«Hay naciones que han encontrado dictadores geniales, que han servido para sustituir al Estado; pero esto es inimitable y en España, hoy por hoy, tendremos que esperar a que surja ese genio». (José Antonio Primo de Rivera; «España y la barbarie». Conferencia en el teatro Calderón, de Valladolid, 1935)
«El sistema jerárquico del Falange Española Tradicionalista y de las JONS está integrado por los siguientes elementos y órganos: 1. El Caudillo, jefe nacional del Movimiento; responsable de sus actos ante Dios y la Historia. (...) Toda autoridad o poder viene de Dios». (Formación del espíritu nacional, 1955)
«España es una unidad de destino en lo universal. El servicio a la unidad, grandeza y libertad de la Patria es deber sagrado y tarea colectiva de todos los españoles. (...) La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación. (...) La participación del pueblo en las tareas legislativas y en las demás funciones de interés general se llevará a cabo a través de la familia, el municipio, el sindicato y demás entidades con representación orgánica que a este fin reconozcan las leyes. Toda organización política de cualquier índole al margen de este sistema representativo será considerada ilegal. (...) Se reconoce al trabajo como origen de jerarquía, deber y honor de los españoles, y a la propiedad privada, en todas sus formas, como derecho condicionado a su función social. La iniciativa privada, fundamento de la actividad económica, deberá ser estimulada, encauzada y, en su caso, suplida por la acción del Estado». (Ley de Principios del Movimiento Nacional, 17 de mayo de 1958)
En 1976 los que habían sido los gestores de estos principios –cada uno bajo su interpretación– terminaron aprobando en las Cortes franquistas la famosa Ley para la Reforma Política, que ponía el primer paso para inmolar el sistema fundado en 1939. Esto forzó a que muchas personas, todavía fieles a los valores del viejo orden, ocultasen sus inclinaciones políticas para adaptarse a los nuevos tiempos democrático-burgueses. Aun hoy existen personas que por diversas razones siguen aspirando a emular los principios básicos de lo que en su día fue el fascismo español. En su mayoría el catecismo ideológico que profesan reproduce, en mayor o menor medida, los nueve puntos que Falange Española anunció al mundo en 1933. Y aunque algunos antifascistas se resistan a creerlo, estos nostálgicos pueden abarcar a todo tipo de personajes imaginables, incluso podemos hallar a seguidores de esta doctrina entre las capas sociales más bajas. Hagamos una breve descripción de estos perfiles que seguro que al lector que resultarán muy familiares. Así que, sin más dilación, comencemos:
a) El empresario fascista
En España podemos hallar, por ejemplo, del clásico empresario que cambió de chaqueta en la Transición de los 80: este camaleón dejó en el armario su querida camisa azul falangista y –no sin remilgos– se compró la chaqueta de pana socialista. Retiró del salón la foto de José Antonio Primo de Rivera y la puso a buen recaudo en su alcoba –para que así sus nuevos compañeros de militancia no le mirasen mal–. «¿¡Todos tenemos derecho a cambiar, no!?», repite desde entonces constantemente para justificar sus acrobacias políticas. Pongamos que a este sujeto número uno se le conoce en sus círculos como Don Rafael.
Bien, pues este hoy tiene el valor de presentarse a sí mismo como «demócrata, apolítico, conservador en lo económico» y –en su delirio– hasta se llega a considerar hasta «progresista en lo social». En realidad, todo su alrededor se puede ir al infierno, solo le preocupa que se mantengan un «orden» y una «disciplina» social que a él le permita contar tranquilo sus ganancias, aunque bien es verdad que en el fondo echa de menos poder apretar las tuercas a los trabajadores sin tanta «burocracia» de por medio. ¡Qué tiempo aquellos cuando no eran necesarias tantas florituras para despedir o prolongar la jornada laboral! Está de acuerdo con esos ideólogos que dicen que eso los «derechos laborales» son «pamplinas marxistas» que van en contra de los propios trabajadores y de todos, ¡pues impiden el crecimiento de la economía! O sea, la de su empresa. Vende al mundo exterior que él es un «hombre humilde» que «se ha hecho a sí mismo» aunque haya tenido un camino de rosas junto a una serie de facilidades inimaginables para el común de los mortales.
