«El hombre tiene también «conciencia», pero, tampoco esta es desde un principio una conciencia «pura», el «espíritu» nace ya tratado con la maldición de estar «preñado» de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de capas de aire en movimiento, de sonidos, en una palabra, bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios de relación con los demás hombres. (...) La conciencia es, en principio, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensorio que nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente de sí mismo; y es, al mismo tiempo, conciencia de la naturaleza, que al principio se enfrenta al hombre como un poder absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)
En esta pequeña sección analizaremos cómo los seguidores de la «Línea de Reconstitución» (LR) suelen enredarse con el vocabulario y cómo en este campo vuelven a destilar todo su idealismo filosófico en torno a la cuestión de las palabras con comentarios que a priori pudieran parecer nimiedades. Aquí, una vez más, lo importante no será lo que diga esta gente, sino indagar en toda una cadena de equivocaciones que han sido comunes a la hora de lidiar con cotidianidades, como es en este caso el lenguaje y sus implicaciones. Dicho de otro modo, el valernos de los ejemplos de estos señores será una excusa para plantear otras cuestiones de mayor índole.
Antes que nada, deberíamos aclarar la terminología que vamos a utilizar de cara a los lectores noveles. Mark Rosental y Pavel Yudin en su obra «Diccionario filosófico» (1940), definieron a las «categorías» como: «Los conceptos lógicos fundamentales que reflejan los vínculos y las conexiones más generales y sustanciales de la realidad»; por ende, «las categorías −por ejemplo: la causalidad, la necesidad, el contenido, la forma, etcétera− se formaron en el proceso del desarrollo histórico del conocimiento apoyándose en la práctica productora material y social de los hombres». Por otro lado, por «conceptos» hemos de entender: «La forma del raciocinio humano, mediante la cual se expresan los caracteres generales de las cosas», es «el resultado de la síntesis de la masa de fenómenos singulares», por lo que «en el proceso de esta síntesis abstraemos las propiedades y momentos casuales y no esenciales de los fenómenos, y formamos conceptos que reflejan las conexiones y las propiedades esenciales, fundamentales, decisivas, de los fenómenos y de las cosas». ¿Cuál es el problema aquí? Muy sencillo: «En el proceso de la formulación de los conceptos se crea el peligro de su alejamiento de la realidad. Por ejemplo, el concepto de número nació mediante la abstracción de los números singulares, particulares, que señalan tal o cual cantidad de cosas concretas. Sin embargo, los idealistas siguen considerando hasta hoy que el concepto de número, como los demás conceptos matemáticos, son apriorísticos, que existen antes e independientemente de toda experiencia del hombre. La lógica formal, idealista, enseña que el concepto, como lo general, está completamente abstraído de todo lo particular y concreto».
Lenin ya dejó claro que las «categorías» podían usarse siempre que tuvieran relación con el continuo conocer, es decir, «el pensamiento que avanza de lo concreto a lo abstracto siempre que sea correcto no se aleja de la verdad, sino que se acerca a ella»:
«Es injusto olvidar que estas categorías «tienen su lugar y validez en la cognición», pero como «formas indiferentes» pueden ser «instrumentos del error y de la sofistería», no de la verdad». (...) De la percepción viva al pensamiento abstracto, y de éste a la práctica: tal es el camino dialéctico del conocimiento de la verdad». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Resumen del libro de Hegel «Ciencia de la lógica», 1914)
Mientras, volvió a dejar claro que tanto los «conceptos» como las «categorías» tienen su base en la realidad, pero estas no existen como «entes invisibles» ni de forma «eterna», ni significa que su esencia resida en «otra dimensión», sino que son una herramienta fruto del vocabulario que crea el ser humano para acercarse, reflejar y operar con el mundo exterior que tiene delante, el cual siempre está en continuo devenir:
«Si todo se desarrolla, ¿no rige eso también para los conceptos y categorías más generales del pensamiento? Si no es así, significa que el pensamiento no está vinculado con el ser. Si lo es, significa que hay una dialéctica de los conceptos y una dialéctica del conocer que tiene significación objetiva». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Resumen del libro de Hegel «Lecciones de la filosofía», 1915)
En otra ocasión, Antonio Labriola, siendo aún más tajante, declaró en su obra «Del materialismo histórico» (1896), que había que terminar con el llamado: «Mito y el culto de las palabras», porque «las cuestiones terminológicas no tienen ya más valor que el subordinado de una mera convención», ¿a qué se refería? A que había que superar el obstáculo de: «Las vicisitudes humanas, las pasiones y los intereses y los prejuicios de escuela, de secta, de clase, de religión, y después el abuso literario de los medios tradicionales de representación del pensamiento, y la escolástica, nunca vencida». A ese molesto «verbalismo» tendiente a encerrarse en definiciones puramente formales, el cual «lleva la mente hacia el error de creer que es cosa fácil reducir a términos y expresiones simples y palpables la intrincada y cruel complicación de la naturaleza de la historia». O para decirlo de otro modo, ese pensamiento simplón que «anula el sentido del problema porque no ve más que denominaciones».
