«En este apartado observaremos cómo los «reconstitucionalistas» han caído −dependiendo de qué época− en una desviación o en la contraria, y que si bien por momentos han propagado la «teoría de los cuadros» −vista en el capítulo anterior−, en otras ocasiones ha predominado el «culto a la organización» como solución para todos sus males. No es nuestro objetivo aclarar cuál de las dos tendencias es más inherente a la esencia de la «Línea de Reconstitución» (LR), sino que nos importa mucho más centrarnos en el segundo fenómeno, ya que es muy común entre otros grupos análogos. En cualquier caso, aquí se repasarán aspectos clave: ¿por qué se dice que el partido es necesario y actúa como el conjunto de aspiraciones del colectivo? ¿Por qué el maoísmo moderno ha creado un culto mágico hacia el partido −creyendo que solucionará todas sus insuficiencias−? ¿Cuál es nuestra crítica a la visión «reconstitucionalista» del «partido [maoísta] de nuevo tipo»? ¿Por qué se dice que el deber del revolucionario es ocuparse de lo más urgente más allá de formalidades?
La organización como conjunto de aspiraciones del colectivo
En su obra «Nuestra tarea inmediata» (1899), Lenin declaró: «La tarea esencial consiste en hallar la solución de estos problemas, y que para eso debemos proponernos, como objetivo más inmediato, la organización del periódico del partido, su aparición regular, su estrecha vinculación con todos los grupos locales». Aparte de esto, resaltó cómo, según su concepción: «La organización de las fuerzas revolucionarias, su disciplina y el desarrollo de la técnica revolucionaria son imposibles, sin la discusión de todos estos problemas en un órgano central, sin una elaboración colectiva de determinadas formas y normas de dirección, sin establecer por medio del órgano central la responsabilidad de cada miembro del partido ante todo el partido».
Entiéndase que un movimiento que pretende transformar la sociedad necesita organizarse con objetivos y normas muy claras para poder operar con garantías, y si su vehículo para realizar tan largo trayecto −en este caso, el partido revolucionario− es el encargado de la formación ideológica de sus cuadros −tanto en aspectos más «teóricos» como más «prácticos»−, esos individuos no pueden hacer el viaje sin él. Si este acaba decayendo o directamente desaparece lo que nos queda son dos opciones nada halagüeñas para el propósito de estos individuos: a) quedarán ciertas personas con inclinaciones más o menos progresistas, pero que se encuentran desperdigadas y descoordinadas, en su mayoría sin una noción clara sobre qué hacer −ya que no existe un «marco de referencia» del cual recibir instrucciones−; b) o peor, habrá un puñado de cuasi marxistas que anidan en varias sectas donde el único aspecto «revolucionario» que conservan son sus pretensiosos nombres y el deprimente culto folclórico a una «época mejor» −lo cual, ciertamente, no es mucho mejor−. El primer perfil necesita algo de ayuda y orientación, el segundo necesita un baño de realidad para salir de su mundo de ficción.
Aunque muchos se resistan a reconocerlo, así es como hemos entrado al siglo XXI: una época donde el autodenominado «marxista» es bastante discutible que se merezca portar tal título, ya que alberga un nivel cultural bajísimo −repeliendo el estudio−, nulo compromiso −salvo para formalidades que requieren poco esfuerzo o en momentos de entusiasmo− y una falta de claridad ideológica reflejada en un atroz eclecticismo −donde el marxismo ocupa un lugar más, dentro de una bonita coctelera doctrinal−. Todo esto, en buena parte como consecuencia de no tener una plataforma donde compruebe −junto a sus homólogos− sus conocimientos y ponga a prueba su valía y sus aptitudes para la causa que tanto dice amar. Y es que insistimos, sin este «eje» −el partido−, sin este «andamiaje» −su órgano de expresión−, lo cierto es que hay poca garantía de que estos sujetos puedan aunar esfuerzos para nada de valor: pues no podrán producir estudios independientes, aprender de los «héroes del pasado», corregir las equivocaciones que heredan y difundir sus imperiosas conclusiones.
Esto, no nos cansaremos de repetirlo, no es un ejercicio escolástico, sino todo lo contrario… es tan necesario como para algunos animales es necesario mudar de piel a partir de superar la vieja capa. Pues bien, si estos seres necesitan este proceso para adaptarse a su nuevo tamaño y necesidades, una organización también deberá adaptarse y «mudar de piel» si quiere mantener su salud. Pensar que esto se puede hacer a gran escala sin una gran estructura, simplemente valiéndose de la ayuda y bendición de los «centros del saber» −como las universidades, los seminarios sobre filosofía, los conservatorios, o las asociaciones culturales de artistas−, es poco menos que de una candidez extrema, un provincianismo intelectual. Es igual de ilusorio que el pensar que la sociedad del futuro vendrá gracias a perder el tiempo tratando de «reformar» las estructuras y mentes de los jefes de cualquiera de los partidos tradicionales −que ya han mostrado sobradamente su podredumbre, como para encima confiar en su honesta «redención»−. Por ello, la agrupación de los revolucionarios es el principal apoyo para apuntalar una contracultura seria y de calidad, que no solo se conforme con eso, sino que algún día pueda asaltar el poder.
