«En esta sección diseccionaremos algunos aspectos clave para entender la ciencia [*] dentro de una sociedad de clases: a) repasaremos cual ha sido el concepto de progreso del marxismo, y si coincide o no con el del resto de corrientes clásicas; b) observaremos si es cierto o no que el avance de la ciencia queda petrificada una vez la burguesía llega al poder; c) estudiaremos el papel de los profesionales de las ciencias en el desempeño de su trabajo, así como sus condicionantes; d) y por último, nos preguntaremos lo siguiente: ¿acaso el marxismo ha negado que el campo del conocimiento sea un terreno neutro de la lucha de clases?
El progreso en la sociedad de clases siempre es condicionado
«La sociedad industrial se generó bajo los auspicios de la ciencia y el optimismo: se entraba en una época de progreso sin límites. (…) Se creía haber encontrado un proceso seguro, el científico, que iba a resolver todos los problemas de la humanidad. Este optimismo se vio reflejado en todas las grandes concepciones filosóficas y sociológicas del siglo de las luces y sus herederos del siglo XIX, desde el pensamiento conservador de Comte hasta el revolucionario de Marx». (Josep María Rotger Cerdà; Escuela y comunidad, 2003)
Lamentablemente, si repasamos cualquier manual de sociología promedio, no es extraño encontrarnos con el famoso mantra −una y mil veces repetido− de que tanto Comte como Marx creían que la humanidad había entrado en una época de «progreso ilimitado», considerando el conocer de la ciencia de su tiempo como «infalible». Ha habido, desde hace siglos, un especial interés por intentar equiparar gratuitamente positivismo y marxismo, como ya comprobamos capítulos atrás. Este Doctor por la Universidad de Barcelona realiza tal analogía amparándose en la presunta y equiparable «candidez» de Comte y Marx, siendo ambos autores meros «productos de aquella mentalidad moderna» y, por tanto, corrientes ideológicas totalmente «anticuadas» como para ser tomadas hoy en serio. Pero, ¿qué hay de cierto en esto? En lo que respecta a ese «pensamiento revolucionario del siglo XIX» del que hablaba Rotger Cerdà sobre Karl Marx, hubiera bastado que repasase −aunque solo fuese por encima− sus opiniones y las de sus discípulos respecto al largo −y a veces dificultoso− periplo del hombre −tanto a la hora de conocer como de actuar−:
«Sucede lo mismo con el «progreso». A pesar de las pretensiones del «progreso» [de Bruno Bauer], hay regresiones continuas y reemplazos. Lejos de presentir que la categoría del «progreso» carece de substancia y es puramente abstracta, la crítica absoluta [de Bruno Bauer] es bastante juiciosa para reconocer al «progreso» como absoluto». (Karl Marx y Friedrich Engels; La sagrada familia, 1845)
Entonces, ¿cuál es la diferencia a nivel filosófico del materialismo moderno respecto al antiguo, del marxista respecto al premarxista −como podría ser el que profesaban las figuras de la Ilustración del siglo XVIII−? Primero que todo, su diferente noción en cuanto al progreso personal o impersonal, condicionado e incondicionado; el uno es dinámico y el otro estático. ¿Por qué se afirma que el primero dio solución a las taras y limitaciones del segundo? Recurramos una vez más al marxista italiano, Antonio Labriola, para aclarar la cuestión:
«Otra cosa se necesitaba para penetrar las razones efectivas de la relatividad del progreso. Se necesitaba ante todo renunciar a aquellos prejuicios implícitos en la creencia de que los obstáculos a la uniformidad del devenir humano descansan exclusivamente sobre causas naturales e inmediatas [geografía]. (…) Los consecutivos impedimentos a la uniformidad del progreso han de buscarse en las condiciones propias e intrínsecas de la misma estructura social. (…) Es siempre, por diferentes que sean sus formas y modos, la oposición de la ciudad y del campo, del artesano y del campesino del proletario y del patrono, del capitalista y del trabajador, y así hasta lo infinito, y va siempre a parar en una jerarquía, tanto si es el privilegio fijo de la Edad Media, como si con las distintas formas del derecho presunto igual para todos se revela en la acción automática de la competencia económica. (…) A esta jerarquía económica corresponde de modo vario en los diferentes países, tiempos y lugares, una: estoy por decir, jerarquía de los ánimos, de los intelectos, de los espíritus. Esto equivale a decir que la cultura, en la cual precisamente los idealistas sitúan la suma del progreso, estuvo y está por necesidad de hecho bastante desigualmente distribuida. La mayor parte de los hombres, por la cualidad de sus ocupaciones, son así como individuos desintegrados, incapaces de un desarrollo completo y normal. A la económica de las clases y a la jerarquía de las situaciones, corresponde la psicología de las clases. La relatividad del progreso es, pues, para nosotros, la consecuencia inevitable de las antítesis de clase. (...) El progreso fue y es aún parcial y unilateral. Las minorías que salen beneficiadas sostienen que esto es el progreso humano, y los soberbiosos evolucionistas llaman a esto naturaleza humana que se desarrolla. Todo este progreso parcial, que basta el presente se ha desarrollado en la presión de hombres sobre los hombres, tiene su fundamento en las condiciones de oposición por la cual las antítesis económicas han engendrado todas las antítesis sociales, y de la relativa libertad de algunos ha nacido la servidumbre de muchísimos, y el derecho ha sido protector de la injusticia». (Antonio Labriola; Del materialismo histórico, 1896)
En cuanto a los perfeccionamientos tecnológicos, al igual que pueden facilitarnos la vida −electrodomésticos, transportes, medicamentos, contabilidad−, también pueden volverse en contra −o ser creados con este propósito− de los explotados que sufren el yugo del capital −métodos de vigilancia, control laboral, armas de destrucción masivas, pesticidas contaminantes, adulterantes en los alimentos−. En realidad, son este tipo de contradicciones y paradojas que emergen bajo el capitalismo, las que hacen del famoso «progreso» algo condicionado, como ocurre en cualquier sociedad dividida en clases sociales. Por esta razón, Engels nos habló de que en nuestra época la burguesía se esfuerza por «arrojar un velo de amor sobre los fenómenos negativos inevitablemente generados por ella», cuando no directamente «negarlos», lo cual no invalida todo lo anterior.
Por ejemplo, en lo relativo a la expansión de las fuerzas productivas y la cuestión ecológica es claro que bajo el poder burgués se han desarrollado ya alternativas a las fuentes no renovables. Entonces, ¿por qué no se implementan y se sigue demorando este tránsito? Porque a nivel macroeconómico no es, ni puede ser, un sistema altamente planificado; porque a nivel microeconómico no hay que menospreciar las irresolubles pugnas interburguesas entre distintos sectores que, además, actúan como impedimento complementario. El problema no es nunca el desarrollo de las fuerzas productivas, que precisamente el capitalismo hereda y desarrolla a partir de los mejores conocimientos y esfuerzos de la humanidad −en algunos casos bajo sudor y lágrimas−, sino que la clave está en las relaciones de producción que rigen el entramado económico y social, la distribución ligada a ella, donde encontramos un exacerbado y descontrolado crecimiento sin raciocinio alguno, todo lo demás es palabrería en manos de un ignorante o un cínico. Véase el capítulo: «Sobre el llamado ecologismo y ecosocialismo» (2017).