«El estudio del peronismo es casi una asignatura obligada para todos los revolucionarios ya que fue la quintaesencia del populismo, el falso antiimperialismo y el anticomunismo. Tarea verdaderamente hercúlea en Argentina, ya que es una cuestión todavía muy arraigada entre la sociedad aún dividida en peronistas y antiperonistas, una tarea que entre los trabajadores todavía está muy pendiente gracias a las ilusiones y conciliaciones que los pretendidos «revolucionarios» argentinos tuvieron con el peronismo hasta sus últimos coletazos –véase el caso de Montoneros, FAR, PRT y otros– con su seguidismo e ilusión con algunos sectores del peronismo en diferentes etapas; y por supuesto también este problema del peronismo ha sido causado debido a la ineficacia de los revolucionarios antiperonistas a la hora enfrentarse al mismo, no siendo capaces de explicar metódicamente su carácter de forma que lo entendiesen los trabajadores. Todo esto fueron consecuencias normales objetivamente hablando, debido a la falta de figuras y organizaciones marxista-leninistas de peso, como pasó y pasa actualmente en otros tantos países con muchas otras tantas cuestiones y mitos.
Tengamos en cuenta que el peronismo ha tenido y sigue irradiando una influencia directa en los movimientos latinoamericanos del siglo XXI. Hemos visto desde Cristina Fernández de Kirchner, Fidel Castro, Hugo Chávez hasta pasando por Macri como gente que se han presentado como peronistas. La base ecléctica y demagógica del peronismo puede ser vista como una especie de maoísmo, donde la «izquierda» y derecha burguesa en Argentina y fuera de ella puede reivindicar y utilizar su discurso indistintamente. He aquí una anécdota que explica el eclecticismo y a la vez la influencia del fenómeno peronista:
«Los 70 años del peronismo se dividen en dos partes exactas: 35 años en el gobierno y 35 años en la oposición. De ellos, 18 años de proscripción y resistencia y 7 en democracia. De los últimos 32 años de democracia, el peronismo gobernó 23; de los seis últimos presidentes, cuatro fueron peronistas. Pero además, hubo siempre varios peronismos, que fueron sedimentando década tras década. Hubo un peronismo «histórico» y tradicionalista, que se combinó –y confrontó- con otro «revolucionario». En los años 60 y 70 esta coexistencia estalló con violencia, con situaciones de verdadera guerra civil. Hubo luego un peronismo «renovador», de tinte socialcristiano, y otro populista que derivó con Menem en neoliberal. Finalmente, el componente populista viró hacia el nacionalismo estatalista con Néstor y Cristina Kirchner. Cada uno de ellos engendró su propia oposición, dentro y fuera de sus amplios perímetros. Hubo así, en cada etapa, un peronismo que se opuso a los peronismos en el poder, de tal modo que ante cada declinación de unos siempre hubo otros que se dispusieron a sucederlos disputando la representación del «verdadero peronismo». Como lo señaló uno de sus principales historiadores, Juan Carlos Torre, «en el peronismo hay un alma permanente y un corazón contingente». De tal modo, el famoso apotegma de Perón, respondiendo a una inquietud periodística mantiene su actualidad: «¿General, cómo se divide el panorama político argentino? Mire, hay un 30% de radicales, lo que Uds. entienden por liberales. Un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas. Pero, General, ¿y dónde están los peronistas? ¡Ah, no, peronistas son todos!». (Fabián Bosoer; El 17 de octubre de 1945, 2015)
Nosotros pretenderemos refutar al peronismo contraponiendo su discurso con la práctica, y sobre todo, aclarando todas las cuestiones desde la óptica marxista.
Entre tanto por este panorama, ¿qué servicio «internacionalista» nos brinda el el «Movimiento Político de Resistencia» respecto a esta cuestión tan interesante y apremiante para el movimiento obrero? Pues como siempre hacer un seguidismo a la propaganda de turno, en este caso la peronista, como no podía ser de otro modo.
«Sin ninguna duda, el gobierno de Perón significó una auténtica revolución, y la importancia de la misma quedó de resalto, cuando la delegación argentina que viajó a la URSS. (...) Pero, ¿qué clase de revolución era esa? Era una revolución burguesa que había desplazado a la vieja y parasitaria oligarquía rural vinculada a los frigoríficos ingleses y al negocio de la carne. Esos frigoríficos manejaban el principal renglón de la economía nacional, y fueron nacionalizados, y en la provincia de Buenos Aires, se crearon los frigoríficos regionales, que pertenecían al estado provincial, y que estaban gestionados por el ministerio de asuntos agrarios como medida de protección a los pequeños ganaderos. Pero, ¿dónde estaba la «izquierda» argentina durante los gobiernos de Perón? Estaba enfrentada al gobierno peronista en un ejercicio de torpeza y ceguera absoluta. La clase obrera estaba masivamente apoyando a Perón y su gobierno y el Partido Comunista Argentino acusaba a Perón de fascista, aplicando categorías impropias de un país dependiente como era Argentina en esos tiempos. Mientras tanto, por la red ferroviaria nacional circulaban trenes arrastrados por las locomotoras soviéticas que llevaban en su frente una estrella roja, que era un emblema de la URSS. Ese era el gobierno fascista de Perón». (Movimiento Político de Resistencia; El proyecto antimperialista de Perón y sus relaciones con la URSS, 9 de enero de 2018)
Lo que nos quedaba por ver de estos señores «revolucionarios»: de los creadores de «Rusia es un bastión antiimperialista» y «Putin no es nacionalista burgués» como vimos [aquí], la nueva película producida por los restos del PCE (r) es seguir el cuento de que «Peron era antiimperialista» y su llegada al poder y sus reformas suponían una aproximación hacia la «revolución» que solo debía ser impulsada para que pudiera ser profundizada. ¡Claro que sí señores! ¡La revolución justicialista como decían los peronistas de izquierda más ilusos! Ahora se entienden todas las vacilaciones que los restos del PCE (r) y sus simpatizantes tienen sobre otras experiencias nacionalistas-burguesas y tercermundistas como el chavismo, el castrismo o el maoísmo, a los cuales siempre han aplaudido sin el más mínimo criticismo, calificándolo de antiimperialista pese a su dependencia y sumisión a todos los imperialismos habidos y por haber.
Aquí se tipifica que Perón y el peronismo era todo eso porque: a) se realizaron nacionalizaciones; b) la delegación fue recibida por Stalin; c) la delegación logró comerciar con la URSS; d) el peronismo no podía ser un movimiento fascista o filofascista porque Argentina no tenía un alto nivel de desarrollo; e) gran parte de la clase obrera seguía a Perón.
Estos clásicos mitos del peronismo sumados a otros nuevos con un tinte pseudorevolucionario contenidos en este extracto que ha publicado el PCE (r), merecen una amplia explicación. Intentaremos que la explicación sea lo más ordenada posible, desglosando los temas en su íntima conexión.
1) Pero primero de todo, ¿de dónde provenía el peronismo? En Argentina tras una década de la llamada «década infame» de diversos pucherazos electorales, se produjo un golpe de Estado militar el 4 de junio de 1943, encabezado por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una organización militar secreta que aspiraba a un nacionalismo que mantuviese neutral a Argentina en la Segunda Guerra Mundial y a evitar que el incipiente y poderoso movimiento obrero fuese captado por corrientes comunistas o anarquistas. En dicho gobierno, Juan Domingo Perón era el secretario general del reaccionario General Farrel, el cual se caracterizó por retrasar a toda costa la declaración de guerra contra los países del Eje –principalmente Alemania, Italia, Japón– en lo externo por miedo a elegir el bando perdedor de los aliados al inicio, y después cuando la URSS cambió el curso de la guerra, por miedo a que sus barcos y bienes comerciales pudieran ser afectados entre otros por los submarinos alemanes, para aquel entonces los partidos opositores –socialistas, radicales, comunistas, anarquistas– y la prensa extranjera –incluyendo la estadounidense– tachaba al gobierno como filonazi, no sin razón, pues incluso había permitido desfiles en apoyo al nazismo antes y durante la contienda, finalmente declaró la guerra a Alemania y Japón en mayo de 1945 con la primera ya derrotada y la segunda cercada por los Aliados –principalmente EEUU y la URSS–. En el ámbito interno lo más llamativo para nuestra historia fue el hecho de que dicho gobierno reaccionario se atrevió a disolver en junio de 1943 sindicatos como el CGT Nº2 –dominado por socialistas y comunistas–, permitiendo mantener a la sindical más afín a la patronal como era la CGT N.º 1, y estableciéndose los primeros nexos entre el régimen militar y una sindical única, base de lo que sería luego el peronismo con un fuerte control del sindicato único y la represión de las disidencias.
Sin duda el cargo más importante para Perón fue la Secretaría de Trabajo de la Nación impulsando algunas de las reivindicaciones históricas del sindicalismo argentino para ganarse su confianza, configurando el clásico discurso de que más allá de las ideologías hay que tratar de buscar el equilibrio entre las partes, para lograr un bienestar social de los ciudadanos de la nación; es decir basaba su discurso en el reformismo, en un cristianismo social mezclando con sindicalismo amarillo:
«Pienso que el problema se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ese es el peligro que, viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión. (...) Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Mazzini y la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer esa lucha inútil». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
En otra ocasión dijo sin miramientos que su objetivo era:
«La armonía entre el capital y el trabajo, extremos inseparables del proceso de la producción, es condición esencial para el desarrollo económico del país, para el desenvolvimiento de sus fuerzas productivas y el afianzamiento de la paz social. (...) Buscamos superar la lucha de clases, suplantándola por un acuerdo justo entre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado». (Juan Domingo Perón; Discurso, 1 de noviembre de 1943)
El ideario peronista o también llamado justicialista, se va a parecer mucho a una concepción social de lo que Marx denominó el socialismo burgués o conservador:
«La segunda categoría consta de partidarios de la sociedad actual, a los que los males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto a la existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la sociedad actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos proponen medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas que, so pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento de las bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los comunistas deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas burgueses, puesto que éstos trabajan para los enemigos de los comunistas y defienden la sociedad que los comunistas quieren destruir». (Karl Marx y Friedrich Engels; Principios del comunismo, 1847)
Más ampliamente, el marxismo dijo de este tipo de corrientes:
«Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya. (...) Los burgueses socialistas considerarían ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran. (...) Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma. Una segunda modalidad, aunque menos sistemática bastante más práctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las «condiciones materiales de vida» la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo –en el mejor de los casos– para abaratar a la burguesía las costas de su reinado y sanearle el presupuesto». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)
La propia Eva Perón decía:
«Pensamos también que precursores fueron, sin duda, otros hombres extraordinarios de la jerarquía de los filósofos, de los creadores de religiones o reformadores sociales, religiosos, políticos, y también de los conductores. Y yo digo precursores del peronismo. (...) El Peronismo y el comunismo se encontraron por primera vez el día en que Perón decidió que debía realizarse en el país la Reforma Social, estableciendo al mismo tiempo que la Reforma Social no podía realizarse según la forma comunista.». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
Históricamente el marxismo ha demostrado que esto efectivamente, solo es un engaño que se vierte sobre las masas explotadas para desviarlas de sus propósitos de emancipación social:
«Los defensores burgueses y revisionistas del Estado capitalista presentan la nacionalización de ciertos sectores económicos, del transporte, etc., como un signo de «transformación» del sistema capitalista. Según ellos, este proceso de «transformación» puede ir aún más lejos si el proletariado se vuelve «razonable» y «moderado» en sus reivindicaciones, si obedece a los partidos políticos traidores y a los sindicatos manipulados por éstos. Estos «teóricos» son reformistas porque, a través de las reformas, pretenden transformar el Estado capitalista en Estado socialista. El capital ha introducido reformas estructurales en diversos países capitalistas, revisionistas imperialistas, pero ellas no han conducido a la victoria de la revolución y de los revolucionarios, al contrario, han creado precisamente la situación que ha salvado el capital de su destrucción y ha protegido a la clase explotadora de sus sepultureros. (...) Nuestra teoría marxista-leninista ha demostrado con la máxima claridad que es imposible ir a la sociedad socialista no rompiendo los marcos del régimen capitalista, que esa meta se alcanza destruyendo hasta sus fundamentos ese régimen y sus instituciones, instaurando el poder del proletariado, dirigido por su vanguardia, el partido comunista marxista-leninista». (Enver Hoxha; La democracia proletaria es la democracia verdadera; Discurso pronunciado en la reunión del Consejo General del Frente Democrático de Albania, 20 de septiembre de 1978)
He ahí resumido en breves palabras –aunque les duela a algunos– la base de la demagogia politiquera reformista del peronismo y armonización de clases contrapuestas y antagónicas como son la burguesía y el proletariado. He por ello que ridículo se tornaron los movimientos de «izquierda» incluso autodenominados «marxistas» que hacían del peronismo su bandera para la revolución, y de Perón, su «líder y guía» hacia el ansiado socialismo.
2) El discurso del peronismo es por tanto el de cualquier reformador del sistema capitalista, pero con un especial énfasis en tomar las organizaciones de masas por rama como los sindicatos como base para arreglar la sociedad, a diferencia de otras corrientes que enfatizan su organización en grandes partidos de masas o en las reglas y el juego de los parlamentos, que en el caso del peronismo eran siempre vistos como secundarios o incluso un obstáculo a eliminar, cumpliendo así con la visión fascista del sindicalismo y su rol en contraposición con el partido burgués y el libre juego parlamentario.
