Joan Comorera durante un discurso de 1937 |
«La profunda razón es que la clase obrera, influida por una filosofía reaccionaria y dirigida por grupos anarquistas aventureros o irresponsables no actuó nunca como clase independiente, con propios principios de clase, con objetivos de clase. No se consideró nunca como la clase dirigente de la nación, como la clase irreconciliable con el régimen capitalista con la misión de destruir el Estado burgués, tomar el poder político, liquidar la explotación del hombre por el hombre, crear una sociedad sin explotadores, una nueva civilización: el socialismo. Tenía la fuerza y la entregó a los enemigos. De dirigente que debía de ser, pasó a ser dirigida, y su entusiasmo y abnegación revolucionaria pasó al servicio especulativo del capitalismo y de sus formas reaccionarias. La clase obrera, desorientada por las prédicas antipolíticas y apolíticas, antiestatales y antiautoritarias, se quedó deslumbrada a menudo por fantasmagóricos sentimentalismos que exaltaban su instinto revolucionario y la conducían a explosiones aventureras y sin salida [5], no comprendiendo ella, que como clase independiente, debía de tener una teoría revolucionaria propia, que debía de forjar su propio partido político revolucionario. El anarquismo le había vendado los ojos y le entregó indefensa a las maniobras y todas las trampas de la burguesía. Y fue así como ella no captó que el antipoliticismo y el apolitismo son la política de la reacción; que el apoliticismo le condujo a votar por el leurrouxismo antes, y a la pequeña burguesía nacionalista catalanista después. Así es como tampoco captó que el antiestatismo y el antiautoritarismo consolidaban el monopolio burgués del Estado y la autoridad, y que condenan a la clase obrera a la explotación despiadada, a las represiones brutales, a la desesperanza y a la impotencia. (…) Pues bien, queridos camaradas, la vida ha demostrado sobradamente que el anarquismo es una filosofía reaccionaria, ajena a la clase obrera, una prolongación de la burguesía hacia el campo obrero. La vida nos ha demostrado sobradamente que los grupos específicos, herederos del bakuninismo y los anarquistas individualistas, han sido un instrumento de la burguesía en el movimiento obrero, fuerza de choque aventurera y amoral de los inconciliables enemigos de la clase obrera y del pueblo». (Joan Comorera; La revolución plantea a la clase obrera el problema del poder político; Carta abierta a un grupo de obreros cenetistas de Barcelona, enero de 1949)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
[5] Años después, ya en los años 70, el marxista-leninista albanés Enver Hoxha refutó las teorías y prácticas pequeño burguesas de los grupos anarquistas y de grupos derivados del anarquismo o con puntos de vista muy cercanos –guevaristas, luxemburguistas, maoístas, trotskistas, etc.– que estaban causando los mismos problemas que en su día el anarquismo en el siglo XIX o principios del XX en el movimiento obrero –y en el caso del revisionismo de tendencias anarquistas, en el movimiento comunista–: entre ellas primaban las teorías del estilo: 1) que «la historia la hacen los héroes» –negando el papel de las masas en la revolución–, 2) que el «motor pequeño» –el foco de la guerrilla– ponía en funcionamiento al «gran motor» –eludiendo las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución–, ó 3) que «para preparar la revolución sólo es importante el trabajo clandestino» –negando el trabajo legal en la sociedad burguesa y en las organizaciones de masas–; ó 4) la negación de la hegemonía del proletariado, argumentando que «todos los trabajadores eran iguales», o que incluso el campesinado u otras capas sociales eran más «progresistas» o «estaban más oprimidas» y debían por ello liderar la revolución:
«Mucha gente, entre la cual se cuentan revolucionarios sinceros, al haber rechazado el camino reformista de los revisionistas y haberlo criticado, han abrazado otros conceptos erróneos sobre la revolución y sus vías de desarrollo. Esto se relaciona con su posición de clase pequeño burguesa, con la ausencia de la debida formación ideológica marxista-leninista y con las influencias que ejercen sobre ellos los puntos de vista anarquistas, trotskistas y golpistas. Algunos de ellos conciben la revolución como un golpe militar, como obra de unos cuantos «héroes». Sobrestiman y absolutizan el papel de la «actividad subjetiva», y piensan que la situación revolucionaria, como condición para el estallido de la revolución, puede ser creada artificialmente por las «acciones enérgicas» de un grupo de combatientes que sirve como «pequeño motor» que pone en movimiento al «gran motor» de las masas. Según ellos el potencial revolucionario de las masas en la sociedad capitalista está en todo momento a punto de estallar, basta un impulso exterior, basta que se cree un foco guerrillero para que las masas lo sigan automáticamente. La lucha armada de un grupo de revolucionarios profesionales sólo puede ejercer influencia en el ímpetu de las masas cuando se coordina con otros objetivos políticos, sociales, psicológicos que determinan el surgimiento de la situación revolucionaria y cuando se apoya en las amplias masas del pueblo y goza de su simpatía y respaldo activos. De lo contrario, como demuestra la dolorosa experiencia en algunos países de Latinoamérica, la acción de la minoría armada, por heroica y abnegada que sea, choca con la incomprensión de las masas, se aísla de ellas y sufre derrotas. Las revoluciones maduran en la situación misma, en tanto que su victoria o su derrota depende, de la situación y del papel del factor subjetivo. Este factor no puede representarlo un solo grupo, por más consciente que sea de la necesidad de la revolución. La revolución es obra de las masas. Sin su convencimiento, preparación, movilización y organización, ninguna revolución podrá triunfar. El factor subjetivo no se prepara únicamente mediante las acciones de un «foco» guerrillero, ni tampoco tan sólo con agitación y propaganda. Para ello, como nos enseña Lenin y la vida misma, es indispensable que las masas se convenzan a través de su experiencia práctica. El concepto sobre el papel decisivo de la minoría armada va acompañado también de los puntos de vista de que la lucha debe desarrollarse únicamente en el campo o sólo en la ciudad, de que se debe atener únicamente a la lucha armada y a la actividad clandestina. Ha adquirido también una amplia difusión la tesis trotskista que considera la revolución como un acto repentino y la huelga general política como la única forma de llevarla a cabo. El orientarse por la lucha armada no significa en lo más mínimo renunciar a todas las demás formas de lucha, no quiere decir concentrarse en el campo y abandonar la lucha en la ciudad y viceversa, tampoco significa proponerse conseguir el objetivo final –la toma del poder– abandonando la «lucha pequeña» por las reivindicaciones inmediatas, económicas, políticas y sociales de los trabajadores, no quiere decir velar sólo por la organización de las fuerzas armadas y descuidar el trabajo entre las masas y dentro de sus organizaciones, trabajar y luchar únicamente en la clandestinidad y renunciar a aprovechar las posibilidades de actividad legal y semilegal etc. Preparar la revolución no es cuestión de un día es una labor multilateral y compleja. Para ello se ha de trabajar y luchar en todas las direcciones y con todas las formas, combinándolas correctamente y cambiándolas a tenor de los cambios de la situación, pero siempre supeditándolas al logro del objetivo final». (Enver Hoxha; Informe en el VIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1 de noviembre de 1971)
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