sábado, 20 de julio de 2024

Xhafer Dobrushi; Los puntos de vista antimarxistas de los revisionistas titoístas sobre la nación: Una expresión de su perspectiva idealista y reaccionaria del mundo, 1987

«Como siempre, los revisionistas titoístas continúan afirmando que, supuestamente, han abordado y resuelto la cuestión nacional en su país de una manera marxista-leninista. Por supuesto, no podría ser más falso. Los análisis científicos y materialistas del PTA y del camarada Enver Hoxha de esta peligrosa tendencia revisionista han demostrado que las teorías titoístas y sus prácticas en la nación y la cuestión nacional, como todos sus puntos de vista y posiciones sobre la teoría y la práctica del socialismo científico no contienen nada de proletario ni socialista, se desvían flagrantemente del marxismo-leninismo. Las teorías de los revisionistas titoístas sobre la noción de la nación, que expresa su perspectiva del mundo reaccionaria e idealista, sirven directamente a los intereses de la burguesía chovinista yugoslava. Son intentos de proporcionar una «base teórica» para su política burguesa, nacionalista y chovinista que se implementa en Yugoslavia y que caracteriza todo su sistema de «autodeterminación» capitalista.

La teoría marxista-leninista ha proporcionado y formulado hace mucho un concepto científico y materialista completo sobre la nación. Partiendo de los principios fundamentales establecidos por Marx, Engels y Lenin sobre esta cuestión, de la base de un análisis dialéctico completo del proceso histórico y las condiciones materiales que han llevado a la creación y fortalecimiento de las comunidades sociales y el reemplazo de las comunidades inferiores, como los parentescos y tribus, con otras comunidades superiores, nacionalidades y naciones, J.V. Stalin realizó una definición científica de la nación:

«La nación es una comunidad permanente de personas formada históricamente que ha surgido sobre la base de la comunidad del idioma, territorio, vida económica y formación psicológica, que se manifiesta en la comunidad cultural». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El marxismo y la cuestión nacional, 1913)

Esta definición expresa las características más generales y los componentes principales de la nación. La negación de cada una de ellas y los intentos de añadir otros elementos no son más que una desviación abierta de la teoría marxista-leninista de la nación, esfuerzos en vano por encubrir y justificar la persecución de una política no proletaria en la cuestión nacional. Con sus puntos de vista y posiciones prácticas, los revisionistas yugoslavos se han opuesto abiertamente a la concepción y definición científica y materialista de la nación en todos sus aspectos. Tras levantarse contra el concepto marxista-leninista de Stalin sobre la nación y su definición científica, uno de los líderes titoístas y principales teóricos, Edvard Kardelj, se comprometió a hacer una «nueva» definición:

«La nación, como la concebimos actualmente, es un fenómeno histórico, socioeconómico y político-cultural que ha surgido a partir de condiciones definidas de la división social del trabajo». (Edvard Kardelj; El desarrollo de la cuestión nacional eslovena, 1977)

Como se ve, en esta definición Kardelj excluye, no involuntariamente, del contenido de la nación todo lo que caracteriza la esencia de la comunidad nacional. Distorsiona abiertamente el proceso histórico del surgimiento y la consolidación de las naciones, niega su rasgo más general que las caracteriza como comunidades permanentes de personas e ignora elementos tan determinantes como la comunidad del idioma, el territorio y vínculos económicos. Por supuesto, la definición de la nación de Kardelj no carece de propósitos. Es la conclusión de un voluminoso libro que, como dice el propio autor, fue escrito para aclarar y elaborar las bases teóricas del programa nacional de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia (LCY). Encontramos el espíritu antimarxista y anticientífico que impregna esta concepción de la nación de naciones que se encuentra en la base de las teorías de los revisionistas titoístas sobre la cuestión nacional y de la nación.

Entre las principales distorsiones que los revisionistas titoístas hacen de la teoría marxista-leninista de la nación está su falsificación del proceso de su formación. Al afirmar que «la nación (...) ha surgido en ciertas condiciones de la división social del trabajo», Kardelj no menciona la causa principal que condujo a la formación y consolidación de las comunidades nacionales que, como se sabe, es la creación del modo capitalista de producción. Llega a predicar abiertamente que la división social del trabajo es la causa principal, no sólo de la formación de las comunidades nacionales, sino también del surgimiento del sistema capitalista.

Por supuesto, este es un concepto y una posición que está flagrantemente en contra del proceso histórico del desarrollo social, las condiciones materiales y las leyes objetivas que condujeron al surgimiento del modo de producción capitalista. El análisis de estas condiciones y el conocimiento de estas leyes, un análisis realizado en detalle por Marx, Engels, Lenin y Stalin muestra que no es la división social del trabajo lo que provoca tales transformaciones en la sociedad como la aparición de naciones y el modo capitalista de producción, sino que precisamente es el modo capitalista de producción lo que determina tanto el surgimiento de las naciones como la necesidad de profundizar la división social del trabajo.

En «El Capital» (1867), su monumental obra, Karl Marx aporta argumentos científicos para mostrar el proceso del derrocamiento del feudalismo y el surgimiento del capitalismo. La base de este proceso radica, no en la división social del trabajo, como Kardelj trata de hacernos creer, sino en la acumulación de capital, la concentración de una gran riqueza en dinero en manos de los grandes terratenientes, comerciantes y usureros. Los propietarios de este capital, en sus constantes esfuerzos por aumentarlo, concentran los medios de producción y a los obreros en talleres. De esta manera surgieron las primeras empresas que utilizaban a obreros contratados que realizaban trabajos manuales sobre la base de la división social del trabajo. La creación de las dos nuevas clases de la sociedad: la burguesía y el proletariado, la creación de un mercado nacional unificado y la profundización de la división social del trabajo son una expresión y el resultado de este grado de desarrollo de la producción social y las relaciones materiales relativas.

La división social del trabajo ha existido en las formaciones sociales precapitalistas, pero no ha conducido ni ha podido conducir al surgimiento de las naciones, ni puede conducir al derrocamiento de un orden social y al triunfo de otro superior, porque como categoría social, la división social del trabajo asume sus formas definidas y difiere y profundiza según la naturaleza de las formaciones socioeconómicas. Precisamente sobre esta cuestión, Marx señaló que:

«La división del trabajo manufacturero es un resultado muy específico del modo de producción capitalista». (Karl Marx; El Capital, 1867)

Criticando a Proudhon, quién concibió la división del trabajo como una categoría permanente, como una causa determinante que condujo al surgimiento de todas las relaciones de producción capitalista, Marx subrayó:

«La división del trabajo dentro del taller se desarrolló después de la acumulación y concentración de medios de producción y de los obreros (...) el desarrollo de la división del trabajo presupone la unión de los obreros en un mismo taller (...) en realidad este taller es una condición para la existencia de la división del trabajo». (Karl Marx; Miseria de la filosofía, 1847)

De aquí se desprende que no es la división del trabajo la que determina la transición del feudalismo al capitalismo. Y dado que las naciones son productos inevitables de la época burguesa del desarrollo social, el proceso de su surgimiento no puede vincularse de ninguna manera con la división social del trabajo.

