viernes, 13 de agosto de 2021

La época de las «desapariciones» no empezó con Videla, sino con Perón; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

«Durante los últimos tres años, más de 2.000 argentinos han muerto como resultado de la violencia política. El mayor número de estas muertes fueron causadas por terroristas de izquierda y derecha. Los terroristas de izquierda en particular hicieron de la policía, los oficiales del ejército y otros funcionarios del gobierno uno de sus principales objetivos. Los terroristas de derecha, en cambio, han dirigido su fuego contra estudiantes de izquierda, dirigentes sindicales, congresistas y personas simpatizantes de las causas de izquierda en general. Del lado del gobierno, hay evidencia que indica que, frente a la violencia subversiva a gran escala, la policía y los oficiales del ejército han recurrido en ocasiones a ejecuciones extralegales, detenciones y encarcelamientos durante largos períodos y torturas a presuntos terroristas. (...) En cuanto a la libertad de expresión, el gobierno federal ha cerrado en los últimos tres años casi una veintena de publicaciones de extrema izquierda y derecha del espectro político». (CIA; Aerograma A-32 de la Embajada en Argentina al Departamento de Estado, Buenos Aires, 9 de marzo de 1976)

El gobierno peronista, en sus distintos mandatos, ya practicaba las desapariciones con todo aquel que se dijera comunista o mínimamente contrario a sus postulados. Véase el «caso Bravo», referido a Ernesto Mario Bravo, quién fue secuestrado y torturado en 1951; el caso de Juan Ingalinella, secuestrado y asesinado en 1955, o el abogado comunista Guillermo Kehoe, tiroteado por las bandas peronistas en 1964. En el primer gobierno peronista ya existía la llamada «Sección Especial», un cuerpo encargado de la represión concreta del comunismo, como orgullosamente proclamaban en sus discursos. Las campañas de propaganda anticomunista no tenían nada que envidiar a las del maccarthysmo en EEUU o a las del franquismo en España. Recomendamos el visionado de los vídeos anticomunistas de la época peronista recogidos en el documental de Eduardo Meilij: «Permiso para pensar» de 1989.

Incluso podríamos hablar de las sacudidas dirigidas hacia viejos compañeros de política, como los intentos de asesinato hacia Cipriano Reyes en 1947, cuando se negó a disolver su organización sindical en el nuevo partido peronista, siendo luego detenido en 1948 bajo la excusa de «conspirar para matar a Perón». Con el advenimiento de Perón en Argentina en 1972, Cámpora, mano derecha de Perón, renunciaría para que se celebrasen nuevas elecciones presidenciales al año siguiente, donde el propio Perón sale elegido con un alto porcentaje de votos –más del 62%–. Para aquel entonces parece decidido a tomar medidas ante un país contra las cuerdas, en donde la coyuntura político-económica es dificilísima para cualquier próximo gobierno y con su propio movimiento cada vez más dividido en dos bandos: 

«Este desacuerdo se confirma cuando llega Perón a Argentina [1973] y no puede aterrizar donde estaba previsto, debido a que se había desatado una batalla campal donde estaba programado aterrizar y porque los propios peronistas se habían enfrentado entre ellos por el liderazgo del movimiento; se habla de que hubo entre un centenar y dos centenares de muertos. La recepción a Perón degeneró en un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda del peronismo por monopolizar la figura del líder y controlarlo durante su llegada. Y el liderazgo, siguiendo sus patrones, tenía que dirimirse por la fuerza de las armas. (...) Perón toma conciencia de que las cosas no le van a resultar tan fáciles como él pensaba y que está juventud maravillosa de antes le iba a traer problemas; tendría que tomar medidas para evitar que la situación se desbordase y ya toma posiciones, considerando que estos jóvenes no eran tan idealistas sino revolucionarios, claramente. (...) Hay un episodio que lo conmueve a Perón, que es el atentado contra el dirigente gremial José Ignacio Rucci. (...) Fue un acto doloroso y mostraba que Perón no dominaba todavía la situación, mostrando a las claras que el oponente ya no tenía miramientos y estaba dispuesto a llegar hasta el final. Perón, entonces, en una reunión secreta con los dirigentes peronistas, en Los Olivos, da a entender a través de una directiva que se acabaron los miramientos hacia estos actos y que había acabar de una vez, incluso por la violencia, respondiendo a este tipo de acciones violentas y terroristas. Esta decisión dio lugar a que se produjeran una serie de acciones encubiertas». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla, 2012)

