jueves, 21 de noviembre de 2019

El «pablismo» de Podemos, pese a su pose original, es heredero del «carrillismo» del PCE en su estrategia de toma de poder

Entrevista a Santiago Carrillo realizada por Pablo Iglesias en 2011

«Créanme si les digo que siendo hijo de un militante del FRAP y habiendo militado donde milité, tiene su mérito admirar a Carrillo. Frente a Santiago descubrí que estaba ante al secretario general que condenó irremediablemente a la mediocridad a todos los secretarios generales que llegaron después. Nadie estuvo a su nivel. (...) Nadie ejerció con tanta altura la dignidad de ser Secretario General. A pesar de todo, Santiago era uno de los nuestros. Hasta siempre». (Pablo Iglesias Turrión; El último secretario general, 2012)

Esta confesión serviría para evidenciar los vínculos ideológicos entre uno y otro. Y de paso sirve para avergonzar a todos los ex militantes del Partido Comunista de España (marxista-leninista) y del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótica (FRAP) que ahora ponen sus esperanzas en Podemos y adulan a Pablo Iglesias como el nuevo «mesías» de la revolución, cuando no es sino otro falso profeta. Pero los vínculos entre Iglesias y Carrillo son mucho más profundos que una mera admiración del primero por el segundo.

Si repasamos el histórico libro de Santiago Carrillo: «Eurocomunismo y estado», de 1977, veremos que en lo fundamental, pese a que ahora todos reniegan del renegado, el revisionismo hispano ha recogido sus tesis, o manejan unas similares sin saberlo. En el caso de Podemos, Pablo Iglesias es un conocedor de la historia del Partido Comunista de España (PCE), no solo la ha estudiado, sino que proviene de sus juventudes, y ha podido entrevistar a su ídolo Carrillo, por tanto, es un «eurocomunista» o «carrillista» consciente, aunque como hemos advertido, Podemos y Pablo Iglesias, beben de muchas corrientes, siendo el eclecticismo su bandera.

La línea principal del eurocomunismo para crear su modelo de sociedad, era que sus militantes y aliados tomaran posiciones clave en los medios que dan luz a la ideología, a la cultura dominante. Se creía firmemente que la sociedad capitalista ha cambiado lo suficiente para reformular teóricamente todo el marxismo-leninismo. Bajo tales conclusiones se entiende el porqué del grato papel que el eurocomunismo otorgaba a la capa de la intelectualidad y otras capas sociales –incluso por encima del proletariado– en la transformación de la sociedad, en la búsqueda de lo que sería el «socialismo» –claro que al estilo eurocomunista, con lo que eso suponía–. De ahí deriva su apología de la vía pacífica al socialismo; o sea la exclusividad de la lucha parlamentaria y el reformismo social como instrumento para la toma de poder y después la pretendida transformación social a través de reformas.

En la obra, se insistente reiteradamente en la idea de que se cambiará la totalidad de la sociedad transformando primero la superestructura capitalista, teorizando que esto debe ser la «estrategia de la revolución», y que dicha tarea, se debe lograr realizar ya desde antes de la llegada al poder, aclarando que esta directriz de tomar «posiciones» en los aparatos ideológicos, debe cumplirse como condición clave para que luego triunfe el «proceso revolucionario» general de «transición indolora» para todos:

