viernes, 18 de octubre de 2024

Inglaterra en los siglos XII a XV; Evgeni Kosminsky, 1952

Acrecentamiento del poder real

«El rey y los señores feudales. En 1066, Inglaterra fue conquistada por Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, quien arrebató las tierras a los señores feudales anglosajones y las repartió entre los normandos y franceses, que juntamente con él conquistaron Inglaterra. La situación de los campesinos ingleses empeoró mucho. Los conquistadores convirtieron a muchos de ellos en siervos y los agravaron con pesadas jornadas de trabajo y agobiadores tributos. En Inglaterra se afianzó un poder real fuerte. Aquel conservó en sus manos muchos dominios, casi la séptima parte de toda Inglaterra.

Guillermo el Conquistador mantenía en la sumisión a los señores feudales, observaba celosamente el cumplimiento por su parte del servicio militar en provecho del rey y no les permitía luchar entre sí.

En la misma época en que Francia estaba desmembrada en una infinidad de dominios feudales independientes, Inglaterra era ya un Estado unificado, con un fuerte poder real.

Los grandes señores feudales soportaban a duras penas la autoritaria política del rey, y varias veces se sublevaron, tanto durante el reinado de Guillermo el Conquistador como en el de sus sucesores. Querían conseguir la misma independencia de que gozaban en aquel entonces los duques y condes en Francia. Pero el rey estaba apoyado por los caballeros, el clero y los ciudadanos. Temían el despotismo y la opresión de los grandes señores feudales y por eso preferían «tener un solo tirano a tener un centenar de ellos». Con la ayuda de esos elementos, los reyes lograban dominar a los insubordinados señores feudales.

En el año 1154, el trono de Inglaterra pasó a manos del conde de Anjou, Enrique II, de la dinastía de los Plantagenet. 

La reforma judicial y militar. Ya sabemos en qué consistían los dominios de Enrique II. Le pertenecía casi toda la mitad occidental de Francia: Anjou, Normandía y Aquitania. A ellos se agregaba, a partir de entonces, el reino de Inglaterra. Enrique II, con el apoyo de los caballeros y de los ciudadanos, hizo una guerra decidida a los grandes señores feudales. Destruyó más de trescientos de sus castillos edificados y en los rescates colocó guarniciones reales. 

Durante su reinado se llevaron a cabo varias reformas que afianzaron el poder real. La más importante fue la reforma judicial. Enrique II trataba de robustecer la justicia real. Dio a todos los caballeros y campesinos libres el derecho de exigir que sus asuntos fueran vistos, no en el juzgado del señor, sino en el juzgado real.

En los tribunales reales fueron abolidos los antiguos métodos de investigar los asuntos por vía del «juicio de Dios», es decir, el combate singular, la prueba del hierro candente y del agua hirviendo. Cada asunto era investigado con la ayuda de los jurados. Estos eran elegidos entre los habitantes del lugar y prestaban juramento de decir la verdad. Los jurados debían decir todo lo que sabían en un asunto dado. Basándose en sus testimonios, los jueces debían pronunciar la sentencia. Era un importante paso hacia adelante en comparación con el antiguo procedimiento judicial. 

La reforma judicial de Enrique II fue de gran ayuda para los caballeros de menor cuantía y los campesinos libres. Los juzgados reales eran una defensa contra las usurpaciones de los poderosos señores feudales. Pero la mayoría de la población de Inglaterra −los siervos de la gleba o los villanos− era juzgada como antaño en los tribunales de sus señores, donde era juez el propio señor feudal o su administrador. No todos podían viajar hasta la corte real para ser juzgados y, por eso, Enrique enviaba a las distintas regiones a los «jueces viajeros», quienes actuaban en nombre del rey.

Con el aumento del número de causas en los tribunales reales, Enrique II logró no sólo el afianzamiento de su poder, sino, además, beneficios para el tesoro, pues en su provecho se pagaban las multas judiciales. 

