jueves, 21 de junio de 2018

La filosofía en la Alemania nazi; V. J. Mc Gill, 1942

Max Scheller, Martin Heidegger, Carl Schmidtt y Søren Kierkegaard
«Escuelas y movimientos

Antes de Hitler, Alemania era el foco filosófico dél mundo. Producía mucha más literatura y ejercía más influencia que ningún otro país. Desde el advenimiento de Hitler la cantidad de la producción continúa siendo impresionante, pero la calidad ha descendido catastróficamente. Casi no han sido publicados libros importantes y los movimientos más significativos fueron destruidos o asfixiados. Primero los escritores marxistas y otros influidos por el marxismo y aún aquellos intelectuales vinculados a los sindicatos o al movimiento liberal reformista, fueron perseguidos y silenciados. Más tarde la persecución se extendió. Aun las escuelas filosóficas apartadas de la política sufrieron las consecuencias.

Así el positivismo lógico, o el empirismo lógico, como se le llama ahora huyó de Berlín en 1933, de Viena en 1938, de Praga en 1939 y de Varsovia en 1938-39. Los nazis se opusieron al positivismo lógico alegando que era internacionalista, indiferente u hostil a los propósitos de la Nueva Alemania, que muchos de sus propugnadores eran judíos y que el positivismo estrecho no era capaz de comprender la profundidad de conceptos nazis tales como raza, volk pueblo o nación, cultura nacional, ciencia nacional, etc. Sin duda los positivistas lógicos que se ocupan extensamente en buscar definiciones exactas y en el análisis de los significados, irritaban a los nazis. Si por ejemplo «la raza nórdica» significa «todos los individuos que tienen ciertas propiedades mensurables o ciertas normas definidas de conducta», comienza a resultar dudoso si el término tiene algún sentido y, según progresa el análisis, puede considerarse que el concepto de raza nórdica no exista en lo absoluto. Pero hasta ese extremo es lo más lejos que llegan los positivismos lógicos. Con pocas y dudosas excepciones son incapaces de mostrar los intereses económicos clasistas que se esconden tras esos pomposos absurdos nazis y, por consiguiente, ayudan muy poco a la lucha contra el fascismo en Alemania o en los demás países.

Husserl y sus investigaciones lógicas

La fenomenología es otra escuela filosófica que lo ha pasado mal en Alemania desde 1933, aunque su influencia estaba ya probablemente en decadencia antes de esta fecha. El fundador y principal filósofo de esa escuela, el difunto Edmundo Husserl, desarrolló la fenomenología desde la investigación de las formas y estructuras a priori de los actos mentales, hasta «la ciencia fundamental de la subjetividad», la ciencia, que, según él creía, constituía la única prueba y el complemento final de todas las otras ciencias. Examinando esta filosofía con su fe errónea en la intuición interior y en análisis afanoso como métodos para alcanzar la verdad final e incuestionable, uno queda más impresionado por su irrelevancia hacia las concepciones nazis, que por cualquier señalada incompatibilidad.

La filosofía de Husserl tiene en general pocas implicaciones sociales directas (1). Esto, en sí mismo, es una gran limitación. Con el fascismo avanzado parecía necesario que la filosofía, aunque rechazando la perspectiva aristócrata de Platón, se asiera fuertemente a su alta tradición platónica y aceptara la responsabilidad política como una obligación primaria. Pero la filosofía de Husserl, lo mismo que el positivismo lógico, debe ser considerada no sólo en relación con las circunstancias político-económicas circundantes, sino en la perspectiva de las tradiciones académicas y filosóficas. La historia de la filosofía engendra problemas propios, que sólo son influenciados indirectamente por los conflictos inmediatos del orden social. Era a esos problemas a los que Husserl se dedicaba. Cuando él insistía que la verdad era universal y la ciencia válida igualmente para todos, contradecía, el credo nazi según el cual la verdad es alemana o al menos pro-alemana. Pero cuando apoyaba el subjetivismo –aunque en forma muy sofisticada– daba quizás ayuda involuntaria a corrientes peligrosas, desalentando métodos más fructíferos y objetivos. Lo cierto es que la filosofía idealista de Husserl, porque era internacional y realista, porque no tenía nada que decir de volk, raza, o de la obediencia y liderazgo místicos y porque Husserl mismo era judío, no tenía porvenir después del asenso de Hitler.

