lunes, 6 de febrero de 2023

Lenin contra Bogdánov, Mach y Avenarius, ¿existe la verdad objetiva?


«El señor Bogdánov declara: 

«El marxismo implica para mí la negación de la objetividad incondicional de toda verdad, cualquiera que sea; la negación de todas las verdades eternas». (Aleksándr Bogdánov; Empiriomonismo, 1906) 

¿Qué quiere decir la objetividad incondicional?:

«La verdad eterna [es] una verdad objetiva en el sentido absoluto de la palabra». (Aleksándr Bogdánov; Empiriomonismo, 1906) 

Consintiendo en admitir únicamente:

«La verdad objetiva tan sólo dentro de los límites de una época determinada». (Aleksándr Bogdánov; Empiriomonismo, 1906) 

Hay aquí dos cuestiones claramente confundidas: 

1) ¿Existe una verdad objetiva, es decir, puede haber en las representaciones mentales del hombre un contenido que no dependa del sujeto, que no dependa ni del hombre ni de la humanidad? 

2) Si es así, las representaciones humanas que expresan la verdad objetiva, ¿pueden expresarla de una vez, por entero, incondicionalmente, absolutamente o sólo de un modo aproximado, relativo? Esta segunda cuestión es la cuestión de la correlación entre la verdad absoluta y la verdad relativa.

A la segunda cuestión Bogdánov contesta con claridad, franqueza y precisión, negando la más insignificante admisión de verdad absoluta y acusando a Engels de eclecticismo por haberla admitido. Ya hablaremos después, en lugar aparte, de este descubrimiento del eclecticismo de Engels, hecho por Bogdánov. Detengámonos por lo pronto en la primera cuestión, que Bogdánov, sin decirlo de una manera abierta, resuelve también negativamente, pues se puede negar el elemento de lo relativo en estas o las otras representaciones humanas sin negar la verdad objetiva; pero no se puede negar la verdad absoluta sin negar la existencia de la verdad objetiva.

«El criterio de la verdad objetiva en el sentido que la entiende Béltov [Plejánov], no existe; la verdad es una forma ideológica, una forma organizadora de la experiencia humana». (Aleksándr Bogdánov; Empiriomonismo, 1906) 

Nada tienen que hacer aquí ni «el sentido en que la entiende Béltov», pues se trata en este caso de uno de los problemas filosóficos fundamentales y no se trata en modo alguno de Béltov, ni el criterio de la verdad, sobre el cual es preciso hablar especialmente, sin confundir esta cuestión con la cuestión de si existe la verdad objetiva. La respuesta negativa de Bogdánov a esta última cuestión es clara: si la verdad es sólo una forma ideológica, no puede haber verdad independiente del sujeto, de la humanidad, pues nosotros, como Bogdánov, no conocemos otra ideología que la ideología humana. Y aun más clara es la respuesta negativa de Bogdánov en la segunda parte de su frase: si la verdad es una forma de la experiencia humana, no puede haber verdad independiente de la humanidad, no puede haber verdad objetiva.

La negación de la verdad objetiva por Bogdánov es agnosticismo y subjetivismo. Lo absurdo de esta negación resalta evidente aunque sólo sea en el ejemplo precitado de una verdad de las ciencias naturales. Estas no permiten dudar que su afirmación de la existencia de la tierra antes de la humanidad sea una verdad. Desde el punto de vista de la teoría materialista del conocimiento esto es plenamente compatible: la existencia de lo que es reflejado, independientemente de lo que lo refleja la independencia del mundo exterior con respecto a la conciencia, es la premisa fundamental del materialismo. La afirmación de las ciencias naturales de que la tierra existía antes que la humanidad es una verdad objetiva. Y esta afirmación de las ciencias naturales es incompatible con la filosofía de los machistas y con su doctrina acerca de la verdad: si la verdad es una forma organizadora de la experiencia humana, no puede ser verídica la afirmación de la existencia de la tierra fuera de toda experiencia humana.

