sábado, 27 de noviembre de 2021

Engels reflexionando en 1882 sobre las luchas partidistas en Francia y Alemania

«A pesar de los consejos bien intencionados de los belgas ha sucedido lo inevitable, los elementos irreconciliables se han separado. [1] Y eso es bueno. Al principio, cuando se fundó el Partido Obrero, había que admitir a todos los elementos que aceptaban el programa, si lo hacían con secretas reservas que seguramente se manifestarían más adelante. Aquí nunca nos equivocamos acerca de Malon y Brousse [2]. Ambos habían sido entrenados en la escuela de intrigas bakuninistas. Malon fue incluso cómplice de Bakunin en la creación de la «Alianza» secreta –fue uno de los 17 miembros fundadores. Pero, después de todo, había que darles la oportunidad de demostrar si habían abandonado la práctica bakuninista junto con la teoría bakuninista. El curso de los acontecimientos ha demostrado que adoptaron el programa y lo adulteraron; Malon introdujo varios cambios que lo empeoraron con la secreta intención de interrumpirlo. Lo que se inició en Reims y París se ha completado en Saint-Étienne. El carácter proletario del programa ha sido eliminado. Los considerandos comunistas de 1880 han sido ahora reemplazados por las Reglas de la Internacional de 1866, las cuales tuvieron que ser expresadas en términos tan elásticos precisamente porque los proudhonistas franceses se habían quedado tan rezagados, pero no podían ser dejados fuera. Las demandas positivas del programa han sido neutralizadas en que cada localidad podría, cuando así lo desee, formular un programa individual para cada ocasión individual. No sólo el partido de Saint-Étienne no es un partido obrero, es que no es un partido, porque de hecho no tiene un programa: a lo más es un partido de Malon-Brousse. (...) Parecería que cualquier partido obrero en un país grande sólo puede desarrollarse a través de la lucha interna, como se ha establecido generalmente en las leyes dialécticas del desarrollo. El partido alemán ha llegado a ser lo que es a través de la lucha entre los Eisenachers y Lassalleanos. La unificación sólo se hizo posible cuando la pandilla de sinvergüenzas deliberadamente cultivada como una herramienta por Lassalle había perdido su eficacia, e incluso entonces fuimos demasiado aprisa al realizar esa unificación. En Francia, las personas que han renunciado a la teoría bakuninista, pero siguen haciendo uso de las armas bakuninistas y al mismo tiempo tratan de sacrificar el carácter de clase del movimiento a sus fines particulares, también tendrán que perder su eficacia antes de que la unificación vuelva a ser factible. Siendo así, sería pura locura abogar por la unificación. Las homilías morales no sirven para combatir los problemas iniciales que, siendo las circunstancias como son hoy en día, constituyen cuestiones que deben ser experimentadas». (Friedrich Engels; Carta a Eduard Bernstein, 20 de octubre de 1882)

Anotaciones de la edición:

[1] El Partido Obrero Francés se dividió en dos facciones en el Congreso de Saint-Étienne el 25 de septiembre de 1882. La minoría liderada por Guesde y Lafargue se retiró y celebró su propio congreso en Roanne. La mayoría oportunista encabezada por Malon y Brousse formó un partido separado, los llamados «posibilistas». El partido adquirió este nombre porque sus líderes, que se oponían a la lucha revolucionaria, declararon que solo estaban tratando de lograr lo que era posible.

[2] Benôit Malon (1841-1893) - Socialista francés, miembro de la Primera Internacional y de la Comuna de París, después de su derrota se refugió en Italia y luego en Suiza, donde se acercó a los anarquistas, ideólogo y líder de los «posibilistas».