Max Scheller: un precursor

Los continuadores de Husserl y aquellos influidos por ello, han estado siempre tan alejados de la pelea. Algunos se hicieron nazis después de 1933 y uno de ellos, Marx Scheler, escritor influyente y brillante, medio judío de origen, pero católico en su orientación filosófica, se anticipó al nazismo aunque murió antes de que Hitler tomara el poder y antes de que pudiera saber a qué se refería su movimiento. Esto es un fenómeno de la mayor importancia: las ideas fascistas se expresan mucho antes de que el fascismo llegue al poder pero siguiendo la aparición de aquellas condiciones económicas que son las responsables de su éxito. Las ideas fascistas podrían haber servido como advertencia contra el fascismo en los diversos países.

Como muchos otros Scheler fue un precursor del nacional-socialismo. Lo vemos claramente en su apasionada defensa de Alemania en 1915 durante la primera Guerra Mundial (2). Durante la guerra hay derecho a esperar algunos excesos, pero en la apologética de Scheler sonaba una nueva nota ominosa y profética. Uno lee que el amor, que para Scheler es la base de toda moralidad, se realiza más perfectamente en la guerra que en la paz; que «ama a tu enemigo» no significa en absoluto «los cristianos no deben matarse unos a otros», y que la guerra servía la causa de la paz universal católica, cimentando la unidad de Alemania y Austria Hungría contra los bárbaros del Este. Absurdos por el estilo podríamos citar interminablemente pero resulta preferible anotar aquellos aspectos en que Scheler se anticipó estrechamente a las ideas de Hitler. Es hostil a la social-democracia, los sindicatos, d proletariado, la democracia, el parlamento y muestra un desdén aristocrático hacia el pueblo común. Se opone al internacionalismo hasta en la cultura y la ciencia, considerando superiores los valores nacionales. Estima que los valores espirituales más altos, que son nacionales, se realizan sólo en medio de la guerra, cuando la de lucha clases, dice, es dominada por el amor.

¡Quién se atreve, tampoco en la guerra, a hablar de materialismo o de la economía de las disputas nacionales! La estupidez racial, proposiciones místicas sobre la nación, el antiliberalismo, la defensa del militarismo y las castas y el odio a los ingleses y al capitalismo extranjero como no-germanos, se encuentran en este libro. Ellos se repiten en forma más restringida en sus libros posteriores resultan intelectualmente más respetables. En su influyente obra sobre la ética (3) por ejemplo, las naciones son hipostasiadas como super-personas, y la virtud del amor triunfa sobre los ideales la Ilustración: libertad, igualdad, paz, perfectibilidad del hombree, felicidad universal. La posición posterior y más moderada de Scheler reconoce el valor de la democracia, siempre que el poder lo detente una minoría aristocrática como en Atenas, en vez de las nasas. Es un tanto crítico ante la teoría de que la «sangre» determina la ciencia, el arte y la historia. Al menos, dice, esta teoría no es el punto de partida o premisa de la sociología (4). Por otra parte, aunque toma mucho de Marx –con grandes distorsiones y escasa comprensión– es hostil al marxismo, y declara que el Estado soviético que está, según dice, gobernado por judíos, es el enemigo fundamental de Occidente.

Ciertamente este distinguido filósofo pro-nazi de la religión, llega casi a predicar una cruzada contra el Este, proyecto que se convirtió, años después, en le centro del programa nazi. El trabajo antropológico último de Scheler, que enfatizaba la importancia del nivel vital de la acción y el sentimiento oponiéndolos a la razón y al intelecto, cae en otro de los cauces nazis: el anti-racionalismo y anti-intelectualismo.

La influencia Sobre Kierkegaard

Esta tendencia es acentuada más aún por el «existencialismo», la única vieja escuela filosófica que ha prosperado bajo los nazis. En su filosofía hermenéutica que busca la realidad en las actitudes psicológicas o en los puntos de vista sobre el mundo –independientemente de su verdad o falsedad (Jaspers) o en la «existencia» desnuda del individuo o en el cinturón máximo de la angustia y la proximidad de la muerte (Heidegger), el subjetivismo y el anti-racionalistno llegan hasta sus límites lógicos–. La realidad se interpreta no a la luz de la experiencia racional o de los hechos sociales, o en términos de la mecánica o de la ciencia en general –como hacen otras filosofías–, sino partiendo de experiencias anormales, decisiones in extremis, crisis, dilemas cruciales, la muerte, la penalidad, la caída del hombre el anonadamiento.

