«El más inmediato antecesor ideológico del fascismo fue el filósofo alemán Nietzsche. En las obras de Nietzsche se mantiene la más repugnante actitud, una actitud despreciativo-señorial, esclavista-capitalista, ante el pueblo. Según este filósofo, «la humanidad es, indudablemente, más bien un medio que un fin, la humanidad es, simplemente, un material de experimentación, la escoria de un gigantesco fracaso, un campo de escombros». Nietzsche se refiere con desprecio a la masa trabajadora, a los que él llama «los demasiados», y considera como natural, normal y justificada la situación de esclavitud que les está reservada en las condiciones del capitalismo. La fantasía demencial de este filósofo le hizo concebir el ideal del «superhombre», de la bestia humana, situada «más allá del bien y del mal», que conculcaba la moral de la mayoría y marchaba derecha hacia su meta egoísta, hacia el poder por entre incendios y ríos de sangre. El principio fundamental del «superhombre» era la voluntad de poder, y a la luz de él todo se hallaba justificado. Esta fanática y cruel «filosofía» nietzscheana, unida a su teoría racista, fue elevada al rango de ideología oficial del Estado por Hitler y sus secuaces.
La teoría racista del fascismo y la idea fascista del «Führer» se hallan íntimamente relacionadas entre sí y se complementan mutuamente. La teoría racista, sin que pueda apoyarse para ello en fundamento alguno, divide a los pueblos en «superiores» e «inferiores» y afirma que la mayoría de los pueblos sólo son aptos para abonar el «suelo de la civilización» y se hallan incapacitados para una obra de creación histórica propia e independiente, para la creación de valores culturales. Al mismo tiempo, los racistas dividen, a su vez, la raza «superior» inventada por ellos en representantes de primera clase, «de pura sangre», de la raza, en la «élite» y en representantes «de menor cuantía», «inferiores», entre los que ellos cuentan las masas populares. La «élite» la encabeza el Führer, dotado de poderes ilimitados para decidir acerca de la suerte de los pueblos. Esta ideología basada en el odio a la humanidad sirvió al hitlerismo de guía y justificación de su barbarie y de sus bestialidades, de su política de exterminio de millones de seres y de destrucción de miles de aldeas y ciudades». (Academia de las Ciencias de la Unión Soviética; Materialismo histórico, 1950)
La versión de 1950 de este documento soviético tiene ciertas diferencias cuando se compara con su reedición de 1954, que bajo la excusa de hacerlo más breve y reformular mejor algunas expresiones, censuran algunos párrafos enteros, pero en otras ocasiones algunos axiomas marxistas se mantienen mientras coexisten con declaraciones antagónicas añadidas para la nueva versión. Esto demuestra que los manuales soviéticos efectivamente sufrieron una remodelación que en algunos puntos hace cualitativamente sustancial la diferencia entre su versión «stalinista» y sus reediciones posteriores a 1953.
He aquí unas citas del propio autor Nietzsche para los escépticos sobre la justa conclusión de los soviéticos, donde se pondrá de manifiesto cómo promovió una visión misantrópica del ser humano, especialmente contra las clases bajas; se posicionó de forma aristócrata en la lucha de clases, siendo fue un férreo defensor del irracionalismo; partidario del pragmatismo y el relativismo en torno a la verdad; partiendo siempre de un voluntarismo y del subjetivismo para sostener el viejo mundo; veremos cómo exclamó odas al belicismo, a la misoginia, al genocidio, al caudillismo y a la eugenesia, valores hechos propios por el fascismo sin peros que valgan.