Lenin y Stalin demostraron que las naciones se formaron en el proceso del surgimiento y desarrollo del capitalismo, en el proceso de la unificación de los mercados locales en un mercado nacional. Durante este proceso, se crean vínculos económicos que envuelven a toda la población que habla una lengua común y vive en el mismo territorio. Desde estas posiciones y con este espíritu, Lenin analiza el proceso de formación de la nación rusa. Dice:

«Sólo el nuevo período de la historia rusa −alrededor del siglo XVII−, se caracteriza por la fusión real de todas estas regiones, tierras y principados en un todo. Esta fusión (...) fue provocada por la extensión de los intercambios entre regiones, el crecimiento gradual de la circulación de mercancías y la concentración de los pequeños mercados locales en un mercado en toda Rusia». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?, 1894) 

Las tesis de los revisionistas titoístas, que vinculan el proceso de formación de las naciones con la división social del trabajo en el capitalismo, ocultan en sí objetivos contrarrevolucionarios. Según esta pseudo-teoría, así como la división social del trabajo en el capitalismo supuestamente condujo a la formación de naciones, en las condiciones del imperialismo actual, el desarrollo de la ciencia, la técnica y la revolución científico-técnica, cuando la división social del trabajo ha sido profundizada y extendida a dimensiones internacionales, automáticamente conduce a la cercanía y la unión de las naciones y a la desaparición de las diferencias nacionales. Escribe Kardelj:

«La división social del trabajo, que es requerida por este desarrollo de las fuerzas productivas y el volumen del intercambio de valores materiales en el mundo, va necesariamente más allá de las estrechas fronteras nacionales, acerca a las naciones e incluye al hombre directamente en el mecanismo de la economía mundial. Junto a esto, se debe cambiar la conciencia del hombre sobre su interés material y cultural y, de hecho, se está cambiando. En este momento se están formando organizaciones internacionales para la cooperación económica, que muestran que la conciencia de los intereses económicos comunes está trascendiendo las fronteras nacionales y extendiéndose a regiones cada vez más grandes. (...) Este es el proceso de unificación de naciones que se produce por la división social del trabajo en la época en que la humanidad está entrando en el socialismo». (Edvard Kardelj; El desarrollo de la cuestión nacional eslovena, 1977)

No se puede ser más explícito. El carácter metafísico y contrarrevolucionario de los reclamos de los titoístas reside en el hecho de que estos consideran la eliminación de la opresión nacional, y la cuestión del establecimiento de la igualdad entre naciones y su cercanía y unión como fenómenos que pueden resolverse en el marco del orden capitalista y sólo intensificando la división internacional del trabajo. Partiendo de estas posiciones, los revisionistas titoístas niegan la lucha de las masas populares en las naciones oprimidas por la libertad y la independencia contra la burguesía de las naciones opresoras, y con esto sólo justifican y fomentan la profundización de la desigualdad entre naciones, la opresión nacional más salvaje.

La tendencia objetiva del imperialismo a intensificar los vínculos económicos, políticos y culturales y a trascender y romper las fronteras nacionales sobre la base de la socialización internacional de la producción capitalista, como Lenin ha señalado con precisión científica, no conduce y nunca puede conducir a la unión voluntaria de naciones, como hacen los revisionistas titoístas. Al contrario, el único camino correcto seguido por el proletariado de acuerdo con esta tendencia es la lucha contra cualquier desigualdad nacional, el apoyo resuelto a los movimientos de liberación de las naciones oprimidas y la unión internacionalista del proletariado y los trabajadores dentro de un país y a escala internacional para deshacerse del yugo del capital y para luchar contra la burguesía y el imperialismo.

Está bastante claro que el «acercamiento» y la «unión» de las naciones en las condiciones del imperialismo de la que hablan los titoístas no es más que un reflejo de la realidad capitalista actual que se caracteriza por las tensas relaciones nacionales e internacionales; es el derecho del que la burguesía de las naciones opresoras, la burguesía americana y soviética, en primer lugar, se apropia para someter a otras naciones por la violencia y pisotear su soberanía. La interpretación titoísta de la tendencia imperialista para intensificar los vínculos económicos, políticos y culturales entre las naciones y a romper y trascender las fronteras nacionales, que supuestamente es producida por la división social del trabajo, pasa por alto las profundas contradicciones entre el proletariado y la burguesía, entre las naciones opresoras y oprimidas; equivale a predicar abiertamente la idea de que las naciones oprimidas deben someter y sacrificar su causa a los intereses de las superpotencias y otras potencias imperialistas.

Al defender la opinión de que la formación, existencia, unión y fusión de las naciones está determinada sólo por la división social del trabajo, los revisionistas titoístas se deslizan a posiciones totalmente metafísicas.

Primero, disocian arbitrariamente a la comunidad nacional del orden socioeconómico que lo engendra, de las relaciones de producción capitalistas, y, de esta manera, ignoran los cambios radicales que tienen lugar en el desarrollo de las naciones como resultado del cambio del orden social, el derrocamiento del capitalismo y el triunfo del socialismo. Precisamente por esta razón Kardelj se opone violentamente a las tesis marxistas que hacen una distinción de principios entre las naciones socialistas y las naciones burguesas e incluso considera esta distinción absurda.

Segundo, la posición metafísica de los revisionistas titoístas se hace aún más evidente desde su posición sobre el futuro de las naciones. Abogando por la unión de las naciones y la eliminación de las distinciones nacionales en las condiciones de la existencia de la propiedad privada y las relaciones de producción capitalistas, los titoístas se oponen al desarrollo libre e independiente de las naciones, de su idioma y cultura, un desarrollo que puede alcanzar su máximo nivel sólo en las condiciones de las relaciones de producción socialistas y comunistas, sólo cuando existen las condiciones para el liderazgo político del proletariado en la sociedad.

La negación de la tesis de que las naciones son comunidades sociales permanentes es otra distorsión de la teoría materialista de la nación por parte de los revisionistas yugoslavos. El marxismo-leninismo ha demostrado desde hace mucho que el idioma común, el territorio, la comunidad de vínculos económicos y la cultura, creados bajo la influencia directa del proceso histórico y transmitidos de una generación a otra, crea una comunidad fuerte y duradera de una nación. La conciencia nacional, que es el reflejo de fuertes y estrechos vínculos de los miembros de la nación, es formada y establece profundas raíces sobre esta base. En estos vínculos objetivos, los miembros de diferentes naciones ven sus intereses vitales, por lo tanto, la conciencia nacional se convierte en una fuente de lucha para la autoafirmación nacional y es transformada en una fuerza excepcional que permite que incluso las naciones más pequeñas o partes de ellas resistan durante siglos a los esfuerzos de las naciones opresoras de asimilarlas mediante la violencia. Esta conclusión ha sido confirmada hace mucho por la lucha prolongada y heroica que muchas naciones han librado y continúan librando para ganar su libertad.