Paul Brousse (1854-1912) - Socialista pequeño burgués francés, participó en la Comuna de París, después de su supresión vivió en la emigración, se unió a los anarquistas. A su regreso a Francia a principios de la década de 1880 se unió al 
Partido Obrero donde se opuso con vehemencia a la corriente marxista, ideólogo y líder de los «posibilistas»

sábado, 20 de noviembre de 2021

¿Es el movimiento trap una innovación espiritual o estética?; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

«Pasemos a otro punto cardinal: ¿trae el advenimiento del trap algún tipo de innovación espiritual? A decir verdad, los analistas –provengan de donde provengan, sean estos profesionales o amateurs, estrictamente del mundo de la música o no–, nos han vuelto a decepcionar enormemente, ya que, salvo honrosas excepciones, han solido presentar el movimiento trap como una «renovación de los valores sociales», una «nueva rebeldía de los jóvenes de las clases más bajas» y todo tipo de epítetos que suenan muy sorprendentes. Pero las más de las veces esto solo ha sido un truco de ilusionismo de estos «opinólogos» para captar la atención de los oyentes o lectores. Podríamos citar infinidad de artículos, pero creemos que a estas alturas del documento el lector estará harto de tales pruebas.

En verdad esto es sumamente común dentro de la «industria filosófica», la cual, como retrataron Marx y Engels sobre los hegelianos y los «productos mercantiles» que lanzaban al «mercado», se ve obligada a realizar estos sobreesfuerzos teatrales para vender su producto:

«Cada uno se dedicaba afanosamente a explotar el negocio de la parcela que le había tocado en suerte. No podía: por menos de surgir la competencia. Al principio, ésta manteníase dentro de los límites de la buena administración burguesa. Más tarde, cuando ya el mercado alemán se hallaba abarrotado y la mercancía, a pesar de todos los esfuerzos, no encontraba salida en el mercado mundial, los negocios empezaron a echarse a perder a la manera alemana acostumbrada, mediante la producción fabril y adulterada, el empeoramiento de la calidad de los productos y la adulteración de la materia prima, la falsificación de los rótulos, las compras simuladas. los cheques girados en descubierto y un sistema de créditos carente de toda base real. Y la competencia se convirtió en una enconada lucha, que hoy se nos ensalza y presenta como un viraje de la historia universal, como el creador de los resultados y conquistas más formidables». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)

O dicho de otro modo: todo producto necesita publicidad, pero uno malo o adulterado necesita el doble o más; y en este caso, lo que se quería decir es que dentro de la competencia filosófica y productos que son la copia de la copia, este «factor de impulso» es más que necesario, incluso aunque el público esté acostumbrado a él. Por eso hoy los filósofos o los publicistas musicales intentan vendernos que el trap tiene una inspiración y originalidad que no se le encuentra por ninguna parte.

¿Acaso no existía todo esto ya en «románticos», «decadentes» y «existencialistas»?

«Pregunta: ¿Es la música de una generación deprimida o al borde de la depresión todo el rato?

– Ernesto Castro:  Sí, pero no una depresión subjetiva, sino objetiva, no sólo psicológica sino también económica y social». (Diario de Sevilla; «El público es tan ignorante que no va más allá de la superficie provocadora del «trap», 17 de octubre de 2019)

martes, 16 de noviembre de 2021

¿Qué propone el reformismo «patriótico» en materia económica?; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

«En esta sección repasaremos dos expresiones travestidas de «marxistas» y herederas de una forma u otra del pensamiento chovinista de la Escuela de Gustavo Bueno: primero, El Jacobino, y después lo que en su momento fue Izquierda Hispánica y ahora es la Razón Comunista. De esta forma veremos cómo toda la parafernalia nacionalista que se preocupa de lo «social» no oculta la triste realidad de que proponen como solución las mismas pamplinas capitalistas que nada cambian. Y es que a estos idealistas cuando les toca lidiar con aspectos de la cotidianeidad material, ese discurso heroico de que van salvar a la «patria», aquella damisela siempre en peligro, no solo se torna dudoso, sino que se vuelve muy cómico al demostrarse que, más que ante caballeros de reluciente armadura, estamos ante distintos Don Quijotes modernos Armesilla o Guillermo del Valle con sus correspondientes Sancho Panzas como comparsa Paula Fraga, Javier Maurín, Pedro Insúa y demás ralea.