«La estrategia de las revoluciones de hoy, en los países capitalistas desarrollados, tiene que orientarse a dar la vuelta a esos aparatos ideológicos, a transformarlos y utilizarlos. (...) La solución que tenemos que abordar es, en substancia, la lucha por conquistar posiciones, en la medida de lo posible, dominantes para las ideas revolucionarias en lo que hoy son aparatos ideológicos de la sociedad, sobre los que se asienta la autoridad y la fuerza moral y material del Estado capitalista. Y esto tanto en la Iglesia como en la educación, la cultura, el sistema de relaciones de fuerzas políticas, los medios de información, etc. No se trata de conquistar estas posiciones para un partido, sino para el conjunto de las fuerzas revolucionarias y progresistas que cada vez deben identificarse más con la democracia. (...) En tiempos de Marx y Engels, incluso de Lenin, esta perspectiva hubiera podido tacharse de utópica. Por eso parecía más lógico destruir estos aparatos ideológicos, junto con todo el aparato del Estado burgués, por un golpe de fuerza, y reemplazarlo radicalmente por unos aparatos ideológicos creados a partir del nuevo poder del Estado. (...) Lo que en tiempos de Marx y Engels era utópico, hoy ya no lo es. Porque si el proletariado sigue siendo la principal clase revolucionaria, ya no es la única; otras capas, otras categorías sociales van situándose objetivamente en la perspectiva del socialismo y creando una nueva situación. (...) En definitiva una de las grandes tareas históricas actuales para la conquista del poder del Estado por las fuerzas socialistas es la lucha determinada, resuelta, inteligente para volver contra las clases que están en el poder el arma de la ideología, de los aparatos ideológicos. (...) El camino dentro aún de esta sociedad, antes incluso de llegar al gobierno las fuerzas socialistas, es una acción enérgica e inteligente para la democratización del aparatado del Estado. El punto de partida para ésta reside precisamente en lograr que la ideología burguesa pierda la hegemonía sobre los aparatos ideológicos. (...) Se trata de luchar, por medios políticos e ideológicos, a fin de imponer un nuevo concepto del orden público, más civilizado, inspirado en la idea de la defensa del conjunto de la población y no de los intereses de la minoría privilegiada; un nuevo de concepto del orden público más democrático, y de llevar este concepto a la mente de los componentes de las fuerzas del orden. (...) Volver los aparatos ideológicos del Estado contra las clases dominantes y ganar progresivamente la comprensión y el apoyo, al menos en parte, de los aparatos de fuerza del Estado que permite a aquellas, hasta aquí, garantizar su dominación». (Santiago Carrillo; Eurocomunismo y estado, 1977)

Si uno repasa las más de 200 páginas del libro, comprobará que entre medias hay una renuncia explícita al rol de vanguardia del partido comunista, iguala al proletariado con otras capas sociales considerándolas como «igualmente revolucionarias», y niega la toma de poder mediante la violencia revolucionaria y se rechaza el establecimiento de la implantación de la dictadura del proletariado creyendo que «ya no hace falta», así como se reconoce la llamada «economía mixta» como receta económica válida. Al no haber revolución, de su contrario, se concluye en la idea de que la ansiada «transformación» de la superestructura burguesa –incluyendo instituciones políticas, moral, arte, educación, como poder judicial– se dará paulatinamente, mediante una gran afluencia de partidos, agrupaciones y clases sociales presuntamente «interesados» en ese concepto abstracto del «socialismo», los cuales pugnando legalmente a través los mecanismos político-culturales de la democracia burguesa –pese a reconocerse estar en clara inferioridad frente a los vastos medios de influencia propagandística, medios financieros, e influencias corruptoras con que cuenta la burguesía–, intentaran arrebatar a la burguesía esa influencia en el ámbito cultural que actúa sobre la sociedad, para ponerla a su favor. En ese mismo cuadro ideal se configura que la reeducación entre las «clases privilegiadas» y la creación de una «conciencia cívica» es otro papel activo para dar luz a esa «nueva sociedad».

En conclusión: en el esquema eurocomunista la lucha de clases se desvanece. No hay una ambición de hegemonía política para el proletariado. El cambio cultural no puede consolidarse y desarrollarse como pretendían al no romperse la base económica del régimen capitalista. En el programa eurocomunista al socialismo, los límites de clase entre el proletariado y el resto de clases desaparecen. Los eslóganes se sustituyen en pro de lemas progresistas y nacionales vacíos de contenido de clase, lo que se refleja también en las ilusiones subjetivistas e idealistas sobre el ámbito internacional –creyendo poder influir con las mismas técnicas en el Parlamento Europeo para construir la «Europa de los trabajadores» o con las potencias imperialistas como EE.UU. intentando conseguir en un futuro «tratos más justos con España»–. 

Se puede concluir que las ideas y teorías de los eurocomunistas eran las ideas de los pusilánimes más utopistas, o de los demagogos más embusteros.

Enver Hoxha comentaría irónicamente que según los oportunistas:

«Debemos unirnos con la socialdemocracia y las otras fuerzas políticas, y, con esta unión, no debemos destruir el aparato estatal de la burguesía capitalista, como sostienen los clásicos del marxismo-leninismo, sino influir sobre aquél a través de la propaganda, las reformas, la iglesia, la cultura, etc., para que paulatinamente este poder adquiera la verdadera forma democrática, para que sirva a toda la sociedad y vaya creando las condiciones para edificar por vía pacífica el «socialismo». En una palabra, preconizan la creación de un régimen social adulterado que no tenga nada en común con el socialismo científico». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

Con famosa sarna, diría de los eurocomunistas italianos:

«Los revisionistas pueden quedarse a predicar día y noche, pueden quedarse con la boca seca de tanto hablar en todas las plazas y rezar en todas las iglesias de Italia, pero jamás podrán realizar su sueño reformista de pasar al socialismo a través del parlamento, de la Constitución y del propio Estado burgués». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980) 


Y así lo ha confirmado la historia...

