«Ya que no nos gusta hablar por hablar, para demostrar el cambio significativo en la línea política del Partido Comunista de España (marxista-leninista), sobre todo, a partir de 1986, dejaremos una amplia documentación.
En este apartado compararemos las ideas políticas de Joan Comorera, líder del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) durante 1936-1949 con el liderazgo de Elena Ódena en el Partido Comunista de España (marxista-leninista) durante 1964-1985, para comprobar una síntesis en muchas de las cuestiones.
Joan Comorera, esgrimiría tesis criticando a los autores de especulaciones ambiguas sobre la «república» y la «democracia», pedía una aclaración en torno a la dirección de las fuerzas que debía dirigir el nuevo régimen, así como sus bases político-económicas en lo programático:
«Nosotros, los obreros revolucionarios, los campesinos, los pequeños burgueses, los intelectuales progresistas, todos los patriotas, somos una parte integrante del campo antiimperialista y democrático, y nuestro deber es luchar para liberar al Estado español de las castas y las clases que lo monopolizan, hemos de dar término a la revolución democrática española. (...) Y entendamos, porque hoy, hasta Franco se califica de demócrata, no podemos dejarnos deslumbrar por la democracia formal. Debemos querer la forma y el contenido de la democracia. Hemos de arrancar las raíces de las castas parásitas, tenemos que dejar fuera del territorio al capital monopolista extranjero, tenemos que liquidar a los monopolios [nacionales] internos, que son sus cómplices e instrumentos. Debemos nacionalizar el suelo, el subsuelo, tenemos que nacionalizar bancos y seguros, transportes y otros servicios públicos, la gran industria y el comercio. Hemos de liquidar el parasitismo terrateniente y entregar la tierra a los campesinos que la trabajan, hemos de asegurar una vida digna y libre de la opresión económica explotadora a la pequeña burguesía y los campesinos medios. Debemos crear un verdadero Ejército Popular, un auténtico orden público popular, un régimen de igualdad absoluta entre los sexos y que asegure a la juventud y a la infancia una perspectiva ilimitada de progreso y bienestar. Debemos limpiar el Estado de los agentes y de los instrumentos de las castas y los capitalistas. Debemos reestructurar el Estado español, para que en la línea federativa, obtengan la realización plena los derechos nacionales Cataluña, Euskadi y Galicia. Y para consolidar la revolución democrática, desarrollar y marchar hacia el socialismo, debemos exigir que el nuevo Estado español, surgido de la revolución española, sea dirigido por la clase obrera y las masas populares». (Joan Comorera; Nuestro problema no comienza ni acaba en la persona de Franco; Carta Abierta a J. Navarro i Costabella, noviembre de 1948)
En el antiguo PCE (m-l), ante la especulación y calumnia de ciertos grupos maoístas como el PCE (r) o de distintos grupos trotskistas que acusaban al PCE (m-l) de derechismo, o ante las especulaciones sobre el programa que algún renegado como Lorenzo Peña que había abandonado el partido había realizado recientemente. La jefa del PCE (m-l), Elena Ódena, salió al paso para aclarar algunas cosas. Dilucidando el carácter socialista que debía adquirir la república por la que luchaba el PCE (m-l):
«Es
innegable que dado el papel dirigente que ha de desempeñar la clase obrera en
alianza con el campesinado así como con otras capas populares, bajo la
dirección de su partido de vanguardia en la lucha actual contra la dictadura y la
dominación yanqui, el carácter de dicha república ha de ser en gran medida de
contenido socialista y ello no puede ser de otro modo dado que la mayor parte
de la industria, las finanzas, las materias primas, la energía, los
transportes, la mejor parte de la tierra, etc., están en manos de oligarcas o
de yanquis u otros inversionistas extranjeros y que todo ello deberá ser
confiscado y socializado por el Estado popular con arreglo a las modalidades y
formas que establezca el nuevo poder revolucionario. Queda entendido, claro
está, que en esta primera fase se mantendrá la propiedad privada de la tierra
de los campesinos no latifundistas, así como la del artesanado y empresas de
menor importancia. (...) También hay asustadizos, pequeños burgueses librescos,
que durante años se han hecho pasar por marxista-leninistas, a quienes de
pronto ofusca el que al desmenuzar y aclarar con mayor detalle el contenido de
la república que preconizamos, pretenden que nos estamos deslizando hacia
posiciones trotskistas, sin pensar en el ridículo con que se cubren al tratar
de justificar así su actitud ante las realidades, ya que o bien no habían
comprendido en modo alguno nuestra línea política establecida ya a fines de
1964, o bien pretendían darle ellos mismos, en su momento, un sentido
nacionalista y pequeño burgués. De cualquier modo, si bien no podemos entrar en
una serie de detalles concretos sobre esta cuestión, de lo que no puede existir
duda alguna es del contenido predominantemente socialista de la república por
la que luchamos. El resto dependerá del grado y modo en el que las demás
fuerzas intermedias participen en la lucha y se sumen al pueblo, así como
también de la fuerza objetiva del nuevo Estado Popular». (Elena Ódena; Por una
República Democrática, Federal, Popular y Federativa, 1972)
Esta aclaración no excluye que durante mucho tiempo, casi hasta principios de los 70, el PCE (m-l), con Lorenzo Peña a la cabeza de su dirección ideológica, hubiera permitido publicar varias especulaciones en lo relativo al tema republicano, a las tareas de la revolución y sobre el nuevo régimen que debía alzarse. Véase nuestro capítulo: «Los duros comienzos del PCE (m-l) bajo la España franquista y ante la hegemonía del revisionismo» de 2020.
Esta aclaración no excluye que durante mucho tiempo, casi hasta principios de los 70, el PCE (m-l), con Lorenzo Peña a la cabeza de su dirección ideológica, hubiera permitido publicar varias especulaciones en lo relativo al tema republicano, a las tareas de la revolución y sobre el nuevo régimen que debía alzarse. Véase nuestro capítulo: «Los duros comienzos del PCE (m-l) bajo la España franquista y ante la hegemonía del revisionismo» de 2020.
En los años 40 Comorera ya se opuso a la línea que Ibárruri-Carrillo empezaban a dibujar en el Partido Comunista de España (PCE), ya que Comorera daba por hecho por las circunstancias nacionales e internacionales, el descabezamiento de la burguesía nacional, incluso la no necesidad de su alianza para derrotar al franquismo, y que dicha revolución debía ir más allá de una simple revolución democrático-burguesa de viejo tipo como consideraban algunas figuras dentro del PCE, las cuales serían responsables–tanto Dolores como Uribe– una vez eliminasen a Comorera y otros del giro reformista que ya se deja ver en el Vº Congreso del PCE de 1954. Estas aclaraciones de Comorera iban en consonancia con la lucha que se estaba librando a nivel internacional contra las teorías de varios líderes oportunistas:
«Si manteníamos –yo consideraba que sí– el programa de la camarada Dolores Ibárruri, no podíamos afirmar que luchábamos por la revolución democrático-burguesa por cuanto este programa va más allá, ya que se demanda decapitar a la burguesía de su fuerza dirigente; que mantener el programa de la camarada Dolores Ibárruri y, al mismo tiempo, emplear la formulación revolución democrática-burguesa era oportunismo; que pretender aquietar a la burguesía y así conseguir que esta ingresara en la unidad nacional combatiente contra el franco-falangismo era un absurdo teórico y práctico siempre y, mucho más, en el periodo de presencia de los dos campos y de la agudización de la lucha de clases, y que marchando por este camino, nos alejaríamos de la clase obrera y facilitaríamos la demagogia de los elementos faístas, trotskistas y socialdemócratas; que el programa de Dolores Ibárruri correspondía al primer periodo de las democracias populares; que si no consideraba adecuado hacer la formulación de revolución democrática-popular, desde que teóricamente se ha definido que ejerce las funciones de la dictadura del proletariado, habíamos que emplear simplemente la formulación de revolución democrática española y su desarrollo hacia el socialismo». (Joan Comorera; Declaración de Joan Comorera: Secretario General del Partido Socialista Unificado de Cataluña, 14 de noviembre de 1949)
«Si manteníamos –yo consideraba que sí– el programa de la camarada Dolores Ibárruri, no podíamos afirmar que luchábamos por la revolución democrático-burguesa por cuanto este programa va más allá, ya que se demanda decapitar a la burguesía de su fuerza dirigente; que mantener el programa de la camarada Dolores Ibárruri y, al mismo tiempo, emplear la formulación revolución democrática-burguesa era oportunismo; que pretender aquietar a la burguesía y así conseguir que esta ingresara en la unidad nacional combatiente contra el franco-falangismo era un absurdo teórico y práctico siempre y, mucho más, en el periodo de presencia de los dos campos y de la agudización de la lucha de clases, y que marchando por este camino, nos alejaríamos de la clase obrera y facilitaríamos la demagogia de los elementos faístas, trotskistas y socialdemócratas; que el programa de Dolores Ibárruri correspondía al primer periodo de las democracias populares; que si no consideraba adecuado hacer la formulación de revolución democrática-popular, desde que teóricamente se ha definido que ejerce las funciones de la dictadura del proletariado, habíamos que emplear simplemente la formulación de revolución democrática española y su desarrollo hacia el socialismo». (Joan Comorera; Declaración de Joan Comorera: Secretario General del Partido Socialista Unificado de Cataluña, 14 de noviembre de 1949)
En el PCE (m-l) de 1964-1985, se fustigó la táctica oportunista de moda, basada en la disolución de la línea y del partido como
fin para agradar y atraer a los oportunistas:
«El ocultar
al partido, el rebajar su política o desdibujarla para «hacemos aliados», es
una falsa política de alianzas y un reflejo de oportunismo y derechismo; es no
tener confianza en nuestros principios, ni en el partido, ni en las masas, que
en su mayor parte quieren hacer la revolución y se sienten atraídas por el
marxismo-leninismo, por nuestra ideología, por nuestra política y por el
socialismo. Ocultar al partido y su política es dejar el terreno libre al
enemigo en el plano ideológico y político y permitir que los falsos
revolucionarios disfrazados de marxistas-leninistas –revisionistas, ORT, PTE,
etc.–, efectúen con toda facilidad una labor de proselitismo enarbolando con
toda libertad su falsa bandera de marxista-leninista, bandera que corresponde a
nuestro partido levantar hoy en todos los lugares con el vigor y la firmeza que
exige nuestra justa y valiente posición de defensa del marxismo-leninismo y
nuestra política de defensa de los intereses del proletariado, de todo el
pueblo y de la revolución». (Partido Comunista de España (marxista-leninista);
Documentos del IIº Congreso del PCE (m-l), 1977)
El PCE de José Díaz durante la posguerra realizó varios análisis sobre lo que había sido la II República de 1931-1936 y sus limitaciones, así como el periodo revolucionario de la guerra durante 1936-1939. Esto puede verse en artículos como: «Las enseñanzas de Stalin, guía luminoso para los comunistas españoles» de 1940, «La burguesía no representa a la nación» de 1940, «Lecciones de la Guerra del Pueblo Español (193936-1939)» de 1940.
