jueves, 29 de julio de 2021

¿Sabrías cuáles son las diferencias entre el sentido y el significado de las palabras?


«Paulhan ha prestado un gran servicio al análisis psicológico del lenguaje al introducir la distinción entre el sentido de la palabra y su significado. Para Paulhan, el sentido de la palabra es la suma de todos los sucesos psicológicos evocados en nuestra conciencia gracias a la palabra. Por consiguiente, el sentido de la palabra es siempre una formación dinámica, variable y compleja que tiene varias zonas de estabilidad diferente. El significado es solo una de esas zonas del sentido, la más estable, coherente y precisa. La palabra adquiere su sentido en su contexto y, como es sabido, cambia de sentido en contextos diferentes. Por el contrario, el significado permanece invariable y estable en todos los cambios de sentido de la palabra en los distintos contextos. Las variaciones del sentido representan el factor principal en el análisis semántico del lenguaje. El significado real de la palabra no es constante. En una operación la palabra actúa con un significado y en otra adquiere un significado distinto. El dinamismo del significado es el que nos lleva al problema de Paulhan, a la cuestión de la relación entre el significado y el sentido. La palabra en su singularidad solo tiene un significado. Pero este significado no es más que una potencia que se realiza en el lenguaje vivo y en el cual dicho significado es tan solo una piedra en el edificio construido. (...) La palabra está inserta en un contexto del cual toma su contenido intelectual y afectivo, se impregna de ese contenido y pasa a significar más o menos de lo que significa aisladamente y fuera del contexto: más, porque se amplía su repertorio de significados, adquiriendo nuevas áreas de contenido; menos, porque el contexto en cuestión limita y concreta su significado abstracto. El sentido de la palabra, dice Paulhan, es un fenómeno complejo y móvil que, en cierta medida, cambia constantemente de unas consciencias a otras y de unas situaciones a otras para la misma consciencia. En este aspecto, el sentido de la palabra es ilimitado. La palabra cobra sentido en el contexto de la frase, pero la frase lo toma a su vez del contexto del párrafo, el párrafo lo debe al contexto del libro y el libro lo adquiere en el contexto de toda la creación del autor. El verdadero sentido de cada palabra está determinado, en definitiva, por la abundancia de elementos existentes en la conciencia referidos a lo expresado por la palabra en cuestión. Según Paulham, el sentido de la Tierra está en el Sistema Solar, que complementa la idea de la Tierra; el Sistema Solar tiene sentido en la Vía Láctea y el sentido de la Vía Láctea..., todo lo cual quiere decir que nunca abarcamos el sentido completo de las cosas y, por consiguiente, tampoco el sentido completo de las palabras. La palabra es una fuente inagotable de nuevos problemas, su sentido nunca está acabado. En definitiva, el sentido de las palabras depende conjuntamente de la interpretación del mundo de cada cual y de la estructura interna de la personalidad. Pero el mérito principal de Paulhan consiste en haber analizado las relaciones entre el sentido y la palabra y en haber sido capaz de demostrar que entre el sentido y la palabra las relaciones son mucho más independientes entre sí que entre el significado y la palabra. Las palabras pueden disociarse de su sentido. Desde hace tiempo se sabe que las palabras pueden cambiar de sentido. Más recientemente se ha observado que es también necesario estudiar cómo el sentido puede modificar las palabras, o, mejor dicho, cómo los conceptos cambian de nombre. (...) El sentido puede separarse de la palabra que lo expresa con la misma facilidad con que pueden sumarse a cualquier otra. (...) Por eso sucede que podemos sustituir una palabra por otra sin alterar el sentido. El sentido se separa de la palabra y de ese modo se conserva. Pero la palabra puede existir sin sentido, así como el sentido puede existir sin palabras. (...) En «Infancia, adolescencia y juventud» y en otras obras suyas, Tolstoi relata cómo entre personas que conviven, las palabras adquieren fácilmente significados convencionales, se desarrolla un dialecto especial, una jerga solo comprensible para quienes han participado en su creación. (...) En determinadas condiciones, las palabras modifican su sentido y significado habituales y adoptan un significado especial proporcionado por las condiciones específicas de su aparición». (Lev Vygotsky; Pensamiento y lenguaje, 1934)

jueves, 22 de julio de 2021

El romanticismo y su influencia mística e irracionalista en la «izquierda»; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

