miércoles, 27 de septiembre de 2017

Socialfascismo; Terminológico, 2017


«A esto hay que añadir una cuestión que normalmente se suele olvidar dentro del movimiento marxista-leninista: el régimen socialfascista –en este caso liderado por dirigentes oportunistas que dicen luchar por el socialismo, pero revisan los axiomas marxista-leninistas y establecen un régimen capitalista de tipo fascista–. 

En las experiencias en que el socialfascismo se ha hecho con el poder tanto en organizaciones revolucionarias como en gobiernos socialistas, encontramos como causa principal la infiltración de estos elementos y su ideario contrarrevolucionario en períodos de largo tiempo, a la par que otra de las clásicas causas de la desviación de las organizaciones revolucionarias: la relajación de principios y el decrecimiento de la vigilancia revolucionaria, en este caso contra las desviaciones nacionalistas y derechistas, lo que garantiza el afianzamiento de los socialfascistas hasta dar un golpe de gracia a la dirigencia y a las masas adormecidas. 

La burguesía revisionista, cuando accede al poder, generalmente se ha valido de métodos democrático-burgueses de dominación política, pero también muy autoritarios que recuerdan al fascismo clásico, sobre todo cuando necesitaba usurpar y purgar a los dirigentes revolucionarios de un partido marxista-leninista en el poder, o, cuando a su llegada al poder no podía mantener por más tiempo una forma de dominación más liberal y laxa. 

Esta variante se ha valido tanto del uso del monopartidismo, como la URSS de Jruschov o la Cuba de Castro, como del multipartidismo, como la Corea de Kim Il Sung o la China de Mao, siendo este último un multipartidismo que se diferencia del clásico en algo sustancial; y es que los partidos de oposición son tolerados siempre que no pongan en duda al partido gobernante en el poder. Esto significa que, por tanto, no hay cambios de partido en el poder ejecutivo, sino leves cambios de gabinete dirigente donde el resto de partidos pueden rozar el poder con un par de ministros en base a las simpatías que hayan logrado ganar entre los mandamases, en este caso, del «emperador» y su corte. Este poder político cumple con la paradoja que suele permitir asociaciones e ideas altamente reaccionarias, hasta religiosas, pero niega la conformación de asociaciones políticas y la publicidad de las ideas marxista-leninistas porque supondrían poner la primera piedra para el fin de su farsa. En China o Corea del Norte, ocurre una cosa muy curiosa que ya se dio en la antigua Alemania Oriental: es legal ser democratacristiano y tener representación de partidos religiosos y burgueses, pero es ilegal ser marxista-leninista, se arresta y se censura online todo material de este tipo que sea crítico con el gobierno.

Este régimen puede verse en la encrucijada de que, pese a toda la parafernalia que monta sobre el multipartidismo y el lema burgués del «pluralismo político», en realidad todo el mundo detecta que los poderes están concentrados en manos de una junta o de un caudillo. Suele valerse del ejército y favorecer la consolidación de una casta militar para asegurarse su fidelidad, es más, las fracciones burguesas en pugnan recurre a él tanto para resolver luchas de clanes como para reprimir a la clase obrera. A su vez este sistema no puede dejar de tener su reflejo en el resto de campos. Puede observase una fijación por contraer fuertes reivindicaciones territoriales a nivel internacional. También, dependiendo del grado de desarrollo de fuerzas productivas, observamos unas políticas económicas que tienden al belicismo y al socialimperialismo o que, pese a su verborrea, pregona una política entreguista de los recursos, convirtiéndose en una semicolonia más del montón. En el ámbito interno, se santifica la «economía mixta» y se lanza la clásica consigna reformista de que es necesario promover el entendimiento entre la burguesía y los obreros por el bien «bienestar colectivo de la nación», eje de su pensamiento nacionalista. Esta burguesía no solo proviene de la reactivación o rehabilitación de los restos de las viejas clases explotadoras previas a la «revolución nacional», sino también de las prebendas que han obtenido los gobernantes en el nuevo sistema, centrado, por encima de todo, por el sector estatal camuflado como «socialista», aunque opere con todas las leyes fundamentales del capitalismo. En la cultura se da la promoción de una filosofía abiertamente chovinista, mística e incluso racista, con una literatura y el arte enfocado a crear un relato ficticio sobre la historia nacional, alterándola sustancialmente, presentándola en un carácter mítico y fantasioso. 

El término socialfascismo sufrió una severa distorsión, especialmente durante 1929-34, en donde hubo ocasiones en que los comunistas llamaban de forma indiscriminada socialfascista, liberalfascista o anarcofascista a cualquier movimiento no comunista, incluso a sus miembros de base. Podemos calificar y utilizar este término como el de socialchovinista o socialimperialista, eso sí, siempre que sea con precisión. Socialfascista vendría a ser alguien, un movimiento u organización, que se presenta como marxista o cercano a un socialismo utópico, pero cuyas teorías y, sobre todo, sus acciones distan de serlo, adoptando formas de pensar y métodos más propios del fascismo o, en su defecto, colaborando y haciéndole el juego al mismo, no tanto por omisión como por conciencia, pese a toda la simbología y apariencia revolucionaria que pueda tener: el obrerismo populista, camorrismo terrorista, el nacionalismo chovinista, el asistencialismo demagógico y el apoyo sin complejos a las tradiciones y la mitología reaccionaria, estas suelen ser sus tretas y métodos de actuación característicos, pero pueden variar.

Esto no supone que este grupo o individuo mantenga en todos los campos una posición análoga. En España, un ejemplo sería el carrillismo, el cual utilizó sin piedad la calumnia y persecución contra sus competidores y disidentes, optando por llegar hasta al asesinato, y entre tanto, pactaba una salida política con el régimen franquista a la par que su programa político perseguía sin pudor la idea de establecer un régimen democrático-burgués. El carrillismo preparó al partido comunista para ser una máquina electoralista, pero sin abandonar estos métodos gangsteriles, los cuales, ha de decirse, no eran raros en el campo antifascista como forma de dirimir las divergencias. 

Esto indica la complejidad y evolución de los partidos, y la precisión con la que se tiene que hablar de fascismo; no es lo mismo una acción puntual o una coincidencia puntual con el fascismo que el mantener de forma permanente y fundamental una política fascista. En resumen, no es lo mismo tener ramalazos que ser en esencia fascista o socialfascista. Por eso los comunistas deben evitar el catalogar con una simple palabra a un partido, persona o régimen, deben evitar la reiteración de los mismos términos incluso aunque sean justos, dado que es mucho más pertinente una explicación detallada de su fisonomía que la simple síntesis, aunque ésta sea justa en su completud». (Equipo de Bitácora (M-L)Terminológico, 2017)

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