El punto de partida y el espíritu de los existencialistas es quizás bien ilustrado por las obras del filósofo danés del siglo XIX Søren Kierkegaard quien tuvo una influencia dominante sobre dicha escuela y sus seguidores. La gran crisis en la vida de Kierkegaard, había sido la decisión de abandonar a su novia Regina Olsen. ¡A su mente bien dotada pero errática, la decisión se convirtió en el símbolo de la elección drástica, que todo hombre debe hacer, entre la etapa estético erótica y la etapa moral de la vida! Alegóricamente, pensaba, esto expresaba el dilema todo o nada que enfrentaba el siglo diecinueve. Su «Diario de un seductor», que es parte de su obra principal «Esto o lo otro», explica los pasos de una seducción calculada, con tal efecto que se espera que el lector horrorizado rompa con su pasado hedonismo y salte hacia su próximo estadio, el estadio moral –más tarde todo hombre se enfrenta con la elección entre esa etapa y la etapa religiosa más elevada–. Dos o tres cosas son dignas de anotar. En primer término que el «diario» decididamente resulta anticuado y anacrónico. Las condiciones del galanteo, a ignorancia y simpleza de la muchacha, debidas al aislamiento y falta de libertad de las mujeres solteras en la sociedad burguesa del siglo XIX, fueron principalmente los responsables del éxito del villano y de todo el problema emocional y moral. Pero en vez de señalar las causas socio-económicas, Kierkegaard se imagina una especie de peregrinaje moral de todo hombre –o sea el hombre como tal– independientemente de las condiciones sociales.

Las teorías de Heidegger

La misma ceguera se aprecia en el filósofo alemán contemporáneo Martín Heidegger. En medio de las desilusiones e inseguridad de la Alemania de postguerra y mientras el fascismo emergía, Heidegger vio en los conceptos de preocupación –Sorge– y de angustia –Angust– la substancia básica del hombre. En lugar de ofrecer cualquier clase de solución racional se dedicó a espumar distinciones filológicas, a analizar el concepto pivotal de la «NADA» y a una sutil exploración de la «MUERTE», la que, según dice, sólo experimentamos como «ADEMAS» –es decir además de la muerte–. La historia, la cultura, la libertad y el progreso son ilusorios. Encuentra nuestra salvación en la recuperación del sentido originario de la coexistencia con otros seres, es decir un sentimiento desnudo de comunidad, privado de todas las amenidades y esperanzas que hacen digna de ser vivida la vida social. Kierkegaard y Heidegger ensayaron rebeliones ciegas contra el mundo burgués que estaban destinadas a fracasar desde su inicio.

En la Alemania en que se escribió el trabajo fundamental de Heidegger «Ser y Tiempo», un fuerte movimiento marxista luchaba redísticamente aunque con mucha hostilidad, aun dentro de sí mismo, para buscar remedios racionales y una cura eficaz a la extendida angustida que indudablemente existía. Pero los centenares que acudían a las conferencias de Heidegger en Ereiburg, muy populares entonces, aprendían que la angustia es la sustancia final e irremediable del hombre y salían de allí con esa sabiduría esotérica como principal recompensa. La filosofía de Heidegger no disgustaba a los nazis, y cuando fué designado rector de la Universidad de Freiburg, hizo declaraciones elogiando la nueva vida que animaba las universidades alemanas. Pero los filósofos pueden caer en desgracia con los nazis por otras causas que además de sus ideas y doctrinas.

Otro aspecto del pensamiento de Kierkeggard que ha atraído a los existencialistas alemanes es su modo especial dialéctico. Este pide una elección de «esto o lo otro» entre dos opuestos polares, tales como el estético-erótico y el ético y no admite alternativa, ni mediación, ni síntesis de tesis y antítesis. «Todo o nada», dijo el Brand de Ibsen. De este modo está fuertemente opuesto a la dialéctica hegeliana y marxista que enseñan que la síntesis toma lo verdadero de ambos factores de la contradicción y conserva todo lo valioso en el pensamiento y la cultura del pasado.

