jueves, 28 de julio de 2022

Ciencia y filosofía, ¿enemigos o aliados?; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«La concepción materialista de la historia también tiene ahora muchos amigos de ésos, para los cuales no es más que un pretexto para no estudiar la historia. (...) Nuestra concepción de la historia es, sobre todo, una guía para el estudio y no una palanca para levantar construcciones a la manera del hegelianismo. Hay que estudiar de nuevo toda la historia, investigar en detalle las condiciones de vida de las diversas formaciones sociales, antes de ponerse a derivar de ellas las ideas políticas, del derecho privado, estéticas, filosóficas, religiosas, etc., que a ellas corresponden». (Friedrich Engels; Carta a Konrad Schmidt, 5 de agosto de 1890)

Según la RAE, por «filosofía» se define: «Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano». Y, por «ciencia»: «Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente». Estas acepciones no son incorrectas, pero sí algo inexactas ya que se omite el hecho de que las ciencias necesitan de la filosofía −que, como afirmó Engels, solo es la «ciencia del pensamiento»− y viceversa. Esto no es muy complejo de entender: 

a) El filósofo que trate de «filosofar» sin apoyarse en las demás ciencias −economía, historia, derecho, biología, etcétera− se encontrará en un laberinto sin salida, pronunciándose categóricamente y valiéndose de dudosas abstracciones que jamás ha podido comprobar, salvo de oídas. 

b) Mientras que el científico que pretenda hacer «ciencia específica» sin una visión filosófica, le ocurrirá más de lo mismo; cometerá uno y mil desatinos con extremada facilidad, no podrá ni operar ni sintetizar sus conclusiones de la mejor forma posible, en sus explicaciones carecerá de un marco teórico capaz y convincente. 

¿Por qué? Porque, aunque sea conocedor de una realidad científica como −por ejemplo− la existencia de la ley gravitatoria, si filosóficamente la interpreta como una percepción que tenemos los humanos y no como una ley que ocurre independientemente del hombre, hallará sus causas −si es que las busca− en la vida imaginaria, no en la vida real, pues estará negando directamente esta última.

Sin embargo, aún hoy existen filósofos de viejo cuño, como los «reconstitucionalistas», que se oponen frontalmente a la antes expuesta consideración, es decir, a analizar la filosofía y el resto de ciencias bajo una unidad donde ambas partes poseen su debida importancia y su campo predilecto de estudio. En cambio, ellos conciben una extraña relación entre filosofía y el resto de ciencias donde se contempla que la primera sobrepasa y domina a las segundas sin discusión, como acostumbraban los antiguos filósofos. Recordemos que, para la «Línea de la Reconstitución» (LR), esto ha tenido que ser así porque, según ellos: a) el marxismo «no puede reducirse al estatuto de simple ciencia» (Línea Proletaria, Nº3, 2018); b) el marxismo «no ha sobrepasado del todo el marco del pensamiento y de la práctica burgueses» (La Forja, Nº33, 2005); c) de hecho, para la LR más bien hubo una «constricción positivista del marxismo» (La Forja, Nº35, 2006); d) habiendo pecado de «economicismo, pragmatismo e instrumentalismo» (La Forja, Nº27, 2003); e) concibiendo a la humanidad como «entidad cognoscente separada, pasiva, ajena al devenir del mundo objetivo» (Línea Proletaria, Nº3, 2018). 

Por todo esto y mucho más, concluyen que su nueva «filosofía de la praxis», con su «teoría-práctica-teoría» y «autoconciencia», ha de ser la nueva punta de lanza para superar al viejo marxismo. ¡Clarísimo! Véase el subcapítulo: «La «Línea de Reconstitución» y sus intentos de institucionalizar una filosofía voluntarista y teoricista» (2022).

Para dar réplica a esta sarta de improperios que ha recibido el materialismo histórico-dialéctico, lo mejor será que nos remitamos a uno de los teóricos marxistas de «segunda generación», Antonio Labriola, licenciado y experto en filosofía. Una vez las veces, en una de sus cartas personales recogidas en «Filosofía y socialismo» (1897), se refirió a la propia filosofía simplemente como la «concepción general de la vida y del mundo»; mientras que en «Del materialismo histórico» (1896) añadiría que la filosofía suele ser «anticipo genérico de problemas que la ciencia tiene que elaborar aun específicamente» o «resumen y elaboración conceptual de los resultados a que la ciencia llegó ya».  

Esto no significa, como vimos anteriormente, que el marxista italiano no se mofase de aquellos que consideraban el corpus doctrinal del materialismo histórico de Marx y Engels «no como un producto del espíritu científico, sobre el que la ciencia tiene en verdad incontrastable derecho de crítica, sino como las tesis personales de dos escritores», como simples «opiniones de compañeros de lucha». Para él, esto era consecuencia de «espíritus demasiado simples» que no habían hecho el esfuerzo de aprender las bases de esta filosofía, personajes «demasiado inclinados a las conclusiones fáciles, a disparatar lindamente». Véase el capítulo: «¿Existe una doctrina revolucionaria identificable o esto es una búsqueda estéril?» (2022).

miércoles, 13 de julio de 2022

Marxismo y positivismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2022


«Este capítulo, el cual lo consideramos como uno de los más importantes, servirá para abordar y fulminar de una vez por todas la típica acusación hacia el marxismo de que este no ha dejado de ser, en lo fundamental, sino una variante del positivismo; o como mínimo que siempre ha estado íntimamente contaminado por él. Para tal tarea hemos considerado imprescindible indagar debidamente sobre los orígenes del polémico «positivismo» y reflexionar en torno a principios fundacionales. Pero no solo nos quedaremos ahí, sino que será menester realizar también una comparación con las propuestas y pensamientos de los marxistas, así como conocer qué opinión les merecía este dichoso movimiento. 