Enrique II tuvo que combatir constantemente. La milicia feudal se reunía lentamente y era muy poco disciplinada, por cuyo motivo, aquel comenzó a exigir de los feudales, en vez del servicio militar, un tributo en dinero, calificado como el dinero del escudo, con el cual se pagaba a los soldados mercenarios extranjeros o a los campesinos ingleses libres. Los arqueros británicos se hicieron pronto célebres en toda Europa.

La Carta Magna de las Libertades y la creación del Parlamento

Juan sin Tierra. Enrique II murió en 1189, sucediéndole su hijo Ricardo I Corazón de León. Este casi no se dejó ver en Inglaterra y pasó todo su reinado en la tercera cruzada y en las guerras con Francia. La población de Inglaterra debió solventar con pesados impuestos estas fantasías militares del rey.

Ricardo fue muerto en Francia durante el sitio de un castillo. Ascendió al trono su hermano Juan sin Tierra (1167-1216), quien libró guerras desastrosas contra el rey de Francia, Felipe II Augusto, que comenzó a apoderarse de los dominios franceses de los Plantagenet. Juan perdió la mayor parte de sus dominios en Francia; también Normandía y Anjou. Para conseguir recursos con los cuales proseguir esta guerra, obtenía el dinero de donde podía. Más que en otra parte, esperaba poder conseguirlo de la opulenta Iglesia. Pero allí se enfrentó al poderoso papa romano Inocencio III. 

Juan se negó a reconocer al arzobispo designado por el papa y confiscó todas las tierras eclesiásticas en Inglaterra. Entonces el papa lo excomulgó, lo declaró excluido del trono y otorgó el reino inglés a Felipe II Augusto, quien reunió tropas para marchar sobre Inglaterra. Los señores feudales ingleses descontentos de su rey desde tiempo atrás rehusaron obedecerle. Juan, al verse rodeado de enemigos, se apresuró a concertar la paz con el papa, rindiéndole juramento de vasallaje y prometiendo pagarle anualmente 1.000 libras esterlinas.

La sublevación de los barones, los caballeros y las ciudades. La Carta Magna. Después de hacer las paces con el papa, Juan contaba con poder vencer a sus restantes enemigos. Marchó contra Felipe II Augusto, pero sufrió una derrota. Su aliado, el emperador germano, fue derrotado por los franceses en Bouvines (1214).

Con los restos de sus tropas mercenarias, Juan se trasladó a Inglaterra. Pero allí lo esperaba una abierta sublevación. Los barones −así se llamaban en Inglaterra los grandes señores feudales− iniciaron sus hostilidades contra el rey. A ellos se unieron los caballeros y las ciudades, que antaño habían apoyado siempre el poder real, pero ahora expresaban su descontento por las crecientes exacciones y la poco afortunada política externa. La población cesó de pagar los impuestos, el tesoro quedó exhausto. Al hallarse en un callejón sin salida, el rey se vio obligado a aceptar todas las exigencias de los sublevados (1215). 

Estas exigencias fueron expuestas en un edicto que recibió el nombre de Carta Magna de las Libertades −Garantías−. El rey se comprometió a no exigir de los barones y los caballeros pagos más gravosos de los que establecía la costumbre. Si el rey necesitaba más recursos de los que obtenía con estas entradas, sólo los podía recibir si estaba de acuerdo el Consejo General de todo el reino, es decir, el congreso de todos sus vasallos. El rey se comprometió a no arrestar a los barones y los caballeros sin juicio previo y a no arruinarlos con multas excesivas. 

Fueron hechas algunas concesiones a las ciudades. El rey reafirmó su derecho a un gobierno autónomo. A sus vasallos, los barones, les prometió no exigirles pagos no establecidos por la costumbre.

Para observar el cumplimiento de la Carta Magna, los barones eligieron a 25 representantes. En caso de que el rey la infringiera, debían iniciar contra él las hostilidades y obligarlo por la fuerza a su fiel acatamiento. 