Somos conscientes que parte de esta exposición excede lo necesario para la refutación del mariateguismo, y aunque este apartado será de una considerable extensión, todo ello lo consideramos sumamente necesario para comprender por completo lo que vendrá a continuación en los apartados económico, artístico o histórico sobre un neorromántico empedernido como fue Mariátegui, funciones que serán abordadas en los siguientes capítulos. Apelamos, pues, a la paciencia del lector, aunque bien es cierto que podrá ir comprobando poco a poco la importante relación que hay entre este apartado y los siguientes. Estudiar la mitomanía, el irracionalismo o el misticismo de la «izquierda», se diga esta «política», «filosófica» o «cultural», tiene toda la actualidad. Véase por ejemplo nuestro análisis previo sobre el fenómeno del «posmodernismo», donde ya notamos que en su origen filosófico tomaron parte activa todas estas tendencias, por lo que consideramos este capítulo filosófico como un añadido al mismo. Véase el capítulo: «Instituciones, ciencia y posmodernismo» (2021).

¿Cómo computamos la historia de la filosofía?

«Los elementos intermedios y los charlatanes conciliadores, cualquiera que sea su rótulo, ya se trate de espiritualistas, de sensualistas, de realistas, etc., etc., en su camino caen bien en una o bien en otra corriente. Nosotros exigimos decisión, queremos claridad. (…) Toda la lucha contra Dühring la llevó a cabo Engels por entero bajo el lema de la aplicación consecuente del materialismo, acusando al materialista Dühring de enturbiar la esencia de la cuestión con palabras, de cultivar la verborrea, de usar unas formas de razonar que implican una concesión al idealismo, el paso a las posiciones del idealismo. O el materialismo consecuente hasta el fin, o las mentiras y la confusión del idealismo filosófico. (…) No se puede por menos de ver la lucha de los partidos en la filosofía, lucha que expresa, en última instancia, las tendencias y la ideología de las clases enemigas dentro de la sociedad contemporánea. La novísima filosofía está tan penetrada del espíritu de partido como la filosofía de hace dos mil años». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1908)

Como se podrá ir comprobando durante toda la exposición que veremos más adelante, las ideas de la Revolución Francesa (1789) fueron la piedra de toque entre los pensadores del siglo XIX, un cambio de paradigma que no dejaba indiferente a nadie, pues no hay término medio: o bien causaba una gran admiración o bien una enorme repulsa. Y bien, ¿cuál fue el cómputo general de este evento histórico para los revolucionarios del siglo XX? En Rusia los bolcheviques proclamaban que:

«La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de toda la historia moderna de Europa, y especialmente a fines del siglo XVIII, en Francia, donde se libró la batalla decisiva contra toda la morralla medieval, contra la servidumbre en las instituciones y en las ideas, el materialismo se acreditó como la única filosofía consecuente, fiel a todas las teorías de las ciencias naturales, hostil a la superstición, a la beatería, &c. Por eso los enemigos de la democracia intentaban con todas sus fuerzas «refutar», minar, calumniar el materialismo, y defendían diversas formas del idealismo filosófico, que conduce siempre, de un modo o de otro, a la defensa o al apoyo de la religión, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, 1913)

No pocas veces se han alzado interrogantes tipo: «¿Se puede afirmar que los marxistas son los legítimos sucesores de los racionalistas, los ilustrados o cualquier otro movimiento anterior que adujese la razón como su guía?». Otros se preguntarán lo mismo, pero sustituyendo la razón por la «observación». Centrándonos en estos últimos siglos de la Edad Moderna, es obvio que el materialismo histórico y dialéctico, las herramientas filosóficas del socialismo científico compilado por Marx y Engels, siempre han reconocido el trabajo que en su día hizo el racionalismo de Leibniz, Spinoza o Descartes, el empirismo de Bacon, Condillac, Locke o Hobbes, y por encima de todos ellos, destacando el legado de pensadores como Diderot, Helvétius o Holbach, autores tan profundamente materialistas como todavía metafísicos. 