La permanencia de las naciones, su resistencia y su fuerza interna, que se ha puesto en pie y continúa haciendo frente a los objetivos chovinistas de asimilación y exterminio, ha obligado a las clases dominantes de las naciones opresoras a utilizar, junto a la violencia desenfrenada, diferentes medios de esclavización espiritual para lograr sus objetivos: la esclavitud y asimilación de las naciones anexas o partes de ellas. Para esto, han estado inventando todo tipo de «teorías» y puntos de vista a través de los cuales astutamente tratan de sembrar la indiferencia respecto a la pertenencia nacional a las masas populares de las naciones oprimidas, para amortiguar los profundos sentimientos sobre su idioma, cultura, historia y costumbres ancestrales o para suprimirlas por completo para socavar o destruir su lucha por la afirmación nacional.

Una de estas pseudoteorías es la que identifica a la comunidad nacional con la comunidad estatal. Según esta teoría, en un estado multinacional la pertenencia nacional de cada ciudadano no está determinada por la base del idioma y otros componentes de la nación, sino en la ciudadanía. Los revisionistas yugoslavos adaptaron hace mucho tiempo la teoría burguesa que identifica la comunidad nacional con la comunidad estatal. Kardelj parte de estas posiciones metafísicas e idealistas cuando, en flagrante oposición a la teoría materialista del marxismo-leninismo, excluye de la noción de la nación una de sus características esenciales: su carácter como comunidad permanente de personas, y esta no es su única posición errónea.

Hay una larga historia de intentos de identificar la comunidad nacional con la estatal en Yugoslavia. Surgieron inmediatamente después de la creación del Reino de los serbios, croatas y eslovenos, como una tendencia de la burguesía serbia de «serbización» de otras naciones más pequeñas incluidas en el estado yugoslavo. El Partido Socialista Obrero (Comunista) de Yugoslavia se deslizó completamente en estas posiciones de la burguesía serbia cuando, en su primer congreso celebrado en abril de 1919, adoptó el lema «una nación y un estado nacional», y en su segundo congreso celebrado en junio de 1920, permaneció en las mismas aguas turbias, emitiendo el lema «unidad nacional». Esta posición, abiertamente nacionalista y chovinista comprometió gravemente al Partido Comunista de Yugoslavia ante los ojos de las naciones oprimidas.

Sin embargo, el Partido Comunista de Yugoslavia actuó de manera lenta y vacilante para alejarse de esta posición nacionalista, burguesa y oportunista. Bajo la fuerte presión de las masas y las críticas de la Comintern, necesitó tres años completos para renunciar al lema gran serbio de «unidad nacional». Más tarde el Partido Comunista de Yugoslavia no se deshizo de esta mentalidad burguesa ni de sus concepciones sobre la nación y la cuestión nacional. Esto se ve claramente en el hecho de que, en la segunda conferencia del Partido Comunista de Yugoslavia, las naciones incluidas en la comunidad estatal yugoslava fueron tratadas como tribus y, sobre esta base, fue lanzada la idea de que la «nación yugoslava» supuestamente estaba en «proceso de formación», es decir, que surgiría de la unión y fusión de estas llamadas tribus.

Esta concepción de la nación y la cuestión nacional por parte del PCY llevaba en esencia la idea de la «unidad nacional»; por lo tanto, coincidió plenamente con los objetivos de la burguesía gran serbia para la desnacionalización y asimilación de otras naciones incluidas en el Reino yugoslavo. Precisamente, esta situación malsana en las filas del PCY, especialmente en sus líderes, obligó a la Comintern a prestar atención continuamente a la cuestión nacional yugoslava.

En el Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista que se celebró en Moscú, del 21 de marzo al 6 de abril de 1925, hubo una discusión especial sobre la política nacional del Partido Comunista de Yugoslavia y se llamó la atención sobre el gran daño causado al movimiento de liberación nacional en Yugoslavia por la difusión de la idea de que supuestamente los serbios, croatas y eslovenos eran una sola nación. Dice la resolución de este Pleno:

«La leyenda de la unidad nacional de los serbios, croatas y eslovenos debe exponerse como un disfraz de la política nacionalista opresora de la burguesía chovinista serbia. Ningún comunista puede apoyar la difusión de esta leyenda a través de (...) la fábula de la fusión natural que se supone asiste al proceso del desarrollo económico». (Internacional Comunista; Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la IC, 1925)

La posición del Partido Comunista de Yugoslavia sobre el problema del yugoslavismo como una identidad nacional no cambió, en principio, en el momento en que los titoístas llegaron a la dirección de este partido. Tito, Kardelj y otros titoístas «se opusieron» a las opiniones de sus predecesores sobre «la única nación yugoslava» y la llamaron «viejo yugoslavismo», pero no lo hicieron porque partían de posiciones de principio o de los principios del marxismo-leninismo para abordar la cuestión nacional, sino que sólo para defender los intereses de la burguesía croata-eslovena de la política asimiladora de la burguesía serbia, para establecer una especie de equilibrio entre estas dos agrupaciones burguesas. De ahí la táctica de los titoístas quienes, por un lado, criticaron, como todavía lo hacen, el «viejo yugoslavismo» mientras por otro, propagan y apoyan su «nuevo yugoslavismo socialista» cubierto con frases oscuras y lemas huecos de «igualdad», «unidad» y «fraternidad». La esencia del yugoslavismo como ideología burguesa y política nacional burguesa surge casi abiertamente en la forma en que Kardelj define este fenómeno:

«La esencia del yugoslavismo actual puede ser sólo (...) la comunidad social, material y los intereses políticos de los trabajadores de todos los pueblos de Yugoslavia (...) lo que une a los pueblos de Yugoslavia es su componente humano general en lugar de sus componentes nacionales estrechos». (Edvard Kardelj; El desarrollo de la cuestión nacional eslovena, 1977)

Está claro que en un país como Yugoslavia en el que existe y se desarrolla la propiedad privada, en el que las contradicciones entre clases antagónicas se exacerban y profundizan sin cesar y en el que existe la opresión nacional en las formas más salvajes, «el componente humano general» del que hablan los titoístas y con el que intentan encubrir el verdadero significado del yugoslavismo, no es más que el derecho de la vieja y nueva burguesía de Yugoslavia, especialmente la burguesía serbia y la croata-eslovena, de oprimir y explotar despiadadamente a las otras naciones y nacionalidades en el sistema de autogestión capitalista.

El apoyo que el PCY dio al concepto del yugoslavismo como una identidad nacional y la propaganda realizada sobre esta cuestión fue más allá de los límites de la teoría. En el censo general de la población de Yugoslavia realizado en 1961, más de 317.000 personas se declararon de nacionalidad yugoslava, mientras que en el censo de 1981 este número aumentó a 1.216.463 o más de cuatro veces la cifra del censo anterior. En Serbia, los ciudadanos que se declararon yugoslavos constituyen el 12% de la población, en Croacia el 8,4%, en Bosnia-Herzergovina el 7,9% −aquí los registrados como yugoslavos son mayormente serbios y croatas−; mientras que en Macedonia los ciudadanos que se han declarado como yugoslavos representan sólo el 0,7% de la población y en Kosovo el 0,2%, etcétera.

