martes, 31 de mayo de 2022

Sobrestimar las facilidades de los antecesores e infravalorar las ventajas de tu tiempo, el rasgo de todo filisteo; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«Antes de continuar, habría que remarcar la historia de fantasía que en su día se montó la «Línea de Reconstitución» (LR) para explicar el nacimiento, desarrollo y éxito de los bolcheviques, y de porqué ellos no han tenido un camino ni remotamente similar. 

En primer lugar, lo pintaron todo como si los bolcheviques hubieran contado con un contexto mucho más favorable al hoy existente −¡vaya mala suerte la nuestra!−: «Los marxistas hubieron de resolver tareas políticas muy similares a las que nosotros ahora tenemos planteadas, aunque relativamente más difíciles en nuestro caso, dada la actual crisis del marxismo». (La Forja, Nº33, 2005)

En segundo lugar, describieron que en la Rusia de aquellos días hubo durante diez años seguidos una progresión del estado de ánimo de las masas y el movimiento revolucionario (sic), un: «Estado de ánimo de las masas, en pleno movimiento ascendente desde 1895 −movimiento que culminaría con la revolución de 1905−». (La Forja, Nº33, 2005)

En tercer lugar, dieron a entender que tras la aparición de la ruptura entre mencheviques y bolcheviques en 1903, estos últimos vencieron automáticamente a los primeros −lo cual implica dejar a un lado los intentos de reconciliación y luchas entre ambos que habrían de venir, así como también ignorar muchas otras fracciones y escisiones que surgieron en lo sucesivo−: «Hacia 1903 los marxistas revolucionarios rusos debían cubrir el último tramo de su lucha de desenmascaramiento de las corrientes políticas oportunistas de la época». (La Forja, Nº33, 2005)

En cuarto lugar, por si esto no fuera poco, también se quejaron amargamente de que: «[Algunos] no ven que, en 1903, cuando se crea el primer partido marxista revolucionario ruso, la cuestión de la ideología y de la madurez política estaba relativamente garantizada por 10 años de experiencia política de los marxistas rusos y por el profundo conocimiento de la doctrina de los fundadores del Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia (POSDR)». (La Forja, Nº10, 1996)

Echemos un ojo a estos puntos, ya que ninguno es cierto al cien por cien. 

En realidad, los «reconstitucionalistas» siempre han exagerado las dificultades de su época particular −a fin, claro está, de maquillar sus pobres resultados hasta ahora y no hacerse cargo de ellos−, olvidando mencionar las ventajas con las que ellos cuentan que los revolucionarios rusos y otros nunca tuvieron. ¿Cuáles? Empezando con que hoy, en plena era digital, con un par de clics cualquiera puede tener a su disposición las obras completas de casi cualquier autor; con que en el presente todo hijo de vecino puede ir a la biblioteca de la esquina a estudiar tranquilamente a sus referentes; o con que uno puede en su casa o en la copistería de en frente de su barrio imprimir cualquier cosa sin mayor problema. ¿Se imaginan lo que pensarían las figuras del siglo XIX y XX de nuestras enormes facilidades en este sentido? En cambio, ¿a qué tipo de obstáculos se enfrentaron nuestros predecesores cuando deseaban formarse ideológicamente? No era extraño que el material formativo se redujese a unos cuantos libros que iban pasando por las manos de todos los compañeros, siendo estos, no pocas veces, una pobre traducción casera o una traducción profesional que, al ser de las primeras ediciones, también dejaba mucho que desear. ¿Y qué decir cuando surgían dudas sobre temas donde no había referencia a mano? Allí la máxima referencia era consultar a alguien que hubiera tenido el privilegio de leer algo del tema en algún momento remoto de su vida, momento en el que dicho sujeto debía ejercer un arduo trabajo de memorística para rescatar cuales eran los argumentos de ese texto sin incurrir en invenciones o distorsiones, y después de todo razonar si estaba en lo cierto o no. ¡Casi nada!