El maoísta moderno y su culto mágico hacia su organización fantasma
Ahora, ¿qué han «aportado» los «reconstitucionalistas» para resolver esta cuestión clave? Nada. Solo han esgrimido más y más bobadas sin sustento empírico. En uno de sus escritos, dándosela de sabios, comentaban lo siguiente:
«De esto se deduce, entonces, que existen dos modos de estado de la conciencia revolucionaria o comunista: uno anterior y otro posterior a la Reconstitución del Partido Comunista. El anterior análisis de la evolución del pensamiento marxista-leninista nos indica, además, que esos distintos estados de la conciencia se corresponden con dos posiciones diferentes de la misma en relación con la práctica». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº33, 2005)
La primera afirmación es correcta solo parcialmente: existe un antes y un después de la fundación del partido como «destacamento de vanguardia», pero, como bien señaló Lenin, nosotros entendemos por «partido revolucionario» una concepción seria y clara: no basta con decretar la «fundación» de una organización, sino que esta deberá haber logrado articularse en el «centralismo democrático», «formar a sus cuadros», «ligar a los líderes con la clase y las masas en un todo único, indisoluble», etcétera. Aspectos, todos ellos, que el PCR demostró no cumplir. Es decir, no hay un salto cualitativo en la «creación de una estructura» si esta fundación es más ficticia que real, si sigue arrastrando todos los vicios de un periodo de dispersión y desorganización, el cual es el «estado normal» y «permanente» para una organización antimarxista, sea grande o pequeña, de tendencia reformista o anarquista. Véase el capítulo: «Ni los «reconstitucionalistas» ni sus competidores han logrado tener jamás un «órgano de expresión» a la altura de las circunstancias» (2022).
Esta ilusa concepción sobre el partido ha sido un defecto fundamental en la historia del maoísmo, el cual siempre ha rendido un «culto a la organización», la cual iba a procurarle una sanación mágica para todas sus carencias:
«Esta actitud resulta del oscurantismo de nuestro pequeño burgués, de su negativa de toda teoría en general: procurando enmascarar su pasión por la ignorancia por la pasión de la organización, hace de ésta la primera condición de la unidad ideológica, la fuente de toda teoría. Ve en la organización no la fuerza que permite a la teoría revolucionaria materializarse y adquirir su potencial efectivo, sino el instrumento que llena el vacío teórico, consuela la ausencia de estrategia y hace olvidar la ligereza de algunas de las tácticas. Es la organización-muleta, que les permite a nuestros lisiados sin piernas avanzar. Es por eso que, a los ojos de nuestros maoístas, la organización tiene algo misterioso y es valorado como algo milagroso. Así como el crisol donde el alquimista transforma el vil plomo en oro brillante, cambiando por sus mismas virtudes, a nuestro ignorante pequeño burgués en un dirigente revolucionario. Diez no marxistas aislados, juntos forman una organización marxista, tal es el invariable precepto de base del movimiento maoísta». (L’emancipation; La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo, 1979)
¿Y hoy, en qué han cambiado estas percepciones entre los «reconstitucionalistas»? Por ejemplo, ¿acaso piensan que por repartir octavillas y sacar una revista que se publica una vez al año ya están demostrando más virtudes que nadie? ¿Estar «en camino» de la fundación de algo transcendente? Entiéndase, pues, que esto es ilusorio, porque para que eso suceda:
«Nuestra obligación primordial y más imperiosa consiste en ayudar a formar obreros revolucionarios que, desde el punto de vista de su actividad en el partido, estén al mismo nivel que los intelectuales revolucionarios −subrayamos «desde el punto de vista de su actividad en el partido», pues en otros sentidos, aunque sea necesario, está lejos de ser tan fácil y tan urgente que los obreros lleguen al mismo nivel−. Por eso debemos orientar nuestra atención principal a elevar a los obreros al nivel de los revolucionarios y no a descender indefectiblemente nosotros mismos al nivel de la «masa obrera», como quieren los «economistas». (…) Todo el que hable de «sobreestimación de la ideología», de exageración del papel del elemento consciente, etc., se imagina que el movimiento obrero puro puede de por sí elaborar y elaborará una ideología independiente, tan pronto como los obreros «arranquen su suerte de manos de los dirigentes». Pero esto es un craso error». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)
Sí, ya sabemos, seguramente los «reconstitucionalistas» gritarán enfurecidos: «¡Eso hacemos precisamente! ¡Nos alejamos de los escritos espontáneos y meramente económicos de tipo sindicalista y elevamos el nivel ideológico!». Pero, por favor, rogaremos que no se esfuercen tanto en su cinismo político, porque ya no engañan a nadie.