Pero eso no es todo. Si la verdad no es más que una forma organizadora de la experiencia humana, la doctrina del catolicismo, por ejemplo, es también una verdad. Puesto que está fuera de toda duda que el catolicismo es «una forma organizadora de la experiencia humana». El mismo Bogdánov se ha dado cuenta de esta flagrante falsedad de su teoría, y es interesante en extremo ver con qué trabajo ha intentado salir del pantano en que se ha encenagado. Veamos:

«La base de la objetividad debe hallarse en la esfera de la experiencia colectiva. Calificamos de objetivos los datos de la experiencia que tienen la misma significación vital para nosotros y para los demás hombres; datos en los que no sólo basamos nosotros sin contradicción nuestra actividad, sino en los que, a nuestro entender, también deben basarse los demás hombres, para no caer en contradicción. El carácter objetivo del mundo físico estriba en que existe, no para mí personalmente, sino para todos [Nota de Lenin: ¡Falso!: existe independientemente de «todos»] y para todos tiene una significación determinada, que, según mi convicción, es la misma que tiene para mí. La objetividad de la serie física es su significación universal». (...) La objetividad de los cuerpos físicos con los que nos encontramos en nuestra experiencia, se establece en resumidas cuentas sobre la base del mutuo control y la concordancia de los juicios de los diferentes hombres. De un modo general, el mundo físico es la experiencia socialmente concordada, socialmente armonizada, en una palabra, socialmente organizada». (Aleksándr Bogdánov; Empiriomonismo, 1906) 

No repetiremos que esta es una definición idealista, radicalmente falsa; que el mundo físico existe independientemente de la humanidad y de la experiencia humana; que el mundo físico existía en tiempos en que no podía haber ninguna «sociedad», ninguna «organización» de la experiencia humana, etc. Detengámonos ahora a desenmascarar la filosofía machista en otro aspecto: la objetividad está definida en términos tales que en dicha definición se puede incluir la doctrina de la religión, la cual indudablemente tiene una «significación universal», etc. Sigamos leyendo a Bogdánov: 

«Recordemos al lector una vez más que la experiencia «objetiva» no es en manera alguna lo mismo que la experiencia «social». (...) La experiencia social se halla lejos de estar toda ella socialmente organizada y encierra siempre en sí diferentes contradicciones, de forma que unas partes de dicha experiencia no están en concordancia con otras; los duendes y los fantasmas pueden existir en la esfera de la experiencia social de un pueblo dado o de un grupo dado del pueblo, por ejemplo, de los campesinos; pero no hay razón para incorporarlos por ello a la experiencia socialmente organizada u objetiva, puesto que no armonizan con el resto de la experiencia colectiva y no encajan en sus formas organizadoras, por ejemplo, en la cadena de la causalidad». (Aleksándr Bogdánov; Empiriomonismo, 1906) 

Naturalmente, nos es muy agradable que el mismo Bogdánov «no incluya» en la experiencia objetiva la experiencia social que se refiere a los duendes, fantasmas, etc. Pero esta bien intencionada ligera enmienda, hecha en el sentido de la negación del fideísmo, en nada corrige el error cardinal de toda la posición de Bogdánov. La definición que hace Bogdánov de la objetividad y del mundo físico cae incuestionablemente por su base, pues la doctrina de la religión tiene una «significación universal» más vasta que la doctrina de la ciencia: la mayor parte de la humanidad todavía se atiene a la primera doctrina. El catolicismo está «socialmente organizado, armonizado, concordado» por su desarrollo secular; en la «cadena de la causalidad» «encaja» de la manera más indiscutible, pues las religiones no han surgido sin causa, no se sostienen en modo alguno entre la masa del pueblo en las condiciones actuales por efecto del azar, y los profesores de filosofía se adaptan a ellas por razones completamente «naturales». Si esta experiencia social-religiosa, de indudable significación universal y sin ningún género de dudas altamente organizada, «no armoniza» con la «experiencia» científica, ello significa que entre la una y la otra existe una diferencia de principio, una diferencia radical, que ha borrado Bogdánov al rechazar la verdad objetiva. Y por más que Bogdánov «se corrija» diciendo que el fideísmo o el clericalismo no armoniza con la ciencia, sigue siendo, sin embargo, un hecho indudable que la negación de la verdad objetiva por Bogdánov «armoniza» completamente con el fideísmo. El fideísmo moderno no rechaza, ni mucho menos, la ciencia: lo único que rechaza son las «pretensiones desmesuradas» de la ciencia, y concretamente, sus pretensiones de verdad objetiva. Si existe una verdad objetiva como entienden los materialistas−, y si las ciencias naturales, reflejando el mundo exterior en la «experiencia» del hombre, son las únicas que pueden darnos esa verdad objetiva, todo fideísmo queda refutado incontrovertiblemente. Pero si no existe la verdad objetiva, la verdad incluso la científica no es más que una forma organizadora de la experiencia humana, y se admite así el postulado fundamental del clericalismo, se le abren a este las puertas, se les hace un sitio a las «formas organizadoras» de la experiencia religiosa.

