viernes, 30 de septiembre de 2022

El avance de la ciencia en la época capitalista; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«En esta sección diseccionaremos algunos aspectos clave para entender la ciencia [*] dentro de una sociedad de clases: a) repasaremos cual ha sido el concepto de progreso del marxismo, y si coincide o no con el del resto de corrientes clásicas; b) observaremos si es cierto o no que el avance de la ciencia queda petrificada una vez la burguesía llega al poder; c) estudiaremos el papel de los profesionales de las ciencias en el desempeño de su trabajo, así como sus condicionantes; d) y por último, nos preguntaremos lo siguiente: ¿acaso el marxismo ha negado que el campo del conocimiento sea un terreno neutro de la lucha de clases?

El progreso en la sociedad de clases siempre es condicionado

«La sociedad industrial se generó bajo los auspicios de la ciencia y el optimismo: se entraba en una época de progreso sin límites. (…) Se creía haber encontrado un proceso seguro, el científico, que iba a resolver todos los problemas de la humanidad. Este optimismo se vio reflejado en todas las grandes concepciones filosóficas y sociológicas del siglo de las luces y sus herederos del siglo XIX, desde el pensamiento conservador de Comte hasta el revolucionario de Marx». (Josep María Rotger Cerdà; Escuela y comunidad, 2003)

Lamentablemente, si repasamos cualquier manual de sociología promedio, no es extraño encontrarnos con el famoso mantra −una y mil veces repetido− de que tanto Comte como Marx creían que la humanidad había entrado en una época de «progreso ilimitado», considerando el conocer de la ciencia de su tiempo como «infalible». Ha habido, desde hace siglos, un especial interés por intentar equiparar gratuitamente positivismo y marxismo, como ya comprobamos capítulos atrás. Este Doctor por la Universidad de Barcelona realiza tal analogía amparándose en la presunta y equiparable «candidez» de Comte y Marx, siendo ambos autores meros «productos de aquella mentalidad moderna» y, por tanto, corrientes ideológicas totalmente «anticuadas» como para ser tomadas hoy en serio. Pero, ¿qué hay de cierto en esto? En lo que respecta a ese «pensamiento revolucionario del siglo XIX» del que hablaba Rotger Cerdà sobre Karl Marx, hubiera bastado que repasase −aunque solo fuese por encima− sus opiniones y las de sus discípulos respecto al largo −y a veces dificultoso− periplo del hombre −tanto a la hora de conocer como de actuar−:

«Sucede lo mismo con el «progreso». A pesar de las pretensiones del «progreso» [de Bruno Bauer], hay regresiones continuas y reemplazos. Lejos de presentir que la categoría del «progreso» carece de substancia y es puramente abstracta, la crítica absoluta [de Bruno Bauer] es bastante juiciosa para reconocer al «progreso» como absoluto». (Karl Marx y Friedrich Engels; La sagrada familia, 1845)

Entonces, ¿cuál es la diferencia a nivel filosófico del materialismo moderno respecto al antiguo, del marxista respecto al premarxista como podría ser el que profesaban las figuras de la Ilustración del siglo XVIII? Primero que todo, su diferente noción en cuanto al progreso personal o impersonal, condicionado e incondicionado; el uno es dinámico y el otro estático. ¿Por qué se afirma que el primero dio solución a las taras y limitaciones del segundo? Recurramos una vez más al marxista italiano, Antonio Labriola, para aclarar la cuestión:

«Otra cosa se necesitaba para penetrar las razones efectivas de la relatividad del progreso. Se necesitaba ante todo renunciar a aquellos prejuicios implícitos en la creencia de que los obstáculos a la uniformidad del devenir humano descansan exclusivamente sobre causas naturales e inmediatas [geografía]. (…) Los consecutivos impedimentos a la uniformidad del progreso han de buscarse en las condiciones propias e intrínsecas de la misma estructura social. (…) Es siempre, por diferentes que sean sus formas y modos, la oposición de la ciudad y del campo, del artesano y del campesino del proletario y del patrono, del capitalista y del trabajador, y así hasta lo infinito, y va siempre a parar en una jerarquía, tanto si es el privilegio fijo de la Edad Media, como si con las distintas formas del derecho presunto igual para todos se revela en la acción automática de la competencia económica. (…) A esta jerarquía económica corresponde de modo vario en los diferentes países, tiempos y lugares, una: estoy por decir, jerarquía de los ánimos, de los intelectos, de los espíritus. Esto equivale a decir que la cultura, en la cual precisamente los idealistas sitúan la suma del progreso, estuvo y está por necesidad de hecho bastante desigualmente distribuida. La mayor parte de los hombres, por la cualidad de sus ocupaciones, son así como individuos desintegrados, incapaces de un desarrollo completo y normal. A la económica de las clases y a la jerarquía de las situaciones, corresponde la psicología de las clases. La relatividad del progreso es, pues, para nosotros, la consecuencia inevitable de las antítesis de clase. (...) El progreso fue y es aún parcial y unilateral. Las minorías que salen beneficiadas sostienen que esto es el progreso humano, y los soberbiosos evolucionistas llaman a esto naturaleza humana que se desarrolla. Todo este progreso parcial, que basta el presente se ha desarrollado en la presión de hombres sobre los hombres, tiene su fundamento en las condiciones de oposición por la cual las antítesis económicas han engendrado todas las antítesis sociales, y de la relativa libertad de algunos ha nacido la servidumbre de muchísimos, y el derecho ha sido protector de la injusticia». (Antonio Labriola; Del materialismo histórico, 1896) 