Por supuesto sobra decir que en la actualidad quién se considera marxista y nietzscheano simultáneamente, seguramente será un fascista disfrazado, o un idiota sin más». (Equipo de Bitácora (M-L); Nietzsche, antecesor ideológico del fascismo, 2017)
Anexos:
«¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se han olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal. (...) La «percepción correcta», es decir, la expresión adecuada de un objeto en el sujeto, me parece un absurdo lleno de contradicciones, puesto que entre dos esferas absolutamente distintas, como lo son el sujeto y el objeto, no hay ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, una conducta estética, quiero decir: un extrapolar abusivo, un traducir balbuciente a un lenguaje absolutamente extraño, para lo que, en todo caso, se necesita una esfera intermedia y una fuerza mediadora, libres ambas para poetizar e inventar». (Friedrich Nietzsche; Verdad y Mentira en sentido extramoral, 1873)
«Nosotros mismos nos contamos entre los conquistadores, reflexionamos acerca de la necesidad de nuevos órdenes, así como de una nueva esclavitud, pues a cada fortalecimiento y elevación del tipo «hombre» corresponde también una nueva forma de esclavizar; ¿no es verdad?». (Friedrich Nietzsche; La gaya ciencia, 1882)
«Los alemanes somos hegelianos, aunque Hegel no hubiera existido nunca, en la medida en que –en contra de todos los latinos– atribuimos instintivamente al desarrollo y a la evolución un significado más profundo, un valor más rico que a lo que «es» –por eso apenas creemos en la legitimidad de la noción de «ser»–». (Friedrich Nietzsche; La gaya ciencia, 1882)
«Todo en la mujer es un enigma, y todo en la mujer tiene una única solución: se llama embarazo. El varón es para la mujer un medio: la finalidad es siempre el hijo. ¿Pero qué es la mujer para el varón? Dos cosas quiere el varón auténtico: peligro y juego. Por ello quiere él a la mujer, que es el más peligroso de los juguetes. El varón debe ser educado para la guerra, y la mujer, para la recreación del guerrero: todo lo demás es tontería». (Friedrich Nietzsche; Así habló Zaratustra, 1885)
«Debéis ser de aquellos cuyos ojos buscan constantemente un enemigo, su enemigo. Y en algunos se descubre el odio a primera vista. Debéis buscar vuestro enemigo, debéis hacer vuestra guerra, y hacerla por vuestros pensamientos. Y si vuestro pensamiento sucumbe, vuestra honradez debe cantar victoria por ello. Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz breve mejor que la larga. No os aconsejo el trabajo, sino la lucha. No os aconsejo la paz, sino la victoria. ¡Sea vuestro trabajo una lucha, sea vuestra paz una victoria! Solamente se puede callar o descansar cuando se dispone de una flecha y de un arco. En caso contrario no se hace sino charlar y disputar. ¡Sea vuestra paz una victoria! ¿Cómo es que decís que una buena causa santifica incluso una guerra? Yo os digo: ¡la buena guerra santifica toda causa! La guerra y el valor han hecho cosas más espléndidas que el amor al prójimo. No vuestra piedad, sino vuestra valentía es lo que ha salvado hasta ahora a los náufragos periclitantes». (Friedrich Nietzsche; Así habló Zaratustra, 1885)
«Hermano mío, ¿son males la guerra y la batalla? Pero ese mal es necesario, necesarios son la envidia y la desconfianza y la calumnia entre tus virtudes. (...) Yo sé del odio y de la envidia de vuestro corazón. No sois bastante grandes para conocer odio y envidia. ¡Sed, pues, bastante grandes para no avergonzaros de ellos!». (Friedrich Nietzsche; Así habló Zaratustra, 1885)
«Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras. Y la paz corta más que larga. A vosotros no os aconsejo el trabajo, sino la lucha. (...) Ser valiente es bueno. Dejad que las niñas pequeñas digan: «ser bueno es ser bonito y a la vez conmovedor. (...) ¡Sea vuestra nobleza obediencia! ¡Vuestro propio mandar sea un obedecer!». (Friedrich Nietzsche; Así habló Zaratustra, 1885)
«Habría que excluir a Descartes, padre del racionalismo –y en consecuencia abuelo de la Revolución–, que reconoció autoridad únicamente a la razón: pero ésta no es más que un instrumento». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886)