La prensa titoísta también subraya el hecho de que la mayoría de los ciudadanos que se han declarado yugoslavos son serbios y croatas. «El lugar principal entre los yugoslavos», escribe el experto en ciencias demográficas M. Lalovic, «es ocupado por serbios y croatas (...) que se expresan en mayor número por la nacionalidad yugoslava». Es evidente que el yugoslavismo sirve directamente a los intereses de las naciones opresoras, y está dirigido a la desnacionalización y asimilación de las naciones más pequeñas.

Este gran y rápido crecimiento en el número de ciudadanos que se han declarado yugoslavos ha despertado una feroz polémica en diferentes niveles republicanos y federativos en Yugoslavia. Sin embargo, los titoístas, como todos los revisionistas, siguen una lógica propia. Su posición antimarxista consciente, que siempre los ha caracterizado, su arraigada hostilidad hacia la libertad y la verdadera igualdad de las naciones y nacionalidades y su obstinada defensa de los intereses de la nueva y antigua burguesía yugoslava, de la que forman parte, impulsan a los revisionistas yugoslavos a fomentar aún más la idea y la práctica de la creación de la nacionalidad yugoslava.

Además de los gran serbios, que se expresan abierta y arrogantemente por el unitarismo, también son típicas las declaraciones de algunas personalidades destacadas de la LCY que afirman ser teóricos de la cuestión nacional. «Desde un punto de vista nacional, todo el mundo tiene el derecho a identificarse por el medio en el que ha nacido o declararse de otra manera, es decir, también como yugoslavo», dijo el miembro del liderazgo del CC de la LCY, D. Dragosavac en una entrevista con la revista Mezhdunarodnaya politika. Al tratar con la misma pregunta en un mitin en Kozara, otro miembro del liderazgo del CC de la LCY, H. Pozderac, enfatizó: «¿Qué pasa si alguien se declara yugoslavo? Este es un derecho innegable de cada individuo y todos pueden declararse como quieran».

Incluso después de estas declaraciones abiertas en apoyo de la «nacionalidad yugoslava», estos revisionistas tienen el valor de afirmar que renunciar a la propia nacionalidad y declararse «yugoslavo» supuestamente no conduce a la identificación de la comunidad nacional con la comunidad estatal, que este fenómeno supuestamente no tiene nada que ver con la oposición a los esfuerzos de la afirmación nacional. Estas afirmaciones son tan absurdas que incluso muchas personalidades titoístas la denuncian abiertamente. escribe el profesor Dusan Dilandji, miembro del CC de la LC de Croacia y profesor en la Facultad de Ciencias Políticas de Zagreb:

«Creo que la aparición del yugoslavismo en el sentido de nacionalidad, especialmente el rápido aumento en el número de quienes lo adoptan, muestra que algo no está en orden en nuestra sociedad, porque esto no es un fenómeno social normal (...) Hay que decir que, en esencia, la pregunta es sobre una distorsión de la noción de la nación». (Dusan Dilandji; Rilindja, 1982)

La animación y fortalecimiento de las tendencias unionistas serbias han agudizado aún más la cuestión del «yugoslavismo». Fue uno de los principales temas de discusión en la convención científica con motivo del 40 aniversario de la primera reunión del Consejo Antifascista de Liberación Nacional de Yugoslavia. En la sección de ciencias históricas, surgió una feroz polémica sobre el tema. El lado serbio defendió abiertamente la tesis de regulación centralizada de Yugoslavia, lo mismo que en el Reino de antes de la guerra en el que la burguesía hizo la ley en toda Yugoslavia. Los gran serbios hicieron todo lo posible para expresar su pesar por la desaparición de la antigua Yugoslavia centralizada y expresaron su indignación por el hecho de que hoy no se sigue el mismo camino. Estas declaraciones despertaron una fuerte reacción. Dijo el sociólogo esloveno Òtipe Òuvar:

«En esta campaña leemos y escuchamos que una de las causas de la antigua Yugoslavia (...) fue la hostilidad hacia la idea yugoslava. Sin embargo, ellos −los gran serbios− enfatizan la (...) regulación centralista de la antigua Yugoslavia como la única alternativa real y recomiendan que también siga el camino europeo en nuestro tiempo, un camino que se expresó en la forma de Bismarck de unir a los alemanes en torno a Prusia, en el papel de Piamonte en el Risorgimento italiano, un papel que necesariamente se atribuye al pueblo serbio». (Òtipe Òuvar; Rilindja, 1983)

La línea y la política de los revisionistas titoístas que identifican la comunidad nacional con la comunidad estatal se deriva de su perspectiva idealista y metafísica del mundo y de los intereses de la vieja y nueva burguesía yugoslava que ellos defienden y representan. Contra la lógica del proceso objetivo y las condiciones históricas que llevaron a la formación de comunidades nacionales y al desarrollo de las características nacionales, ellos piensan que pueden ignorar la fuerza y la permanencia de las naciones y partes de las naciones, que pueden asimilar fácilmente algunas de ellas.

Decir a las naciones que conforman una «comunidad estatal», que renuncien a su identidad nacional, que luchen por su fusión y liquidación antes de la construcción de la sociedad comunista y, más aún, en las condiciones del capitalismo, como en el caso de Yugoslavia actualmente, es una postura metafísica que, desde el punto de vista de la teoría del materialismo histórico, proviene únicamente de una política chovinista.

Como se sabe, las condiciones para la fusión y la desaparición de las naciones se crean sólo después del triunfo del comunismo a escala mundial. Sólo el período histórico de transición desde el derrocamiento del capitalismo al comunismo, cuya característica fundamental es la existencia de la dictadura del proletariado, crea las condiciones para que las naciones anteriormente oprimidas y explotadas se desarrollen, prosperen y muestren sus verdaderos méritos. Sólo cuando la propiedad privada y las clases explotadoras sean liquidadas y cuando la sociedad comunista haya sido construida, esos factores que surgen y justifican el uso de la violencia por parte de algunas naciones sobre otras, desaparecerán de la sociedad, se establecerá la verdadera igualdad nacional y confianza mutua entre las naciones. Cualquier otra posición, cualquier negación o tendencia a la negación de los esfuerzos para la autoafirmación y desarrollo nacional integral, como siempre han hecho los revisionistas titoístas, va en contra del proceso dialéctico del desarrollo histórico y, como tal, presupone necesariamente el uso de la violencia salvaje. Dice Stalin:

«Tratar de proceder a la fusión de las naciones por medio de un decreto promulgado desde arriba, por medio de la coerción, significaría hacer el juego a los imperialistas, desbaratar la obra de la liberación de las naciones, echar por tierra todo el trabajo realizado para organizar la colaboración y la confraternidad de las naciones. Esa política equivaldría a la política de asimilación». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; La cuestión nacional y el leninismo, 1929)

El alejamiento de los revisionistas yugoslavos de la teoría marxista-leninista de la nación y su oposición abierta hacia ella es evidente en la postura que adoptan sobre otro aspecto esencial de la nación, su contenido como comunidad histórica de personas.