La Carta Magna era la carta de libertades para los señores feudales. Las ciudades fueron beneficiadas con algunas concesiones, pero la masa principal de la población −campesinos, siervos de la gleba− no obtuvieron ningún provecho. 

La creación del Parlamento. Ni Juan ni su sucesor, Enrique III (1216-1272), cumplieron las exigencias de la Carta Magna. Enrique III irritó a los señores feudales ingleses al repartir las mejores tierras de Inglaterra entre los barones franceses, parientes de su madre y de su esposa. A la población inglesa le exigía cada vez nuevos impuestos. Los barones se sublevaron nuevamente, apoyados por los caballeros y los ciudadanos. En 1246 sus fuerzas unidas derrotaron a las tropas reales. El poder pasó a manos del caudillo de los barones, el duque Simón de Monfort.

Monfort, comprendiendo que los barones pudieron vencer al rey sólo aliados con los caballeros y los ciudadanos, trató de afianzar dicha alianza. Para ello, en 1256, convocó a un consejo no sólo a los barones, arzobispos y abates, sino también a dos caballeros por cada ducado y dos ciudadanos por cada ciudad. 

Esta asamblea fue el primer Parlamento inglés. En este figuraron a la par de los grandes señores feudales, los representantes de los caballeros y de los ciudadanos. Esto diferenciaba al Parlamento del Consejo feudal, que también antaño había sido convocado por los reyes. 

Muchos barones expresaron su descontento porque Monfort otorgase tales derechos a los caballeros y a los ciudadanos. Aquellos comenzaron a abandonar a Monfort y a unirse al rey, cuyos partidarios lograron así derrotar a las tropas de Monfort, compuestas principalmente por los caballeros y los ciudadanos. Monfort murió, pero sus partidarios continuaron la lucha. El rey tuvo que hacer concesiones, su poder fue limitado por el Parlamento, que comenzó a reunirse constituido del mismo modo que lo había convocado Monfort.

El Parlamento inglés, como los Estados Generales franceses, representaba solamente a las clases elevadas: barones, alto clero, caballeros y ricos ciudadanos. La masa de la población rural y de las ciudades no estaba representada.

En el siglo XIV, el Parlamento se dividió en dos cámaras: la alta o Cámara de los lores, y la baja o Cámara de los Comunes. En la Cámara de los lores deliberaban los barones y el alto clero; en la baja, los representantes electos de los caballeros y las ciudades. El Parlamento consiguió ampliar gradualmente sus atribuciones. Se estableció que el rey no podía percibir los impuestos sin la venia de las Cámaras, prerrogativa que estas aprovechaban para permitir al rey la percepción de impuestos sólo cuando consentía en promulgar leyes consideradas convenientes por los legisladores.

De este modo, el Parlamento fue convirtiéndose en la más alta institución legislativa. Por su intermedio, los barones y los caballeros, juntamente con los ciudadanos ricos, conservaban en sus manos la legislación y los impuestos, mediante los cuales mantenían sujetos a los trabajadores: campesinos, artesanos, oficiales. 

La situación de los campesinos. En los siglos XIII y XIV, en Inglaterra se desarrollaron las ciudades, creció el comercio con estas y con las aldeas, aumentó la exportación de la lana y el grano al exterior. En el comercio participaban también los campesinos. Vendían los productos y recibían, en cambio, dinero. 

Las jornadas de trabajo y los censos de antaño comenzaron a ser remplazados por los pagos en dinero. Al sustituir las jornadas de trabajo obligatorio por sumas de dinero, los propietarios, para el cultivo de sus tierras, comenzaron a emplear por un salario ínfimo peones provenientes de las zonas de los campesinos pobres. Para aumentar sus ingresos, los propietarios comenzaron a usurpar los bosques y campos de pastoreo de la comuna, que anteriormente eran el dominio de los campesinos. Estos no disponían de lugares de pastoreo para su ganado ni donde cortar leña. Sus protestas no se tenían en cuenta, y cuando trataban de destruir los cercos levantados por los propietarios alrededor de las tierras usurpadas, se les castigaba despiadadamente.

