jueves, 6 de septiembre de 2018

Repaso histórico a las teorías enfrentadas al axioma científico de la acumulación de capital; Equipo de Bitácora (M-L), 2018


«Toda la serie de teorías que hemos venido desbrozando a lo largo del presente documento sobre Manuel Shuterland no han sido meras invenciones del mismo. La concepción de negación del proceso de acumulación del capital y de monopolización –que es el eje central del negacionismo «sutherlandiano» para con el imperialismo como fase especial del capitalismo–; son «perro viejo» de la literatura revisionista.

El primero de estos testimonios puede encontrarse, de forma más o menos clara, en economistas románticos de la etapa del pensamiento pre-marxista, como por ejemplo Sismondi o Proudhon. Sin embargo, el primer «socialista» que hizo públicas unas disquisiciones similares fue el padre del revisionismo: Eduard Bernstein. Hablamos de revisionismo en marxismo, cuando se revisa un axioma sin argumentación, sin evidencia científica, desde posiciones subjetivas.

Consideramos oportuno dedicar unas líneas a Proudhon y a Bernstein, para trazar el origen del revisionismo del que hace gala el «economista» venezolano.

En 1846-1847, Karl Marx publicó una brillante réplica al libro de Proudhon «Filosofía de la miseria» de 1846. La réplica desmontaba las teorías socialistas del autor francés, mientras elaboraba por primera vez, de forma sistemática la concepción del mundo materialista-dialéctica, superando el primer esbozo de la misma, que apareció en el también polémico libro «La Sagrada Familia» de 1844, coescrito con Engels y dirigido contra el elitismo filosófico de los idealistas y voluntaristas neohegelianos como Bruno Bauer y consortes.

En la polémica con Proudhon, que Marx mandó imprimir bajo el sagaz título «Miseria de la filosofía», encontramos un capítulo referido al desarrollo dialéctico reciente de la economía. En él, encontramos, a su vez, una referencia a la creencia proudhoniana de la competencia como un proceso acabado, definitivo, del desarrollo social precedente. Para Proudhon, por lo tanto, la nueva sociedad no podría sino basarse en la competencia, pues era la forma acabada «más perfecta» de los modos de distribución de los productos –en este caso, mercancías–.

Pese a reconocer las inconveniencias atadas a la competencia –«hundir en la miseria a quien es arrastrado por ella», dicho por el propio Proudhon–, el autor, que es incapaz de concebir un mundo sin «libre competencia» y librecambio, llega a alegar:

«No se trata, pues, destruir la competencia, cosa tan imposible como destruir la libertad; se trata de encontrar para ella el equilibrio». (Proudhon, citado en Marx, 1847: Sección II, § III)

Sin embargo, el futuro no podía tener este fin reservado para la competencia. El devenir histórico y el propio desarrollo de la competencia acabaron por provocar una nueva monopolización, que Marx ya veía antes de la segunda mitad del siglo XIX: mucho antes del desarrollo del imperialismo en el sentido leninista de la palabra.

El tiempo pasó y Marx culminó su obra científica más importante: «El Capital» de 1867. Aquí se desarrolló, por vez primera, la teoría definitiva acerca de la acumulación objetiva del capital en cada vez menos manos, siendo esto un producto lógico de la propia marcha de la competencia.

«La condición primera de la acumulación es que el capitalista consiga vender sus mercancías, volviendo a convertir el capital la mayor parte del dinero obtenido de este modo». (Karl Marx; El Capital, 1867)

En la competencia, esto no está asegurado para todos los capitalistas con cuyas mercancías se concurre en el mercado. De este modo, unos consiguen acumular capital y convertir la plusvalía extraída en el proceso de producción en dinero «contante y sonante», mientras que otros sólo consiguen acumular deudas y pérdidas –que pagan sus obreros antes que nadie, en caso de no tratarse de pequeños productores privados de mercancías, ya que del trabajo de esos obreros es de quienes extrae sus ganancias el capitalista de turno–.

Por esto, y simplificando los argumentos de Marx al resumirlos, los capitalistas acaban deformándose como clase, dividiéndose en capitalistas aún más ricos –ocupando la cota de mercado arrancada a quienes no consiguieron vender sus productos y quebraron–, y por otro lado en nuevos proletarios que se emplearán o bien en defenestrar el precio de la fuerza de trabajo, hundiéndolo bajo mínimos debido a la mayor oferta de trabajadores que demanda de los mismos, o bien en participar en la producción de plusvalía para los capitalistas que se mantienen como tales.