«La corrupción, según en la forma de vida que se muestra, es algo muy distinto. Si, por ejemplo, una aristocracia como la de Francia al inicio de la revolución se deshace de sus privilegios con un asco sublime, y se sacrifica a sí misma en un libertinaje del sentimiento moral, eso es corrupción. Lo esencial de una aristocracia buena y sana es que puede aceptar, con la conciencia tranquila, el sacrificio de un sinfín de personas que se tienen que rebajar y reducir a humanos incompletos, a esclavos, a herramientas». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886)
«La «explotación» no forma parte de una sociedad corrompida o imperfecta y primitiva: forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica fundamental, es una consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es cabalmente la voluntad propia de la vida. Suponiendo que como teoría esto sea una innovación, como realidad es el hecho primordial de toda historia: ¡seamos, pues, honestos con nosotros mismos hasta este punto!». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886)
«Lo esencial en una aristocracia buena y sana es, sin embargo, que no se sienta a sí misma como función –ya de la realeza, ya de la comunidad–, sino como sentido y como suprema justificación de éstas, que acepte, por lo tanto, con buena conciencia el sacrificio de un sinnúmero de hombres, los cuales, por causa de ella, tienen que ser rebajados y disminuidos hasta convertirse en hombres incompletos, en esclavos, en instrumentos». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886)
«A riesgo de descontentar a oídos inocentes yo afirmo esto: de la esencia del alma aristocrática forma parte el egoísmo, quiero decir, aquella creencia inamovible de que a un ser como «nosotros lo somos» tienen que estarle sometidos por naturaleza otros seres y tienen que sacrificarse a él. El alma aristocrática acepta este hecho de su egoísmo sin ningún signo de interrogación y sin sentimiento alguno de dureza, coacción, arbitrariedad, antes bien como algo que seguramente está fundado en la ley primordial de las cosas». (Friedrich Nietzsche; Más allá del bien y del mal, 1886)
«Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer». (Friedrich Nietzsche; El Anticristo, 1888)
«Hay días en que anida en mi en sentimiento más negro que la más negra melancolía: el desprecio de los hombres. Y para que no quede duda sobre lo que yo desprecio y a quién desprecio, diré que desprecio al hombre moderno, al hombre del cual yo soy desgraciadamente contemporáneo. El hombre de hoy. Su impura respiración me ahoga». (Friedrich Nietzsche; El Anticristo, 1888)
«¿No habéis oído mi respuesta de cómo se cura a una mujer, de cómo se salva? Haciéndole un hijo. La mujer necesita tener hijos, y el hombre no es más que le medio para ese fin. Así hablaba Zaratustra. Emancipación de la mujer es el nombre que toma el odio instintivo de la mujer fracasada, es decir de la incapaz de maternidad, contra la mujer que posee esa cualidad. La lucha contra el hombre no es más que un medio, un pretexto, una simple táctica». (Friedrich Nietzsche; Ecce homo, 1888)
«Lo primero que me pregunto al escrutar a la persona que tengo delante, es si posee el sentimiento de la distancia, si ve en todo el rango, los grados, las jerarquías de hombre a hombre, si sabe distinguir, en fin. Si posee todo eso es gentilhombre. Pero si no, pertenece irremisiblemente a la categoría tan vasta, tan bonachona de la canalla». (Friedrich Nietzsche; Ecce homo, 1888)
«Un nuevo partido de la vida, asume en sus manos como máximo objetivo la suprema cría de la humanidad, incluyendo la aniquilación despiadada de todos los impedidos y parásitos, hará que ese exceso de vida se haga posible de nuevo sobre la tierra, y sobre el que surgirá de nuevo la situación dionisiaca. Vaticino una época trágica: renecerá el arte supremo en afirmar la vida, la tragedia, cuando la humanidad deje tras de sí la conciencia de las guerras más duras y necesarias sin sufrir por ello». (Friedrich Nietzsche; Ecce homo, 1888)
«Moral para médicos. El enfermo es un parásito de la sociedad. Es indecoroso seguir viviendo cuando se llega a cierto estado. Seguir vegetando, dependiendo cobardemente de médicos y medicinas, una vez perdido el sentido de la vida, el derecho a vivir, debiera ser algo que produjese un hondo desprecio a la sociedad. Los médicos, a su vez, deberían ser los intermediarios de ese desprecio: dejar a un lado las recetas y experimentar cada día una nueva dosis de asco ante sus pacientes. Hay que crear en el médico una nueva responsabilidad ante todos aquellos en que el interés supremo de la vida ascendente exija que se aplaste y que se elimine sin contemplaciones la vida degenerante; por ejemplo, en lo relativo al derecho a engendrar, a nacer, a vivir». (Friedrich Nietzsche; El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, 1889)
