Fragmento en el que Comorera critica las desviaciones nacionalistas |
«La clase obrera catalana ha de comprender y asimilar el principio básico de la teoría nacional de Lenin y Stalin: «El problema nacional y colonial es parte indisoluble del problema general de la revolución proletaria». De este principio se deduce lo que ha de guiar la acción: el principio del derecho preeminente de la clase obrera. Mientras que la liberación de la clase obrera liberará, automáticamente, necesariamente, la nación.
Noruega, antes de la Primera Guerra Mundial; Finlandia, Estonia, Lituania, Polonia, Hungría, Checoslocaquia, Albania e Irlanda después de ella; Islandia, Siria, Líbano, India, Pakistan, Birmania, Indonesia y Ceilan después de la Segunda Guerra Mundial, se constituyeron como Estados separados, más o menos independientes políticamente. La clase obrera, sin embargo, de estos países no se ha liberó de la explotación capitalista, porque una revolución estrictamente nacional solo elimina –y en aparte–, la burguesía del Estado opresor, colonizador, y entre tanto, la burguesía nacional y el capital monopolista internacional continúan oprimiendo y explotando a la clase obrera.
En el proceso general de la revolución proletaria, una revolución estrictamente nacional –o institucional– es solo una etapa. Con todo, una etapa positiva, pero como tal un elemento de distracción, de dispersión de fuerzas, de confusiones teóricas y prácticas: un elemento perturbador que, con el solo hecho de existir, ofrece a la burguesía nacional la oportunidad de actitudes y actos populares que no ponen en peligro inmediato sus intereses y seguridad de clase dirigente, dominante.
Un año antes de acabar la Primera Guerra Mundial, triunfa la Revolución Socialista de Octubre. La clase obrera rusa, dirigida por el partido de Lenin, toma por asalto el Estado del ex imperio zarista. Y por primera vez en la historia, la clase obrera comienza a construir una sociedad sin clases, sin explotación del hombre por el hombre, los pueblos débiles pueblos fuertes. Y, automáticamente, necesariamente –Stalin ha demostrado que la solución del problema nacional asegura y consolida la revolución socialista–, la inmensa prisión de pueblos que fue el imperio zarista y la república burguesa de Kerenski, se transformó en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), unión voluntaria de naciones y grupos étnicos con igualdad de derechos. Las naciones asiáticas y los numerosísimos grupos étnicos de Rusia estaban en franco y rápido proceso de extinción, por cuanto el zarismo y sus sucesores practicaban una política sistemática de exterminio de los grupos nacionales y étnicos, de rusificación intransigente y violenta, como la que ahora práctica el franquismo contra Cataluña, Euskadi y Galicia, política de genocidio y de castellanización por la fuerza. Con la victoria de la clase obrera rusa, las naciones y los grupos étnicos renacieron y han realizado en menos de 35 años progresos incalculables, casi impredecibles por su vastitud y profundidad. Se han reconstruidos los idiomas nacionales –idiomas que se transmitían de generación en generación por vía oral–, y las escuelas nacionales y étnicas han liquidado el analfabetismo secular y los institutos y universidad en lengua nacional y étnica han forjado la camada de sabios, profesores, maestros, profesionales, técnicos, obreros y campesinos altamente cualificados que, a la vanguardia y con la masa trabajadora, dirigen y construyen su nación. En la historia de la humanidad no se pueden citar ejemplos iguales o ilustradamente similares: este es el «milagro» de nuestro tiempo, el salto prodigioso de una masa humana esclava y desesperada, ignorante y torturada, supersticiosa y alcoholizada, en línea de extinción, de unas tierras saqueadas y esterilizadas por los señores feudales, a la vida plena y libra de repúblicas federadas, de repúblicas autónomas, con gobierno propio, con cultura, economía y justicia propias, con ejércitos propios y relaciones exteriores propios de las más evolucionadas, con un nivel de vida en ascensión vertiginosa.
El derecho predominante de la clase obrera no quiere decir, en cambio que esta deba de ser indiferente con la cuestión nacional». (Joan Comorera; La teoría nacional del leninismo; Publicado en Treball (Comorerista), 1952)
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