Nuestro protagonista, Don Rafael, es más «patriota» que nadie, ¡faltaría más!, por eso lleva la «rojigualda» hasta en los tirantes. Pero, ¡ay amigo! «business is business», su «españolidad» se resquebraja cuando tiene que mover ficha para mantener o aumentar sus beneficios, entonces ordenará a su capataz que comunique que «por motivos de la reciente restructuración de la empresa» el jefe va a «tomar medidas»: arrojar a la calle a varios de sus «compatriotas», reducir las medidas de seguridad, cuando no, directamente mandar la fábrica a alguna recóndita zona de los Cárpatos. La cuenta de Don Rafael en Suiza o Andorra tampoco debe darnos a equívocos, todo eso es por la «comodidad y servicios especiales» que estos países ofrecen, ¡allí sí que saben tratar a un «hombre de bien», aquí deberíamos aprender de su «cortesía»! En resumidas cuentas, en realidad la «Patria» de Don Rafael empieza y acaba en su bolsillo. Pero no pasa nada, porque las migajas y un buen asesor publicitario puede ocultar todo esto con campañas de beneficencia, parte del pueblo incluso le adorará.
Entre tanto, si es cierto que a veces Don Rafael es filántropo. A ratos le gusta jugar a ser mecenas y financia a unos alegres jóvenes de cabeza rapada que le tratan como un Dios. Para él son su debilidad ya que le recuerdan a sus años de mozo en los campamentos del «Movimiento», y por supuesto, adora recibir todo tipo de halagos, incluso aspira a dirigirlos. Sobre esto, comenta orgulloso a sus amigos: «¡Hay que apoyar a la España sana que forjará el glorioso mañana!».
Don Rafael mima a su hijo, Mateo, que asume sin problemas que es –y será toda la vida– un bohemio o un lumpen sin oficio ni beneficio, aquel que ha decidido que dilapidará gran parte de la herencia familiar simplemente porque puede, cosa que al padre no le preocupa demasiado porque siempre podrá reponer las pérdidas y travesuras del «niño».
b) El intelectual fascista
También está el intelectual siervo de las élites, el vocero de la más negra reacción. Llamémosle a este repugnante personaje, Don Federico. Para este señor el periodismo, el cine o las universidades de España son campos dominados en secreto por el «marxismo cultural», hervideros de la subversión «separatista-comunista». Los «crímenes del comunismo» es su tema fetiche aunque este «demócrata» acostumbra a relativizar el franquismo, incluso simpatiza con él sin disimulo. En su cabeza vive constantemente «en guardia» contra el «rojerío» que se avecina. Este, según sus cálculos dementes, estaría a punto de lanzarse a establecer la «dictadura del proletariado», «crear checas revolucionarias» y «darle el paseo» antes que a nadie. Esta película de terror que se ha montado el bueno de Federico contrasta con la realidad, pues para su fortuna el gobierno de turno de su país a lo sumo nunca ha pasado de ser un reformismo bastante laxo y sumiso de la oligarquía.
No tiene problema en amenazar a los catalanes con el uso «legítimo de la fuerza». Emulando a Espartero y a Franco, comenta que pueden tener por seguro que si en Moncloa hubiese un gobierno que se hiciera respetar se volvería a bombardear Barcelona para limpiarla de «traidores». Por eso Don Federico se siente decepcionado con la tibieza de los políticos de su tiempo. Entiéndale, él es un «hombre vitalista», de acción, y si por él fuera solo se dignaría a apoyar a una «derecha con cojones» que se presente sin complejos; por esa razón siempre ha esperado con ansia ponerse al servicio del nuevo mesías que con su temple y gallardía anuncie la «Nueva Cruzada» que redimirá a España. Entre tanto escupe enrabietado sobre los falsos profetas, entre los que cuenta a los jefes de la derecha política contemporánea, a los cuales considera muy «suaves» y «cobardes» por haber cedido progresivamente terreno ante los «enemigos que atentan contra la unidad de España», refiriéndose, por supuesto, a sindicalistas, artistas, ateos, separatistas y otros. Pero Don Federico es «generoso» y no le ciegan sus preferencias personales, por lo que sacrifica sus filias y fobias y siempre acaba dando un ostentoso apoyo «crítico» a los grupos «constitucionalistas» para que puedan detener la «avalancha roja». Pero eso no quita que se pregunte retóricamente desde sus medios de comunicación: «¿para qué está el ejército? ¿Cuántos sacrilegios más tendremos que aguantar para que alguien haga algo?».