El Jacobino y su redistribución fiscal para «arreglar España»

El Jacobino, comandado por Guillermo del Valle, define a su proyecto como «izquierda racionalista, centralista y definida en España», aja, ¿y más allá de todo ese galimatías qué propone para solucionar sus males?:

«Con la actual situación de deuda pública, la habitual propuesta de mágicas rebajas fiscales es un engaño que responde al clásico populismo fiscal del neoliberalismo. Si se bajan masivamente los impuestos, la recaudación también baja. Y de paso, llegan los recortes sociales y la degradación de los servicios públicos, acentuando la nefasta senda de los últimos años. (…) Hay que acabar con la creciente y preocupante brecha entre la tributación entre las rentas del capital y las del trabajo en el IRPF, que perjudica a las últimas, como fiel reflejo de las políticas fiscales más reaccionarias aplicadas en las últimas décadas. El sistema tributario ha de recuperar y blindar un Impuesto de Patrimonio y un Impuesto de Sucesiones y Donaciones verdaderamente progresivos, que nunca más vuelvan a transferirse a las Comunidades Autónomas, dinámica que sólo fomenta el «dumping» y la competencia desleal a la baja, y que termina expulsando del sistema dichos instrumentos fiscales. Deben eliminarse múltiples deducciones del impuesto de Sociedades, acometer una armonización fiscal general, y plantear la imperiosa necesidad de que las grandes corporaciones multinacionales y plataformas tecnológicas dejen de encontrar fórmulas de elusión fiscal y deslocalización, que destrozan las arcas públicas de los Estados y ponen en cuestión la sostenibilidad del Estado social». (El Jacobino; Redistribucción, 2021)

Es decir, son un grupo en contra del fraude fiscal, en pro de una eficacia administrativa y se consideran muy «patriotas», pero en todo esto no hay diferencias de peso respecto a los «planes sociales» de múltiples asociaciones de «izquierda» o «derecha». Prueba de ello es que en su web publicitan con orgullo que Pedro Ínsua de la Escuela de Gustavo Bueno, Ángel Pérez exIU o Antonio Miguel Carmona del PSOE apoyen su proyecto, personas totalmente en las antípodas de un pensamiento progresista y revolucionario.

El socialismo científico de Marx y Engels, sin negar el uso de los impuestos en el periodo de transición del capitalismo al comunismo –véase la obra de ambos: «El Manifiesto Comunista» (1848)–, difiere completamente de la ilusión del socialismo utópico, aquel que considera que, sin necesidad de una revolución con mayúsculas, los impuestos pueden ser la palanca decisiva para conquistar un futuro mejor, dejando intacta, eso sí, la «armonía entre trabajo y capital»: 

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Pléjanov hablando sobre la ausencia de visión política y la sobrestimación de las fuerzas

«Hay otro obstáculo para el desarrollo de nuestro movimiento en la corriente que acabamos de señalar: la ausencia de visión política, que desde el comienzo mismo de nuestro movimiento impidió que nuestros revolucionarios se fijaran sus tareas inmediatas de acuerdo con sus fuerzas, y cuya causa no es sino la insuficiente experiencia política de los dirigentes sociales rusos. Al dirigirnos al pueblo con el fin de difundir las publicaciones socialistas, al establecernos en las aldeas para organizar a los elementos descontentos de nuestro campesinado o cuando iniciábamos la lucha abierta contra los representantes del absolutismo, repetíamos siempre el mismo error. Siempre exagerábamos nuestras fuerzas, jamás teníamos en cuenta cabalmente la resistencia que nos ofrecería el ambiente social y nos apresurábamos a erigir en principio universal el modo de actuar favorecido transitoriamente por las circunstancias, excluyendo todos los demás métodos y procedimientos. Todos nuestros programas se hallaban por eso en un equilibrio muy inestable, que podía ser alterado por la variación más insignificante del medio circundante. Cada dos años cambiábamos estos programas, y no podíamos detenernos en algo firme, porque siempre nos apoyábamos en algo restringido y unilateral. Así como, según palabras de Belinsky, la sociedad rusa, careciendo aún de literatura, ya recorrió todas las tendencias literarias, el movimiento socialista ruso, que aún no se había convertido en el movimiento de nuestra clase obrera, ya alcanzó a pasar por todos los matices del socialismo de Europa occidental.