Para muchos pensadores en Alemania que se sentían cansados ante la continua indecisión de la burguesía, o la constante vacilación de los socialdemócratas, la síntesis hegeliana les parecía sólo otro nombre que se le daba al compromiso y la derrota. Los nazis, aprovechando el disgusto popular hacia las disputas y los compromisos parlamentarios, propugnaron una completa ruptura con el pasado, un drástico desprecio hacia el internacionalismo, el humanitarismo, la democracia, el liberalismo, el materialismo; y el abandono de todos los viejas ideales, tales como la libertad, la igualdad, la seguriad individual, la paz, que estorbaban igualmente el triunfo del programa nazi. Y mientras los filósofos nacional-socialistas trabajaban por destruir la confianza –sentida indudablemente por muchos en Alemania– de que los nazis no dañarían mucho aquellas comodidades, libertades y seguridades que se habían disfrutado bajo la república de Weimar, los existencialistas, en un plano más elevado, hacían aparecer la crisis y la decisión drástica como lo único real y apartaban al público de la solución objetiva de los problemas, inclinándolo a un diagnóstico subjetivo y raído.

grama nazi. Y mientras los filósofos Nacional-socialistas trabajaban por destruir la confianza –sentida indudablemente por muchos en Alemania– de que los nazis no dañarían mucho aquellas comodidades, libertades y seguridades que se habían disfrutado bajo la república de Weimar, los existencialistas, en un plano más elevado, hacían aparecer la crisis y la decisión drástica como lo único real y apartaban al público de la solución objetiva de los problemas, inclinándolo a un diagnóstico subjetivo y raído.

Hay algo de enfermizo en el énfasis que Kierkegaard pone en la decisión crucial y esto hecha igualmente sus sombras en la filosofía alemana. En «Miedo y Temblor» el teólogo danés discute de un modo muy sutil y provocativo, la alternativa ante la cual se encontró Abraham cuando Dios le ordenó dar muerte a Isaac. Siempre personal e insinuante hacia el lector, Kierkegaard expone los argumentos esenciales en pro y en contra de la obediencia y pregunta al lector sí está dispuesto a matar su propio hijo. Con la debida indulgencia la alternativa es ciertamente atípica, cuando no insana; lo mismo que parece evidente que el tremendo problema de abandonar a Regina no puede ser el punto de partida para una filosofía social.

Karl Jaspers y la Psicopatología

El enfoque psicopatológico de la filosofía tiene sin embargo partidarios en Alemania. Karl Jaspers (5) que fue el primero en escribir en el campo de la psicopatología, hizo su método para investigar la conducta humana normal, observando –como si fuera por vidrio de aumento– las formas exageradas qué asumen en lo anormal o en lo insano. Así, en su estudio de Strindberg y Van Gogh, no busca sólo mostrar los síntomas ezquizofrénicós de estos hombres, sino también iluminar en general aspectos de la vida mental.

Cuando escucha a sus pacientes –es decir, a los filósofos, poetas y grandes hombres– no le interesa tanto a Jaspers, como buen alienista al fin, si lo que ellos le dicen es verdadero o falso sino el modo en que lo dicen. Un punto de vista sobre el mundo –Weltanshaung– es una caparazón en la que el filósofo se sumerge para protegerlo. Un esqueleto ofrece protección pero los animales débiles necesitan el caparazón. Jaspers examina las diversas clases de caparazones. Heraclito, Sócrates, Kant y Nietzsche eran demoníacos, nos dice, pero no por ninguna similaridad en sus ideas, sino porque todos se adaptan supuestamente al mismo tipo psicoanalítico. Puede ser que esos tipos tengan justificación. Pero lo importante en la filosofía es si resulta verdadera o falsa, probable o improbable. Cuando se abandona ese problema las consecuencias son el relativismo y el escepticismo. El estado de mente que resulta origina una desesperanza en la verdad o un temor incómodo a que la verdad pudiera ser descubierta.

«Renovación» de Pasadas Escuelas

Una palabra debe decirse también sobre otra escuela a la que los nazis permitieron vivir durante un tiempo: los neokantianos. Una explicación de ello puede hallarse en el hecho de que las dos alas principales de dicha escuela, tanto el grupo de Marburgb como el del Sudoeste Alemán –conducida esta última hasta su muerte por Heinrich Rickert, son hostiles al materialismo–. «Materialisrmo» significa no sólo que la materia existe independientemente de la conciencia, sino que el desarrollo de las condiciones económicas'es el principal determinante de la historia. Y en este punto de vista va envuelto, especialmente en un país educado durante años en el socialismo, el programa que aboga por el mejoramiento de las condiciones de vida «materiales» mediante la acción de los sindicatos, con lucha de masa por salarios más altos, precios más bajos, seguridad, libertad, paz y muchas otras cosas que los nazis desprecian o temen. Así, mientras los neokantianos no combaten el principio de jefatura, el determinismo racial u otras teorías especiales del nazismo, sirven al régimen combatiendo al materialismo o hasta ignorándolo. Lo mismo puede decirse de los otros filósofos hasta aquí mencionados y, desdichadamente, de la filosofía alemana en su conjunto.