«Mi concepto del genio. Al igual que las grandes épocas los seres superiores son materias explosivas en las que se encuentran acumuladas una fuerza extraordinaria; su condición histórica y fisiológica previa es que durante muchísimo tiempo se haya estado reuniendo, amontonando, ahorrando y acumulando hasta llegar a unos seres así, sin que durante todo ese dilatado proceso se haya producido ninguna explosión. Cuando la tensión existente en la masa ha llegado a ser demasiado grande, basta el estímulo más accidental para hacer que aparezca el «genio», la «acción», el gran destino. ¿Qué importan entonces el medio ambiente, la época, el «espíritu del siglo», la «opinión pública»? Tomemos el caso de Napoleón. La Francia de la Revolución, y sobre todo la Francia de la época anterior a ésta, había engendrado el tipo opuesto al de Napoleón, como de hecho lo engendró. Pero como Napoleón era diferente y había heredado una civilización más fuerte, más duradera y más antigua que la que estaba desapareciendo y desintegrándose en Francia, se convirtió en el único amo. (...) El genio se derrama, se desborda, se gasta, no se ahorra, y ello de una manera fatal, irremediable, involuntaria, al igual que un río que se desborda y se sale de su cauce. Ahora bien, como es tanto lo que se les debe a estos seres explosivos, se les ha concedido también mucho a cambio: por ejemplo, una especie de moral superior». (Friedrich Nietzsche; El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, 1889)
«Examinemos ahora el otro caso de lo que llaman moral: el de la cría de una raza y especie determinada. El ejemplo más grandioso nos lo ofrece la moral hindú, sancionada como religión en la «Ley de Manú». Aquí se plantea la tarea de criar a un mismo tiempo nada menos que cuatro razas: una sacerdotal, otra guerrera, otra de comerciantes y labradores, y otra de siervos –los sudras–. (...) El tercer edicto, por ejemplo (Avadana-Sastra 1), el de «las legumbres impuras», dispone que el único alimento permitido a los chandalas sean ajos y cebollas, puesto que la Escritura Sagrada prohíbe darles cereales o frutos que contengan granos, al igual que agua o fuego. El mismo edicto prescribe que el agua que precisen no la podrán tomar ni de ríos, ni de fuentes, ni de estanques, sino sólo de las vías de acceso a las charcas y de los hoyos hechos por las pisadas de los animales. De igual modo se les prohíbe lavar sus ropas y lavarse a sí mismos ya que el agua que misericordiosamente se les concede sólo la pueden usar para calmar su sed. Por último de prohíbe a las mujeres sudras que asistan en el parto a las chandalas, e, igualmente se prohíbe a éstas últimas que se asistan mutuamente en dicho trance. (...) Estas disposiciones resultan sumamente instructivas: en ellas vemos, ante todo, la humanidad aria completamente pura y completamente originaria y comprobamos que el concepto de «pureza de sangre» dista mucho de ser una idea banal». (Friedrich Nietzsche; El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, 1889)
«Entre los alemanes no basta hoy ya tener ingenio: hay que tomarlo, apropiárselo. Tal vez yo conozca a los alemanes y sea precisamente quien pueda decirles unas cuantas verdades. La nueva Alemania representa una gran suma de capacidades heredadas y adquiridas, de modo que, durante un cierto tiempo, pueda gastar incluso con prodigalidad su tesoro de fuerzas acumulado. No ha llegado a imponer una cultura elevada, y menos aún un gusto refinado, una aristocrática «belleza de los instintos», pero sí unas virtudes más viriles que las que podría mostrar cualquier otro país de Europa. (...) Antaño se decía que los alemanes eran un pueblo de pensadores: ¿siguen siéndolo aún? A los alemanes les aburre hoy la inteligencia y el ingenio, recelan de éstos; la política absorbe toda seriedad e impide que se haga uso de ella para cosas verdaderamente intelectuales e ingeniosas. (...) La aparición del Reich en el horizonte de la historia y de la cultura europea significa, principalmente, un desplazamiento del centro de gravedad. (...) Se requieren educadores que estén a su vez educados, espíritus superiores, aristocráticos. (...) ¿Qué es lo que determina el declive de la cultura alemana? El hecho de que la «educación superior» no sea ya un privilegio, el democratismo de la «cultura general», que se ha vuelto común y vulgar». (Friedrich Nietzsche; El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, 1889)