La situación de los campesinos empeoró particularmente en la mitad del siglo XIV, cuando azotó a Europa la terrible enfermedad procedente de Asia, la peste, conocida como «la muerte negra».

En Inglaterra hizo estragos en los años 1348 y 1349. Pereció muchísima gente, sobre todo entre las clases trabajadoras; quedaron desiertas aldeas enteras. El ganado erraba por los campos, sin pastores. Entre los animales se propagaron las epidemias y sucumbieron a millares. Después vinieron malas cosechas. Los precios del grano y demás productos encarecieron. La falta de siervos de la gleba y de peones para cultivar los campos obligó a los propietarios a buscarlos por todas partes y la mayor demanda originó un aumento de los salarios. El peón no se avenía a trabajar por el bajo jornal anterior, entre otras causas, porque el pan y los productos se vendían más caros y no hubiera podido subsistir con tan escasa remuneración. 

El encarecimiento de la mano de obra provocó el descontento de los terratenientes y también de los industriales de las ciudades, ya que debían pagar más a sus oficiales.

Leyes contra los peones y los oficiales. Los terratenientes y los industriales urbanos urgieron medidas decisivas para la lucha contra los peones y los oficiales. El Parlamento promulgó leyes por las cuales se prohibía a éstos rechazar un empleo y se les prescribía trabajar por el mismo salario que percibían antes de «la muerte negra». A los que no se sometían a dichas leyes, se les encarcelaba y multaba. Pero aún esto pareció poco. Los castigos fueron reforzados: a los peones y oficiales que infringían la ley, se los comenzó a encarcelar por un tiempo prolongado y a marcar con un hierro candente. Eran sofocadas con saña todas las tentativas tendientes a formalizar acuerdos entre ellos para la elevación de sus salarios.

Empeoramiento de la situación de los siervos de la gleba. «La muerte negra» repercutió también en forma sensible sobre la vida de los siervos de la gleba. Las ganancias de los terratenientes disminuyeron. Por tal causa, empezaron a exigir de los campesinos sobrevivientes más cargas y contribuciones que antes. Algunos terratenientes, en los casos en que las jornadas de trabajo obligatorio habían sido remplazadas con un censo en dinero, comenzaron a exigirlas nuevamente, pues era difícil encontrar en Inglaterra, por aquel entonces, peones de campo. 

A estas calamidades que pesaban sobre los campesinos se agregaron aún los gravosos impuestos militares. En 1337, durante el reinado de Eduardo III, comenzó la guerra de los Cien Años con Francia. Al principio transcurrió victoriosamente para los ingleses, pero luego sufrieron un desastre tras otro. La guerra exigía cada vez nuevas sumas de dinero, y especialmente debían pagar los campesinos.

Todo ello provocó el descontento popular. Los campesinos se quejaban del yugo de los impuestos y las obligaciones para con los señores feudales. Sobre todo, se inquietaban los más pobres. 

Entre estos se difundía la convicción de que la tierra debía pertenecer a todos y que todos los hombres debían ser iguales. En las aldeas se repetía con insistencia el refrán popular: «Cuando Adán araba y Eva se sentaba a la rueca, ¿quién, entonces, era el noble?».

John Ball. En las aldeas aparecieron predicadores populares. Acusaban a la rica y autoritaria Iglesia, que expoliaba en toda forma al pueblo, y en discursos ardientes injuriaban a los señores feudales, a los jueces rapaces y a los funcionarios reales. 

Entre ellos sobresalía, por su influencia sobre las masas, John Ball. Este acusaba sin temor a los opresores feudales y exigía que se despojara a los monasterios de sus enormes propiedades y se las repartiera entre los necesitados. Lo perseguían y querían arrestarlo, pero el pueblo lo ocultaba. Finalmente, Ball fue apresado por orden del arzobispo de Canterbury −principal personaje eclesiástico en Inglaterra− y encarcelado.