Perón reconocería que el sindicalismo era la base del peronismo, el partido peronista era un mal necesario por las reglas del sistema imperante, pero que su objetivo era un todo nacional y no había mejor medio para tal fin que una organización de masas amplia como un sindicato único:
«En este sentido siempre hemos procedido así en el Movimiento Justicialista, dentro del cual el movimiento sindical representa, sin duda alguna, su columna vertebral. Es el movimiento sindical el que mantiene enhiesta nuestra organización. Eso ha sido desde el primer día en que el Justicialismo puso en marcha su ideología y su doctrina. De manera que esto no es nuevo para nadie. (…) Hay que darse cuenta que nosotros no somos un partido político. Nosotros somos un movimiento nacional que, por el contrario, tiende hacia la universalización». (Juan Domingo Perón; Discurso, 8 de noviembre de 1973)
En sus inicios explicaría así a las élites explotadoras porque el sindicalismo era el eje del peronismo/justicialismo y era positivo para sus intereses:
«Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo. (...) Es un grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros. (...) Es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha. (...) Así se suprimen las huelgas, los conflictos parciales, aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo que, analizado, es de una absoluta justicia». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
¿A qué nos recuerda esto? A uno de los máximos teóricos del fascismo. Veamos lo que decía uno de los más radicales líderes del fascismo español:
«La lucha de clases sólo puede desaparecer cuando un poder superior someta a ambas a una articulación nueva, presentando unos fines distintos a los fines de clase como los propios y característicos de la colectividad popular. (...) Las corporaciones, los sindicatos, son fuentes de autoridad y crean autoridad, aunque no la ejerzan por sí, tarea que corresponde a los poderes ejecutivos robustos. Pues sobre los sindicatos o entidades colectivas, tanto correspondientes a las industrias como a las explotaciones agrarias, se encuentra la articulación suprema de la economía, en relación directa con todos los demás altos intereses del pueblo». (Ramiro Ledesma; Frente al marxismo, 6-VI-1931)
Si leemos con atención a los teóricos o gobernantes fascistas –como a los franquistas en España– veremos que esta concepción y función «corporativista» de «acuerdos» entre el patrón y el obrero a través del sindicato único es lo mismo que preconizó después el peronismo:
«Este periodo de crecimiento. (...) Es la consecuencia de la paz social lograda por el Movimiento Nacional, que se ha mantenido inconmovible pese a la contumacia de un enemigo externo que no cesa en sus ataques, gracias a las virtudes de un pueblo que se ha encontrado a sí mismo. (...) A una organización sindical que, asociando a los tres elementos de la producción, empresarios, técnicos y obreros, resuelve en su seno, al menos en primera instancia, los conflictos laborales, sustituyendo la violencia por el diálogo». (Luis Carrero Blanco; Discurso retransmitido en Televisión Española, 1 de abril de 1964)
Como apuntan algunos, pese a sus bandazos ideológicos, este, fue uno de los vagos principios que nunca se alteraron en el peronismo:
«Los militares, el ejército que cuida, los sindicatos, ejércitos que producen, y la Iglesia, respetada durante los primeros años del gobierno como fuente de poder moral, remplazaban de hecho al Parlamento como representantes de la sociedad ante un Estado tutor. (...) La visión corporativista era uno de los pocos rangos del pensamiento peronista que se mantendría inalterable para moldear esa concepción del poder. Los azares de la carrera militar lo habían destinado a Italia durante el apogeo de Mussolini, época en que los encantos del sistema corporativista eran difíciles de resistir. En Turín, Perón había tomado cursos de economía política fascista, que según él mismo admitiría mucho después, forjaron su concepción del problema obrero». (Pablo Gerchunoff y Lucas Llach; El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas, 2003)
El propio Perón en una autobiografía confesaría su admiración por las figuras y obras fascistas:
«No me hubiera perdonado nunca al llegar a viejo, el haber estado en Italia y no haber conocido a un hombre tan grande como Mussolini. Me hizo la impresión de un coloso cuando me recibió en el Palacio Venecia. No puede decirse que fuera yo un bisoño y que sintiera timidez ante los grandes hombres. Ya había conocido a muchos. Además, mi italiano era tan perfecto como mi castellano. Entré directamente en su despacho donde estaba él escribiendo; levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. Yo le dije que, conocedor de su gigantesca obra, no me hubiera ido contento a mi país sin haber estrechado su mano. (…) Hasta la ascensión de Mussolini al poder, la nación iba por un lado y el trabajador por otro. (…). Yo ya conocía la doctrina del nacionalsocialismo. Había leído muchos libros acerca de Hitler. Había leído no solo en castellano, sino en italiano Mein Kampf». (Torcuato Luca de Tena, Juan Domingo Perón, Luis Calvo, Estebán Peicovich; Yo, Juan Domingo Perón: relato autobiográfico, 1976)
Los fascistas en cualquiera de sus expresiones, más allá de su retórica anticapitalista, su «anticapitalismo» verbal no iba más allá de una promesa de limitar los «excesos» y abusos de los grandes monopolios, pero en realidad solo aluden que crearán una «economía nacional» que será «armoniosa» pero a su vez reconocían que no tenían intención de eliminar la gran, mediana o pequeña propiedad privada, ni explicaban cómo iban a limitar ese hambre voraz de los monopolios sin eliminar sus mecanismos que los ven nacer, como la ley de la oferta y demanda:
«El fascismo es la forma política y social mediante la que la pequeña propiedad, las clases medias y los proletarios más generosos y humanos luchan contra el gran capitalismo en su grado último de evolución: el capitalismo financiero y monopolista. Esa lucha no supone retroceso ni oposición a los avances técnicos, que son la base de la economía moderna; es decir, no supone la atomización de la economía frente al progreso técnico de los monopolios, como pudiera creerse. Pues el fascismo supera a la vez esa defensa de las economías privadas más modestas, con el descubrimiento de una categoría económica superior: la economía nacional, que no es la suma de todas las economías privadas, ni siquiera su resultante, sino, sencillamente, la economía entera organizada con vistas a que la nación misma, el Estado nacional, realice y cumpla sus fines». (Ramiro Ledesma; El fascismo, como hecho o fenómeno mundial, noviembre de 1935)
Está claro que el discurso anticapitalista del fascismo no es sino un cuento, pues como hemos visto, el fascismo no ha limitado sino desarrollado los monopolios:
«[Los fascistas] reforzaron los monopolios, es decir, el capitalismo monopolista, hicieron de esto una política oficial y la impusieron con la brutalidad característica del régimen. Pocos meses después de la toma de poder, el 15 de julio de 1933, Hitler dictó la ley de organización forzosa de los cartels. Por mandato de esta ley se constituyeron inmediatamente o se agrandaron los siguientes cartels: de fabricación de relojes, de cigarros y tabaco, de papel y cartón, del jabón, de los cristales, de redes metálicas, de acero estirado, del transporte fluvial, de la cal y soluciones de cal, de tela de yute, de la sal, de las llantas de los automóviles, de productos lácteos, de la fábricas de conservas de pescado. Para todos estos cartels, nuevo unos y otros reforzados, se dictaron disposiciones que prohibían la construcción de nuevas fábricas y la incorporación inmediata de los industriales independientes. Se prohibieron también la construcción de nuevas fábricas y el ensanchamiento de las existentes en las ramas industriales ya cartelizadas: del zinc y del plomo laminado, del nitrógeno sintético, del superfosfatos, del arsénico, de los tintes, de los cables eléctricos, de las bombillas eléctricas, de las lozas, de los botones, de las cajas de puros, de los aparatos de radio, de las herraduras, de las medias, de los guantes, de las piedras para la reconstrucción, de las fibras, etc. Las nuevas leyes dictadas de 1934 a 1936, aceleraron la cartelización y el reforzamiento de los carteles ya existentes. El resultado de esta política fue que a finales de 1936 el conjunto de los cartels comprendían no menos de las 2/3 partes de la industrias de productos acabados, en comparación con el 40% del total de la industria alemana, el 100% del total de la industria alemana, el 100% de las materias primas de las industrias semifacturadas, y el 50% de la industria de productos acabados, en comparación con el 40% existente a finales de 1933. Mussolini cartelizó por la fuerza la marina mercante, la metalurgia, las fábricas de automóviles, los combustibles líquidos. El 16 de junio de 1932 dictó una ley de cartelización obligatoria en virtud de la que formaron los cárteles de las industrias del algodón, cáñamo, seda y tintes. En España, nunca la oligarquía financiera había sido tan omnipotente como bajo el régimen del traidor Franco. (…) En el régimen nazi-fascista-falangista, o en el régimen formalmente democrático, el capitalismo monopolista es quién dicta la ley. Como decimos nosotros: ¿quién manda en casa? El monopolio está por encima de la nación, del régimen político y «otras particularidades». Por ello con el capitalismo monopolista no se trata ni se pacta. Tampoco se puede sustituir, como acabamos de ver, con sistemas pasados para siempre a la historia. Sólo se puede sustituir con un sistema socio-económico más elevado». (Joan Comorera; La nación en una nueva etapa histórica, 15 de junio de 1944)
Hay gente que se sorprende que en ocasiones el discurso reformista de la socialdemocracia y el discurso reformista del fascismo tengan tantas similitudes, esto no es una exageración, tanto el fascismo como la socialdemocracia tienden el mismo hilo político en sus discursos: «la conciliación y paz de clases» y la apelación a la «economía nacional» mixta –estatal, privada y cooperativista pero siempre bajo las leyes de producción capitalistas bajo justificaciones, que vienen a decir que de otra forma la nación no puede prosperar, véase la relación entre las teorías políticas y económicas del keynesianismo y el hitlerismo:
«El nazismo, como una forma de reformismo, junto con el keynesianismo y las ideas reformistas de la regulación estatal del capitalismo, comparten la opinión de que el Estado no tiene que poseer los medios de producción con el fin de cumplir su misión. Uno siempre puede volver a la defensa de que Keynes no parece abogar abiertamente la ideología fascista, y que él era un defensor de las ideas liberales burguesas clásicas de la democracia burguesa. (...) Sin embargo, si aceptáramos esto, estaríamos tomando el problema de una forma superficial y no estaríamos afrontando las cuestiones fundamentales de la economía política que relacionan el papel del Estado en la teoría económica del reformismo en general, y del keynesianismo en particular. Lo cierto es que tanto el keynesianismo como el nazismo conciben el Estado como un medio para preservar el papel principal del capital monopolista respecto a la clase obrera y las masas trabajadoras. También se puede volver al argumento y especular con que el keynesianismo es una versión más artificiosa del reformismo en comparación con el nazismo. (...) El keynesianismo y el reformismo moderno, ya que se niegan a socavar la base económica del capital monopolista, inevitablemente se convierten en instrumentos fundamentales para facilitar la tendencia hacia el militarismo y la intervención extranjera». (Rafael Martínez; El reformismo de Podemos y el renacimiento del keynesianismo, 2015)
¿Y no es el mensaje de «conciliación entre clases por el bien de la nación y su prosperidad», la base de todo discurso burgués moderno, sea liberal, fascista, socialdemócrata, neoliberal, agrarista, centrista, posmoderno, apolítico?:
«Hay que elegir»: este es el argumento con que siempre han tratado y tratan de justificarse los oportunistas. De golpe no pueden lograrse nunca nada importante. Hay que luchar por cosas pequeñas pero asequibles. ¿Y cómo saber que algo es asequible? Por la aprobación de la mayoría de los partidos políticos o de los políticos más «influyentes». Cuanto mayor sea el número de políticos que se muestren de acuerdo con una mejora, por pequeña que sea, más fácil será lograrla, más asequible será. No debemos ser utopistas, ni aspirar a cosas grandes. Debemos ser políticos prácticos, saber plegarnos a la demanda de cosas pequeñas, las cuales facilitarán la lucha por las cosas grandes. Las cosas pequeñas representan la etapa más segura en la lucha por las cosas grandes. Así argumentan todos los oportunistas, todos los reformistas, a diferencia de los revolucionarios. (...) Debemos elegir entre el mal presente y la mínima corrección de este mal, por lo cual está la inmensa mayoría de quienes se sienten descontentos con el mal presente. Conseguido lo pequeño, facilitaremos la lucha por obtener lo grande. (...) Es este –repetimos– el argumento fundamental, el argumento típico de todos los oportunistas en el mundo entero. Ahora bien, ¿qué conclusión se desprende inevitablemente de él? La conclusión de que no hace falta un programa revolucionario, un partido revolucionario ni una táctica revolucionaria. Lo que se necesita son reformas, y asunto concluido. (...) ¿En qué reside el error fundamental de todos estos argumentos oportunistas? En que suplantan en realidad la teoría socialista de la lucha de clases, única fuerza motriz verdadera de la historia, por la teoría burguesa del progreso «solidario», «social». Según la teoría del socialismo, es decir, del marxismo –hoy no puede hablarse en serio de un socialismo no marxista–, la fuerza motriz verdadera de la historia es la lucha revolucionaria de clases; las reformas son un producto accesorio de esta lucha; accesorio, por cuanto expresan el resultado de los intentos frustrados por atenuar esta lucha, por debilitarla, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)
¿Por qué es importante para los marxistas combatir estas ideas? ¿Cuál sería el destino de los comunistas si siguiesen las consignas de los reformistas burgueses y se limitaran estrictamente a ellas? ¿Cómo ha de entenderse las llamadas reformas desde el punto de vista de la lucha de clases?:
«Según la teoría de los filósofos burgueses, la fuerza motriz del progreso es la solidaridad de todos los elementos de la sociedad, que comprenden el carácter «imperfecto» de tal o cual institución. La primera teoría es materialista, la segunda idealista. La primera es revolucionaria. La segunda, reformista. La primera sirve de base a la táctica del proletariado en los países capitalistas modernos. La segunda sirve de base a la táctica de la burguesía. De la segunda teoría se deriva lógicamente la táctica de los progresistas burgueses comunes: apoyar siempre y en todas partes «lo mejor»; elegir entre la reacción y la extrema derecha de las fuerzas que se oponen a esa reacción. De la primera teoría se deriva lógicamente la táctica revolucionaria independiente de la clase avanzada. Nuestra tarea no se limita, en modo alguno, a apoyar las consignas más difundidas de la burguesía reformista. Nosotros mantenemos una política independiente y sólo proponemos reformas que interesan incuestionablemente a la lucha revolucionaria, que incuestionablemente contribuyen a elevar la independencia, la conciencia de clase y la combatividad del proletariado. Sólo con esta táctica podemos tornar inocuas las reformas desde arriba, reformas que son siempre mezquinas, siempre hipócritas, que encierran siempre alguna trampa burguesa o policial. Más aun. Sólo con esta táctica impulsamos realmente la lucha por reformas importantes. Puede parecer paradójico, pero esta aparente paradoja es una verdad confirmada por toda la historia de la socialdemocracia internacional; la táctica de los reformistas es la menos apta para lograr reformas reales. El medio más efectivo para alcanzarlas es la táctica de la lucha revolucionaria de clases. En la práctica las reformas son arrancadas siempre por la lucha revolucionaria de clase, por su independencia, su fuerza de masas, su tenacidad. Las reformas son siempre falsas, ambiguas. (...) Sólo son reales en consonancia con la intensidad de la lucha de clases. Al fundir nuestras propias consignas con las consignas de la burguesía reformista, debilitamos la causa de la revolución y también, como consecuencia de ello, la causa de las reformas, ya que con ello debilitamos la independencia, la firmeza y la energía de las clases revolucionarias». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Otra vez el ministerio de la Duma, 1906)
Perón por aquel 1944 también adoptó el cargo de Ministro de Guerra y la vicepresidencia, con las consecuencias que eso tenía para la represión obrera. Después como todos sabemos la presión externa para que el gobierno argentino declarase la guerra a la Alemania Nazi, las luchas intestinas –a causa de arribismo, envidias y otros factores– de dentro del régimen militar presionaron a Perón a la renuncia de todos sus cargos, el cual aceptó tras un discurso que apelaba a la emotividad y a las medidas reformistas adoptadas intentando apelar a la movilización –una interpretación dramática que haría varias veces para instigar la reacción de sus seguidores que no soportaban la idea de verse descabezados de su líder–. Así mientras Perón renunció y fue detenido momentáneamente, el peronismo usó su influencia en los gremios como el sindicato mayoritario CGT para movilizar a las masas que pidieran su liberación. El desenlace es conocido por todos: tras una masiva manifestación de fuerza Perón acabó siendo liberado finalmente, y con la traición de sus antiguos «camaradas» militares, Perón planteó alzarse de forma independiente como una opción política propia para las elecciones de 1946, para ello Perón aunó un frente que tenía como alianza un sector disidente del radicalismo, los Centros Cívicos Coronel Perón y hasta la Alianza Libertadora Nacionalista, ganando con un 55% de los votos, en una campaña famosa por el famoso hecho de la financiación de la patronal a la Unión Democrática partido opositor al peronismo, lo que venía a poder justificar para Perón el presentarse como el defensor de los humildes; el otro hecho fue que Braden, el embajador estadounidense en Argentina durante 1945 acusara a Perón como habían hecho tantos otros de tener simpatías fascistas en un documento conocido como el famoso Libro Azul, un recopilado de presuntas pruebas de la presunta vinculación de Perón con el nazismo alemán, esto a su vez se vendió desde la prensa peronista como un intento de injerencia en los asuntos argentinos para influenciar las elecciones, y efectivamente lo era, del Departamento de los EEUU, y catapultó a Perón como un presunto antiimperialista, por ello su eslogan de campaña fue «O Braden o Perón», haciendo referencia a que votar por el frente de los peronistas era votar por los patriotas, y que votar por los antiperonistas era votar por los que siempre habían vendido a la patria, un reduccionismo que no supieron contrarrestar el frente antiperonista, ya que efectivamente habían desde proimperialistas hasta antiimperialistas. ¿Significa esto que Perón fuese antiimperialista o al menos antiimperialista yanqui? Como veremos eso no es cierto ni por asomo: como se demostraría en años sucesivos, Perón simplemente utilizó oportunamente el error de la administración estadounidense para hacerse valer como paladín antiimperialista durante los primeros años hasta que se reconcilió con el imperialismo estadounidense.
Históricamente el imperialismo estadounidense ha obtenido mucho más siendo sutil, con la política de buenas sonrisas y proporcionando ayudas económicas y militares, que con la coacción, arrogancia y rigidez diplomática. Véase las políticas de Nixon con los revisionistas rumanos o chinos atrayéndolos a su carro, o al propio Eisenhower en su primer mandato atrayéndose a Perón y Franco a su órbita político-económica alejando a dichos países de una política internacional hostil hacia EEUU o de caer en el caos político abriendo la posibilidad de que éste fuese aprovechado por fuerzas antiestadounidenses. Ahora, ha de entenderse que esa política de sonrisas no excluye la coacción, el chantaje y la intervención militar. También ha habido errores y torpezas de la diplomacia estadounidense reflejada en una instransigencia y desconfianza hacia los movimientos o líder que no creían sumisos al cien por cien, cometiendo precipitaciones innecesarias o creando complots contra sus viejos aliados. Véase el caso de Noriega en Panamá, de Gadafi en Libia, de Mislosevic en Yugoslavia. Incluso ya que hemos hablado de Eisenhower recordemos como negó en su último mandato dar apoyo económico al movimiento guerrillero liberal del 26 de julio cuando Fidel Castro fue a Washington en 1959 a pedir créditos, al negar dicha ayuda EEUU entregaría al oportunista Castro a los brazos de la URSS de Jruschov, iniciando su fingida reconversión al «marxismo» y al «antiimperialismo», eso sí, una adhesión al «marxismo» y al «antiimperialismo» de los postulados de Jruschov, es decir el revisionismo puro y duro y la demagogia más cínica.
3) La política económica peronista antes y después de la toma de poder es muy interesante para entender los regímenes actuales de América Latina.
