jueves, 9 de agosto de 2018

Negación del proceso de monopolización en la etapa imperialista del capitalismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2018


««Para mí no existe una etapa monopólica del capitalismo ni mucho menos pre monopólica. (...) No veo nada científico en la teoría del capitalismo monopolista, en mi criterio». (Manuel Sutherland; Comentarios, 3 de marzo de 2015)

Esta barbaridad de Shuterland tampoco es nueva. Otro «experto marxista» nos decía:

«La primera característica es falsa porque los monopolios han existido junto con las pequeñas y medianas empresas desde siempre». (Santiago Armesilla; Reescritos de la disidencia, 2012)

¿Las pequeñas y medianas empresas «han existido desde siempre»? ¿Entonces la propiedad privada sobre los medios de producción y el comercio basado en productores individuales fragmentarios es una ley absoluta de la economía política en cualquiera de sus épocas? Estas absurdeces nos llevan, necesariamente, a dos conclusiones. Primero, Armesilla opina, a modo de un Karl Polanyi de intelecto más escuálido, que la propiedad privada es «intrínseco», algo innato, a la existencia de las sociedades humanas –lo cuál está demostrado como una falsedad. Segundo. La existencia de las pequeñas y medianas empresas, de alguna forma, corrobora que la monopolización no ha alcanzado ningún grado significativo desde el siglo XIX: que «todo sigue igual». Lo cual es todavía más risible como veremos más adelante.

Hacer pasar semejantes alegatos del fijismo y la metafísica por algo cercano a una crítica constructiva y marxista es irrisorio. Demuestra, en su empeño por hacernos creer que nada evoluciona y que todo permanece, que ni siquiera ha centrado la vista al menos por un momento en los datos más recientes relativos a la fusión de grandes empresas y a la dependencia de las pequeñas y medianas empresas respecto a aquéllas. 

Supongamos que su argumento se reduce a afirmar que, aunque exista la concentración progresiva del capital en grandes monopolios, esto no ha afectado en absoluto al carácter del capitalismo y de su política exterior. En este caso seguimos viendo su propuesta como un error peligroso que adormece al proletariado ante las tareas de su época; que impide su comprensión y que se tome partido en nuestras condiciones actuales.

La monopolización, en resumidas cuentas, genera una presión mayor en el mercado externo debido a que, cuando tiene lugar, propicia que el volumen de producción se expanda a ritmos a los que el mercado interno no puede seguir el paso. La mayor productividad acarrea que se generen condiciones donde la reproducción social necesita de muchos más recursos para tener lugar, siendo así que la lucha por las fuentes de materias primas y de mano de obra barata se enardecen como nunca. Asimismo, este mayor volumen de producción ocasiona que el mercado financiero deba expandirse a pasos agigantados para cubrir las operaciones empresariales cada vez más costosas. Estas condiciones son el caldo de cultivo idóneo para que el capital financiero la fusión del capital bancario y del industrial, en palabras de Leninganen un papel cada vez más protagonista en la escena del capitalismo monopolista. Este crecimiento lo sitúa en la punta de lanza de las operaciones del imperialismo; es el capital financiero el que busca esta expansión del mercado para garantizarse la maximización del beneficio; es él, por tanto, el que dicta la política de las potencias imperialistas y el que ocasiona que éstas finalicen el viraje que las lleva desde un dominio militar y colonial de las fuentes de materias primas a un dominio fiduciario de las mismas. La política del capitalismo, por tanto, se transforma en una política neocolonial a causa del avance de la monopolización. Creemos que esto es algo más que significativo y que sí demarca una diferencia entre el capitalismo pre-monopolista y el actual y esto sin adentrarnos en el rol del Estado burgués en todo este proceso; en su transformación de árbitro de los negocios a un capitalista colectivo: un ejemplo más de las sociedades por acciones que brillan en el capitalismo monopolista como estrellas centrales de todo el sistema productivo.