Se pregunta: ¿pertenece esta negación de la verdad objetiva personalmente a Bogdánov, que no quiere reconocerse como machista, o se deriva de los fundamentos de la doctrina de Mach y Avenarius? No se puede responder a tal pregunta más que en este último sentido. Si no existe en el mundo más que la sensación −como sostuvo Avenarius en 1876−, si los cuerpos son complejos de sensaciones −como afirmó Mach en el «Análisis de las sensaciones» (1886)−, es claro que estamos en presencia del subjetivismo filosófico, que inevitablemente nos lleva a la negación de la verdad objetiva. Y si las sensaciones son llamadas «elementos» que en una conexión producen lo físico y en otra lo psíquico, con ello, como hemos visto, no se hace más que embrollar, pero no rechazar el punto de partida básico del empiriocriticismo. Avenarius y Mach reconocen como fuente de nuestros conocimientos las sensaciones. Se sitúan, por consiguiente, en el punto de vista del empirismo −todo conocimiento procede de la experiencia− o del sensualismo −todo conocimiento viene de las sensaciones−. Pero este punto de vista conduce a la diferencia entre las dos direcciones filosóficas fundamentales, el idealismo y el materialismo, y no elimina esta diferencia, cualquiera que sea el «nuevo» ornamento verbal «los elementos»− con que se la disfrace. Tanto el solipsista, es decir, el idealista subjetivo, como el materialista, pueden reconocer como fuente de nuestros conocimientos las sensaciones. Tanto Berkeley como Diderot partieron de Locke. El primer postulado de la teoría del conocimiento es, indudablemente, que las sensaciones son el único origen de nuestros conocimientos. Reconociendo este primer postulado, Mach embrolla el segundo postulado importante: el de la realidad objetiva, que es dada al hombre en sus sensaciones, o que es el origen de las sensaciones humanas. Partiendo de las sensaciones se puede ir por la línea del subjetivismo, que lleva al solipsismo «los cuerpos son complejos o combinaciones de sensaciones»−, y se puede ir por la línea del objetivismo, que lleva al materialismo −las sensaciones son imágenes de los cuerpos, del mundo exterior−. Para el primer punto de vista −el del agnosticismo o, yendo un poco más lejos, el del idealismo subjetivo− no puede haber verdad objetiva. Para el segundo punto de vista, es decir, el del materialismo, es esencial el reconocimiento de la verdad objetiva. Esta vieja cuestión filosófica de las dos tendencias o más bien de las dos conclusiones posibles que se desprenden de los postulados del empirismo y del sensualismo, no está resuelta, ni desechada, ni superada por Mach, sino que está embrollada por sus escamoteos con la palabra «elemento», etc. La negación de la verdad objetiva por Bogdánov es el resultado inevitable de todo el machismo y no una desviación de él.

Engels en su «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana» (1886) califica a Hume y a Kant de filósofos «que niegan la posibilidad de conocer el mundo, o por lo menos de conocerlo de un modo completo». Engels resalta, por consiguiente, en primer plano, aquello que es común a Hume y Kant y no lo que los separa. Engels señala además que «los argumentos decisivos en refutación de este punto de vista [el de Hume y Kant] han sido aportados ya por Hegel». A propósito de esto me parece no desprovisto de interés observar que Hegel, después de haber declarado al materialismo «sistema consecuente del empirismo», escribía: 

«Para el empirismo, en general, lo exterior es lo verdadero; y si después el empirismo admite algo suprasensible, niega su cognoscibilidad y considera necesario atenerse exclusivamente a lo que pertenece a la percepción. Este postulado fundamental ha dado, sin embargo, en su desarrollo sucesivo  lo que más tarde se ha llamado materialismo. Para este materialismo, la materia como tal es lo verdaderamente objetivo». (Georg Wilhelm Friedrich Hegel; Enciclopedia de ciencias filosóficas, 1817)

Todos los conocimientos proceden de la experiencia, de las sensaciones, de las percepciones. Bien. Pero se pregunta: ¿«pertenece a la percepción», es decir, es el origen de la percepción la realidad objetiva? Si contestáis afirmativamente, sois materialistas. Si respondéis negativamente, no sois consecuentes y llegáis, ineludiblemente, al subjetivismo, al agnosticismo, independientemente de que neguéis la cognoscibilidad de la cosa en sí, la objetividad del tiempo, del espacio y de la causalidad −con Kant− o que no admitáis ni tan siquiera la idea de la cosa en sí −con Hume−. La inconsecuencia de vuestro empirismo, de vuestra filosofía de la experiencia consistiría en este caso en que negáis el contenido objetivo en la experiencia, la verdad objetiva en el conocimiento experimental.