En primer lugar destaca que el peronismo estaba basado en un intervencionismo estatal que sirviese a través de diferentes planes a contribuir a la conciliación de clases y la expansión de las fuerzas productivas de la nación:
«Procedemos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos por la acción directiva del Estado. (...) Es indudable que no hay que olvidar que el Estado, que representa a todos los demás habitantes, tiene allí su parte que defender: el bien común, sin perjudicar ni a un bando ni a otro. (...) ¿En qué consiste, entonces, la necesaria intervención estatal? En organizar, dar pautas de entendimiento y concertar finalmente a los sectores en conflicto». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
¿Significa que la nacionalización es una medida revolucionaria o socialista? En absoluto, forma parte de todo proyecto de la burguesía nacional del país, sobre todo en sus inicios:
«Las empresas nacionalizadas constituyen el sector económico del Estado. Este sector incluye muchas otras empresas creadas bajo la dirección de estos nuevos Estados.
El marxismo-leninismo nos enseña que el contenido del sector del Estado en la economía depende directamente de la naturaleza del poder político. Este sector sirve a los intereses de las fuerzas de clase en el poder. En los países dónde domina la burguesía nacional, el sector del Estado representa una forma de ejercicio de la propiedad capitalista sobre los medios de producción. Vemos actuar allí todas las leyes y todas las relaciones capitalistas de producción y de reparto de los bienes materiales, la opresión y de explotación de las masas trabajadoras. No puede aportar ningún cambio al lugar que ocupan las clases en el sistema de la producción social. Al contrario, tiene por objetivo el fortalecimiento de las posiciones de clase políticas y económicas de la burguesía.
El Estado burgués de los países excoloniales, en sus condiciones de profundo retraso, y de debilidad de la burguesía local, interviene en tanto como factor que ayuda a acumular y concentrar los medios financieros necesarios y las reservas materiales útiles para el desarrollo de las ramas de la economía que claman de un porcentaje de capitales mayor, ramas que no pueden ser abastecidas por capitalistas particulares. Ayuda a aumentar las inversiones, a intensificar la explotación de la mano de obra y obtener más beneficios. Esto también aparece en el hecho de que el Estado efectúa inversiones en determinados sectores, susceptibles de sostener y estimular el desarrollo del capital privado, por ejemplo en el ámbito energético, los productos químicos que sirven de materias primas, de la metalurgia, los transportes, así como el dominio bancario y el comercio exterior. De hecho en todos los países dónde existe el sector del Estado vemos crecer las empresas y reforzarse el sector capitalista privado que goza de derechos ilimitados.
Por otra parte, la élite local y los funcionarios de los partidos y del Estado se enriquecen y se aseguran los recursos necesarios a costa del presupuesto y el sector del Estado para crear diversas empresas. Ciertos autores occidentales, tratando los problemas de las sociedades de los países excoloniales evocan así la burguesía «burocrática», «administrativa» y de «Estado» que goza de una situación privilegiada en sus relaciones con las masas trabajadoras, y realiza así, gracias a su pertenencia al aparato del Estado, la acumulación privada de capital necesaria para convertirse en una clase burguesa, y se distingue por sus relaciones con el capital extranjero.
Con su demagogia sobre el sector del Estado, los revisionistas y los partidos políticos burgueses locales tienen como objetivo disimular y ocultar la opresión y la explotación de las masas trabajadoras, queriendo crear ilusiones sobre la supuesta creación de una «nueva sociedad». (Llambro Filo; La «vía no capitalista de desarrollo» y la «orientación socialista», «teorías», que sabotean la revolución y abren las vías a la expansión neocolonialista, 1985)
Todas las versiones ideológicas y forman de dominación política de la burguesía nacional: sea en su versión que sea, tengan los rasgos que sean: progresista, socialdemócrata, reaccionaria, neoliberal, imperialista, fascista, en absolutamente todas estas presentaciones la burguesía se ha valido de la nacionalización o también llamada estatización, bien para sanear las empresas privadas, para acumular capital, para crear una industria propia, para controlar mejor los sectores bélicos clave durante una guerra, etc.
Al lector no le hará faltar explicar lo siguiente pero por si acaso lo diremos: no solo el peronismo, sino el gobierno laboralista, el gaullismo o el propio franquismo estaban aplicando por entonces medidas «intervencionistas» para financiar los proyectos industriales, las obras públicas, la industria armamentística, etc. Lo mismo que decir de los gobiernos salidos del colonialismo como haría la India, Indonesia, y tantos otros. El peronismo no había descubierto nada con el llamado «intervencionismo», porque es una máxima del capitalismo en cualquiera de sus etapas.
En realidad ese afán «intervencionista» del peronismo se esfumó rápido, en su segundo mandato reconocía:
«Nosotros no somos intervencionistas ni antiintervencionistas, somos realistas. El que se dice «intervencionista» no sabe lo que dice; hay que ubicarse de acuerdo con lo que exigen las circunstancias. Las circunstancias imponen la solución. No hay sistemas ni métodos ni reglas de economía en los tiempos actuales». (Juan Domingo Perón; Discurso ante Ministros de Hacienda, 23 de enero de 1953)
En el campo la política fue clara:
«En el último cuarto del siglo XIX, la economía argentina se había consagrado a la producción agropecuaria destinada en su mayoría a los mercados externos, las variaciones en los precios de productos rurales habían determinado en gran medida la situación general del país. (...) Perón tuvo la suerte de asumir la presidencia con los términos de intercambio más altos de todo el siglo. (...) Dentro del esquema económico peronista, el campo tenía el importantísimo rol de proveer de divisas necesarias para la importación de insumos y maquinarias que la industria local aún no producía. Quizás esa fue la causa de la timidez de los cambios en el régimen de tierras. (...) Muchos dirigentes dentro del partido no se contentaban con el congelamiento de los arrendamientos, y proponían una reforma agraria para acabar con la gran propiedad rural. Pero el gobierno no quiso arriesgarse». (Pablo Gerchunoff y Lucas Llach; El ciclo de la ilusión y el desencanto: un siglo de políticas económicas argentinas, 2003)
Con este tipo de estructura en el campo como la Argentina, como explicó Stalin, es imposible tener y abastecer y ampliar a la gran industria. Stalin al criticar la teoría del «equilibrio» lo hacía partiendo que en la Unión Soviética, existía una industria socialista, y un campo todavía capitalista, ténganse en cuenta, que en los países como Argentina siquiera había un monopolio estatal en las industrias, y las pocas o muchas industrias estatales que encontramos se rigen por relaciones de producción capitalistas, siendo mero capitalismo de Estado. Observemos igualmente la crítica de Stalin a las teorías que pretendían que la industria puede abastecerse y ampliarse con un campo de pequeños propietarios privados:
«¿Se puede impulsar con ritmo acelerado nuestra industria socializada, teniendo una base agrícola como la pequeña hacienda campesina, incapaz de la reproducción ampliada y que, por si fuera poco, es la fuerza predominante de nuestra economía nacional? No, no es posible. ¿Se podría, durante un período más o menos largo, asentar el poder soviético y la edificación socialista sobre esas dos bases distintas: sobre la base de la industria socialista, la más grande y concentrada, y sobre la base de la pequeña economía mercantil campesina, la más dispersa y atrasada? No, esto no sería posible. Tarde o temprano conduciría necesariamente a un total derrumbamiento de toda la economía nacional. ¿Dónde está, pues, la solución? La solución está en ampliar las haciendas agrícolas, en hacer la agricultura apta para la acumulación, para la reproducción ampliada, transformando de este modo la base agrícola de la economía nacional. Pero ¿cómo conseguirlo? Para ello hay dos caminos. Existe el camino capitalista, que consiste en ampliar mediante su fusión las haciendas agrícolas implantando en ellas el capitalismo, lo cual implica el empobrecimiento del campesino y el desarrollo de empresas capitalistas en la agricultura. Nosotros rechazamos ese método como incompatible con la economía soviética. Pero hay otro camino, el camino socialista, el cual consiste en organizar en la agricultura los koljoses y sovjoses [colectividades y granjas estatales] y que conduce a la agrupación de las pequeñas haciendas campesinas en grandes haciendas colectivas, equipadas con los elementos de la técnica y la ciencia y capaces de seguir progresando, puesto que pueden ejercer la reproducción ampliada. Por tanto, la cuestión está planteada así: o un camino, u otro; o marchamos hacia atrás, hacia el capitalismo, o hacia adelante, hacia el socialismo. No hay ni puede haber un tercer camino». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Entorno a las cuestiones de la política agraria de la Unión Soviética, 1929)
La otra teoría que Stalin genialmente fustigó, fue la de que aunque el campo estuviera en manos de campesinos, o sea de pequeños propietarios individuales, este gradualmente se iría integrando solo, por inercia, en el socialismo. Es la llamada teoría de la «espontaneidad»:
«Bajo el capitalismo, el campo seguía espontáneamente a la ciudad, porque la economía capitalista de la ciudad y la pequeña economía mercantil del campesino individual son, en el fondo, un solo tipo de economía. Naturalmente, la pequeña economía mercantil del campesino no es aún una economía capitalista. Pero, en el fondo, es el mismo tipo de economía que el capitalismo, puesto que se apoya en la propiedad privada sobre los medios de producción. Lenin tiene mil veces razón cuando, en sus notas relativas al folleto «La economía del período de transición» de Bujarin, habla de la «tendencia mercantil-capitalista de los campesinos» en contraste con la «tendencia socialista del proletariado». Eso, precisamente, explica por qué «la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, espontáneamente y en masa» como decía Lenin. ¿Puede afirmarse que la pequeña economía mercantil campesina sea también, en esencia, un mismo tipo de economía que la producción socialista de la ciudad? Es evidente que no puede afirmarse tal cosa sin romper con el marxismo. De otro modo, Lenin no diría que «mientras vivamos en un país de pequeñas haciendas campesinas, el capitalismo tendrá en Rusia una base económica más sólida que el comunismo». Por tanto, la teoría de la «espontaneidad» en la edificación socialista es una teoría podrida, antileninista. Por tanto, para que el campo, con sus pequeñas haciendas campesinas, siga a la ciudad socialista, hace falta, aparte de todo lo demás, una cosa: implantar en el campo grandes haciendas socialistas, bajo la forma de sovjoses y koljoses, como base del socialismo, capaces de arrastrar consigo, con la ciudad socialista a la cabeza, a las grandes masas campesinas». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Entorno a las cuestiones de la política agraria de la Unión Soviética, 1929)
Sin entender estas nociones básicas de economía como efectivamente les ocurre a todos los líderes nacionalistas, caen en las posiciones que aquí prevé Stalin.
4) Uno de los puntos estrellas del peronismo iba a ser la planificación estatal para evitar los desajustes del mercado capitalista. Con sus llamados Planes Quinquenales, emulando el nombre que los planes económicos famosos de la URSS que le convirtieron en una potencia económica, Perón proclamó que su economía no conocería las crisis, pero a la vez, como se ha visto, reconocía que no se atenía a ningún patrón en el ideario económico, digamos por tanto, que la economía peronista caminaba por inercia según los bandazos y caprichos de Perón y no tenía una base científica sobre el estudio de la economía política.
Para la tarea de la «planificación» peronista no fue asignado otro «revolucionario» que el empresario Miguel Miranda, logrando un famoso éxito en los tres primeros años del plan 1946-1949 que tanto ha explotó la prensa peronista. Fue entonces cuando se desarrollo la mejor época de la política reformista del peronismo que intentaba ganarse a los obreros a base de subidas salariales, seguros, pensiones y que se presenta como un periodo de bonanza ilimitado, algo que desató la euforia. El alto nivel de producción y consumismo que antes se había promulgado como rasgo eterno de la economía peronista, era en realidad un efecto de la coyuntura económica de la posguerra, solo hace falta ver el nivel de crecimiento de los países latinoamericanos en lo industrial, sus cuotas generales de crecimiento económico general, a diferencia de los países europeos como Francia o Gran Bretaña con saldos incluso negativos de crecimiento, en concreto Argentina lejos de lo que había solido pasar, durante la guerra cosechó con el imperialismo británico un saldo favorable en la balanza de pagos comerciales. De hecho la venta de los ferrocarriles británicos y franceses de Argentina fue una política progresiva realizada durante 1945-1948, ello respondía a la debilidad del imperialismo británico y francés, que deseaban ir desprendiéndose de ciertos sectores que no podía mantener, o de sectores donde quería recuperar el capital invertido para reinvertirlo a prisa en otros más rentables. Es decir era una política que la dictadura militar de 1943-1945 ya había ido negociando y cerrando acuerdos, así mismo otros partidos burgueses de la oposición antiperonista como la Unión Cívica Radical (UCR) también postulaban dichos lineamientos de nacionalización en sus programas, véase la llamada Declaración de Avellaneda de 1945.
Pero este periodo internacional de bonanza para Argentina finalizó en concreto por la crisis internacional producida debido al derrumbe de los precios internacionales con la política del Plan Marshall en Europa, lo que hacía demandar más productos que manejaban el dólar ($), obstruyendo dar salida a los productos argentinos que manejaba por entonces el Peso Moneda Nacional (m$n), reduciéndose la política de exportaciones drásticamente. En Argentina a partir de 1949 empezó a verse una crisis inflacionaria, fue puesto en práctica una política de austeridad, con una reducción del gasto público de un 23% entre 1950 y 1953, caídas en los salarios reales, consumándose todo ello en la política del famoso «Plan de Estabilización Económica». Los embistes de crisis eran debido a los bandazos de la economía mundial de la cual no podía escapar Argentina al estar integrado en la división internacional del trabajo, todo se fue rápidamente a pique. Lo que años antes Perón presumía delante de Franco y el mundo vendiendo pan y carne a mansalva en 1947, ahora en 1952, en un país como Argentina, los precios de la carne o el pan con un nivel de inflación de más del 38,8% –la más alta desde 1890– superaron los precios permitidos por las clase obrera, teniendo a veces que importar estos productos y fabricar campañas propagandísticas para comer otros productos alternativos como el mijo o la patata. Además pese al saldo comercial positivo Argentina tenía dificultades para obtener divisas y financiar sus proyectos industriales más ambiciosos, debido a que la deuda que el imperialismo británico tenía con ella era en libras esterlinas (£), lo que dificultaba obtener productos bajo dicha moneda, poco después este problema fue «menor», porque el gobierno endureció los requisitos para poder importar ante la crisis del momento. En el campo las caídas en el sector agropecuarios se reflejaron en pérdidas en un 6% de la producción durante 1947-1950.
Entonces se vio como la «providencia» que «Dios» había otorgado a Perón se fue al traste con la crisis argentina de 1949-1954. Esto demostraba que como tantos otros regímenes burgueses la economía peronista era tan frágil como una pompa de jabón y estaba sometida a los designios que escapaban a la voluntad y deseos idealista de Perón.
Todo esto sin dudas pudo haber ido a mayores, pero para entonces los sindicatos estaban fuertemente controlados por la clase obrera como para que las protestas sean lo suficientemente efectivas. Pese a todo anotar que durante los años 40 y 50 siguieron protagonizándose huelgas de importancia significativa, demostrando que pese a todo, el peronismo no había controlado del todo el sindicalismo, que era su núcleo duro.
Durante la puesta en práctica del Segundo Plan Quinquenal (1952-1957) se logró estabilizar los precios y se dedicó una fuerte inversión a la agricultura inicialmente por miedo a una nueva crisis de subsistencia en cuanto a alimentos, que luego sería corregida virando más hacia la industria, se declaró el capital extranjero como necesario para el desarrollo del país –yendo en contra de la propia Constitución Peronista de 1949–.
En el tercer mandato peronista la inflación tampoco llegó a controlarse, en 1975 en el año de fallecimiento de Perón, alcanzó un 182,8%, por tanto el mito de la economía peronista fue eso, un mito, cubierto de propaganda.
Sobre el tema de la industrialización, para el peronismo como para todo gobierno capitalista, pese a las intenciones de industrializar al país, la lógica les llevaba a apostar por la máxima rentabilidad: la agricultura y la industria ligera, aunque fuese en base a una productividad baja a cambio de inversiones por su alta rentabilidad. El peronismo fue un ejemplo más de que la burguesía nacional cae en sus contradicciones propias a la hora de tratar de lograr una soberanía económica.