Formalmente, los revisionistas yugoslavos aceptan que la nación es una comunidad social histórica, pero junto a esto, en los documentos y materiales de su partido, en los discursos de los líderes titoístas y en las publicaciones de su prensa diaria también se habla de los musulmanes, rumanos o gitanos, etcétera, considerándolos como comunidades nacionales, nacionalidades. Esta es una distorsión abierta de la teoría marxista-leninista de la nación. Partiendo de posiciones erróneas, ellos identifican la comunidad social histórica con la comunidad religiosa o racial.

La comunidad nacional, que está formada y se consolida a través de un largo proceso histórico, principalmente por factores materiales objetivos internos, no debe confundirse o identificarse con las comunidades religiosas que se forman bajo la influencia de factores subjetivos o las comunidades raciales que están formadas principalmente bajo la influencia de factores biológicos externos. «La nación no es una comunidad étnica», dice Stalin, «ni es una comunidad tribal, sino una comunidad de personas históricamente formada».

Otra flagrante distorsión de la teoría marxista-leninista de la nación por parte de los revisionistas titoístas es que excluyen un componente tan indispensable como el lenguaje de la noción de la nación. La teoría marxista-leninista ha demostrado desde hace mucho tiempo que la comunidad del lenguaje es una de las características básicas de lo nacional. Todos los miembros de una nación hablan una lengua materna común «no hay nación que pueda hablar diferentes idiomas al mismo tiempo», señaló Stalin.

El proceso de formación de las naciones ha estado asociado en todas partes con la formación de su lengua común. Durante los siglos que constituyen el período de la sociedad sin clases precapitalista, el idioma y territorio común crearon las condiciones para la implantación gradual, entre los miembros de una nacionalidad, de costumbres y tradiciones comunes, un estilo de vida y una cultura comunes, así como vínculos comunes de muchos lados.

Con el derrocamiento del feudalismo y el triunfo del modo capitalista de producción, las nacionalidades se transformaron en naciones, que son comunidades sociales mucho más consolidadas y mucho más duraderas que las nacionalidades. Junto a los factores materiales económicos que, por supuesto, se encuentran en la base de este cambio progresivo, el lenguaje común hace que este proceso sea más fácil, es un elemento indivisible del mismo, ya que permite a los habitantes de diferentes regiones, que en condiciones del feudalismo vivían aislados unos de otros dentro de las posesiones de un señor feudal, comunicarse libremente entre sí en el proceso de producción e intercambio capitalista en el mercado nacional creado por este orden. Por lo tanto, el lenguaje no sólo se convierte en una característica esencial de la nación, sino que también en una condición para su desarrollo libre y completo.

De esta concepción materialista y científica del contenido de la nación y sus componentes se deriva la tesis marxista-leninista de que no puede haber desarrollo, afirmación o prosperidad de las naciones y de sus valores nacionales, sin apoyar el desarrollo y enriquecimiento de su idioma, literatura y cultura nacionales por todos los medios. De la misma concepción se deriva el conocido principio proletario de que, en un estado multinacional, la igualdad jurídica real de las lenguas nacionales y culturas es una demanda principal de la democracia y el socialismo.

Sin embargo, a partir de sus posiciones abiertamente antimarxistas, los revisionistas yugoslavos afirman que, en las condiciones actuales del desarrollo capitalista, el lenguaje ya no es una de las características principales de la nación, y que supuestamente es posible para los miembros de una nación hablar diferentes idiomas, etc. Respecto a esto son típicas las teorías de Kardelj que, hablando sobre la «unión» y «fusión» de las naciones, dice que:

«La diversidad de idiomas de esta comunidad no será en modo alguno un impedimento, sino que, con el aumento del nivel de la cultura general, la gente hablará varios idiomas. Que las lenguas de las naciones más grandes se convertirán, al mismo tiempo, en lenguas internacionales, esto es obvio». (Edvard Kardelj; El desarrollo de la cuestión nacional eslovena, 1977)

El contenido metafísico e idealista y los objetivos reaccionarios de las tesis titoístas son obvios si consideramos que Kardelj no vincula la unión y fusión de las naciones con la revolución proletaria, la dictadura del proletariado y el triunfo del comunismo a escala mundial −un proceso que pertenece al futuro− sino que lo ve como un proceso que tiene lugar hoy, ante nuestros ojos, en las condiciones del capitalismo, debido al desarrollo de las fuerzas productivas, avances científicos en la física, matemática, electrónica etc., y el desarrollo de la revolución científico-técnica. Estas fuerzas productivas «que se desarrollan constantemente», dice Kardelj, «transformarán gradualmente la conciencia del hombre y superarán las barreras nacionales, que ya han comenzado a derrumbarse, y el hombre se convertirá en un ciudadano directo del mundo».

Esto es puro cosmopolitismo que aboga por la negación de todas las distinciones nacionales, la fusión y asimilación de las naciones oprimidas más pequeñas por las naciones opresoras más grandes. En este caso, también, los revisionistas titoístas se manifiestan como fieles apologistas del imperialismo americano y su ideología y política de explotación.

Con sus teorías y prácticas en el espíritu de la ideología del cosmopolitismo, los revisionistas titoístas actúan como servidores del imperialismo internacional y de la nueva y vieja burguesía yugoslava, de quienes son sus voceros abyectos. La política nacional de la LCY expresa y protege precisamente estos intereses de la burguesía, también en materia de la lengua y cultura nacionales. Tanto en el momento de su expresión más salvaje en el período de Rankovic... como en el momento en que se hicieron algunas concesiones bajo la gran presión de las naciones y nacionalidades oprimidas, la política de la LCY se ha caracterizado siempre por el odio hacia las lenguas y culturas no serbocroatas, y por una completa falta de igualdad entre ellas. Un ejemplo de esto es la posición mantenida hacia la lengua y literatura albanesa, a la música y cultura albanesa, en general, en Yugoslavia.

Sin mencionar el período de 1945-1966, conocido como el período del Rankovic más salvaje... cuando a los albaneses que vivían en sus propios territorios en Yugoslavia se les negaron incluso sus derechos nacionales más elementales, como lo han admitido los titoístas, nos detendremos aquí en el desarrollo de estas dos últimas décadas que se anuncian como el «ideal» de la igualdad entre naciones y nacionalidades, y entre lenguas y culturas nacionales.

Es cierto que después de 1966, el idioma albanés, la literatura, la música, la educación y cultura en Kosovo se afirmaron y desarrollaron como nunca antes. Sin embargo, ese no era el mérito o el deseo de los revisionistas titoístas, o su línea y política. Al contrario, el crédito de todo va a la población albanesa en Kosovo, que lo ha logrado y defendido todo con sangre e innumerables sacrificios.