Antes de formar Podemos, Pablo Iglesias decía de su visión del panorama político:

«El discurso político y la ideología, los discursos ideológicos se construyen más que nunca por dispositivos y productos audiovisuales, aquí lo que tenemos es la pelea por definir la realidad. A mí no me gusta hablar de medios alternativos o de medios de contrainformación, porque cuando hacemos eso reconocemos nuestro carácter subalterno, marginal, y nos lo estamos poniendo más difícil a la hora de asumir una pelea por la realidad. (...) Estamos en un momento crucial para disputar nociones como democracia, como soberanía. (...) La gente cree que se milita en los partidos o en los colectivos políticos, no es verdad, la gente milita en los medios de comunicación. La gente con cierto compromiso o interés político asume como referencia un medio. (...) Al fin y al cabo son los medios quienes construyen los discursos. (...) Se trata de entrar en esa esfera mediática. (...) La clave es construir medios. Ser capaces de disputar el significado de las nociones que son normales para todo el mundo, elementos como democracia o soberanía». (Entrevista a Pablo Iglesias en AttactTV, 24 de octubre de 2012)

En Podemos, todas sus figuras han señalado el mismo tono en su estrategia política, que copia palmo a palmo las ideas del antiguo líder eurocomunista del PCE. Pablo Iglesias confirmando su idea de 2012, explica en una visión similar del tema:

«Desde el principio, y aun asumiendo la modestia de nuestro medio, entendimos La Tuerka como «partido». La gente no milita en los partidos, decíamos, sino en los medios de comunicación. La Tuerka primero, y después el programa Fort Apache, fueron los «partidos» desde los que practicamos la lucha política en el terreno de producción ideológica fundamental: la televisión. La Tuerka se convirtió en la escuela que nos preparó para intervenir después, con una enorme eficacia, en las tertulias de las grandes televisiones. Y también nos formó para el trabajo de asesoramiento en comunicación política que desarrollamos paralelamente en España y América Latina, que a su vez nos dio experiencia en el diseño de campañas electorales y en la formación de portavoces y líderes políticos. Gracias a La Tuerka y a la formación en comunicación audiovisual aprendimos a hacer slots y a pensar políticamente en clave televisiva. (...) En aquellos momentos yo entendía que ese proyecto se tenía que llevar a cabo colaborando con la izquierda existente. (...) Desde hace décadas, la televisión es el gran dispositivo ideológico de nuestras sociedades. En los últimos años las redes sociales, aunque con desigual penetración entre las diferentes capas sociales, se han abierto camino como espacios de disputa ideológica que han democratizado hasta cierto punto el acceso a la esfera pública. Aunque las redes están aun lejos de poder medirse con la televisión, fueron muy importantes en nuestra campaña para las elecciones europeas y representan uno de los signos distintivos de Podemos respecto a otros actores políticos. En el caso de la televisión, puede decirse que, de manera mucho más intensa que los dispositivos de producción ideológica tradicionales la familia, la escuela, la religión, etcétera, condiciona e incluso fabrica los marcos –estructuras mentales con valores asociados– a través de los cuales piensa la gente». (Pablo Iglesias Turrión; Entender Podemos, 2015)

Como se ve aquí, el objetivo principal de las figuras de Podemos, es desplegar una militancia entre los centros de producción ideológica de la sociedad para hacer contrapeso a la ideología dominante. Una especie de «entrismo cultural» que la historia ya ha mostrado varias veces como una idea necia que «construye poder» y «transforma la sociedad» poco a poco

Al final, tanto unos como otros, el PCE como Podemos, donde más han centrado su actividad, donde han desplegado toda su impresionante «actividad militante» ha sido en los sillones de las butacas parlamentarias, pese a que ambos negaban que no estaban en política por los sillones, que no estaban interesados en el parloteo parlamentario burgués.

Ambas figuras, Carrillo-Iglesias, aparte de su afán por el concepto de partido de tendencias y fracciones ya comentado, también coinciden en su afinidad con el tronco del trotskismo:

«49. Me gustaría conocer su opinión sobre Trotski.