La lucha contra el absolutismo que emprendiera Naródnaia Volia, lanzando a nuestros revolucionarios hacia un campo de acción más amplio, obligándolos a esforzarse por la creación de un partido efectivo, contribuirá decididamente, sin duda alguna, a superar el carácter unilateral de los círculos. Pero, para terminar con estos cambios constantes de programas, para abandonar estos hábitos de nómadas políticos y alcanzar por fin la estabilidad espiritual, los revolucionarios rusos deben realizar hasta el fin la crítica iniciada con la aparición de las tendencias políticas en su medio. Deben adoptar una actitud crítica ante el mismo programa que tornó necesaria la crítica de todos los programas y teorías anteriores. El partido de Naródnaia Volia es fruto de una época de transición. Su programa es el último programa nacido en las condiciones que hicieron de nuestra parcialidad un fenómeno inevitable y, por consiguiente, legítimo. Al ampliar el horizonte político de los socialistas rusos, este programa aún no está exento de aspectos unilaterales. En él también se advierte la falta de visión política, de aptitud para ajustar los objetivos inmediatos del partido a sus fuerzas reales o posibles. El partido de Naródnaia Volia recuerda al hombre que avanza por un camino real, pero que aún no tiene idea de las distancias, y que por eso confía en que puede recorrer al instante «cien mil millas sin descansar». La práctica, por supuesto, destruirá esta ilusión, pero la experiencia le puede resultar muy cara. Es mejor que se pregunte si las botas de siete leguas no pertenecen al reino de la fantasía». (Gueorgui Plejánov; El socialismo y la lucha política, 1883)

Anotaciones de Bitácora (M-L):

«Toda clase que aspira a su emancipación, todo partido político que llega al poder, son revolucionarios solamente en tanto representan las corrientes sociales más progresistas y, por consiguiente, sustentan las ideas más avanzadas de su tiempo. Una idea de contenido revolucionario es como una dinamita, que no puede ser reemplazada por ningún explosivo. Y mientras nuestro movimiento siga bajo la bandera de teorías atrasadas o erróneas, sólo tendrá significación revolucionaria en algunos aspectos, pero no en todos ellos. Y al mismo tiempo, sin que lo adviertan sus defensores, contendrá los gérmenes de la reacción, que la privarán incluso de esa significación parcial en un futuro más o menos próximo. (...) Afortunadamente, los socialistas pueden fundar sus esperanzas en una base más sólida. Pueden y deben confiar ante todo en la clase obrera. La fuerza de los obreros, como de cualquier otra clase, depende, entre otras cosas, de la claridad de su conciencia política, de su unidad y organización. Sobre estos elementos de su fuerza influyen precisamente nuestros intelectuales socialistas. Éstos deben ser los dirigentes de la clase obrera en el próximo movimiento emancipador, presentarle con claridad sus intereses políticos y económicos, el nexo recíproco de esos intereses, inducirla a que adopte un papel independiente en la vida social de Rusia. Tiene que esforzarse por todos los medios para que nuestra clase obrera, durante el primer período de la vida constitucional de Rusia, pueda participar como partido especial, con un programa político-social determinado. La elaboración detallada de este programa, por cierto, debe ser presentada a los obreros mismos, pero los intelectuales deben explicarles sus puntos principales, como por ejemplo, la revisión radical de las actuales relaciones agrarias, el sistema impositivo y la legislación fabril, la ayuda estatal a las asociaciones productivas, etc. Todo esto sólo puede lograrse mediante una esforzada labor que se debe realizar, por lo menos, con las capas más avanzadas de la clase obrera, mediante la propaganda escrita y oral y la organización de círculos socialistas obreros». (Gueorgui PlejánovEl socialismo y la lucha política, 1883)

jueves, 4 de noviembre de 2021

El intelectual y su papel a la hora de blanquear la esencia del movimiento trap; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

«En este bloque analizaremos el porqué de la alianza entre cierta parte de la intelectualidad y los traperos; la metodología y los argumentos que utilizan aquellos «filósofos» y «expertos musicales» que lo defienden, etc.

