«El socialismo utópico elaboró fácilmente planes para la futura estructura social. El socialismo científico, a pesar de la afirmación del señor Bernstein antes citada, no se ocupa de la sociedad futura, sino de definir esa tendencia que es peculiar al orden social actual. No pinta el futuro con colores brillantes: estudia el presente. Un ejemplo vívido: por un lado, la imagen de Fourier de la vida futura de la humanidad en los falansterios; por otro lado, el análisis de Marx del actual modo de producción capitalista.
Si los medios para eliminar las actuales incongruencias sociales no pueden idearse sobre la base de consideraciones generales sobre la naturaleza humana, sino que deben descubrirse en las condiciones económicas de nuestro tiempo, es evidente que su descubrimiento tampoco puede ser una cuestión de azar, independiente de estas condiciones. No, el descubrimiento en sí es un proceso conforme a la ley y accesible al estudio científico.
El principio básico de la explicación materialista de la historia es que el pensamiento de los hombres está condicionado por su ser, o que, en el proceso histórico, el curso del desarrollo de las ideas está determinado, en última instancia, por el curso del desarrollo de las relaciones económicas. Si este es el caso, es claro que la formación de nuevas relaciones económicas necesariamente debe traer consigo la aparición de nuevas ideas correspondientes a las nuevas condiciones de vida. Y si a algún «hombre brillante» se le ocurre una nueva idea sociopolítica y se da cuenta, por ejemplo, de que el viejo orden social no puede durar, sino que debe ser reemplazado por uno nuevo, entonces esto no sucede por casualidad, como creyeron los socialistas utópicos, sino por la fuerza de una necesidad histórica bastante comprensible.
De la misma manera, la difusión de esta nueva idea sociopolítica, su asimilación por parte de los partidarios de ese «hombre brillante», no puede atribuirse al azar; gana terreno precisamente porque corresponde a las nuevas condiciones económicas y penetra precisamente en esa clase o estrato de la población que más que ningún otro siente las desventajas del sistema social obsoleto. El proceso de difusión de la nueva idea también resulta conforme a la ley. Y puesto que la difusión de la idea correspondiente a las nuevas relaciones económicas debe ir seguida, tarde o temprano, de su realización, es decir, de la eliminación del viejo orden y del triunfo del nuevo orden social, se sigue que todo el curso del desarrollo social, de toda «evolución social», con sus diversos aspectos y los rasgos «revolucionarios» que le son propios, se percibe ahora desde el punto de vista de la necesidad.
Aquí, entonces, tenemos a la vista la característica principal que distingue al socialismo científico del utópico. El socialista científico considera la realización de su ideal como una cuestión de necesidad histórica, mientras que el socialista utópico cifra sus esperanzas en el azar. Esto trae consigo un cambio correspondiente en los métodos de propaganda del socialismo. Los utópicos trabajaron al azar, dirigiéndose hoy a monarcas ilustrados, mañana a capitalistas emprendedores y ávidos de ganancias y al día siguiente a amigos desinteresados de la humanidad, etcétera. Los socialistas científicos, por el contrario, tienen un programa equilibrado y coherente basado en la comprensión materialista de la historia. No esperan que todas las clases de la sociedad simpaticen con el socialismo, siendo conscientes de que la capacidad de una clase determinada para ser receptiva a una idea revolucionaria concreta está condicionada por la posición económica de esa clase y que, de todas las clases de la sociedad contemporánea, solo el proletariado se encuentra en una posición económica que inevitablemente lo empuja a la lucha revolucionaria contra el orden social imperante. También aquí, como en todas partes, los socialistas científicos no se contentan con considerar la actividad del hombre social como la causa de los fenómenos sociales; miran más profundamente y perciben esta causa en sí misma como una consecuencia del desarrollo económico. Aquí, como en todas partes, examinan la actividad consciente de los hombres desde el punto de vista de su necesidad:
«Si no tuviéramos mejor testimonio de la futura revolución del actual modo de distribución de los productos del trabajo, con el contraste hiriente de la miseria y la opulencia, del hambre y el exceso, que la conciencia de que ese modo de distribución es injusto y que el derecho tiene que triunfar finalmente, nuestra situación sería bastante mala y nuestra espera bastante larga. Los místicos medievales que soñaban con la llegada de un reino de los Mil Años ya tenían consciencia de la injusticia del antagonismo de clase. En el umbral de la historia moderna, hace trescientos cincuenta años, Thomas Münzer lanzó semejante grito por el mundo. Y ese mismo grito suena −y se apaga− en las revoluciones burguesas inglesa y francesa. Y si hoy ese grito de la abolición de los antagonismos y las distinciones de clases, que hasta 1830 dejaba frías a las masas laboriosas y oprimidas, se repite por millares, encuentra eco entre millones, se apodera de un país tras otro con la misma intensidad con que se desarrolla en los diversos países la gran industria, si ese grito ha conquistado en una generación una fuerza que puede hacer frente a todos los poderes unidos contra él y puede estar segura de su triunfo en un futuro próximo, ¿a qué se debe todo ello? A que, por una parte, la gran industria moderna ha creado un proletariado, una clase que, por primera vez en la historia, puede reivindicar la exigencia de suprimir no tal o cual organización de clase o tal o cual privilegio de clase, sino las clases como tales, y que se encuentra en tal situación que tiene que imponer esa exigencia so pena de hundirse en la condición del culí chino. Y, por otra parte, a que esa misma gran industria ha creado con la burguesía una clase que posee el monopolio de todos los instrumentos de producción y todos los medios de existencia, pero que prueba en todos los períodos de loca exaltación y en todas las crisis subsiguientes que siguen a esos períodos, que ya es incapaz de seguir dominando las fuerzas productivas que han crecido más de lo que su poder abarca; una clase bajo cuya dirección la sociedad corre hacia la ruina como una locomotora cuyo maquinista fuera demasiado débil para abrir la bloqueada válvula de seguridad. Dicho de otro modo: este fenómeno se debe a que tanto las fuerzas productivas engendradas por el moderno modo de producción capitalista como el sistema de distribución de bienes por él creado, han entrado en flagrante contradicción con el modo de producción mismo, y ello hasta tal punto que tiene que producirse una revolución de los modos de producción y distribución que elimine todas las diferencias de clase, si es que la entera sociedad moderna no quiere perecer. En ese hecho tangible, material, que se impone más o menos claramente, pero con necesidad invencible en el espíritu de los proletarios explotados; en ese hecho −y no en las ideas de tal o cual sabio de gabinete sobre lo justo y lo injusto−, reside la certeza de la victoria del socialismo». (Friedrich Engels; Anti-Dühring, 1878)
Esto es lo que dijo Engels en su disputa con Dühring, y sus palabras retratan con total claridad los rasgos distintivos del socialismo científico que ahora conocemos: la visión de que el movimiento de emancipación del proletariado es un proceso social regulado por la ley; la convicción de que sólo la necesidad puede asegurar el triunfo de la libertad.
Cuando nuestro Belinsky −al sentirse atraído por primera vez por Hegel− abandonó resueltamente por un tiempo sus aspiraciones a la libertad, dio una prueba sorprendente e incontestable de la profundidad de su comprensión teórica. Su renuncia a las aspiraciones se inspiró precisamente en la conciencia de que el triunfo de la libertad sólo podía garantizarse mediante una necesidad objetiva. Al no ver en la realidad rusa ningún indicio de la inevitabilidad objetiva de tal triunfo, rechazó toda esperanza al respecto por considerarlo históricamente insostenible. Más tarde dijo de sí mismo que no había podido «desarrollar la idea de la negación». Este concepto, en su aplicación a la sociedad burguesa, fue desarrollado por los fundadores del socialismo científico.
Taine dice en alguna parte que la ciencia perfecta reproduce con gran exactitud en ideas la naturaleza y consistencia de los fenómenos. Una ciencia así puede hacer pronósticos precisos sobre cada fenómeno por separado. Y no hay nada más fácil que demostrar que las ciencias sociales no tienen ni pueden tener tal precisión. Pero el socialismo científico tampoco ha afirmado jamás tal precisión. Cuando sus oponentes objetan que la predicción sociológica es imposible, confunden dos conceptos bastante distintos; el concepto de dirección y resultado general de un proceso social particular, y el concepto de fenómenos −eventos− separados de los que se compone el proceso. La predicción sociológica se distingue, y siempre se distinguirá, por tener muy poca precisión en todo lo que concierne a la predicción de acontecimientos separados, mientras que posee una precisión bastante considerable cuando tiene que definir el carácter general y la tendencia de los procesos sociales.