S. C.: Fue un gran revolucionario, un intelectual muy preparado, un buen escritor, tratado injustamente». (El Mundo; Entrevista con Santiago Carrillo, 4 de noviembre de 2000)

Carrillo confesó, que desde sus inicios, consideraba al trotskismo como una corriente más:

«A Maurin y a Nin, personalmente no llegué a conocerles. Pero es verdad que yo luchaba en la Juventud Socialista Unificada. Luchaba por hacer un solo partido de los trabajadores, y pensaba que los trotskistas eran una fracción más y que pondrían participar. Mantuve una polémica con Maurin, con el periódico del POUM, en la que yo mantenía el criterio de que debíamos unirnos todos: socialistas, comunistas, trotskistas, en un solo partido de los trabajadores. En ese momento sí, tenía una opinión sobre los trotskistas que no coincidía con la del movimiento comunista». (Entrevista de Pablo Iglesias Turrión a Santiago Carrillo realizada el 25 de noviembre de 2011)

Bien, ¿y qué podemos decir entonces que reunía Carrillo y que reúne Iglesias en la actualidad en cuanto a rasgos clásicos del trotskismo? Dejando a un lado el concepto de libertad de fracciones y tendencias ideológicas, podemos anotar también:

«-Un subjetivismo de los acontecimientos que acaba derivando ora en oportunismo ora en aventurismo, pretendiendo alcanzar dichos objetivos ajenos a la realidad mediante el voluntarismo. De ahí que se llegue a promover el «entrismo» en organizaciones socialdemócratas o a promover el terrorismo individual. Lo que convierte al trotskista en un acróbata político.

-La falta de un tronco teórico sólido que se evidencia en un eclecticismo atroz, lo que se traduce en que hoy se defiende una cosa y mañana otra por simple cortoplacismo y oportunismo político, además de la falta de principios claramente definidos. Este eclecticismo está en el núcleo de las riñas en las organizaciones trotskistas que dan lugar a continuas disoluciones. Esto convierte al trotskista en sinónimo de «discordia gratuita» y «liquidacionismo».

-El espontaneismo, el pragmatismo y el cortoplacismo –inherentes a su carácter vacilante pequeño burgués– les lleva a grandes acrobacias políticas que se traducen en contraer alianzas inservibles para la causa –incluso con el ala más reaccionaria del tablero–, supuestamente en pro de un presunto bien inmediato o futuro. Lo que convierte al trotskismo en reserva de la contrarrevolución.

-La distorsión de los hechos histórico bajo alegatos no demostrables, sumado a la reivindicación y vanaglorización de un pasado indemostrable o falso. Lo que convierte al trotskista en un falseador de la historia, en un mitificador-mistificador por antonomasia, y en consecuencia en un promotor de la historiografía burguesa.

-Con el uso del chisme, la calumnia y el insulto ante el debate teórico, sumado a otras técnicas como la desviación de la atención de la cuestión principal –dialéctica erística y diversionismo ideológico–; también encontramos la aceptación formal de los principios y su traición en la práctica. Esto convierte a los trotskistas en teóricos estériles.

-La teoría de que puede existir un Estado políticamente proletario bajo una economía socialista con la dirección de dirigentes revisionistas en el partido dirigente –teoría que influiría notablemente en los análisis idealistas de otros revisionismos–. Lo que convierte al trotskista en un creador de teorías ilusorias sobre el carácter de un verdadero Estado proletario y socialista; niega el análisis de clase del Estado y el carácter de las relaciones de producción existentes. Dando en muchos casos el trotskista un «apoyo crítico» a regímenes revisionistas, siendo por tanto defensor de una más de las variantes de dominación de las clases trabajadoras por la burguesía –revisionista–.

-Promulgadores de la teoría de las «fuerzas productivas», en la que sugieren que ningún país atrasado puede pasar al socialismo sin un largo proceso de libre promoción del capitalismo, que es imposible la industrialización socialista sin la «ayuda» de las potencias capitalistas. De ahí la adhesión a la teoría de la «revolución permanente» del socialdemócrata Parvus convirtiéndola en base teórica del trotskismo. Esto convierte al trotskista en un publicista del desánimo, la resignación ante el viejo orden capitalista –sobre todo en los países dependientes y subdesarrollados–, en un agente de la penetración económica imperialista, y finalmente en un defensor de la «división internacional del trabajo» con todas sus consecuencias.

-Afines a la idea anarquista de que la historia la hacen los héroes, el trotskismo ha promulgado la idea de que un grupo conspirativos puede consumar la derrota de una dirigencia política y por ende de todo el sistema político. Niegan las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para la revolución y exaltan los actos de terrorismo individual como la más alta lucha contra el «burocratismo». Esto convierte al trotskista en un aventurero, en un viejo romántico y utópico, en un blanquista, en un anarquista». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre el falso antitrotskismo, 3 de enero de 2017)

Creemos que ha quedado bastante claro las piruetas políticas de Podemos». (Equipo de Bitácora (M-L); Las luchas de fracciones en Podemos y su pose ante las masas, 2017)

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