Eso demuestra que más allá de un mayor énfasis en un periodo determinado o no, la industrialización bajo la burguesía solo se podía lugar durante un periodo muy prolongado, dando primacía primero a lo más rentable, ya que la lógica de la acción del mercado les hacía invertir de esa forma, y pese a todo, la industrialización tiene que ser congelada o abortada por las continuas crisis internacionales. Los comunistas en cambio invirtieron este proceso de industrialización: dando primacía a la industria pesada que aunque más cara, es necesaria para producir máquinas para mecanizar el campo y aumentar el rendimiento, no depender de la importación de maquinaria extranjera y otros menesteres:
«Es también completamente errónea la afirmación de que en nuestro sistema económico actual, en la primera fase de desarrollo de la sociedad comunista [la etapa del socialismo], la ley del valor regula las «proporciones» de la distribución del trabajo entre las distintas ramas de la producción. Si ello fuera así, no se comprendería por qué en nuestro país no se desarrolla al máximo la industria ligera, la más rentable, dándole preferencia frente a la industria pesada, que con frecuencia es menos rentable y a veces no lo es en absoluto. Si ello fuera así, no se comprendería por qué en nuestro país no se cierran las empresas de la industria pesada que por el momento no son rentables y en las que el trabajo de los obreros no da el «resultado debido» y no se abren nuevas empresas de la industria ligera, indiscutiblemente rentable, en las que el trabajo de los obreros podría dar «mayor resultado». Si eso fuera así, no se comprendería por qué en nuestro país no se pasa a los obreros de las empresas poco rentables, aunque muy necesarias para la economía nacional, a empresas más rentables, como debería hacerse de acuerdo con la ley del valor, a la que se atribuye el papel de regulador de las «proporciones» de la distribución del trabajo entre las ramas de la producción. Es evidente que, de hacer caso a esos camaradas, tendríamos que renunciar a la primacía de la producción de medios de producción en favor de la producción de medios de consumo. ¿Y qué significa renunciar a la primacía de la producción de medios de producción? Significa suprimir la posibilidad de desarrollar ininterrumpidamente nuestra economía nacional, pues es imposible desarrollarla ininterrumpidamente si no se da preferencia a la producción de medios de producción. Esos camaradas olvidan que la ley del valor sólo puede regular la producción bajo el capitalismo, cuando existen la propiedad privada sobre los medios de producción, la concurrencia, la anarquía de la producción y las crisis de superproducción. Olvidan que la esfera de acción de la ley del valor está limitada en nuestro país por la existencia de la propiedad social sobre los medios de producción, por la acción de la ley del desarrollo armónico de la economía y, por consiguiente, también por nuestros planes anuales y quinquenales, que son un reflejo aproximado de las exigencias de esta última ley». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Los problemas económicos del socialismo en la Unión Soviética, 1952)
Como sabemos la planificación económica centralizada constituye uno de los pilares de la economía socialista según el marxismo:
«Bajo el capitalismo no es posible continuar la producción a una escala total de la sociedad, allí hay competencia, allí hay propiedad privada. (...) Mientras que en nuestro sistema las empresas están unidas sobre la base de la propiedad socialista. La economía planificada no es algo que queramos, es una obligación, de lo contrario todo se vendría abajo. (...) El capitalista no puede administrar la industria, la agricultura y el transporte de acuerdo con un plan. Bajo el capitalismo, la ciudad debe devorar el campo. La propiedad privada allí es un obstáculo. (...) ¿Cuáles son los principales objetivos de la planificación?
El primer objetivo consiste en planificar de una manera que garantice la independencia de la economía socialista del cerco capitalista. Esto es obligatorio, y es lo más importante. Es una forma de las luchas contra el capitalismo mundial. Debemos asegurarnos de tener metal y máquinas en nuestras manos para no convertirnos en un apéndice del sistema capitalista. Esta es la base de la planificación. Esto fue el Plan GOELRO y los planes posteriores que se elaboraron sobre esta base.
¿Cómo organizar la planificación? En su sistema, el capital se distribuye espontáneamente sobre las ramas de la economía, dependiendo de las ganancias. Si tuviéramos que desarrollar varios sectores de acuerdo con su rentabilidad, tendríamos un sector desarrollado de molienda de harina, producción de juguetes –son caros y dan grandes ganancias–, textiles, pero no habríamos tenido ninguna industria pesada. Exige grandes inversiones y es una pérdida al principio. Abandonar el desarrollo de la industria pesada es el mismo que el propuesto por rykovistas.
Hemos invertido las leyes del desarrollo de la economía capitalista, las hemos puesto sobre sus cabezas o, más precisamente, de pie. Hemos comenzado con el desarrollo de la industria pesada y la construcción de máquinas. Sin una planificación de la economía, nada funcionaría.
¿Cómo suceden las cosas en su sistema? Algunos Estados roban a otros, saquean las colonias y extraen préstamos forzados. Lo contrario, ocurre con nosotros. Lo básico de la planificación es que no nos hemos convertido en un apéndice del sistema capitalista mundial.
El segundo objetivo de la planificación consiste en fortalecimiento de la hegemonía absoluta del sistema económico socialista y cerrar todas las fuentes y cabos sueltos de donde surge el capitalismo. Rykov y Trotsky una vez propusieron cerrar empresas avanzadas y líderes –como la Fábrica Putilov y otras– por no ser rentables. Pasar por esto habría significado «cerrar» el socialismo. Las inversiones se habrían invertido en la molienda de harina y la producción de juguetes porque generarían ganancias. No podríamos haber seguido este camino.
El tercer objetivo de la planificación es evitar las desproporciones. Pero como la economía es enorme, las rupturas siempre pueden tener lugar. Por lo tanto, necesitamos tener grandes reservas. No solo de fondos, sino también de fuerza de trabajo». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Cinco conversaciones con economistas soviéticos, 1941-1952)
Solo un necio no vería que hay una diferencia fundamental entre la economía socialista planificada y la «planificación» que se pretender realizar en los países capitalistas. Ya en los años 20 Iósif Stalin denunció la pseudoplanificación en los países burgueses:
«A veces se alude a los organismos económicos estadounidenses y alemanes, que según dicen, también dirigen la economía nacional planificadamente. No, camaradas, eso no lo han conseguido aún allí, y no lo conseguirán mientras exista el régimen capitalista. Para dirigir planificadamente, hace falta tener otro sistema de industria, el sistema socialista, y no el capitalista; se precisa, por lo menos una industria nacionalizada, un sistema de crédito nacionalizado, se precisa que la tierra esté nacionalizada, que exista un ligazón socialista con el campo, que exista el poder de la clase obrera, etc.
Cierto, ellos tienen también algo parecido a planes. Pero los suyos son planes-pronósticos, planes conjetura, que no son obligatorios para nadie y sobre cuya base no puede dirigirse la economía del país». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Informe en el XVº Congreso del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, 1927)
5) Por supuesto si para el PCE (r) personajes reaccionarios como Putin son casi la reencarnación de Stalin, suponemos que la verborrea «autogestionaria» de algunas ramas del peronismo de los 60 deben excitar a sus seguidores.
«Más que del socialismo clásico, el peronismo en gestación adoptó ideas fundamentales del anarcosindicalismo hispano-francés, el cual ya tenía una tradición no despreciable en el gremialismo argentino. Se trata aquí de dos exigencias: a) el directo protagonismo político del sindicato –no por mediación del partido– sobre todo a través de la huelga general como instrumento de acción; y b) el objetivo lejano de una administración de los medios de producción por los sindicatos mismos». (Cristián Buchrucker; Nacionalismo y Peronismo, 1987)
Sobra decir que lejos de lo que proponían los peronistas más ilusos, el peronismo nunca se llegó a acercar a este cooperativismo descentralizador pequeño burgués.
También hemos constatado por varias experiencias históricas que la llamada autogestión del anarco-sindicalismo tiene varios fallos que hacen que la economía sea deficitaria:
«En Yugoslavia cualquier empresa «autogestionaria» es una organización encerrada en su propia actividad económica, mientras que la política de administración se encuentra en manos de su grupo dirigente que, igual que en cualquier otro país capitalista, manipula los fondos de acumulación, decide respecto a las inversiones, los salarios, los precios y la distribución de la producción. Se pretende que toda esta actividad económico-política es aprobada por los obreros a través de sus delegados. Pero esto no pasa de ser un fraude y un gran bluff. Estos supuestos delegados de los obreros hacen causa común con la casta de burócratas y tecnócratas en el poder en detrimento de la clase obrera y del resto de las masas trabajadoras. Son los administradores profesionales los que hacen la ley y definen la política en la organización «autogestionaria» desde la base hasta la cúspide de la república. El papel dirigente, gestor, económico-social y político de los obreros, de su clase, se ha reducido al mínimo, por no decir que ha desaparecido por completo.
Estimulando el particularismo y el localismo, desde el republicano al regional y hasta el nivel de la comuna, el sistema autogestionario ha liquidado la unidad de la clase obrera, ha colocado a los obreros en lucha los unos contra los otros, alimentando, como individuos, el egoísmo y estimulando, como colectivo, la competencia entre las empresas. Sobre esta base ha sido minada la alianza de la clase obrera con el campesinado, quien asimismo está disgregado en pequeñas haciendas privadas y es explotado por la nueva burguesía en el poder. Todo esto ha dado lugar a la autarquía en la economía, la anarquía en la producción, en la distribución de los beneficios y de las inversiones, en el mercado y en los precios, y ha conducido a la inflación y a un gran desempleo». (Enver Hoxha; Informe en el VIIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1 de noviembre de 1981)
6) ¿Qué decir de las relaciones de Perón con el imperialismo y el capital extranjero? He aquí donde encontramos el aspecto fundamental de la demagogia antiimperialista de Perón que incluso en su Constitución de 1949 hablaba de «independencia nacional» y en sus diversos textos se vanagloriaban de «combatir al capital extranjero». Pero eso duró muy poco, el ministro de economía ya decía al año siguiente:
«La Argentina de hoy, como la de ayer, necesita y desea el ingreso de capitales extranjeros que, en un pie de igualdad con respecto a los capitales nacionales, se sumen a éstos para colaborar en su engradecimiento». (Ramón Cereijo; Discurso, 1950)
Nótese como se dice aquí «en pie de igualdad», dándose a entender las prerrogativas y concesiones que se dará al capital extranjero y que harán fácilmente la competencia a lo interno. Precisamente esta política sería –en medidas ya desorbitadamente descaradas– la razón que causaría la ruina de la industria nacional Argentina entre la década de los 70 y 80.
Lejos de basarse en sus «propias fuerzas» o de apoyarse en los países revolucionarios, a partir de 1952 Argentina empezó a establecer fuertes contactos con los Estados Unidos para pedir una ayuda económica:
«Más discutible es su política hacia el sector agropecuario, en donde el accionar del I.A.P.I, Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio, condujo a una descapitalización del agro y una fuerte caída en su productividad. También generó polémicas su relación con los capitales extranjeros, particularmente de los Estados Unidos, aunque en su segundo gobierno promovió la inversión extranjera que llegó a materializarse antes de su derrocamiento. Algunas misiones técnicas norteamericanas arribaron al país hacia 1954 con la idea de establecer convenios para la exploración y explotación de los yacimientos petrolíferos nacionales. En este sentido, se efectivizaron precontratos con la California Argentina de Petróleo S. A., subsidiaria de Standard Oil de California». (Alicia Estela Poderti; Perón: La construcción del mito político (1943-1955), 2010)
Para ello Perón pidió un crédito en 1950 a Eximbank y estableció la nueva ley de inversiones extranjeras en agosto de 1953, una medida criticada por la oposición de todo pelaje, destapando así la careta del «antiimperialismo» peronista, al estar dando vía libre a las multinacionales en el país, impulsando empresas mixtas entre las empresas estatales argentinas y las privadas extranjeras, o subsidiando directamente a las empresas extranjeras para su establecimiento en el país:
«Las necesidades económicas y el entramado de relaciones amistosas que, principalmente Estados Unidos, se estaba tejiendo ameritaban una mayor coordinación de la política frente a los inversores foráneos. La nueva ley beneficiaba a los capitalistas extranjeros que dirigiesen a la industria y a la minería, ya sea a través de la instalación de nuevas plantas o asociándose con las ya existentes. Las ventajas más importantes consistían en la posibilidad de remitir las utilidades a partir del segundo año de radicación por un equivalente del 8% anual del capital, una pauta que superaba lo holgadamente permitido hasta entonces. Luego de diez años podrían incluso repatriarse parte de las inversiones realizadas. (...) Catorce empresas industriales, en su mayoría estadounidenses, se radicaron en el país bajo el amparo de la nueva ley, entre ellas las químicas Merck y Mosanto, y otras alemanas como Siemens y Bayer, reingresaron luego de ser expropiadas durante la guerra. Entre las inversiones autorizadas más importantes se encontraban las correspondientes a las empresas productoras de tractores: las de las alemanas Hanomang, Deutz y Fahr y especialmente la de FIAT. En 1954 la empresa italiana, que ya importaba tractores desde 1951, ganó una licitación convocada por la IAME para, en asociación con esa empresa estatal y con fuerte apoyo crediticio oficial, comenzar la producción en Córdoba. (...) Otra inversión importante fue la de la automotriz Mercedes Benz». (Marcelo Rougier, La economía del Peronismo: Una perspectiva histórica, 2012)
Esto no es casual, se debía a la política pragmática del nuevo Presidente estadounidense Eisenhower, que a diferencia de su predecesor Truman, sabía manejarse en la esfera internacional en la vía diplomática gracias a la persuación y el chantaje con unos métodos mucho más sutiles, como luego también haría Nixon. La amistad oficial de Perón y Eisenhower venía en la misma época en que Franco y Eisenhower firmaban al otro lado del Atlántico los Pactos de Madrid de 1953, que proveían al fascismo español de una ayuda económica, militar y comercial a cambio del establecimiento de bases militares en tierra hispana, y de una apertura al capital estadounidense y sus multinacionales. Es decir Perón seguía la vía de Franco, se alienaba junto a Tito, Franco, Tsaldaris y todas las figuras proestadounidenses y reaccionarias del mundo.
7) Como Perón reconocía, su objetivo económico y por tanto político no era otro que desactivar las luchas del movimiento obrero que en parte estaban ya dirigidas por parte de los comunistas:
«Yo llamo a la reflexión a los señores para que piensen en manos de quien estaban las masas obreras y cuál podía ser el porvenir de esas masas, que en un crecido porcentaje estaban en manos de los comunistas. (...) Un objetivo inmediato del gobierno ha de ser asegurar la tranquilidad social del país, evitando por todos los medios un posible cataclismo de esta naturaleza [la revolución], ya que si se produjera de nada valdrían las riquezas acumuladas, los bienes poseídos, ni los campos, ni los ganados». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
El «gran Coronel Perón», enseñó al público de la bolsa de comercio un inolvidable manual de cómo ha de ganarse la oligarquía financiera a la clase obrera para neutralizar sus inclinaciones revolucionarias:
«Se ha dicho señores, que soy un enemigo de los capitales y si ustedes observan lo que les acabo de decir, no encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo, porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa del mismo Estado. No se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estará seguro el capitalismo, ya que también lo soy, porque tengo estancia y en ella operarios. (...) Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores para que el Estado los dirija y les marque rumbos, de esa manera se neutralizarán en su seno las corrientes ideológicas y revolucionarias que pueden poner en peligro nuestra sociedad capitalista de posguerra. Por eso creo que si yo fuera dueño de una fábrica no me costaría ganarme el afecto de mis obreros con una obra social realizada con inteligencia. Muchas veces se logra con el médico que va a casa de un obrero que tiene un hijo enfermo; con un pequeño regalo en un día particular; o el patrón que pasa y palmea amablemente a sus hombres y les habla de cuando en cuando, así como lo hacemos nosotros con nuestros soldados». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
¡Burgueses del mundo, aprendan, es más fácil manejar a los obreros y hacer que no dejen de producir gracias a otorgarles ciertos derechos, que cometer el torpe error de despreciándolos en público, ser tozudos y no atendiendo ninguna de sus reivindicaciones económicas! Con esto Perón les decía que si eran astutos, gracias a unas cuantas migajas podrían tener paz social, ellos estarían tranquilos, estarían contentos, apoyarían su política y producirían más.
Como se sentenciaba, una vez logrado la unidad sindical y de los sectores estratégicos de la economía y el ejército, el justicialismo también podría utilizar la coacción cuando fuese necesario, si alguien pretendía salirse de la fila armoniosa del justicialismo:
«Le diremos a la CGT, hay que hacer tal cosa por tal gremio y ellos se encargarán de hacerlo. Les garantizo que son disciplinados y tienen buena voluntad de hacer las cosas. Eso sería seguro, la organización de las masas. (...) Ya el Estado organizaría el reaseguro, que es la autoridad necesaria para que cuando esté en su lugar, nadie pueda salirse de él, porque el organismo estatal tiene el instrumento que, si es necesario por la fuerza, ponga las cosas en su quicio y no permita que salgan de su curso». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
Y así se hizo, para tal fin lanzó el 2 de octubre de 1945 el decreto 23.852/45 sobre asociaciones profesionales, se decía entre otras cosas:
«Que en el actual período de evolución y desarrollo de las relaciones entre empleadores y trabajadores, es innegable la importancia que reviste la colaboración del Estado y de las asociaciones profesionales en todo lo concerniente a la fijación de las condiciones de trabajo y a la necesaria adaptación de las normas básicas de la legislación obrera a las distintas clases de actividades. (...) En el caso de existir sindicato con personería gremial, sólo podrá concederse esa personalidad a otro sindicato de la misma actividad, cuando el número de afiliados cotizantes de este último, durante un período mínimo y continuado de seis meses, inmediatamente anteriores a la solicitud, fuera superior al de los pertenecientes a la asociación que goce de personalidad gremial». (Decreto 23.852/45)
Por tanto como se ve, el decreto estaba destinado a establecer un único sindicato por rama el peronista CGT que tenía la protección del Estado de no ser disuelto, en caso de querer establecer uno nuevo se aplicaban esas trabas, por lo tanto no estaba garantizado tener oficialidad y ese sindicato era considerado personalidad jurídica y podía ser intervenido legalmente por el Estado al no entrar dentro de los pactos entre Estado y personalidad gremial. A su vez el CGT aunque era considerado oficialmente una entidad libre de injerencias del Estado, era una de las bases del peronismo, y en los años 50 así se vio purgando a los cabecillas más autónomos del movimiento sindical. Este decreto se completó en 1952 con la ley 14.250 de Convenciones Colectivas de Trabajo por la cual el sindicato con personería gremial era el único que podía suscribir dichos convenios.
