«Últimamente nos ha causado
especial gracia lo que los nuevos cachorros del PCE (r) van pregonando. Pablo
Hasél, Valtonyc, Siker [*] y demás raperos anarcoides seguidores del PCE (r) se
basan constantemente en la cita de Ulrike Menihoff que viene a decir que practicando
el terrorismo se lograría que la burguesía negociase para no perder sus bienes
(?), un pensamiento propio del reformismo armado, ¡como si el objetivo del
proletariado fuese negociar con la burguesía para unas cuantas migajas!
«No sabes cómo temblarían los poderosos si lleváramos la violencia
a la puerta de su casa. Si vieran amenazados sus privilegios y sus vidas,
negociarían para no perderlo todo». (Cita extraída del documento Rafael
Narbona; Ulrike Meinhof; La guerrilla urbana, 2011)
Este pensamiento ha sido la
consigna de los elementos más inmaduros. Creen que es mejor y más efectivo el
aventurerismo y el terrorismo, lo que entre el anarquismo se ha llamado «acción
directa», que lo que ellos llaman el «estéril» trabajo de lucha y clarificación
ideológica o de la «tediosa» organización de las masas.
En general hemos visto que
históricamente el PCE (r) se ha valido de pensamientos similares que no vale la
pena volver a reproducir pues ya hemos documentado suficientemente que este es
su pensamiento.
Los marxistas ya analizaron
muchos años antes todo tipo de terrorismo, incluyendo el asesinato selectivo de
explotadores en medio de luchas por reivindicaciones económicas justas.
Concluyeron que eso era el clásico pensamiento premarxista, pero que para la
clase obrera poca rentabilidad le produce esos hechos, y que de facto
contribuye a desviarlos de su organización, educación y preparación para la
revolución:
«No cabe duda de que también el terror económico tiene cierta
«justificación» aparente, por cuanto es empleado para atemorizar a la
burguesía. Pero ¿qué significa este temor, si es pasajero y fugaz? Y que sólo
puede ser pasajero, lo evidencia el mero hecho de que es imposible practicar el
terror económico siempre y en todas partes. Eso en primer lugar. En segundo
lugar, ¿qué pueden reportarnos el temor pasajero de la burguesía y las
concesiones obtenidas merced a él: si no estamos respaldados por una fuerte
organización obrera de masas, dispuesta siempre a luchar por las
reivindicaciones de los obreros y capaz de defender con buen éxito las
concesiones conquistadas? Y los hechos evidencian que el terror económico mata
la necesidad de tal organización, quita a los obreros el deseo de unirse, de
luchar por iniciativa propia, pues, afortunadamente, cuentan con héroes
terroristas capaces de actuar por ellos. ¿Debemos desarrollar en los obreros el
espíritu de iniciativa? ¿Debemos desarrollar en los obreros el deseo de una
estrecha unidad? ¡Naturalmente que sí! Pero ¿podemos acaso practicar el terror
económico, si mata en los obreros lo uno y lo otro? ¡No, camaradas! No es
propio de nosotros asustar a la burguesía con unos cuantos atentados desde las
encrucijadas: dejemos que se ocupen de tales «asuntos» ciertos terroristas.
¡Nosotros debemos actuar abiertamente contra la burguesía, debemos tenerla
amedrentada constantemente, hasta la victoria definitiva! Y para ello lo que
hace falta no es el terror económico, sino una fuerte organización de masas,
capaz de llevar a los obreros a la lucha». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili,
Stalin; El terror económico y el movimiento obrero, 1908)
Concluyendo tras un análisis
serio que el problema no era ni las máquinas, ni la fábrica, ni el burgués de
turno que explota a los proletarios, sino las relaciones de producción que
guardan todo ello:
«La lucha de los obreros no siempre ni en todas partes reviste la
misma forma. Hubo un tiempo en que los obreros luchaban contra los patronos
rompiendo las máquinas e incendiando las fábricas. ¡La máquina: he ahí el
origen de la miseria! ¡La fábrica: he ahí el lugar de la opresión!
¡Rompámoslas, incendiémoslas! decían entonces los obreros. Era aquélla la época
de los choques espontáneos, como manifestaciones de una rebeldía anárquica.