A pesar de estos logros, el idioma albanés y la cultura de los territorios albaneses en Yugoslavia siempre han sido tratados por los chovinistas serbios y yugoslavos como desiguales e inferiores comparadas con el idioma y la cultura serbocroata. Por lo tanto, se continúan ininterrumpidamente los esfuerzos −que se han intensificado después de los acontecimientos de 1981− de asimilación de la lengua y cultura albanesa en Kosovo por la lengua y cultura serbocroata. Escribe el periódico Rilindja:

«Debe admitirse que a pesar de todos los resultados (...) en la igualdad de los idiomas y publicaciones, especialmente en comparación con el período anterior a 1966 (...) la práctica muestra que queda mucho por hacer, particularmente en el caso de la lengua albanesa, que a menudo se la trata como un idioma de segunda categoría, tanto en la administración como en la vida política». (Rilindja, 19 de mayo de 1983)

La prensa en Kosovo trae innumerables ejemplos de la vida cotidiana para demostrar que al pueblo de Kosovo se le niega el derecho a usar su lengua materna, y que se les impone el uso del serbocroata. Subraya con preocupación que:

«En cada reunión de cualquier nivel, comunal o regional, el debate se lleva a cabo principalmente en serbocroata. Esta práctica se sigue no sólo desde 1981, sino que incluso de antes». (Boletín Tanjug, 4 de julio de 1982)

Significativo es el caso de una reunión en la Cámara Económica de la región de Kosovo en la que el serbocroata era el único idioma utilizado, aunque sólo 3 de 25 participantes eran serbios.

La teoría marxista-leninista de la nación deja claro que en un estado multinacional que realmente desea y trabaja por el desarrollo de las relaciones en un espíritu democrático de las naciones que lo conforman debería garantizar la libertad e igualdad de las naciones y las lenguas nacionales, publicaciones y culturas, y proporcionar sanciones concretas para aquellos que las violen. Al presentar las demandas del programa democrático sobre la cuestión nacional, Lenin enfatizó:

«Ningún privilegio absoluto para ninguna nación o cualquier idioma; la cuestión de la autodeterminación política de las naciones, es decir, la separación de sus estados, debe resolverse de manera totalmente libre y democrática; se debe emitir una ley para todo el Estado (...) que prevea los privilegios para una de las nacionalidades en cualquier campo o que invada la igualdad de las naciones o los derechos de una minoría nacional, debe declararse ilegal y nula (...) mientras que se debe reconocer a todos los ciudadanos el derecho a demandar la anulación de esta medida como sanciones anticonstitucionales y penales contra quienes la apliquen». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Notas críticas sobre la cuestión nacional, 1913)

Los revisionistas titoístas que afirman haber resuelto la cuestión nacional de la manera «leninista», pero que en realidad están lejos de su solución democrática, nunca han tenido o tienen tal ley. Como socialchovinistas, los titoístas incluyeron formalmente en su constitución de 1974 un artículo sobre la igualdad de las lenguas y publicaciones de las naciones y nacionalidades y prometieron que emitirían la ley relativa sobre la base de este artículo. Sin embargo, han pasado más de diez años desde entonces y ni la Federación ni la República de Serbia ha promulgado ninguna ley sobre la igualdad de los idiomas y las publicaciones nacionales.

Los intentos de los serbios y otros chovinistas de negar a los albaneses que viven en Yugoslavia su literatura y cultura e imponerles, a través de la violencia, las llamadas grandes culturas que supuestamente son las únicas capaces de contribuir al desarrollo de otras culturas sin tomar prestado nada de la riqueza cultural de otros pueblos y naciones, nunca podrán alcanzar sus objetivos. Aunque por «grandes culturas» quieren decir, en primer lugar, la cultura serbia actual que refleja en gran medida los intereses chovinistas de los gran serbios, tal ataque a la cultura del pueblo albanés en Kosovo se enfrentará a la decidida oposición de los albaneses. Un orador kosovar dijo en la reunión de la Comisión de Cultura y Relaciones internacionales del C.C de la L.C de Serbia:

«Insistir sólo en la contribución, como lo implica la lógica de las grandes culturas, y no en pedir prestado a las culturas más pequeñas, y aquí desafortunadamente las culturas de las nacionalidades son tratadas como culturas menores, es una lógica abiertamente hegemonista». (Rilindja, 24 de noviembre de 1983)

En la misma reunión, otro orador kosovar enfatizó:

«Constantemente representamos obras del repertorio de Serbia o Vojvodina, pero no hay un sólo caso en Serbia o Vojvodina en el que se representen obras del repertorio de Kosovo». (Rilindja, 24 de noviembre de 1983)

Los intentos de imponer el idioma serbocroata en detrimento del albanés son evidentes especialmente en la cinematografía. No sólo todas las películas yugoslavas −con la excepción de las producidas por Prishtina− se muestran en serbocroata, sino que todas las películas extranjeras mostradas en Kosovo se doblan sólo en serbocroata. Esto ocurre sólo en Kosovo, ya que en las otras repúblicas que están fuera del área lingüística de Kosovo, como la RS de Eslovenia y la RS de Macedonia, las películas extranjeras se traducen a sus respectivos idiomas.

Por supuesto, en la Yugoslavia titoísta autogestionada, las culturas de otras naciones, como los montenegrinos, macedonios, eslovenos y otros, también están amenazadas con la asimilación. Esto también es evidente para ellos, por lo tanto, en todas partes hay fricciones, reacciones y contramedidas. Precisamente debido a esta situación, recientemente se creó una sección para el idioma esloveno, con la misión de preservar la pureza del idioma. La amenaza de la imposición del serbocroata en Eslovenia fue objeto de debate también en una reunión de la Presidencia del C.C de la L.C de Eslovenia. Al hablar sobre el desarrollo actual del idioma esloveno en esta reunión, el secretario de la Presidencia del C.C de la L.C de Eslovenia, Franc Shtetinc, dijo:

«Se están creando condiciones para los intentos de provocar un perjudicial odio unitario y una posición chovinista sobre la lengua fuera de la cultura lingüística actual». (Boletín Tanjug, 4 de julio de 1982)

La continua distorsión de los revisionistas titoístas del concepto marxista-leninista de la nación es indivisible de la línea de desigualdad y opresión política y económica que siempre han perseguido en las relaciones con las demás naciones. Las consecuencias de esta política chovinista se pueden ver en todas partes de Yugoslavia. Pero son más evidentes en Kosovo y en las otras regiones habitadas por albaneses, donde el atraso económico es más pronunciado.

La conclusión de que Kosovo está muy rezagada no solo en comparación con las repúblicas más desarrolladas y las promedio de la Federación, sino también en comparación con las repúblicas menos desarrolladas, se fundamenta en el análisis y comparación de los índices básicos del desarrollo de la región, como el producto social y el ingreso nacional per cápita, empleo, número de doctores, alumnos y estudiantes por cada 1.000 habitantes, etc.