En primer lugar, insistimos, ¿qué tiene que ver su lenguaje −a medio camino entre un cantar de gesta y un tratado técnico-científico− y la temática de su actual «órgano de expresión» −«Línea Proletaria»−, con la máxima leninista de explicar a los obreros sus objetivos más importantes en un lenguaje convencional y comprensible para ellos? Las dos actuaciones son tan parecidas como el agua y el aceite.
En segundo lugar, han de saber que los trabajadores no esperan que esa novísima «ideología» que les emancipe de las cadenas del capital pase por el «maoísmo», el «marxismo occidental» y el «gonzalismo», porque nadie está por esas corrientes contrarrevolucionarias ni espera nada de ellas −eso en el caso de que tan siquiera hayan oído hablar de ellas−.
Dedicarse a tal labor no es «enseñar al pueblo lo que necesita saber», ni siquiera es «dar algunos apuntes nuevos, actualizados», sino repetir los mismos pastiches antimarxistas de siempre, ya superados por la historia. No es ser «la punta de lanza de la vanguardia» del proletariado, sino «el vagón de retaguardia en el extenso tren burgués» que cada día recorre las mismas estaciones: espontaneísmo, subjetivismo, formalismo y desmemoria. Lo que es seguro es que quienes sean tan necios como para caer en sus redes vagarán eternamente entre planteamientos totalmente extraños a la lucha de clases consecuente. En cualquier caso, nos resulta más interesante dirigirnos hacia quienes tienen la sensación de que están andando en círculos, ¿cómo reaccionarán estos una vez despierten del largo letargo del submundo «reconstitucionalista»? Nosotros no les guardaremos rencor, ya que sabemos que todo hijo de vecino ha podido cometer estupideces en el pasado, tanto en lo referente a los aspectos más políticos como en los más personales.
En todo caso, debe subrayarse un aspecto curioso y específico de la LR: pese a basarse todo el rato en abstracciones y especulaciones filosóficas, es decir, un «teoricismo» castrado de vitalidad −sin una base que refleje algo real−, paradójicamente tienen el valor de arremeter contra lo que denominan el «paternalismo del intelectual». Sin embargo, a la hora de la verdad, más allá de sus eslóganes y etiquetas −que acostumbran a soltar en sus polémicas sin ton ni son−, a lo único que contribuyen en su labor diaria es a rebajar la importancia de la clarificación ideológica mediante ese lenguaje oscuro que oculta tesis revisionistas en cada rincón de su esencia. Sigamos, porque los despropósitos de esta gente aún no han acabado:
«De esta forma, la conciencia revolucionaria sólo puede actuar como crítica revolucionaria mientras no exista el Partido Comunista, y sólo como praxis revolucionaria en tanto que Partido Comunista». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº33 (Suplemento), 2005)
Nunca pensamos que se pudiera llegar a una contradicción tan humorística. De nuevo podríamos preguntarnos, ¿entonces los «reconstitucionalistas» estaban confesando aquí la inutilidad de sus propias labores? Pues eso parece, pero la diferencia es que sus actuaciones son estériles no tanto porque nunca hayan logrado constituirse sólidamente como «partido»… sino por las aspiraciones, concepciones y métodos que tienen de organizarse, antes y después de tratar de lograr esto.
Pero aquí hay algo más interesante que debe de ser aclarado. Si nosotros entendemos por «revolucionario» lo que tiene un potencial transformador, lo enmarcado a superar el sistema capitalista existente, su marco de referencia reconocible no puede portar cualquier doctrina o ideario, y mucho menos confundirse con la del sistema dominante. Pero aquí estamos hablando de otra cosa: se confunden varios aspectos que dejan claro de nuevo que nuestros «reconstitucionalistas» sufren de problemas filosóficos severos. ¿Qué es el partido? ¿Un ente mágico que soluciona las carencias del grupo? Ya hemos dejado claro que no. En lo estrictamente funcional este no es sino el vehículo que se utiliza para que todos estos elementos tengan un punto de referencia y mando, para que, valiéndose de una centralización y democracia, las masas puedan enfrentarse a un enemigo con más medios y mayor experiencia. Toda otra definición mística abriga ilusiones mágicas y malentendidas sobre el mismo.
Sin embargo, según el idealista de tipo «reconstitucionalista», si no existe partido revolucionario no existe la acción revolucionaria −la «praxis», unión de teoría y práctica−, solo la «crítica» que, como muchos insinúan, «apenas se limita a rozar lo que anhela construir». En verdad, esta, la crítica, aplicada a los fenómenos internos y externos, es el criterio máximo que existe para evaluar el estado real de salud que mantiene ese colectivo de «revolucionarios», se trate este del tipo que sea y se encuentre en la etapa que se encuentre. O dicho de otra forma, ¿qué hace el movimiento hasta su fundación, hasta que logra echar a andar o hasta que por fin consigue la dirección de los elementos más conscientes de su pueblo? ¿Cómo se «preparan» todas esas fases previas que preceden a la revolución? «¡A través del partido!», responderán de memoria. En efecto, ¿y qué pasa cuando el nivel organizativo de ese presunto «movimiento revolucionario» se ha plegado hasta tener 500 asociaciones que se reclaman a sí mismas como «partido» y «organización de referencia»? ¿Qué ocurre cuando los grupos más grandes numéricamente y a nivel de influencia son los más alejados a los cánones científicos? ¿O cuando esa «vanguardia» es tan marginal que apenas puede cumplir con los planes que ella mismo trazó?