El tema parece zanjado para siempre. Pero es aquí donde Bernstein entra en escena en este mismo momento, negando este proceso con el «argumento» de que, en las bonanzas económicas, los obreros se permiten unos ahorros que les sirven para poner en marcha pequeñas empresas, de forma que la pequeña burguesía acabaría siendo la clase más numerosa a ojos del susodicho político revisionista. Los revisionistas soviéticos anotaban:

«Con el fin de velar la concentración de la producción y el aumento de la riqueza en manos capitalistas, fenómenos que se dan en el proceso de acumulación del capital, [Bernstein] enunció la tesis de que, bajo el capitalismo, el proceso de concentración de la producción se hace más lento en la industria y no se produce en absoluto en la agricultura». (Borísov, Zhamin y Makárova; Diccionario de economía política, 1965)

En su polémica con un Kautsky, éste último todavía marxista antes de su giro hacia el revisionismo, replicaba con brillantez el mencionado «argumento» de Bernstein, dejando claro lo siguiente:

«Encontramos también una concentración del capital allí donde un capitalista se apodera, desde un punto de vista económico, de empresas independientes desde el punto de vista técnico. (...) Algo parecido ocurre con el pequeño comercio y los «restaurants» de todas clases, cuyos propietarios nominales se transforman cada vez más en agentes y en asalariados efectivos de algún gran capitalista. Los dueños de los «restaurants» dependen cada vez más de los grandes fabricantes de cerveza. (...) Además, los fumaderos y los «restaurants»  se convierten cada vez más en propiedad directa de las cervecerías. Los dueños de estos establecimientos no son más que arrendatarios instalados por los cerveceros». (Karl Kautsky; La doctrina socialista, 1909)

Kautsky prosigue:

«El dominio de la pequeña explotación se reduce así cada vez más sin que disminuya el número absoluto de las pequeñas explotaciones. La progresión de la gran explotación se manifiesta, por un lado, por un aumento excesivo de las pequeñas explotaciones». (Karl Kautsky; La doctrina socialista, 1909)

Con esto, hemos visto el origen revisionista de las tesis de Sutherland, que este ha empleado para negar la existencia de la fase monopolística del capitalismo –imperialismo– y, con ello, el leninismo.

¿Basta entonces con reconocer el proceso de monopolización para ser marxista-leninista? En absoluto. De hecho, al afirmarlo, muchos se aprovechan de dicho reconocimiento –como los fascistas o los revisionistas– para especular con «salidas» al problema de dicho fenómeno que en la práctica dejan todo igual.

Hemos de hacer un inciso y anotar que los revisionistas que sí reconocen el proceso de monopolización son más peligrosos, ya que aprovechan tal fenómeno para proponer a las masas unas reformas y un «programa y visión antimonopólica» como si dichas reformas fuesen la panacea contra el capitalismo, o como si directamente muchas de esas recetas se pudieran aplicar sin romper la dinámica de las leyes capitalistas:

«Los revisionistas canadienses propagan la ilusión de que, sin derrocar a la burguesía ni instaurar la dictadura del proletariado, sin liquidar las relaciones capitalistas de producción, es posible la nacionalización de las ramas clave de la economía en las condiciones de un control democrático, que permitiría al «gobierno democrático antimonopolista» controlar efectivamente toda la vida económica, garantizar un desarrollo nacional equilibrado, redistribuir la renta nacional en interés de la clase obrera y de los trabajadores por medio de reformas fiscales democráticas, el alza de salarios, la reducción de la jornada de trabajo, el desarrollo general de los seguros y los servicios sociales en interés de los trabajadores, etc. (19) El PC de Francia, que formaba parte de la coalición gubernamental con los socialistas, habla de la realización, a través de la actividad de la mayoría parlamentaria, de «reformas de la estructura», como la ampliación y la democratización del sector social y nacional, la consolidación de las libertades y derechos de los trabajadores; habla de aplicar nuevos criterios de dirección con la directa participación de los trabajadores, de utilizar los valores «fuera de la lógica del beneficio», de que Francia siga una política consecuente, a favor de la liberación nacional de los pueblos y del progreso económico y social de los países en vías de desarrollo, etc. Precisamente esta línea ha empezado a ser aplicada en el país, según afirman los revisionistas franceses (20)». (Agim Popa y Vangjel Mosiu; Acerca de algunos problemas actuales de la lucha del PTA contra el revisionismo moderno, 1984)

¿En qué puntos podemos resumir los puntos de vistas revisionistas en estas cuestiones sobre el proceso de monopolización del capitalismo?:

«Primero, la negación de la revolución violenta como ley general para derrocar el poder de los monopolios capitalistas y acabar con el dominio de la burguesía, y la prédica de su separación del poder en favor de la clase obrera y de las fuerzas democráticas en formas y con medios pacíficos. (...) Significa, de hecho renunciar a toda lucha verdadera por el socialismo, especialmente en nuestra época, caracterizada por el militarismo y el crecimiento sin precedentes del aparato represivo militar-policial de la burguesía. (...) Segundo, la idea de la «democracia antimonopolista», predicada por los revisionistas en nuestros días, es la idea del abandono de las enseñanzas de Marx y Lenin sobre la necesidad de destruir el aparato estatal burgués y de reemplazarlo con el Estado de dictadura del proletariado. Mientras declaran que la llamada «democracia antimonopolista» significa un cambio radical de las relaciones del poder, predican la conservación y la utilización de las instituciones del Estado burgués supuestamente en interés de la clase obrera, con el supuesto fin de desplazar a los monopolios capitalistas de la dirección del Estado, etc. (...) Tercero, la idea de que la así llamada democracia antimonopolista presupone y encarna la conocida tesis de los revisionistas modernos sobre la «vía democrática, parlamentaria» de tránsito al socialismo, según la «voluntad de la mayoría», en el marco de la ley burguesa y de las constituciones burguesas. (...) Asoma la cabeza la tesis oportunista de que la marcha hacia el socialismo se llevaría a cabo mediante la ampliación cuantitativa de la democracia burguesa, esto es, pasando por la fase de la «democracia antimonopolista» como la denominan hoy, y que, por consiguiente, la revolución y el derrocamiento de la burguesía por medio de ésta son del todo superfluos. (...) Cuarto, la vía de la «democracia antimonopolista», predicada por los revisionistas en nuestra época, es la vía de las reformas en el marco de las relaciones capitalistas, que circunscribe la lucha de la clase obrera a unas cuantas demandas del momento, rechazando y postergando para un futuro incierto y lejano el objetivo final –el derrocamiento de la burguesía, la instauración del socialismo–, y que, en definitiva, pretende el normal funcionamiento y el perfeccionamiento del régimen burgués, su salvación de las dificultades de la crisis y de toda acción revolucionaria». (Agim Popa y Vangjel Mosiu; Acerca de algunos problemas actuales de la lucha del PTA contra el revisionismo moderno, 1984)

Ellos, los revisionistas, al proponer todo esto están precisamente negando al fin y al cabo los desarrollos políticos y económicos que trae consigo esta monopolización.

Pero hay otra consecuencia, y es que de paso, con este tema al presentarlo de tal forma distorsionada, aprovechan y presentan diversas propuestas políticas que justifican alianzas sin principios con los jefes de las formaciones oportunistas de la socialdemocracia, de otras ramas del revisionismo e incluso con agrupaciones liberales o religiosas:

«Les sirve asimismo para justificar sus alianzas carentes de principios con la socialdemocracia y hasta con los partidos burgueses de derecha, presentándolos como fuerzas antimonopolistas, antiimperialistas, democráticas, progresistas e incluso como sostenedoras de la transformación socialista de la sociedad. El acercamiento y la alianza en primer lugar con la socialdemocracia es parte constitutiva e inseparable de toda la lógica y la estrategia de los revisionistas en relación con la vía «pacífica», «democrática», parlamentaria y reformista hacia el «socialismo», en particular atravesando la etapa de la «democracia antimonopolista», que será lograda, según dicen, con los esfuerzos mancomunados de todas las fuerzas democráticas y progresistas, con la «voluntad de la mayoría», etc». (Agim Popa y Vangjel Mosiu; Acerca de algunos problemas actuales de la lucha del PTA contra el revisionismo moderno, 1984)

Ejemplos de esto lo tenemos hoy en Podemos en España: que utiliza el pretexto de que la nación es controlada por una «casta» que se enfrenta a todo el «pueblo» –en cuyo concepto se incluyen a «empresarios patriotas» de diverso tipo–, dando como solución a la «casta» no es ya nacionalizar sus empresas como decían en 2014 sino «imponer una mayor tasa de impuestos» para «frenar sus abusos». El trazar alianzas con grupos no solo oportunistas en la cuestión antimonopólica –como los tercermundistas añejos– sino con los que han sido y son los representantes y gestores en el poder del imperialismo –los monopolios–, intentando Podemos aliarse en materia económica con el PSOE, que ya no es ni socialdemócrata sino una mezcla de neoliberalismo con pose socialdemócrata, un partido conocidos por aplicar medidas antipopulares por doquier en cualquiera de sus anteriores gobiernos fuesen los de González o los de Zapatero. Véase el artículo de Rafael Martínez: «Keynesianismo en el programa económico de Podemos» de 2015 o nuestro artículo «Las luchas de podemos y su pose ante las masas» de 2017.

Todo esto, la tónica común todavía hoy entre los revisionistas que manipulan el fenómeno de la monopolización para sus fines oportunistas. Que tan común debe ser pues para el lector ver las propuestas de alianzas, programas y demás de los partidos revisionistas actuales, que hacen toda una serie de demagogias sobre el antiimperialismo, la antimonopolización, la lucha contra las guerras, etc. ¡No parece que hayan pasado más de 30 años desde estas descripciones que hacían los marxistas albaneses sobre la podredumbre revisionista mundial! Pero así es tristemente, el marxismo sigue en el mismo marisma, o mejor dicho en el mismo barrizal teórico gracias a este tipo de presuntos «marxistas» como Shuterland». (Equipo de Bitácora (M-L); Las perlas antileninistas del economista burgués Manuel Shuterland; Una exposición de la vigencia de las tesis leninista sobre el imperialismo, 2018)

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