Aunque ha habido algunos pronazis que atacaron agudamente al idealismo en los últimos años y al menos un conocido filósofo ha tenido el coraje de exponer el materialismo histórico, la mayoría se plegó al esquema ofrecido por los sicofantes del partido y los sabios oficiales y declaran al materialismo como el peor de los males vencidos por el Tercer Reich. El idealismo conservador no puede, por supuesto, imputarse exclusivamente a los nazis. Antes de 1933 muchos aspectos presentes en el actual orden económico y en las universidades controladas de hoy aparecían ya y antes de 1933 la mayoría de los filósofos alemanes eran idealistas, oponentes del materialismo y del materialismo histórico. El éxito del nacional-socialismo aceleró este proceso que aún continúa.

Algunos idealistas, como Leibnitz y Hegel han hecho grandes contribuciones a pesar de su idealismo. Algunos neokantianos de la escuela de Marburgo nos han dado importantes ideas, bien aparte de su neokantismo. Por ejemplo Ernesto Cassirer, que tuvo que refugiarse en Inglaterra, hizo importantes críticas a la lógica aristotélica. Ha presentado un análisis funcional de las proposiciones y los argumentos, decididamente superior al análisis silogístico. Pero es de notar cuanto tiempo gastan los neokantianos y en general los idealistas, en su esfuerzo por afincar el idealismo y desacreditar el materialismo. Los principales argumentos del idealismo que ha prevalecido en la escena filosófica alemana fueron, debimos pensarlo, establecidos por Berkeley o por los postkantianos hace ya muchos años y los idealistas actuales pueden hacer poco más que oscilar en sus variantes.

En Alemania ha habido en realidad pocos materialistas académicos y en cambio muchas resmas de papel se han invertido en refutar el materialismo. ¿Se dirigen estas polémicas contra los pocos materialistas de la filosofía alemana? Parece lo cierto que se intente convencer a una audiencia más amplia y que el idealismo se defiende sin cesar porque resulta educativo para el gran público mientras que el materialismo, en relación con la política cultural del capitalismo monopolista es subversivo. Es interesante anotar que si los materialistas son vistos con disgusto, o al menos no son alentados, en los demás países capitalistas, en Alemania se les ha silenciado completamente.

Si la mayor parte de los mejores filósofos alemanes han sido obligados a exiliarse por los nazis o por lo menos están amordazados, unos pocos continúan escribiendo cómo si nada hubiera sucedido. Así Nicolás Hartman que no ha dado pruebas de simpatía hacia los nazis, continúa escribiendo como antes sin que le perturbe. Sin duda explicar ésta tolerancia resulta algo complejo; pero debemos considerar fundamentalmente un factor; Hartman no es en modo alguno peligroso para el nuevo orden, no es ni materialista, ni demócrata, ni igualitario ni ninguna de las otras cosas que denuncian los folletos del partido y su filosofía aristocrática: permanece muy por arriba de los problemas empolvados de la hora. En una sección –por demás abstracta– de su «Ética» sin embargo súbitamente advierte a los líderes obreros que al hablar a los trabajadores no deben hacerlo sobre la riqueza o el lujo de las clases altas sino enfatizar sus deberes y obligaciones. Un filósofo con tales ideas, aunque no se adscriba al nacional-socialismo, no le es tampoco peligroso.

Filósofos nazis y pronazis

Si volvemos nuestra vista a la filosofía nazista propiamente, la relación entre el programa económico y filosófico de los nazis, se nos presenta mucho más estrecha. El programa económico de los nazis postulaba la restauración de las ganancias, de las empresas y negocios bancarios que habían sido casi destruidos por la crisis. Esto se realizaría en lo fundamental rebajando el nivel de vida del pueblo y por medio de un grandioso programa de armamentos unido al trabajo y forzado o voluntario con salarios ínfimos. Para realizar este programa toda institución que pudiera ofrecer resistencia tenía que ser destruida; los sindicatos, el parlamento, los gobiernos provinciales, la prensa libre, el derecho de asamblea, las escuelas librea y hasta las iglesias. Y estos hechos a su vez requerían mucha explicación y justificación. Una vasta red de organizaciones de propaganda y policía se entendió por toda Alemania. Y la filosofía política que explicaba el nuevo orden apareció con gran abundancia.