En cuanto el tema lingüístico, Lenin anotó cómo se forman los conceptos en una forma que, aun hoy, sigue dejando mudos a los críticos del materialismo histórico cuando estos le acusan previamente de ser «árido», «sin vida» y «mecánico»:
«La aproximación del espíritu −humano− a una cosa particular, −el sacar una copia = un concepto de ella− no es un acto simple, inmediato, un reflejo muerto en un espejo, sino un acto complejo, dividido en dos, zigzagueante, que incluye en sí la posibilidad del vuelo de la fantasía fuera de la vida; más aún que eso: la posibilidad de la trasformación −además, una trasformación imperceptible, de la cual el hombre no es consciente− del concepto abstracto, de la idea, en una fantasía −en última instancia = Dios−. Porque incluso en la generalización más sencilla, en la idea general más elemental −«mesa» en general−, hay cierta partícula de fantasía. Y viceversa: sería estúpido negar el papel de la fantasía, incluso en la ciencia más estricta −ejemplo: Písarev sobre los sueños útiles, como un impulso para el trabajo, y sobre los ensueños vacíos−». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Resumen del libro Aristóteles «Metafísica», 1914)
En este caso, se deja claro que no hay una separación absoluta entre lo «material» e «ideal», que dicha diferencia se vuelve casi imperceptible en varios momentos. Entiéndase que cuando una persona aprende un concepto, a veces dicho foco de estudio no interactúa directamente con él −póngase aquí el concepto «tiburón» o «quimera», el cual un niño puede aprenderlo sin ver, degustar, oler o tocar jamás a ninguno de ellos; sino tan solo oyendo y tramitando en su mente lo que un tutor le describe que es dicho animal −real o mitológico−, el cual más tarde lo verá representado en dibujos o lo escuchará fugazmente en las narraciones de los cuentos−. Ergo, a priori basta con que a sus sentidos lleguen las «huellas» de tal objeto de estudio −real o ficticio, pasado o presente, folclórico o científico− que le ha legado la humanidad. El problema es que tal concepción no es muy fiable y con el tiempo debe de ser revisada. Centrándonos en los adultos, cada persona se ve forzada a reconstruir sus concepciones de forma continua. ¿Cómo? A partir de toda una serie de abstracciones, las cuales serán cada vez más refinadas si reconstruye todo críticamente, partiendo, o mejor dicho, acercándose a la fuente de su estudio; y solo entonces, el niño que pasa a adolescente verificará por qué un «tiburón» es real y la «quimera» solo lo es en tanto existe el concepto del monstruo de la mitología griega, un híbrido mitad león, cabra y serpiente −además, con el tiempo descubrirá muy seguramente que la riqueza del lenguaje es tal, que también existen otras concepciones de «quimera» como sinónimo de «utopía» o «imposible»−. Dicho lo cual, entendiendo que todo está en movimiento −no solo los organismos vivos, sino también todo el lenguaje con el que operamos−, es muy posible que tal idea inicial que uno se ha hecho en su cabeza sobre X cuestión no sea muy aproximada −auténtica−. Tampoco es descartable que en su día no lo fuese porque operásemos bajo un soporte defectuoso para su estudio −o que ese objeto o cualidad haya cambiado sustancialmente−. Esto ocurre en todos los eventos de la vida: cuando los descubrimientos de la ciencia nos enseñan mejor cómo opera un concepto de física; cuando notamos que una persona ha cambiado tanto que su personalidad ha pasado de ser por norma «apacible» a fácilmente «irascible»; o cuando una nueva regla gramatical nos obliga a habituarnos a una nueva forma de escritura. En todos estos casos, deberemos reformular nuestras pretensiones sobre aquello que caracterizaba a dicho concepto −aun hasta cuando fuese bastante aproximado y correcto−.
¿Debemos suprimir los conceptos «producción», «civilización» o «dialéctica», señores reconstitucionalistas?
Ahora los «reconstitucionalistas», continuando con su empecinamiento en torno a su pedantería lingüística, han decidido atacar el vocabulario básico usado por la mayoría de la población para debatir, estudiar, o reflexionar sobre diversos temas de amplia relevancia. En su delirio pretenden dictar que la gente deje de utilizar categorías como «patriarcado» o «género», ¡porque «no son marxistas» y «no explican la opresión de las mujeres»!