Sea como sea, afirmar que no existe proceso de concentración de la propiedad, monopolización, es desde luego es un tremendo disparate. Ni siquiera José Antonio Primo de Rivera, ideólogo del fascismo español de los años 30, negaba el proceso de monopolización en la sociedad, sabía que negar tal proceso e intentar engañar a la gente no tendría calado ni siquiera entre las masas trabajadoras sin conciencia política, ya que era algo que podía ser visto y comprobado en el día a día por la clase obrera, los intelectuales y los pequeños propietarios. Se sabía por tanto, que hubiera sido perjudicial adoptar como eje la negación del proceso de monopolización para su organización fascista, fijémonos pues a qué niveles de patetismo ha llegado el «marxista» y «reputado economista» Sutherland.

El proceso de monopolización no es estrictamente un fenómeno registrado solamente por Lenin; Marx y Engels ya dejaron constancia que este es un fenómeno implícito del capitalismo, para ello por supuesto se observó la economía burguesa de su época pero también se basaron en lo que exponían y confesaban las propias obras de los pensadores y economistas burgueses como Adam Smith o David Ricardo. En su famosa obra «Manuscritos económicos y filosóficos» de 1843, Marx nos refleja que en el proceso de acumulación del capitalismo el monopolio es un fenómeno característico del capitalismo que sucede como parte de su «curso natural»:

«Como ya sabemos que los precios de monopolio son tan altos como sea posible y que el interés de los capitalistas, incluso desde el punto de vista de la Economía Política común, se opone abiertamente al de la sociedad, puesto que el alza en los beneficios del capital obra como el interés compuesto sobre el precio de las mercancías (Smith, t. I, págs. 199—201), la única protección frente a los capitalistas es la competencia, la cual, según la Economía Política, obra tan benéficamente sobre la elevación del salario como sobre el abaratamiento de las mercancías en favor del público consumidor.

La competencia, sin embargo, sólo es posible mediante la multiplicación de capitales, y esto en muchas manos. El surgimiento de muchos capitalistas sólo es posible mediante una acumulación multilateral, pues el capital, en general, sólo mediante la acumulación surge, y la acumulación multilateral se transforma necesariamente en acumulación unilateral. La acumulación, que bajo el dominio de la propiedad privada es concentración del capital en pocas manos, es una consecuencia necesaria cuando se deja a los capitales seguir su curso natural, y mediante la competencia no hace sino abrirse libre camino esta determinación natural del capital». (Karl Marx; Manuscritos económicos y filosóficos, 1843)

Precisamente Marx explicando a idealistas como Proudhon que no entendían realmente el origen histórico de la monopolización, expresó:

«El señor Proudhon no habla más que del monopolio moderno engendrado por la competencia. Pero todos sabemos que la competencia ha sido engendrada por el monopolio feudal. Así, pues, primitivamente la competencia ha sido lo contrario del monopolio, y no el monopolio lo contrario de la competencia. Por tanto, el monopolio moderno no es una simple antítesis, sino que, por el contrario, es la verdadera síntesis.

Tesis: El monopolio feudal anterior a la competencia.

Antítesis: La competencia.

Síntesis: El monopolio moderno, que es la negación del monopolio feudal por cuanto presupone el régimen de la competencia, y la negación de la competencia por cuanto es monopolio». (Karl Marx; Miseria de la filosofía, 1847)

En otra obra suya, Marx explicaría irónicamente como cambiaban las consignas de la burguesía nacional conforme la época de desarrollo se encontrase el capitalismo en cada país:

«Creyendo en su propia realidad, ¿la escondería quizás bajo la apariencia de algo distinto y buscaría su salvación en la hipocresía y el sofisma? El moderno anden régime es ahora, más bien, el comediante de un orden social cuyos verdaderos héroes están muertos. La historia es radical y atraviesa muchas fases cuando sepulta a una forma vieja. La última fase de una forma histórica mundial es su comedia. (...) La moderna realidad político-social es sometida a la crítica; apenas, por lo tanto, la crítica toca la altura de un verdadero problema humano, se halla fuera del statu quo alemán; de otro modo se colocaría en condiciones de querer alcanzar su blanco por debajo del nivel en que se encuentra. ¡Un ejemplo! La relación industrial en general del mundo de la riqueza con el mundo político, es un problema predominante en la época moderna. ¿Bajo qué forma este problema comienza a preocupar a los alemanes? Bajo la forma de impuestos protectores, del sistema prohibitivo, de la economía nacional. El chauvinismo alemán de los hombres ha pasado a la materia, y así un buen día nuestros caballeros del algodón y nuestros héroes del hierro, se vieron transformados en patriotas. Por lo tanto, se comienza a reconocer en Alemania la soberanía del monopolio en el interior, porque aquel concede la soberanía al exterior.