El desempleo es uno de los mayores problemas. De los informes de la prensa yugoslava se desprende que 1 de cada 2-3 ciudadanos tiene trabajo en Eslovenia, 1 cada 4 en Croacia, 1 de cada 5 en Serbia, 1 de cada 6 en Bosnia-Herzegovina, mientras que la cifra en Kosovo es 1 de cada 11. El problema se vuelve más complicado en Kosovo, ya que el empleo difiere mucho de las diferentes nacionalidades. En esta región 1 de cada 4 montenegrinos, 1 de cada 5-6 serbios y 1 de cada 18 albaneses tiene una ocupación en la esfera social. El desempleo entre los albaneses de Kosovo es incluso mayor cuando tenemos en cuenta que alrededor de 100.000 de ellos han emigrado a otras regiones de Yugoslavia o al extranjero.

Se estima que el problema del desempleo en Kosovo se agudizará y preocupará en el futuro. Así, mientras que en Eslovenia hay sólo un candidato para cada trabajo recién creado, la cifra en Serbia es 2,3, para Vojvodina 4,8, para Croacia 5,3, para Montenegro 12,8, para Bosnia-Herzegovina 13,4, para Macedonia 18,6 y para Kosovo 41,8.

Incluso si juzgamos por el índice más fundamental, el producto social y el ingreso nacional per cápita, Kosovo está 6 veces más atrasada que Eslovenia, 5 veces más atrasada que Croacia, 4 veces más que Vojvodina, 3 veces más que el promedio de la Federación y la República de Serbia y 2 veces más atrasada que las otras repúblicas menos desarrolladas. A las solicitudes de los kosovares de reducir la brecha de la desigualdad económica, los revisionistas titoístas responden con promesas y mentiras, con ira y rabia, recurren al ejército, los tanques y la aviación para suprimir las demandas legítimas de la población albanesa en el campo político, especialmente a su justa solicitud de una república propia, como las otras naciones de la Federación Yugoslava.

Los fundadores de la doctrina científica y materialista sobre el desarrollo de la sociedad, Marx, Engels, Lenin y Stalin consideraron el derecho de las naciones y nacionalidades a la autodeterminación como el derecho a la igualdad, en primer lugar, en el campo político. Lenin subrayó enérgicamente que: «El derecho de las naciones a la autodeterminación significa su absoluto derecho a la independencia en el sentido político». De ahí la conclusión de que el logro de la igualdad en el campo político, en las relaciones internacionales, incluso en el marco de una solución democrático-burguesa, es también una condición para el desarrollo de las naciones menos avanzadas en el campo económico, a fin de protegerse, en cierta medida, también contra la opresión nacional.

Esta verdad, cuando la cuestión es sobre los eslovenos, también es admitida por Kardelj. Él escribe, describiendo la situación de la nación eslovena en el Imperio Austro-Húngaro y luego bajo la hegemonía serbia, que:

«Después de largos períodos de dependencia, los eslovenos ganaron su propio estado, la República Popular Socialista de Eslovenia, en el marco de la Federación Yugoslava. Con esto se hicieron realidad las aspiraciones históricas centenarias de las fuerzas más progresistas del pueblo esloveno». (Edvard Kardelj; El desarrollo de la cuestión nacional eslovena, 1977)

Por lo tanto, Kardelj aparentemente vincula la solución del problema de la igualdad nacional de los eslovenos en la Federación Yugoslava con la creación de la República eslovena. Si esto es así, ¿por qué la demanda de los albaneses por la proclamación de Kosovo como una república de la Federación Yugoslava es «irredentista», «nacionalista» y «contrarrevolucionaria», cuando se sabe que en los propios territorios de Yugoslavia constituyen un grupo étnico que, desde el punto de vista numérico, es mayor no sólo que los montenegrinos y macedonios, sino también los eslovenos?

En cada ocasión, el PTA y el camarada Enver Hoxha han expuesto enérgicamente las «teorías» de la nación y las prácticas de los revisionistas titoístas sobre la cuestión nacional y han revelado su carácter peligroso. Han mostrado a los pueblos y naciones oprimidas el verdadero camino hacia la liberación, que es el de la lucha intransigente contra las superpotencias, la burguesía y sus sirvientes: los revisionistas modernos de todos los matices». (Xhafer Dobrushi; Los puntos de vista antimarxistas de los revisionistas titoístas sobre la nación: Una expresión de su perspectiva idealista y reaccionaria, 1987)

Anotación de Bitácora (M-L): 

Las teorías sobre cuestión nacional que critica Xhafer Dobrushi respecto a los líderes titoístas sirven para comprender el posterior proceso de desintegración de la antigua Yugoslavia a comienzos de la década de los 90. Al lector interesado en investigar esta cuestión le recomendamos la serie documental «La muerte de Yugoslavia» (1995) de la BBC. Esta, si bien debe de ser visionada de forma crítica, muestra muy bien el grado de degeneración de los políticos yugoslavos y las crecientes tensiones nacionales que siguieron incrementándose hasta desbordarse totalmente en una de las mayores tragedias recientes de la humanidad. 

En primer lugar, la serie documental cuenta con testimonios de primera mano −tanto de Yugoslavia como de los EE.UU., la OTAN o la ONU− que ilustran varias de las medias verdades, cinismos e hipocresías de todos los contendientes. Téngase en cuenta que, lejos de lo que se olvidan de comentar sus admiradores, la Yugoslavia de Tito y sucesores mantuvo excelentes relaciones con los EE.UU., Gran Bretaña y compañía desde 1948 que se separó del bloque soviético hasta su disolución oficial en 1992. Por ende, querer ver su caída exclusivamente por «maquinaciones externas» de los «imperialismos occidentales» es lo más ridículo que puede afirmarse, especialmente cuando estos apoyaron diplomática y financieramente al régimen yugoslavo para que este se mantuviese a flote. Esta idea supone ignorar las causas internas, la semilla de la propia política de cuestión nacional titoísta y sus falencias, las cuales ya se pusieron de manifiesto en las protestas de 1968, 1981 y 1989, entre otros eventos. En cualquier caso, efectivamente, «Roma no paga a traidores», y como en el caso iraquí, panameño, libio y otros, es cierto que el antiguo amigo se convirtió para los EE.UU., en un aliado incómodo según cambiaron las circunstancias, y, finalmente le soltaron la mano, condenándolo e incluso invadiéndolo.

En segundo lugar, la serie documental ilustra a la perfección cómo los líderes de cada república de la federación no se privaron de dar discursos de índole étnico o religioso retrotrayéndose incluso a tiempos medievales para justificar su «derecho histórico», lo que indica que la Liga de los Comunistas de Yugoslavia hacía muchísimas décadas que había dejado de ser una organización marxista-leninista. En realidad, escuchar a estos personajes históricos resulta muy aleccionador para inmunizarse contra la demagogia, ya que uno puede observar cómo cada jefe invocaba la carta del «derecho de autodeterminación» o del «internacionalismo» para lograr sus objetivos estratégicos, mientras acusan a su contrario ante el más mínimo desacuerdo de «chovinismo nacional» e incluso «fascismo». A esto se le conoce popularmente por la expresión «ver la paja en ojo ajeno». En cualquier caso, este lenguaje pseudomarxista resulta más cómico aún si tenemos en cuenta que desde el año 1989 los políticos yugoslavos habían abjurado −esta vez oficialmente− de la construcción del socialismo −aunque insistimos, en la práctica el titoísmo siempre fue una negación de este−, adhiriéndose a restructurar el régimen en un sentido liberal y democrático-burgués al uso.