«@_Dietzgen: «Afirmo que esas categorías ni son marxistas ni sirven para explicar científicamente la opresión que sufren las mujeres». (Comunista; Twitter, 3 de marzo de 2021)
Es cuanto menos hipócrita y cómico que el «no se puede utilizar categorías no marxistas» proceda de los mismos labios que día y noche nos dan la tabarra con la «Lucha de Dos líneas», la «Guerra Popular Prolongada» y otras monsergas maoístas. Siendo benévolos, y entendiendo aquí «categorías» por «conceptos», a esto contestaremos que bajo tal lógica deberíamos reprochar a Engels utilizar conceptos como «salvajismo», «barbarie» y «civilización» de Morgan, que no era comunista. También nos hubiera gustado ver si el pobre Marx hubiera podido describir el significado de expresiones como «plusvalía» solamente utilizando un «categorías propias», ¿se imaginan tal espectáculo? Muy seguramente, el pensador originario de Tréveris hubiera tenido no solo que inventar centenares de palabras para su lenguaje, sino que hubiera acabado creando directamente un idioma propio para satisfacer los requisitos de estos caballeros. ¿Acaso hizo esto? En absoluto, no era necesario. En el desarrollo o perfeccionamiento de todo campo científico el sujeto se ve obligado a recurrir, matizar o crear ciertas nociones acordes al lenguaje de su campo específico o de otros anexos, pero nada más. El propio Engels, en su «Prefacio a la primera edición alemana de la obra «Miseria de la filosofía» (1847)» (1884), reclamaba a Rodbertus el uso de las categorías económicas de su época, pero por un motivo muy simple, porque lo hacía de forma escolástica: «Sin someterlas a crítica, en la forma burda en que fueron transmitidas en herencia por los economistas, en una forma que resbala por la superficie de los fenómenos sin investigar el contenido de estas categorías».
¿No se «apropiaron» Marx y Engels de mucha de la terminología política, económica y filosófica ya estudiada por sus predecesores, y no se vieron obligados muchas veces a puntualizar su significado común para aproximarse a la realidad? «Dialéctica», «materialismo», «átomo», «producción», «ciencia», «comunismo», «proletariado», «esencia», «fuerzas productivas», «fruto íntegro del trabajo», «trabajo útil», «tiempo de trabajo social necesario», y muchos otros términos aparecen en las obras de estos dos autores, unos eran propios y otros no, y sirven perfectamente para ilustrar lo que comentamos. Pero la mejor parte de todo esto es cuando nos damos cuenta de que, si de usar términos no marxistas se trata, ni siquiera Marx debería haber teorizado, promovido, y haberse autodefinido de comunista, puesto que el comunismo previo a él era una serie de doctrinas utópicas de las tantas por aquel entonces. Esto ya demuestra que uno no puede «elevarse» por encima de la terminología de su tiempo:
«Los materialistas anteriores a Marx comprendieron que el contenido de los conceptos no está determinado por la pura actividad del pensamiento, desvinculado del mundo real; que el concepto no es el resultado de la arbitrariedad subjetiva de los pensadores, sino el reflejo de la realidad en el pensamiento del hombre. (…) Los clásicos del marxismo-leninismo demostraron que la cognición, al ser un proceso complejo y contradictorio de reflejar la realidad, no se reduce a un simple reflejo de la misma como un espejo. Por lo tanto, al resolver la cuestión de la esencia y el papel de los conceptos, debemos tener en cuenta no sólo la naturaleza objetiva del contenido de los conceptos, sino también cómo se forma y luego cambia y se desarrolla el contenido de un concepto dado, que refleja las relaciones y relaciones objetivas, las propiedades y cualidades de las cosas, los fenómenos. (…) Se sabe que el concepto de átomo ha evolucionado desde la antigüedad. Hasta mediados del siglo XIX, el átomo se definía como una partícula de materia absoluta, indivisible e inmutable. Nuevas investigaciones científicas y descubrimientos de físicos a finales del siglo XIX y principios del XX entraron en conflicto con esta definición del átomo y provocaron la necesidad de revisar esta definición establecida y dar otra, correspondiente a los últimos descubrimientos científicos. Nuevos datos científicos han establecido que el átomo es indivisible solo químicamente. Esto significa que no hay una fracción más pequeña de un elemento químico que un átomo. Pero un átomo es un sistema material complejo que se descompone en un núcleo y electrones. Un átomo cambia sus propiedades dependiendo de las condiciones físicas, dependiendo del sistema en el que ingrese». (V. I. Stempkovskaya; Sobre flexibilidad y precisión de conceptos, 1952)
Pero, según el reflexionar de los «reconstitucionalistas», esto no importa: no deberíamos utilizar palabras como «átomo», «género» o «patriarcado», porque si bien por algún «lamentable error» han sido usadas históricamente por los «marxistas», ¡no fueron ellos quienes las inventaron y no deberían correr el riesgo de contaminarse de sus posibles inexactitudes! Lo cierto es que a la hora de hablar es plausible y casi obligado utilizar constantemente términos de origen «no marxista» para referirse a la economía política y a la filosofía, dado que los conceptos no dejan de ser la herencia lingüística que arrastra la humanidad, siendo el uso de estos y su continua perfección la única forma de elevar el pensamiento hacia formulaciones más certeras:
«En la famosa «Introducción general a la Crítica de la Economía Política» (1857), Karl Marx señaló que el pensamiento de una persona, partiendo de lo concreto, abre el camino hacia abstracciones, que en un principio abarcan sólo las más generales, expresadas en las definiciones más simples. Sin embargo, el pensamiento no puede detenerse en las definiciones más simples, sino que vuelve una y otra vez a la realidad concreta, a un objeto real para revelar en él rasgos más profundos y específicos, sus diversos rasgos, lados y relaciones. Es sólo en el proceso de tal actividad mental que la «idea caótica del todo» es reemplazada por «un conjunto rico con numerosas definiciones y relaciones». (V. I. Stempkovskaya; Sobre flexibilidad y precisión de conceptos, 1952)
Ha de entenderse que «género» −y cualquier otro calificativo, noción o concepto «popular» o «académico»−, nos puede ayudar a sentar las bases del debate para que el lector primerizo y promedio entienda sobre lo que queremos hablar. Nos puede servir para centrar la atención del público general sobre el tema del que versa nuestra investigación, para, por decirlo así, empezar a indagar o exponer la cuestión con más comodidad. No sería igual lanzar un título rimbombante como «Síntesis de las relaciones de producción en el decenio decimonónico» que uno más «popular» como «Resumen de la economía del siglo XIX», puesto que en el primero caso gran parte del pueblo llano ni siquiera comprendería el título, y si cuando comienza a leer se encuentra con problemas iguales o mayores, ¿quién le juzgaría por ignorar automáticamente la obra del autor porque este tiene tales ínfulas de sabihondo? Pues así ocurre con todo lo demás. Esto debe de quedar claro porque en muchos casos tenemos un sector de lectores que estarían encantados de leer una opinión crítica diferente a la bazofia que acostumbran a encontrarse en los medios de comunicación «oficiales», pero apenas se despegan de estos porque cada vez que han probado leer algo de los «medios alternativos» resulta una experiencia sumamente amarga, ¿la razón? Se encuentran continuamente con textos completamente tediosos, petulantes y mal ordenados. Si ya de por sí gran parte de la población no tiene interés en muchas de las temáticas históricas, económicas o políticas del marxismo, resulta que otra parte que sí lo tiene no conoce las acepciones más técnicas, profundas y correctas sobre los temas que abordamos, por ende, ¿cómo vamos a presentar nuestros artículos como si fueran un tratado técnico-científico legible solo para los más especializados? Invariablemente, nuestro deber va a ser siempre el mismo: aclarar, matizar y corregir el significado que las palabras tienen en el ideario colectivo, las cuales no es extraño que tengan un significado totalmente distorsionado dependiendo de quien las utilice, puesto que «ciencia», «libertad» o «progreso» nunca tendrán la misma acepción para un conservador que un liberal, para un posmoderno que un neopositivista, ¿se entiende, no?
Entonces, sí, claro que la mayoría de «términos» que se usan en nuestro tiempo pueden estar «contaminados» por usos interesados: el feminismo es un gran ejemplo de un uso interesado y distorsionado sobre lo que es verdaderamente un «patriarcado», mientras el revisionismo hace lo propio cuando habla de «socialismo». Ahora, usar un término que es común y popular nos ahorra mucho tiempo a la hora de comunicarnos −y, a lo sumo, si es estrictamente necesario, podemos añadir una pertinente aclaración en cuanto al significado real del mismo−. Con esto no queremos decir, claro está, que debamos aceptar una terminología acompañada de su significación liberal −como acostumbran a realizar los oportunistas con palabras como «libertad», «humanismo» o «socialismo»−; ni transigir con la distorsión de lo que han sido y son términos como «feminismo» −para así tratar de ganarnos la simpatía de los pseudo o antimarxistas−. ¿Acaso podemos decir que vivimos en un «patriarcado» como aseguran las feministas? No. ¿Puede decirse que el «feminismo» ha sido alguna vez compatible con el marxismo en su metodología o aspiraciones ulteriores? Tampoco. ¿Podemos aceptar el concepto de «partido revolucionario», «antiimperialismo» o «dictadura del proletariado» del que hacen gala los revisionistas? Nunca. Ahora, ¿por ello tendríamos que erradicar el uso cotidiano de estos términos por su constante manipulación? Ni de broma. Es tan simple como usarlos y popularizarlos con su correcto significado. Si no, la única alternativa sería crear y popularizar un lenguaje completamente nuevo −una aventura quijotesca−, y de lograrlo lo más seguro es que pronto sería contaminado por toda una serie de distorsiones, por lo que tendríamos que crear otro nuevo −y así cíclicamente−, ¡sería el cuento de nunca acabar! Llegados a este punto, huelga decir que tampoco estamos de acuerdo con aquellos que desean inventar un término nuevo para cada chaladura que se les pasa por la cabeza, aislándose con el clásico lenguaje endogámico de secta de iluminados.