Esta tendencia de crítica y autocrítica de los comunistas hacia lo que fue la II República puede verse en publicaciones varias como la de «España Popular», Nº9 del 11 de abril de 1940. En dicho número se contienen varios artículos: «Lo que el pueblo español esperaba de la República y la política contrarrevolucionaria de la coalición republicano-socialista», «Cómo se dejó intacto el ejército de la monarquía», «Cómo se dejó sin resolver el problema de la tierra», «Porqué se frustró el 14 de abril», «Tendremos un nuevo 14 de abril: el de la República Popular», «La clase obrera y la república». Como se deduce, en ellos se explican el fracaso de dicha república, y en dicho proceso se señalan la responsabilidad de republicanos-socialistas, anarquistas y trotskistas, así como la imposibilidad de los comunistas de hegemonizar dicho proceso republicano debido a la poca influencia que todavía tenían entre las masas en 1931-1936. Dicho surtido de textos explicaba a los comunistas errores propios y ajenos a no volver a permitir. Entre otras cosas se insta a que la clase obrera debe estar preparada para asumir el protagonismo en la toma de poder para que no se vuelvan a vivir dichos trágicos eventos:
«Con toda su experiencia a cuestas, el nuevo 14 de abril significará la iniciación de su camino hacia un régimen de paz y bienestar. Será un nuevo 14 de abril del Frente Popular, del Frente Único Obrero, de los españoles honrados, unidos sin cobardes ni traidores. Será el 14 de abril de la República Popular que por su contenido y objetivos no se parecerá en nada al 14 de abril de 1931». (España Popular; Nº9, 11 de abril de 1940)
Pero estas conclusiones lógicas… para los disidentes y ex militantes del PCE (m-l) como el socialdemócrata Lorenzo Peña no eran lecciones sobre la hegemonía del proletariado a tener en cuenta. Él incluso ve un error del PCE (m-l) en los 60 y 70 el ¡no reivindicar una restauración de la legalidad republicana burguesa de 1931-1936!:
«La línea política diseñada en ese III Pleno de 1978 encerraba una ambigüedad en lo tocante al crucial problema de la restauración de la legalidad republicana: si, de un lado, se esgrimía –contra el poder de la dinastía borbónica implantado por la sucesión del Caudillo– la legitimidad republicana de 1931, no sólo no se decía, en absoluto, que el objetivo de la lucha era restaurar aquella República de trabajadores de toda clase ni se invocaba su constitución progresista, sino que se afirmaba [lo contrario]. (...) Se busca[ba] un nuevo tipo de ordenamiento que rompa radicalmente con todo el pasado, incluyendo en él la juridicidad republicana de 1931». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Más bien el PCE (m-l) no tenía ninguna ambigüedad: efectivamente clamaba por algo opuesto a la mera restauración de la legalidad de 1931:
«La burguesía monopolista puede hacer muchas leyes, pero el proletariado, con sus luchas, impondrá su legalidad que en nada se parece a la de sus enemigos irreconciliables de clase» (Vanguardia Obrera, Nº 235, 1978)
Y esto fue más que correcto. Realizar lo contrario era ir a remolque de la burguesía liberal republicana la cual no cumplió su papel histórico, y que demostraría en años sucesivos, que no iba a pintar nada en la política del país. El deber del PCE (m-l) era plantear su propia legalidad, lograr constituirla a través de un trabajo serio que posibilitase la toma de poder. Además, el representante de dicha legalidad republica era el Gobierno Republicano en el Exilio 1939-1977, el cual asistió a unas riñas internas que acabaron desde 1943 con la imposición de las figuras más anticomunistas que de hecho excluyeron a los comunistas como a los sectores negristas favorables a colaborar con los comunistas. En la evolución posterior un PCE ya degenerado aceptaría ser copartícipe de los organismos de dicho gobierno de iure desde 1946. Posteriormente los carrillistas se desligarían de dicho gobierno creando sus propios frentes y alianzas y renegando de reconocer sus organismos que ya cumplían un papel testimonial, más la salida de nacionalistas y anarquistas, solamente quedarían los republicanos. Esto sumado a su pérdida de influencia y su triste final claudicador del gobierno en el exilio en 1977, la historia demuestra lo oportunista que hubiera sido la propuesta de Peña.
El PCE de José Díaz durante la posguerra realizó varios análisis sobre lo que había sido la II República de 1931-1936 y sus limitaciones, así como el periodo revolucionario de la guerra durante 1936-1939. Esto puede verse en artículos como: «Las enseñanzas de Stalin, guía luminoso para los comunistas españoles» de 1940, «La burguesía no representa a la nación» de 1940, «Lecciones de la Guerra del Pueblo Español (193936-1939)» de 1940.
Esta tendencia de crítica y autocrítica de los comunistas hacia lo que fue la II República puede verse en publicaciones varias como la de «España Popular», Nº9 del 11 de abril de 1940. En dicho número se contienen varios artículos: «Lo que el pueblo español esperaba de la República y la política contrarrevolucionaria de la coalición republicano-socialista», «Cómo se dejó intacto el ejército de la monarquía», «Cómo se dejó sin resolver el problema de la tierra», «Porqué se frustró el 14 de abril», «Tendremos un nuevo 14 de abril: el de la República Popular», «La clase obrera y la república». Como se deduce, en ellos se explican el fracaso de dicha república, y en dicho proceso se señalan la responsabilidad de republicanos-socialistas, anarquistas y trotskistas, así como la imposibilidad de los comunistas de hegemonizar dicho proceso republicano debido a la poca influencia que todavía tenían entre las masas en 1931-1936. Dicho surtido de textos explicaba a los comunistas errores propios y ajenos a no volver a permitir. Entre otras cosas se insta a que la clase obrera debe estar preparada para asumir el protagonismo en la toma de poder para que no se vuelvan a vivir dichos trágicos eventos:
«Con toda su experiencia a cuestas, el nuevo 14 de abril significará la iniciación de su camino hacia un régimen de paz y bienestar. Será un nuevo 14 de abril del Frente Popular, del Frente Único Obrero, de los españoles honrados, unidos sin cobardes ni traidores. Será el 14 de abril de la República Popular que por su contenido y objetivos no se parecerá en nada al 14 de abril de 1931». (España Popular; Nº9, 11 de abril de 1940)
Pero estas conclusiones lógicas… para los disidentes y ex militantes del PCE (m-l) como el socialdemócrata Lorenzo Peña no eran lecciones sobre la hegemonía del proletariado a tener en cuenta. Él incluso ve un error del PCE (m-l) en los 60 y 70 el ¡no reivindicar una restauración de la legalidad republicana burguesa de 1931-1936!:
«La línea política diseñada en ese III Pleno de 1978 encerraba una ambigüedad en lo tocante al crucial problema de la restauración de la legalidad republicana: si, de un lado, se esgrimía –contra el poder de la dinastía borbónica implantado por la sucesión del Caudillo– la legitimidad republicana de 1931, no sólo no se decía, en absoluto, que el objetivo de la lucha era restaurar aquella República de trabajadores de toda clase ni se invocaba su constitución progresista, sino que se afirmaba [lo contrario]. (...) Se busca[ba] un nuevo tipo de ordenamiento que rompa radicalmente con todo el pasado, incluyendo en él la juridicidad republicana de 1931». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)
Más bien el PCE (m-l) no tenía ninguna ambigüedad: efectivamente clamaba por algo opuesto a la mera restauración de la legalidad de 1931:
«La burguesía monopolista puede hacer muchas leyes, pero el proletariado, con sus luchas, impondrá su legalidad que en nada se parece a la de sus enemigos irreconciliables de clase» (Vanguardia Obrera, Nº 235, 1978)
Y esto fue más que correcto. Realizar lo contrario era ir a remolque de la burguesía liberal republicana la cual no cumplió su papel histórico, y que demostraría en años sucesivos, que no iba a pintar nada en la política del país. El deber del PCE (m-l) era plantear su propia legalidad, lograr constituirla a través de un trabajo serio que posibilitase la toma de poder. Además, el representante de dicha legalidad republica era el Gobierno Republicano en el Exilio 1939-1977, el cual asistió a unas riñas internas que acabaron desde 1943 con la imposición de las figuras más anticomunistas que de hecho excluyeron a los comunistas como a los sectores negristas favorables a colaborar con los comunistas. En la evolución posterior un PCE ya degenerado aceptaría ser copartícipe de los organismos de dicho gobierno de iure desde 1946. Posteriormente los carrillistas se desligarían de dicho gobierno creando sus propios frentes y alianzas y renegando de reconocer sus organismos que ya cumplían un papel testimonial, más la salida de nacionalistas y anarquistas, solamente quedarían los republicanos. Esto sumado a su pérdida de influencia y su triste final claudicador del gobierno en el exilio en 1977, la historia demuestra lo oportunista que hubiera sido la propuesta de Peña.