Pese a llenarse la boca hablando día y noche de la «falta de principios, moral y ética» que ha hecho naufragar al país, el «respetable profesional» Don Federico no sabe dónde meterse cuando se descubre que alguno de los suyos practica el noble arte español del tráfico del «enchufismo», pero él al tráfico de influencias le llama eufemísticamente «tener contactos». Y cuando sus «héroes» meten la mano en las arcas del erario público, se descubre que han sido colocados a dedo en chiringuitos o se «jubilan» de la política a través de una «puerta giratoria» que sus socios redirigen a algún puesto formal de una multinacional, nuestro mercenario intelectual intentará despistarnos apuntando hacia la burguesía de «izquierda» socialdemócrata. Desesperado gritará que «¡Qué más da, si todos lo hacen!». Así, de golpe y porrazo nuestro moralista se vuelve «apolítico» y por un rato también existencialista: «¡Estas cosas son inherentes al género humano! ¡No podemos luchar contra ellas!». O peor, con todo el cinismo del mundo proclama: «¡Yo decido quién me roba y cómo me roba, pero a mí, un comunista, no, por lo menos que me robe un profesional!».
c) El obrero fascista
El obrero nunca ha sido una capa social inmune a la demagogia fascista. Aunque dice querer a su país y a su familia por encima de todo, a la hora de la verdad no les presta mucha atención a ninguna de las dos. Para este perfil al que llamaremos Anselmo, las luchas de la fábrica por un sueldo mejor o los derechos políticos nunca han sido algo que vayan con él. Como ya aprendió en el colegio franquista, un buen cristiano obedece sin rechistar, y dado que el capitalista también es el prójimo, ¿no debemos perdonarle cuando nos ofende? ¿No debemos poner la otra mejilla? Amén, hermanos. Además, para Anselmo, el dueño de la empresa, Don Rafael, es el que ha creado su puesto de trabajo, el que produce riqueza, aunque ya apenas se le vea por la fábrica. A veces, tras muchos años de horas extras y favores, el jefe hasta tiene la cortesía de concederle un pequeño ascenso y eso indudablemente refuerza su idea de que la meritocracia capitalista –de la que tanto ha oído hablar– es real y ahora puede demostrarla ante sus desagradecidos compañeros y otros gandules envidiosos. No obstante, Anselmo no baraja que el motivo de su ascenso quizás sea por razones ajenas al mérito personal laboral. Como, por ejemplo, el aumento de la producción que demanda mayor plantilla y ascensos obligatorios. Curiosamente, también parecer olvidar que quizás también haya tenido algo que ver su permanente labor de adulación hacia el jefe.
En todo caso, Anselmo considera fervientemente que Don Rafael ha conseguido su fortuna porque tiene unas capacidades excelsas y realiza un trabajo mayor que el del obrero medio, aunque le sigue siendo un misterio explicar entonces cómo él no ha sido capaz elevarse a una posición laboral y social similar a la de su jefe, ya que se parte el lomo como nadie, es inteligente e incluso ha probado suerte con algún negocio o inversión –que rápido se fue al traste–. ¿Es porque él es un inútil, o habrá algo más detrás que escapa a su entendimiento? En todo caso, Anselmo «no quiere problemas» ni «filosofar sobre la vida», su única preocupación al volver a casa siempre ha sido ver el partido de fútbol los domingos, disfrutar con sus amigos de una buena charla mientras beben y fuman en la taberna –donde pasa más tiempo que en casa–, y si en alguna ocasión especial es posible, acudir a una corrida de toros. Como se decía en el NODO, «¿¡qué más le podemos pedir a esta nuestra España!?».
d) El ama de casa fascista
Todavía existe la típica ama de casa devota de la Iglesia, para la cual lo que diga su marido también va a misa. Su educación es heredera de la que recibió su madre y su abuela en la Sección Femenina de Falange y ella también tiene la lección muy bien aprendida. A este cuarto personaje le pondremos el nombre ficticio de María.