Unas breves notas para la correcta utilización de los conceptos en el contexto adecuado
En resumen, si intentásemos no usar términos «contaminados» en su uso común o académico, en realidad no podríamos mencionar movimientos políticos y escuelas filosóficas como «fascismo», «maoísmo», «posmodernismo» o «estructuralismo» −y ni hablar ya de sus múltiples tesis−, puesto que, siempre según esta lógica de la LR, ¡la tergiversación diaria realizada tanto por parte de detractores como de sectores afines ha terminado por calar demasiado hondo en el tejido social! Continuando con este pensamiento hilarante, tampoco sería «correcto» hablar de «materialismo» puesto que sobre esta palabra la acepción dominante nada tiene que ver con la tendencia filosófica de concebir el mundo, sino que popularmente por «materialista» uno se suele referir a alguien que prefiere el dinero y los lujos sobre los principios morales, ¡incluso existe una escuela filosófica idealista que se denomina «materialismo filosófico», capitaneada por las viudas de ese nacionalista que fue Gustavo Bueno! ¿Qué se puede concluir aquí? Que ha de ser en la polémica donde se exponga, ya no tanto el «significado original» de estos términos −que es útil, pero la mayoría de veces es un ejercicio que no viene al caso porque tal acepción se ha vuelto secundaria o ha caído en desuso−, ni siquiera «decretar» cuales son correctos de «usar» o no, sino que lo verdaderamente importante y en relación a nuestros propósitos es claramente otra cosa: hay que saber introducir dichos términos en su debido contexto y en su acepción más científica, aclarando cualquier posible malinterpretación al espectador. Ligar el lenguaje −usado lo más precisamente posible− a objetivos transformadores del mundo y no perderse en debates lingüísticos sobre nimiedades, punto.
«¡A dónde se llegaría si se quisiera deducir la significación y el contenido de la química, por ejemplo, de la etimología de la palabra! ¡Nos remontaríamos hasta el antiquísimo Egipto para encontrarnos con la palabra que designaba la tierra amarilla que se extiende desde los bordes del Nilo hasta las montañas!». (Antonio Labriola; Filosofía y socialismo, 1897)
Resulta harto clarividente para cualquiera que no necesitamos ni la totalidad de «El capital» (1867) de Marx, ni limitarnos a las palabras y ejemplos de Lenin en «Imperialismo fase superior del capitalismo» (1916), para explicar de manera científica a un obrero de hoy que es la «plusvalía» o la «enajenación del trabajo», por qué se producen la formación de «monopolios» o por qué explotan las «guerras». Y si bien esto es cierto, al mismo tiempo tampoco podemos abstraernos completamente de los descubrimientos y confirmaciones que ambos pensadores realizaron sobre todos estos campos, ¿por…? Porque estaríamos yendo contra la realidad misma, contra la esencia de estos fenómenos que ellos subrayaron y que hoy mantienen absoluta vigencia. Ahora, dicho lo cual, no hay mayor idealismo que pensar que sin la existencia de un concepto concreto el ser humano se perdería en las tinieblas, que dejaría de estar en capacidad de dominar todo lo que rodea a dicho fenómeno o de explicarlo racionalmente, como si en el estadio que hemos alcanzado lingüísticamente no existieran cien sinónimos o como si acaso hubiera algo que nos impidiese dar las pertinentes explicaciones que le podemos otorgar a una manifestación.
El marxismo −si así quisiese− podría «eliminar» mecánicamente del vocabulario que utiliza algunos conceptos «propios» y «ajenos», pero seguiría pudiendo referirse y explicar los fenómenos naturales y sociales perfectamente. Esto es así porque en todo momento nos podemos valer de las variadas herramientas y utensilios que nos ha legado el rico y largo desarrollo del lenguaje. Lo que no podríamos hacer es seguir suprimiendo palabras arbitrariamente hasta quedarnos sin vocabulario y así acabar en el mero balbuceo para comunicarnos. De ahí la importancia del lenguaje histórico, que se ha ido acumulado y perfeccionando en cada etapa. Huelga aclarar que cuanta mayor riqueza haya en cuanto a vocabulario, sintaxis y gramática, mayores herramientas tendrá esa comunidad humana para comunicarse con sus homólogos y producir toda una gama de conquistas en campos tan variados como la biología, la mecánica, la música, la literatura, el teatro, o la poesía.