En aquella tesitura, bajo la excusa de lograr la «unidad nacional», Perón busca la alianza de los radicales para asegurar su gobernabilidad, sus viejos adversarios desde 1946, a los que calificaba de representantes de la «casta oligárquica». Esto termina de derrumbar la teoría que afirma que Perón era un firme opositor de las viejas élites criollas. En ese 1973 se impulsó una nueva Ley de Asociaciones Profesionales, como la emitida en los años 40 para garantizar la hegemonía del sindicato peronista de masas, la CGT, pudiendo así reprimir legalmente las huelgas organizadas por los sindicatos opositores, siendo algunos considerados por esta ley como organizaciones ilegales. Pero descuiden, Perón seguía siendo el padre de los obreros, lo hacía por su propio bienestar. El peronismo retornado al poder no había cambiado de carácter: desplegó un gran plan operativo de represión para barrer del mapa en el menor tiempo posible a toda «organización subversiva de izquierda», fuese ella peronista o no. Para tal fin se dotaría de organizaciones paramilitares que actuaban de forma encubierta, como la famosa Alianza Anticomunista Argentina (AAA), grupo paramilitar que colaboraba también con los jefes de la policía, ejército y demás. He aquí la interconexión entre el poder gubernamental y las fuerzas represivas del Estado que se «presuponen» neutrales, lo cual echa por la borda una vez más la supuesta naturaleza neutral del Estado. Así lo relata el por entonces Comandante en Jefe del Ejército Argentino, ni más ni menos que el propio Jorge Videla, exponiendo cómo se formó y actuaba la mítica Triple A:

«La mano ejecutora de este grupo que operaba bajo las órdenes y el consentimiento de Perón era el ministro de Bienestar Social, José López Rega, que organiza la Triple A. (...) Un hombre de confianza del presidente que se dedica a ejecutar las órdenes que le da el viejo general y que no siempre se atienen a la legalidad. De esta manera, se van dando los primeros pasos y pone orden en el país, pero, sin embargo, el líder ya no es el de antes y tiene la salud muy desgastada. Hasta el último aliento da todos sus esfuerzos por normalizar y por trabajar en su proyecto, que desde luego no era el de los jóvenes «idealistas», sino el de normalizar el país de una vez por todas tras los excesos cometidos. (...) Así llegamos a finales de agosto de 1975, en que soy nombrado Comandante en Jefe del ejército argentino, y en los primeros días del mes de octubre, a principios, somos invitados los comandantes de los tres ejércitos a una reunión de gobierno presidida por Italo Luder, que ejercía como presidente por enfermedad de María Estela, en las que se nos pide nuestra opinión y qué hacer frente a la desmesura que había tomado el curso del país frente a estas acciones terroristas». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla, 2012)

Fueron altamente famosas las consecuencias de esta institución: el asesinato en 1974 del cura tercermundista Carlos Mugica, vinculado al peronismo de izquierda, Rodolfo Ortega Peña, intelectual de la Juventud Peronista también asesinado en 1974, o Silvio Frondizi, intelectual del trotsko-guevarista del PRT, también liquidado en ese mismo año por el terrorismo de Estado peronista, por citar algunos ejemplos de la represión contra los peronistas de izquierda o de los movimientos simpatizantes del peronismo de izquierda. Imagínese el lector el trato dado a los abiertos antiperonistas de entonces, como los pocos marxista-leninistas. El resultado de aquella reunión entre los dirigentes del peronismo y los militares era claro: el ejército debía entrar en acción. Videla, años después, agradecería al peronismo su decisión de tomar cartas en el asunto:

«El empleo de las Fuerzas Armadas en 1975, para combatir contra el terrorismo, no fue un acto improvisado y mucho menos novedoso. (...) Reflejo también de ese estado de ánimo, proclive a llevar adelante una guerra sin cuartel contra los grupos terroristas, son las palabras pronunciadas por el Diputado Stecco, durante el homenaje que la Cámara de Diputados rindió a José Rucci, con motivo del atentado que le costó su vida. (...) En el mes de enero de 1975, la señora de Perón, a cargo de la Presidencia de la Nación, dictó un Decreto por medio del cual ordenaba el empleo de las Fuerzas Armadas para combatir al terrorismo hasta su aniquilamiento. (...) En los primeros días del mes de octubre de 1975, el Doctor Luder, provisionalmente a cargo de la Presidencia de la Nación –la señora de Perón se hallaba en Ascochinga, en uso de licencia por razones de salud– convocó a una reunión de gabinete para determinar qué hacer frente a la dimensión que había cobrado el accionar subversivo. A dicha reunión fuimos invitados los Comandantes Generales, quienes debíamos exponer nuestros puntos de vista sobre el particular. (...) Parecía llegado el momento de apelar, como último recurso, al empleo de las Fuerzas Armadas a fin de combatir al terrorismo subversivo. Agregué que la decisión de emplear a las Fuerzas Armadas para cumplir con ese cometido implicaba, de hecho, reconocer un estado de guerra interna con sus consiguientes secuelas. (...) En atención a ello, se propusieron cuatro cursos de acción, en grado creciente de libertad de acción. El primero, muy pautado, garantizaba que no se cometieran errores o excesos, pero hacía suponer una prolongación sine die del conflicto. Entendíamos por excesos, delitos comunes que pudiera cometer personal militar al amparo de la guerra a desarrollar. (...) Los cursos de acción segundo y tercero, eran un gradiente mayor de libertad de acción. El curso de acción cuarto –que resultó seleccionado– preveía el despliegue de las Fuerzas Armadas, así como de las Policiales y las de Seguridad –estas dos bajo el control operacional de las primeras– en la totalidad del territorio nacional; y, a partir de ese despliegue disperso, nada fácil de controlar, actuar simultáneamente en la búsqueda del enemigo para combatirlo donde fuera hallado. Cabe destacar que el agresor actuaba en la clandestinidad, dentro de una organización celular difícil de penetrar, que imponía una paciente tarea de inteligencia para localizarlo. Debo rendir homenaje al coraje cívico demostrado por el Doctor Luder en esa ocasión quien, sin hesitar, seleccionó este curso de acción que era el más riesgoso en cuanto a la posibilidad de que ocurrieran errores o excesos, pero que garantizaba la derrota del terrorismo en no más de un año y medio de lucha. Es más, ante un pedido de intervención por parte de uno de los ministros asistentes, el Doctor Luder manifestó tener decidida su resolución y con ello cerró el debate». (Jorge Videla; Declaración pública, 23 de diciembre de 2010)

También cabe mencionar que no solo la alta jefatura del ejército estaba al tanto de estas prácticas, sino que el cuerpo eclesiástico del país tuvo un papel fundamental para que estas «desapariciones» continuasen «con la bendición del Altísimo». Así lo confirmó Adolfo Scilingo, destinado en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), quien pudo contabilizar entre 150 y 200 vuelos. Este fue el primer oficial militar en reconocer públicamente el terrorismo de Estado. Según su experiencia personal, los jefes del clero no solo dieron su bendición a la «lucha contra la subversión» en abstracto, sino que se implicaron directamente despejando dudas y remordimientos entre los militares que, cómo él, llevaban a cabo estas ejecuciones, ¿de qué forma? Arguyendo que el país atravesaba una «guerra santa» y que los «pecadores» no sufrían:

«Adolfo Scilingo: Todos estábamos convencidos que estábamos en una guerra distinta, para la que no estábamos preparados, y se empleaban los elementos que se tenían al alcance, el enemigo tenía permanentemente buena información y había que negársela. Desde el punto de vista religioso, charlado con capellanes, estaba aceptado. (…) Me hablaba de que era una muerte cristiana, porque no sufrían, porque no era traumática, que había que eliminarlos, que la guerra era la guerra, que incluso en la Biblia está prevista la eliminación del yuyo del trigal Después del primer vuelo, pese a todo lo que le estoy diciendo, me costó a nivel personal aceptarlo. Me dio cierto apoyo». (Horacio Verbitsky; El vuelo, 1995)

¿Cuál era el motivo real para adoptar este y no otro procedimiento? La razón era bastante obvia: por un lado, intentar no dejar rastros burocráticos sobre el destino de los detenidos; por otro lado, intentar que nunca se hallasen los cuerpos que confirmasen el delito −cosa que tampoco se logró, ya que cada cierto tiempo aparecían en las costas y desembocaduras de los ríos las bolsas con los cadáveres−:

«El mayor problema que se planteaba era el de la eliminación de los subversivos de los que hubiera que deshacerse, dado haciendo referencia a los problemas que había tenido Franco con las ejecuciones y se que había adoptado una solución tras la consulta con las autoridades eclesiásticas, hablándose de subir los subversivos en aviones que no llegaría a destino, lo que se había consultado con las jerarquías eclesiásticas quienes habían dado su consentimiento dado que se trataría de una muerte cristiana. A los afectados no se les iba a arrojar conscientes sino que antes iba a ser anestesiados». (Sentencia de la Audiencia Nacional (España), de 19 de abril de 2005, por el que se condena a Adolfo Scilingo por delito de lesa humanidad, con causación de 30 muertes y realización de detenciones ilegales y torturas, 1997)

Si repasamos las declaraciones de Videla en 2012, cuando llevaba años en prisión y sin nada que perder, allí recalca que él y sus correligionarios militares dieron el golpe de Estado de 1976 no porque necesariamente estuvieran en desacuerdo en lo ideológico con el peronismo en el poder, puesto que en lo fundamental eran afines a su anticomunismo, su cristianismo y a la pretensión de eliminar de los grupos guerrilleros… el putsch militar fue contra la incapacidad del gobierno para hacer frente a la «subversión» tras la muerte del General Perón. Llegados a ese punto, la burguesía argentina llegó a la misma conclusión que la francesa en 1848: «¡La legalidad nos mata!», por lo que puso en marcha los trámites para deshacerse de algunos incómodos de ella:

«A mediados de la década del 70, los elementos terroristas habían proliferado bajo distintas denominaciones, a los que se sumaban efectivos de custodia de los dirigentes sindicales –verdaderas patotas armadas que, más que proteger intimidaban– así como los integrantes de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA). (...) Dentro de esta especie de far west vernáculo, en el cual el Estado había perdido el monopolio de la fuerza, se destacaban. (...) El Ejército Revolucionario del Pueblo, encabezado por Santucho, brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores, de tendencia trotskista; y Montoneros, encabezado por Firmenich, brazo armado de la izquierda justicialista y, más específicamente, representativo de la Juventud Peronista». (Jorge Videla; Declaración pública, 23 de diciembre de 2010)

El golpe, según su visión, se tenía que dar porque, en aquel momento, tras la muerte de Perón en 1974 y en conocimiento de la enfermedad de su segunda esposa y sucesora, Isabel, se estimaba que dicho gobierno había llegado a un punto extremo de debilidad, siendo incapaz de contrarrestar los problemas económicos, sociales y militares de la oposición más izquierdista, con grupos que estaban adquiriendo una actividad antigubernamental muy contundente –sabotajes, guerrilla y acciones de terrorismo individual–. 