Claro está que en su momento todos contribuyeron con su imprescindible labor en varios campos específicos –no solo en la filosofía sino también en las diversas ciencias– para rescatar o hacer avanzar el conocimiento humano científico. Plantaron cara al oscurantismo general de aquel entonces, pero en parte también contribuyeron a seguir manteniendo otros prejuicios que debían finalizar –unas veces influyó más la ignorancia generalizada en el ambiente de su tiempo y en otras fue decisivo el empecinamiento personal de los autores–. No por casualidad en la «La sagrada familia» (1845), el primer trabajo conjunto de Marx y Engels, ambos autores rinden homenaje a varias de estas figuras destacadas de los siglos XVII-XVIII sin que ello suponga dejar de mostrar sus limitaciones. También en la obra de Gueorgui Plejánov «La concepción monista de la historia» (1895) tenemos una magnífica investigación sobre esto exponiendo las descabelladas teorías que por aquel entonces permeaban entre los reformadores sociales y los pensadores bienintencionados. Aquí se daba un repaso nítido tanto a las ideas de los materialistas del siglo XVIII como a los socialistas utópicos del siglo XIX, que si bien no fueron las únicas tendencias, sí las más recordadas y transcendentes. Por último, podríamos citar la obra de M. Shirokov: «Libro de texto sobre filosofía marxista» (1937) o la del Prof. A. V. Scheglov y un grupo de catedráticos de la Academia de la Ciencias de la URSS: «Historia de la filosofía; De Sócrates a Scheler» (1942). En ambas encontraremos conclusiones similares. Para no extendernos con más referencias, resumiremos con un extracto de la fina pluma de Antonio Labriola la enorme línea de diferenciación que siempre ha existido entre estos autores y los padrinos del socialismo científico. De esta forma captaremos cuán incompatibles son ambas visiones en infinitas cuestiones de enjundia –los corchetes son nuestros–:

«Otra cosa se necesitaba para penetrar las razones efectivas de la relatividad del progreso. Se necesitaba ante todo renunciar a aquellos prejuicios implícitos en la creencia de que los obstáculos a la uniformidad del devenir humano descansan exclusivamente sobre causas naturales e inmediatas [geografía]. (…) Los consecutivos impedimentos a la uniformidad del progreso han de buscarse en las condiciones propias e intrínsecas de la misma estructura social. (…) Es siempre, por diferentes que sean sus formas y modos, la oposición de la ciudad y del campo, del artesano y del campesino del proletario y del patrono, del capitalista y del trabajador, y así hasta lo infinito, y va siempre a parar en una jerarquía, tanto si es el privilegio fijo de la Edad Media, como si con las distintas formas del derecho presunto igual para todos se revela en la acción automática de la competencia económica. (…) A esta jerarquía económica corresponde de modo vario un los diferentes países, tiempos y lugares, una: estoy por decir, jerarquía de los ánimos, de los intelectos, de los espíritus. Esto equivale a decir que la cultura, en la cual precisamente los Idealistas sitúan la suma del progreso, estuvo y está por necesidad de hecho bastante desigualmente distribuida. La mayor parte de los hombres, por la cualidad de sus ocupaciones, son así como individuos desintegrados, incapaces de un desarrollo completo y normal. A la económica de las clases y a la jerarquía de las situaciones, corresponde la psicología de las clases. La relatividad del progreso es, pues, para nosotros, la consecuencia inevitable de las antítesis de clase. (...) El progreso fue y es aún parcial y unilateral. Las minorías que salen beneficiadas sostienen que esto es el progreso humano, y los soberbiosos evolucionistas llaman a esto naturaleza humana que se desarrolla. Todo este progreso parcial, que basta el presente se ha desarrollado en la presión de hombres sobre los hombres, tiene su fundamento en las condiciones de oposición por la cual las antítesis económicas han engendrado todas las antítesis sociales, y de la relativa libertad de algunos ha nacido la servidumbre de muchísimos, y el derecho ha sido protector de la injusticia». (Antonio Labriola; Del materialismo histórico, 1896) 

lunes, 5 de julio de 2021

La Escuela de Gustavo Bueno y su promoción de la religión como «esencia de la españolidad»; Equipo de Bitácora (M-L), 2021