Para entender, de una vez, que se debe emplear el lenguaje considerando su evolución histórica, veamos cómo Friedrich Engels reprendía a Conrad Schmidt por no entender la relación entre «concepto» y «fenómeno» en lo relativo a la ley del valor, por su «método ecléctico de filosofar» neokantiano, tendiente a «perderse en detalles». Y en efecto, no iba desencaminado, porque Schmidt fue, junto a Bernstein, uno de los responsables de la «vuelta a Kant» en las filas del movimiento. Para explicar el equívoco, Engels recurrió a una doble argumentación, por un lado, tratando el concepto de «feudalismo», su surgimiento, su desarrollo y las variantes de los regímenes feudales; por el otro, con el ejemplo de la evolución, corrigiendo las cuestiones terminológicas de conceptos como «pez» o «mamífero» a lo largo del tiempo:
«En otras palabras, la unidad de concepto y apariencia se manifiesta como un proceso esencialmente infinito, y esto es lo que es, tanto en este caso como en los demás. ¿Acaso correspondió el feudalismo a su concepto? Fundado en el reino de los francos occidentales, perfeccionado en Normandía por los conquistadores noruegos, continuada su formación por los normandos franceses en Inglaterra y en Italia meridional, se aproximó más a su concepto en... Jerusalén, en el reino de un día, que en las Assises de Jerusalén dejó la más clásica expresión del orden feudal. ¿Fue entonces este orden una ficción porque sólo alcanzó una existencia efímera, en su completa forma clásica, en Palestina y aun esto casi exclusivamente sobre el papel? O los conceptos que prevalecen en las ciencias naturales, ¿son ficciones porque en modo alguno coinciden siempre con la realidad? Desde el momento en que aceptamos la teoría evolucionista, todos nuestros conceptos sobre la vida orgánica corresponden sólo aproximadamente a la realidad. De lo contrario no habría cambio: el día que los conceptos coincidan por completo con la realidad en el mundo orgánico, termina el desarrollo. El concepto de pez incluye vida en el agua y respiración por agallas; ¿cómo haría usted para pasar del pez al anfibio sin quebrar este concepto? Y este ha sido quebrado y conocemos toda una serie de peces cuyas vejigas natatorias se han transformado en pulmones, pudiendo respirar en el aire. ¿Cómo, si no es poniendo en conflicto con la realidad uno o ambos conceptos, podrá usted pasar del reptil ovíparo al mamífero, que pare sus hijos ya con vida?». (Friedrich Engels; Carta a Conrad Schmidt, 12 de marzo de 1895)
Puestos a ser quisquillosos con el lenguaje, si en algo debemos ser precisos no es en esto que reclaman los «reconstitucionalistas». Nos explicaremos. Hay palabras que son de uso común y sin una significación antimarxista predilecta; y existen otras que directamente desde su raíz, parten de postulados y cosmovisiones antimarxistas. Ejemplo de esto último es gran parte de la terminología y significación maoísta que, como ellos mismos confiesan, nace para oponerse abiertamente al marxismo-leninismo. Entonces, claro que no necesitamos de un concepto como «género» ni de muchos otros para explicar la realidad material, en este caso, bien se podría prescindir de él y aun así entender la interrelación entre la biología y la sociedad, o sus derivados, como los roles y estereotipos de género. Pero, si estos inquisidores del lenguaje quieren implantar su «dictadura lingüística», que comiencen fustigándose por la cantidad de nociones antimarxistas del maoísmo que acostumbran a repetir en «Línea Proletaria». Véase el capítulo: «La «izquierda» retrógrada y la «izquierda» posmoderna frente al colectivo LGTB» (2020).
Ahora, como el maoísmo es la filosofía de la charlatanería y la especulación, resulta que al final este debate da un poco igual caballeros, pues como dijo el señor Dietzgen:
«@_Dietzgen: Yo no afirmo nada categóricamente. Será la lucha de clases teóricas, la lucha de dos líneas, la que demuestre a los marxistas si el concepto de «género» es necesario para comprender científicamente la realidad». (Comunista; Twitter, 16 de junio de 2020)
Para cubrirse las espaldas, este patético ser finalizó con que no hay una certeza ni de una cosa ni de la otra sobre el debate que él mismo insistió en iniciar. Es decir, se llenan el pecho de etiquetar a todo de vulgar «positivismo» que rebaja la capacidad de conocer de las ciencias, pero con su agnosticismo maoísta acaban postulando lo mismo. Las mismas posturas que reproduce el posmodernismo, el cual reza que «todo es relativo», que las «ataduras del lenguaje» nunca nos permitirán dilucidar quién tendrá razón, ¿pero qué vamos a esperar de esta indigencia intelectual que es la LR? El mismísimo MAI, como si fuera un vulgar profesor de ciencias sociales sin formación filosófica que sigue el itinerario del manual recomendado por el Ministerio de Educación, declaró, en referencia al posmodernismo, que hemos de «incorporar lo que tiene ciertamente de positivo» (sic); mientras el señor Dietzgen nos ilustró en 2020 con aquella reflexión igualmente sorprendente de que el posmodernismo «nos enseña algo», ya que «encumbra al sujeto humano como único productor de la historia» (sic). Véase el capítulo: «Instituciones, ciencia y posmodernismo» (2021).