8) Una de las claves para el mantenimiento del apoyo popular al peronismo fue la Fundación Eva Perón en 1948 fue la base del asistencialismo a la argentina –en el caso de Eva bajo una falsa modestia–, siendo este uno de los puntos que unen al peronismo con su populismo:
«Es un término no reconocido por la Real Academia Española [RAE] –seguramente se hará en próximos años debido a su extendido uso–. Tienen una definición difusa y confusa; en ocasiones positiva en otras y más comúnmente negativas. Si nos plegamos a sus raíces etimológicas tendríamos que comprenderlo como relativo a pueblo; pero resulta evidente que los términos evolucionan en su contenido y significado y se alejan de sus raíces. (...) Dicho esto, y a efectos de este espacio, populismo es aquella «estrategia» en el marco del ejercicio del poder –como gobernante o como opositor– bajo la dictadura de la burguesía ya sea en su forma democrático burguesa o en su forma fascista que es indisoluble a la demagogia, el pragmatismo y el oportunismo. Su función principal es enmascarar el verdadero sentido de las políticas que tienen por objeto el fortalecimiento de la clase en el poder pero justificadas en un «pretendido bien superior»; por ejemplo y el más común: «el bien general del pueblo»; dicho de otro modo, su objetivo es la alienación de las masas.
Vale decir que el populismo no es una característica exclusiva de la izquierda burguesa –revisionista, reformista, etc.–, sino de todo el espectro político burgués, su cara visible es el asistencialismo-caritativo; por ejemplo: el ultraderechista Álvaro Uribe desarrolló en Colombia programas de asistencia escolar, merienda escolar, programas de vivienda, etc., al tiempo que profundizaba el vaciamiento de contenido de los derechos económico-políticos a través de la extinción de los derechos laborales, etc. El mismo procedimiento emplean los gobernantes de izquierda burguesa en Latinoamérica que engañan a los pueblos diciendo que ese asistencialismo es un embrión del socialismo cuando se trata del capitalismo de siempre. Lo esencial a comprender es que esta estrategia, allá donde se ejerce, tiene como finalidad aminorar las «condiciones objetivas» que conduzcan a procesos revolucionarios proletarios; al tiempo que con la propaganda reducen las «condiciones subjetivas». Es decir, es un mecanismo destinado a prolongar artificialmente al capitalismo en crisis, no obstante a veces se desarrolla con objetivos meramente cosméticos, el ejemplo más oportuno son los «programas sociales» de las entidades empresariales monopólicas. El fascismo también ha utilizado de forma constante el populismo, sobre todo desde la oposición política –a veces sirviendo como trampolín al poder–. Lo ha hecho apoyándose en casos de corruptelas del gobierno burgués de turno –jurando que ellos acabarían con esa corrupción–, de humillaciones nacionales de la Patria por otras potencias –jurando restablecer ante el pueblo el «honor nacional»–, pretendiendo sentir repulsa por los «abusos de las clases altas» –clamando su fin– y queriéndose proclamar siempre como una «tercer vía» entre los «abusos de las clases altas» hacia el pueblo y el radicalismo y ateísmo del marxismo que quiere destruir a las clases altas como tal –hablamos de «clases altas» y no de clase explotadoras, siguiendo el hilo de que los fascistas no reconocen los análisis marxistas sobre la plusvalía y no ven explotación en el sistema capitalista–, elementos que desembocan en engañar a las masas trabajadoras, distraerlas y desviarlas de la revolución». (Equipo de Bitácora (M-L); Terminológico, 2015)
9) ¿En qué basaba el peronismo su crítica y pretendida superación del marxismo?
Perón no cesaba en agitar el espantapájaro de la revolución como un fenómeno que supondría un cataclismo que sería el fin de la nación, y como no, ¡este filofascista no ponía mejor ejemplo a las masas que el de España reforzando la propaganda franquista que justificaba el golpismo y el terror!:
«¿Cuál es el problema que a la República Argentina debe preocuparle sobre todos los demás? Un cataclismo social en la República Argentina haría inútil cualquier posesión de bienes, porque sabemos –y la experiencia de España es concluyente– que con ese cataclismo social los valores se pierden totalmente y, en el mejor de los casos, lo que cambia pasa a otras manos que las que eran inicialmente poseedoras. (...) La Secretaría persigue el objetivo de evitar el cataclismo social que es probable, no imposible». (Juan Domingo Perón; Discurso de la bolsa de comercio, 25 de agosto de 1944)
Precisamente la España Republicana (1931-1936) con gobiernos liberales y socialistas había demostrado la imposibilidad de que la burguesía progresista y la pequeña burguesía llevasen a cabo reformas para modernizar el país y dar satisfacción a las demandas sociales, dándose una agudización progresiva de las masas en sus reivindicaciones y acciones por las reformas prometidas que nunca llegaban, ante lo cual las élites reaccionarias, temerosas que una revolución desbordase sus privilegios produjeron sucesivas conspiraciones y golpes de Estado para acabar con todo conato de progreso. El golpe fascista de 1936 llevó al país a una cruenta guerra civil durante tres años hasta 1939. Debe anotarse que en ella los comunistas se pusieron al frente de la guerra antifascista en medida de lo posible, impulsando algunas de las famosas medidas en el bando republicano que no se había cumplido en los años anteriores como la famosa reforma agraria, demostrándose que el camino reformista que había impulsado los republicanos de izquierda solo había servido para dar tiempo a la reacción para reorganizarse y perder la confianza de parte de los trabajadores. Véase la obra de José Díaz «Lecciones de la guerra del pueblo español» de 1940.
¿En qué basaba Perón su médula anticomunista? En una concepción cristiana de que si el comunismo era netamente ateo, el uso del Estado por los comunistas no podría realizar la «felicidad en la tierra» ni concebir un «clima de convivencia» basado en el «amor al prójimo», por tanto la URSS por su apego al marxismo y la lucha de clases solo podía ser un «régimen de odio», ese odio no podría canalizar un versión humanista y sería una nueva versión del «explotación del hombre por el hombre» –sin detenerse demasiado en explicar este mecanismo–, siendo el régimen soviético de Stalin incluso tachado de «imperialista» –como había hecho gran parte de la propaganda nazi y luego estadounidense pese a la evidencia labor antiimperialista a diferencia de los titubeos de Argentina «no alineada»–. El peronismo contraponía ese sistema comunista al justicialismo que según él era «la efectiva liberación de esa explotación» gracias a su médula cristiana que ejercía una «transformación» de la conciencia de los hombres y su forma de producir, esa ideología justicialista penetraría en las relaciones de producción y las leyes capitalistas, y mágicamente –o mejor dicho milagrosamente– borraría las contradicciones entre patronos y obreros, la contradicción entre trabajo y capital, funcionando a partir de entonces la sociedad y la economía como un todo armonioso, un «Reino de Dios» en la tierra, ¡gracias a la obra y voluntad del profeta Perón!:
«El imperialismo ruso defiende el comunismo, vale decir, la explotación del hombre por el Estado. El otro grupo defiende el capitalismo, vale decir, la explotación del hombre por otro hombre: no creo que para la humanidad ninguno de los dos sistemas pueda subsistir en el porvenir. Es necesario ir a otro sistema, donde no exista la explotación del hombre, donde seamos los colaboradores de una obra común para la felicidad común, vale decir, la doctrina esencialmente cristiana, sin la cual el mundo no encontró solución ni la encontrará tampoco en el futuro». (Juan Domingo Perón; Discurso, 5 de octubre de 1948)
Recordemos que la Iglesia apoyó a Perón en las elecciones de 1946, porque el gobierno militar de 1943 del que Perón era parte como vimos, implementó la religión como educación obligatoria. Una relación que solo se volverá en enemistad cuando Perón intente canonizar a Eva Perón y a sí mismo sobre una imagen mesiánica, convirtiéndose en una especie de religión que sustituía el culto a Dios, Jesús, la Virgen y los Santos por el de las dos figuras del régimen.
La propia crítica de Eva Perón hacia el comunismo versa en que es materialista, ateo:
«La doctrina de Marx es, por otra parte, contraria a los sentimientos del pueblo, sentimientos profundamente humanos. Niega el sentimiento religioso y la existencia de Dios. Podrá el clericalismo ser impopular, pero nada es más popular que el sentimiento religioso y la idea de Dios. El marxismo es, además, materialista y esto también lo hace impopular. El marxismo es extraordinariamente materialista». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
Efectivamente, y hay varias razones para ello:
«En oposición al idealismo, que considera el mundo como la encarnación de la «idea absoluta», del «espíritu universal», de la «conciencia», el materialismo filosófico de Marx parte del criterio de que el mundo es, por su naturaleza, algo material; de que los múltiples y variados fenómenos del mundo constituyen diversas formas y modalidades de la materia en movimiento; de que los vínculos mutuos y las relaciones de interdependencia entre los fenómenos, que el método dialéctico pone de relieve, son las leyes con arreglo a las cuales se desarrolla la materia en movimiento; de que el mundo se desarrolla con arreglo a las leyes que rigen el movimiento de la materia, sin necesidad de ningún «espíritu universal». (...) En oposición al idealismo, el cual afirma que sólo nuestra conciencia tiene una existencia real y que el mundo material, el ser, la naturaleza, sólo existe en nuestra conciencia, en nuestras sensaciones, en nuestras percepciones, en nuestros conceptos, el materialismo filosófico marxista parte del criterio de que la materia, la naturaleza, el ser, es una realidad objetiva, que existe fuera de nuestra conciencia e independientemente de ella; de que la materia es lo primario, ya que constituye la fuente de la que se derivan las sensaciones, las percepciones y la conciencia, y la conciencia lo secundario, lo derivado, ya que es la imagen refleja de la materia, la imagen refleja del ser; de que el pensamiento es un producto de la materia que ha llegado a un alto grado de perfección en su desarrollo, y más concretamente, un producto del cerebro, y éste el órgano del pensamiento, y de que, por tanto, no cabe, a menos de caer en un craso error, separar el pensamiento de la materia. (...) En oposición al idealismo, que discute la posibilidad de conocer el mundo y las leyes por que se rige, que no cree en la veracidad de nuestros conocimientos, que no reconoce la verdad objetiva y entiende que el mundo está lleno de «cosas en sí», que jamás podrán ser conocidas por la ciencia, el materialismo filosófico marxista parte del principio de que el mundo y las leyes por que se rige son perfectamente cognoscibles, de que nuestros conocimientos acerca de las leyes de la naturaleza, comprobados por la experiencia, por la práctica, son conocimientos veraces, que tienen el valor de verdades objetivas, de que en el mundo no hay cosas incognoscibles, sino simplemente aún no conocidas, pero que la ciencia y la experiencia se encargarán de revelar y de dar a conocer». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; Materialismo dialéctico y materialismo histórico, 1938)
Anotar que si uno mira los vídeos sobre la propaganda anticomunista en la época de Perón de cualquiera de sus tres mandatos, no verá la diferencia a la propaganda emitida por la junta militar de 1976-1983. En la propia educación escolar, se recuerdan todavía en el colectivo mental, esas frases ridículos como «Mama y Papa nos aman, Perón y Evita nos aman».
¿Qué decir de la definición peronista de que iguala el capitalismo al comunismo como sistemas que coartan el desarrollo de la personalidad, del individuo?:
«Pensamos que tanto el capitalismo como el comunismo son sistemas ya superados por el tiempo. Consideramos al capitalismo como la explotación del hombre por el capital y al comunismo como la explotación del individuo por el Estado. Ambos «insectifican» a la persona mediante sistemas distintos». (Juan Domingo Perón; La fuerza es el derecho de las bestias, 1956)
Este es un argumento muy típico muy sencillo de refutar:
«Nos acusan a nosotros, los comunistas, ¡de no respetar en nuestra sociedad la personalidad humana! Esta acusación es una grosera calumnia tendente a encubrir la cruel opresión del proletariado y del pueblo trabajador por el capital. La existencia de las clases antagónicas es la base de la opresión de la personalidad humana y de las masas trabajadoras. Por el contrario, si es que existe un sistema social que libera verdaderamente al hombre de sus angustias, de sus tormentos, de los sentimientos mezquinos, de las viejas supervivencias idealistas, éste es el sistema social socialista, que realiza la supresión de las clases explotadoras y de la propiedad y que pone fin a la explotación del hombre por el hombre. (...) El socialismo coloca a la persona humana en una posición que le permite ver y sentir que no está aislada del resto del mundo, sino que es miembro de una sociedad nueva, la cual tiene por objetivo el progreso del individuo en el marco del desarrollo de la sociedad. En esta sociedad el hombre pasa a ocupar el lugar que le corresponde, sobre la base de sus capacidades y el trabajo que realiza, siendo libre de trabajar y gozar los frutos de su trabajo. Ni el burgués, ni el capitalista, ni el revisionista pueden concebir la libertad del individuo en nuestra sociedad, porque miden la personalidad con su medida de la estandarización y de la manipulación de los hombres. Aceptando la independencia del individuo con respecto a la sociedad, las clases explotadoras tendían a asegurar privilegios para la gente de su clase, dotarla de saber, de libertad y competencias para dominar y dirigir a los otros. Nuestro régimen ha cortado las raíces del individualismo burgués y ha creado al individuo y a la sociedad posibilidades ilimitadas de todos los derechos y de todas las libertades constitucionales». (Enver Hoxha; La democracia proletaria es la verdadera democracia, 1978)
Eva Perón relataba por ejemplo que el comunismo era impopular porque quiere suprimir la propiedad privada sobre los medios de producción:
«Además, es impopular porque suprime el derecho de propiedad tan profundamente humano». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
Nadie salvo una ignorante como «Evita» puede decir que la propiedad privada es una categoría eterna en la economía del ser humano. En cuanto a los propósitos del comunismo respecto a ella, se ve que dicha persona no se molestó ni en leer la obra más básica del comunismo:
«Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad privada.
Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia.
¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referís acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeño labriego, precedente histórico de la propiedad burguesa? No, ésa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas horas.
¿O queréis referimos a la moderna propiedad privada de la burguesía?
Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde propiedad? No, ni mucho menos. Lo que rinde es capital, esa forma de propiedad que se nutre de la explotación del trabajo asalariado, que sólo puede crecer y multiplicarse a condición de engendrar nuevo trabajo asalariado para hacerlo también objeto de su explotación. La propiedad, en la forma que hoy presenta, no admite salida a este antagonismo del capital y el trabajo asalariado. Detengámonos un momento a contemplar los dos términos de la antítesis.
Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el proceso de la producción. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad. El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social.
Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva, común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal. A lo único que aspiramos es a transformar el carácter colectivo de la propiedad, a despojarla de su carácter de clase.
Hablemos ahora del trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de víveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero. Todo lo que el obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente necesita para seguir viviendo y trabajando. Nosotros no aspiramos en modo alguno a destruir este régimen de apropiación personal de los productos de un trabajo encaminado a crear medios de vida: régimen de apropiación que no deja, como vemos, el menor margen de rendimiento líquido y, con él, la posibilidad de ejercer influencia sobre los demás hombres. A lo que aspiramos es a destruir el carácter oprobioso de este régimen de apropiación en que el obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante aconseja que viva.
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado será, por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero.
En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en la comunista, imperará el presente sobre el pasado. En la sociedad burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y personalidad.
¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y la libertad! Y, sin embargo, tiene razón. Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa.
Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el librecambio, la libertad de comprar y vender.
Desaparecido el tráfico, desaparecerá también, forzosamente el libre tráfico. La apología del libre tráfico, como en general todos los ditirambos a la libertad que entona nuestra burguesía, sólo tienen sentido y razón de ser en cuanto significan la emancipación de las trabas y la servidumbre de la Edad Media, pero palidecen ante la abolición comunista del tráfico, de las condiciones burguesas de producción y de la propia burguesía.