El problema consistía en persuadir al pueblo para que abandonara a democracia y cediera todo vestigio de poder o resistencia, aceptara ciegamente la autoridad del Führer y lo amara. No faltaban las estratagemas a ese fin. El Estado autoritario de Führer era identificado con el Volk o estado popular, pero Hitler anotó en 1934 que «la soberanía proviene del pueblo», era una parodia del Artículo I de laConstitucíónde Weimar. El poder del pueblo sólo funciona para aclamar la justeza de la política del Führer. El punto de vista del nacional-socialismo «no se basa en las ideas de la mayoría sino en la personalidad» según dijo Hitler. La voluntad del pueblo, por definición, resulta expresada por la voluntad del Führer. Nada podía ser más sencillo: la voluntad del líder registra automáticamente la voluntad del pueblo.

De este modo los hombres de negocios, los patronos, terratenientes y banqueros alemanes son proclamados como sublíderes con el resultado de que ellos –según se supone– expresan completamente la voluntad de sus obreros. Las huelgas y la organización obrera. se suprime pero la filosofía nazi con la ayuda de bandas de música, pasos de ganso, edificaciones, espías y campos de concentración, es capaz de mostrar la íntima razón que asiste a esas medidas: Hasta se apela a los más grandes filósofos idealistas alemanes del pasado. Hegel, por ejemplo, distinguía entre la voluntad real y la nominal en asuntos de Estado y aseguraba que nada contradictorio podía existir realmente. En el plano económico esto implica que si la voluntad de los trabajadores contradice la de su patrón, no existe.

Como ha dicho el vocero oficial alemán Koellreutter: «El Estado Volk germánico, es un Estado alemán del Führer. No es una dictadura sino más bien una expresión legal de la jefatura del pueblo y del estado que está íntimamente ligado al pueblo a través de Adolf Hitler.

Como los nazis temen la voluntad de los trabajadores y de otras fuerzas oposicionistas esas fuerzas se consideraron identificadas con la voluntad del Führer. Como temen que la nación o Volk resistiría su forma particular de Estado, la nación y el Volk son declarados idénticos al Estado Nazi. Así la lucha de clase recibe un «coup de grace» a manos de la filosofía, con la ayuda, naturalmente del «frente de trabajo» y otras organizaciones coercitivas.

Carl Schmidtt, Gran Exponente

Otro ejemplo de cuán útil puede ser la filosofía lo ofrece el Profesor Carl Schmidtt, que es quizás la más alta autoridad en cuanto se refiere a la teoría nazista del Estado. Lo que vincula a un pueblo en el Estado es, según Schmidtt, su enemistad hacia otro pueblo. La idea central de la política es la polaridad amigo-enemigo, en el cual la enemistad, conduciendo inevitablemente a la guerra, aparece como polo positivo. De aquí se deduce que puesto que los enemigos del pueblo alemán están al otro lado de la frontera ningún alemán patrono, especulador, propietario o banquero puede ser enemigo de su pueblo. Así de un solo golpe filosófico, la lucha de clases es abolida y la nación queda unida. Pero esta teoría, explicada antes del advenimiento de los nazis tiene ciertas limitaciones.

Por ejemplo no señalaba al enemigo dentro de las fronteras: los comunistas, los dirigentes obreros, los judíos y los masones. Tampoco se refería a la «raza» alemana. Fue por ello modificada por otros pensadores y por el mismo Schmidtt para adaptarla a las necesidades nazis. En la literatura nazi las antítesis básicas toman diversas formas: ario y no ario, Alemán y no Alemán, la Raza superior –alemana– y la raza inferior –checos y polacos–, los de pura sangre y los de sangre mezclada, esto es los líderes y sus siervos. Cada contradicción recibe énfasis, sucesivamente según lo exigen las necesidades políticas. Así cuando la conquista de Austria los alemanes fueron «reingresados» con el Reich, mientras que en la conquista de Polonia y Checoeslovaquia se trataba de subyugar a razas inferiores.

Algunas veces se le ha dicho al obrero alemán que entre los alemanes reina la unidad, la armonía y la comunidad de propósitos. Otras veces se le recuerda que Alemania es un Estado de Führer y que las masas estúpidas e incapaces no pueden gobernarse, como los bolcheviques proclaman, por sí mismas, sino que sólo pueden ofrecer las bases emocionales para el poder y dar su asentimiento a la política que se desarrolla. Algunas veces los alemanes son situados todos en el mismo nivel, otras el Estado del Führer aparece como una jerarquía rígida de estados y castas, con los amos habituales en la cúspide. Según exigían las circunstancias el término ario se ensanchaba hasta darle entrada a los japoneses o se estrechaba hasta excluir a aquellos alemanes con ideas políticas erróneas.