La ligera diferencia es que aquí el maoísmo es más optimista: lo deja todo en manos de la «Lucha de Dos Líneas» y el siempre pendiente «Balance del Ciclo de Octubre» −una esperanza de redención futura que los «reconstitucionalistas» toman como los judíos tomaban las historias de los profetas que anunciaban la venida del Mesías−. Esto, adaptado al siglo XXI y a la política, vendría a ser el milenarismo del Profeta Dietzgen, que poco menos que le falta anunciar la segunda venida de Jesús-Mao a la Tierra; este −no se sabe cuándo− vendrá a castigar a los impíos y a salvar a los fieles hasta elevarlos al «Reino de los Cielos», donde no habrá sed ni dolor, y todos practicarán una lingüística perfecta para descanso mental del señor Dietzgen. ¿Y qué podemos hacer nosotros, pobres mortales, entre tanto? ¡Tener fe en esas cábalas esotéricas que son los textos LR y que solo los «iniciados» en la secta pueden enseñarnos!
La «Línea de Reconstitución» y su pretenciosa «ontología» que nada aporta
Como somos conscientes una vez más que ciertos términos filosóficos pueden ser difíciles para el lector no acostumbrado a esta jerga, comenzaremos con volver al diccionario filosófico soviético para entender mejor qué ha venido significando la llamada «ontología». Gracias a esto demostraremos que los seguidores de la «Línea de la Reconstitución» (LR) llegan más de setenta años tarde a la comprensión de algo tan simple:
«Ontología es un término que en la filosofía burguesa sirve para señalar la teoría del ser, de la existencia, a diferencia de la gnoseología, que es la teoría del conocimiento. El rasgo característico de la filosofía burguesa y de la lógica formal es el de oponer la teoría de la existencia a la del conocimiento y la tentativa de construir la teoría sobre las formas del pensar, fuera e independientemente de la existencia, de la realidad objetiva que es reflejada en ellas. Ya en Cristián Wolf (1679-1754), autor del término «ontología», la teoría de la existencia aparece separada de la del conocimiento. La ontología es una parte de la metafísica, autónoma, independiente y no relacionada con la lógica, con la filosofía práctica, con las ciencias naturales. Su objeto, según se ocupa de las categorías filosóficas abstractas y generales: sobre el ser, sobre la sustancia, causa, efecto, fenómeno, etc. En el desarrollo ulterior de la filosofía burguesa, esta diferencia entre la ontología y la gnoseología se convirtió en una antítesis, alimentando diversas corrientes escépticas y agnósticas en la filosofía y echando los cimientos para el examen tradicional en lógica formal de las categorías y formas del pensar, desligadamente de la existencia. (…) El marxismo refuta incondicionalmente la separación entre la teoría del ser y la del conocimiento. La teoría marxista del conocimiento, la lógica, es, según palabras de Lenin, «la teoría no de las «formas externas» del pensar, sino de las leyes del desarrollo «de todas las cosas materiales, naturales y espirituales», es decir, del desarrollo de todo el contenido concreto del mundo y de su conocimiento, o sea, el resumen, la suma, la deducción de la historia del conocimiento del mundo». (Mark Rosental y Pavel Yudin; Diccionario filosófico, 1940)
De hecho, cualquier filósofo con algo de lucidez, esté a favor de la ontología o la rechace categóricamente, se verá obligado a reconocer que esta ha sido un tema recurrente de la metafísica desde su más tierna infancia. El pensador ruso V. I. Krasikov describió magníficamente sus orígenes y el sentido que dieron a sus categorías sus creadores y máximos exponentes:
«En los albores de la filosofía, cuando recién se estaban descubriendo las milagrosas capacidades de la mente para abrazar la realidad y su generalización, se sacralizaba el concepto de «ser». Se fijó no sólo como el «límite» del pensamiento, sino también como un «secreto», una verdad no evidente para los sentidos y la opinión de masas, buscada por la especulación de los especialmente dotados y transmitida como conocimiento secreto. Tal sacralización fue una condición necesaria para la autoidentificación ideológica de las comunidades intelectuales −filósofos, matemáticos, médicos, etcétera−, quienes crearon sus propias subculturas en marcado contraste con la vida cotidiana. (…) Es cierto que el «pecado de la dogmatización» permaneció, muchos filósofos todavía se inclinan a sustancializar sus estructuras mentales: la voluntad, el inconsciente, el impulso vital, las experiencias se declaran como el verdadero ser». (Vladimir Ivanovich Krasikov; Ontologías, 2013)