[Publicado originalmente en 2020 y reeditado en 2021]

«Falange Española no puede considerar la vida como un mero juego de factores económicos. No acepta la interpretación materialista de la historia. Lo espiritual ha sido y es el resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos. Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede contestar con evasivas; hay que contestar con la afirmación o con la negación. España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española. Por su sentido de catolicidad, de universalidad, ganó España al mar y a la barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación. Así, pues, toda reconstrucción de España ha de tener un sentido católico». (José Antonio Primo de Rivera; Falange Española número 1, noviembre, 1933)

Después de Falange, parece ser que ahora, gracias al inestimable servicio de Vox y la Escuela de Gustavo Bueno, ellos nos enseñan cuál es y debe de ser la esencia de España –nótese la ironía–:

«España desde su constitución como Imperio –es decir, desde su constitución como sociedad política– ha sido siempre una monarquía. (...) España es una sociedad católica –y no protestante, ni islámica, ni judía, por ejemplo– en cuanto que buena parte de las costumbres de sus habitantes están determinadas por el ceremonial católico». (Santiago Abascal y Gustavo Bueno; En defensa de España. Razones para el patriotismo español, 2008)

Por si alguien quiere seguir riéndose a carcajadas con las ilusiones de estos monaguillos, dejaremos una última cita:

«@armesillaconde: La gente que dice que la religión católica no les influye, pero luego no tienen problemas en irse de puente en festividad religiosa, tienen nombres de santos, o comen jamón y beben vino sin darse cuenta de que esto es producto de la Reconquista contra el Islam. En fin». (Twitter; Santiago Armesilla, 20 de octubre de 2020)

Este es su nivel de razonamiento. Esta es la forma en que este «sujeto», por ser bondadosos, enlaza y conjuga los conceptos que milagrosamente llegan a su masa encefálica. 

¡Los discípulos del señor Bueno no cesan de hacer el ridículo! Preguntamos a Armesilla, ¿acaso el musulmán que se salta su código religioso y consume jamón está cometiendo un acto de conversión al catolicismo? Es infinitamente absurdo creer seriamente que reproducir las herencias totalmente secularizadas de la tradición cristiana —nombres, fiestas y demás— implica «ser católico», ni siquiera «ser católico culturalmente». Es de una chapuza intelectual increíble.

«@armesillaconde: En las religiones no se cree. Se cree en deidades, pero lo positivo –empírico– de las religiones no son los dioses, sino sus instituciones históricas que moldean sociedades enteras». (Twitter; Santiago Armesilla, 19 de octubre de 2020)

Una vez más Armesilla mostrando su antimarxismo: lo que define y moldea una sociedad son las relaciones de producción y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, pero para estos discípulos de Bueno no fueron los intereses de clase los que hicieron que una u otra religión fuera la dominante, sino la religión en sí y sus cualidades «innegablemente positivas» sobre el pueblo. Y claro, si el pueblo español el mejor, también tendrán que tener la máxima religión, ¿para algo Jesús nació en Albacete y no en Nazaret como dice la «Leyenda negra» judeo-británica, no? Armesilla está inmerso en una ardua investigación sobre eso, ya verán. Lo bueno, lo positivo según Armesilla, son las instituciones religiosas, es decir, debemos dar gracias a la Iglesia Católica y el «nacionalcatolicismo» de Franco por su gran labor en «moldear» toda una generación. Qué se lo pregunten a las mujeres revolucionarias que fueron ultrajadas y obligadas a la reeducación de la Sección Femenina de Falange y, para más inri, en muchas ocasiones apartadas de sus hijos. ¡Oh, Dios, damos a ti las gracias!...  ¿por el fascismo?