He ahí la pescadilla que se muerde la cola: sin resolver los problemas acuciantes no podemos pasar al resto; esto es sencillamente resultado de confundir la relación entre partido e ideología, pensando que la creación forzosa del primero es garante de la pureza del segundo, en lugar de comprender que la pureza del segundo, de la ideología, es condición sine qua non del primero, lo cual no excusa treinta años de «periodos de balance» sin llegar a nada nuevo, como en el caso de nuestros protagonistas. Ha de quedar claro de una vez que sin un tenaz trabajo teórico, doctrinal, ideológico −o denomínese como cada uno quiera−, que deslinde el marxismo-leninismo de lo reaccionario, de lo mecanicista, de lo obsoleto, no se pueden sentar las auténticas bases para la conformación de un grupo que se haga respetar −tanto por simpatizantes como enemigos−; un grupo digno en que todo sujeto consciente no dude en dedicarle su tiempo y energías; un grupo eficiente en que cada uno da el máximo en base a sus condiciones.
En cambio, si siguiéramos el esquema rígido de los «reconstitucionalistas», resultaría que a nivel individual un proletario jamás será lo suficientemente revolucionario a menos que milite, con lo que estaríamos, pues, abstrayéndonos del contexto histórico, de qué hace, cómo se comporta e incluso qué papel auxiliar cumple respecto a la organización de referencia −si es que existe alguna que merezca la pena−. Ergo solo podríamos concluir que si no tiene el carnet de un partido no es revolucionario −una manera de pensar formalista, donde, para empezar, no se tiene en cuenta el nivel generalizado de conciencia política de la sociedad−. Así pues, según esta forma de pensar reduccionista, un conjunto de trabajadores que de alguna forma u otra se mueven bajo la égida del marxismo tampoco podrían ser revolucionarios del todo, dado que, si «solo» se dedican al trabajo sindical, o a un círculo de formación ideológica, o fundan un periódico combativo o realizan labores parecidas en una asociación vecinal, jamás estarán siendo «verdaderamente revolucionarios». Aquí parece ser que no se tiene en cuenta que: a) es posible que no esté en sus manos fundar un partido de la nada −por mucho que así se lo propusiesen−; b) que incluso están haciendo más que la mayoría para que eso se produzca; c) que no cumplen ni con lo más básico para que se pueda dar ese «salto cualitativo» del que algunos tanto parlotean con impaciencia. En todo caso, en cualquiera de las tres variables habría que demostrarlo con hechos y no dándolo por supuesto. ¿Nota el lector qué diferencia hay entre el razonar verdadero y el estereotipado?
Es más, ¿acaso no tenemos suficientes lecciones históricas de esto? Por descontado. Pareciera que cuando en 1979 los proletarios y otras capas sociales derrocaron a Somoza en Nicaragua o al Sha en Persia, no habrían sido protagonistas de una acción que, sin discusión, era objetivamente revolucionaria, ¡todo porque en ocasiones no siempre fueron comandados por un «partido de vanguardia»! Por esa regla de tres las acciones de los marineros, soldados, proletarios y campesinos rusos en febrero de 1917 tampoco fueron revolucionarias, dado que muchos aun tenían esperanzas en el nuevo gobierno liberal. Y bajo tal esquema lo mismo podría decirse de los trabajadores alemanes que en noviembre de 1918 se alzaron contra sus mandos burgueses, ya que muchos no eran aun comunistas. Y así podríamos seguir citando hasta mañana los diversos eventos históricos del siglo XX.
El deber del revolucionario es ocuparse de lo más urgente más allá de formalidades
Nótese que simple y llanamente el «reconstitucionalista» promedio, viciado de fantasías idealistas, confunde lo abstracto y lo concreto: clama por la necesidad del partido revolucionario −y su teoría certera para poder dirigir con eficiencia todo esto− pero niega lo que son los hechos revolucionarios en sí, lo que tiene delante, más allá de que sus protagonistas −las masas− muchas veces no tengan una conciencia absoluta de lo que realizan. ¿Cuál es el truco aquí? Que en principio se parte de una evidencia razonable: toda noción o intuición ideológica, vaga o medianamente avanzada, no puede prosperar demasiado y siempre se quedará a medio plazo sin una explicación o matización detallada, racional y global de parte de las fuerzas más avanzadas de su tiempo; que sin dirección consciente la toma del poder se pierde en el horizonte y la construcción del socialismo −como fase previa del comunismo− se vuelve un imposible. Esto es correcto, y es algo que repiten a día de hoy todos, hasta los más oportunistas, pero se pierde de vista lo más importante: los «reconstitucionalistas» han demostrado sobradamente que no tienen capacidades para detectar qué dificultades tenemos delante y cómo solucionarlas. Pongamos algunos ejemplos históricos con situaciones muy dispares.