Los partidarios de la línea de Kant y Hume −entre los últimos figuran Mach y Avenarius, por cuanto que no son berkeleyianos puros− nos tratan a los materialistas de «metafísicos», porque reconocemos la realidad objetiva que nos es dada en la experiencia, reconocemos el origen objetivo, independiente del hombre, de nuestras sensaciones. Nosotros, los materialistas, siguiendo a Engels, calificamos a los kantianos y humistas de agnósticos, porque niegan la realidad objetiva como origen de nuestras sensaciones. La palabra agnóstico viene del griego: «a» significa en griego sin, mientras «gnosis» significa conocimiento. El agnóstico dice: «Yo no sé si existe una realidad objetiva cuyo reflejo, cuya imagen es dada por nuestras sensaciones», y declara imposible conocer esto −ved más arriba las palabras de Engels, cuando expone la posición del agnóstico−. De aquí la negación de la verdad objetiva por el agnóstico y la tolerancia mezquina, filistea, pusilánime, hacia la doctrina sobre los fantasmas, los duendes, los santos católicos y otras cosas por el estilo. Mach y Avenarius, usando pretenciosamente una «nueva» terminología, manteniendo un supuesto «nuevo» punto de vista, en realidad repiten entre embrollos y confusiones la respuesta del agnóstico: por una parte, los cuerpos son complejos de sensaciones −puro subjetivismo, puro berkeleyismo−; por otra parte, si se rebautizan las sensaciones como elementos, ¡se puede concebir su existencia independientemente de nuestros órganos de los sentidos!

Los machistas gustan de declamar sobre este tema: ellos −a su decir− son filósofos que tienen plena confianza en los testimonios de nuestros órganos sensoriales, consideran el mundo realmente tal cual nos parece, lleno de sonidos, de colores, etc., mientras que para los materialistas −dicen ellos− el mundo está muerto, sin sonidos, ni colores, tal cual es se diferencia de tal cual nos parece, etc. En semejante declamación se ejercita, por ejemplo, J. Petzoldt tanto en su «Introducción a la filosofía de la experiencia pura» como en «El problema del mundo desde el punto de vista positivista» (1906). Tras de Petzoldt vuelve a repetir esto el señor Víctor Chernov, entusiasmado con la «nueva» idea. Los machistas, pues, son en realidad subjetivistas y agnósticos, ya que no tienen suficiente confianza en el testimonio de nuestros órganos de los sentidos y aplican el sensualismo con inconsecuencia. No reconocen la realidad objetiva, independiente del hombre, como origen de nuestras sensaciones. No ven en las sensaciones la reproducción fiel de esta realidad objetiva, llegando a la contradicción directa con las ciencias naturales y abriendo las puertas al fideísmo. Por el contrario, para el materialista el mundo es más rico, más vivo, más variado de lo que parece, pues cada paso en el desarrollo de la ciencia descubre en él nuevos aspectos. Para el materialista nuestras sensaciones son las imágenes de la única y última realidad objetiva última, no en el sentido de que está ya conocida en su totalidad, sino en el sentido de que no hay ni puede haber otra realidad además de ella. Este punto de vista cierra las puertas definitivamente no sólo a todo fideísmo, sino también a la escolástica profesoral, que, no viendo la realidad objetiva como el origen de nuestras sensaciones, «deduce» tras laboriosas construcciones verbales el concepto de lo objetivo como algo que tiene una significación universal, está socialmente organizado, etcétera sin poder y, a menudo, sin querer distinguir la verdad objetiva de la doctrina sobre los fantasmas y duendes.