martes, 17 de mayo de 2022

¿Es cierto que el marxismo menosprecia o cercena el papel del hombre en la historia?; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«En este apartado abordaremos las clásicas polémicas contra el marxismo, como acusarle de «infravalorar o limitar la actividad trasformadora del hombre»; de plantear que no tiene sentido aquello de que «el ser social determina la conciencia social»; o que «aquello de base y superestructura» es «mecanicista» y «no puede explicar nada», como en su día mantuvieron diversos pensadores, tanto famosos como poco conocidos −Barth, Bernstein, Jaurès, Thompson, Sacristán, Astrada o Montserrat, entre otros−. Aprovechando la ocasión, esto nos servirá para indagar en cómo los discípulos de Marx y Engels se enfrentaron a este tipo de desafíos que sus adversarios lanzaban una y otra vez, por lo que rescataremos los textos clásicos de los Kautsky, Mehring, Labriola, Lafargue, Plejánov o Lenin contra sus adversarios y falsos aliados. Esto será propicio para comprobar que el revisionismo no tiene nada que ofrecer salvo una cabezonería que consiste en la repetición de las viejas habladurías y deseos febriles en donde se toma a la realidad no como es, sino como le gustaría que fuese −lo que les impide aceptarla, conocerla y transformarla−. Una vez repasemos los fundamentos −y no los supuestos− del materialismo histórico, abordaremos esos intentos de sustituir lo que es un conocimiento sosegado de la realidad −a fin de actuar sobre ella− por esa baldía filosofía que se «autoconoce» y «traspasa» todos los límites, algo que bien podría ser firmado por el mismísimo Schopenhauer o Nietzsche.

Paul Barth y su crítica al «economicismo» de Marx y Engels

Sin duda uno de los objetivos de los «marxistas de segunda generación», como Lafargue, Mehring, Kautsky, Plejánov o Labriola, fue el divulgar −con más o menos acierto y rigor− la obra de Marx y Engels. En suma, con la documentación y explicaciones proporcionadas esta labor debería haber sido suficiente para cerrar el debate artificial sobre si se debe considerar la interpretación histórica de Marx y Engels como un «economicismo» vulgar y mecánico. Sin embargo, esto no ha impedido, cómo era de esperar, que cada cierto tiempo los lacayos de la burguesía hayan repetido las mismas acusaciones contra el llamado «materialismo histórico» una y otra vez. Un buen ejemplo de ello es la tesis que presentó Juan Domingo Sánchez Estop en un seminario de filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, en donde consideró que, en Marx:

«El sentido de la historia se halla predeterminado. Lo cual significa colocar el pretendido determinismo marxista dentro de una teleología histórica universal. La acción de los individuos se halla determinada por la producción material de su existencia. Lo cual equivale a establecer como tesis marxista, no ya un determinismo teleológico sino un determinismo de la causa eficiente de carácter mecanicista». (Juan Domingo Sánchez Estop; Determinismo e historia en Karl Marx, 1984)

Sin embargo, antes que él, ya hubo muchas otras falsas eminencias que repitieron toda esta ristra de sin sentidos, demostrando no haber dedicado un solo minuto a estudiar la obra del autor en cuestión. En su momento, los marxistas de la época ya se encargaron de aclarar varias de estas cuestiones:

«Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. (…) Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta −las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas− ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores. (…) De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado». (Friedrich Engels; Carta a J. Bolch, 22 de septiembre de 1890)

Este comentario ya valdría para cerrar todo el debate sobre si el materialismo histórico de Marx y Engels es un «determinismo económico extremo», de si «reduce la voluntad de los hombres a cero», y otras chorradas que tanto se han repetido cíclicamente. Solamente por el interés supremo del lector, y para constatar la poca originalidad de nuestros críticos, seguiremos con la exposición.

En 1890, en una conocida emisiva, Friedrich Engels respondió a Konrad Schmidt en torno a las diversas opiniones que últimamente venían vertiéndose sobre el materialismo histórico, especialmente aquella acusación que aseguraba que este método «ignoraba el papel que ejercía en las sociedades la política, la moral, la legislación, la psicología y demás», pues «solo tenía en cuenta la economía». En virtud de esto, contestó a su allegado que si este tipo de críticos, como Paul Barth, deseaban comprobar si tal cosa era verdad, podían empezar por revisar de primera mano su literatura. Ahora, otra cosa muy diferente era que estas afirmaciones no fuesen un lamentable malentendido, sino una campaña de difamación calculada con premeditación y alevosía:

«Por tanto, si Barth cree que nosotros negamos todas y cada una de las repercusiones de los reflejos políticos, etc., del movimiento económico sobre este mismo movimiento económico, lucha contra molinos de viento. Le bastará con leer «El 18 de brumario de Luis Bonaparte» (1852), de Marx, obra que trata casi exclusivamente del papel especial que desempeñan las luchas y los acontecimientos políticos, claro está que dentro de su supeditación general a las condiciones económicas. O «El Capital» (1867), por ejemplo, el capítulo que trata de la jornada de trabajo, donde la legislación, que es, desde luego, un acto político, ejerce una influencia tan tajante. O el capítulo dedicado a la historia de la burguesía. Si el poder político es económicamente impotente, ¿por qué entonces luchamos por la dictadura política del proletariado?». (Friedrich Engels; Carta a Konrad Schmidt, 27 de octubre de 1890)