Os aterráis de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve décimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve décimas partes! ¿Qué es, pues, lo que en rigor nos reprocháis? Querer destruir un régimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayoría de la sociedad.
Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues sí, a eso es a lo que aspiramos.
Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en capital, en dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el momento en que la propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad burguesa, la persona no existe.
Con eso confesáis que para vosotros no hay más persona que el burgués, el capitalista. Pues bien, la personalidad así concebida es la que nosotros aspiramos a destruir.
El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno». (Karl Marx y Friedrich Engels; El Manifiesto Comunista, 1848)
En otro lado la afable Evita acusa al comunismo de apátrida a causa de su internacionalismo proletario:
«Esto es más comprensible, porque no podemos olvidar que tanto los socialistas como los comunistas son internacionales y no les puede interesar lo que para los argentinos y, sobre todo para los peronistas, es tan sagrado: la Patria». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
¿Es cierto?:
«El internacionalismo proletario presupone la existencia de la nación. El cosmopolitismo presupone el menosprecio de la nación. El internacionalismo es la mejor arma de la clase obrera. El cosmopolitismo es la mejor arma del capitalismo monopolista, la más potente y Aspira en consecuencia, a la dominación mundial. El patriotismo es la expresión natural del internacionalismo proletario. El nacionalismo es la expresión natural de los monopolistas. Lenin ha dicho que un mal patriota no puede ser un buen internacionalista. Los yankees como Foster Dulles afirman que los pueblos europeos han de abandonar el concepto «anacrónico» de soberanía, ahora que Estados Unidos ha acentuado el nacionalismo agresivo, exclusivista, chovinista: he aquí la doble cara del cosmopolitismo». (Joan Comorera; El internacionalismo proletario, 1952)
Es más, ¿qué dicen los comunistas sobre la cuestión de la patria y las clases explotadoras y parasitarias?
«¿Qué España representan ellos? Sobre este asunto, hay que hacer claridad. (...) No es posible que continúen engañando a estas masas, utilizando la bandera del patriotismo, los que prostituyen a nuestro país, los que condenan al hambre al pueblo, los que someten al yugo de la opresión al noventa por ciento de la población, los que dominan por el terror. ¿Patriotas ellos? ¡No! Las masas populares, vosotros, obreros y antifascistas en general, sois los patriotas, los que queréis a vuestro país libre de parásitos y opresores; pero los que os explotan no, ni son españoles, ni son defensores de los intereses del país, ni tienen derecho a vivir en la España de la cultura y del trabajo». (La España revolucionaria; Discurso pronunciado en el Salón Guerrero, de Madrid, 9 de febrero de 1936)
Queda claro, que el patriotismo que proclama el peronismo bajo la conciliación de clases, aliándose con los parásitos, el clero y elementos proimperialistas, no puede ser un patriotismo sincero, sino especulativo.
10) Y es que una de las mayores estafas del peronismo fue que en la política internacional decía mantener la llamada «tercera vía» o «tercera posición» en lo internacional, una postura claramente copiada del llamado no alineamiento o tercermundismo:
«En el orden político, la Tercera Posición implica poner la soberanía de las naciones al servicio de la humanidad en un sistema cooperativo de gobierno mundial. En el orden económico, la Tercera Posición es el abandono de la economía libre y de la economía dirigida por un sistema de economía social al que se llega poniendo el capital al servicio de la economía. En el orden social, la Tercera Posición entre el individualismo y el colectivismo es la adopción de un sistema intermedio cuyo instrumento básico es la justicia social. Ésta es nuestra Tercera Posición, que ofrecemos al mundo como solución para la paz». (Juan Domingo Perón; Mensaje al inaugurar las sesiones del Congreso Nacional, 1 de mayo de 1950)
Esto no era así en la praxis. La «neutralidad» Argentina fue ficticia incluso antes del acercamiento oficial argentino-estadounidense de 1952. Se puede ver el posicionamiento proestadounidense de Perón en la lucha de liberación nacional de la Guerra de Corea 1950-1953, así como el silencio en la invasión estadounidense de Guatemala en 1954 para derrocar al presidente electo Jacobo Arbenz de Guatemala tras nacionalizar la United Fruit Company, también bajo el pretexto de «lucha contra el comunismo». En la Décima Conferencia Interamericana celebrada en Caracas, del 1 al 28 de marzo de 1954, en la Venezuela del proyankee Marcos Pérez Jiménez, Argentina lejos de tener una política propia y valerosa de defender sin excusas la soberanía nacional guatemalteca condenando la campaña de difamaciones y la invasión yankee, la Argentina Peronista se abstuvo de hablar claro del tema guatemalteco más allá de apoyar la «libre determinación de los pueblos», y enfatizó como todos los presentes, la necesidad de que EE.UU. invirtiese en sus países para evitar la propagación del comunismo:
«En la Conferencia de Caracas, Estados Unidos logró establecer una declaración anticomunista, que en su espíritu violaría el «principio de no intervención» que se había introducido en el sistema interamericano en 1933 y que había sido ratificado en ocasión de la fundación de la OEA. La escasa resistencia de los países latinoamericanos frente a este avance del país del norte se debió, en parte, a las renovadas expectativas que tenían de recibir ayuda económica. Éstas, sin embargo, se vieron, una vez más, frustradas. El apoyo que recibió Guatemala fue sumamente débil –fue la única en votar en contra de la declaración propuesta por el gobierno de Washington, aunque Argentina y México se abstuvieron en esa votación–. (...) Desde el punto de vista diplomático, desde principios de 1953 y hasta la caída de Perón, se registró una mejora en las relaciones argentino-estadounidenses. Según el Departamento de Estado, era necesario implementar una política mucho más activa hacia América Latina, para contrarrestar los movimientos nacionalistas que se habían desarrollado, pero con un discurso que enfatizaba la necesidad de combatir más fuertemente el comunismo. (...) Ni bien arribó a Caracas el canciller [argentino] declaró: «Los precios bajos de las materias primas implican y obligan a salarios reducidos, los cuales son incitaciones para la clase trabajadora que la conducen muchas veces al borde de la miseria, y es ahí, precisamente, cuando los pueblos abrazan ideas exóticas». (...) Argentina, al igual que otros países latinoamericanos, volvió a poner el énfasis en la necesidad de ayuda económica, por parte de Estados Unidos, para fomentar el desarrollo de su atrasada economía. Se repetía, así, el tópico que había planteado la delegación nacional en la Cuarta Reunión de Consulta de Cancilleres, tres años atrás: la lucha contra el comunismo en América requería un desarrollo de las condiciones económico-sociales, para lo cual la ayuda económico-financiera». (Leandro Ariel Morgenfeld; Contemporánea: historia y problemas del siglo XX, 2010)
Es más por aquel entonces se escribía con los altos mandatarios estadounidenses pidiendo una mayor coordinación –léase intervención– en Latino América contra la «infiltración comunista» –es decir contra cualquier líder o movimiento que pusiera en tela de juicio el mandato estadounidense mínimamente–:
«El 28 de junio Perón envió una extensa carta a Milton Eisenhower sugiriendo que se realizara una reunión de consulta hemisférica sobre el problema del comunismo, cualquiera fuera el resultado del conflicto en Guatemala y ofreciendo Buenos Aires como sede de la misma. Perón expresaba su preocupación por la infiltración comunista en América latina, particularmente en países como Brasil, Chile, Uruguay, Ecuador, Colombia y México, y argüía en favor de un enfoque hemisférico del problema, señalando que debían coordinarse esfuerzos a través de reuniones secretas con funcionarios de cada gobierno especialmente elegidos». (Carlos Rodríguez Mansilla; Perón y Eisenhower, 19 de junio de 2003)
Más tarde, en 1973 Perón tendría el valor de decir cínicamente:
«En la actualidad, muchos son los países que componen el núcleo de los No Alineados y esta misma Asamblea demuestra que el Tercer Mundo está en acción positiva». (Juan Domingo Perón; Discurso en la IV Conferencia de Países No Alineados, 7 de septiembre de 1973)
Las privatizaciones o el aumento de la inversión extranjera estadounidense sus mandatos no cuentan para los zoquetes del PCE (r), sus vínculos con la reacción internacional tampoco importan. El caso es que pese a estas evidencias siguen calificando ridículamente a Perón de «consecuente antiimperialista».
Un hecho fundamental para argumentar el «antiimperialismo» peronista es alegar –muy torpemente– que una delegación de la Argentina viajase a la URSS de 1953 –algo normal entre un gobierno democrático-burgués y uno socialista– para pretender «justificar» así que el peronismo era «revolucionario». ¿Por esa regla de tres debemos calificar de «revolucionaria» a la República de Weimar por los acuerdos comerciales con la URSS del Tratado de Rapallo de 1922? ¿Eran automáticamente «revolucionarios» todos los países que mandaron delegaciones para establecer relaciones diplomáticas y comerciales con la URSS de Stalin? ¿Incluimos a los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt? ¿Eran revolucionarios todos los gobiernos del mundo que utilizase tractores o maquinaría soviética? La lógica de Darío Herchhoren y gente de este estilo es del sumo absurda.
Estos estúpidos deberían fijarse más bien en la admiración política expresa de Perón por Mussolini y el fascismo italiano, en el lugar de residencia elegido por Perón para su exilio –¡ni más ni menos que la Paraguay de Stroessner, la Venezuela de Marcos Pérez Jiménez, la Nicaragua de Somoza o la España de Franco!–.
No debemos dejar de decir, que si también fue posible esa pose de «antiimperialista» del peronismo entre la juventud fue que no conocía los últimos años del peronismo en el poder y apoyaban lo que las generaciones anteriores y los líderes del peronismo contaban y ellos lo aceptaban sin investigar ni analizar demasiado. Por otro lado si parte del revisionismo de tipo reformista o anarquista –tanto los que militaban dentro del peronismo como fuera– aceptaba en general el sello antiimperialista, fue también no cabe duda, porque por entonces los líderes de los movimientos tercermundistas como: Castro, Allende y otros dieron a Perón esa autoridad inmerecida, véase por ejemplo lo que decía Guevara en privado a sus familias con todo convencimiento:
«Querida vieja:
Esta vez mis temores se han cumplido, al parecer, y cayó tu odiado enemigo de tantos años. (...) Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, por lo que significa para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte. (...) El Partido Comunista, con el tiempo, será puesto fuera de circulación». (Ernesto Ché Guevara; Carta a su madre, 24 de septiembre de 1955)
Esto da a entender que el Ché Guevara no quería ver la represión que Perón había desatado durante sus dos primeros gobiernos contra comunistas y no comunistas, tampoco quería ver los acuerdos con las empresas estadounidenses ni los créditos del gobierno estadounidense, ni que los gobiernos proestadounidenses eran los lugares de destino para Perón durante 1955-1973. Pero esto es normal ya que el mismo no era capaz de ver el proceso contrarrevolucionario desatado por el jruschovismo, el maoísmo y el titoismo. Así que como se suele decir, al pan, pan y al vino, vino. Todas estas figuras internacionales que avalaron de una u otra forma al peronismo como una especie de antiimperialismo, lo hicieron por profunda ignorancia o por apoyar el mismo cuento oportunista del tercermundismo que ellos practicaban.
El propio Perón no tenía ningún problema en identificarse con los líderes del tercermundismo, incluso con aquellos que de tanto en tanto tenían un discurso más radical o incluso bajo verborrea cercana al marxismo, estaba tranquilo porque sabía perfectamente que su pose de comunista o antiimperialista no era cierta sino coyuntural, y que lo mismo que decían eso mañana podrían decir lo contrario. Por ello de los revisionistas cubanos diría ante las juventudes peronistas:
«Estoy con Fidel Castro. (…) Ahora dicen que es comunista. (…) Fidel es tan comunista como yo, más bien es justicialista». (Juan Domingo Perón; Discurso ante las juventudes peronistas, 1968)
Y no por casualidad, más tarde, el propio Chávez, uno de los nuevos líderes tercermundistas diría en Argentina ante los que todavía alzan la bandera del peronismo:
«Yo soy peronista de verdad». (Hugo Chávez Frías; Discurso ante el parlamento argentino, 6 de marzo de 2008)
11) No olvidemos la asistencia y colaboración en cuestiones de «seguridad interna» de la Argentina de Perón con los gobiernos más reaccionarios y el nivel de represión interna.
No por casualidad la Argentina en los años peronistas, junto a la España de Franco, se convirtieron en el mayor refugio de nazis alemanes ante la destrucción del régimen de Hitler en Alemania en 1945. Véase la estancia de Adolf Eichmann Teniente Coronel de las SS en Argentina, clave en el plan de exterminio judío conocido como la llamada «Solución final»; el famoso médico sádico experimental de las SS Josef Mengele conocido como «El ángel de la muerte» por sus abominables crímenes en Auschwitz; Eduardo Roshmann capitán de las SS conocido como «El carnicero de Riga»; Erich Priebke capitán de las SS culpable de la masacre de Fosas Ardeantinas contra civiles y partisanos italianos; Josef Schwammberger, miembro destacado de las SS conocido por su represión brutal en Polonia; Walter Kutschmann, veterano militante nazi que luchó en España y participó en la Legión Cóndor y los bombardeos a la población civil española, después tendría un papel destacado en los comandos especiales para asesinar a judíos.
La famosa Operación Cóndor, plan de coordinación de acciones y apoyo mutuo en la represión entre los diferentes regímenes proestadounidenses de Latinoamérica, éste se configuró el 25 de noviembre de 1975 en una reunión triangular entre EEUU, Argentina y Chile en la base militar de Morón. Es decir, Argentina fue uno de los miembros fundadores, mientras que otros se fueron incorporando después –Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil– o fueron esporádicos –Colombia, Venezuela, Perú–. Por si el lector no conoce lo que supuso este dispositivo, según los llamados «Archivos del terror», nombre que hace referencia a los hallazgos de 1992 sobre los documentos redactados durante el mandato de Stroessner en Paraguay –aliado e íntimo amigo de Perón–, con la actividad de la Operación Cóndor, el saldo de asesinados se cifra en 50.000 y de desaparecidos en 30.000 según las autoridades oficiales de aquel entonces.
Es más, la época de las «desapariciones» en Argentina no empezaron en 1976 con el criminal Videla como creen algunos: el gobierno peronista en sus distintos mandatos ya las practicaba con todo aquel que se dijera comunista o mínimamente contrario a sus postulados: véase los «caso Bravo» referido a Ernesto Mario Bravo, quién fue secuestrado y torturado en 1951; el caso de Juan Ingalinella secuestrado y asesinado en 1955 o el abogado comunista Guillermo Kehoe tiroteado por las bandas peronistas en 1964. En el primer gobierno peronista ya existía la llamada «Sección Especial», un cuerpo encargado de la represión concreta del comunismo, las campañas de propaganda anticomunista no tenían nada que envidiar a las del macartismo en EEUU o a las del franquismo en España. Véase los videos anticomunista de la época peronista recogidos en el documental de Eduardo Meilij: «Permiso para pensar» de 1989.
Incluso podríamos hablar de las sacudidas dirigidas hacia viejos compañeros de política, como los intentos de asesinato hacia Cipriano Reyes en 1947 cuando se negó a disolver su organización sindical en el nuevo partido peronista, siendo luego detenido en 1948 bajo la excusa de «conspirar para matar a Perón».
Si vamos más adelante en las décadas hasta alcanzar los turbulentos 70, observaremos que la salida a la dictadura militar se dio con unas elecciones donde el peronista Héctor José Cámpora en marzo de 1973 es el triunfador en parte al apoyo de otros partidos de izquierda, mención especial al guevarista Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y a su guerrilla el Ejército Revolucionario del pueblo (ERP), partido que se divide en tres debido a la polémica sobre las elecciones de 1973: la primera tendencia oficial decide darle un apoyo crítica al peronismo; la segunda que acaba en la escisión del ERP-22 de agosto tendiente a apoyar al peronismo de izquierda; y la también escisión el PRT-ERP (Fracción Roja) crítico con el mismo peronismo y no dispuesto a seguirle el juego en las elecciones.
Los restos del PRT-ERP oficial dirían:
«El gobierno que el Dr. Cámpora presidirá representa la voluntad popular. Respetuosos de esa voluntad, nuestra organización no atacará al nuevo gobierno mientras éste no ataque al pueblo ni a la guerrilla. (...) Por lo antes dicho, el ERP hace un llamado al Presidente Cámpora, a los miembros del nuevo gobierno y a la clase obrera y el pueblo en general a no dar tregua al enemigo». (Respuesta del ERP al gobierno de Cámpora, 1973)
Calificar al gobierno de voluntad popular a un gobierno como el de Cámpora elegido en unas elecciones burguesas en medio de una represión brutal era una ilusión pequeño burguesa y una concesión al peronismo que le daba legitimidad; luego el prometer no atacarlo y hacer un llamamiento a no dar treguar al enemigo, era dar por hecho que el peronismo no era el enemigo para los guevaristas argentinos, y era a su vez, ser un desmemoriado sobre la política del peronismo en cuanto a represión de la izquierda y de su acercamiento a EEUU.
