«La respuesta a la cuestión anterior se hizo evidente con la publicación de su programa económico. El programa económico de Podemos fue elaborado por dos académicos, Vicenç Navarro y Juan Torres López, ninguno de los dos se refiere a sí mismos como marxista. Un análisis de sus obras económicas confirma fehacientemente esta autoevaluación. La noción que tienen del papel de la teoría económica y el socialismo, es en el mejor de los casos ecléctico:
«Si el proyecto transformador es ir hacia un proyecto en el que cada persona reciba los recursos según su necesidad, y que éstos se financien según las habilidades y posibilidades de cada persona –lo que solía llamarse socialismo–, entonces hay que darse cuenta de que el socialismo se construye y/o destruye cada día en el seno de las sociedades capitalistas. Cuando se crea o refuerza un servicio público de salud universal financiado progresivamente, por ejemplo, se está construyendo el socialismo. Cuando se privatiza su financiación, se está destruyendo. Pues bien, bajo este criterio, e independientemente de cómo se defina el proyecto, hay un enorme potencial de movilización. En realidad, varias encuestas han mostrado que la mayoría de la población en España está de acuerdo con tal principio». (Vicenç Navarro; Apuntes para una estrategia de cambio, 2013)
No hay necesidad de insistir demasiado sobre este párrafo, aparte de hacer hincapié en que el enfoque de Navarro del socialismo es el de un académico burgués liberal occidental, fuera de los límites de lo que nos referimos aquí como revisionismo moderno. El revisionismo moderno, al menos formalmente, reconoce muchas nociones marxistas enunciadas en «El Capital». La profundidad con la que los economistas burgueses liberales leen «El Capital» es particularmente decepcionante. Navarro es conocido por sus puntos de vista eclécticos respecto al keynesianismo y el marxismo. El keynesianismo y el marxismo son irreconciliables en cuestiones claves como la teoría del valor, el empleo, la renta, los bancos, la naturaleza de las crisis, por nombrar unos pocos temas, y en general lo son respecto al carácter de la producción capitalista, como se verá a continuación. Se ha revelado que Navarro se ha convertido en un ideólogo de Podemos. Esto corrobora nuestras primeras sospechas en cuanto a la naturaleza de clase de la organización y de sus verdaderas intenciones al respecto de las cuestiones económicas. Es apropiado tener la oportunidad de hacer hincapié en lo desalentador que es tener en cuenta el modo de producción socialista, o elementos de la misma, dentro de la formación capitalista, en particular en la era del capital monopolista. El gasto social, especialmente en los países desarrollados, a veces es confundido con algún tipo de formación económica per se, independientemente del modo de producción capitalista. Esto no podría estar más alejado de la verdad. No olvidemos que el fascismo europeo en la década de los 30 utilizó elementos de bienestar social para ganarse a sectores de las masas trabajadoras a las ideas fascistas. Como cuestión de hecho, el movimiento fascista comenzó con una retórica neosocialista que implicaba diatribas mordaces contra la «avaricia» de la burguesía. Huelga decir que, en la práctica, el movimiento fascista tuvo que eliminar esta pose antiburguesía con más o menos energía. Lo que es de interés aquí son las consecuencias en la práctica de conciliar ciertas nociones incrustadas en el sistema de las ideas socialistas con una formación social basada en el capital monopolista.