El propio Marx confesó a sus allegados que atravesó un periodo en que, por diversas razones, no se sentía cómodo con aceptar las invitaciones para unirse a ciertas asociaciones, ya que estas divergían de las formas de pensar y actuar del pensador alemán:
«Recordará que los líderes del Club Comunista, bastante ramificado en Nueva York −entre ellos, Albrecht Komp, Gerente del Banco General, 44 Exchange Place, Nueva York− me enviaron una carta, que pasó por sus manos, y en la que se sugirió tentativamente que reorganizara la vieja Liga. Pasó todo un año antes de que respondiera, y luego fue en el sentido de que desde 1852 no había estado vinculado con ninguna asociación y estaba firmemente convencido de que mis estudios teóricos eran de mayor utilidad para la clase trabajadora que mi intromisión en las asociaciones que ahora había en el continente. Debido a esta «inactividad», fui atacado repetida y amargamente». (Karl Marx; Carta a Ferdinand Freiligrath, 29 de febrero de 1860)
Esto, por supuesto, no debe tomarse como pretexto para convertirse en un «libre pensador», como prevemos que lo interpretarán los más acomodados. Esto no tiene nada que ver con estas gentes que justifican su falta de compromiso y que no arriman el hombro salvo en lo que a ellos les apetece y en el momento en que les viene en gana, en absoluto. Aquí Marx solamente se limita a subrayar que cada uno aporta al movimiento lo que mejor puede dar de sí −en su caso, formular diversas investigaciones que hoy son clásicos de la literatura comunista−, mientras que dedicar tu tiempo a una forma de «militancia» desfasada e inadaptada a los nuevos tiempos solo por mero «compromiso» y por el «qué dirán» no es productivo, ni siquiera, aunque diversos conocidos te lo pidan mediante halagos o ruegos. En un sentido muy parecido habló una y otra vez Engels ante cada refriega que se presentaba dentro de los nuevos partidos que irían surgiendo décadas después. Tómese de ejemplo su «Carta a Eduard Bernstein» (20 de octubre de 1882), donde Engels advertía que la unidad sin una aclaración ideológica y sin condiciones no podía durar, que la lucha interna era algo inevitable antes, durante y después, que estos grupos solo avanzarían delineando un programa y aplicando una disciplina, no volviendo a la era de las catacumbas con ropajes utópicos y reaccionarios del proudhonismo, del fourierismo o del bakuninismo.
Lenin en obras como en «¿Qué hacer?» (1902), se encargó de expresar de forma detallada que la ideología revolucionaria no puede expandirse con eficacia ni cumplir sus propósitos ulteriores sin este vehículo, por esto estamos de acuerdo con que urge su construcción allí donde falte. De hecho, su propia biografía política es una prueba viva de cómo realizar esta tarea huyendo de todo planteamiento esquemático −esto es, que no tenga en cuenta los matices necesarios para lograr el objetivo−. Por contra, en los «reconstitucionalistas» no encontramos nada de eso, sino más bien una vuelta al «primitivismo organizativo», teorías filosóficas sobre la «autoconciencia» −en un sentido hegeliano− y unas cuantas falsas promesas sobre «estudios teóricos» de valor que nunca llegan.
En Rusia el bolchevismo representado por Lenin demostró que lejos de lo que repetían mecánicamente algunos dirigentes de la II Internacional −que en multitud de cuestiones de «ortodoxos» tenían más bien poco−, no bastaba con repetir como un mantra eslóganes abstractos como «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los trabajadores mismos». Por esto combatió tanto a los espontaneístas, que se plegaban a los vicios y peores tradiciones en el movimiento obrero −igual que los economicistas y mencheviques−; como a quienes deseaban realizar una «revolución de gabinete», jugando a la teoría de los héroes terroristas, por un lado, y la muchedumbre fanática por otra −como los blanquistas, populistas y eseristas−. Existen varios estudios, como la obra de Alan Shandro «La conciencia desde fuera: Marxismo, Lenin y el proletariado» (2005), que desmienten en profundidad la idea de presentar el modelo leninista como un modelo de una «élite sectaria» que pretende «aprovecharse de la ignorancia de los obreros».
¿Por qué la concepción de Lenin en materia partidista resultó tan exitosa, siendo lo suficientemente exigente, pero a su vez lo suficientemente flexible?