En la cuestión de las alianzas... el PSUC tras analizar y explicar extensamente
las recientes claudicaciones y traiciones de las diferentes tendencias
políticas a la causa popular como la socialdemocracia, nacionalistas,
republicanos de izquierda, anarquistas y trotskistas durante la Guerra Civil
(1936-1939), formuló a través de Comorera una nueva concepción de frente
popular acorde a la nueva dialéctica que traían los últimos acontecimientos,
concluyendo que el frente popular debía formarse no con sus jefes de las
formaciones que habían demostrado su carácter antipopular y poco fiable
–estando muchos de ellos en el exilio bajo el paraguas del imperialismo
occidental–, sino con la base de los restos de estas organizaciones:
«¿Cómo ha de ser el Frente Popular? ¿Con
quienes podemos y debemos hacer el Frente Popular en la nueva situación que nos
plantea la política internacional y la reconquista de nuestro país? El Frente
Popular de hoy no puede ser una copia del de ayer (1936-1939). El antiguo
Frente Popular cambió ya su misión histórica. Fue en todo, aquel período
precioso instrumento de lucha. Su repetición actual será contraproducente, un
error incomprensible. (…) ¿Podemos hacer el Frente Popular con la
socialdemocracia española –afortunadamente no hay socialdemocracia catalana–
aliada a la FAI en la conspiración preparatoria de la traición Casado-Miaja
Mera-Besteiro de 1939? ¿Con la socialdemocracia, agencia asalariada del
imperialismo, vanguardia en la lucha contra la Unión Soviética, que recogió del
fango la bandera antiKomintern? «Nuestra misión es desenmascarar –nos dice con
plena razón el camarada Dimitrov– ante las masas, el papel traidor de la
socialdemocracia, levantar la indignación, el odio de las masas contra ella.
Luchar implacablemente contra el socialdemocratismo, es una condición
indispensable para el éxito de la lucha de los trabajadores contra la guerra
imperialista y la reacción capitalista. Por eso, la liquidación del
soeialdemocratismo en las filas del movimiento obrero es una tarea, no solamente
de la vanguardia comunista, sino también de todos los militantes honrados del
movimiento obrero, una tarea de toda la clase obrera». ¿Podemos hacer el Frente
Popular con los líderes de los partidos nacionalistas pequeños burgueses? En
primer lugar, habría que saber en dónde están los partidos nacionalistas
pequeños burgueses. Ya durante la guerra eran unas formaciones esqueléticas.
Después de la guerra, han desaparecido. (…) Hemos de aprovechar,
camaradas, la experiencia de la guerra para liquidar de una vez el anarquismo y
el faismo en Cataluña y en España. Los faistas, dueños de la calle en el primer
momento y por abandono total del poder por parte de Companys y de sus líderes
de Esquerra Republicana; dueños de las fábricas y de la fuerza armada, pudieron
ensayar a placer sus «teorías». No habréis olvidado los resultados. De seguro
Cataluña no los olvidará nunca. Arruinaron la economía, saquearon a la
pequeña burguesía, especularon indignamente con el terror perdonando vidas o
segándolas según factura, sabotearon la formación del Ejército Popular,
abrieron los frentes en cada ofensiva enemiga, hicieron la guerra en la
retaguardia y no en el frente, desmoralizando y convirtiendo en enemigas a
amplias capas campesinas, se aprovecharon de la industria de guerra para
servirse de ella y no servir a los combatientes de los frentes, organizaron con
los bandidos trotsquistas el putsch contrarrevolucionario de mayo de 1937,
sabotearon la unidad sindical e hicieron lo imposible por romper nuestra unidad
política, sabotearon el Frente Popular y consiguieron esterilizarlo en la hora
culminante, hicieron en Cataluña el ensayo general del «golpe» que más tarde
habían de dar en la Zona Centro-Sur, recurriendo a todos sus medios para
provocar la crisis de la Generalidad en plena ofensiva de la vanguardia
enemiga, acabaron su misión de agentes provocadores, de agentes de la
reacción mundial y de avanzada de Falange en nuestras filas, organizando la
traición de Casado-Miaja-Besteiro. En la emigración siguen su vida aventurera,
y los que de entre ellos son «doctrinarios» hacen la apología de Falange,
cantan himnos al patriotismo de José Antonio Primo de Rivera comprueban la
identidad «ideológica» entre la FAI y Falange, lamentan la fatalidad histórica
que estorbó el deseado entendimiento entre la FAI y Falange ya antes de la
guerra. Hemos de luchar, camaradas, sin misericordia contra estos aventureros
del movimiento obrero, contra el retorno de estos aventureros a Cataluña. (…) ¡Hagamos el Frente Popular con el pueblo,
por la base! Un frente robusto, triunfante». (Joan Comorera; Contra la guerra imperialista
y por la liberación nacional y social de Cataluña; Discurso pronunciado ante la
comunidad catalana de la ciudad de México, 8 de septiembre de 1940)
¿Qué régimen había de surgir? ¿Por qué república
habrían de luchar los comunistas?:
«La
segunda condición es instaurar un régimen, en sustitución del franquismo
liquidado, que sea para Cataluña una garantía indiscutible. ¿Podemos
plantearnos el problema de una Cataluña aislada en la península y en el mundo,
librándose de Franco por su propio esfuerzo? No. ¿Podemos plantearnos el
problema de una Cataluña bastante fuerte para arrojar a Franco de su seno, sin
que Franco dejase de ser el dictador de España? No. ¿Podemos plantearnos el problema
de una monarquía restaurada que garantizara a Cataluña el derecho de la
autodeterminación? La experiencia histórica nos dice que no. ¿Podemos
plantearnos el problema de que en una Europa colonizada por Hitler o Mussolini,
Cataluña recobraría su personalidad? Por absurdo, no. ¿Podemos plantearnos el
problema de que una restauración de la república del 31 resolvería la cuestión?
No. Hemos hecho ya la experiencia y no queremos repetirla. Bajo la república
del 31, Cataluña no pudo ejercer el derecho a la autodeterminación. El Estatuto
no fue la expresión de la voluntad de los catalanes, sino del precario buen
deseo de las Cortes Constituyentes Españolas. ¿Podemos plantearnos el problema
de que Cataluña, por su solo esfuerzo, puede derrotar a Franco en Cataluña y en
España e imponer a los pueblos hispánicos el régimen político que asegure sus
derechos a la autodeterminación? No. Entonces, sólo un camino se abre ante
Cataluña: ligarse estrechamente con todos los pueblos hispánicos para hundir a
Franco y proclamar, juntos, una República Popular, dirigida por la clase
obrera. La experiencia histórica nos demuestra que las clases feudales
aristocráticas no resuelven los problemas nacionales. La experiencia histórica
nos demuestra que una república dirigida por la burguesía, no resuelve los
problemas nacionales. La experiencia de nuestra guerra nos demuestra que la
burguesía del país agresor suprime las débiles concesiones hechas, en cuanto
ven en ellas un peligro para sus intereses de clase. La experiencia de nuestra
guerra nos demuestra que la burguesía catalana, la grande y mediana, con los
líderes de los partidos nacionalistas pequeñoburgueses, se pasan en masa al
enemigo antes de admitir una Cataluña libre social y nacionalmente». (Joan
Comorera; Contra la guerra imperialista y por la liberación social y nacional
de Cataluña, 8 de septiembre de 1940)
El PCE (m-l) durante los años 60 recalcó en torno a la cuestión de la república, que había que denunciar a aquellos que colaboraban de una forma u otra con el sistema monárquico-parlamentario:
«Actualmente, la unidad antifascista que todos los pueblos de España están urgentemente necesitando, es la unidad de todos aquellos, que son millones, que quieren acabar con el franquismo en todos los terrenos y lugares, y no sólo de palabra. Y esa unidad sólo es posible hoy mediante una labor de esclarecimiento, y con la necesaria audacia para llamar al pan, pan y al vino, vino. Esto es para decir que los que hoy son puntales y cómplices del poder reaccionario y de la Monarquía, pese a que se cubran con etiquetas de socialistas o comunistas, e invoquen un pasado que no les pertenece ya, pues no forman parte del campo de la izquierda sino del de la derecha. (...) Ambos partidos, el P«C»E y el PSOE –sus direcciones, entendemos– han renunciado a la lucha por la República, han elaborado e impuesto, junto con toda la derecha monárquica, y bajo la batuta de la reacción internacional, mediante un grotesco referéndum, pese a más de diez millones de abstenciones y dos millones de votos en contra, una Constitución reaccionaria y antipopular para legalizar a la ilegal y franquista Monarquía; han urdido el pacto antiobrero de la Moncloa, a espaldas de la clase obrera; aceptan la dominación yanqui sobre España; propugnan el reforzamiento del reaccionario y fascista Ejército y de los cuerpos represivos, etc., etc. Y no sólo aceptan y apoyan, sino que incluso elogian a los mismos cuerpos y mandos militares, policíacos, incluidos los de la BPS que son directamente responsables de miles de asesinatos, de torturas, de encarcelamientos arbitrarios durante el franquismo..., en vez de propugnar y exigir su castigo y el de los máximos responsables de los mismos, es decir, de los ministros franquistas que dictaban las órdenes, hoy sus correligionarios en las Cortes y salones. No exigen medida alguna contra los grupos y bandas fascistas armadas, ni contra los grupos paralelos policíacos, contra los somatenes, contra los turbios manejos y utilización del «terrorismo» por parte de la misma policía para poder promulgar leyes «antiterroristas» destinadas a reprimir a la clase obrera, a los nacionalistas y a los consecuentes defensores de la República, de la democracia y del socialismo». (Elena Ódena; Por encima de una izquierda monarquizada: Con claridad y audacia, forjemos la unidad antifascista y republicana, 1979)