Franz Mehring, en su conocida obra «Sobre el materialismo histórico» (1893), recogió las quejas de Paul Barth, filósofo, sociólogo e historiador que ejerció como docente en la universidad de Leipzig. Él continuó insistiendo en que el método de Marx era «muy indeterminado» y que «solo ocasionalmente explica y fundamenta con algunos pocos ejemplos en sus escritos». Pero su reticencia principal residía en que, a su parecer, no existía «tal primacía de la economía sobre la política». Engels consideró muy positivamente este trabajo de su amigo Mehring, pues destruía las ridículas nociones del señor Barth, quien aún se encontraba anclado en los relatos idealistas que trataban de explicar las cruzadas en Oriente Medio (S. XI-XIII), o las cruzadas bálticas (S. XII-XIII), por meras motivaciones ideológicas como el «fervor religioso»:

«Las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven, permanecen ignoradas para él; de otro modo, no sería tal proceso ideológico. Se imaginan, pues, fuerzas propulsoras falsas o aparentes. Como se trata de un proceso discursivo, deduce su contenido y su forma del pensar puro, sea el suyo propio o el de sus predecesores. Trabaja exclusivamente con material discursivo, que acepta sin mirarlo, como creación, sin buscar otra fuente más alejada e independiente del pensamiento; para él, esto es la evidencia misma, puesto que para él todos los actos, en cuanto les sirva de mediador el pensamiento, tienen también en éste su fundamento último». (Friedrich Engels; Carta a Franz Mehring, 14 de julio de 1893)

De hecho, el trabajo de investigación histórica de Mehring fue tan fructífero en esos años que también tuvo tiempo de analizar otros conflictos, como la famosa Guerra de los Treinta Años (1618-1648). En su obra «Gustavo Adolfo II de Suecia la Guerra de los Treinta Años y la construcción del Estado alemán» (1894), expuso una vez más cómo musulmanes, calvinistas, católicos y protestantes se aliaron y se traicionaron mutuamente, siendo el «fervor religioso» un motivo secundario para que los emperadores y príncipes declarasen la guerra o tejiesen alianzas, y la prueba está en que muchos de ellos no tenían problema en cambiar de fe si con eso aseguraban sus posesiones y privilegios. Esto no quiere decir, como algunos han malinterpretado, que toda ideología −política, filosófica, religiosa u otra− sea «falsa» y que no debemos preocuparnos lo más mínimo por estudiar su origen o combatir su influencia. Nada que ver. La ideología, como forma de conciencia social, es el reflejo de unos intereses materiales, y sin hallar estos condicionantes, no podemos comprender las propias ideas y su propia idiosincrasia, especialmente cuando más nos alejamos en el tiempo. Qué cercanas o lejanas estén dichas ideas de la realidad −y a quién representen−, es otro tema, como luego veremos.

lunes, 9 de mayo de 2022

Engels: «Para entender el cuadro general hay que estudiar las partes»

«Si nos paramos a pensar sobre la naturaleza, sobre la historia humana, o sobre nuestra propia actividad espiritual, nos encontramos de primeras con la imagen de una trama infinita de concatenaciones y mutuas influencias, en la que nada permanece en lo que era, ni cómo y dónde era, sino que todo se mueve y cambia, nace y perece. Vemos, pues, ante todo, la imagen de conjunto, en la que los detalles pasan todavía más o menos a segundo plano; nos fijamos más en el movimiento, en las transiciones, en la concatenación, que en lo que se mueve, cambia y se concatena. Esta concepción del mundo, primitiva, ingenua, pero esencialmente justa, es la de los antiguos filósofos griegos, y aparece expresada claramente por vez primera en Heráclito: todo es y no es, pues todo fluye, todo se halla sujeto a un proceso constante de transformación, de incesante nacimiento y caducidad. Pero esta concepción, por exactamente que refleje el carácter general del cuadro que nos ofrecen los fenómenos, no basta para explicar los elementos aislados que forman ese cuadro total; sin conocerlos, la imagen general no adquirirá tampoco un sentido claro. Para penetrar en estos detalles tenemos que desgajarlos de su entronque histórico o natural e investigarlos por separado, cada uno de por sí, en su carácter, causas y efectos especiales, etc. Tal es la misión primordial de las ciencias naturales y de la historia, ramas de investigación que los griegos clásicos situaban, por razones muy justificadas, en un plano puramente secundario, pues primeramente debían dedicarse a acumular los materiales científicos necesarios. Mientras no se reúne una cierta cantidad de materiales naturales e históricos, no puede acometerse el examen crítico, la comparación y, congruentemente, la división en clases, órdenes y especies. Por eso, los rudimentos de las ciencias naturales exactas no fueron desarrollados hasta llegar a los griegos del período alejandrino, y más tarde, en la Edad Media, por los árabes; la auténtica ciencia de la naturaleza sólo data de la segunda mitad del siglo XV, y a partir de entonces, no ha hecho más que progresar constantemente con ritmo acelerado. El análisis de la naturaleza en sus diferentes partes, la clasificación de los diversos procesos y objetos naturales en determinadas categorías, la investigación interna de los cuerpos orgánicos según su diversa estructura anatómica, fueron otras tantas condiciones fundamentales a que obedecieron los progresos gigantescos realizados durante los últimos cuatrocientos años en el conocimiento científico de la naturaleza». (Friedrich Engels; Del socialismo utópico al socialismo científico, 1880