Otro aspecto del pensamiento nazi al que hemos hecho alusión es la transformación de valores generalmente estimados en su opuesto. El ejemplo de la «libertad» ilustra el caso muy bien. Los escritores pro-nazis prefieren una noción de la libertad que esté de acuerdo con el despotismo. Así Heinrich Oestereich define el conflicto en la filosofía de Fitche como el de la «liberté» que considera como un concepto empírico, subjetivo, egoísta y utilitario, extraído de Rousseau y la doctrina más elevada, trascendental y metafísica del Freiheit (libertad). En vez de declarar la libertad metafísica como una simulación monstruosa, Ostereich la aplaude como profunda. Es una libertad que no puede ser destruida por otras personas o por ninguna ley del Estado. Porque como el ego desea racionalmente, también desea un orden racional sujeto a leyes. De aquí que la libertad del individuo consista en la sumisión a leyes deseadas por él, no importa cuán destructivas sean frente a los derechos sindicales, a la democracia y a la libertad de expresión y no importa cuán tiránicas resulten. Que los nazis prefieran una tal versión de la «libertad» en las obras de Fitche resulta explicable.

Desigualdad y castas

Algunas veces los nazis fingen dar al pueblo la libertad y hasta la democracia. Pero otras veces son mucho más cándidos. El economista y filósofo austriaco Othmar Spann, por ejemplo, proclama que sólo un Estado estructurado según una rígida jerarquía de castas [Stnadestaat] será una ciudadela capaz de soportar las magnas olas de la revolución y preservar esa «saludable desigualdad» que es sinónimo de justicia. Puesto que los hombres son naturalmente desiguales, un Estado justo debe reflejar la desigualdad en las castas y estamentos. La casta inferior es, por supuesto, la de los obreros que son entre todos los hombres los más sensuales y menos espirituales. ¿Por qué? ¿No emplean los obreros una proporción menor de sus ingresos que cualquier otro grupo en la poesía, la música y el arte? La próxima casta es la de los capataces, administradores, etcétera. Son más espirituales que los trabajadores pero mucho menos que los capitalistas que constituyen la casta siguiente. 

En los últimos la sensualidad ha sido casi dominada. La casta superior, como representa a los más espiritualizados, siempre dirige a la inferior, pero la diferencia entre la espiritualidad de los capitalistas y la de los trabajadores es tan grande que puede haber muy poco contacto entre ellos. Se necesita una nueva casta que llene el abismo: la de los capataces y administradores.

Por razones, que no necesitan elucidarse, la teórica de las castas elaborada por Spann (6) ejerció una gran influencia en el pensamiento político alemán. Se le hicieron mejoras, por supuesto, para hacer frente a los requerimientos especiales de los teorías nazis. Por ejemplo era evidente que la cúspide de la jerarquía política no podía ser ocupada por sacerdotes y soldados sino qué se necesitaba un Führer que coronase el Estado. Algunos escritores nazistas desarrollaron el esquema en una dirección ulterior proponiendo que ciertos trabajos particulares de las fábricas se hicieran hereditarias. Que tales ideas no eran simplemente académicas lo muestra la institución de la primogenitura, la limitación de la venta de la tierra que apunta a la formación de un Estado campesino ligado a la tierra, el establecimiento de escuelas para Führer y otras medidas. Los nazis, sin embargo, vacilaron ante el absurdo de armonizar el Standstaat con sus teorías raciales y la teoría no recibió completo apoyo oficial.

Spengler y Sombart

La pasión de la desigualdad y hacia la autoridad despótica, el desprecio a los ideales de comodidad, seguridad y felicidad y el odio hacia el pueblo común, los sindicatos, la democracia y la libertad, que los nazis habían desatado sobre el mundo se expresan plenamente en los libros de Spengler y Sombart. El rango y la violencia de su animosidad es sorprendente. Spengler, fuertemente influenciado por la «nietzschana «voluntad de poder», sé rebeló contra el humanitarismo, el racionalismo y meliorismo y el utilitarismo como mordiente ironía. Desde el advenimiento de los nazis abandonó el pesimismo que dominaba su «Decadencia de Occidente» y no man-tuvo la tesis de que Rusia, en contraste con la civilización occidental, tenía fin largo camino frente a sí, su solución a los males del presente era el Cesarismo brutal, la dominación mundial. Su teoría de la ética, siguiendo a Nietzsche, se divide en dos sistemas antagónicos, el de los señores y el de los esclavos: la «ética del carnívoro» y la «ética del hervíboro». La línea de las ideas en Sombart es casi la misma. No sólo se lanza contra las concepciones básicas de la humanidad y la decencia, sino que, como Spengler, repudia aun el progreso tecnológico y los instrumentos que ahorran trabajo humano. El hecho de que éstos ahorren trabajo y angustia y obran la posibilidad de buena vida a los trabajadores es razón suficiente para condenarlos. El trabajo y la dureza son buenos en sí y la educación general y el progreso resultan ilusorios. Pero no es necesario seguir analizando las vaguedades de estos confusos, eruditos y grandiosos reaccionarios. Su insistencia en que los trabajadores fueran domesticados introduciendo en las fábricas la disciplina feudal o el ejército prusiano, muestra que ellos sabían cómo rendir eficientes servicios al régimen nazi.