Se tiende, por consiguiente, a principiar ahora en Alemania por donde en Francia y en Inglaterra se comienza a terminar. El antiguo estado de descomposición contra el cual estos Estados se rebelan teóricamente y que ahora soportan sólo como si soportaran las cadenas, es saludado en Alemania como el alba naciente de un hermoso futuro, que apenas osa pasar de la sutileza teórica a la práctica libre de recatos.

Mientras el problema en Francia y en Inglaterra se plantea así: Economía o dominio de la sociedad sobre la riqueza, en Alemania suena así: Economía nacional o imperio de la pro- piedad privada sobre la nacionalidad. Luego, esto significa suprimir en Francia y en Inglaterra el monopolio, que ha sido empujado hasta sus últimas consecuencias; y, en Alemania, significa ir hasta las últimas consecuencias del monopolio. Allá se trata de una solución y, en cambio aquí y por ahora, de una colisión. He aquí un ejemplo muy a propósito de la forma alemana de los problemas modernos, un ejemplo que nuestra historia, semejante a una recluta inhábil, hasta ahora sólo tiene la tarea de repetir historias ya vividas». (Karl Marx; Introducción para la crítica de «La filosofía del derecho» de Hegel, 1844)

En la que es considerada su obra magna, Marx explicaría el surgimiento y evolución del capitalismo como un proceso donde «la acumulación originaria»:

«La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción es la base de la pequeña producción y ésta es una condición necesaria para el desarrollo de la producción social y de la libre individualidad del propio trabajador. Cierto es que este modo de producción existe también bajo la esclavitud, bajo la servidumbre de la gleba y en otras relaciones de dependencia. Pero sólo florece, sólo despliega todas sus energías, sólo conquista la forma clásica adecuada allí donde el trabajador es propietario privado y libre de las condiciones de trabajo manejadas por él mismo, el campesino dueño de la tierra que trabaja, el artesano dueño del instrumento que maneja como virtuoso. Este modo de producción supone el fraccionamiento de la tierra y de los demás medios de producción. Excluye la concentración de éstos y excluye también la cooperación, la división del trabajo dentro de los mismos procesos de producción, el dominio y la regulación social de la naturaleza, el libre desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. Sólo es compatible con unos límites estrechos y primitivos de la producción y de la sociedad. Querer eternizarlo, equivaldría, como acertadamente dice Pecqueur, a «decretar la mediocridad general». Pero, al llegar a un cierto grado de progreso, él mismo crea los medios materiales para su destrucción. A partir de este momento, en el seno de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten aherrojadas por él. Hácese necesario destruirlo, y es destruido. Su destrucción, la transformación de los medios de producción individuales y desperdigados en medios socialmente concentrados de producción, y por tanto de la propiedad minúscula de muchos en propiedad gigantesca de unos pocos; la expropiación de la gran masa del pueblo, privándola de la tierra y de los medios de vida e instrumentos de trabajo, esta horrible y penosa expropiación de la masa del pueblo forma la prehistoria del capital. Abarca toda una serie de métodos violentos, entre los cuales sólo hemos pasado revista aquí a los que han hecho época como métodos de acumulación originaria». (Karl Marx; El capital, 1867)

Hasta acabar concluyendo, que en su época:

«Un capitalista devora a muchos otros. Paralelamente a esta centralización o expropiación de una multitud de capitalistas por unos pocos, se desarrolla cada vez en mayor escala la forma cooperativa del proceso del trabajo, se desarrolla la aplicación tecnológica consciente de la ciencia, la metódica explotación de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo que sólo pueden ser utilizados en común, y la economía de todos los medios de producción, por ser utilizados como medios de producción del trabajo combinado, del trabajo social, el enlazamiento de todos los pueblos por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista. A la par con la disminución constante del número de magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, aumenta la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavitud, de la degradación y de la explotación; pero aumenta también la indignación de la clase obrera, que constantemente crece en número, se instruye, unifica y organiza por el propio mecanismo del proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en traba del 
modo de producción que ha florecido junto con él y bajo su amparo. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a tal punto que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta se rompe. Le llega la hora a la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados. El modo capitalista de apropiación que brota del modo capitalista de producción, y, por tanto, la propiedad privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada individual basada en el trabajo propio. Pero la producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso de la naturaleza, su propia negación. Es la negación de la negación. Esta no restaura la propiedad privada, sino la propiedad individual, basada en los progresos de la era capitalista: en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de producción creados por el propio trabajo». (Karl Marx; El capital, 1867)

Friedrich Engels comentaría sobre el rápido proceso de monopolización que este había superado todo lo anunciado:

«Desde que Marx escribió lo que antecede, se han desarrollado, como es sabido, nuevas formas de empresas industriales que representan la segunda y la tercera potencia de las sociedades anónimas. La rapidez diariamente creciente con que hoy puede aumentarse la producción en todos los campos de la gran industria choca con la lentitud cada vez mayor de la expansión del mercado para dar salida a esta producción acrecentada. Lo que aquélla produce en meses apenas es absorbido por éste en años. Añádase a esto la política arancelaria con que cada país industrial se protege frente a los demás y especialmente frente a Inglaterra, estimulando además artificialmente la capacidad de producción interior. Las consecuencias son: superproducción general crónica, precios bajos, tendencia de las ganancias a disminuir e incluso a desaparecer, en una palabra, la tan cacareada libertad de competencia ha llegado al final de su carrera y se ve obligada a proclamar por sí misma su manifiesta y escandalosa bancarrota. La proclama a través del hecho de que no hay ningún país en que los grandes industriales de una determinada rama no se asocien para formar un consorcio cuya finalidad es regular la producción. Un comité se encarga de señalar la cantidad que cada establecimiento ha de producir y de distribuir en última instancia los encargos recibidos. En algunos casos han llegado a formarse incluso consorcios internacionales, por ejemplo, entre la producción siderúrgica de Inglaterra y de Alemania. Pero tampoco esta forma de socialización de la producción ha sido suficiente. El antagonismo de intereses entre las distintas empresas rompía con harta frecuencia los diques del consorcio y volvía a imponerse la competencia. Para evitar esto se recurrió, en aquellas ramas en que el nivel de producción lo consentía, a concentrar toda la producción de una rama industrial en una gran sociedad anónima con una dirección única. Esto se ha hecho ya en los Estados Unidos en más de una ocasión: en Europa, el ejemplo más importante de esto, hasta ahora, es el United Alkali Trust, que ha puesto toda la producción británica de sosa en manos de una sola empresa. (...) Así, pues, en esta rama, base de toda la industria química, la competencia ha sido sustituida en Inglaterra por el monopolio, preparándose así del modo más halagüeño la futura expropiación por la sociedad en su conjunto, por la nación». (Friedrich Engels; Anotaciones al III Tomo de El Capital de Karl Marx, 1894)

¡Vaya! Parece que lejos de lo que Shuterland y otros han cacareado durante décadas, Marx y Engels si hablaron del proceso y tendencia hacia la monopolización en los países capitalistas ya en su época. Quizás nuestros queridos marxistas deberían repasar mejor las obras de dichos autores antes de emitir opiniones infundadas.

Queda claro que lo que hace Lenin es recoger las lecciones de los análisis de Marx y Engels y aplicarlo a nuestra época en que el proceso de monopolización se ha agudizado como se predijo especialmente a raíz de la crisis de 1873.