El discurso del reformismo moderno, en especial desde el surgimiento de la crisis que surgió en el año 2008, gira en torno a la desigualdad de ingresos. En el marxismo, la desigualdad de ingresos es una manifestación de un tipo de relaciones de producción, es decir, de las relaciones de distribución. Dicho esto, ya que es evidente a partir de la metodología marxista de la economía política, la relación principal de la producción es el de la relación de la propiedad de los medios de producción. Este último se basa en la dinámica entre el capital y el trabajo. Las relaciones de distribución salen de las relaciones de propiedad. La transformación del carácter fundamental de las relaciones de distribución requiere por tanto un cambio similar en las relaciones de producción. Discutir las relaciones de distribución, o como se ha hecho popular, la desigualdad de ingresos, sin investigar el carácter de las relaciones de propiedad es algo que se encuentra fuera del marco de la metodología marxista y conduce a consecuencias peligrosas para la clase obrera y los movimientos de liberación. El reformismo como una teoría económica en realidad no trata el carácter de la propiedad de los medios de producción, y no lo hace necesariamente porque dicha noción no está presente en su teoría. En su lugar, el reformismo aboga por nuevas políticas fiscales como medio para aliviar la desigualdad de ingresos, en oposición a la nacionalización de los principales medios de producción para el beneficio de la sociedad en su conjunto. El reformismo reconoce la desigualdad de ingresos y es capaz de correlacionarlo cuantitativamente con la acumulación capitalista y las crisis económicas. Para el reformismo la noción de explotación es superficial y esencialmente rechaza la teoría de Marx de la plusvalía y la naturaleza de la ganancia capitalista. En este sentido, el reformismo es fundamentalmente lo que Marx llamaba vulgarismo. La reconciliación ecléctica de Navarro entre keynesianismo y marxismo no es original y no merece ninguna investigación especial, aparte de reiterar la naturaleza fundamentalmente reformista del discurso en torno a la igualdad de ingresos y la reforma económica sugerida por Podemos.
Uno de los principios fundamentales del reformismo moderno es el sistema de postulados formulados por Keynes y las políticas del New Deal promulgadas por el Gobierno de Roosevelt en la década de los 30 con el fin de paliar las consecuencias devastadoras de la crisis económica provocada por la crisis de 1929. El problema de la desigualdad de ingresos, tal como se plantea de manera más explícita en los últimos años, parece estar acoplado a la reactivación del keynesianismo y el neokeynesianismo. En términos generales, sin llegar a ser técnicos y académicos, los políticos tienden a referirse al intervencionismo del Estado sobre la del modo de producción capitalista como el keynesianismo. La literatura económica sobre el tema es bien vasta, y de hecho el neokeynesianismo moderno puede ser tan complicado en sus expresiones, hasta el punto de que no se puede equiparar mecánicamente a la noción de intervencionismo de Estado en el capitalismo monopolista. De hecho, el intervencionismo tiene muchos niveles y puestas en práctica y no es considerado de forma homogénea por los economistas burgueses. Dicho esto, se puede argumentar que el keynesianismo moderno, o neokeynesianismo está de acuerdo en una forma u otra con los postulados que juegan un papel fundamental en la Teoría general. Esto se refiere a la noción del efecto multiplicador. Keynes define el multiplicador como el cociente entre el aumento de los ingresos generadores y el aumento de la inversión, el efecto multiplicador postula que un incremento positivo en la inversión crea un efecto similar en el empleo, que a su vez genera una mayor inversión y así sucesivamente. Por ejemplo, si se inyecta una cierta cantidad de inversión en la economía, parte de esa inversión se traducirá en la creación de empleo. Los trabajadores recibirán salarios, parte de los cuales se va a consumir, parte de los cuales se guardará para una mayor inversión. A grandes rasgos, se cree que un dólar de inversión tarde o temprano generará más de un dólar de ingreso y que el empleo lleno podría ser alcanzado bajo el capitalismo. Sobre la base de este efecto, se cree que la inversión impulsada por el Estado juega un papel central en la consecución del pleno empleo. Con esta declaración, Keynes se aparta del llamado marco neoclásico, conocido comúnmente como el laissez faire. Desde el punto de vista de la política marxista, el postulado del efecto multiplicador carece de fundamento científico y es un subproducto del pensamiento económico vulgar; de ahí nuestra insistencia en referirnos a ella no como un postulado, que se presenta sin pruebas, sino más bien como una hipótesis. Sin apelar a argumentos teóricos se puede afirmar que el pleno empleo no se ha logrado bajo el capitalismo monopolista, ni se ha podido lograrlo. El llamado efecto multiplicador será tratado más adelante.