Pero esto a los «reconstitucionalistas» parece importarles poco, pues para «no usar términos marxistas» acostumbran a usar la ontología en sus disertaciones con mucha «maestría». ¿Qué podemos decir? Es una de las tantas incongruencias en las que incurren. En este caso, ya va siendo hora que alguien les pase la factura por utilizar palabrejas que nada aportan. Imitando a su idolatrado Georg Lukács y su característico lenguaje pretencioso, lanzaban a los cuatro vientos este barroco mensaje de que su doctrina:
«Es la única concepción del mundo cuyos presupuestos ontológicos −es decir, su dimensión praxeológica− permiten su revolucionarización». (Línea Proletaria, Nº3, 2018)
Chorradas aparte, ¿de dónde proviene tal predilección por la «ontología», un término que parece ser el mantra favorito de los filósofos académicos más pedantescos? En su obra más famosa, Georg Lukács confesaba que el propósito de apropiarse de este término de la metafísica clásica:
«Se trata de aquella vía que conduce desde el estudio de Hegel y más allá del proyecto de una obra sobre la economía y la dialéctica, hasta mi intento actual de una ontología del ser social». (Georg Lukács; Historia y conciencia de clase, 1923)
Entendido, entonces, ¿cuál era la pretensión de la filosofía lukacsiana con este término extraño al marxismo? Veamos lo que dice un admirador de Lukács:
«La ontología de Marx fue un tema que pasó a ser estudiado desde las obras de Lukács «La ontología del ser social» (Lukács, 2012 y 2013) y «Prolegómenos para una ontología del ser social» (Lukács, 2010). Lukács desde su obra «Historia y conciencia de clase» había hecho un intento de volver a las raíces hegelianas de la obra marxiana, con otros pensadores como Karl Korsch. (…) La preocupación mayor de Lukács a mi parecer fue desarrollar una teoría del ser en Marx, ya que una teoría del ser habría tenido muy buena recepción en la filosofía de esa época, filosofías «irracionalistas» como él las llamaba; la ontología fundamental de Heidegger se había tornado muy importante, tanto así que había llegado a influenciar a autores marxistas como lo fue el caso temprano de Marcuse que hizo su tesis doctoral bajo la tutela de Heidegger «Ontología de Hegel» y quiso unir la ontología fundamental con el materialismo histórico para después hacer un distanciamiento respecto de Heidegger. (…) En Marx su ontología no tendría el ser de Heidegger y la ontología tradicional, no es cualquier tipo de ser, es el ser social. Marx sería el primer pensador en crear una ontología del ser social sin ser totalmente consciente de ello. La teoría de Marx se sustenta en tres pilares, su teoría del Valor-trabajo, la dialéctica materialista y su teoría de la revolución». (Rossel Montes; Marx y la ontología del ser social, 2019)
¿Se dan cuenta del desbarajuste lingüístico y filosófico en que se enredaban estos autores? Si la «ontología» de X está basada en el «ser social» no tiene ningún sentido llamarla así porque en el momento en que es social deja de ser ontología propiamente. Como aquí mismo se reconocía, la llamada «ontología marxista» fue un invento creado por Lukács para contraponerla a la «ontología» de Heidegger y otros metafísicos, lo que podría comparase a cuando Feuerbach derribó racionalmente los mitos de la teología cristiana y su ética para acabar proponiendo que su «nueva religión» estaba basada en el «amor sexual, amistad y sacrificio». Solo caben dos posibilidades: o bien estos filósofos no entendían la contradicción de lo que estaban aseverando o era un triste intento de competir con el rival en los mismos términos místicos.
De nuevo utilicemos la prueba del algodón, los «clásicos» −no porque sean la «palabra revelada», sino por la coherencia de sus planteamientos−, esta vez nos bastará con Lenin. Criticando las ínfulas de los «empiriocriticistas» dijo en una ocasión:
«Bien. La «teoría general del ser» es descubierta una vez más por S. Suvórov después que numerosos representantes de la escolástica filosófica la han descubierto numerosas veces bajo las más variadas formas ¡Felicitemos a los machistas rusos con ocasión del descubrimiento de una nueva «teoría general del ser»! ¡Esperamos que su próxima obra colectiva sea consagrada por entero a la fundamentación y al desarrollo de este gran descubrimiento!». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1909)
Y si esta cuestión es tan básica que se puede desmontar con echar una ojeada a uno de los mayores clásicos de la filosofía marxista como es «Materialismo y empiriocriticismo» (1909), ¿cómo es que los sabihondos «reconstitucionalistas» siguen anquilosados en Lukács, Korsch y Cía? ¿Cómo es que repiten los errores de los «empiriocriticistas»?». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)
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