Esta es la misma gente que defiende la tauromaquia o el catolicismo, porque son «marcas inalterables de España, su esencia». ¿Es esto compatible con el discurrir del pensamiento marxista? Ni de lejos:

«Y no es, ni mucho menos, fortuito que el programa nacional de los socialdemócratas austríacos imponga la obligación de velar por «la conservación y el desarrollo de las particularidades nacionales de los pueblos». ¡Fijaos bien en lo que significaría «conservar» tales «particularidades nacionales» de los tártaros de la Transcaucasia como la autoflagelación en la fiesta del «Shajsei-Vajsei» o «desarrollar» tales «peculiaridades nacionales» de los georgianos como el «derecho de venganza»! Este punto estaría muy en su lugar en un programa rabiosamente burgués-nacionalista». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili; Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

jueves, 1 de julio de 2021

Mariátegui, el ídolo del «marxismo heterodoxo»; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

[Enlaces de DESCARGA del texto en PDF al final del documento]

«Si es una majadería afirmar –como todavía hoy repiten los chovinistas– que el modelo colonial impuesto por la Corona de Castilla fue «cuidadoso con los indígenas» y «beneficioso para ellos», algo que produce carcajadas, ya que en parte para explotar a los indígenas locales se basaron en los viejos sistemas precolombinos como la mita; al mismo nivel de ignorancia está considerar el sistema inca como referente de «comunismo agrario» y la realización real de la «libertad». Habría que recordar que los incas sometieron a pueblos como los chancas, mochicas, chavines, nazcas y otros. ¿No indicaban tales injerencias un deseo de conquista y una competencia por los recursos propios de sociedades desarrolladas? ¿O eran las dotes altruistas de exportar el «comunismo agrario» las que impulsaron tales expansiones? Hablar de «comunismo» en el imperio inca sería como decir que las ciudades sumerias, el imperio egipcio o acadio eran sociedades «comunistas» por el grado de cooperativización social alcanzado para la construcción de edificios o el reparto de comida para los trabajadores. ¡¿Y la estratificación social, el enorme papel del clero, la aristocracia guerrera, la esclavitud, el patriarcado?! Misma necedad sería calificar a los señoríos de la Edad Media como «comunismo» porque bosques, molinos o prados fuesen colectivos para la comunidad de siervos que estaban atados a esa tierra, pasando por encima de la división del trabajo, la entregada obligatoria de parte de la cosecha al señor feudal, el derecho de pernada, etc. ¡Idílico «comunismo» de caballeros y siervos! ¿No resulta gracioso que Mariátegui realizaba lo contrario de los chovinistas españoles? En efecto, si estos últimos idealizan el colonialismo hispano, los nacionalistas e indigenistas en América idealizan las sociedades precolombinas buscando en ellas la piedra filosofal para sus políticas futuras. (...) ¿Es el «mito soreliano-mariateguista» quien empujará a las masas al combate? Increíble declaración hasta para el más fuerte idealista, ¿pero se imaginan cuál sería este «socialismo» que se construiría en Perú que desprecia el «alfabeto blanco» y los aportes de la «ciencia de los blancos» u otras razas que para Mariátegui son «decadentes», como los chinos e hindúes? Le daremos una pista: en el milagroso caso de que algún día esto ocurra tendremos un «socialismo» más cercano a un hippie o un amish que al de tipo marxista. Y esto no es una exageración, lo veremos más adelante cuando comprobemos su opinión sobre el significado histórico de las máquinas». (Equipo de Bitácora (M-L); Equipo de Bitácora (M-L); Mariátegui, el ídolo del «marxismo heterodoxo», 2021)

Preámbulo

El socialismo científico, póngasele la etiqueta que se quiera, requiere de objetividad, de la aplicación de un método de análisis despojado de sentimentalismo y sofismas. La construcción de una sociedad sin clases pasa por la crítica desgarrada de las experiencias pasadas, pasa, necesariamente, por el aprendizaje de los errores de los que fracasaron, por una distinción nítida de los principios ideológicos que abrazamos frente a los que rechazamos, razonando en todo momento su porqué. Y, desde luego, para conseguir esta ardua gesta, la sacralización del individuo, «mártir inmaculado» u «hombre infalible», constituye uno de los mayores obstáculos.  