Mientras más se admiran las concepciones nazis, más se condena al marxismo. No sólo Spengler y Sombart, sino en general todos los filósofos pronazistas reservan sus ataques mejores para los comunistas, la Unión Soviética y el marxismo. La explicación es comprensible.

Distintas concepciones, distintos sistemas

La literatura-filosófica alemana, como hemos visto, condena más o menos consistemente los ideales del internacionalismo, humanitarismo, progreso, democracia, libertad, igualdad de raza y de oportunidad, seguridad, paz, comodidad, la felicidad para el mayor número y la perfectibilidad del hombre. Y hemos tratado de mostrar, al menos en un determinado número de casos, que la condenación filosófica de esos ideales no deja de tener relación con el programa económico del nazismo, que los hace imposibles. La literatura rusa corriente, muestra el más agudo contraste. Todos los ideales que los nazis desdeñan tan violentamente, atacan o los distorsionan hasta convertirlos en su opuesto, los escritores soviéticos los apoyan y propugnan realisticamente, con el debido respeto a las condiciones históricas que son necesarias para su realización.

Así cuando los nazis condenan el ideal de la democracia y la seguridad en todos los casos, los soviéticos procuran desarrollarlos hasta su completa realización, paso a paso, según lo permiten las condiciones históricas. En verdad son tan contrarios los puntos de vista mutuos de estos filósofos que cuando se oponen a la misma cosa están significando ideas diametralmente opuestas. Por ejemplo los filósofos nazis atacan la democracia capitalista porque es demasiado democrática, mientras que los filósofos soviéticos la han atacado por ser capitalista en alto grado puramente legal y no suficientemente democrática. Y en tanto los primeros condenan la libertad «laissesférista» como egoísta y estrecha y se inclinan a sustituirla por una «libertad» metafísica profunda equivalente a la esclavitud, los últimos, buscando en Hegel un sentido más hondo, llegan a la conclusión de que la realización de la libertad, como la máxima obtención de bienes, depende de la conciencia de la necesidad y refieren la libertad plena, y concreta a la sociedad comunista de futuro donde tendrán realización por vez primera.

En resumen la filosofía soviética es materialista y racionalista en un amplio sentido, descansando en los trabajadores urbanos y rurales; la filosofía nazi, idealista e irracionalista, descansa, por su parte, en el desprecio hacia las masas. Otro contraste puede ser mencionado. Los filósofos Nazis, probablemente porque su filosofía es tan poco atractiva que el público sólo puede tomarla seriamente con gran dificultad, emplean una gran cantidad de espacio en exponerla y recomendarla. Los escritores soviéticos, por su parte, ven menos necesaria la defensa continuada de sus ideales ya que están siendo realizados bajo el socialismo y son generalmente aceptados. Ellos emplean la mayor parte de sus energías en salvaguardar y apresurar su realización». (Profesor A. V. Shcheglov y un grupo de catedráticos de la Academia de Ciencias de la URSS; Historia general de la filosofía; de Sócrates a Scheler, 1942)

Anotaciones:

(1) La obra fundamental de Husserl «Investigaciones Lógicas», fue publicada en español por la Revista de Occidente. Oírte obra esencial, no traducida, es «Lógica formal y Lógica trascendental». (Halle) 1929.

(2) «Der Genius des Krieges und der Deutsche Krieg».

(3) «El Formalismo en la ética y la ética material de los valores».

(4) «Las formas del saber en la sociedad». (Hay traducción española)

(5) «Algemeine Psychopatótogiei», (Berlín, 1913.)

(6)  Der Wahre Staat. La misma teoría, expuesta más veladamente, aparece en su «Historia de las doctrinas económicas». (Hay traducción española).

1 comentario:

  1. siendo usted nicaraguense que tiene que decir sobre lo que ocurre?

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