«Actualmente, la unidad antifascista que todos los pueblos de España están urgentemente necesitando, es la unidad de todos aquellos, que son millones, que quieren acabar con el franquismo en todos los terrenos y lugares, y no sólo de palabra. Y esa unidad sólo es posible hoy mediante una labor de esclarecimiento, y con la necesaria audacia para llamar al pan, pan y al vino, vino. Esto es para decir que los que hoy son puntales y cómplices del poder reaccionario y de la Monarquía, pese a que se cubran con etiquetas de socialistas o comunistas, e invoquen un pasado que no les pertenece ya, pues no forman parte del campo de la izquierda sino del de la derecha. (...) Ambos partidos, el P«C»E y el PSOE –sus direcciones, entendemos– han renunciado a la lucha por la República, han elaborado e impuesto, junto con toda la derecha monárquica, y bajo la batuta de la reacción internacional, mediante un grotesco referéndum, pese a más de diez millones de abstenciones y dos millones de votos en contra, una Constitución reaccionaria y antipopular para legalizar a la ilegal y franquista Monarquía; han urdido el pacto antiobrero de la Moncloa, a espaldas de la clase obrera; aceptan la dominación yanqui sobre España; propugnan el reforzamiento del reaccionario y fascista Ejército y de los cuerpos represivos, etc., etc. Y no sólo aceptan y apoyan, sino que incluso elogian a los mismos cuerpos y mandos militares, policíacos, incluidos los de la BPS que son directamente responsables de miles de asesinatos, de torturas, de encarcelamientos arbitrarios durante el franquismo..., en vez de propugnar y exigir su castigo y el de los máximos responsables de los mismos, es decir, de los ministros franquistas que dictaban las órdenes, hoy sus correligionarios en las Cortes y salones. No exigen medida alguna contra los grupos y bandas fascistas armadas, ni contra los grupos paralelos policíacos, contra los somatenes, contra los turbios manejos y utilización del «terrorismo» por parte de la misma policía para poder promulgar leyes «antiterroristas» destinadas a reprimir a la clase obrera, a los nacionalistas y a los consecuentes defensores de la República, de la democracia y del socialismo». (Elena Ódena; Por encima de una izquierda monarquizada: Con claridad y audacia, forjemos la unidad antifascista y republicana, 1979)
Sobre la cuestión de las diversas tareas
vinculadas con el amplio frente unido republicano, antiimperialista y
antifascista, se esgrimía con total claridad que «La lucha contra la monarquía,
contra el fascismo, por los derechos democráticos y por la república. La
estrategia es la revolución, el socialismo y el comunismo. Pero entre ambas no
existe ninguna muralla China». Y que «La experiencia revolucionaria muestra que
en el proceso mismo de la lucha ambas se funden, pues las tareas democráticas
antiimperialistas, antifascistas, se entrelazan con las de la revolución
socialista», Véase los documentos del IIIº Congreso del PCE (m-l), 1979.
En dicho congreso se citaba a Enver Hoxha con mucho acierto:
«Para
que triunfe la causa de la liberación y la revolución, es preciso que el
partido marxista-leninista una bajo su dirección a todas las fuerzas
revolucionarias en un amplio frente popular. En la creación de amplios frentes
populares, el partido comunista marxista-leninista en modo alguno debe cifrar
todas sus esperanzas y concentrar todos sus esfuerzos en las alianzas y la
colaboración con los jefes de los partidos y las diversas organizaciones
políticas. El partido, sin descuidar este trabajo, tiene la tarea de consagrar
toda su atención y todas sus energías a la lucha por crear la unión del pueblo
a partir de la base, a través de un gran trabajo de esclarecimiento y
persuasión entre las masas, sobre todo organizando acciones concretas, bien
preparadas y reflexionadas». (Enver Hoxha; Sobre las tareas y el papel del
Frente Democrático de Albania; Extractos del informe presentado en el VIº
Congreso del Frente Democrático en Albania, 14 de septiembre de 1967)
Se advertía del error de considerar los
frentes de masas con otros partidos republicanos como el único cauce de
actuación y de movilización de masas para el PCE (m-l):
«Si bien
sigue siendo justa nuestra política de unidad de acción antiimperialista,
antifascista y republicana, es un hecho objetivo que Convención Republicana no
puede ni debe ser en la actual coyuntura el único cauce para movilizar y
organizar a las amplias masas. (…) Debemos también trabajar dentro mismo de los
distintos organismos o núcleos organizados y actuar de acuerdo con su
naturaleza y objetivos populares, esforzándonos también por otra parte, allá
donde existan condiciones, para promover nosotros mismos desde el principio de
nuestra actividad, juntas o plataformas populares republicanas, antifascistas y
antiimperialistas, las cuales deberán también organizar iniciativas de lucha en
tomo a problemas concretos. En este sentido, Convención Republicana y las
Juntas Republicanas deben formar parte del conjunto del trabajo de frente unido
y de unidad popular, sin ser el único cauce a través del cual pase toda nuestra
actividad y nuestros esfuerzos, que configuran nuestra política de frente unido
y de unidad popular». (Elena Ódena; Nuestra actividad en el movimiento de masas
en la actual coyuntura, 27 de mayo de 1982)
En la cuestión republicana, como se dijo en varias ocasiones durante el IIIº Congreso del PCE (m-l) de 1979: los comunistas no
deben hacer un mito de la II República. Véase el capítulo: «La importante fracción de 1981 en el PCE (m-l)» de 2020.
Muy por el contrario, para los comunistas debía quedar claro que la historia ya había puesto de manifiesto que no se puede luchar por una democracia burguesa al uso, aunque sea esta en forma republicana:
«Nuestro Partido, recogiendo el sentir y defendiendo los intereses, no sólo de las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, de la juventud revolucionaria y patriota, sino de todos los sectores del pueblo, propugna y lucha por una República Popular y Federativa que siente las bases de la nueva sociedad socialista, único medio para dar solución a los apremiantes y cruciales problemas que tienen planteados los pueblos de España. Estamos además convencidos de que todos los republicanos que deseen acabar de una vez para siempre con el fascismo y con la dominación de las castas reaccionarias en nuestra patria, coincidirán en que actualmente, en la actual coyuntura histórica de descomposición y crisis del conjunto del sistema capitalista, no puede darse marcha atrás a la rueda de la historia y soñar con volver a una república burguesa, liberal y capitalista». (Elena Ódena; ¡Abajo la monarquía borbónica aliada del fascismo!, 1974)
Los comunistas deben reconocer los méritos y sus limitaciones de las repúblicas burguesas, como siempre hicieron comunistas como José Díaz, Joan Comorera o Elena Ódena. Todo intento romántico de idealizar la república, es un inútil intento como lo es cuando se trata de glorificar conceptos como el de libertad o democracia.
Muy por el contrario, para los comunistas debía quedar claro que la historia ya había puesto de manifiesto que no se puede luchar por una democracia burguesa al uso, aunque sea esta en forma republicana:
«Nuestro Partido, recogiendo el sentir y defendiendo los intereses, no sólo de las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, de la juventud revolucionaria y patriota, sino de todos los sectores del pueblo, propugna y lucha por una República Popular y Federativa que siente las bases de la nueva sociedad socialista, único medio para dar solución a los apremiantes y cruciales problemas que tienen planteados los pueblos de España. Estamos además convencidos de que todos los republicanos que deseen acabar de una vez para siempre con el fascismo y con la dominación de las castas reaccionarias en nuestra patria, coincidirán en que actualmente, en la actual coyuntura histórica de descomposición y crisis del conjunto del sistema capitalista, no puede darse marcha atrás a la rueda de la historia y soñar con volver a una república burguesa, liberal y capitalista». (Elena Ódena; ¡Abajo la monarquía borbónica aliada del fascismo!, 1974)
Los comunistas deben reconocer los méritos y sus limitaciones de las repúblicas burguesas, como siempre hicieron comunistas como José Díaz, Joan Comorera o Elena Ódena. Todo intento romántico de idealizar la república, es un inútil intento como lo es cuando se trata de glorificar conceptos como el de libertad o democracia.
Por supuesto Comorera subrayaba a cada momento, la importancia del rol de la clase obrera y su partido:
«En
virtud de esta polarización es como todos hemos podido observar que en el
desorden general solo se mantienen formas, homogéneas, solo acentúan la
personalidad de su personalidad dirigente, la clase obrera, y sus destacamentos
de vanguardia: el PCE y el PSUC. Son los obreros, son los comunistas, los que
más abnegadamente dan batalla». (Joan Comorera; Nuestro problema no comienza ni
acaba en la persona de Franco; Carta Abierta a J. Navarro i Costabella,
noviembre de 1948)
Ódena también dejó claro que rechazaba las
nociones que negaban el concepto de partido de vanguardia:
«Rechazamos
totalmente esa idea de partido, así como la noción de que ya no es necesario
disponer de un partido de temple leninista, vanguardia de la clase obrera y
Estado Mayor de la revolución». (Elena Ódena; Sobre algunas cuestiones de
principio del marxismo-leninismo, 1967)
En especial durante los últimos años de vida de Elena Ódena hubo
varias advertencias sobre no caer en lenguaje basado en un republicanismo
abstracto, sobre no basar todo el trabajo en frentes de masas en torno a la cuestión republicana, ni propagar en cualquier frente ilusiones sobre
la II República de 1931 y sus limitaciones.
