués, el socialismo burgués. Y toda esta lucha, todas estas aspiraciones, se veían aplastadas, no podían manifestarse por la opresión de la violencia reinante, la censura, la prohibición de asociaciones y de reuniones. Tal era la situación de los partidos cuando la filosofía alemana festejaba sus mezquinos triunfos postreros. La censura obligó desde el primer momento a todos los elementos un tanto indeseables a elegir el modo de expresión más abstracto posible; este modo de expresión lo proporcionaba la tradición filosófica alemana, que había llegado precisamente entonces a la completa descomposición de la escuela hegeliana. La lucha contra la religión continuaba todavía. Cuanto más difícil resultaba sostener en prensa la lucha política contra el poder existente, con tan mayor celo se hacía bajo la forma de lucha religiosa y filosófica. La filosofía alemana, en su aspecto más diluido pasó a ser patrimonio común de los «instruidos», y cuanto más se convertía en patrimonio común, tanto más desleídas, incoherentes e insípidas se hacían las opiniones de los filósofos y tanto mayor era el prestigio que esta confusión insipidez les creaban entre el público «instruido».
El embrollo existente en las cabezas de los «instruidos» era espantoso y cada día mayor. Se trataba de una verdadera mezcolanza de ideas de origen alemán, francés, inglés, antiguo, medieval y moderno. La confusión era tanto mayor por cuanto todas las ideas se tomaban sólo de segunda, tercera y cuarta mano, debido a lo cual circulaban tan desfiguradas que era imposible reconocerlas. Compartían esta suerte no sólo los pensamientos de los liberales y socialistas franceses e ingleses, sino incluso las ideas de los alemanes como Hegel, por ejemplo. Toda la literatura de aquellos tiempos −en particular, como vemos, el libro de Stirner brinda innumerables testimonios de ello−, y la literatura alemana contemporánea padece hasta ahora fuertemente consecuencias de todo eso.
Con esta confusión, las ficticias batallas filosóficas pasaban por un reflejo de batallas verdaderas. Cada «nuevo viraje» en filosofía atraía la atención general de los «instruidos», que en Alemania se componen de incontables cabezas ociosas, candidatos a cargos de jueces y profesor, teólogos frustrados, médicos y literatos dedicados a otros menesteres etc. Para esa gente cada «nuevo viraje» significaba la superación y la liquidación definitiva de un peldaño determinado del desarrollo histórico. Bastaba, por ejemplo, con que un filósofo hiciera cualquier crítica del liberalismo burgués para que este último fuese considerado ya muerto, suprimido del desarrollo histórico y destruido también en la práctica. Lo mismo ocurría con el republicanismo, el socialismo, etc. Hasta qué punto habían sido efectivamente «destruidos», «superados» y «liquidados» estos peldaños del desarrollo se descubrió más tarde, durante la revolución, cuando pasaron a desempeñar el papel principal, mientras que se dio ya al olvido a sus destructores filosóficos.
La confusión de las formas y del contenido, la vulgaridad altanera y el absurdo grandilocuente, la trivialidad indescriptible y la miseria dialéctica, peculiares de esta filosofía alemana en su última fase, superan todo lo aparecido en cualquier momento en este terreno. Só1o puede compararse con ello la credulidad de la gente que toma en serio todo eso y lo considera la última novedad, «algo nunca visto». (Friedrich Engels; La consigna de abolición del estado y los «amigos de la anarquía» alemanes, 1850)
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