Los temas a abordar serán los siguientes: 1) orígenes y antecedentes del positivismo; 2) la ley de los «tres estadios» de Comte y su concepto de «progresión»; 3) el método inductivo y el método deductivo; 4) el enfoque metafísico en la teoría del conocimiento; 5) el intento mecánico de trasplantar los métodos de las ciencias naturales a las ciencias sociales; 6) la sociología positivista y sus recetas reaccionarias; 7) las nociones y métodos de la historiografía positivista; 8) el lema «orden y progreso» como eje para la economía política; 9) los intentos de conciliar ciencia y religión; 10) los revisionistas del siglo XIX y los intentos de reconciliar el positivismo y el marxismo; y por último, en los apartados 11) y 12), daremos unas notas finales sobre la nada novedosa acusación de los «reconstitucionalistas» de que el marxismo nunca superó el positivismo.


Orígenes y desarrollos del positivismo

«En este momento estudio a Comte, visto que franceses e ingleses organizan tanto ruido en torno al tipo. Lo que les deslumbra es su aspecto enciclopédico, la síntesis. Pero es lamentable comparado con Hegel −aunque Comte, en tanto que matemático y físico resulta superior por su profesión, quiero decir superior en el detalle, Hegel, incluso en eso, es infinitamente más importante en su conjunto−. ¡Y toda esta mierda del positivismo apareció en 1832!». (Karl Marx; Carta a Friedrich Engels, 7 de julio de 1866)

En cuanto al polémico «positivismo», creado por Auguste Comte (1798-1857), se puede decir que fue el clásico movimiento filosófico que en su día tuvo grandes pretensiones de «superar el idealismo y el materialismo», como luego intentarían el «raciovitalismo» de Ortega y Gasset y otros, aunque con el mismo poco éxito. Sus preceptos penetraron hasta el tuétano en ámbitos como historia, geografía, sociología, física, biología, arqueología y demás, lo que causó una exasperación entre las escuelas tradicionales y entre los grupos no conformes con el nuevo statu quo que este estableció. Y aunque hoy parezca estar de capa caída, lo cierto es que en su momento el positivismo llegó a ser hegemónico en la mayoría de países capitalistas occidentales, aunque, en honor a la verdad, hay que reconocer que, en buena parte, el positivismo original se entremezcló con derivaciones y sucedáneos, como lo fueron el «evolucionismo» de Spencer o el «pragmatismo» de James. Esto significó que a veces ha resultado verdaderamente complejo analizar cuál fue la principal fuente deudora de ese pensamiento imperante. Si el lector desea ejemplos concretos de la epidemia que ha sido el positivismo, recomendamos echar un vistazo a nuestros documentos críticos en torno a las instituciones oficiales, especialmente aquellas relacionadas con el ámbito educacional. Véase el capítulo: «¿Buscamos adoctrinar, debemos ser tendenciosos en nuestra educación?» (2021).

Los marxistas de mediados del siglo XX no solo no simpatizaban con el positivismo, sino que se esforzaban en aclarar que este no tenía mucho que ver con el materialismo filosófico, ya que por su agnosticismo y falta de contundencia debía ser calificado como una especie de «idealismo vergonzante»:

«El positivismo no fue un materialismo. La identificación del positivismo con el materialismo es un desorden desencadenado por la Iglesia y los filósofos idealistas, que buscaron desacreditar el materialismo a través del positivismo». (Georges Politzer; Después de la muerte de Bergson, 1941) 

Los filósofos soviéticos enfatizaban cómo los académicos de las universidades de Oxford y Cambridge habían perpetuado y matizado el viejo positivismo para prolongar su vida:

«Este positivismo científico ha sido popularizado en los últimos años por Eddington, Bertrand Russell y otros en ciencia, y por Durkheim y Levy Bruhl en sociología. Como bien discernió Lenin, abre de par en par la puerta al solipsismo y la superstición y los teólogos la han aprovechado con entusiasmo para apuntalar el irracionalismo y el sobrenaturalismo». (M. Shirokov; Un manual de filosofía marxista, 1937)

Esto es entendible, en las postrimerías del siglo XIX y XX el pensamiento positivista iba como anillo al dedo a los gobernantes. Lo mismo servía para apoyar las carnicerías coloniales que los programas eugenésicos, todo bajo el halo de estar operando estrictamente bajo las evidencias de la «ciencia»; o en su defecto relativizando los aspectos negativos y enormes sacrificios que causaban estos proyectos en pro del presunto «progreso general». Para que el lector nos entienda, si el «posmodernismo» del siglo XX fue una filosofía irracional con la que se pretendía «transgredir lo establecido» pero sin trastocar nada, el «positivismo», fue, más bien al contrario, era una fórmula pretendidamente «racional» para justificar o relativizar el sistema político imperante, para «reformarlo lógicamente», sin demasiadas conmociones. Ambas se presentaron, en mayor o menor medida como «transformadoras». Por esta razón ambas siguen siendo a su manera herramientas útiles, engañabobos de los que se valen los poderosos.

Si bien esto valdría para dar por finalizada la discusión y considerar derrotados a nuestros «reconstitucionalistas», uno podría argumentar algo como que: «Aunque Marx y Engels se opusieran en apariencia al positivismo, estos podrían haber tomado prestadas sus concepciones bajo otro disfraz sin que lo supieran. ¿Acaso no creía Feuerbach con su materialismo haber superado al idealismo mientras que en sus concepciones caía en él múltiples veces?». ¡En efecto! Por tal motivo vayamos más allá… analicemos y contrapongamos sin miedo el positivismo y sus fundamentos, a ver hasta qué punto son compatibles con el marxismo. ¿Nos acompañan?