En el IVº Congreso del PCE (m-l) de 1984, la dirección volvió a insistir en no repetir los que a su parecer, fueron los errores del PCE durante la II República y la Guerra Civil:
«El PCE cometió errores en su política de alianzas al plegarse a sus aliados de la burguesía republicana y al tener una concepción estática de la política de alianzas, ya que cuando a lo largo de la guerra cambiaron las circustancias y se había transformado en la fuerza principal y dirigente dentro del frente popular, no tomó la dirección del mismo, cuando existían condiciones para ello. (...) También se cometieron errores en la concepción militar de la guerra, encerrándose el PCE en los moldes clásicos burgueses en vez de adoptar y promover órganos populares de poder y de lucha, o impulsando la guerra de guerrillas, tanto en los frentes establecidos como en la retaguardia del enemigo. (…) Al final, el PCE no organizó la continuación de la lucha cuando claudicó el gobierno burgués republicano y se abandonó el combate cuando decenas de miles de hombres y mujeres del pueblo empuñaban las armas y estaban dispuestos a seguir combatiendo. (…) Cabe señalar, por otra parte, que en lo que al PCE se refiere, el grave error cometido de debilitar y abandonar en algunos casos el funcionamiento leninista de las célylas y comités del partido, ya que la mayor parte de ellos se disolvieron en los distintos órganos civiles y militares de masas. (...) En definitiva, el PCE no comprendió el doble carácter de la guerra, ya que si ésta era contra el fasicsmo y por la independencia nacional, también era una guerra con carácter de clase y revolucionaria. Ello llevó en definitiva al PCE a practicar una política de colaboración de clases, de tipo revisionista». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IVº Congreso del PCE (m-l), 1984)
Algunas de estas críticas coinciden precisamente con los informes recogidos por los delegados de la Internacional Comunista. Véase la obra de Stepánov: «Las causas de la derrota de la República Española» de 1939.
A partir de 1986 la dirección del PCE (m-l) viró completamente hacia tal desfiladero oportunista; se pueden observar una reactivación de desviaciones republicano-burguesas en el PCE (m-l), algo que empezó a ser tan evidente que varios grupos y partidos internacionales se empezaron a hacer eco de las posturas derechistas de dicho partido:
En el IVº Congreso del PCE (m-l) de 1984, la dirección volvió a insistir en no repetir los que a su parecer, fueron los errores del PCE durante la II República y la Guerra Civil:
«El PCE cometió errores en su política de alianzas al plegarse a sus aliados de la burguesía republicana y al tener una concepción estática de la política de alianzas, ya que cuando a lo largo de la guerra cambiaron las circustancias y se había transformado en la fuerza principal y dirigente dentro del frente popular, no tomó la dirección del mismo, cuando existían condiciones para ello. (...) También se cometieron errores en la concepción militar de la guerra, encerrándose el PCE en los moldes clásicos burgueses en vez de adoptar y promover órganos populares de poder y de lucha, o impulsando la guerra de guerrillas, tanto en los frentes establecidos como en la retaguardia del enemigo. (…) Al final, el PCE no organizó la continuación de la lucha cuando claudicó el gobierno burgués republicano y se abandonó el combate cuando decenas de miles de hombres y mujeres del pueblo empuñaban las armas y estaban dispuestos a seguir combatiendo. (…) Cabe señalar, por otra parte, que en lo que al PCE se refiere, el grave error cometido de debilitar y abandonar en algunos casos el funcionamiento leninista de las célylas y comités del partido, ya que la mayor parte de ellos se disolvieron en los distintos órganos civiles y militares de masas. (...) En definitiva, el PCE no comprendió el doble carácter de la guerra, ya que si ésta era contra el fasicsmo y por la independencia nacional, también era una guerra con carácter de clase y revolucionaria. Ello llevó en definitiva al PCE a practicar una política de colaboración de clases, de tipo revisionista». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); Documentos del IVº Congreso del PCE (m-l), 1984)
Algunas de estas críticas coinciden precisamente con los informes recogidos por los delegados de la Internacional Comunista. Véase la obra de Stepánov: «Las causas de la derrota de la República Española» de 1939.
A partir de 1986 la dirección del PCE (m-l) viró completamente hacia tal desfiladero oportunista; se pueden observar una reactivación de desviaciones republicano-burguesas en el PCE (m-l), algo que empezó a ser tan evidente que varios grupos y partidos internacionales se empezaron a hacer eco de las posturas derechistas de dicho partido:
«Si hay algo por lo que se
conoce al PCE (m-l), es la orientación republicana para la lucha de la clase
obrera española. Los lemas fundamentales de PCE (m-l) son «Mañana España
será republicana» y «El futuro es la república». Estos eslóganes republicanos
son solo unos de muchos eslóganes similares. El PCE (m-l) no flanquea este
lema con otros que proclaman «Mañana España tendrá una revolución socialista»,
«Mañana la clase obrera será la clase dominante», etc. No, el lema republicano
es el lema. En mítines y manifestaciones, el PCE (m-l) ondea la bandera
tricolor de la república de los años treinta. Y en sus propuestas para la
unidad, busca reunir a los trabajadores españoles y las diversas fuerzas
políticas en torno a la lucha por la república como el tema central. Por
ejemplo, en la reciente campaña electoral, trató de construir una «Unidad
popular republicana». (...) Pero, de hecho, sea cual sea la formulación
particular, parece que el PCE (m-l) ha hecho de la lucha por la república
una etapa de la revolución española. (...) El eje básico de la lucha de clases
en España es entre el proletariado y la burguesía. Es el proletariado urbano y
rural que forma el núcleo de la mayoría explotada, mientras que es la burguesía
capitalista la que posee las riendas del poder. El objetivo de la lucha de
clases no puede ser otra cosa que la revolución socialista. Ciertamente, está
claro que debido a la forma en que se cambió la tiranía [el franquismo], no a
través de la revolución sino con cambios graduales desde arriba, muchas
instituciones reaccionarias del antiguo régimen fueron trasladadas. Sin
embargo, esto no significa que la tiranía todavía exista, sino que varias
instituciones reaccionarias del pasado se han incorporado al régimen actual. La
democracia burguesa es siempre más o menos restringida, falsa e hipócrita, la
libertad de los ricos y una dictadura de los ricos sobre los explotados. La
lucha contra los remanentes del antiguo régimen no es el foco de la lucha de
clases en la España actual; más bien se ha convertido en parte de la lucha de
clases contra el orden constitucional democrático-burgués. Es el dominio de la
clase obrera y el socialismo, no la utopía mítica de un orden
burgués-democrático refinado, lo que debe sostenerse como la perspectiva para
el movimiento proletario de los marxistas-leninistas. (...) La toma del
republicanismo como la política central del PCE (m-l) no solo afecta las
perspectivas futuras. Afecta su política actual, particularmente porque el PCE
(m-l) a menudo presenta el republicanismo como su característica política
distintiva. Por lo tanto, el republicanismo se convierte en uno de los temas
principales del trabajo independiente del PCE (m-l), por así decirlo. Pero el
PCE (m-l) considera al republicanismo como una plataforma que puede unir a
la clase obrera con otras «clases y estratos populares» no especificados.
De hecho, el republicanismo se convierte en un fundamento ideológico para la
política de proponer tareas democráticas y nacionalistas pequeño burguesas en
lugar de las tareas revolucionarias proletarias». (The Workers' Advocate
Supplement; Vol. 2 #8, 1986)
Más allá de las desproporciones y errores a la hora de analizar
ciertos sucesos por parte de este grupo estadounidense de tendencia «thalmanniana»
sobre ciertos temas. En este caso, y en este análisis particular sobre el PCE
(m-l): esto no eran exageraciones, resume muy bien la degeneración del PCE
(m-l) como se puede ver en la documentación de la época.
Ya durante 1986 se empezaba a utilizar un lenguaje ambiguo sobre la
búsqueda de una mayor «democracia» sin especificar bajo qué carácter de clase,
con reivindicaciones generales sobre las luchas de «los de arriba y los de
abajo» sin mencionar el papel de la clase obrera. Frases muy recurrentes entre
el republicanismo pequeño burgués que hoy todavía utilizan ciertas formaciones
reformistas como Podemos o Izquierda Unida:
«Para nosotros la república
es venidera; no miramos hacia el pasado, miramos hacia adelante, al futuro,
pues solo en un marco republicano se abrirán perspectivas de desarrollo
democrático, de progreso, de independencia nacional. (…) La lucha por conseguir
un gobierno republicano, que nosotros queremos popular y federativo, es de
plena actualidad. (…) Repetimos, en esta lucha que habrá de tomar diversas
formas, hasta la más sublime, la gran fiesta de los explotados y oprimidos,
corresponde un papel de primerísima importancia». (Raúl Marco; Discurso en un
mitin republicano celebrado en Madrid, 13 de abril de 1986)
En 1989 dentro del artículo de R. Sánchez llamado «La república y los comunistas», desde el PCE (m-l) se llegaron a
emitir teorías tan rocambolescas, ¡como que el fin de la monarquía supone el fin
del poder oligárquico!
«Se pude objetar que la forma
del Estado republicano no determina el carácter de clase de dicho Estado, que
existen infinidad de repúblicas reaccionarias, etc. (…) Pero de lo que se trata
aquí y ahora, es de quebrar el poder político de la oligarquía española, y para
lograrlo hay que destruir la forma concreta en que ese poder se organiza a
escala estatal. En cuanto al carácter de la futura república los comunistas la
queremos Popular y Federativa, que abra paso a la edificación del socialismo.