Los keynesianos argumentan que uno puede encontrar una demostración de que la teoría del efecto multiplicador en las crisis económicas que se mueven en una espiral sin control sino se aplica la intervención, es decir, el efecto multiplicador inverso. Si la variación de la inversión es negativa, se pierden empleos, lo que reduce la demanda, que a su vez reduce la inversión, y así sucesivamente. Esto supuestamente explica los devastadores efectos de la crisis de 1929 y la forma en que otras crisis han reducido la destrucción de las fuerzas productivas en las crisis posteriores. No sólo la teoría económica sino también la práctica ha demostrado que el efecto multiplicador inverso no es una prueba de la validez del efecto, incluyendo el efecto multiplicador positivo. La teoría económica burguesa moderna es la heredada de la economía postclásica, Marx se refería a ella como economía vulgar. La misma noción de un multiplicador, tal como lo plantea Keynes, ya implica un conocimiento vulgar de la fuente de los valores; el resto es una conjetura, en el mejor de los casos.
El carácter anticientífico del keynesianismo ha sido expuesto hace mucho tiempo –como se verá más adelante–. El keynesianismo y la intervención del Estado es relevante para nuestra discusión en la medida en que se convierte en un argumento central del reformismo de hoy que ha resurgido en el programa económico de la llamada izquierda europea, como Podemos. Navarro es vocal sobre la validez de los postulados de Keynes con respecto a la intervención del Estado en el capitalismo como motor de la reforma:
«En base a esta experiencia, las dos líneas estratégicas necesarias para estimular la economía son una intervención pública en el sector financiero para garantizar el crédito, y un aumento de la demanda doméstica a través del aumento del gasto público y de los salarios. Esta vía es, en general, redistributiva, pues incrementa las rentas de los que derivan sus ingresos del trabajo, que son la mayoría». (Vicenç Navarro; Las insuficiencias de los indicadores económicos para medir el bienestar popular: el caso de EEUU y de España, 22 de enero de 2015)
Esta proposición básica constituye el núcleo de la teoría económica que sustenta el programa económico de Podemos y, como se verá más adelante, de Syriza también. El segundo autor del programa económico de Podemos, Juan Torres, tiene que decir lo siguiente en relación con el keynesianismo:
«Keynes rompió con la economía neoclásica porque entendió de otra manera el funcionamiento de los mecanismos económicos. Reconoció la incapacidad del mercado para recobrar el equilibrio por sí mismo, la rigidez intrínseca de algunos de ellos como el de trabajo, y las limitaciones de la política monetaria, situó el origen de los desequilibrios como el desempleo en el mercado de bienes y servicios y entendió de manera bien diferente la naturaleza, el funcionamiento y los determinantes del dinero, de la inversión o de los mercados de capitales. Y fue en función de ello que proponía un tipo de política económica que, además, no se caracterizaba solamente por la voluminosa utilización del gasto público sino también, y quizá fundamentalmente, porque estaba basada en un orden institucional y normativo muy diferente: control de los movimientos de capital, utilización combinada de la política fiscal, monetaria y de tipo de cambio, así como otras instrumentales y sectoriales, centralización del objetivo de pleno empleo, etc. Y, sobre todo, el keynesianismo partía de principios morales radicalmente distintos a los que el liberalismo ha logrado inocular en la política e incluso en la mentalidad colectiva dominante en los últimos decenios, al menos, en dos cuestiones candentes: la desigualdades y el culto al dinero y la financierización». (Juan Torres López; Keynes de nuevo, pero cómo, 2009)