Como se ve, es un mensaje contradictorio, que el ERP pagaría caro, pues sería barrido como el resto de organizaciones guerrilleras, cuando quisieron reaccionar ante el peronismo en el poder. Esto no es sorprendente ya que el PRT-EP era una organización llena de facciones y líneas ideológicas de todo tipo desde sus inicios, algo relativamente obvio por sus influencias trotskistas, de las cuales nunca se desprendieron ya que incluso reivindicaban a Trotski tras salirse de la IV Internacional; solo hay que ver que uno de sus mayores aliados internacionales era el MIR de Chile, un grupo ecléctico a medio camino entre el trotskismo y el tercermundismo más santurrón. Estos grupos siempre son vacilantes ante los movimientos populistas de estilo del peronismo y acaban siendo presos de sus ilusiones/errores sobre sus líderes. Y es lógico y normal que grupos que no tienen una unidad de pensamiento y acción acaben así. Si el peronismo se acabó autodestruyendo por su alto nivel de fraccionalismo interno y eclecticismo ideológico que le pasaría factura ante la presión externa en 1955 y en 1976, al PRT le pasaría igual, porque su fraccionalismo y disparidad de ideas sobre el peronismo le debilitaría como para enfrentarlo con eficacia en los momentos críticos tras años de dubitaciones, no hablemos ya de resistir los embistes de la represión a partir del golpe de Estado de 1976, donde no había una estructura sólida de seguridad y donde de nuevo se desataría una pugna política entre fracciones por cómo afrontar la situación, no soportando la presión externa y produciéndose una desbandada al exilio con el pretexto de reorganización y discutir el plan de lucha para reintegrarse, pero la mayoría de ellos no volvieron al país y el PRT-ERP acabó disuelto todavía más en diferentes sectas.
Volviendo a los sucesos de 1973, el gobierno de Cámpora que asumió en mayo efectivamente decretaría una liberación de los presos políticos tanto peronistas como no peronistas a su llegada al poder. ¿Pero hizo esto porque el peronismo fuese el salvador del pueblo o porque fuese revolucionario? No, se debe a una coyuntura política muy específica: debido a la presión popular y a los intentos de asaltos de las cárceles de la gente, presos, por otra parte, encarcelados por los militares como Onganía y sucesores de la junta militar de 1966 que habían decretado la ilegalidad de todos los partidos políticos anteriormente, entre ellos peronistas tanto de «derecha» como de «izquierda». Esto confirió al peronismo un respiro y un lavado de cara temporal respecto a sus políticas anteriores de represión. Ante esto muchos como el PRT-EP, sus variadas fracciones y escisiones, así como Montoneros y FAR creyeron estas liberaciones como la prueba de que el peronismo en el poder podía ser un aliado táctico. Pero solo era un espejismo como se demostraría en breves.
Con el advenimiento de Perón a Argentina en 1972, Cámpora mano derecha de Perón renunciaría para que se celebrasen nuevas elecciones donde el propio Perón sale elegido con un alto porcentaje de votos, más del 62%. Decidiendo tomar medidas ante un país contra las cuerdas en la coyuntura político-económica y con la mitad de su propio movimiento cada vez más dividido:
«Este desacuerdo se confirma cuando llega Perón a Argentina [1973] y no puede aterrizar donde estaba previsto, debido a que se había desatado una batalla campal donde estaba programado aterrizar y porque los propios peronistas se habían enfrentado entre ellos por el liderazgo del movimiento; se habla de que hubo entre un centenar y dos centenares de muertos. La recepción a Perón degeneró en un enfrentamiento entre la derecha y la izquierda del peronismo por monopolizar la figura del líder y controlarlo durante su llegada. Y el liderazgo, siguiendo sus patrones, tenía que dirimirse por la fuerza de las armas. (...) Perón toma conciencia de que las cosas no le van a resultar tan fáciles como él pensaba y que está juventud maravillosa de antes le iba a traer problemas; tendría que tomar medidas para evitar que la situación se desbordase y ya toma posiciones, considerando que estos jóvenes no eran tan idealistas sino revolucionarios, claramente. (...) Hay un episodio que lo conmueve a Perón, que es el atentado contra el dirigente gremial José Ignacio Rucci. (...) Fue un acto doloroso y mostraba que Perón no dominaba todavía la situación, mostrando a las claras que el oponente ya no tenía miramientos y estaba dispuesto a llegar hasta el final. Perón, entonces, en una reunión secreta con los dirigentes peronistas, en Los Olivos, da a entender a través de una directiva que se acabaron los miramientos hacia estos actos y que había acabar de una vez, incluso por la violencia, respondiendo a este tipo de acciones violentas y terroristas. Esta decisión dio lugar a que se produjeran una serie de acciones encubiertas». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla, 2012)
En aquella tesitura bajo la excusa de lograr la «unidad nacional» Perón busca la alianza de los radicales sus viejos adversarios desde 1946 a los que calificaba de representantes de la «casta oligárquica», para asegurar su gobernabilidad, esto desmontaba la teoría de que en lo interno Perón era un firme opositor de las viejas élites criollas.
En ese 1973 se impulsó una nueva Ley de Asociaciones Profesionales como la emitida en los años 40 para garantizar la hegemonía del sindicato peronista de masas: la CGT, pudiendo así reprimir legalmente las huelgas de los sindicatos opositores algunos ya siendo considerados por esta ley como organizaciones ilegales.
A su vez el peronismo retornado al poder despliega un gran plan operativo de represión para barrer del mapa en el menor tiempo posible a toda «organización subversiva de izquierda» fuese ella peronista o antiperonista, creando organizaciones paramilitares que actuaban de forma encubierta como la famosa: Alianza Anticomunista Argentina (AAA), pero con total respaldo gubernamental e integrado y dirigido por los jefes de la policía, ejército y demás. Fueron altamente famosas las consecuencias de esta institución: el asesinato en 1974 del cura tercermundista Carlos Mugica vinculado al peronismo de izquierda, Rodolfo Ortega Peña intelectual de la Juventud Peronista también asesinado en 1974 o Silvio Frondizi intelectual del trotsko-guevarista PRT también liquidado en ese mismo año por el terrorismo de Estado peronista, por citar algunos ejemplos de la represión contra los peronistas de izquierda o de los movimientos simpatizantes del peronismo de izquierda, imaginase el lector el trato dado a los abiertos antiperonistas de entonces.
Así lo relata el por entonces Comandante en Jefe del Ejército Argentino, ni más ni menos que el propio Videla, como se formó y actuaba la Triple A:
«La mano ejecutora de este grupo que operaba bajo las órdenes y el consentimiento de Perón era el ministro de Bienestar Social, José López Rega, que organiza la Triple A. (...) Un hombre de confianza del presidente que se dedica a ejecutar las órdenes que le da el viejo general y que no siempre se atienen a la legalidad. De esta manera, se van dando los primeros pasos y pone orden en el país, pero, sin embargo, el líder ya no es el de antes y tiene la salud muy desgastada. Hasta el último aliento da todos sus esfuerzos por normalizar y por trabajar en su proyecto, que desde luego no era el de los jóvenes «idealistas», sino el de normalizar el país de una vez por todas tras los excesos cometidos. (...) Así llegamos a finales de agosto de 1975, en que soy nombrado Comandante en Jefe del ejército argentino, y en los primeros días del mes de octubre, a principios, somos invitados los comandantes de los tres ejércitos a una reunión de gobierno presidida por Italo Luder, que ejercía como presidente por enfermedad de María Estela, en las que se nos pide nuestra opinión y qué hacer frente a la desmesura que había tomado el curso del país frente a estas acciones terroristas». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla, 2012)
Incluso si repasamos las declaraciones de Videla en 2012, una vez encarcelado desde hace años y sin ya nada que perder, veremos cómo recalca que él y sus correligionarios militares dieron el golpe de Estado de 1976 no porque necesariamente estuvieran en desacuerdo con el peronismo en lo ideológico al que se sentían afín en su anticomunismo, sino porque en aquel momento tras la muerte de Perón en 1974 y el conocimiento e la enfermedad de su esposa y sucesora Isabel en 1975, creyeron que dicho gobierno había llegado a un punto extremo de debilidad a la hora de poder contrarrestar los problemas económicos, sociales y militares de la oposición más izquierdista, con grupos que estaban adquiriendo una actividad antigubernamental contundente –sabotajes, guerrillerismo y acciones de terrorismo individual–. Llegándose al punto en que dentro del desorden y caos socio-político, asociaciones históricamente antiperonistas como el radicalismo oficial desesperados incitaron al golpe al ejército para «poner orden»:
«María Estela Martínez de Perón, tal como se preveía legalmente. La mujer de Perón, desde luego, no estaba preparada para ser presidente y mucho menos en las circunstancias en las que estaba viviendo el país. Para afrontar la situación que vivíamos, se necesitaba carácter, conocimiento, capacidad para tomar decisiones y prestigio, rasgos de los que carecía totalmente esta señora. El gobierno de María Estela va perdiendo fuerza. Era una buena alumna de Perón, eso sí, ya que desde el punto de vista ideológico se situaba en la extrema derecha del peronismo y el marxismo le provoca un rechazo total. En un almuerzo con varios generales, una treintena si mal no recuerdo, llegó a ser muy dura con el marxismo, en ese sentido no quedaban dudas de que la dirección ideológica estaba encaminada, pero le faltaban fuerzas y conocimientos para llevar a cabo el combate, la lucha, y poner orden. Incluso para poner coto a las actividades de López Rega, que mataba por razones ideológicas pero que también lo hacía por otras razones para cobrarse algunas cuentas pendientes. La situación, como ya he dicho antes, era muy difícil, reinaba un gran desorden. A Isabel se le hizo saber este estado de cosas y destituye finalmente a López Rega, que lo envía de embajador itinerante al exterior. Así se cumplía el deseo de muchos, entre los que me encontraba, que no queríamos que este hombre siguiera al frente de sus responsabilidades. (...) Luder, prácticamente, nos había dado una licencia para matar, y se lo digo claramente. La realidad es que los decretos de octubre de 1975 nos dan esa licencia para matar que ya he dicho y casi no hubiera sido necesario dar el golpe de Estado. El golpe de Estado viene dado por otras razones que ya explique antes, como el desgobierno y la anarquía a que habíamos llegado. Podía desaparecer la nación argentina, estábamos en un peligro real. (...) Llegamos así, ya en plena lucha contra el terrorismo, al mes de marzo de 1976, en donde padecemos una situación alarmante desde el punto de vista social, político y económico. Yo diría que en ineficacia la presidenta había llegado al límite. Sumando a esto la ineficiencia general se había llegado a un claro vacío de poder, una auténtica parálisis institucional, estábamos en un claro riesgo de entrar en una anarquía inmediata. El máximo líder del radicalismo, Ricardo Balbín, que era un hombre de bien, 42 días antes del pronunciamiento militar del 24 de marzo, se me acercó a mí para preguntarme si estábamos dispuestos a dar el golpe, ya que consideraba que la situación no daba para más y el momento era de un deterioro total en todos los ámbitos de la vida. «¿Van a dar el golpe o no?», me preguntaba Balbín, lo cual para un jefe del ejército resultaba toda una invitación a llevar a cabo la acción que suponía un quiebre en el orden institucional. Se trataba de una reunión privada y donde se podía dar tal licencia; una vez utilice este argumento en un juicio y me valió la dura crítica de algunos por haber incluido a Balbín como golpista. Los radicales apoyaron el golpe, estaban con nosotros, como casi todo el país. Luego algunos dirigentes radicales, como Alfonsín, lo han negado». (Cambio 16; Entrevista a Jorge Videla, 2012)
Cuando algunos peronistas o los aún más ridículos peronistas de «izquierda» dicen aquello de que Perón no podía ser fascista porque esa denominación no correspondía a un alto nivel de fuerzas productivas de Argentina, ¡como si para que una figura fuese fascista debiese el país de haber alcanzado una cuota mínima de monopolización! Estos esquemáticos y amantes de la teoría de las fuerzas productivas deberían fijarse en los gobiernos fascistas o semifascistas que se establecieron en España o en cualquier de los países de Europa del Este antes de la Segunda Guerra Mundial, que no solo también dependían en parte del capital extranjero, sino que tenían grandes rasgos de semifeudalismo. Por lo demás, también harían bien en recordar que Argentina no era precisamente un país atrasado, sino uno de los países con mayor auge de la época a principios del siglo XX. Es decir que estos personajes no conocen ni de historia ni de economía y por supuesto menos aún de todo ello desde una óptica marxista.
Efectivamente el peronismo nunca logró instaurar un fascismo como tal en Argentina, sus gobiernos no dejaron de ser nunca gobiernos de democracia burguesa aunque con un carácter muy represivo y duro para la clase obrera revolucionaria, pero todas las medidas que instauró el peronismo en sus diferentes periodos iban encaminadas hacia tal fin, viéndose un claro proceso de progresiva fascitización: concentración del poder en el ejecutivo y en especial en el líder, la eliminación de la toda oposición obrera, pequeño burguesa y burguesa, el ajuste de cuentas con las propias facciones del peronismo más a la izquierda, el progresivo control de los medios de comunicación, la absoluta sumisión de los sindicatos y su primacía en el sistema al estilo corporativista, la creación de organizaciones paramilitares, etc.
El punto débil del peronismo no fue la persuasión de las clases populares, pues el apoyo hacia el peronismo era amplio aunque a su vez, su eclecticismo interclasista le valia un obvio choque de intereses entre sus seguidores que nunca podía aplacar eternamente como se vio sobre todo en su etapa de los 70. Tampoco el problema fue ganar una plataforma electoral competitiva y unos votantes fieles, algo que logró afianzar todavía más con la ayuda del poder una vez tomado los cuerpos del Estado. Pero realmente el problema central que condenó al peronismo en dos ocasiones fue la no neutralización de los militares enemigos del peronismo, algunos no eran enemigos como tal del peronismo pero si desconfiaban de él o eran críticos con su «blandenguería» ante la «subversión». Perón creyó tener controladas a dichas facciones tras ver al ejército apoyarle en el intento de golpe de Estado de 1955, tiempo después cuando la oposición empezó a agudizar su fuerza en la calle y el ejército no cesaba de conspirar, no tomó medidas para armar a sus seguidores ni tampoco tomó medidas en el ejército para depurarlo a fondo; ¿por qué? Por miedo a provocar una reacción inmediata de los militares más reaccionarios si se armaba a las bases peronistas, por no poder controlar a sus seguidores más «izquierdistas» y sus demandas, por miedo a que ese gesto fuese a desatar una guerra civil irreversible contra la oposición, por miedo a que incluso ganada esa lucha, después deviniese otra guerra entre peronistas de «izquierda» y derecha y la «izquierda» le derrocase. Las razones son varias, como sabemos esa posición timorata la costó a Perón un nuevo Golpe de Estado en 1955 que acabaría con su poder hasta recuperarlo en 1973. Esta postura le sucedería al peronismo tanto en el periodo de 1946-1955 como en el peronismo de Perón-Isabel en 1973-1976. La vacilación del peronismo en los momentos críticos puede ser vista en los discursos contradictorios de Perón en esos momentos: un día pidiendo la renuncia a sus cargos en favor de la «paz nacional» para provocar una efusiva respuesta de sus seguidores, otro día azuzando a sus seguidores a perseguir a sus opositores –la famosa frase de que «por 1 de los nuestros caídos caerán 5 de ellos»–, otro tendiendo la mano a la oposición a formar un gobierno de coalición en aras de la convivencia, y así cíclicamente. Por tanto visto desde la perspectiva del peronismo y su supervivencia estos alegatos no solo desorientaba a sus seguidores y coartaba sus iniciativas para contrarrestar posibles golpes militares, mientras la oposición veía estas contradicciones como un signo de decadencia y debilidad y seguía presionando.