«Los doctrinarios de derecha se han obstinado en no admitir más que las formas antiguas, y han fracasado del modo más completo por no haberse dado cuenta del nuevo contenido. Los doctrinarios de izquierda se obstinan en rechazar incondicionalmente determinadas formas antiguas, sin ver que el contenido nuevo se abre paso a través de toda clase de formas y que nuestro deber de comunistas consiste en adueñarnos de todas ellas, en aprender a completar con el máximo de rapidez unas con otras, en sustituirlas unas por otras, en adaptar nuestra táctica a todo cambio de este género, suscitado por una clase que no sea la nuestra o por unos esfuerzos que no sean los nuestros». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)
La visión «reconstitucionalista» del «partido [maoísta] de nuevo tipo»
Hagamos otro esfuerzo y veamos cuál es el esquema mental que tienen en la cabeza los «reconstitucionalistas» sobre la famosa «reconstitución» del partido:
«La Línea indica el primer acercamiento de la ideología al estado de las masas de la clase, su difusión en forma de propaganda, su primer contacto con las masas avanzadas. El Programa, en cambio, significa la asimilación de la Línea por parte de ciertos sectores de estas masas avanzadas, agitación, a través de ellos, entre las grandes masas dirigida por la vanguardia; es decir, el trabajo cotidiano, codo a codo, de la vanguardia entre las masas para atraer definitivamente a su sector avanzado y traducir la ideología y la política revolucionarias a las necesidades de las masas». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº10, 1996)
Obviamente, por muy bien que suene esta tesis, la «Línea de Reconstitución» (LR) no ha podido ni en 1996 ni hoy «fundirse con las masas», porque no tienen contacto recurrente ni influencia sobre ellas para lograr ese pretendido fin, tampoco un «órgano de expresión» regular, como ya sabemos. ¿Y qué ocurrió?
«El Plan contemplaba también la actividad en el terreno práctico del movimiento de masas, al que nos dirigíamos con el mensaje revolucionario que íbamos aprehendiendo con el fin de elevarlo hacia las posiciones del socialismo científico. Sin embargo, la experiencia en este terreno ya nos mostró ciertos indicios de que nuestro trabajo no estaba bien encaminado. La nula receptividad de nuestro discurso entre las masas provocaba el aislamiento de las posiciones revolucionarias y nos fue situando cada vez más en posiciones sectarias». (Partido Comunista Revolucionario (Estado Español); La Forja, Nº33, 2005)
En esta confesión y «rectificación» confirmaban que las amplias masas no habían aceptado la línea política de la LR −en caso de que milagrosamente los conocieran−, y hoy en líneas generales la mayoría tampoco sabe de su existencia o en su defecto sigue sin estar interesada en ella. En todo caso, reconocemos que el esquema idílico y mecánico de la «reconstitución del partido» queda resultón, sobre todo cuando lo acompañan de preciosos croquis con triángulos y flechas de colorines que amenizan la lectura, dando algo de vitalidad a este relato de ciencia ficción. Quizás pasen otros veinte años y sigan sin saber por qué no han escalado en el escalafón de objetivos marcado en sus dibujos. ¿Tendrá algo que ver que todavía no se hayan ocupado de algo más concreto y terrenal? ¿Cómo qué? Como enfrentar el principal motivo que les hizo encallar: comprender de una vez que las bases fundamentales del maoísmo con las que operan son las mismas que las de cualquier formación del revisionismo moderno de los últimos sesenta años. «¡Pero eso es una manipulación, una distorsión, en la LR ha habido textos críticos con el maoísmo!». Esto recuerda a los dirigentes de las juventudes del Partido Comunista de España (PCE), quienes se defienden de aquellos que acusan a su dirección de no haber superado el revisionismo de su etapa eurocomunista y replican: «¡Eso es injusto, nosotros hemos hecho grandes avances, pues hemos criticado aspectos erróneos de la era de Carrillo-Ibárruri!». ¡Sí! Enhorabuena, ¡ánimo! Quizás en otros treinta años veamos que por fin os enteráis de qué va la copla.