Conocemos también casos en que los obreros, desilusionados en cuanto a la
eficacia de los incendios y las destrucciones, pasaban a «formas más tajantes»:
a los atentados contra la vida de los directores, los gerentes, los
administradores, etc. No es posible destruir todas las máquinas ni todas las
fábricas, decían entonces los obreros, y, además, no es ventajoso para los
obreros; pero siempre se puede amedrentar a los gerentes y meterlos en un puño
con el terror: ¡duro con ellos, infundámosles espanto! Era la época de los
choques terroristas individuales sobre la base de la lucha económica. El
movimiento obrero condenó tajantemente esas dos formas de lucha, relegándolas
al olvido. Y se comprende por qué. No hay duda de que la fábrica es en efecto,
un lugar donde los obreros son explotados ni de que la máquina ayuda hasta
ahora a la burguesía a acrecentar dicha explotación, pero eso no quiere decir
que la máquina y la fábrica sean en sí el origen de la miseria. Por el
contrario, precisamente la fábrica y precisamente la máquina permitirán al
proletariado romper las cadenas de la esclavitud, acabar con la miseria, abatir
toda opresión; para ello se requiere únicamente que, en vez de ser propiedad
privada de este o aquel capitalista, se conviertan en propiedad colectiva de
todo el pueblo». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El terror
económico y el movimiento obrero, 1908)
Queda evidenciada la falta de
formación marxista-leninista que padecen las personas que apoyan el terrorismo
consciente o inconscientemente; no quiere decir que no puedan superarlo pero la
primera condición que han de cumplir es desprenderse de tanto mito y
sentimentalismo; y claro es, mostrar una cierta voluntad de superar sus
limitaciones acompañado de una profunda y honesta crítica de sus posturas
actuales.
La posición marxista sobre el
terror es la siguiente:
«El bolchevismo heredó, al surgir en
1903, la tradición de guerra despiadada al revolucionarismo pequeño burgués,
semianarquista –o capaz de coquetear con el
anarquismo–, tradición que había existido
siempre en la socialdemocracia revolucionaria y que se consolidó
particularmente en nuestro país en 1900-1903, cuando se sentaban los
fundamentos del partido de masas del proletariado revolucionario de Rusia. El
bolchevismo asimiló y continuó la lucha contra el partido que más fielmente
expresaba las tendencias del revolucionarismo pequeño burgués, es decir, el
partido «socialrevolucionario», en tres puntos principales. En primer lugar,
este partido, que rechazaba el marxismo, se obstinaba en no querer comprender –tal vez fuera más justo decir en no poder comprender– la necesidad de tener en cuenta con estricta objetividad, antes
de emprender una acción política, las fuerzas de clase y sus relaciones mutuas.
En segundo término, este partido veía un signo particular de su
«revolucionarismo» o de su «izquierdismo» en el reconocimiento del terror
individual, de los atentados, que nosotros, los marxistas, rechazábamos
categóricamente. Claro es que nosotros condenábamos el terror individual
únicamente por motivos de conveniencia; pero las gentes capaces de condenar «en
principio» el terror de la Gran Revolución Francesa, o, en general, el terror
ejercido por un partido revolucionario victorioso, asediado por la burguesía de
todo el mundo, esas gentes fueron ya condenadas para siempre al ridículo y al
oprobio en 1900-1903 por Plejánov, cuando éste era marxista y revolucionario.
En tercer lugar, para los «socialrevolucionarios» ser «izquierdista»,
consistía en reírse de los pecados oportunistas, relativamente leves, de la
socialdemocracia alemana, mientras imitaban a los ultraoportunistas de ese
mismo partido en cuestiones tales como la agraria o la de la dictadura del
proletariado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el
comunismo,
1920)
Esto significa que el terror puntual desatado por un partido proletariado con amplia influencia entre el proletariado, que cuenta con la aprobación de los trabajadores para aplicar esas medidas y que se encuentra generalmente en mitad de una lucha de clases aguda frente a la resistencia violenta de las clases explotadoras como ocurrió con los bolcheviques en la guerra civil de 1918-1922, no es comparable a la política terrorismo que ocupa la mayoría de la actividad de los pequeños grupos sin influencia con las masas y que actúan en su nombre, sin tener en cuenta las condiciones para el desencadenamiento de cualquier acción armada, como han realizado históricamente los grupos anarquistas y semianarquistas. Por eso el terror en el primer caso es aprobado e incluso propuesto por el pueblo y ayuda a mantener o impulsar una causa en un momento temporal y determinado, mientras que en el segundo caso es contraproducente y causa el rechazo del pueblo». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
[*] Autocrítica de Siker, músico y antiguo simpatizante de las ideas del PCE (r); Siker, 2018
Anotaciones de Bitácora (M-L):
[*] Autocrítica de Siker, músico y antiguo simpatizante de las ideas del PCE (r); Siker, 2018
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