jueves, 28 de abril de 2016

La historia muestra que tanto en los gobiernos de democracia burguesa como en los del fascismo se ha perpetuado y promovido al capital monopolista


«¿Es posible retornar del capitalismo monopolista a la economía «pastoril agraria», a la manufactura de antes de la Revolución francesa, a los gremios, a las ciudades «libres» y a las regiones feudales de la Edad Media, a fin de salvar las clases medias del sistema de opresión colonial y del estrangulamiento financiero, de una proletarización que se ha acelerado desde la advertencia del monopolismo? La respuesta, la encontraremos en la conducta del nazi-fascismo-falangista. Este «ideal» era la médula –teórica– del fascismo de Mussolini, del nacional-socialismo de Hitler, del nacional-sindicalismo de Franco. ¿Qué ha quedado de tanta pamplina llamativa? Conquistado el poder, hicieron exactamente una política contraria: reforzaron los monopolios, es decir, el capitalismo monopolista, hicieron de esto una política oficial y la impusieron con la brutalidad característica del régimen. Pocos meses después de la toma de poder, el 15 de julio de 1933, Hitler dictó la ley de organización forzosa de los cárteles. Por mandato de esta ley se constituyeron inmediatamente o se agrandaron los siguientes cárteles: de fabricación de relojes, de cigarros y tabaco, de papel y cartón, del jabón, de los cristales, de redes metálicas, de acero estirado, del transporte fluvial, de la cal y soluciones de cal, de tela de yute, de la sal, de las llantas de los automóviles, de productos lácteos, de la fábricas de conservas de pescado. Para todos estos cárteles, nuevos unos y otros reforzados, se dictaron disposiciones que prohibían la construcción de nuevas fábricas y la incorporación inmediata de los industriales independientes. Se prohibieron también la construcción de nuevas fábricas y el ensanchamiento de las existentes en las ramas industriales ya cartelizadas: del zinc y del plomo laminado, del nitrógeno sintético, del superfosfatos, del arsénico, de los tintes, de los cables eléctricos, de las bombillas eléctricas, de las lozas, de los botones, de las cajas de puros, de los aparatos de radio, de las herraduras, de las medias, de los guantes, de las piedras para la reconstrucción, de las fibras, etc. Las nuevas leyes dictadas de 1934 a 1936, aceleraron la cartelización y el reforzamiento de los cárteles ya existentes. El resultado de esta política fue que a finales de 1936 el conjunto de los cárteles comprendían no menos de las 2/3 partes de la industrias de productos acabados, en comparación con el 40% del total de la industria alemana, el 100% del total de la industria alemana, el 100% de las materias primas de las industrias semifacturadas, y el 50% de la industria de productos acabados, en comparación con el 40% existente a finales de 1933. Mussolini cartelizó por la fuerza la marina mercante, la metalurgia,  las fábricas de automóviles, los combustibles líquidos. El 16 de junio de 1932 dictó una ley de cartelización obligatoria en virtud de la que formaron los cárteles de las industrias del algodón, cáñamo, seda y tintes. En España, nunca la oligarquía financiera había sido tan omnipotente como bajo el régimen del traidor Franco.

Pero no se puede decir que ésta es una política económica impuesta por el nazi-fascismo-falangismo, que no vale como enjuiciamiento general para el capitalismo monopolista. Lo cierto es que los Gobiernos de los países formalmente demócratas han tenido la misma política. Antes que Hitler, los diferentes gobiernos de la República de Weimar crearon y abonaron los monopolios. Es más: salvaron a muchos de la ruina con subvenciones estatales, es decir, del pueblo alemán. En 1932, el Gobierno alemán decidió subsidiar con 40.000.000 de marcos y con créditos asegurados por 70.000.000 a la empresa naviera Hapag-Lloyd, el mayor monopolio de la marina mercante alemana. En 1931, el Gobierno alemán «ayudó» las fábricas unidas del acero, el trust más grande de Europa, comprándole acciones, a un precio cuatro veces superior al de mercado, por valor de 110 millones de marcos. En 1931, el Gobierno alemán espoleó la absorción de dos grandes bancos por el Banco de Dredsner, es decir, la creación de un super-trust bancario, dando a éste una subvención de 525 millones de marcos antes de 1933, el pueblo alemán había perdido ya totalmente 288000000 y luego, con Hitler, perdió el resto, más de 100 millones de marcos, que ya fue obsequio de los nazis a la oligarquía financiera. Antes de Hitler, el Gobierno alemán «avanzó» a los trusts bancarios alemanes más de 1.500 millones de marcos. El Gobierno austriaco subvencionó el Crédito Anstalt con 723 millones de chelines austriacos, una suma casi igual a las pérdidas sufridas por la oligarquía financiera. En Gran Bretaña, debido a las leyes de las minas de carbón de los años 1931-1932, se formaron sindicatos regionales de control de la producción y de los precios y de «racionalización», esto quiere decir la paralización de las minas «antieconómicas», con ello cientos de miles de obreros fueron lanzados al infierno del paro forzoso. En Estados Unidos, los «códigos de competencia leal» de Roosevelt reforzaron las tendencias monopolistas y aceleraron el sometimiento de las empresas pequeñas y medianas a los monopolios. En Francia, la «República financiera» por antonomasia, la concentración monopolista siempre fue acompañada de altibajos políticos y se caracterizaba, por añadidura, por los frecuentes escándalos como los del Caso Stavisky, que mostraron a la superficie la profunda corrupción interior. En España, la República siguió las huellas económicas de la monarquía y la oligarquía financiera y los monopolios ferroviarios, eléctricos, de los teléfonos, del papel, del azúcar, del tabaco, etc., continuaron recibiendo la ayuda del Estado cuando lo necesitaban o cuando «demostraban» que lo necesitaban.

En el régimen nazi-fascista-falangista, o en el régimen formalmente democrático, el capitalismo monopolista es quién dicta la ley. Como decimos nosotros: ¿quién manda en casa? El monopolio está por encima de la nación, del régimen político y «otras particularidades». Por ello con el capitalismo monopolista no se trata ni se pacta. Tampoco se puede sustituir, como acabamos de ver, con sistemas pasados ​​para siempre a la historia. Sólo se puede sustituir con un sistema socio-económico más elevado». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 15 de junio de 1944)

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