Tomemos un ejemplo. Las estadísticas demuestran que la tasa de mortalidad fluctúa según la época del año. Sabiendo cómo fluctúa en un país o localidad particular, es fácil pronosticar hasta qué punto el número de muertes aumentará o disminuirá de un período del año a otro. Aquí estamos hablando del carácter general y de la tendencia de un proceso social particular, por lo que es posible hacer un pronóstico muy exacto. Pero si quisiéramos conocer los fenómenos particulares en los que se expresará, digamos, el aumento de la mortalidad con la llegada del otoño, o si quisiéramos preguntarnos qué personas concretas no sobrevivirán al otoño y cuáles serán las consecuencias concretas y las circunstancias que provocarán su desaparición, no deberíamos esperar una respuesta de las ciencias sociales; y si todavía esperáramos conseguir una tendríamos que recurrir a los servicios de un mago o un adivino. Otro ejemplo. Supongamos que en el parlamento de un país determinado hay representantes de los grandes terratenientes cuyos ingresos se están viendo seriamente reducidos por la competencia de los países vecinos; de los empresarios industriales que comercializan sus productos en los mismos países vecinos; y, por último, de los proletarios que existen únicamente de la venta de su fuerza de trabajo. Se ha presentado ante este parlamento un proyecto de ley para imponer un arancel elevado a las importaciones de cereales. ¿Qué dirá aquí? ¿Podrá el sociólogo predecir cómo reaccionarán ante este proyecto de ley los representantes parlamentarios de las distintas clases sociales? Pensamos que en este caso el sociólogo −y no sólo el sociólogo, el hombre de ciencia, sino cualquiera que tenga alguna experiencia política y sentido común− tiene todas las posibilidades para hacer un pronóstico exacto.
Los representantes de los terratenientes, dirá el sociólogo, apoyarán la propuesta con todas sus energías; los representantes del proletariado lo rechazarán con la misma energía y, en este sentido, los representantes de los empresarios no se quedarán atrás en su oposición, a menos que los representantes de los terratenientes hayan comprado su acuerdo de no oponerse al proyecto de ley mediante algún tipo de cambio económico realmente importante, o al menos mediante alguna concesión a ellos en algún otro campo.
Esta previsión se hará sobre la base del análisis de los intereses económicos de las diferentes clases sociales y tendrá la precisión y exactitud de una deducción matemática, al menos en lo que respecta a los terratenientes y al proletariado. Además, conociendo la fuerza electoral de los representantes de cada una de estas clases en el parlamento, nuestro sociólogo podrá pronosticar fácil y exactamente el destino del proyecto de ley. También en este caso su pronóstico puede tener un alto grado de precisión y confiabilidad. Pero como usted puede no estar satisfecho con tener una previsión general de la naturaleza y la tendencia de este proceso social particular –el proceso de lucha por el proyecto de ley– y quiere determinar de antemano quién exactamente tomará la palabra sobre este proyecto de ley y qué tipo de escenarios parlamentarios se desarrollarán ante los discursos de los futuros oradores, entonces el sociólogo le responderá que ya no tiene previsión científica, sino conjeturas más o menos ingeniosas, y si esto no es suficiente para usted, tendrá que volver a dedicarse a la magia. Un tercer ejemplo: si se toman las obras de los grandes ilustradores franceses del siglo XVIII –digamos, por ejemplo, Holbach–, se encontrará en ellas todo el programa social de la Gran Revolución Francesa. Pero lo que no encontrarán en ellos es una única previsión sobre los acontecimientos históricos que posteriormente constituyeron el proceso mediante el cual se pusieron en práctica las demandas planteadas por los ilustradores franceses en nombre de todo el tercer estado.
¿A qué se debe esta diferencia? Está claro de dónde viene. La naturaleza y tendencia de un proceso social determinado es una cosa; los acontecimientos separados que componen todo el proceso son una cuestión completamente diferente. Si comprendo la naturaleza y la tendencia del proceso, puedo predecir su resultado. Pero por muy profunda que sea mi comprensión de este proceso, no me permitirá predecir acontecimientos separados y sus características particulares. Cuando la gente afirma que la predicción sociológica es imposible, o, al menos, extremadamente difícil, casi siempre tienen en mente la imposibilidad de predecir acontecimientos particulares, olvidando por completo que esto no es asunto de la sociología. La predicción sociológica no tiene por objeto acontecimientos aislados, sino los resultados generales de ese proceso social que –como, por ejemplo, el proceso de desarrollo de la sociedad burguesa– ya se está realizando en el momento dado. Que estos resultados generales pueden determinarse de antemano lo ilustra bien el ejemplo antes mencionado de la Revolución Francesa, cuyo programa social completo fue formulado, como hemos dicho, por los representantes literarios avanzados de la burguesía.
En su libro recientemente publicado, «Las clases sociales. Análisis de la vida social» (1902), el profesor Arthur Bauer de París expresa una opinión similar sobre la predicción sociológica. Su libro es interesante en muchos aspectos. Es una lástima que el erudito profesor esté muy mal informado sobre la historia de las opiniones que desarrolla. Evidentemente no se le ocurre que entre sus «predecesores» debería haber incluido a los filósofos Schelling y Hegel, y a los socialistas Marx y Engels.