El punto débil del peronismo no fue la persuasión de las clases populares, pues el apoyo hacia el peronismo era amplio aunque a su vez, su eclecticismo interclasista le valia un obvio choque de intereses entre sus seguidores que nunca podía aplacar eternamente como se vio sobre todo en su etapa de los 70. Tampoco el problema fue ganar una plataforma electoral competitiva y unos votantes fieles, algo que logró afianzar todavía más con la ayuda del poder una vez tomado los cuerpos del Estado. Pero realmente el problema central que condenó al peronismo en dos ocasiones fue la no neutralización de los militares enemigos del peronismo, algunos no eran enemigos como tal del peronismo pero si desconfiaban de él o eran críticos con su «blandenguería» ante la «subversión». Perón creyó tener controladas a dichas facciones tras ver al ejército apoyarle en el intento de golpe de Estado de 1955, tiempo después cuando la oposición empezó a agudizar su fuerza en la calle y el ejército no cesaba de conspirar, no tomó medidas para armar a sus seguidores ni tampoco tomó medidas en el ejército para depurarlo a fondo; ¿por qué? Por miedo a provocar una reacción inmediata de los militares más reaccionarios si se armaba a las bases peronistas, por no poder controlar a sus seguidores más «izquierdistas» y sus demandas, por miedo a que ese gesto fuese a desatar una guerra civil irreversible contra la oposición, por miedo a que incluso ganada esa lucha, después deviniese otra guerra entre peronistas de «izquierda» y derecha y la «izquierda» le derrocase. Las razones son varias, como sabemos esa posición timorata la costó a Perón un nuevo Golpe de Estado en 1955 que acabaría con su poder hasta recuperarlo en 1973. Esta postura le sucedería al peronismo tanto en el periodo de 1946-1955 como en el peronismo de Perón-Isabel en 1973-1976. La vacilación del peronismo en los momentos críticos puede ser vista en los discursos contradictorios de Perón en esos momentos: un día pidiendo la renuncia a sus cargos en favor de la «paz nacional» para provocar una efusiva respuesta de sus seguidores, otro día azuzando a sus seguidores a perseguir a sus opositores –la famosa frase de que «por 1 de los nuestros caídos caerán 5 de ellos»–, otro tendiendo la mano a la oposición a formar un gobierno de coalición en aras de la convivencia, y así cíclicamente. Por tanto visto desde la perspectiva del peronismo y su supervivencia estos alegatos no solo desorientaba a sus seguidores y coartaba sus iniciativas para contrarrestar posibles golpes militares, mientras la oposición veía estas contradicciones como un signo de decadencia y debilidad y seguía presionando.
En los momentos internos de crisis, los movimientos fascistas o de tendencias cercanas a él –es decir con tintes autoritarios y militaristas– si por algo se caracterizaron es por conspiraciones y choques armados entre facciones dentro del mismo movimiento o por desatacar pugnas sangrientas entre varios de los movimientos que competían por acceder a las cuotas más grandes de poder: véase Austria, España, Alemania, Rumanía, Hungría.
Véase sino los pleitos dentro del propio régimen militar argentino de 1976-1983 y las sucesivas peleas para liberalizar o no el régimen.
En el caso del peronismo es harto complicado, ya que se trata de un movimiento todavía más ecléctico que los ya de por sí movimientos fascistas flexibles que recibieron todo tipo de afluencias, los cuales también tuvieron a veces que engendrar e integrar en su seno a monárquicos, republicanos de derecha y otros en momentos de necesidad expansiva o de cerrar alianzas y finalmente fusiones, pero el caso del peronismo es sustancialmente diferente, ya que pese a su brutalidad represiva, llegó a albergar desde elementos abiertamente fascistas, militares de corte tradicional, elementos de ideología católica y republicana, socialdemócratas, sindicalistas combativos o revolucionarios cercanos al antiimperialismo. Por supuesto como se vio a la postre, estos últimos dependiendo del contexto eran utilizados por el oficialismo peronista en su favor e incluso eran loados, pero eso duraba hasta que intentaban poner en jaque la esencia reaccionaria del peronismo.
Es un chiste que un partido como el PCE (r) que tanta monserga nos ha dado con la solidaridad salga a apoyar la figura y el ideario de un icono de la «guerra sucia» y el terrorismo de Estado.
12) ¿Qué decir de la propia propaganda peronista? Citemos un texto que fue destinado a la educación de los niños en Argentina.
a) El culto a la persona bajo alegados de idealismo y fanatismo:
«Inculcar la doctrina y querer a Perón. Pero pienso que esta Escuela Superior no sólo habrá que enseñar lo que es el Justicialismo. Será necesario enseñar, también, a sentirlo y a quererlo. (...) Cuando llegue el día de las luchas y tal vez sea necesario morir, los mejores héroes no serán los que enfrenten a la muerte diciendo: «La vida por el Justicialismo», sino los que griten: «¡La vida por Perón!». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
b) Obediencia ciega al líder:
«En el corazón, antes que en la inteligencia Yo sé que es necesario y urgente que el Justicialismo sea conocido, entendido y querido por todos, pero nadie se hará justicialista si primero no es peronista de corazón, y para ser peronista, lo primero es querer a Perón con toda el alma. (...) Yo le deseo a esta Escuela Superior Peronista toda suerte de triunfos y una larga vida de fecunda tarea. Las mujeres peronistas vendremos a ella para aprender cómo se puede servir mejor a la causa de nuestro único y absoluto Líder, y pondremos, en el trabajo de aprender, todo nuestro fervor y toda nuestra fe mística en los valores extraordinarios del Justicialismo, pero nunca nos olvidaremos, jamás, de que no se puede concebir el Justicialismo sin Perón». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
c) Petición de sumisión patriarcal de las mujeres disfrazado de aprovechamiento de las «virtudes» femeninas:
«La intuición no es para mí otra cosa que la inteligencia del corazón; por eso es también facultad y virtud de las mujeres, porque nosotras vivimos guiadas más bien por el corazón que por la inteligencia. Los hombres viven de acuerdo con lo que razonan; nosotras vivimos de acuerdo con lo que sentimos; el amor nos domina el corazón, y todo lo vemos en la vida con los ojos del amor». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
d) La teoría de los héroes y la muchedumbre:
«Para poder lograr ver la obra ciclópea del general Perón hay que buscar la luz en otros factores: en el pueblo y en el Líder». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
e) Delirios de grandeza sobre el líder:
«No vemos en ningún otro hombre, con la perfección con que las lleva a cabo este hombre singular de los quilates del general Perón». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
f) Seguir el peronismo, es seguir los dogmas reaccionarios e idealistas del cristianismo:
«Para tomar un poco la doctrina religiosa, vamos a tomar la doctrina cristiana y el peronismo, pero sin pretender yo hacer aquí una comparación que escapa a mis intenciones. Perón ha dicho que su doctrina es profundamente cristiana y también ha dicho muchas veces que su doctrina no es una doctrina nueva; que fue anunciada al mundo hace dos mil años, que muchos hombres han muerto por ella, pero que quizá aun no ha sido realizada por los hombres». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
g) En efecto, el peronismo necesita de fanáticos:
«La comparación de nuestro Líder con los genios de la humanidad siempre me resultó interesante, y he llegado, tal vez por mi fanatismo por esta causa que he tomado como bandera –y todas las causas grandes necesitan de fanáticos, porque de lo contrario no tendríamos ni héroes ni santos–, a establecer un paralelo entre los grandes hombres y el general Perón». (Eva Perón; Historia del peronismo, 1952)
Sin duda esto coincide con el discurso de los líderes en Corea del Norte del llamado «pensamiento Juche» –es decir el revisionismo coreano– ha instalado desde hace décadas para consolidar su endeble régimen a base de un reaccionario pensamiento idealista, patriarcal, místico, que fomenta el culto a la personalidad. Donde para ser un buen militante (hijo) hay que hacer caso al padre (Líder) y la madre (partido), y para ser una buena esposa (el partido) debe ser sumiso al padre (Líder), cualquiera diría que esto es toda una guía del falangismo casposo sin ninguna duda.
Veamos un comentario más de la ultrarreacionaria Eva Perón, tan catapultada por los medios burgueses actuales como «una mujer modelo de autonomía», hecha a sí misma, e incluso convertida en icono de la «emancipación de la mujer» por algunas feministas:
«Las mujeres no necesitamos pensar, el General lo hace por nosotras. (…) Seremos implacables y fanáticas. No pediremos ni capacidad, ni inteligencia. Aquí nadie es dueño de la verdad, nada más que Perón, y antes de apoyar a un candidato –cualquiera sea su jerarquía– le exigiremos en blanco un cheque de lealtad a Perón, que llenaremos con su exterminio cuando no sea lo suficiente hombre como para cumplirlo. Y nosotras, mi General, en lo íntimo de nuestro corazón de mujeres argentinas, peronistas, sabemos la responsabilidad que nos toca en esta hora histórica vivir. Y ya estamos, nuestros ejércitos civiles de mujeres, adiestradas y adoctrinadas para enseñarle e inculcarle al niño que el alma de la patria, antes que en las escuelas, lo forman las madres argentinas en la cuna, que les enseñamos a quererlo a Perón antes que a bendecir los nombres propios». (Eva Perón; Discurso, 1951)
He aquí de nuevo el componente clásico del fanatismo: la devoción fanática hacia el líder; el culto a la irracionalidad del que se acepta que el sujeto debe considerarse inferior y por tanto debe negar su capacidad para razonar por sí mismo delegando dicha tarea en el líder; adoctrinando (sic) para querer al líder por encima del concepto de familia, ideología o patria; y colocando como la piedra de toque para evaluar a cualquier candidato político no su programa, sus virtudes o propuestas políticas, sino su lealtad incuestionable al líder haga lo que haga, pues el líder siempre tiene razón, como si fuese un dios en posesión eterna de la verdad.
Compárese las afirmaciones, con la modestia de los líderes verdaderamente comunistas que condenaron enérgicamente este tipo de adulaciones que llevaban de una u otra forma a crear en la mente de la gente la teoría de la infalibilidad de los líderes y la creencia de que los destinos del país se dedican no por las masas sino por estos «líderes/héroes»:
«Estoy absolutamente en contra de la publicación de las «Historias de la niñez de Stalin». El libro abunda en una masa de inexactitudes de hecho, de alteraciones, de exageraciones y de alabanzas inmerecidas. (...) Pero lo importante reside en el hecho de que el libro muestra una tendencia a grabar en las mentes de los niños soviéticos –y de la gente en general– el culto a la personalidad de los líderes, de los héroes infalibles. Esto es peligroso y perjudicial. La teoría de los héroes y la «multitud» no es bolchevique, sino una teoría socialrevolucionaria». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta sobre las publicaciones para niños dirigida al Comité Central del Komsomol, 16 de febrero de 1938)
¿Por qué los marxista-leninistas nos negamos a ejercer la devoción hacia una persona a base de fe?
La devoción a una persona, significa la devoción a la variabilidad de esa persona, dichos en otros términos, si uno pone fe ciega en una persona y solo es fiel a ella y no a unos principios claros, concretos y objetivos; no sólo estará dejando a un lado cualquier método científico de ver el mundo, sino que se ata a la suerte de que esa persona degenere en un contrarrevolucionario y le vayas a seguir; eso con suerte de que no se haya convertido ya o que lo sea desde siempre, he aquí como los marxista-leninistas rechazan ese culto estúpido a las personas:
«Habla usted de su «devoción» hacia mí. Quizás se le haya escapado casualmente esta frase. Quizás, pero si no es una frase casual, le aconsejaría que desechara el «principio» de la devoción a las personas. Ese no es el camino bolchevique. Sed únicamente devotos de la clase obrera, de su partido, de su estado. Esta es una cosa buena y útil. Pero no la confundáis con la devoción a las personas, esa fruslería vana e inútil propia de intelectuales de escasa voluntad». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Carta al camarada Shatunovsky, agosto de 1930)
13) ¿Significa esto que debemos apoyar y reivindicar la línea conductora del Partido Comunista de Argentina (PCA) durante los años precedentes del peronismo o después? En absoluto. Hay que ser críticos con un partido como este que tuvo graves deficiencias y que no logró bolchevizarse. Precisamente es un partido que hay que analizar y cogerlo con pinzas por mucho que profesase su adhesión a la Komintern –Internacional Comunista– y jurase fidelidad a los principios del marxismo-leninismo.
El PCA de Víctor Codovilla fue un engendro de ciertas tesis esquemáticas en 1928.
Poco después pasó al otro extremo y fue un seguidista del browderismo en 1944.
Y aunque en 1953 promulgaban su congoja por la muerte de Stalin dedicándole todo tipo de loas, a partir de 1956 por no decir antes, se hicieron famosos por ser unos de los partidos más fanáticamente jruschovistas, llevando a cabo una «desestalinización» en tiempo récord –seguramente porque no había mucho «stalinista» que purgar–.
Nunca supo realizar un trabajo de masas para desmontar el peronismo, el cual le ganó siempre la lucha por la clase obrera, surgiendo dentro del PCA dudas sobre si plegarse al peronismo, aliarse con él o combatirlo –de ahí las luchas internas y expulsiones–.
Esta vacilación hacia el peronismo fue similar a lo que ocurrió después con el trotsko-guevarismo del PRT-EP lo haría en los años 60-70. Desesperado, el PCA solo le quedó utilizar un lenguaje radical contra el peronismo, pero no movilizó a sus militantes a realizar un trabajo concienzudo entre las masas para desengañarse del peronismo, ni siquiera cuando en los 60 la llamada «izquierda peronista» estaba empezando a ser traicionada por su líder.
Esto demuestra que el proletariado hasta que no adquiera conciencia de la necesidad de la independencia en lo ideológico y organizativo, será preso de desilusiones, irá a la deriva en un mar de populismos y líderes farsantes que salen de tanto en tanto en la historia. Tan necesario es combatir a estos líderes y sus ideologías de tercera vía como a los líderes de las pretendidas organizaciones revolucionarias que pretenden arrastrar a los trabajadores a ser el furgón de cola de estos procesos timoratos que siempre acaban en fracaso.
Por otro lado si seguimos la estela del año 1976, llegamos a un momento donde un PCA desesperado y absolutamente miope llegó a apoyar el golpe de Estado de Videla y compañía –cosa que ahora niegan estos sinvergüenzas–:
«A los comunistas nos corresponde ayudar a esclarecer el camino de la verdadera solución a la crisis argentina actual, como también hacer conocer a las masas nuestro programa de la revolución democrática, agraria y antiimperialista, en la perspectiva del socialismo. Hoy ese camino pasa por asegurar un período de transición cívico-militar, en base a un Convenio Nacional Democrático, acordado entre el conjunto de las fuerzas políticas y civiles y los sectores patrióticos y progresistas de las Fuerzas Armadas». (Patricio Echegaray; El aporte juvenil al Convenio Nacional Democrático, 1981)
El PCA apoyó a la junta entre otras cosas, porque tanto el socialimperialismo soviético de Brézhnev –el amo real de la política del PCA a cual no osaron nunca desafiar bien por seguidismo o miedo– como el castrismo –país de enormes simpatías e influencias para él–apoyaron a Videla directa o indirectamente. Véase no solo las posiciones de ambos países en las condenas internacionales, sino la propia invitación de Castro a Videla para participar en la Conferencia de los No Alineados, y los tratos económicos argento-cubanos para que Cuba tomase una postura de abstención en las condenas contra Argentina.
En aquella dificil época surgió el pequeño Partido Comunista de Argentina (marxista-leninista) como reacción a la traición del PCA. Como tantos otros partidos de la época nació a medio camino entre la influencia sino-albanesa, y justo en la época en que estaba desprendiéndose del maoísmo como muestra sus documentos con otros partidos sobre la crítica a la teoría de los tres mundos, sufrió una represión brutal tanto del peronismo como de la dictadura militar de 1976-1983 desapareciendo desafortunadamente, al igual que otros grupos que no aguantaron el embiste. Esta es una de las razones de que el movimiento obrero argentino siguiera estando seducido en gran parte por el peronismo, por el castro-guevarismo, el maoísmo y el trotskismo, y de que precisamente estas corrientes reaccionarias sigan ocupando en mayor o menor medida una hegemonía casi indiscutible.
El PCA al igual que vimos anteriormente aquí, llegó a apoyar la línea política de la Perestroika de Gorbachov y toda su demagogia sobre un mundo sin armas y la coexistencia pacífica en los 80.
El PCA nunca supo donde estaba ni a dónde iba. Esa es la realidad. Vivía del folclore de la URSS y de los hitos de las luchas obreras de principio del siglo XX.
Desde hace muchos años el PCA se ha convertido en una escoria ecléctica a medio camino entre el castrismo-guevarismo, el trotskismo de Borón-Kohan y el furgón de cola del peronismo kirchnerista, por eso precisamente es tan ridículo y siempre lo hemos criticado como hemos visto que hacen coherentemente los marxistas argentinos.
Pero una cosa está más clara aún que el revisionismo del PCA y sus escisiones: apoyar el peronismo es apoyar el proyecto de un nacionalista burgués filofascista, uno de los anticomunistas más feroces que se han visto la clase obrera en el siglo XX.
Con estas publicaciones peronistas, el PCE (r) y sus restos vuelven a demostrar que son agentes de la burguesía.
¿Por qué hace esto? No creemos ya que el PCE (r) se vaya a la cama con los imperialismos y revisionismos por verse en la necesidad de financiar sus restos, sino por mero vicio y lujuria revisionista». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE(r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 30 de junio de 2017)
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