La rebelión de Wat Tyler

Principio de la rebelión. La última gota que desbordó el cáliz de la paciencia popular fue la Contribución Electoral General decretada por el gobierno para la continuación de la guerra de los Cien Años con Francia. Para el cobro de esta contribución, los funcionarios se permitían toda clase de abusos y violencias. Como respuesta a ello, en Inglaterra oriental se produjo una rebelión campesina (1381). Los campesinos expulsaron a los recaudadores de impuestos; a algunos de ellos, hasta los mataron. A los insurrectos se unían cada vez nuevos destacamentos de campesinos, armados de arcos, garrotes, hachas, horquetas. La rebelión comenzó como una protesta contra los impuestos, pero pronto se convirtió en una campaña contra los principales opresores del pueblo: los señores feudales. Un odio particular era provocado en los campesinos por los señores feudales pertenecientes a la Iglesia: los arzobispos y los abates, que eran los más despiadados dueños de los siervos de la gleba.

Los sublevados destruían los monasterios y las propiedades de los terratenientes: se apoderaron del ganado y de los bienes y quemaban los documentos donde figuraban anotadas las cargas de los campesinos. Estos eran apoyados a menudo por los pobres de las ciudades.

Adquirió suma violencia la rebelión en Essex y Kent, condados cercanos a Londres, en el sudeste de Inglaterra. Los campesinos de Kent libertaron de la prisión a John Ball, el cual predicaba ahora un implacable odio de clases, incitando a una matanza general de los señores y de sus auxiliares, los jueces reales. En sus arengas expresaba que el bienestar sólo sería posible cuando todos los bienes fuesen comunes, y no hubiera siervos ni nobles, siendo en consecuencia todos iguales. El caudillo de la rebelión en Kent era Wat Tyler, campesino experto en la construcción de techos. Por su nombre, la rebelión de 1381 fue llamada la rebelión de Wat Tyler. 

El ataque a Londres. En dos numerosos destacamentos se acercaron a Londres los sublevados campesinos de Essex y Kent. El intendente de Londres ordenó cerrar las puertas de la ciudad, pero los pobres de esta lo impidieron. Con el estandarte desplegado, teniendo a su frente a Wat Tyler y a John Ball, los campesinos penetraron sin resistencia en la capital de Inglaterra. Comenzaron a quemar y destruir las casas de los dignatarios reales, matando a algunos de ellos. Los campesinos abrían las cárceles y dejaban en libertad a los recluidos.

En una entrevista con el rey Ricardo II presentaron a este una serie de exigencias. El atemorizado monarca aceptó aliviar la situación de los campesinos. Prometió abolir en toda Inglaterra la servidumbre y las jornadas de trabajo obligatorio. Admitió que los campesinos sólo debían pagar a los terratenientes una pequeña contribución en dinero. A todos los participantes de la rebelión les había sido prometido el perdón real. Una parte de los campesinos aceptó el acuerdo y abandonó Londres. Pero muchos insurrectos, sobre todo los pobres, quedaron descontentos, pues necesitaban tierras y esperaban la supresión de las crueles leyes contra los obreros. Nada de esto se vislumbraba en las promesas reales. Una parte considerable de campesinos, con Wat Tyler y John Ball a la cabeza, permaneció en Londres y exigió una nueva entrevista con el rey.

Entretanto, se sublevaron los pobres de la ciudad, quienes comenzaron a ajusticiar a sus opresores, destruyendo sus oficinas y comercios y asesinando a los mercaderes opulentos, a los industriales y a los usureros. Los acaudalados londinenses, presa del terror, empezaron a reunir fuerzas armadas contra los campesinos insurrectos y los pobres de Londres. El rey se vio obligado a presentarse por segunda vez a conferenciar con los campesinos. Estos le presentaron entonces exigencias nuevas. Pedían que fueran abolidas todas las leyes inhumanas, y que todas las tierras en poder de los clérigos fueran confiscadas y repartidas entre los campesinos. Exigían, asimismo, el establecimiento en Inglaterra de una igualdad absoluta para todos.