Los machistas se encogen desdeñosamente de hombros al hablar de las ideas «anticuadas» de los «dogmáticos», es decir, de los materialistas, que se aferran al concepto de materia refutado, según aquéllos, por la «novísima ciencia» y por el «novísimo positivismo». De las nuevas teorías de la física sobre la estructura de la materia hablaremos en lugar aparte. Pero no puede permitirse de ningún modo confundir, como hacen los adeptos de Mach, la doctrina sobre esta o la otra estructura de la materia con la categoría gnoseológica, confundir la cuestión de las nuevas propiedades de las nuevas variedades de la materia −de los electrones, por ejemplo− con la vieja cuestión de la teoría del conocimiento, con la cuestión de los orígenes de nuestro conocimiento, de la existencia de la verdad objetiva, etc. Mach, nos dicen, «descubrió los elementos del mundo»: lo rojo, lo verde, lo duro, lo blando, lo sonoro, lo largo, etc. Y nosotros preguntamos: ¿la realidad objetiva es o no dada al hombre, cuando ve lo rojo, siente la dureza, etc.? Esta vieja, antiquísima cuestión filosófica ha sido embrollada por Mach. Si no es dada, caéis inevitablemente con Mach en el subjetivismo y en el agnosticismo; caéis merecidamente en los brazos de los inmanentistas, es decir, de los Menshikov de la filosofía. Si es dada, es preciso un concepto filosófico para esta realidad objetiva, y este concepto está establecido hace tiempo, hace muchísimo tiempo, este concepto es precisamente el de materia. La materia es una categoría filosófica que sirve para designar la realidad objetiva, que es dada al hombre en sus sensaciones, que es copiada, fotografiada, reflejada por nuestras sensaciones, existiendo independientemente de ellas. Por eso, decir que este concepto puede «quedar anticuado» es un pueril balbuceo, es repetir insensatamente los argumentos de la filosofía reaccionaria a la moda. ¿Puede envejecer en dos mil años de desarrollo de la filosofía la lucha entre el idealismo y el materialismo? ¿La lucha de las tendencias o líneas de Platón y Demócrito en filosofía? ¿La lucha de la religión y la ciencia? ¿La lucha entre la negación y la admisión de la verdad objetiva? ¿La lucha entre los partidarios del conocimiento suprasensible y sus adversarios?

La cuestión de admitir o rechazar el concepto de materia, es la cuestión de la confianza del hombre en el testimonio de sus órganos de los sentidos, la cuestión del origen de nuestro conocimiento, cuestión planteada y discutida desde el comienzo mismo de la filosofía, cuestión que puede ser disfrazada de mil formas por los payasos que se titulan profesores, pero que no puede envejecer de ninguna manera, como no puede envejecer la cuestión de saber si la vista y el tacto, el oído y el olfato son la fuente del conocimiento humano. Considerar nuestras sensaciones como las imágenes del mundo exterior, reconocer la verdad objetiva, mantenerse en el punto de vista de la teoría materialista del conocimiento, todo ello es uno y lo mismo. Para ilustrar esto traeré sólo una cita de Feuerbach y dos sacadas de unos manuales de filosofía, a fin de que el lector pueda ver cuán elemental es esta cuestión:

«Qué vulgaridad es negar que las sensaciones son el evangelio, la anunciación  de un salvador objetivo». (Ludwig Feuerbach; Obras Completas, tomo X, 1866) 

Terminología singular, monstruosa, como veis, pero línea filosófica completamente clara: la sensación descubre al hombre la verdad objetiva:

«Mi sensación es subjetiva, pero su base o su causa es objetiva». (Ludwig Feuerbach; Obras Completas, tomo X, 1866)  

Comparad este párrafo con el que antes hemos citado, en el que Feuerbach dice que el materialismo parte del mundo sensible, como la última verdad objetiva.

«El sensualismo es una doctrina que deduce todas nuestras ideas «de la experiencia de los sentidos, reduciendo el conocimiento a la sensación». (Adolf Franck; Diccionario de ciencias filosóficas, 1875)

El sensualismo puede ser subjetivo −escepticismo y berkeleyismo−, moral −epicureísmo− y objetivo. 

«El sensualismo objetivo es materialismo, pues la materia o los cuerpos son, en opinión de los materialistas, los únicos objetos que pueden actuar sobre nuestros sentidos». (Adolf Franck; Diccionario de ciencias filosóficas, 1875)

Mientras que Schwegler en su «Ensayo de historia de la filosofía» (1887) nos dice:

«Cuando el sensualismo afirmó que la verdad o lo existente puede ser conocido exclusivamente por medio de los sentidos, no le quedó más [se trata de la filosofía de fines del siglo XVIII en Francia] que formular esta tesis objetivamente, llegando así a la tesis del materialismo: sólo existe lo que se percibe, no hay otro ser que el ser material». (Albert Schwegler; Ensayo de historia de la filosofía, 1887)

Estas verdades elementales, que están en todos los manuales, son precisamente las que han sido olvidadas por nuestros adeptos de Mach». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)

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