Mas, en estos momentos y en aras del logro de unas alianzas lo más amplias
posibles contra el régimen monárquico actual, no hacemos una condición sine qua
non de ello». (Revolución Española; Revista ideológica del Partido Comunista de
España (marxista-leninista), Nº18, 1989)
Con ello el PCE (m-l) reconocía que la lucha por una República Popular
y Federativa «que abra paso a la edificación del socialismo», una frase ambigua
que hoy todavía utilizan muchos oportunistas que desean dejar la revolución y la
edificación del socialismo para las calendas griegas, es decir para nunca. Porque
con esta declaración estaba claro que se renunciaba como partido de vanguardia
del proletariado a popularizar su programa y a ganarse a las masas para una
visión y sistema republicano de democracia proletaria. En cambio, se empezaba
coquetear con una especie de híbrido entre ideas y medidas socialistas en mitad
de una república liberal democrático-burguesa, satisfaciendo los sueños de los
pequeño burgueses que creen que esto es posible. Para colofón, el PCE (m-l) de
1989, confesaba, que siendo la lucha contra la monarquía como prioridad del
momento se sacrificaría todo «en aras del logro de unas alianzas lo más amplias
posibles». Y así es como un partido que sobre el plano se autodenomina
comunista y representante del proletariado, se acaba fundiendo finalmente con
un republicanismo abstracto y amorfo, se vuelve el furgón de cola de causas
idealizadas y románticas que no conducen a ningún lado. Pues, como sabemos, este
tipo de republicanismo cuando llega al poder, no resuelve los problemas de la
clase obrera y el resto de los trabajadores, e incluso el republicanismo de este tipo,
siempre ha sido utilizado por la burguesía para acometer un lavado de cara y salvar
su poder, como correctamente denunciaba el viejo PCE (m-l) de los 70. Es un republicanismo tan laxo que puede ser utilizado por distintas clases y capas sociales, así como sus
agrupaciones, un proyecto republicano donde normalmente los revisionistas al confundirse con otras
organizaciones, no logran la hegemonía y acaban simplemente cumpliendo un papel
testimonial de comparsa de dichas ilusiones, y por supuesto, donde también se reparten los frutos del fracaso y las decepciones.
No nos engañemos esta tesis republicana sobre que el fin
de la monarquía es el fin del sistema en su totalidad ya fue propagada por otros grupos en el pasado.
Y en la actualidad se sigue repitiendo por otras agrupaciones pseudocomunistas bien
conocidas por sus desviaciones a izquierda y derecha. Es más, la línea general
que se expone en el artículo del PCE (m-l) de 1989, es similar a la que ahora planteaban los miembros y simpatizantes
del infausto Partido Comunista de España (reconstituido).
Por si el lector no conoce la trayectoria de este grupo, fue una agrupación maoísta, que después evolucionó a brézhnevista sin abandonar su maoísmo, en un acto de eclecticismo atrozmente ridículo, transcribiendo varias tesis revisionistas que hoy todavía resuenan, entre otras cosas porque eran copias de mitos del revisionismo internacional. Los restos actuales, y simpatizantes, del PCE (r), se afanan por calificar a todo país de «fascista» –bajo la absurda teoría de que todo país imperialista es conducido al fascismo–. Véase el capítulo: «La creencia de que en la etapa imperialista monopólica, la forma de dominación política de la burguesía es el fascismo y que no puede adoptar la forma de democracia burguesa» de 2017.
Eso no les impide por otro lado, tender a idealizar y embellecer la república democrático-burguesa en sus discursos, afirmando, como hace Hásel, que «en todo caso una democracia burguesa sería Venezuela, donde un comunista no está perseguido» –cosa que no solo no es cierta y mucho menos en los países del «socialismo del siglo XXI»–. Véase el capítulo: «El error de relacionar automáticamente represión con fascismo» de 2017.
Y postulan, como alegremente hace Olarieta, que en España el fin de la monarquía sería el fin del sistema capitalista en sí:
Por si el lector no conoce la trayectoria de este grupo, fue una agrupación maoísta, que después evolucionó a brézhnevista sin abandonar su maoísmo, en un acto de eclecticismo atrozmente ridículo, transcribiendo varias tesis revisionistas que hoy todavía resuenan, entre otras cosas porque eran copias de mitos del revisionismo internacional. Los restos actuales, y simpatizantes, del PCE (r), se afanan por calificar a todo país de «fascista» –bajo la absurda teoría de que todo país imperialista es conducido al fascismo–. Véase el capítulo: «La creencia de que en la etapa imperialista monopólica, la forma de dominación política de la burguesía es el fascismo y que no puede adoptar la forma de democracia burguesa» de 2017.
Eso no les impide por otro lado, tender a idealizar y embellecer la república democrático-burguesa en sus discursos, afirmando, como hace Hásel, que «en todo caso una democracia burguesa sería Venezuela, donde un comunista no está perseguido» –cosa que no solo no es cierta y mucho menos en los países del «socialismo del siglo XXI»–. Véase el capítulo: «El error de relacionar automáticamente represión con fascismo» de 2017.
Y postulan, como alegremente hace Olarieta, que en España el fin de la monarquía sería el fin del sistema capitalista en sí:
«El Estado no es un meccano, es decir tú
no puedes coger una pieza de Estado y poner otra. Que es lo que piensa mucha gente, se cree bueno
claro quitas al Rey pones a una República y todo continua igual. Es que eso no
existe, eso no funciona así. Esto es un castillo de naipes, si tú quitas
una pieza todo se viene abajo». (¿Es posible otra república burguesa en España?
Respuesta de Olarieta y Rebeca Quintans, 20 de abril de 2017)
A esto ya contestamos:
«¿Cómo un presunto comunista –que domina el materialismo
dialéctico e histórico– se puede atrever a decir que en caso de que la
burguesía pierda al Rey su sistema político se viene abajo? ¿No ha habido casos
de transiciones convulsas o relativamente pacíficas en que la monarquía se ha
abolido en favor de un republicanismo y el capitalismo se ha consolidado? ¿No
es la Revolución Francesa del siglo XVIII el mejor ejemplo de ello? [¿No lo fue
la instauración de la II República (1848-1852), la III (1870-1940), la IV
(1946-1958) o la actual V República Francesa (1958-actualidad) en dicho país,
la corroboración de que dicho axioma no ha cambiado y se repite una y otra
vez]? Cualquier Estado burgués cuando se vea forzado por motivos económicos de
crisis, por la fuerza de la clase obrera o por el motivo determinante que sea,
sacrificará a su Rey si es necesario con tal de darle un lavado de cara a su
dominación política. Cuando Olarieta piensa que el Estado burgués está atado al
Rey, y que su caída sería la caída de todo el sistema político-económico,
reproduce el mismo pensamiento idealista que cuando pensaban los GRAPO que
«hacían la revolución» por intentar asesinar a las figuras clave del régimen,
no entendiendo en ambos casos, que para hacer la revolución, para que haya una
verdadera transformación de un sistema político-económico, la cuestión no
depende de quitar o matar personalidades, por muy influyentes o famosas que
sean, pues dichas figuras no dejan de ser representantes de un sistema
sustentado por unas clases explotadoras.
Cualquier
marxista con un poco de conocimientos sabe que si bien las personalidades son
importantes, las masas son las que hacen la historia:
«La
doctrina del marxismo-leninismo sobre las leyes que rigen el desarrollo social
y sobre el papel de la personalidad, de los partidos, y de las clases en este
desarrollo es opuesta tanto al fatalismo, como al subjetivismo que reduce todo
el desarrollo social a la acción de los «héroes», de las personalidades
Ilustres. La doctrina del marxismo-leninismo sobre la necesidad histórica en el
desarrollo social no menoscaba, ni mucho menos, el papel de la personalidad en
la historia. El marxismo-leninismo parte del criterio de que son los hombres
los que hacen la historia, pero que su actuación está condicionada y
determinada por las necesidades del desarrollo de la vida material de la
sociedad». (Mark Rosental y Pavel Yudin; Diccionario filosófico marxista, 1946)
Al
apunte republicano de Olarieta, ha de decirse, que el republicanismo a secas es
una cuestión que no existe, y que si lo que se refiere es un republicanismo
democrático-burgués su progresismo depende del momento histórico. Pero como
decíamos, incluso aunque hablemos de una etapa democrático-burguesa en un país
subdesarrollado que no es el caso español, el republicanismo debe ser enfocado
por los comunistas en vistas no tanto a la forma que debe adoptar, sino al
contenido de la república a proclamar, de igual forma en las alianzas con esos
republicanos de izquierda, no deben de contentarse con formar una alianza
republicana, sino explicarles sobre todo a la base porqué la república tiene
que tener el contenido que demandan los marxistas, de otra manera, el partido
marxista, se perderá en ilusiones pequeño burguesas sobre un republicanismo
abstracto, que de llegar a materializarse, mantendrá los problemas que heredó
del antiguo régimen, como hemos visto en diversos casos históricos. No
olvidemos que actualmente son repúblicas gran parte de los países
imperialistas. Por eso hablamos que el republicanismo sin sello de clase es un
arma que bien puede ser utilizado por la propia reacción, incluso aunque la
burguesía no tenga tradiciones republicanas». (Equipo de Bitácora
(M-L); Estudio
histórico sobre los bandazos oportunistas del PCE(r) y las prácticas terroristas
de los GRAPO, 30 de junio de 2017)
¿Acaso
la historia demuestra que con el fin de la monarquía se deduce el fin de la
oligarquía? ¡Como vemos es todo lo contrario! Solo un necio republicano pequeño
burgués hablaría así. Pero indaguemos históricamente un poco más.
