Artículo de Joan Comorera publicado en «Nuestra Bandera» en 1943 |
«Los problemas nacionales de España no son una ficción, son una realidad viva. Las monarquías austríaca y borbónica, las dos de origen extranjero y anti-españolas, quisieron crear a sangre y fuego, una España falsa, «unificada». La República encontró el verdadero cauce histórico, y con su política de autonomías político-administrativas, inició la etapa fecunda de reconstrucción de una España una y diversa, realmente unida por la libre voluntad de sus componentes. Franco y Falange han destruido la obra de la República, han pretendido, agravando al infinito los métodos terroristas de las monarquías austriaca y borbónica, exterminar todo espíritu, sentimiento o manifestación de tipo nacional en Cataluña, Euzkadi y Galicia. ¿Es que esos republicanos del alboroto, valiéndose de pretextos baladíes, se preparan ya para una República bastarda, que en vez de recoger su propia herencia para desarrollarla consecuente y valientemente, renieguen de ella para seguir las huellas sangrientas de los, austriacos, de los borbones y de los franquistas?
Es preciso hablar claro, porque con las palabras y los actos de hoy, forjamos el mañana de una España recobrada.
El terror franquista no ha liquidado los problemas nacionales de España. Los ha exacerbado. El hecho de que los pueblos catalán, vasco y gallego hayan relegado a un segundo plano sus reivindicaciones nacionales, para presentar un sólido frente único español a Hitler y a su quisling Franco, no quiere decir, ni mucho menos, que las hayan abandonado. El hecho de que los Partidos y organizaciones fundamentales de Cataluña no presentemos hoy a las fuerzas republicanas españolas ninguna cuestión de principio de tipo nacional, no quiere decir, ni mucho menos, que hayamos hecho abandono de nuestros programas. Los Partidos y organizaciones fundamentales de Cataluña, no son separatistas, pero todos tienen en su programa el principio de la autodeterminación. El movimiento nacional en Cataluña ha llegado a su plena madurez, porque es la clase obrera la que se ha incorporado a ella de manera resuelta y definitiva, porque es la clase obrera la que ha tomado en sus manos la bandera nacional, la que quiere resolver y resolverá este problema, no con el criterio anquilosado y reaccionario nacionalista, sino reafirmando su adhesión a los principies del internacionalismo proletario. Con esta realidad hay que contar hoy y mañana. Si algunos republicanos españoles, algunos pseudo-socialistas españoles, pretendiesen, después de la inevitable victoria sobre el nazi-fascismo y su apéndice falangista, con palabras nuevas y propósitos y métodos viejos, continuar una política de asimilación violenta que la experiencia de siglos ha demostrado cuan absurda y criminal es, cuan sustantivamente anti-española así se condenarían ellos mismos a la destrucción más completa. Porque los problemas que nos esperan en una España recobrada, no se resolverán con chistes malos, ni con vociferaciones de tertulias subsidiadas, ni por hombres incapaces de sacarse las telarañas del cerebro. Porque los obreros españoles, en la práctica consecuente del internacionalismo proletario, han encontrado ya el camino de la «convivencia», dejando el de la «conllevancia» a pedantes, parásitos y reaccionarios.
Ortega y Gasset, hizo un daño atroz a la República, a España, cuando afirmó que los pueblos hispanos estaban, condenados a «conllevarse». Efectivamente, los pueblos hispanos se han «conllevado» bajo las corrompidas monarquías austríaca y borbónica. Volverían a «conllevarse», quizás, si ciertos políticos, que nada han aprendido antes y en el curso de la guerra, que no se han corregido en la excesiva comodidad de su emigración, sí esos discípulos de Ortega y Gasset, filósofo traductor al servicio de Franco y de Falange, tuvieran campo libre para repetir errores conocidos y agravarlos con nuevos ensañamientos. A la «conllevancia» de parásitos y aventureros, de demócratas aparentes y reaccionarios verdaderos, nuestros pueblos oponen su vehemente voluntad de «convivencia». Los pueblos de España han «convivido» cuando la República promulgó la Constitución de 1931, cuando los admirables obreros madrileños dieron la gran paliza a los «isidristas» catalanes que fueron a Madrid a pedir el guillotinamiento de la Generalidad de Cataluña, cuando el 6 de octubre de 1934 los catalanes se levantaron contra los filo-fascistas, cuando las juventudes catalanas corrieron a defender Madrid en las jornadas de gloria imperecedera de noviembre de 1936, cuando las juventudes castellanas vinieron al Ebro a defender a Cataluña y con ella a la República y la independencia de España. Los pueblos de España «conviven» hoy en la lucha sin cuartel contra Franco y sus pistoleros falangistas, contra Hitler y sus bandas de asesinos, mezclando su dolor y su sangre generosa por amor a un mismo ideal de una España libre, independiente, democrática, de pueblos fraternalmente unidos. Esta es y esta será su voluntad inquebrantable, pese a los separatistas del otro lado del Ebro, más poderosos que los nuestros, porque se apoyaban y apoyan en los intereses seculares de las castas parasitarias animan todas por los austriacos y los borbones, por el régimen terrorista franquista.
No son mejores unos que otros.
Nuestros separatistas –nos referimos a los auténticos, no a los provocadores–, están también en la pendiente reaccionaria. No planteamos con relación a ellos ninguna cuestión de principio. La idea separatistas es tan legítima como cualquier otra, en un régimen democrático y para los demócratas verdaderos. Los republicanos españoles están en su derecho al combatir la idea separatista, como lo estamos nosotros al proclamarnos no-separatistas. Pero la idea separatista no se combate con anatemas ni excomuniones, con reacciones a lo Poyo Villanova o con la pistola del falangista. No se combate oponiendo la voluntad del más fuerte a la voluntad del más débil. Se combate con el ejercicio pleno y sin reservas de la democracia. Cataluña, Euzkadi y Galicia, tienen el derecho indiscutible a ejercer su derecho de autodeterminación. Los demócratas españoles deben admitir este ejercicio libre del derecho de autodeterminación, no desconociendo que ello implica el derecho a separarse, a constituirse en Estados independientes. Es así como, rompiendo con un pasado de oprobio, siendo demócratas consecuentes, forjaremos una España unida, liquidaremos el separatismo de ambos lados del Ebro. Es así como ha surgido, desde el punto de vista nacional, la invencible y gloriosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas». (Joan Comorera; Los separatistas de uno y el otro lado del Ebro; Conferencia pronunciada en México, 1943)
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