Al igual que su esposo, su confesor espiritual le sermonea que hay mucho «invertido» y «delincuente de fuera», por lo que ella repite que estas cosas «con Franco no pasaban» y cada noche reza con esperanza porque alguien pare a tiempo esta «degeneración». Cuando ve a su hija sufrir y plantearse ante todo tipo de discriminaciones y vejaciones, ella no es de piedra, en parte la entiende, porque ella sabe perfectamente el calvario que es sentirse esclava de otra persona. Sin embargo, se limita a evadirse, porque las Sagradas Escrituras del Señor que conoce de memoria lo dejan bien claro: «¡La mujer aprenda el silencio con toda sujeción! Porque no permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre». (Timoteo 2: 11-15)
Sea como sea, aunque ella a veces quisiera alzar la voz, considera que ya es demasiado tarde como para cambiar, y como entre tanto debe satisfacer las presiones sociales para cumplir con las apariencias, tiene entre sus deberes matar el espíritu de raciocinio y rebeldía de sus hijos. Para María el mundo empieza y acaba en su familia, a lo sumo comparte con sus amigas sus banales preocupaciones sobre moda, telenovelas y se entretiene con el arte del alcahueteo sobre las vecinas y amigas. El divorcio es pecado salvo cuando lo practica su sobrino, «porque eso era otra cosa»; el aborto es pecado, salvo cuando su hermana hizo un viaje exprés a Londres, «porque eso era otra cosa». Y así podríamos continuar. ¿Será Dios tan indulgente con esa libre interpretación de su palabra sagarada? En resumen, son muy buenas consejeras y tienen todo tipo de soluciones para los problemas de los demás, pero no controlan su propia vida y en muchas ocasiones languidecen en la más profunda de las amarguras.
e) El pequeño propietario fascista
En escena también entraría el tendero, Don Julián, que cree que su negocio es el ombligo del mundo. Este siempre andará preocupado por las crisis sucesivas y parece echar de menos otros tiempos, aunque la memoria le traiciona y le hace pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque en verdad viviese igual o peor. Hoy su sueño pasa por convertirse en el nuevo Amancio Ortega o Juan Roig, aunque su nivel de vida momentáneo se parezca más al de su vecino ferretero o su hermano el farmacéutico. Julián vive por y para su negocio, y no solo porque es lo que le da de comer, sino porque la propaganda le ha hecho creer que, si no llega a facturar como los «grandes empresarios exitosos», seguirá siendo toda la vida un fracasado, un don nadie al cual nadie respetará, ni siquiera sus amigos e hijos. Está tan carcomido por este engañoso «espíritu emprendedor» que antepone su negocio a su felicidad y la de su familia, haría lo imposible hacerse un hueco entre los «grandes hombres» de la nación, aunque fuese a costa de explotar a niños en eso que llaman «tercer mundo». Entre tanto, el señor Julián es tan «inocentón» como para creer que los tiburones de las finanzas, los diputados burgueses o los aristócratas de toda la vida tienen algún interés por salvar y potenciar su pequeño negocio que ni conocen.
Su candidez sería hasta tierna si no fuese porque para conseguir todo esto pretende pisar cualquier aspiración revolucionaria de las clases populares. Aunque los monopolios son los principales culpables de sus penurias, prefiere mirar hacia otro lado y pagarla con la «dichosa inmigración y su delincuencia», parece que ya no recuerda que en el siglo pasado sus dos abuelos emigraron a Argentina, mientras que su sobrino trabaja actualmente como camarero en Berlín.
Por último –y no menos cómico–, Don Julián trata por todos los medios de convencer a su vástago para que cuando él no esté se haga con el manejo de los negocios o cree otros buenamente productivos para el «honor» del «linaje familiar» –he aquí una reminiscencia muy caballeresca–. La relación de Don Julián con su heredero Ernesto tampoco es fácil. Don Julían quiere que su hijo sea todo aquello lo que él no ha podido ser, y ya se sabe los desagradecidos que pueden llegar a ser los hijos, especialmente cuando tienen la inusitada idea de vivir su propia vida acorde a su propia propia hoja de ruta. ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos!
f) El joven fascista
Y, por supuesto, no podíamos olvidarnos del joven abiertamente fascista», un espécimen sumamente curioso para el cual el nombre «Fernando» nos servirá. Este, generalmente, hijo de «familia de bien», suele agruparse durante su «etapa rebelde» en movimientos skinheads, pero más tarde los elementos más «maduros» y «versados» entenderán que en política deben aspirar a algo más «transcendente» y «profesional» que raparse la cabeza, portar una estética determinada, realizar desfiles militares y acudir a conciertos de música anticomunista.