¿Cómo explica Lenin ese proceso de monopolización en sus más famosas obras? Igual que Marx y Engels en su momento, ni más ni menos que respaldando sus documentos con las cifras hechas públicas por los propios economistas burgueses:

«En Alemania, por ejemplo, de cada mil empresas industriales, en 1882, tres eran empresas grandes, es decir, que contaban con más de 50 obreros; en 1895, seis, y en 1907, nueve. De cada cien obreros les correspondían, respectivamente, 22, 30 y 37. Pero la concentración de la producción es mucho más intensa que la de los obreros, pues el trabajo en las grandes empresas es mucho más productivo, como lo indican los datos relativos a las máquinas de vapor y a los motores eléctricos. Si tomamos lo que en Alemania se llama industria en el sentido amplio de esta palabra, es decir, incluyendo el comercio, las vías de comunicación, etc., obtendremos el cuadro siguiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de 3.265.623, es decir, el 0,9%. En ellas están empleados 5,7 millones de obreros sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%; caballos de fuerza de vapor, 6,6 millones sobre 8,8, es decir, el 75,3%; de fuerza eléctrica 1,2 millones de kilovatios sobre 1,5 millones, o sea el 77,2%. ¡Menos de una centésima parte de las empresas tienen más de 3/4 de la cantidad total de la fuerza de vapor y eléctrica! ¡A los 2,97 millones de pequeñas empresas –hasta 5 obreros asalariados– que constituyen el 91% de todas las empresas, corresponde únicamente el 7% de la fuerza eléctrica y de vapor! Las decenas de miles de grandes empresas lo son todo; los millones de pequeñas empresas no son nada. En 1907, había en Alemania 586 establecimientos que contaban con mil obreros y más. A esos establecimientos correspondía casi la décima parte –1,38 millones– del número total de obreros y casi el tercio –32%– del total de la fuerza eléctrica y de vapor. El capital monetario y los bancos, como veremos, hacen todavía más aplastante este predominio de un puñado de grandes empresas, y decimos aplastante en el sentido más literal de la palabra, es decir, que millones de pequeños, medianos e incluso una parte de los grandes «patronos» se hallan de hecho completamente sometidos a unos pocos centenares de financieros millonarios. En otro país avanzado del capitalismo contemporáneo, en los Estados Unidos, el incremento de la concentración de la producción es todavía más intenso. En este país, la estadística considera aparte a la industria en la acepción estrecha de la palabra y agrupa los establecimientos de acuerdo con el valor de la producción anual. En 1904, había 1.900 grandes empresas –sobre 216.180, es decir, el 0,9%–, con una producción de 1 millón de dólares y más; en ellas, el número de obreros era de 1,4 millones –sobre 5,5 millones, es decir el 25,6%–, y la producción, de 5.600 millones –sobre 14.800 millones, o sea, el 38%–. Cinco años después, en 1909, las cifras correspondientes eran las siguientes: 3.060 establecimientos –sobre 268.491, es decir, el 1,1%– con dos millones de obreros –sobre 6,6 millones, es decir el 30,5%– y 9.000 millones de producción anual –sobre 20.700 millones, o sea el 43,8%–. ¡Casi la mitad de la producción global de todas las empresas del país en las manos de la centésima parte del número total de empresas! Y esas tres mil empresas gigantescas abrazan 258 ramas industriales. De aquí se deduce claramente que la concentración, al llegar a un grado determinado de su desarrollo, por sí misma conduce, puede decirse, de lleno al monopolio, ya que a unas cuantas decenas de empresas gigantescas les resulta fácil ponerse de acuerdo entre sí, y, por otra parte, la competencia, que se hace cada vez más difícil, y la tendencia al monopolio, nacen precisamente de las grandes proporciones de las empresas. Esta transformación de la competencia en monopolio constituye de por sí uno de los fenómenos más importantes –por no decir el más importante– de la economía del capitalismo moderno». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916)

Avancemos un poco más históricamente, veamos cifras del proceso de monopolización desde principios del siglo XX hasta mediados de los años 30:

«En 1925, las pequeñas empresas –de 1 a 5 personas–, sumaban en Alemania 1.614.069 y las grandes –más de 5.000 personas– 67. Del total de la fuerza motriz alemana –en HP– 1.368 millones fueron consumidos por la industria pequeña y 2.738 millones para la grande. En 1937, el promedio de la fuerza motriz para gran empresa aumentó el 26%. En el mismo periodo desaparecieron engullidas por los monopolistas, 58.600 pequeñas empresas. En los EEUU, del 1909 al 1929, las grandes empresas saltaron de 540 a 996 y el valor de su producción pasó de 43,8% a 69,3%, en relación a la producción total. Con la crisis de 1929, las pequeñas empresas disminuyeron un 38,4% y en 8,8% las grandes. Pero, al mismo tiempo el número de empleados de las grandes empresas aumentó un 11,4%. En Francia –sin contar Alsacia-Lorena–, de 1906 a 1926, las empresas gigantes –más de 1.000 obreros– ascendían de 207 a 362. El personal de las grandes –de 50 a 1.000 obreros y de las empresas gigantes –1.000 y más obreros–, en relación al total francés, pasó de 38,7% a 58,2%. (...) Veamos algunos ejemplos de concentración bancaria: En Alemania, de 1912 a 1913, 9 grandes bancos berlineses controlaban el 49% de los capitales bancarios. En 1931, 4 grandes bancos berlineses controlaban el 63%. En los Estados Unidos, la parte que corresponde a los bancos con un capital superior a 5.000.000 de dólares aumentó del 32 al 48% en el periodo 1923-1934. En Japón, la parte de los cinco grandes bancos de Gran Bretaña fue: 1900, tenían el 25%; en 1913, el 40%; en 1924, el 72%. Del 1929 a 1933, el número de bancos en los Estados Unidos, cayó de 25.000 a 15.000. Los de Japón, entre 1914 y 1935, disminuyeron de 2.155 a 563». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 1944)

Como se está demostrando, la tendencia a la concentración de la producción y el capital es un hecho irrefutable e intrínseco al capitalismo:

«Un rasgo característico del capitalismo actual es la concentración cada vez mayor de la producción y del capital, que ha llevado a la unión de las pequeñas empresas con las empresas poderosas, o a la absorción de aquellas por estas. Asimismo esto ha traído como consecuencia el agrupamiento masivo de la fuerza de trabajo en grandes trusts y consorcios. Además estas empresas han concentrado en sus manos enormes capacidades productivas, fuentes energéticas y de materias primas en proporciones incalculables. En la actualidad, en las grandes empresas capitalistas se explota también la energía nuclear y la tecnología más reciente, que pertenecen exclusivamente a dichas empresas. Estos gigantescos organismos tienen un carácter nacional e internacional. En el interior del país han destruido la mayoría de los pequeños patronos e industriales, mientras que en el plano internacional se han erigido en consorcios colosales, que abarcan ramas enteras de la industria, la agricultura, la construcción, el transporte, etc., de muchos países. Dondequiera que los consorcios hayan clavado sus garras y que un puñado de capitalistas multimillonarios haya realizado la concentración de la producción, se amplía y profundiza la tendencia a eliminar a los pequeños patronos e industriales. Este camino ha conducido al ulterior fortalecimiento de los monopolios. (...) Las pequeñas y medianas empresas, que subsisten en estos países; dependen directamente de los monopolios. Reciben encargos de estos monopolios y trabajan para ellos, reciben créditos y materias primas, tecnología; etc. Prácticamente se han convertido en sus apéndices. (...) La potencia económica de los monopolios y la creciente concentración del capital, hacen que las «pequeñas criaturas», es decir, las empresas no monopolizadas, típicas del pasado, no sean las únicas víctimas de la lucha competitiva, sino también las grandes empresas y grupos financieros. Debido a la desenfrenada sed de los monopolios de obtener elevados beneficios y a la exacerbación al máximo de la competencia, este proceso, a lo largo de los últimos dos decenios, ha adquirido proporciones colosales. Actualmente las fusiones y las absorciones en el mundo capitalista son de 7 a 10 veces mayores que en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial». (Enver Hoxha; El imperialismo y la revolución, 1978)

¿No le parecen suficientes estas cifras al economista Manuel Sutherland y sus seguidores? Quizás no. ¿Sigamos entonces? Veamos datos de mediados del siglo XX para los que no creen en el proceso de monopolización, esta vez no solo analizando la producción, sino la mano de obra según los datos proporcionados por Statistical Yearbook, Monthly Bulletin of Statistics, United Nations y  Fortune.