Las obras de Torres sobre el keynesianismo son más intricadas probablemente porque prestó mucha atención a la evolución del pensamiento keynesiano en el período posterior a la guerra. Torres reconoce el carácter progresivo del pensamiento keynesiano con respecto a los postulados de laissez faire, que han sido consagrado en los tiempos modernos por el neoliberalismo. Es contra de este último, es que Torres como representante de la «izquierda» reformista, apunta su crítica. Torres dignifica el keynesianismo contra el «keynesianismo bastardo», en el que él ve una interpretación reaccionaria de la antigua intención de utilizar la inversión del Estado para impulsar el gasto militar y ampliar aún más la desigualdad de ingresos a través de determinados regímenes de tributación. Algunos autores se refieren a esta noción keynesiana como neoliberalismo. Este último incorpora la noción de que el intervencionismo del Estado se pone bajo el servicio de las grandes corporaciones. Esto es, sin embargo, el resultado lógico de keynesianismo, como se discutirá a continuación. Torres expone la degeneración de ciertas interpretaciones de Keynes que niega, efectivamente, para ello utiliza los esquemas clásicos como punto de referencia. En otras palabras, Keynes tenía razón en la formulación de su teoría económica en el contexto histórico que fue diseñado. Su teoría más tarde se convirtió en una guía de acción para la formulación de políticas en el período posterior a la guerra que lleva a lo que se conoce como los «años gloriosos» del capitalismo, en palabras de Torres. El autor también sostiene que el keynesianismo es aplicable más allá de los límites del capitalismo. Que, en términos generales, es un sistema de pensamiento que proporciona una solución al problema de la sostenibilidad en la economía. Uno podría tirarse horas tratando de desentrañar el lenguaje enrevesado de Torres con respecto a la manera en que la economía burguesa interpreta a Keynes y el valor de su legado en un mundo dominado por la doctrina neoliberal. De hecho, Keynes ha sido el economista más debatido entre los especialistas burgueses y no vamos a añadir nada a esta discusión que sea más apreciable.
Que Navarro y Torres se convirtieran en los autores del programa económico de Podemos es una expresión explícita del hecho de que la discusión económica está incrustado dentro de un marco abiertamente burgués. La discusión se lleva a cabo en el plano del keynesianismo y del neoliberalismo, se navega pues, de forma segura en el sistema de coordenadas de la economía burguesa. La tela reformista ha rechazado finalmente las nociones marxistas y, como consecuencia, rechaza abiertamente la socialización de los medios de producción, reduciendo cualquier discusión relacionada con el socialismo a la redistribución de la renta y el bienestar sobre la base del modo de producción capitalista. En este sentido, se puede argumentar con seguridad que el programa económico de Podemos está incrustado en una línea descendente del desarrollo con respecto al revisionismo, del que partía. También se puede argumentar que el programa económico de Podemos tiene un gran parecido al presentado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) durante la década de los 80, en momentos de una grave crisis económica y con las ambigüedades inherentes a la transición española en el fondo.
A pesar de su fraseología, que ha sido descrita como ni de derechas ni de izquierdas, Podemos se presenta con un programa económico burgués característico de la socialdemocracia. No olvidemos que las reformas económicas implementadas por la socialdemocracia española fueron las mismas que permitieron a España la integración en la Unión Europea como un socio menor, lo que llevó a la destrucción sistemática de la industria pesada y la infraestructura correspondiente. Podemos ahora invoca un programa económico basado en postulados keynesianos, pero ahora, sobre la base de un sistema bien definido de las relaciones económicas de dependencia con respecto a los países industrializados de la Unión Europea. Podemos, junto con Syriza, son inflexibles sobre permanecer en la Unión Europea. Por las razones que sean, parecen convencidos de que una retirada de la Unión Económica Europea equivaldría a una catástrofe. Nos quedamos no sólo con un programa socialdemócrata clásico, pero con un sistema de declaraciones llenas de ilusiones y delirios sobre la democratización de las estructuras políticas y económicas europeas. El nivel de desintegración en el pensamiento económico es tan avanzado que muy poco se deja lugar a la terminología de Marx en el discurso. Desafortunadamente, esta evolución responde a una lógica perversa que está lejos del azar. Los movimientos políticos de este tipo inadvertidamente conducen a amplias capas de la población a programas ilusorios y, en condiciones de crisis económicas, en última instancia al fascismo». (Rafael Martínez; El reformismo de Podemos y el renacimiento del keynesianismo, 2015)
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