Fernando es tan manipulable como para creer, como repetía su padre, que Franco llevaba razón, que la culpa de todos los males de España reside en los «masones-comunistas», los cuales se habrían infiltrado en el Estado antes de la muerte del «Caudillo» y otra serie de clichés reaccionarios más. Si este perfil es tan imbécil, como le ocurre a nuestra amiga Isabel, también se habrá creído el guion de ficción que hace entrar en la ecuación a los judíos como villanos de la película. Pese a todo, nuestros exaltados personajes aseguran ante los medios que ellos y su pandilla no son racistas, que este chovinismo racial es, muy por el contrario, «respecto a las razas y sus diversidades». Eso sí, unos como colonos y otros como colonizados.
Aunque Fernando presuma de ser «erudito» en historia, política, filosofía o economía, es tan ignorante que declara que «el fascismo nunca ha sido capitalista», sino que pretende ser un «movimiento regenerador de la nación y anticapitalista». Pero, más allá de eslóganes, este «revolucionario» de pacotilla no sabe explicar por qué cada vez que el fascismo llegó al poder la burguesía amasó cantidades ingentes de fortuna, por qué los apellidos tradicionales de la oligarquía española, como la familia Carceller, hicieron su agosto durante el franquismo. Pero estas contradicciones son secundarias para jóvenes como Fernando o Isabel, porque ahora gracias a este «submundo» de esvásticas y yugos y flechas, puede socializar fácilmente con sus compañeros de armas y ligar, sin olvidar que a veces sus familiares o conocidos también están dirigiendo y/o financiando estos movimientos. ¡Se sienten arropados porque la organización se ha convertido para ellos en su segundo hogar –y en el caso de los sujetos con problemas sociales, en el único–!
Aunque notan que dentro de su organización se apoyan posturas políticas contrapuestas y que sus líderes no se ponen de acuerdo ni en el color del cielo, siguen «al pie del cañón» porque para muchos de ellos es la primera vez que se sienten «comprendidos», algo normal, ¿dónde iban a encontrar aceptación a sus locuras sino en un manicomio así? Fernando e Isabel, sabedores de lo que él y sus «camaradas» se traían entre manos para el próximo sábado, el día anterior realizando las rutinarias obras de asistencialismo marcadas por la dirección posando ante las cámaras con caras de niños buenos. En ellas reparten comida a los pobres –eso sí, ¡solo a los españoles!–, quizás así el poder judicial y los amigos de Papá hagan la vista gorda cuando se descubra en la sede de su organización los machetes, ballestas, y hasta escopetas que utilizan para dar «caza» a gays, trans, extranjeros y rojos. ¿Qué pasa? ¡Alguien tiene que hacerlo, vaya! ¿O acaso pensáis que España se va a limpiar sola?
***
En estas líneas hemos usado pseudónimos para nuestros ejemplos, sin embargo, todos sabemos que son seres de carne y hueso que viven y anidan entre nosotros.
Quien busca acaba encontrando. A poco que uno indague comprobará que este arquetipo de persona existe y que es más común de lo esperado que nos crucemos con él en la cotidianeidad. Lo único es que dependiendo de con quien nos topemos, serán más proclives o no a mostrar sin disimulo sus credenciales reaccionarias.
Bien es cierto que algunos no son «netamente fascistas», pero cualquiera que conozca la historia del fascismo sabrá que este nunca ha sido un producto «puro», sino que se ha formado siempre mediante pugnas internas a la vez que ha tratado de maniobrar y ganar poder entrado en alianzas y fusiones con todo tipo de grupos conservadores, liberales y monárquicos. Sus sucesores, unos consciente y otros inconscientemente, mezclan términos que podríamos calificar «democrático-burgueses» con otros abiertamente fascistas. En esto también incide la vitalidad y aceptación general para el movimiento político neofascista que vive en la ambigüedad con gusto». (Equipo de Bitácora (M-L); Los fascistas. ¿Quiénes son ellos?, 2021)
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