«Antes de entender el vulgar concepto de «socialismo» de Mariátegui hemos de repasar los conceptos nacionalistas y racistas que penetran toda su obra política. Sin más rodeos comencemos con una cita de 1927 que no deja lugar a dudas cuán lejos estaba de un pensamiento progresista:
«Proclamamos que este es un instante de nuestra historia en que no es posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista». (José Carlos Mariátegui; Prólogo a Tempestad en los Andes de Luis E. Valcárcel, 1927)
Desde el punto de vista del materialismo histórico esto es una completa aberración que no resiste el menor análisis:
«El marxismo no transige con el nacionalismo, por muy «justo», «limpio», sutil y civilizado que éste sea. En lugar de todo nacionalismo, el marxismo propugna el internacionalismo. (...) El nacionalismo burgués y el internacionalismo proletario son dos consignas irreconciliables y enemigas que corresponden a los dos grandes campos de clase del mundo capitalista y que expresan dos políticas; aún más: dos concepciones del mundo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)
Partiendo de esa misma confusión terminológica y conceptual en otros múltiples campos, Mariátegui acabaría viendo «socialismo» hasta en los panfletos de los teóricos indigenistas. Así, basándose en su «experiencia personal» proclamaba:
«El caso de Valcárcel demuestra lo exacto de mi experiencia personal. Hombre de diversa formación intelectual, influido por sus gustos tradicionalistas, orientado por distinto género de sugestiones y estudios, Valcárcel; resuelve políticamente su indigenismo en socialismo». (José Carlos Mariátegui; Prólogo a Tempestad en los Andes de Luis E. Valcárcel, 1927)
Mariátegui también estuvo muy influido por las teorías racistas de su círculo intelectual:
«El indio es el cimiento de nuestra nacionalidad en formación». (José Carlos Mariátegui; El problema primario del Perú, 1925)
Sus seguidores suelen ocultar que Mariátegui sostuvo ataques hacia los colectivos asiáticos o africanos del Perú basándose en teorías racistas:
«El chino, en cambio, parece haber inoculado en su descendencia, el fatalismo, la apatía, las taras del Oriente decrépito. (...) El aporte del negro, venido como esclavo, casi como mercadería, aparece más nulo y negativo aún. El negro trajo su sensualidad, su superstición, su primitivismo. No estaba en condiciones de contribuir a la creación de una cultura, sino más bien de estorbarla con el crudo y viviente influjo de su barbarie. (...) El chino y el negro complican el mestizaje costeño. Ninguno de estos dos elementos ha aportado aún a la formación de la nacionalidad valores culturales ni energías progresivas». (José Carlos Mariátegui; Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de 1928)
Pensamiento similar al que compartiría años después el Che Guevara, aunque el revisionismo siempre pase en silencio sobre ello:
«Los negros, los mismos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño, han visto invadidos sus reales por un nuevo ejemplar de esclavo: el portugués. Y las dos viejas razas han iniciado una dura vida en común poblada de rencillas y pequeñeces de toda índole. El desprecio y la pobreza los une en la lucha cotidiana, pero el diferente modo de encarar la vida los separa completamente; el negro indolente y soñador, se gasta sus pesitos en cualquier frivolidad o en «pegar unos palos», el europeo tiene una tradición de trabajo y de ahorro que lo persigue hasta este rincón de América y lo impulsa a progresar, aun independientemente de sus propias aspiraciones individuales». (Ernesto Che Guevara; Diarios de motocicleta, 1952)
En todo caso, queda demostrado que para Mariátegui esto era la «realidad peruana» del año 1928. Ahora entendemos por qué el tercermundismo latinoamericano recupera el misticismo y vitalismo idealista de Mariátegui, su nacionalismo, su idea romántica de la raza indígena. Todo esto, aunque hoy suene sumamente ridículo, fue y sigue siendo defendido con uñas y dientes por sus principales admiradores como un «análisis histórico y dialéctico»:
«La interpretación que Mariátegui hizo de nuestra patria los famosos «Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana» siguen siendo un documento inconmovible». (Abimael Guzmán; Para entender a Mariátegui, 1968)
Si comparamos una vez más los preceptos «mariateguistas» con la lógica revolucionaria observaremos que este caballero y sus distintos discípulos estaban a años luz de ser comunistas consecuentes, a lo sumo lo eran pero solo de palabra, de pose, y cualquier que sepa diferenciar forma de contenido sabrá que eso no basta:
«Unas palabras sobre la resolución acerca de la emigración y la inmigración. También en este caso hubo en la comisión un intento de defender estrechas concepciones gremiales, de sacar adelante la prohibición de inmigración de obreros de los países atrasados –los coolíes de China, etc.–. Se trata de ese mismo espíritu aristocrático difundido entre los proletarios de algunos países «civilizados» que obtienen ciertas ventajas de su situación privilegiada y tienden por ello a olvidar las demandas de la solidaridad internacional de clase. En el Congreso mismo no hubo defensores de esa estrechez gremial y pequeñoburguesa». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El congreso socialista de Stuttgart, 1907)
Precisamente la cuestión racial e indígena fue algo que marcaría el «mariateguismo» y que colisionaba directamente con el pensamiento científico, pues la postura marxista es bien conocida:
«El materialismo histórico no descuida en absoluto la raza; por el contrario, la convierte en un concepto claro. Así como no existen razas animales permanentes, tampoco existen razas humanas permanentes; la diferencia está en que las razas animales están sujetas a la ley de evolución natural, mientras que las razas humanas están, a la ley de evolución social. A medida que el hombre se desprende de su conexión inmediata con la naturaleza, se funden y se mezclan más y más las razas naturales; a medida que crece el dominio del hombre sobre la naturaleza las razas naturales se transforman de modo cabal en clases sociales. Y allí donde domina el modo capitalista de producción ya se han disuelto las diferencias raciales o se disuelven día a día, cada vez más, en las contradicciones de clases». (Franz Mehring; Sobre el materialismo histórico y otros ensayos filosóficos, 1893)
En cambio, para este intransigente racista el problema del Perú moderno iba más allá de las consideraciones del materialismo histórico. Aunque en ocasiones decía no «renunciar a las conquistas de la civilización», en otros pasajes se contradecía proponiendo cosas bastante surrealistas:
«No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el pueblo inkaico, que construyó el más desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial? La consanguinidad del movimiento indigenista con las corrientes revolucionarias mundiales es demasiado evidente para que precise documentarla». (José Carlos Mariátegui; Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de 1928)
¿«Razas en colapso» los chinos e hindúes? ¿La «consanguinidad» marca la probabilidad de que un pueblo sea revolucionario o no? No solo el devenir de historia le ha arrebatado la razón a este señor, sino que debemos decir bien alto que proclamar tal pronóstico catastrofista le colocaba más cerca de Nietzsche, Mussolini y Hitler que de Marx o Lenin. ¿Y qué decir del resto de este pasaje? ¿Es el «mito soreliano-mariateguista» quien empujará a las masas al combate? Increíble declaración hasta para el más fuerte idealista, ¿pero se imaginan cuál sería este «socialismo» que se construiría en Perú que desprecia el «alfabeto blanco» y los aportes de la «ciencia de los blancos» u otras razas que para Mariátegui son «decadentes», como los chinos e hindúes? Le daremos una pista: en el milagroso caso de que algún día esto ocurra tendremos un «socialismo» más cercano a un hippie o un amish que al de tipo marxista. Y esto no es una exageración, lo veremos más adelante cuando comprobemos su opinión sobre el significado histórico de las máquinas.
Imagínense, por ejemplo, si aplicásemos este barómetro para analizar la historia de España, cuantos atropellos tendríamos que cometer para encajar con este ideario místico-indigenista: ¿fueron los antiguos griegos unos «apátridas» por adaptar el avanzado sistema del alfabeto fenicio? ¿Y los romanos por tomar en su seno raíces etruscas y helenismos para conformar el «alfabeto blanco» que hoy domina en más de medio mundo? ¿Podría el idioma castellano y toda la literatura española haber existido sin el alfabeto latino? Mejor dicho, una vez implantado en Castilla, por herencia romana y visigoda, ¿necesitamos crear un alfabeto nuevo o retrotraernos al alfabeto greco-ibérico para no sentirnos «vasallos de los conquistadores» de hace siglos o milenios? ¿Qué deberíamos hacer según los «mariateguistas»? ¿Volver a los ritos de la diosa fenicia Astarté, la economía típicamente «celtíbera» o la «devotio ibérica» para levantar una «emoción» ancestral en las masas sobre las presuntas raíces de hace más de 2.000 años?