Sofocamiento de la rebelión. Pero entretanto, los señores feudales y los potentados de Londres aprovecharon el tiempo para organizar la resistencia. Durante las deliberaciones, el intendente de Londres mató a traición a Wat Tyler. Un gran ejército armado, de caballeros y ciudadanos ricos, llegó en auxilio del rey. Los campesinos, privados de su caudillo, no se decidieron a entrar en combate. Les hicieron toda clase de ofrecimientos, les prometieron no perseguirles por su participación en la rebelión y los convencieron de que Londres sería suprimida. 

Los campesinos evacuaron la ciudad, en la creencia de que sus exigencias eran aceptadas y de que ya no debían trabajar en forma gratuita y obligatoria para su señor, por considerarse personas libres. Pero mientras tanto, en nombre del rey, delegados de éste recorrieron toda Inglaterra y transmitieron a los caballeros, la orden de presentarse en Londres. Rápidamente se alistó un gran ejército bien armado, el cual persiguió a los destacamentos campesinos, aniquilándolos ferozmente. Luego, por los lugares donde tuvieron origen las rebeliones, pasaron los jueces reales y su actuación fue terrible. En todo el país fueron levantados patíbulos, pero ni aun así había lugar para los condenados. En Londres, en la plaza del mercado, sobre un pilón de madera, se cortaba la cabeza a los pobres que habían participado en la rebelión.

Fueron cruelmente ejecutados los jefes insurrectos, John Ball entre ellos. El rey ordenó que los campesinos obedecieran ciegamente a los terratenientes y acataran todas las cargas impositivas vigentes antes de la rebelión. 

Causas del fracaso de la rebelión. El fracaso de la rebelión se debió a que los campesinos no actuaron unidos y organizadamente. La mayoría de los insurrectos no participó en la marcha sobre Londres y se limitó a luchar contra los señores feudales en sus posesiones. La conciencia de clase no estaba aún desarrollada entre los campesinos. Odiaban a sus explotadores feudales, como asimismo a los consejeros reales, a quienes creían responsables de los pesados impuestos, pero confiaban en que el rey los defendería de acuerdo con sus falsas promesas. A su vez, los pobres de la ciudad carecían de organización para tomar sobre sí la responsabilidad en la dirección del movimiento. Todo ello produjo el fracaso de la rebelión campesina.

Abolición del derecho de servidumbre. A pesar de todo, la insurrección de Wat Tyler constituyó un rudo golpe para el feudalismo en Inglaterra. Los terratenientes temían exigir «la corvée» −jornada de trabajo obligatorio− y aumentar las cargas a los campesinos. Estos fueron transferidos mediante pagos en dinero. Desaparecía gradualmente el derecho de servidumbre, de modo que cien años después de la rebelión en Inglaterra quedaban ya muy pocos siervos. Pero la liberación no era total. El campesino que se libraba de la servidumbre era personalmente libre y, si lo quería, podía abandonar a su señor, pero si deseaba permanecer en su parcela debía soportar tributos en dinero en beneficio de su terrateniente.

Inglaterra en el siglo XV

Predomino de los grandes feudos. Los monarcas ingleses, durante la guerra de los Cien Años, recurrieron principalmente a tropas mercenarias, pero también contaron con la participación de los barones ingleses, quienes integraban sus destacamentos con toda clase de elementos, especialmente con caballeros de menor cuantía, arruinados. Con ellos, los barones ingleses saquearon el territorio francés. Cuando no había acciones militares, utilizaban estos destacamentos para aumentar su poderío en Inglaterra. Los barones se desunieron, formando partidos adversarios, cada uno de los cuales trataba de apoderarse del gobierno del país con el propósito de enriquecerse a costa del pueblo agobiado por las contribuciones y para saquear el tesoro. Al frente de sus destacamentos, los barones realizaban incursiones de saqueo contra los predios vecinos, sin temor por la reacción de las tropas reales.