Algunos a estas alturas del documento seguro que espetarán: «Pero si tan poco os gusta el movimiento trap actual, si os parece zafio, entonces, ¿¡qué hacéis dedicándole un artículo!?». A esto bien podríamos responder con la famosa frase de Terencio que el mismo Marx hizo suya: «Nada humano me es ajeno», ante lo cual tendríamos que aclarar para algunos despistados: «Y porque no nos gusta que nuestra juventud tire su futuro en balde». Reproduzcamos unos versos de un conocido y admirado músico en el mundo rapero y trapero:

«Me busco la vida para tener mis caprichos / Mi chándal, mis zapas mis temas de Los Chichos. (...) Soy el carterista que tiene tu cartera / Yo soy lo más kinki de la escena navajera». (Jarfaiter; Sonido Kinki, 2011)

Lo primero de todo, pedimos perdón al lector por adelantado por la ristra de jerga lumpen que mostraremos en este artículo. Esperemos que no se pierda y, en medida de lo posible aclararemos ciertos términos para que no abandone la lectura, pero debe entender que es algo necesario para comprender las letras y el vocabulario habitual de estas tribus urbanas y su forma de ver las cosas. En palabras de sus autores:

«¿Que es el trap? Cocaína y follar», resume Fernando, alias Yung Beef, uno de los cuatro componentes de Pxxr Gvng». (El Mundo; El 'trap', la música que odian los padres 2015)

Ernesto Castro como «filosofo del trap»

«E.C.: El público es tan ignorante que se queda en la pura superficialidad de la provocación, algo que por otro lado es una reacción habitual de la gente ante las expresiones de vanguardia». (Diario de Sevilla; «El público es tan ignorante que no va más allá de la superficie provocadora del «trap», 17 de octubre de 2019)

En efecto, que actualmente se le intente dar un barniz filosófico y un trasfondo a algo como el trap que no lo tiene por ningún lado, es bastante triste. No se veía nada tan lamentable desde el intento de lavado de cara que Deleuze –autor posmoderno– y muchos otros intentaron hacer con la filosofía de Nietzsche, al cual poco menos que quisieron presentar –a este reaccionario consumado– como una especie de «coach motivacional», intentando ocultar la mayor parte de su ideario supremacista e individualista, hablándonos de cosas anecdóticas y distorsionadas. Pues hoy, tarea similar emprenden los intelectuales como Ernesto Castro, al cual con su permiso usaremos una y otra vez, porque nos parece magnífico como paradigma. Este autor alcanzó su cuota de fama por su libro «El trap: Filosofía millenial para la crisis en España» (2019), en el cual intentó realizar un estudio filosófico, sociológico y en menor medida musical sobre dicho fenómeno. Lo que salió de tal «intento» fue uno de los mayores blanqueamientos culturales que se han visto jamás. Cuando le preguntaron en una entrevista con Javier Blánquez si era, como decían, el filósofo del trap, este filósofo madrileño, con su pedantería característica, respondió: «Más bien soy el trapero de la filosofía». Entonces, ¿quién mejor que él para continuar con nuestro recorrido sobre este género?

Pero antes de seguir hemos de poner el contexto al lector, puesto que para quien desconozca quién es este elemento, Ernesto Castro, resulta que él es un filósofo que imparte clases en la Universidad Autónoma de Madrid y que se hizo famoso por dar conferencias a favor de la ideología de la Escuela de Gustavo Bueno, pero de una forma peculiar: lo mismo iba vestido de torero a la facultad para explicar a Tomás de Aquino, que se cambiaba el color del tinte de pelo semanalmente para llamar la atención. Sin duda hace honor al himno no oficial del posmodernismo: «¡Ya que no tiene nada interesante que decir al menos procura que hablen de sus histriónicas performances!». Sobre la ideología que porta, diremos, sin querer ser demasiado duros, que todavía hoy nos es inexplicable entender cómo es posible que él, siendo ya un curtido estudiante de filosofía, se dejase engañar por esa pantomima tan rancia y simplona como es el nacionalismo de Gustavo Bueno, su «materialismo filosófico» –nombre cuanto menos de chiste pues de «visión materialista del mundo» tenía más o menos la misma que sus predecesores inmediatos, Unamuno y Ortega y Gasset, es decir, poco o nada–. Aunque hace tiempo que el señor Castro afirma haber abandonado tal secta y la critica con ahínco, todavía no ha superado su idealismo inherente –por eso, entre otras cosas, es admirador de las ideas religiosas de Francisco Suárez, o rinde aún pleitesía a su antiguo maestro Bueno enseñando sus dogmas fundamentales en cuanto a estudios sobre arte–. El problema es que este filósofo, de por sí, es alguien que acostumbra a dejarse maravillar por cualquier charlatán de turno, procurando adoptar sus mismos sofismas. Así, declaraba sin vergüenza:

«Ernesto Castro: Yo no escribo para que me entiendan, sino que también escribo para lanzar ciertos mensajes encriptados en una botella que ya llegarán a quien tenga que llegar». (Relatos Sonoros; Con Javier Blánquez y Ernesto Castro: Trap, música y filosofía en tiempos de crisis, 2020)

¡Este es el tipo de «filósofos» que los niños temen tanto como al hombre del saco! Los que hacen complicado lo que es sencillo, los que son «incomprendidos» por la «masa» y solo esperan la llegada de «verdaderos» discípulos de su «círculo de fieles». Por este tipo de pamplinas no es extraño ver las aulas de filosofía de las universidades vacías. Pese a su teórico «abandono» de los postulados de la Escuela de Gustavo Bueno, el señor Castro ha conservado lo peor de su bagaje: el idealismo subjetivista, la invención de palabras complejas innecesarias y la no adecuación del registro a lo que pide el ambiente. Sobre esto último, recomendamos mirar cualquiera de sus entrevistas y tertulias. En una, concedida a la Cadena SER en 2019, recibió varias señales por parte de los entrevistadores que daban a entender que el público no se estaba percatando de nada de su discurso en clave de catedrático de filosofía, pero él, pese a todo, continuaba igual, contra viento y marea, ¿cómo era aquello? «¡Show must go on!». No por casualidad su ídolo es ese idiota de Slavoj Žižek, aquél que instaba a votar a Trump porque en un delirio de «fatalismo revolucionario», según él, «cuanto peor, mejor», como si el trumpismo por su reaccionarismo fuese a elevar mágicamente la conciencia de clase de los obreros mecánicos de Boston o los obreros de la construcción de Kentucky. Si las cosas fuesen tan estúpidamente simples, haría siglos que en el Capitolio hondearía una bandera roja. 

martes, 2 de noviembre de 2021

El libro de Lenin «Un paso adelante, dos pasos atrás» y su lucha contra los conceptos mencheviques de organización


«Después del IIº Congreso de 1903, la lucha dentro del Partido se agudizó todavía más. Los mencheviques esforzábanse con todo ahínco en minar los acuerdos del Congreso y apoderarse de los organismos centrales del Partido. Exigían que se incorporasen a la redacción de la «Iskra» y al Comité Central el número de representantes suyos necesarios para tener mayoría en la redacción del periódico y la paridad con los bolcheviques en el C.C. Los mencheviques rechazaron esta exigencia, que contravenía los acuerdos explícitos del Congreso. En vista de esto, los mencheviques crearon, a espaldas del Partido y hostil al mismo, su propia organización fraccional, a cuyo frente se hallaban Martov, Trotski y Axelrod, y «se rebelaron según frase de Martov contra el leninismo». Eligieron como método de lucha contra el Partido «la desorganización de todo el trabajo del Partido, saboteando, entorpeciéndolo en todo lo que podían» palabras de Lenin. Se atrincheraron en la «Liga extranjera» de los socialdemócratas rusos, cuyos componentes, en un noventa por ciento, eran intelectuales emigrados, desligados de toda actuación práctica en Rusia, y comenzaron a hostilizar desde allí al Partido, a Lenin y a los leninistas.

Plejanov ayudó considerablemente a los mencheviques. En el IIº Congreso de 1903, había marchado de acuerdo con Lenin, pero después se dejó asustar por los mencheviques con la amenaza de la escisión y decidió «reconciliarse» a toda costa con ellos. El peso de sus viejos errores oportunistas le arrastraban al campo menchevique. No tardó en convertirse, de conciliador con los mencheviques oportunistas, en un menchevique más. Exigió que fuesen incorporados a la redacción de la «Iskra» todos los antiguos redactores mencheviques, rechazados por el Congreso. Y como Lenin no podía, naturalemente, avenirse a esto, salió de la redacción del periódico para hacerse fuerte en el Comité Central del Partido y derrotar desde aquí a los oportunistas. Plejanov, por sí y ante sí, infringiendo la voluntad del Congreso, incorporó a la redacción de la «Iskra» a los redactores mencheviques que había sido eliminados de ella. Desde este momento, a partir del número 52, los mencheviques convirtieron el periódico en órgano suyo y comenzaron a predicar desde él sus ideas oportunistas.