«El problema obrero. La estupidez, que, en la última instancia, no es más que la degeneración de los instintos, y que hoy es la causa de todas las demás estupideces, consiste en el hecho de que haya un problema obrero. El primer imperativo del instinto es que hay ciertas cosas que no se cuestionan. Yo no logro entender qué es lo que se pretende hacer con el obrero europeo, después de haber hecho de él un problema. Ese obrero se encuentra demasiado bien para no ir cuestionando cada vez más cosas, para no cuestionar cada vez de una forma más descarada. En último término, cuenta con el gran número. (...) ¿Qué es lo que se ha hecho? Todo lo necesario para eliminar de raíz hasta la condición previa para ello. Con la falta de reflexión más irresponsable, se han aniquilado los instintos en virtud de los cuales los obreros pueden convertirse en un estamento, pueden llegar a ser ellos mismos. Se ha declarado al obrero apto para el servicio militar, se le ha otorgado el derecho de asociación, se le ha dado el derecho al voto en el terreno político. ¿Cómo nos puede extrañar entonces, que el obrero esté empezando ya a considerar su existencia como una situación miserable, como una injusticia, por decirlo con un término moral. Pero, ¿qué es lo que se quiere?, volveremos a preguntar. Si se quiere un fin, hay que querer también los medios. Si se quieren esclavos, es de idiotas educarlos para amos. (...) En una época como la nuestra, abandonarse a los propios instintos representa una fatalidad más. (...) Una forma razonable de educar consistiría en paralizar con mano de hierro uno de esos sistemas de instintos al menos, para permitir que otro sistema diferente cobre energías, se haga fuerte y domine. Hoy en día, para hacer posible al individuo, es decir, para conseguir que fuera completo habría que empezar por castrarle. Sin embrago, se hace lo contrario. Quienes con mayor ardor exigen independencia y desarrollo libre son precisamente aquellos para los que ningún freno sería demasiado severo. Esto vale en el terreno político y en el arte. Y esto es un síntoma de decadencia: nuestro concepto de «libertad» constituye una prueba más de la degeneración de los instintos». (Friedrich Nietzsche; El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos, 1889)
«La rebelión de los esclavos en la moral empieza cuando el resentimiento se torna él mismo creador y da luz a valores: el resentimiento de los seres a los que les está negada la autentica reacción de las obras y que solamente pueden compensar ese déficit con una venganza». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)
«¿Qué es ser noble? (...) Nosotros dudamos muy seriamente de la comunicabilidad del corazón; la soledad para nosotros no es algo que se elige, sino que se nos da. La convicción de que hay deberes solamente hacia los iguales; con los semejantes debemos comportamos como mejor nos plazca; solo ínter pares se puede pedir justicia –pero no hacerse muchas ilusiones en este punto–. (...) Considerarse siempre como un hombre a quien los demás deben atribuir honores, mientras que no se encuentra frecuentemente un hombre que pueda atribuimos honores a nosotros. (...) La capacidad del orium, de la absoluta convicción de que un trabajo manual en cualquier sentido no deshonra, pero resta nobleza. (...) El encontrarse bien con los príncipes y con los sacerdotes, porque estos conservan la fe en una serie de valores humanos, hasta en la valoración del pasado, por lo menos simbólicamente y a lo grande. (...) No se debe prescindir de un poco de brutalidad, ni tampoco de una cierta tendencia a la criminalidad». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)
«Yo escribo para esa especie de hombres que no existen todavía a los que podríamos llamar «señores de la tierra». (...) Mi filosofía tiende a la creación de un orden jerárquico