No hace falta mencionar que quienes bajo el relativismo y el escepticismo afirman que el marxismo-leninismo –con la andadura que tiene a estas alturas– no tiene paradigma a seguir, que no puede diferenciarse que es o no es tal, qué tesis que está dentro de sus patrones o cuáles no, son unos charlatanes redomados. El pensamiento y actuar de este tipo de sujetos jamás será revolucionario, por la sencilla razón de que no estudian ni toman a esta doctrina bajo lineamientos constatables, en consecuencia, su sistematización de conocimientos siempre será arbitraria: creen estar por encima de las sentencias de la historia, de la realidad objetiva, que pueden coger lo que les guste de esta y aquella experiencia, de este y aquel personaje. 

Pues bien, esto mismo se observa en muchos de los apóstoles de José Carlos Mariátegui (1894-1930), quienes lo consideran y alaban como un «marxista creador y heterodoxo», cuando en realidad no están sino confesando que la teoría y práctica de este señor operaba bajo coordenadas muy alejadas de los cánones revolucionarios que se le presuponen; es más, si realmente fuesen hombres de ciencia habrían comprendido ya que, para que esta no se estanque, siempre debe de ser «creadora» ante los retos que enfrenta cada día, a cada hora, pero jamás en el sentido que le dan estos caballeros. Para cualquier corrección o derribo de los axiomas las hipótesis planteadas deben comprobarse, no basta con articular deseos e implementar voluntarismos de todo tipo, como acostumbran los oportunistas de ayer y hoy. De no cumplirse con estos requisitos básicos para tener un criterio riguroso de «estudio» y «actualización», la ideología que se portará será un dogma, entendiéndose este como un planteamiento y actuar indiscutible que se acepta exclusivamente por actos de fe. Por esta razón el revisionismo suele ser sinónimo de pragmatismo y eclecticismo, dado que se abandonan las razones científicas no existe límites para especular y decorar a gusto de uno la ideología que se sigue.   

«La forma en que se desarrollan las ciencias naturales, cuando piensan, es la hipótesis. Se observan nuevos hechos, que vienen a hacer imposible el tipo de explicación que hasta ahora se daba de los hechos pertenecientes al mismo grupo. A partir de este momento, se hace necesario recurrir a explicaciones de un nuevo tipo, al principio basadas solamente en un número limitado de hechos y observaciones. Hasta que el nuevo material de observación depura estas hipótesis, elimina unas y corrige otras y llega, por último, a establecerse la ley en toda su pureza. Aguardar a reunir el material para la ley de un modo puro, equivaldría a dejar en suspenso hasta entonces la investigación pensante, y por este camino jamás llegaría a manifestarse la ley. La abundancia de las hipótesis que se abren paso aquí y la sustitución de unas por otras sugieren fácilmente –cuando el naturalista no tiene una previa formación lógica y dialéctica– la idea de que no podemos llegar a conocer la esencia de las cosas –Haller y Goethe–. Pero esto no es peculiar y característico de las ciencias naturales, pues todo el conocimiento humano se desarrolla siguiendo una curva muy sinuosa y también en las disciplinas históricas, incluyendo la filosofía, vemos cómo las teorías se desplazan unas a otras, pero sin que de aquí se le ocurra a nadie concluir que la lógica formal sea un disparate. (...) Sólo podemos llegar a conocer bajo las condiciones de la época en que vivimos y dentro de los ámbitos de estas condiciones». (Friedrich Engels; Dialéctica de la naturaleza, 1883)

Precisamente esta limitación del conocimiento que se presenta en ciertos momentos históricos, en distintas regiones humanas, y cómo no, en diferentes individuos y organizaciones, no debe servir de excusa para exculpar u ocultar las carencias del objeto de estudio, por el contrario, solo nos interesa examinar si existían justificaciones plausibles para cometer tales equivocaciones, o, si pese a tener la información y los medios disponibles, el fallo fue más consciente que condicionado.