La LR no solo no tiene un producto demasiado nuevo que ofrecer de cara al exterior, sino que en lo interno siguen los mismos pasos que los de su competencia. ¿Cuál ha sido el problema fundamental del maoísmo más populista? Como acabamos de comprobar con las críticas hacia los maoístas franceses, que estos:
«Invierten el proceso de construcción teórica, porque según ellos, la teoría se desarrolla desde abajo utilizando la «línea de masas» en la aplicación de la cual va a emerger la línea política. La «práctica» es la aplicación de la «línea de masas», segrega la línea general. Se realiza una primera «experiencia», que, si es satisfactoria, entonces será aplicada por todos, de lo contrario servirá como «lección negativa». ¡Cualquier otro diseño diferente es sólo un sueño ambicioso de intelectuales arribistas según nuestros maoístas!». (L’emancipation; La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo, 1979)
En Francia, por ejemplo, se pudo ver tal cosa no solo durante el famoso mayo del 68, sino también mucho después, con los mismos nefastos resultados. Denunciando su pragmatismo, los revolucionarios franceses del órgano «L’emancipation» concluyeron sin miramientos lo siguiente:
«La concepción maoísta de las relaciones entre la teoría y la práctica consiste en un pragmatismo plano. Detrás del culto a la «práctica» se esconde de hecho, la incomprensión de la posición materialista del marxismo-leninismo sobre esta cuestión. El maoísmo es incapaz de concebir la teoría como la generalización científica de la multitud de los hechos económicos, sociales y políticos, etc., que libra la vida en todos los dominios, donde ella confirma o invalida a cambio las tesis y las concepciones, para su desarrollo ulterior y la acción que se puede tomar para la transformación. Si los hechos son la base de toda teoría, ésta es científica sólo en la medida que se eleva a la generalización y la abstracción, donde se separa del aspecto singular, particular y contingente, inherente de los hechos, para comprender la universalidad. La teoría es entonces, y sólo entonces, guía verdaderamente de la acción revolucionaria, por su rectitud y su alcance, porque ésta se vuelve entonces capaz de guiar la puesta en ejecución de los medios que permiten influir en los factores determinantes −en Francia, actualmente y estratégicamente, los factores subjetivos de la revolución−, para hacer posible la maduración de las condiciones de la revolución y la victoria de esta última. Sin base teórica, sin concepciones teóricas, sin visión estratégica y táctica, no sólo la práctica es ciega, sino que a pesar de que tenga algún contenido positivo, las contribuciones que se entregan ineluctablemente a la teoría −por la acumulación de experiencias directas a gran escala− no pueden ser a su vez generalizadas ni ser utilizadas para rectificar o enriquecer ni la teoría ni la práctica. Por lo tanto, fuera del movimiento obrero, el movimiento maoísta se confina a un menú practicista y mantiene la ignorancia en cuanto a los métodos y el papel esencial del trabajo teórico comunista». (L’emancipation; La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo, 1979)
Como justamente se decía aquí, el activismo desenfrenado de una secta −bien sea en base a acciones armadas, asistencialismo obrerista o a una propaganda ingente pero igualmente estéril−, no puede bastar para sustituir el necesario análisis reflexionado y cabal de la realidad social, así como tampoco al despliegue de cuadros profesionales para actividades conscientes y planificadas:
«Se nos dirá que no hay teoría sin práctica. Responderemos a esto que de la estrecha práctica sectaria no puede surgir ninguna teoría, ahí están quince años que lo demuestran. Pero, sobre todo, afirmaremos que nosotros somos materialistas porque consideramos que la práctica continúa siendo lo primordial. La teoría que nosotros queremos desarrollar responde a las cuestiones surgidas de la práctica, es decir, del desarrollo de la lucha política en nuestro país en la cual nosotros participamos desde hace quince años, lucha suscitada por los profundos antagonismos entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas a escala nacional e internacional. La práctica no es la insignificante agitación de una secta, la práctica es el movimiento real, la vida, la realidad del desarrollo capitalista francés junto a los antagonismos sociales y políticos que suscita. Con todo, la realidad francesa, su historia y su desarrollo reciente y actual siguen siendo un enigma para el movimiento maoísta. El estado de las relaciones de producción derivado del desarrollo imperialista de nuestro país, la nueva composición de clases que resulta de este estado, todo esto es tema tabú para el maoísmo, como lo es el problema de la división del proletariado, o el de la corrupción de los amplios estratos superiores de éste. Sin embargo, es sobre la aclaración de estas cuestiones que depende la elaboración de una teoría de la revolución en Francia. Hace falta ser profundamente deshonesto para pretender que estas cuestiones caen del cielo y no surgen de la práctica. Los antimaterialistas son precisamente aquellos que no admiten el enorme retraso de la teoría revolucionaria sobre la práctica. Desde hace décadas, la práctica del movimiento obrero demuestra que él mismo busca desesperadamente −dada su ceguera− un camino para luchar de manera revolucionaria contra el imperialismo mientras que el revisionismo, que seguirá siendo hegemónico en tanto que el movimiento obrero permanezca ciego, justifica y conserva el imperialismo del que fue engendrado». (L’emancipation; La demarcación entre marxismo-leninismo y oportunismo, 1979)
A nivel general, somos conscientes de que nos solemos encontrar con la exclamación: «¡¿Pero acaso las publicaciones del periódico o revista de referencia del colectivo X no dejan de ser una actividad meramente propagadora de ideas, algo estrictamente teórico? ¿No elude eso el trabajo práctico?!». Esta es una percepción equivocada que nace ya no solo de la clásica disociación entre «teórica y práctica», sino que sobre todo significa el no haber comprendido nada sobre en qué época estamos ni sobre las prioridades del momento. No nos extenderemos en esto, porque ya fue abordado anteriormente. Véase el capítulo: «Ni los «reconstitucionalistas» ni sus competidores han logrado tener jamás un «órgano de expresión» a la altura de las circunstancias» (2022).