Las declaraciones de Videla, incluso como jefe supremo, hacían énfasis en el peligro de la subversión que amenazaba los valores que había hecho suyos el peronismo:

«La Argentina sufrió la agresión del terrorista subversivo, que pretendía mediante la intimidación pública cambiar nuestro tradicional sistema de vida, inspirada en la visión cristiana del hombre, en la cultura occidental. En la defensa de sus intereses, nos vimos obligamos frente a esa agresión, a aceptar el reto de la misma, que era una guerra». (Jorge Videla; Entrevista, 1980)

Esta era la misma visión y prioridad que tenía Perón antes de morir:

«Quiero asimismo hacerles presente que esta lucha en la que estamos empeñados es larga y requiere en consecuencia una estrategia sin tiempo. El objetivo perseguido por estos grupos minoritarios es el pueblo argentino, y para ello llevan a cabo una agresión integral. Por ello, sepan ustedes que en esta lucha no están solos, sino que es todo el pueblo [el] que está empeñado en exterminar este mal, y será el accionar de todos el que impedirá que ocurran más agresiones y secuestros. La estrategia integral que conducimos desde el gobierno nos lleva a actuar profundamente sobre las causas de la violencia y la subversión, quedando la lucha contra los efectos a cargo de toda la población, fuerzas policiales y de seguridad, y si es necesario de las Fuerzas Armadas. Teniendo en nuestras manos las grandes banderas o causas que hasta el 25 de mayo de 1973 pudieron esgrimir, la decisión soberana de las grandes mayorías nacionales de protagonizar una revolución en paz y el repudio unánime de la ciudadanía harán que el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para el bien de la República». (Juan Domingo Perón; Carta a los efectivos de la Guarnición de Azul, 22 de enero de 1974)

Se había llegado al punto en que, dentro del desorden y caos socio-político, las asociaciones como el radicalismo oficial, también desesperadas, incitaron al ejército a que pasase a dar un golpe para «poner orden», lo que demuestra que, la burguesía, más allá de rivalidades y gustos con otras facciones de la misma, siempre antepondrá el orden social y laboral para interés de su bolsillo:

«María Estela Martínez de Perón, tal como se preveía legalmente. La mujer de Perón, desde luego, no estaba preparada para ser presidente y mucho menos en las circunstancias en las que estaba viviendo el país. Para afrontar la situación que vivíamos, se necesitaba carácter, conocimiento, capacidad para tomar decisiones y prestigio, rasgos de los que carecía totalmente esta señora. El gobierno de María Estela va perdiendo fuerza. Era una buena alumna de Perón, eso sí, ya que desde el punto de vista ideológico se situaba en la extrema derecha del peronismo y el marxismo le provoca un rechazo total. En un almuerzo con varios generales, una treintena si mal no recuerdo, llegó a ser muy dura con el marxismo, en ese sentido no quedaban dudas de que la dirección ideológica estaba encaminada, pero le faltaban fuerzas y conocimientos para llevar a cabo el combate, la lucha, y poner orden. Incluso para poner coto a las actividades de López Rega, que mataba por razones ideológicas pero que también lo hacía por otras razones para cobrarse algunas cuentas pendientes. La situación, como ya he dicho antes, era muy difícil, reinaba un gran desorden. A Isabel se le hizo saber este estado de cosas y destituye finalmente a López Rega, que lo envía de embajador itinerante al exterior. Así se cumplía el deseo de muchos, entre los que me encontraba, que no queríamos que este hombre siguiera al frente de sus responsabilidades. (...) Luder, prácticamente, nos había dado una licencia para matar, y se lo digo claramente. La realidad es que los decretos de octubre de 1975 nos dan esa licencia para matar que ya he dicho y casi no hubiera sido necesario dar el golpe de Estado. El golpe de Estado viene dado por otras razones que ya explique antes, como el desgobierno y la anarquía a que habíamos llegado. Podía desaparecer la nación argentina, estábamos en un peligro real. (...) Llegamos así, ya en plena lucha contra el terrorismo, al mes de marzo de 1976, en donde padecemos una situación alarmante desde el punto de vista social, político y económico. Yo diría que en ineficacia la presidenta había llegado al límite. Sumando a esto la ineficiencia general se había llegado a un claro vacío de poder, una auténtica parálisis institucional, estábamos en un claro riesgo de entrar en una anarquía inmediata. El máximo líder del radicalismo, Ricardo Balbín, que era un hombre de bien, 42 días antes del pronunciamiento militar del 24 de marzo, se me acercó a mí para preguntarme si estábamos dispuestos a dar el golpe, ya que consideraba que la situación no daba para más y el momento era de un deterioro total en todos los ámbitos de la vida. «¿Van a dar el golpe o no?», me preguntaba Balbín, lo cual para un jefe del ejército resultaba toda una invitación a llevar a cabo la acción que suponía un quiebre en el orden institucional. Se trataba de una reunión privada y donde se podía dar tal licencia; una vez utilice este argumento en un juicio y me valió la dura crítica de algunos por haber incluido a Balbín como golpista. Los radicales apoyaron el golpe, estaban con nosotros, como casi todo el país. Luego algunos dirigentes radicales, como Alfonsín, lo han negado». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla, 2012)

Fue solo tras la toma de poder de los militares que Videla puso condiciones políticas a su alianza con el peronismo, al cual pedía para compartir el poder deshacerse de su demagogia y del seguidismo ciego hacia sus líderes. Cínicamente pedía esto para adecuarse al «régimen democrático» de la junta militar. Véanse las entrevistas y declaraciones de Videla entre 1976 y 1981. Como el lector puede comprobar, tanto Videla como Perón se consideraban representantes del «orden democrático» pese a que las disposiciones autoritarias de su pensamiento dictaban exactamente lo contrario. Esta táctica fue copiada de Uriburu en su ascenso durante los años 30 y la repitieron los presidentes de la «Década infame» y el pucherazo. Al igual que en 1955, si el peronismo como movimiento político es derrocado en 1976, no es porque los militares más reaccionarios discrepen en lo fundamental de sus planteamientos políticos, sino porque consideraban que sus jefes habían dejado al país desabordarse, que eran demasiado tibios, muy personalistas y dados al populismo como para poner orden sin contemplaciones, y la burguesía deseaba el fin de la agitación social a toda costa, cayese quien cayese, pasando por delante de quien fuese, hasta de su viejo actual en 1976: el peronismo. La nueva juntar militar contaba con el beneplácito de varios amigos, unos antiguos y otros inesperados, por un lado, por razones obvias, el gobierno estadounidense; por razones obvias, por el otro, los jefes revisionistas del Partido Comunista de Argentina [*], pero centrémonos en los EE.UU.:

«Los intereses estadounidenses no se ven amenazados por el actual gobierno militar. Los tres comandantes del servicio son conocidos por sus actitudes anticomunistas y proestadounidenses y, de hecho, una de las primeras declaraciones de la junta se refiere a la necesidad de Argentina de «alcanzar una posición internacional en el mundo occidental y cristiano». Los problemas de inversión serán minimizados por la actitud favorable de la junta hacia el capital extranjero, mientras que la probable intención del gobierno de buscar ayuda estadounidense, tangible y/o moral». (CIA; Telegrama 72468 del Departamento de Estado a todos los puestos diplomáticos de la República Americana y al Comandante en Jefe del Comando Sur, Washington, 25 de marzo de 1976)