Los teóricos burgueses y los «críticos» de Marx suelen presentar también el siguiente argumento en las discusiones sobre la posibilidad del socialismo científico: «Si el socialismo científico es posible, dicen, entonces la ciencia social burguesa también es posible, lo cual es una tontería contradictoria, ya que la ciencia no puede ser ni socialista ni burguesa. La ciencia es integral. La economía política burguesa es tan impensable como las matemáticas socialistas».
Este argumento también se basa en una confusión de ideas. Las matemáticas no pueden ser ni socialistas ni burguesas, eso es cierto. Pero lo que es cierto cuando se aplica a las matemáticas, no lo es cuando se aplica a las ciencias sociales. ¿A cuánto es igual la suma de los cuadrados de los lados más cortos de un triángulo rectángulo? Al cuadrado de la hipotenusa. ¿Está bien? ¿Siempre es correcto? Siempre. La relación del cuadrado de la hipotenusa con la suma de los cuadrados de los otros dos catetos no puede variar, ya que las propiedades de las figuras matemáticas son invariables. ¿Y qué encontramos en la sociología? ¿El tema de su investigación permanece invariable? No es así. El tema de la investigación sociológica es la sociedad y la sociedad se desarrolla y, en consecuencia, cambia. Es precisamente este cambio, este desarrollo, lo que proporciona la posibilidad de la ciencia social burguesa y, de la misma manera, del socialismo científico. En su desarrollo, la sociedad pasa por ciertas fases a las que corresponden las fases de desarrollo de las ciencias sociales; por ejemplo, lo que llamamos economía burguesa es una fase en el desarrollo de la ciencia económica, y lo que llamamos economía socialista es otra fase, que sigue inmediatamente a la primera. ¿Qué tiene de sorprendente esto? ¿Dónde está aquí el absurdo contradictorio?
Sería un error pensar que la economía burguesa se compone únicamente de errores. Nada de eso. En la medida en que la economía burguesa corresponda a una determinada fase del desarrollo social, contendrá una verdad científica irrefutable. Por eso el punto de vista de clase burgués en su época no sólo no impidió el progreso de la ciencia, sino que fue su condición esencial. En mi «Prefacio al «Manifiesto del Partido Comunista» (1882), lo he demostrado con el ejemplo de los historiadores burgueses franceses de la época de la Restauración. Pero esta verdad es relativa precisamente porque corresponde sólo a una determinada fase del desarrollo social. Sin embargo, los teóricos burgueses, que imaginan que la sociedad debe permanecer siempre en la fase burguesa, atribuyen a sus verdades relativas un significado absoluto. Éste es su error básico, que está siendo corregido por el socialismo científico, que surgió debido al hecho de que la época burguesa de desarrollo social está llegando a su fin. El socialismo científico puede compararse con la misma lechuza de Minerva de la que hablaba Hegel y que, según él, vuela sólo cuando el sol del orden social predominante −en este caso, el capitalista− está venciendo. Una vez más: ¿dónde está aquí la contradicción? ¿Dónde está la tontería? Aquí no hay contradicción ni disparate; aquí, por el contrario, tenemos la oportunidad de mirar el proceso mismo de desarrollo de la ciencia como un proceso conforme a la ley.
Sea como fuere, el principal rasgo distintivo del socialismo científico ahora nos resulta bastante claro. Sus seguidores no están satisfechos con la esperanza de que los ideales socialistas, debido a su elevada naturaleza, atraigan la simpatía general y, por tanto, triunfen. No, requieren la seguridad de que esta misma atracción de la simpatía general hacia los ideales socialistas es un proceso social necesario, y derivan esta seguridad del análisis de las relaciones económicas contemporáneas y del curso de su desarrollo.
Algunos escritores, por ejemplo, Stammler, sostienen que, si el triunfo del socialismo es una necesidad histórica, la actividad práctica de la socialdemocracia es completamente superflua. ¿Por qué promover la ocurrencia de algo que seguramente sucederá? Esto es, por supuesto, un sofisma lamentable y ridículo. La socialdemocracia, al analizar el desarrollo histórico desde el punto de vista de la necesidad, considera su propia actividad como un eslabón esencial de la cadena de aquellas condiciones necesarias, cuya totalidad hace inevitable la victoria del socialismo. Un eslabón esencial no puede ser superfluo: su eliminación rompería toda la cadena de acontecimientos. La debilidad lógica de este sofisma resulta clara para cualquiera que comprenda lo que hemos dicho anteriormente sobre la libertad y la necesidad». (Gueorgui Plejánov; Prefacio a la traducción de «Del socialismo utópico al socialismo científico» (1880) de Friedrich Engels, 1902)
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