La
historia ha mostrado que la oligarquía y la burguesía han sabido adaptarse a los ropajes republicanos-liberales sin perder
su poder económico:
«Y se cree haber dado un paso
enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y
entusiasmarse por la república democrática. En realidad, el Estado no es más
que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república
democrática que bajo la monarquía». (Karl Marx; La guerra civil en Francia,
1871)
Engels diría también que la república democrática burguesa pese a
sus avances en comparación con otras formas políticas del pasado, no deja de
albergar evidentes diferencias entre las clases explotadoras y explotadas
mediante diferentes mecanismos. Ante esto, cuando el proletariado, adquiera
conciencia de su desventaja y explotación se organizará de forma independiente,
elegirá a sus representantes en los organismos del Estado, aunque nunca se le
permita llegar a gobernar los destinos del país, ya que la burguesía no cederá
el poder de su maquinaria estatal. Por ello el proletariado cuando se dé cuenta
de las limitaciones del sistema que está diseñado para perpetuar política,
económica y culturalmente a la burguesía, mandará dicha «república democrática»
al basurero de la historia:
«La forma más elevada del
Estado, la república democrática, que en nuestras condiciones sociales modernas
se va haciendo una necesidad cada vez más ineludible, y que es la única forma
de Estado bajo la cual puede darse la batalla última y definitiva entre el
proletariado y la burguesía, no reconoce oficialmente diferencias de fortuna.
En ella la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero por ello mismo de un
modo más seguro. De una parte, bajo la forma de corrupción directa de los
funcionarios, de lo cual es América un modelo clásico, y, de otra parte, bajo
la forma de alianza entre el gobierno y la Bolsa. Esta alianza se realiza con
tanta mayor facilidad, cuanto más crecen las deudas del Estado y más van
concentrando en sus manos las sociedades por acciones, no sólo el transporte,
sino también la producción misma, haciendo de la Bolsa su centro. Fuera de
América, la nueva república francesa es un patente ejemplo de ello, y la buena
vieja Suiza también ha hecho su aportación en este terreno. Pero que la
república democrática no es imprescindible para esa unión fraternal entre la
Bolsa y el gobierno, lo prueba, además de Inglaterra, el nuevo imperio alemán,
donde no puede decirse a quién ha elevado más arriba el sufragio universal, si
a Bismarck o a Bleichrder. Y, por último, la clase poseedora impera de un modo
directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida –en
nuestro caso el proletariado– no está madura para libertarse ella misma, su
mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente
forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que
va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido
independiente, elige sus propios representantes y no los de los capitalistas.
El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase
obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual, pero esto
es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los
trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los
capitalistas, qué deben hacer». (Friedrich Engels; El origen de la familia, de
la propiedad privada y el Estado, 1884)
En sus análisis sobre la Italia de finales del siglo XIX, Engels sacaba a flote el hecho de
que si llegase el republicanismo liberal al poder podría dar cierto cobijo para
que los comunistas tuviesen más libertad de agitación y demás lo cual era
positivo, pero no había que caer en sus ilusiones reformistas, sino popularizar
y plantear su propia plataforma, pues la república en manos burguesas no
garantizaba al proletariado su emancipación, significaba más bien un notable cambio en la situación política, donde la alianza temporal con los republicanos para derrocar a la monarquía llegaba a su fin. Esto no podía ser de otro modo, puesto que siempre parte de la
vieja monarquía y nobleza aceptan volverse «republicanos» para
adecuarse al nuevo régimen democrático-burgués y los «nuevos tiempos» republicanos. Esto a su vez colocaba a los comunistas como la «oposición progresista» al
gobierno burgués republicano:
«En caso de éxito más o menos
pacífico habrá un simple cambio de ministerio, llegarán al poder los
republicanos resellados Cavalotti y Cía; en caso de revolución surgirá la
república burguesa. ¿Cuál ha de ser, pues, el papel del partido socialista ante
esas eventualidades? (...) Los socialistas toman, por tanto, una parte
activa en cada fase de evolución por la que pasa la lucha entre el proletariado
y la burguesía, sin perder jamás de vista que esas fases no son otra cosa que
etapas que llevan al gran objetivo principal: a la conquista del poder político
por el proletariado, como medio de reorganización social. Su lugar está entre
los combatientes por cualquier éxito inmediato en beneficio de la clase obrera;
y ven en estos éxitos políticos o económicos nada más que un pago de cuentas
por partes. Por eso consideran que todo movimiento progresista o revolucionario
es un paso en la dirección de su propia marcha; su misión especial es estimular
a los otros partidos revolucionarios y, en caso de victoria de uno de ellos,
salvaguardar los intereses del proletariado. Esta táctica, que jamás pierde de
vista el gran objetivo, preserva a los socialistas contra las desilusiones a
que están sujetos infaliblemente los otros partidos, menos clarividentes, ya sean
los republicanos puros, ya los socialistas sentimentales, que toman una simple
etapa como meta final del movimiento. (...) La victoria de la burguesía en
desintegración y de los campesinos llevará posiblemente a un ministerio de
republicanos resellados. Eso nos dará el sufragio universal y una libertad de
movimiento –libertad de prensa, de reunión, de asociación, abolición de la
vigilancia policíaca, etc.– mucho más considerable, es decir, nuevas armas que
no se deben despreciar. (...) Nosotros debemos proclamarlo abiertamente, que
tomamos parte como partido independiente, aliado por el momento a los radicales
o los republicanos, pero completamente distinto de ellos; que no nos hacemos
ilusiones acerca del resultado de la lucha en caso de victoria; que ese
resultado, lejos de satisfacernos, no será para nosotros más que una etapa
lograda, una nueva base de operaciones para nuevas conquistas; que, el día
mismo de la victoria, nuestros caminos se separarán y que, a partir de ese día,
formaremos frente al nuevo gobierno la nueva oposición, no la oposición
reaccionaria, sino progresista, la oposición de la extrema izquierda, la
oposición que impulsará hacia el logro de nuevas conquistas rebasando el
terreno ya ganado». (Friedrich Engels; La venidera revolución italiana y el
partido socialista, 1894)
Lenin también comentaría sobre la estructura de las flamantes
repúblicas democrático-burguesas de la época y la evidente mentira de que dicho
sistema era igualitario en cualquier campo que se analizase:
«La
historia de los siglos XIX y XX nos ha mostrado ya antes de la guerra qué es de
hecho la cacareada «democracia pura» bajo el capitalismo. Los marxistas siempre
han dicho que cuanto más desarrollada y más «pura» es la democracia, tanto más
franca, aguda e implacable se hace la lucha de clases, tanto más «puras» se
manifiestan la opresión por el capital y la dictadura de la burguesía. El
asunto Dreyfus en la Francia republicana, las sangrientas represalias de los
destacamentos mercenarios, armados por los capitalistas, contra los huelguistas
en la libre y democrática República de Norteamérica, estos hechos y miles de
otros análogos demuestran la verdad que la burguesía trata en vano de ocultar,
o sea, que en las repúblicas más democráticas imperan de hecho el terror y la
dictadura de la burguesía, que se manifiestan abiertamente en cuanto a los
explotadores les parece que el poder del capital se tambalea. (...) Por otra
parte, los obreros saben perfectamente que la «libertad de reunión» es, incluso
en la república burguesa más democrática, una frase vacía, ya que los ricos
poseen todos los mejores locales sociales y privados, así como bastante tiempo
libre para sus reuniones, que son protegidas por el aparato burgués de poder.
Los proletarios de la ciudad y el campo, así como los pequeños campesinos, es
decir, la mayoría gigantesca de la población, no cuentan con nada de eso.
Mientras las cosas sigan así, la «igualdad», es decir, la «democracia pura»,
sería un engaño. Para conquistar la verdadera igualdad, para dar vida a la
democracia para los trabajadores, hay que quitar primero a los explotadores
todos los locales sociales y sus lujosas casas privadas, hay que dar primero
tiempo libre a los trabajadores, es necesario que la libertad de sus reuniones
la defiendan los obreros armados, y no señoritos de la nobleza ni oficiales
hijos de capitalistas mandando a soldados que son instrumentos ciegos. Sólo
después de tal cambio se podrá hablar de libertad de reunión e igualdad sin
mofarse de los obreros, de los trabajadores, de los pobres. Pero ese cambio
sólo puede realizarlo la vanguardia de los trabajadores, el proletariado, que
derroca a los explotadores, a la burguesía. (...) El ejército ha sido un
aparato de opresión no sólo en las monarquías. Sigue siéndolo también en todas
las repúblicas burguesas, incluso en las más democráticas. Sólo el Poder
soviético, organización estatal permanente precisamente de las clases oprimidas
antes por el capitalismo, está en condiciones de acabar con la subordinación
del ejército al mando burgués y de fundir efectivamente al proletariado con el
ejército, de llevar efectivamente a cabo el armamento del proletariado y el
desarme de la burguesía, sin lo que es imposible la victoria del socialismo».
(Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tesis e informe sobre la democracia
burguesa y la dictadura del proletariado, 1919)
Dejemos hablar a los propios comunistas españoles sobre su experiencia de la II República en España durante 1931-1936 en sus primeros días y meses. Manuel Hurtado en su artículo: «El P. C. de España en la revolución española; Discurso del delegado español en el XII Pleno de la I. C.» nos decía:
«Vino el 14 de abril, que trajo la caída de la monarquía y la instauración de una República burguesa, en cuyo gobierno, los puestos de Presidente y ministro de Gobernación, pertenecían a dos viejos monárquicos: Alcalá Zamora y Miguel Maura, los cuales, de completo acuerdo con el resto del Gobierno, incluso los socialistas, se plantearon como tarea principal la salvación del aparato del Estado y de la base social de la monarquía y la salvación de los latifundistas en general.
La burguesía ha creado una leyenda alrededor del 14 de abril, intentando presentarlo como un idilio de armonía de clases y de un cambio de régimen sin efusión de sangre y sin luchas, con un completo acuerdo de todos.
El Partido y los hechos desenmascaran esta leyenda burguesa. La caída de la monarquía del 14 de abril fue preparada por el empuje revolucionario de los obreros, de los campesinos y de una capa de la pequeña burguesía de la ciudad.