Fin de la guerra de los Cien Años. Los barones y su cortejo armado tenían inclinaciones belicosas. Querían guerras, saqueos, usurpaciones de nuevos dominios. En consecuencia, fueron reanudadas las acciones militares contra Francia. Los ingleses derrotaron a los franceses en Azincourt (1415) y se adueñaron de casi todo el norte del país. Ocuparon París. Pero no lograron retener sus conquistas. Las discordias entre los barones minaban a Inglaterra. En 1453, la guerra de los Cien Años terminó; en manos de los ingleses sólo quedó en Francia la ciudad de Calais, el puerto marítimo más cercano a Inglaterra. 

Al término de la guerra, en Inglaterra quedaron muchos milicianos no habituados a la labor pacífica y, en consecuencia, dispuestos a guerrear y saquear. Estos elementos pasaron a engrosar las huestes militares de los barones, que se apoderaron por completo del poder, sin límites para sus latrocinios. Usurpaban las tierras y los bienes de sus vecinos. Aunque la guerra había terminado, las contribuciones no disminuyeron. Los barones y los cortesanos reales saqueaban sin pudor el tesoro.

La descarada rapacidad de los grandes señores feudales y de sus bandas provocó una irritación extrema entre los campesinos, los habitantes de las ciudades y parte de la nobleza.

La nueva nobleza. Por esta época empezó a formarse en Inglaterra una nueva nobleza. Muchos nobles abandonaron la antigua economía natural e iniciaron el tráfico comercial con los productos de la economía rural. Criaban sobre sus tierras grandes rebaños de ovinos y vendían la lana, producto que, por aquel entonces, tenía mucha demanda en virtud de que, en el siglo XV, en Inglaterra, hizo grandes progresos la industria lanera. Los ingleses comenzaron a exportar sus paños al extranjero; sus naves comerciales aparecieron en todos los puertos de Europa, pero los desastres de la guerra de los Cien Años arruinaron grandemente el comercio marítimo. Por este motivo, los comerciantes e industriales y los «nuevos nobles» se indignaron contra los barones que llevaban a Inglaterra a la derrota, propiciando un fuerte poder real que pudiera defender los intereses de la industria y el comercio inglés.

La guerra de las Dos Rosas. En ese entonces reinaba en Inglaterra la dinastía de los Lancaster, íntegramente en manos de los grandes señores feudales. Este predominio dio origen a que la nueva nobleza, juntamente con los ciudadanos, apoyase a otra dinastía rival, la de York, que ambicionaba apoderarse del trono. Entre ambas comenzó una guerra, que se prolongó por espacio de treinta años (1455-1485). En el escudo de los Lancaster figuraba una rosa escarlata y en el de los York, una blanca, por cuyo motivo aquélla recibió el nombre de guerra de las Dos Rosas. Para la mayoría de los barones y de sus bandas militares, la guerra de las Dos Rosas era sólo un pretexto para la violencia y el saqueo. Una parte de los barones tomó partido por los Lancaster; la otra apoyó la dinastía de los York. Algunos de los barones pasaban de un bando a otro, según su propia conveniencia. En esta guerra, los grandes señores feudales se aniquilaban los unos a los otros y minaban sus fuerzas. 

La guerra de las Dos Rosas terminó en el año 1485, y en ella perecieron ambas dinastías. Enrique Tudor, fundador de la dinastía de los Tudor, se proclamó rey con el nombre de Enrique VII.

La nueva nobleza y la burguesía apoyaban incondicionalmente a Enrique VII. Ambicionaban un fuerte poder real, para defender el comercio inglés, mantener sujetos a los grandes señores feudales y sofocar los levantamientos populares. Tras los motines del siglo XV, el poder real en Inglaterra surgió más firme y sólido; el país se unificó en un solo Estado nacional». (Evgeni Kosminsky; Historia de la Edad Media, 1952)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

«¡Pedimos que se evite el insulto y el subjetivismo!»