más que a una moral individualista. (...) Se imponga el deber de educar a una raza de dominadores, los futuros «señores de la tierra»; una nueva aristocracia. (...) Con el auge de la civilización, el hombre puede prescindir de aquella forma primitiva de sujeción al mal –conocida por religión o por moral–, de aquella «justificación del mal». (...) En este caso, el hombre no tiene ya urgencia de una «justificación del mal», puesto que quizá tenga prevención a «justificar»; goza el mal puro y crudo; entiende que el mal sin sentido es doblemente interesante». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)
«Uno de los errores fundamentales es poner las ilusiones en el rebaño en vez de en los individuos. El rebaño no es más que un medio. (...) El sabio es el animal de rebaño del conocimiento, que investiga porque se lo ordenan y se lo enseñan. (...) Una moralidad y una doctrina pesimistas, un nihilismo
extático, pueden, en ciertas circunstancias, ser indispensables precisamente al filósofo: en calidad de una potente presión y de un martillo con que despedazar razas degeneradas
y moribundas, y quitarlas de en medio para abrir el camino
a un nuevo orden de vida, o inspirar el deseo del fin a lo que
degenera y sucumbe». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)
«Hay muchas especies de ojos. Nadie ignora que la esfinge tiene ojos; y, por tanto, existen varias verdades y, por consiguiente, ninguna verdad. (...) En mi criterio, contra el positivismo que se limita al fenómeno, «solo hay hechos». Y quizá, más que hechos, interpretaciones. No conocemos ningún hecho en sí, y parece absurdo pretenderlo. «Todo es subjetivo», os digo; pero solo al decirlo nos encontramos con una interpretación». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)
«La evolución es una evolución progresiva... Esta es la apariencia que seduce hasta a los más lúcidos. Pero el siglo XIX no significa ningún progreso con respecto del XVI: y el espíritu alemán de 1888 es un paso atrás con respecto al espíritu alemán de 1788. (...) El hombre no constituye progreso con respecto al animal». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)
«Hay que querer tener más
de lo que se tiene para llegar a ser más». A sí suena, en
efecto, la doctrina que, a través de la vida, se predica a todo
lo que vive: la moral de la evolución. Tener y querer tener
más, crecimiento, en una palabra, esto es la vida misma. En
la doctrina del socialismo se oculta apenas «una voluntad de
negación de la vida»: tienen que ser hombres o razas fracasados los que elaboren una doctrina tal. (...) El socialismo puede llegar a ser algo útil y regenerador: retrasa la «paz en
la tierra», y Unía la bonachonería del rebaño democrático
obliga a los europeos a desplegar astucia y precaución, a no
renunciar por completo a las virtudes viriles y guerreras y a
conservar un resto de espíritu, de claridad, de sequedad y
frialdad de ánimo, protege a Europa, a veces, del marasmus
femeninas que la amenaza». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)
«El anarquismo, por otra parte, es, simplemente, un medio
de agitación del socialismo que, con su colaboración excita
el medio, del que se vale para fascinar y aterrorizar, atrayendo a su partido a los hombres valerosos y audaces, aun
en el campo espiritual». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)
«Esbozaré mi razonamiento sobre el momento histórico en que surgen los grandes hombres. La importancia de una larga moral despótica: los grandes hombres tienen el arco, si no lo rompen. (...) ¿Qué es un gran hombre, un hombre que la Naturaleza ha alumbrado y modelado con gran estilo...? En primer lugar, toda su obra tiene una larga lógica, difícil de ser comprendida a causa de su largueza; en consecuencia, engaña, tiene una capacidad de dispersar su voluntad por todos los campos de la vida. (...) Si no puede dirigir, se queda solo; y entonces sucede que m ira con malos ojos muchas cosas de las que se encuentra en su camino. (...) Tercero: no quiere un corazón que «participe», sino criados, instrumentos; en las relaciones. (...) Con los hombres tiende siempre a utilizarlos. Sabe que es incomunicable; y usualmente no lo es, aunque lo parezca. Cuando no se habla a sí mismo, tiene puesta una careta. Prefiere mentir a decir la verdad; para mentir hace falta más espíritu y más voluntad. Hay en él una soledad inaccesible al elogio y a la censura». (Friedrich Nietzsche; La voluntad de poder, 1901)