El rey se vio obligado a abandonar el país para evitar males mayores. Bajo la presión de las masas, las clases dominantes realizaron una maniobra para aplazar la revolución. El bloque latifundista burguésmonárquico se transformó en bloque burgués-latifundista republicano. El sentido y fin de esta maniobra consistía en engañar a las masas revolucionarias con el nombre de la República, con ilusiones democráticas, con promesas demagógicas, y evitar de este modo el desenlace de la revolución.
Pero la realidad ha demostrado muy pronto toda la justeza de la teoría marxista-leninista de la lucha de clases. La revolución empezó y no termino con el 14 de abril. El Gobierno republicano ha demostrado su carácter contrarrevolucionario desde sus primeros días. El mismo 14 y 15 de abril ametralló en Sevilla y otros lugares a obreros revolucionarios.
El Gobierno se opuso directamente al desarrollo de la revolución agraria, [100] a la liberación nacional, a la disolución de las órdenes religiosas, a la destrucción del aparato del Estado monárquico, a la disolución de la guardia civil, etc. Las masas revolucionarias por su parte, a pesar de sus ilusiones democráticas, han demostrado un deseo sincero e insistente de luchar por la realización de las tareas fundamentales de la revolución». (Internacional Comunista, Nº7, 1932)
Incluso la propia Elena Ódena en sus notas y reflexiones sobre lo que fue la II República, nos expone similares conclusiones. Demostrando que las palabras y previsiones de Marx y Engels se hicieron realidad en diversas experiencias históricas a posteriori como en el caso español:
«Aunque la revolución
democrático-burguesa duró más de seis años, las tareas básicas concernientes a
la revolución permanecieron sin resolverse, en primer lugar la cuestión
agraria. De los 4.000.000 de campesinos pobres y obreros del campo, solamente
150.000 recibieron tierras y esto de una manera insuficiente, sin los
necesarios aparejos e instrumentos de cultivo. La Iglesia fue separada
formalmente del Estado, pero conservó sus bienes materiales y por lo tanto una
parte considerable de su influencia en la vida política. El Ejército siguió
siendo lo que era: el viejo Ejército reaccionario dominado por el espíritu de
casta, un nido de la contrarrevolución. Las condiciones de la clase trabajadora
no habían cambiado. La clase obrera y las masas campesinas reaccionaron ante el
sabotaje de los capitalistas y terratenientes con huelgas combativas y otros
métodos de lucha, sin recibir, sin embargo, el, apoyo necesario del gobierno
integrado por representantes de los partidos republicanos, para liquidar las
maquinaciones contrarrevolucionarias de la burguesía, de los terratenientes y
de los militares que preparaban secretamente un levantamiento. (...) Este fin
podía solamente alcanzarse transformando la república democrático-burguesa en
una república democrática de nuevo tipo, en una república sin grandes capitalistas
y terratenientes, una república del pueblo en la que el poder no estuviera en
manos del bloque de la burguesía y los terratenientes, como en la República
establecida el 14 de abril de 1931, sino en manos del bloque de la clase
obrera, los campesinos, la pequeña burguesía de la ciudad, las minorías
nacionales: un bloque en el que el proletariado estaba destinado a jugar un
papel dirigente». (Elena Ódena; Notas para la escuela del partido, 1981)
¿Es realmente el «republicanismo»
la síntesis donde se concentra la táctica principal que deben adoptar los
comunistas frente a las masas como pretenden algunos?:
«La defensa de la «república
en general» ante la monarquía parlamentaria de Juan Carlos I y Felipe VI
se ha convertido en una norma de las «gentes de izquierdas» en estas
tierras. Pero, ¿qué se esconde tras esta pretendida lucha republicana contra el
régimen político actual? ¿Tiene algún sentido que la lucha contra los
holgazanes «representantes» del «pueblo» tome la forma de una lucha
por la «república en general»? El régimen actual une lo parlamentario de una
república «en general», y lo hereditario de la monarquía «en general». ¿Qué
deben de hacer los trabajadores al respecto del Estado actual que los exprime
con leyes que impiden que pueda expresarse libremente y que defienden la
integridad de quienes les arrancan su salario o su trabajo cada día, cada hora?
¿Por qué deben luchar? Está claro que lo que de verdad importa en la cuestión
no es una lucha pretendida entre un parlamento republicano y otro monárquico;
el parlamento, que es lo que hasta hace unos decenios marcaba la distinción
entre la república y la monarquía, ya está hoy constituido. ¿Entonces? Lo
curioso es que sobre éste parlamento se asientan hoy unas figuras reales
totalmente inútiles –¡lo dice la misma Constitución española de 1978 cuando
trata los deberes del Rey!– que sólo chupan dinero de los trabajadores
para aumentar sus arcas, las cuáles se han comenzado a inflar mediante la
participación de estos señores en trapicheos y corruptelas, y en la dirección
de empresas –cuyo beneficio proviene del trabajo que os extraen a vosotros,
trabajadores– o compra de acciones de las mismas –¡quién no sabe ya relacionar
a los ex-políticos españoles con su «alma máter»!–. Los republicanos «en
general» pretenden acabar con ese problema de la explotación del trabajo
por el capital manteniendo las bases de la economía tal y como hoy están –es decir,
la propiedad de vuestros destinos en las manos de los capitalistas–. Esto está
«muy bien», pero, ¿podrá acabarse con la base de la usura que hemos citado sólo
cambiándose lo «menos fundamental» del sistema político –la corona–? Es
decir, ¿mientras haya capitalistas, no importará poco si estos explotadores –que
roban el trabajo de los obreros y se benefician de salarios paupérrimos de los
funcionarios de bajo rango, de los impuestos con que arruinan a los pequeños
propietarios poco pudientes, etc. llevan corona o no? Desde la OCTE está claro
que con eso no basta. El problema de la explotación de vuestro trabajo por el
capital quedaría sin resolver si nos limitásemos a esa
«solución» republicana. (...) Sin preguntarse sobre todas estas
cuestiones, «nuestros» republicanos «en general», cuando buscan la tercera
república, olvidan de hecho el carácter de clase de la segunda y, desde luego,
tampoco hacen mucho por esclarecer el de esa tercera. Necesitan una breve clase
de historia. La II República surgió como solución de las masas ante sus tareas
inmediatas que, tras el Directorio militar establecido con la caída del general
filofascista Miguel Primo de Rivera, eran de tener un parlamento con sufragio
universal, etc. La II República les permitió a las masas, por primera vez,
además de votar, que la clase obrera tuviese un partido que no estuviese
perseguido por la ilegalidad. Se trataba entonces del P.C.E. –hoy carcomido por
la carroña de los demagogos anticomunistas–, que desde 1921 hasta 1931 había
sido clandestino. Aun así, la II República no tuvo un carácter verdaderamente
popular hasta el triunfo, en 1936, del Frente Popular de España. Y los
burgueses, que hasta entonces en el bienio negro (1934-1936) habían gobernado
con la CEDA de forma tan republicana y legal, haciendo medidas republicanas en
contra del pueblo, cogieron las bayonetas y se levantaron contra lo que era una
posibilidad tremenda de los comunistas de ser escuchados por las amplias masas
populares y de que éstas se levantasen contra los explotadores. Como sabemos, esto
devino en la Guerra Civil. (...) En la II República se dieron cita, bajo unas
relaciones de producción efectivamente capitalistas, todo tipo de traidores
populistas como Alejandro Lerroux, Gil Robles, Indalecio Prieto, Julián Besteiro,
etc. De manera que nosotros no defendemos ni el capitalismo, ni a esos
traidores. Nosotros defendemos el carácter progresista que un sistema
parlamentario tenía después de no haber ninguno en España, y a los héroes que
no se quedaron ahí parados, a mitad de camino, sino que pretendían conseguir la
liberación efectiva de las masas explotadas. Dentro del campo de éstos héroes,
tenemos a José Díaz, Pedro Checa, Joan Comorera, y un largo etc. Los comunistas
y la OCTE sabemos que la lucha no es por la república capitalista, sino por el
socialismo, por la dictadura del proletariado, que es el régimen más
democrático que cualquier dictadura –democrática o fascista– de la
burguesía, de los capitalistas, pues es el único garante de la destrucción de
los explotadores como clase y de su poder estatal. Sólo en la medida de
nuestras fuerzas podremos transformar el movimiento republicano en un
movimiento por la dictadura del proletariado, pero en vistas a la situación
parlamentaria actual comprendemos que el tema del republicanismo sea una
cuestión más bien intelectual antes que una lucha prendida en las masas
trabajadoras y el proletariado. (...) Pero los partidos republicanistas –entre
ellos «nuestros» revisionistas– tienen la república como fin estratégico,
ya sea confundiéndolo interesadamente con una táctica –como hace el Partido del
Trabajo Democrático, partido socialdemócrata disfrazado de comunista sin mucha
habilidad– para conseguir unas «condiciones para luchar por el
socialismo» –como si la explotación del trabajo por el capital no fuese
suficiente–, o bien ya sea porque expresan que su fin es la república en
general. Dentro de los partidos «republicanistas en general» tenemos a un viejo
conocido de los comunistas españoles: el P.C.E. (m-l), que con esto culmina la
caída en el pozo del revisionismo de Raúl Marco, su secretario general –del que
sospechamos que nunca jamás ha salido–. La decepción tremenda que nos llevamos
los marxistas-leninistas cuando del congreso de refundación del P.C.E. (m-l)
salió una línea con la que el partido parecía creer vivir en la época de
Franco, no fue menor que la magnitud de las tesis revisionistas que se
esgrimieron, recordando a la fase socialdemócrata del ex-P.C.E. (m-l), desde
finales de los años 80». (Organización Comunista del Trabajo de España; El
republicanismo en España, 2017)
Creemos que estas viejas palabras de los compañeros de la OCTE resumen
la cuestión bastante bien». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2019)
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