«Así, por ejemplo, en 1976, en las 500 corporaciones estadounidenses más grandes, trabajaban casi 17 millones de personas, que representaban más del 20 por ciento de la mano de obra ocupada. A ellas correspondía el 66 por ciento de las mercancías vendidas. En la época en la que Lenin escribió su obra: «El imperialismo, fase superior del capitalismo» en 1916, cuando en el mundo capitalista sólo existían una gran compañía estadounidense, la «United States Steel Corporation», cuyo capital activo ascendía a más de mil millones de dólares, mientras que en 1976 el número de sociedades multimillonarias era alrededor de 350. El trust automovilístico «General Motors Corporation», este súper monopolio, en 1975 disponía de un capital global superior a los 22.000 millones de dólares y explotaba a un ejército de 800.000 obreros. A éste le sigue el monopolio «Standard Oil of New Jersey», que domina la industria petrolera de los Estados Unidos y de los demás países y explota a más de 700.000 obreros. En la industria automovilística existen tres grandes monopolios que venden más del 90 por ciento de la producción de dicha rama; en las industrias aeronáutica y siderúrgica cuatro compañías gigantescas dan, respectivamente, el 65 y el 47 por ciento de la producción. Un proceso similar ha tenido y tiene lugar también en los otros países imperialistas. En la República Federal Alemana, el 13 por ciento del total de las empresas han concentrado en sus manos alrededor del 50 por ciento de la producción y el 40 por ciento de la fuerza laboral del país. En Inglaterra dominan 50 grandes monopolios. La corporación británica del acero proporciona más del 90 por ciento de la producción del país. En Francia las tres cuartas partes de esta producción están concentradas en las manos de dos sociedades; cuatro monopolios poseen toda la producción de automóviles y otros cuatro toda la producción de los derivados del petróleo. En el Japón, diez grandes compañías siderúrgicas producen todo el hierro colado y más de las tres cuartas partes del acero, mientras que en la metalurgia no ferrosa actúan ocho compañías. Y lo mismo sucede en las demás ramas y sectores». (Enver Hoxha; El imperialismo y la revolución, 1978)

Podríamos poner casos actuales de monopolización en cualquier país y en cualquier rama productiva, pero para no extendernos demasiado nos contraemos en las fusiones bancarias de los bancos españoles que han venido sucediendo especialmente desde 2009 aproximadamente:

«El proceso de concentración iniciado por el sistema financiero a primeros de 2010, a raíz del estallido de la crisis de las cajas, ha hecho que el ahorro de los españoles esté cada vez en menos manos. A 31 de marzo del presente año, seis grupos (Santander, BBVA, Caixabank, Bankia, Popular y Sabadell) copaban el 72,1% del total de los depósitos bancarios, diez puntos más que a finales de 2009. La principal causa de ese aumento ha sido la absorción por las entidades más grandes de aquellas otras que presentaban serios problemas como consecuencia del desplome del mercado inmobiliario. Gracias a ello, han conseguido incrementar su implantación territorial y hacerse con una mayor porción del negocio de la que disfrutaban antes de que el sector iniciara su reestructuración». (El Público; Seis bancos controlan ya tres cuartas partes del ahorro de los españoles, 21 de julio de 2015)

El diario El Confidencial creó un [gráfico] muy ilustrativo sobre la concentración bancaria española durante 2008-2017, uno que escépticos de la monopolización como Shuterland deberían ver.

«Media docena de fabricantes de turrón en España, los más importantes entre ellos, fueron sancionados hace unos días por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) con una multa de 6,12 millones de euros por pactar para repartirse el mercado. (...) El caso de los fabricantes de turrón puede parecer anecdótico, pero es un buen ejemplo de otras situaciones con rasgos de oligopolio que nos afectan a diario y de un modo mucho más grave. Los subidones que sufrimos en los precios de la gasolina o en la factura de la luz se relacionan desde hace años con este tipo de prácticas, en las que han incurrido empresas de los más diversos sectores, en un contexto donde grupos reducidos de grandes compañías tienden cada vez más a repartirse algunos de los mercados más importantes: Endesa, Gas Natural e Iberdrola el sector energético;Repsol, Cepsa y BP, el de los carburantes;Telefónica, Vodafone y Orange, el de la telefonía móvil... (...) En la mayoría de los países, y aunque en diversos grados, las prácticas oligopólicas no son legales, por lo que no se llevan a cabo abiertamente. La apariencia es que existe una competencia real, en la que las empresas mantienen una lucha por obtener la mayor cuota de mercado. La realidad, sin embargo, es que estas compañías toman continuamente decisiones estratégicas, teniendo en cuenta las fortalezas y debilidades de la estructura empresarial de cada competidor. La posición dominante de estas empresas y la falta de competencia real se traduce en efectos claramente negativos para el consumidor, incluyendo precios por encima de la realidad del mercado, una producción inferior a las necesidades derivadas de la demanda, bajos niveles de calidad, o la práctica imposibilidad de que se incorporen nuevos oferentes a un determinado sector». (20 minutos; Electricidad, gasolina, móviles y hasta el turrón: el poder de los oligopolios, 9 de mayo de 2016)