No hace falta para continuar con los ejemplos irónicos para darnos cuenta que Mariátegui era un completo ignorante en este tipo de cuestiones, sufría de un identitarismo tan infantil como estéril. Nosotros no necesitemos de estas antiguallas para transitar al «comunismo», las cuales –como hemos podido comprobar– a veces ni siquiera eran tan «autóctonas» como algunos hoy en su infinita ignorancia presuponen. Tampoco buscamos –ni en verdad sería posible– «fabricar» un «comunismo» puramente «hispano» porque nuestra cultura no es un «ecosistema cerrado», sino que es producto histórico e interrelacionado con otras culturas de las cuales ha bebido y está en permanente intercambio, de hecho, el marxismo, como doctrina científica, saluda todos los avances, sean de la cultura nacional que sea.
Pese a lo que acabamos de ser testigos, que sin duda clamaba al cielo, fue Víctor Codovilla, representante argentino de la propia Internacional Comunista (IC), el que instó a que Mariátegui y su grupo a que presentase ante la Primera conferencia comunista latinoamericana las tesis sobre las razas. ¡Increíble! ¿Realmente no había nadie más instruido, o mejor dicho, menos iletrado para tal labor?
«Como usted ya habrá visto por la orden del día, asignamos a usted o a Mariátegui la relación sobre el problema de las razas en América Latina, problema que está relacionado directamente con el del indio y sus luchas de emancipación del estado de esclavitud en que se encuentra actualmente. Por los conocimientos profundos que tiene el compañero Mariátegui de este problema, por los estudios serios que ha hecho, es el único que está en condiciones de hacernos una buena relación que nos puede dar una base segura para la aplicación de nuestra táctica». (Víctor Codovilla; Carta del SSAIC a Ricardo Martínez de la Torre, 29 de marzo de 1929)
Llegado el momento, la delegación liderada por Saco [Hugo Pesce Pescetto] y Zamora [Julio Portocarrero], en su radiografía sobre las variadas razas, afirmaba lo siguiente:
«Saco: La raza negra, importada a la América Latina por los colonizadores para aumentar su poder sobre la raza indígena americana, llenó pasivamente su función colonialista. (…) Un mayor grado de mezcla, de familiaridad, y de convivencia con estos en las ciudades coloniales, le convirtió en un auxilio del dominio blanco. (…) El negro o mulato, en sus servicios de artesano o doméstico, compuso la plebe de que dispuso siempre más o menos incondicionalmente la casta feudal. (…) El indio, por sus facultades de asimilación al progreso, a la técnica de la producción moderna, no es absolutamente inferior al mestizo. Por el contrario, es, generalmente superior. (…) La cocamanía y el alcoholismo de la raza indígena, muy exageradas por sus comentadores, no son otra cosa que consecuencias, resultados, de la opresión blanca». (Internacional Comunista; Versiones de la primera conferencia comunista latinoamericana, 1929)
Como se observará en este vomitivo discurso, aquí los «mariateguistas» idealizaban de nuevo a la «raza propia» indígena y trataban de estigmatizar otras como la «blanca» o «negra», incluso al mestizo, mientras que los presuntos defectos no eran nunca asumidos, sino que serían exageraciones o motivados por causas ajenas al propio colectivo. El análisis de clase se sustituía por el análisis racial. Este discurso «racializado» bien podría ser comprado hoy por la izquierda identitaria, o peor, por la ultraderecha chovinista. Es más, si uno cambia la categoría de «indio» por «mujer», y «europeo» por «patriarcado», bien podría parecer el discurso del feminismo actual. También podría parecer que estuviésemos leyendo cualquier periódico estadounidense conservador de su época, los cuales mediante artículos y sátiras presentaban la inmigración como un «amenazante peligro para el país». Mediante estereotipos presentaban a los irlandeses como animales simiescos, unos «borrachos empedernidos» sin redención posible; a los italianos como «matones sin principios» que te robarían o asesinarían en cuanto parpadeases; y a los chinos como «seres estúpidos» pero muy diligentes por lo que «quitaban el trabajo» a los honestos estadounidenses. Dejemos al lector otro gran extracto donde se derriban estos pensamientos reaccionarios:
«La leyenda de las razas «superiores» e «inferiores». El nervio de la «teoría de las razas» de esa «peregrina teoría, tan alejada de la ciencia como el cielo de la tierra». (...) Es absolutamente imposible trasplantar los conceptos de la zoología o ciencia de los animales al estudio del hombre. Semejantes ensayos tienen necesariamente que conducir a resultados radicalmente falsos. El hecho fundamental de la antropología –ciencia del hombre– es aquello que hay de específico en el origen del hombre, en este proceso, único en el mundo de los seres vivientes, de sustitución de las leyes biológicas por leyes sociales. La afirmación de que las razas humanas son invariables contradice también a todos los datos de la ciencia. (...) A este propósito, podemos recordar también las palabras de Marx en su obra «La ideología alemana»: «Hasta las diferencias naturales entre los géneros, como las diferencias de raza, etc., pueden y deben eliminarse históricamente». (…) Las razas humanas se han mezclado y cruzado siempre y en todas partes. Otra «teoría» en que los racistas han intentado, repetidas veces, «apoyar» su afirmación de la existencia de razas «superiores» e «inferiores» es la «teoría» del distinto origen de las diversas razas humanas. Esta «teoría» racista opone al monogenismo, según el cual todos los hombres tienen un origen común, la «teoría» del poligenismo, que pretende que cada una de las grandes razas humanas desciende de distintas formas del mundo animal. Jamás se ha aportado ni una sombra de prueba de esta afirmación chovinista; lejos de ello, todas las ciencias –la anatomía, la antropología, la etnografía, la arqueología– demuestran lo contrario». (Internacional Comunista, Nº8, 1939)
Toda esta arenga del grupo mariateguista fue debidamente caracterizado por los delegados de la IC como un discurso muy influenciado por la propaganda nacionalista-indigenista del APRA, por aquel entonces el partido de moda entre los pequeño burgueses:
«Leoncio: El cruzamiento de razas ha sido incesante desde que éstas se pusieron en contacto. (…) «América para los indios», es uno de los puntos fundamentales del programa del APRA. Un programa absurdo que necesitamos combatir porque no tiene en cuenta la realidad social. Encarar el problema indio como un problema exclusivamente étnico, es procurar desviar, en sentido reaccionario, el movimiento revolucionario de clase, de los indios explotados hacia el combate a una raza, que está representada en América Latina, no solo por opresores, sino también por oprimidos». (Internacional Comunista; Versiones de la primera conferencia comunista latinoamericana, 1929)
«Luis [Humbert-Droz]: Algunos compañeros de países de fuerte inmigración, preguntan si hay que cerrar las puertas de los mismos a los negros, a los chinos, etc. No, camaradas. Ese es, precisamente el error cometido por el partido comunista francés con respecto a la inmigración y que ha sido criticado duramente por la IC. Nuestro punto de vista debe ser distinto. (…) Nuestra tarea especial es, entonces, la de dar al proletariado que emigra, una conciencia de clase tal que se ligue a la del proletariado nativo». (Internacional Comunista; Versiones de la primera conferencia comunista latinoamericana, 1929)
«Peters: Me parece que en los informes se confunde la cuestión de razas con la cuestión nacional. Eso no es justo, no solamente porque teóricamente la «raza» y la «nación» no coinciden –hay por ejemplo naciones constituidas por diferentes razas, y naciones diferentes formadas por una sola raza–, sino también porque eso puede conducirnos a confusiones y errores en la táctica». (Internacional Comunista; Versiones de la primera conferencia comunista latinoamericana, 1929)
Finalmente, Hugo Pesce Pescetto tuvo que reconocer que:
«Saco: Debo constatar que este debate sobre la cuestión de las razas en la América Latina, ha evidenciado la existencia de puntos de vista diferentes. (...) Voy a aclarar estos puntos de vista. (...) El carácter de nación de una colectividad es un carácter completamente contingente y está condicionado por la concurrencia, en distinta medida, de una serie de factores cuya agregación y suma tiene un valor temporal; factores geográficos, étnicos, idiomáticos, religiosas, históricos-políticos y hasta climáticos. (...) Afirmo y sostengo que el problema racial indio no es necesariamente, en la actualidad, un problema nacional. (…) La palabra de orden que hará del indio un aliado del proletariado no indio en la lucha por sus reivindicaciones, no debe ser la palabra de orden de la autodeterminación india, sino la palabra de orden que plantee a los indios sus reivindicaciones de clase oprimida. (…) El proletariado deberá limitarse a fijar por el momento, su voluntad de respetar los derechos de la raza indígena, de reconocer la paridad racial con las demás razas». (Internacional Comunista; Versiones de la primera conferencia comunista latinoamericana, 1929)
Incluso él mismo se opuso a las equivocadas ilusiones de otros ponentes:
«Saco: El compañero Martínez, de Venezuela, dijo que no debemos temer la formación de un Estado nacional indio, porque será un Estado revolucionario sin divisiones de clases. Rechazo de manera terminante esta concepción antimarxista. No sólo una revolución nacionalista, no sólo una revolución democrático-burguesa será capaz de crear automática un Estado sin clases. El proletariado ruso, en marcha hacia la socialización de su producción y de la sociedad misma, tiene que mantener firme su dictadura hasta que cesen las razones que la determinan, la existencia de las clases y la lucha de clases». (Internacional Comunista; Versiones de la primera conferencia comunista latinoamericana, 1929)
Esto suponía de facto reconocer que la mayoría de indígenas del Perú no operaba aislada en una comunidad agraria propia comunismo primitivo, sino que formaba parte de una estructura clasista, y, por ende, todas las zarandajas sobre la «pureza espiritual» del indio respecto a la mentalidad feudal o capitalista eran una pantomima. Por eso mismo es totalmente utópico tomar como principal referencia las presuntas sociedades del comunismo primitivo en una época en que se tiene que atender a una lucha de clases a nivel nacional e internacional.
El confundir razas como naciones era algo que justamente los trotskistas intentaron hacer en Estados Unidos, creando la teoría de que «el pueblo negro era una nación separada de la nación estadounidense». Como el comunista estadounidense Harry Haywood comentaba en sus memorias, fue Grigori Zinoviev quien adelantó esta tesis en la IC a mediados de los años 20. Obviamente los afroamericanos no constituían una nación. Para empezar, estaba claro que no tenían un lenguaje diferente del oficial en el Estado, por lo que el lenguaje no constituía una especial distinción respecto a los blancos del país. En cuanto a la música como representante psicológica de la cultura, ya hemos demostrado en otros documentos que géneros que nacieron dentro de la comunidad negra, como podrían ser el jazz, el blues o el hip hop se fueron extendiendo progresivamente hacia la comunidad blanca, constituyendo finalmente parte de la cultura estadounidense en su totalidad. Si a inicios del siglo XX la comunidad afroamericana vivía casi el 90% al sur de los Estados Unidos, esa proporción cambió para la década de los 70 produciéndose un éxodo masivo al Norte. Además, el 80% de los afroamericanos en 1970 eran habitantes urbanos, mientras este número se acercaba a un 70% en el Sur; a diferencia de los datos de los años 40 que eran de un 50% y un 40% respectivamente. Para finales del siglo XX, en los llamados «condados negros» de mayoría afroamericana el 40% estaba formado ya por población «blanca». Los afroamericanos no viven en un territorio común que les separe del resto. Si en los años 20 el 80% de los afroamericanos se dedicaban a la agricultura, en los años 70 apenas ocupaban un 3%. Tampoco había –ni mucho menos hay ahora– una concreción económica común especial netamente diferenciada. Véase la obra de Marxist-Alliance: «La teoría de una nación negra en los Estados Unidos» de 1996». (Equipo de Bitácora (M-L); Equipo de Bitácora (M-L); Mariátegui, el ídolo del «marxismo heterodoxo», 2021)
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