Como dijo Lenin, en la etapa de «dispersión y círculos» lo urgente es «reunir a los representantes de vanguardia para que asimilen las ideas» de la doctrina emancipadora:
«La unidad en cuestiones de programa y en cuestiones de táctica es una condición indispensable, pero aún insuficiente para la unificación del partido, para la centralización del trabajo del partido. (…) Mientras no hemos tenido unidad en las cuestiones fundamentales de programa y de táctica, decíamos sin rodeos que vivíamos en una época de dispersión y de círculos, declarábamos francamente que antes de unificarnos teníamos que deslindar los campos; ni hablábamos siquiera de formas de organización conjunta, sino que tratábamos exclusivamente de las nuevas cuestiones −entonces realmente nuevas− de la lucha contra el oportunismo en materia de programa y de táctica. (...) De lo que se trata es de saber si nuestra lucha ideológica revestirá formas más elevadas, las formas de una organización del partido obligatoria para todos, o las formas de la antigua dispersión y de la antigua desarticulación en círculos. Se nos ha arrastrado hacia atrás, apartándonos de formas más elevadas, hacia formas más primitivas, y se justifica esto afirmando que la lucha ideológica es un proceso y las formas son sólo formas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un paso hacia adelante dos hacia atrás, 1904)
Nosotros, a diferencia de otros, no nos engañamos creyendo que somos un partido que pueda proporcionar tal despliegue ni contamos con «revolucionarios profesionales» mantenidos por la organización, por el contrario, compartimos con el peso de tener que compatibilizar vida personal −familia, trabajo y estudios− con las tareas políticas. A la realidad hay que mirarla tal y como es, actualmente, bajo nuestro escaso número de material humano y de capacidades, habría que comenzar, como dice Lenin, tratando de «reunir a los representantes de vanguardia para que asimilen» el «socialismo científico», es decir: para extraer las lecciones pertinentes a nivel presente y pasado sobre cómo se ha llegado al actual estado deplorable del movimiento, para ver cómo solucionarlo, producir literatura que popularice tales conclusiones y tomar una acción mayor, una concienciación de qué se tiene que hacer y para qué; la otra opción es movernos en base a la tradición, la comodidad y la inmediatez para sentirnos «militantes», sentir que «hacemos algo».
Es innegable que esta tarea no excluye, como otros «practicistas» creen, que aboguemos porque el conjunto de los revolucionarios no profesionales deba dedicarse a la mera reflexión y contemplación −aunque las actividades anteriores ya desechan esta infame acusación−, pues de lo que se trata es de evaluar las formas más proclives para llevar a cabo esa reunión de los «representantes de la vanguardia». Una de esas formas incluirá en algunos casos que se deba tener presencia en sitios como el sindicato de tal centro de trabajo o estudio, asociaciones vecinales y otros «frentes de masas» −si allí el sujeto puede tener una vía libre y óptima para popularizar su línea política−. En consecuencia, tanto él a nivel individual, o su organización a nivel grupal, deberá evaluar qué trabajo hace, cómo contribuye, si realmente es apto para tal función, si está logrando lo que se propuso, o si habría que derivarle a otras funciones por no cumplir con lo primero y lo segundo. Esto y no otra cosa es un trabajo científico y no un ensayo a ciegas en que prima «el movimiento por el movimiento».
Si alguien simpatiza con nosotros y por ejemplo tiene dudas hipotéticas cómo: «Pero, ¿cuándo nos podremos constituir como partido?», «¿cuándo podríamos acoger a cientos y cientos de militantes?», «¿por qué no somos tan «populares» en redes sociales como otros grupos políticos?». Lo primero que debería repasar es qué está haciendo él para que todo eso tenga solución, ¿está aportando algo, está rindiendo al máximo de sus capacidades o cerca de ello? ¿Cuáles son los gustos generales de la población en cuanto a inclinaciones políticas? Pero, ante todo, deberá asegurarse de haberse leído de arriba abajo documentos clave que sintetizan estas cuestiones, como «Fundamentos y propósitos» (2022), que es lo que ofrecemos a quien desea hacerse un cuadro general sobre ante qué condicionantes nos encontramos y a qué aspiramos para solventarlo. Pero su labor no acabará ahí ni mucho menos: deberá saber qué es eso del «partido», cómo se empieza a construir, con qué debe contar para denominarse como tal, qué perfil y exigencias debe tener la nueva formación de cara a los militantes que deseen incorporarse… seguramente así comprenderá que lo que ha aprendido hasta ahora en las experiencias previas haya sido un partido de «puertas abiertas» y con los métodos primitivos de los grupos de la «izquierda» clásica, lo cual no tiene nada que ver con nuestras pretensiones para conformar una estructura partidista de tipo marxista-leninista. Véase la obra: «Fundamentos y propósitos» (2022)». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre la nueva corriente maoísta de moda: los «reconstitucionalistas», 2022)
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