«Un complot militar pertenece al blanquismo puro si no está organizado por el partido de una clase determinada; si sus organizadores no han apreciado justamente el momento político en general y la situación internacional en particular; si no cuentan con la simpatía –demostrada con hechos– de la mayoría del pueblo; si el curso de la revolución no ha destruido las ilusiones y las esperanzas de la pequeña burguesía en cuanto a la posibilidad y a la eficacia del acuerdo entre las clases; si los organizadores del complot no han conquistado la mayoría, en el seno de los órganos de la lucha revolucionaria, «provistos de plenos poderes» o, al igual que los Soviets, con un lugar importante en la vida de la nación; si no hay en el ejército –en tiempos de guerra– una determinada hostilidad frente al gobierno que prolonga una guerra injusta, contra la voluntad del pueblo; si las consignas de la insurrección –«Todo el poder para los Soviets», «La tierra para los campesinos», «Propuesta inmediata a todos los Estados beligerantes de una paz democrática», «Anulación inmediata de los tratados secretos», «Abolición de la diplomacia secreta», etc.– no cuentan con una amplia difusión y con la mayor popularidad; si los obreros avanzados no están convencidos de la situación desesperada de las masas y asegurados del apoyo de los campesinos –apoyo demostrado por un importante movimiento campesino, o por una sublevación de gran envergadura, contra los propietarios y el gobierno que los defiende–; si la situación económica permite esperar realmente una solución favorable de la crisis, por medios pacíficos y por vía parlamentaria». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a los camaradas, 1917)
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