sábado, 7 de mayo de 2022

¿Por qué se afirma que las matemáticas toman sus conceptos de números y figuras de la vida real?

«Claro que la matemática pura tiene una validez independiente de la experiencia particular de cada individuo; pero lo mismo puede decirse de todos los hechos establecidos por todas las ciencias, y hasta de todos los hechos en general. Los polos magnéticos, la composición del agua por el oxígeno y el hidrógeno, el hecho de que Hegel ha muerto y el señor Dühring está vivo, son válidos independientemente de mi experiencia o de la de otras personas, y hasta independientemente de la experiencia del señor Dühring en cuanto que éste se duerma con el sueño del justo. Pero lo que no es verdad es que en la matemática pura el entendimiento se ocupe exclusivamente de sus propias creaciones e imaginaciones. Los conceptos de número y figura no han sido tomados sino del mundo real. Los diez dedos con los cuales los hombres han aprendido a contar, a realizar la primera operación aritmética, no son ni mucho menos una libre creación del entendimiento. Para contar hacen falta no sólo objetos contables, enumerables, sino también la capacidad de prescindir, al considerar esos objetos, de todas sus demás cualidades que no sean el número, y esta capacidad es resultado de una larga evolución histórica y de experiencia. También el concepto de figura, igual que el de número, está tomado exclusivamente del mundo externo, y no ha nacido en la cabeza, del pensamiento puro. Tenía que haber cosas que tuvieran figura y cuyas figuras fueran comparadas, antes de que se pudiera llegar al concepto de figura. La matemática pura tiene como objeto las formas especiales y las relaciones cuantitativas del mundo real, es decir, una materia muy real. El hecho de que esa materia aparece en la matemática de un modo sumamente abstracto no puede ocultar sino superficialmente su origen en el mundo externo. Para poder estudiar esas formas y relaciones en toda su pureza hay, empero, que separarlas totalmente de su contenido, poner éste aparte como indiferente; así se consiguen los puntos sin dimensiones, las líneas sin grosor ni anchura, las a y b y las x e y, las constantes y las variables, y se llega al final, efectivamente, a las propias y libres creaciones e imaginaciones del entendimiento, a saber, a las magnitudes imaginarias. Tampoco la aparente derivación de las magnitudes matemáticas unas de otras prueba su origen apriorístico, sino sólo su conexión racional. Antes de que se llegara a la idea de derivar la forma de un cilindro de la revolución de un rectángulo alrededor de uno de sus lados ha habido que estudiar gran número de rectángulos y cilindros reales, aunque de forma muy imperfecta. Como todas las demás ciencias, la matemática ha nacido de las necesidades de los hombres: de la medición de tierras y capacidades de los recipientes, de la medición del tiempo y de la mecánica. Pero, como en todos los ámbitos del pensamiento, al llegar a cierto nivel de evolución se separan del mundo real las leyes abstraídas del mismo, se le contraponen como algo independiente, como leyes que le llegaran de afuera y según las cuales tiene que disponerse el mundo. Así ha ocurrido en la sociedad y en el Estado, y así precisamente se aplica luego al mundo la matemática pura, aunque ha sido tomada sencillamente de ese mundo y no representa más que una parte de las formas de conexión del mismo, única razón por la cual es aplicable». (Friedrich Engels; Anti-Dühring, 1878)