«No cabe duda de que el partido socialista es demasiado joven y, en virtud de la situación económica, es demasiado débil para confiar en una victoria inmediata del socialismo. En el país, la población agrícola supera en mucho a la urbana; en las ciudades, la gran industria está poco desarrollada y, en consecuencia, no es numeroso en ellas el proletariado típico; constituyen la mayoría los artesanos, los pequeños tenderos y los elementos desclasados, es decir, la masa fluctuante entre la pequeña burguesía y el proletariado. Es la pequeña burguesía de la Edad Media en decadencia y en desintegración. Son proletarios, pero todavía no los actuales, sino los futuros. Sólo esta clase, llevada a la desesperación ante el constante peligro de ruina económica, podrá proporcionar el grueso de los combatientes y jefes de un movimiento revolucionario. La secundarán los campesinos, que, vista la dispersión territorial y el analfabetismo, no son capaces de iniciativas eficaces, pero que, no obstante, serán auxiliares poderosos e indispensables.
En caso de éxito más o menos pacífico habrá un simple cambio de ministerio, llegarán al poder los republicanos [2] resellados Cavalotti y Cía; en caso de revolución surgirá la república burguesa.
¿Cuál ha de ser, pues, el papel del partido socialista ante esas eventualidades?