¿Por qué un diario no revolucionario se iba a empeñar en demostrar una conclusión marxista sobre el capitalismo sino fuese una realidad?

Pongamos un último ejemplo con el caso de las eléctricas en España. La extinta OCTE nos comentaba en 2017:

«Los antecedentes de la situación oligopólica en España son tanto los monopolios del capitalismo de Estado franquista como la liberalización del mercado en 1997, a raíz de la crisis económica de 1995. Los monopolios franquistas hicieron posible que, con la liberalización, las diferentes y pocas grandes empresas eléctricas pudiesen alimentarse de empresas menores y acaparar cuota de mercado ante sus homónimas, llegándose a la situación actual. Presenciamos la competencia encarnizada entre los tres oligopolios de la electricidad en España, proceso que llevará de forma insoslayable al monopolio. El mercado exterior tiene una gran importancia en este proceso.

La situación, después de ese proceso, quedó configurada de tal modo que sólo hay tres oferentes mayoristas Gas Natural, Iberdrola y Endesa a pesar de que existen cuantiosas empresas minoristas, a las cuáles pagamos por la luz. Estas empresas minoristas compran la electricidad, almacenada en la Red Eléctrica, a los oligopolios, para ofertarla de nuevo habiendo subido el precio para dejar un margen de beneficios, el cuál se denomina técnicamente «interés del capital» y que llegue a los consumidores.

La relación de esta situación mercantil con la subida del precio de la luz consiste en que los tres oligopolios, al ver que dado el temporal se redujo la producción de electricidad, decidieron todos a una pero independientemente subir el precio de la electricidad paulatinamente. Sólo cuando vieron que sus competidores oligopólicos empezaron a hacer lo mismo, el precio empezó a aumentar de manera desenfrenada. Esta subida afecta sólo a una tarifa, que posee el 46% de los usuarios. Pero dado el papel de la electricidad en la producción en general, el Índice de Precios al Consumo aumentó en un 3%, afectando asimismo a toda la sociedad española». (Organización Comunista del Trabajo de España; Sobre el precio de la luz, 2017)

A este punto queda demostrado ante el lector que el proceso de monopolización es un hecho; en consecuencia... hablar de crear un capitalismo sin monopolios no tiene sentido pues como la historia ha demostrado la libre concurrencia conduce inevitablemente al monopolio por las leyes económicas del propio capitalismo.

La monopolización es una constante que impone la ley fundamental del capitalismo como forma última de la economía mercantil que no es otra que la «ley del máximo beneficio», ley que genera una voluntad depredadora entre sus elementos, tal ley genera la competencia característica por las cuotas de mercados que permiten a unos competidores imponerse sobre otros tanto en el mercado nacional como internacional, tal ley es la que genera la ruina de los pequeños y medianos burgueses ante los monopolios, la que provoca la especulación, la que provoca la destrucción de las propias fuerzas productivas en el capitalismo durante las «crisis de sobreproducción». La monopolización es parte «natural» del desarrollo del capitalismo; el capitalismo solo puede desembocar en la monopolización, y cualquier intento de negar o revertir este proceso dentro del capitalismo es sencillamente una estupidez que hace que dicho sujeto se posicione en contra de las leyes del desarrollo histórico, de la dialéctica de la histórica. Parece ser que ésta última es la postura de nuestro charlatán: Manuel Sutherland». (Equipo de Bitácora (M-L); Las perlas antileninistas del economista burgués Manuel Shuterland; Una exposición de la vigencia de las tesis leninista sobre el imperialismo, 2018)

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