En tercer lugar, aunque la guerra abierta entre serbios y albaneses en Kosovo alcanzó su cenit en 1998-99, aquí se ofrecen imágenes de 1987, en donde se podía prever ya que la convivencia se había vuelto totalmente insostenible con un discurso de odio tan absurdo como atroz. Para entender este clima irrespirable hay que comprender las mentiras con las que tanto Slobodan Milošević −Presidente de Serbia− como Tuđman −Presidente de Croacia− manipularon a sus respectivos seguidores. En el caso del primero, los jefes nacionalistas serbios en Kosovo relataron a cámara cómo, esperando el advenimiento de Milošević, montaron toda una parafernalia para aparentar que la policía local albanokosovar los había agredido y presionar a este para que tomase medidas drásticas −el cual prometió proteger «el lugar de origen de la nación serbia» y, como sabemos, terminó en revocar a Kosovo sus derechos en 1989−. Mientras en el caso del segundo, aun negando públicamente que se hubiera puesto en marcha un plan de compra de armas para Croacia en el exterior, como también lo negó su jefe de seguridad en televisión General Martin Špegelj, este último acabó reconociendo en una entrevista la veracidad de un vídeo en el cual aparecía comprando armas en Hungría y confesando que la filtración partió de uno de sus hombres de confianza. 

En cuarto lugar, es de suma importancia comprender el cómo Serbia, como república de mayor importancia, intentó utilizar su control e influencia dentro del aparato de la federación −televisión, parlamento, ejército− para frenar cualquier oposición interna, bien fueran protestas estudiantiles, críticas periodísticas, peticiones de mayor autonomía en las regiones o directamente proclamas de secesión. En particular, se muestra de primera mano cómo en las negociaciones de paz en las que mediaba la Comunidad Europea (CE) −lo que ya mostraba el miedo y sumisión yugoslava respecto a las potencias europeas− el Presidente de Montenegro Momir Bulatović deseaba aceptar el llamado Plan Carrington-Cutileiro (1992) ya que, en sus palabras, esto podría evitar la guerra y la intervención militar externa. Además, como relató Gianni De Michelis, Italia le ofreció a Montenegro un proyecto de 30.000 millones de liras de la época y un futuro acercamiento a la CE si aceptaba. Sin embargo, para los jefes serbios que Montenegro aceptase la independencia de las repúblicas de la federación era «traicionar al pueblo serbio», ya que este plan europeo no contemplaba las exigencias serbias de tomar 2/3 de Bosnia. Finalmente, Momir Bulatović tuvo que cambiar su decisión en el último momento por miedo a posibles represalias hacia él o su familia. Como confesó jocosamente Branko Kostić, los propios líderes serbios escribieron una carta a Carrington afirmando que Montenegro se negaba incorporarse al plan, pantomima que Momir Bulatović accedió a firmarla.

En quinto lugar, el Ejército Yugoslavo, pese a su superioridad en armamento respecto a las milicias eslovenas o croatas, muchas veces se mostró poco operativo por su alto componente multiétnico y por las dudas del propio Estado Mayor de llevar a cabo una guerra total aun cuando tenía luz verde de los políticos. Respecto a la Independencia de Eslovenia (1991), lejos de lo que se suele relatar, no fue pacífica, sino que tuvo una guerra de diez días tras lo cual Belgrado simplemente dudó en desatar una guerra abierta y frontal por miedo a las sanciones internacionales, además de ser una de las repúblicas más ricas y que, en palabras de Milošević, no contaba con minorías étnicas serbias notables, por tanto, carecía de interés para su proyecto político de lograr la «Gran Serbia». En consecuencia, aceptó de mala gana la secesión de Eslovenia, no sin antes acordar con su presidente, Milan Kučan, que Eslovenia apoyase las futuras reivindicaciones territoriales de Serbia en Croacia. 

En sexto lugar, cuando Serbia decidió emprender una guerra contra sus vecinos para «rescatar» las localidades fronterizas de mayoría serbia, redobló su apuesta de financiar y apoyar a las milicias serbocroatas en Croacia y serbobosnias en Bosnia, aun tratándose en muchos casos de reconocidos jefes radicales del nacionalismo serbio, como Vojislav Šešelj o Dragoslav Bokan, que en algunos casos eran herederos de los viejos chetniks. A su vez, croatas y bosnios ya venían haciendo lo propio tanto contra los serbios como entre ellos.  Véase la Masacre de Ahmići (1993) o la Masacre de Busovača (1993). El integrismo musulmán hizo aparición en las filas bosniacas y los antiguos usthasas empezaron a ser reivindicados en zona croata. En definitiva, había un caldo de cultivo para toda la política de asesinatos, violaciones o deportación de aldeas a lo largo y ancho de la federación: un verdadero todos contra todos. De hecho, no olvidemos que Croacia y Bosnia, como se muestra en el documental, estuvieron a punto de perder el favor de los EE.UU. debido a sus ambiciones desmesuradas cuando Serbia estuvo en franca retirada después de la intervención internacional. 

En séptimo lugar, ante el clima de violencia y a causa de la emergencia humanitaria en ciernes, la ONU decidió por medio de una resolución desplegar tropas en misión de paz para proteger ciertas localidades consideradas en peligro −especialmente las bosniacas−. Esto fue considerado por los serbios como una intromisión inaceptable, por lo que decidieron atacar tanto a los convoyes de la ONU como a los civiles no serbios de localidades como Sarajevo, Srebrenica y otras. Con esta campaña Serbia logró granjearse la animadversión de la comunidad internacional y fue el pretexto perfecto para la intervención militar directa de la OTAN en 1995. Esta en respuesta desató una campaña de bombardeo masivo −no solo hacia objetivos militares, sino también civiles− que desmoralizó totalmente a las filas serbias. 

Por último, como relató Borisav Jović, también es de interés remarcar el breve intento de Milošević de ganarse el apoyo de la línea dura de Moscú. Recordemos que aunque el Presidente de la Federación de Rusia Borís Yeltsin afirmó que nadie podría tomar una decisión sin la participación de Rusia, a la hora de la verdad esta potencia estaba de capa caída −recordemos que la URSS se disolvió en 1991− y apenas tuvo trascendencia en el desarrollo de los acontecimientos yugoslavos. En resumen, pese a la promesa pública de Milošević de apoyar a los serbocroatas y serbobosnios en sus reivindicaciones, este tuvo que hincar la rodilla ante el mandato de los EE.UU. y convencer a sus aliados de que firmasen los términos desfavorables de los Acuerdos de Dayton (1995). Finalmente, estos accedieron, dado que temían que de otro modo la OTAN avanzase más y la oferta de paz llegara a ser peor que la anterior.

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