Pero, pese a lo anterior, Kissinger no andaba tampoco desencaminado cuando teorizaba que, seguramente, la amenaza de la subversión y el terrorismo fuese aplacada por Videla y compañía, pero que la nueva junta militar no podría imponer con facilidad sobre las masas trabajadoras una política de reajuste y austeridad económica, lo que sí o sí crearía una fuerte oposición y, tarde o temprano, azuzaría las propias contradicciones internas en el nuevo gobierno:

«La amenaza terrorista probablemente pueda controlarse, si no erradicarse, pero será difícil diseñar una estrategia económica que promueva la recuperación sin provocar una oposición generalizada. Las medidas de austeridad favorecidas por muchos expertos, así como por la propia junta, no pueden aplicarse sin un sacrificio considerable por parte de una clase trabajadora que no está dispuesta a pagar el precio. Los esfuerzos persistentes para imponer la austeridad probablemente producirían una combinación de resistencia popular y desacuerdos políticos dentro de los círculos militares que socavarían la capacidad de la junta para gobernar. Entonces se abriría el camino para otro cambio de gobierno, probablemente implicando el surgimiento de una nueva facción militar con su propio enfoque». (CIA; Telegrama 72468 del Departamento de Estado a todos los puestos diplomáticos de la República Americana y al Comandante en Jefe del Comando Sur, Washington, 25 de marzo de 1976)

La CIA dio en el clavo en temas fundamentales que los supuestos revolucionarios no supieron ver». (Equipo de Bitácora (M-L); Perón, ¿el fascismo a la argentina?, 2021)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

[*] Si seguimos la estela del año 1976, llegamos a un momento donde un PCA desesperado y absolutamente miope llegó a apoyar el golpe de Estado de Videla y compañía:

«Ayer 24 de marzo, las FF.AA. depusieron a la presidenta María E. Martínez, reemplazándola por una Junta Militar integrada por los comandantes de las tres armas. No fue un suceso inesperado. La situación había llegado a un límite extremo «que agravia a la Nación y compromete su futuro», como dice en uno de los comunicados de las FF.AA. (...) El PC está convencido de que no ha sido el golpe de estado del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad. Estamos ante el caso de juzgar los hechos como ellos son. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos; su confrontación con las palabras y promesas. Los actores de los sucesos del 24 expusieron en sus primeros documentos sus objetivos, que podríamos resumir de la siguiente manera: «Fidelidad a la democracia representativa con justicia social; revitalización de las instituciones constitucionales; reafirmación del papel del control del Estado sobre aquellas ramas de la economía que hacen al desarrollo y a la defensa nacional, defensa de la capacidad de decisión nacional». El P.C., aunque no comparte todos los puntos de vista expresados en los documentos oficiales, no podría estar en desacuerdo con tales enunciados, pues coinciden con puntos de su programa, que se propone el desarrollo con independencia económica; la seguridad con capacidad nacional de decisión, soberanía y justicia social». (Partido Comunista de Argentina; Comunicado, 25 de marzo de 1976)

Esta traición es algo que ahora niegan o relativizan estos sinvergüenzas revisionistas que, en la actualidad, son los perros falderos del kirchnerismo a la par que ensucian la imagen de Lenin sacando retratos de él a todas partes como si de un santo se tratara. Pero la documentación está ahí y la verdad histórica es la que es: 

«A los comunistas nos corresponde ayudar a esclarecer el camino de la verdadera solución a la crisis argentina actual, como también hacer conocer a las masas nuestro programa de la revolución democrática, agraria y antiimperialista, en la perspectiva del socialismo. Hoy ese camino pasa por asegurar un período de transición cívico-militar, en base a un Convenio Nacional Democrático, acordado entre el conjunto de las fuerzas políticas y civiles y los sectores patrióticos y progresistas de las Fuerzas Armadas». (Patricio Echegaray; El aporte juvenil al Convenio Nacional Democrático, 1981)

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