En cuanto a los perfeccionamientos tecnológicos, al igual que pueden facilitarnos la vida −electrodomésticos, transportes, medicamentos, contabilidad−, también pueden volverse en contra −o ser creados con este propósito− de los explotados que sufren el yugo del capital −métodos de vigilancia, control laboral, armas de destrucción masivas, pesticidas contaminantes, adulterantes en los alimentos−. En realidad, son este tipo de contradicciones y paradojas que emergen bajo el capitalismo, las que hacen del famoso «progreso» algo condicionado, como ocurre en cualquier sociedad dividida en clases sociales. Por esta razón, Engels nos habló de que en nuestra época la burguesía se esfuerza por «arrojar un velo de amor sobre los fenómenos negativos inevitablemente generados por ella», cuando no directamente «negarlos», lo cual no invalida todo lo anterior. 

Por ejemplo, en lo relativo a la expansión de las fuerzas productivas y la cuestión ecológica es claro que bajo el poder burgués se han desarrollado ya alternativas a las fuentes no renovables. Entonces, ¿por qué no se implementan y se sigue demorando este tránsito? Porque a nivel macroeconómico no es, ni puede ser, un sistema altamente planificado; porque a nivel microeconómico no hay que menospreciar las irresolubles pugnas interburguesas entre distintos sectores que, además, actúan como impedimento complementario. El problema no es nunca el desarrollo de las fuerzas productivas, que precisamente el capitalismo hereda y desarrolla a partir de los mejores conocimientos y esfuerzos de la humanidad −en algunos casos bajo sudor y lágrimas−, sino que la clave está en las relaciones de producción que rigen el entramado económico y social, la distribución ligada a ella, donde encontramos un exacerbado y descontrolado crecimiento sin raciocinio alguno, todo lo demás es palabrería en manos de un ignorante o un cínico. Véase el capítulo: «Sobre el llamado ecologismo y ecosocialismo» (2017).

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Javier Santaolalla como representante del idealismo en la física contemporánea; Equipo de Bitácora (M-L), 2022

«Los naturalistas creen liberarse de la filosofía simplemente por ignorarla o hablar mal de ella. Pero, como no pueden lograr nada sin pensar y para pensar hace falta recurrir a las determinaciones del pensamiento y toman estas categorías, sin darse cuenta de ello, de la conciencia usual de las llamadas gentes cultas, dominada por los residuos de filosofías desde hace largo tiempo olvidadas, del poquito de filosofía obligatoriamente aprendido en la universidad −y que, además de ser puramente fragmentario, constituye un revoltijo de ideas de gentes de las más diversas escuelas y, además, en la mayoría de los casos, de las más malas−, o de la lectura, ayuna de todo crítica y de todo plan sistemático, de obra filosófica de todas clases, resulta que no por ello dejan de hallarse bajo el vasallaje de la filosofía, pero, desgraciadamente, en la mayor parte de los casos, de la peor de todas, y quienes más insultan a la filosofía son esclavos precisamente de los peores residuos vulgarizados de la peor de las filosofías». (Friedrich Engels; Dialéctica de la naturaleza, 1883)

Si nos permite el lector un inciso, nos gustaría hacer una pausa y repasar rápidamente cómo gran parte de las teorías de los físicos actuales no tienen nada que envidiar a las peores especulaciones y afirmaciones rocambolescas de las de sus predecesores. 

Ligándolo con este último punto, el de las desventuras y especulaciones de los científicos naturalistas, hay que aclarar que estas no han sido ni son tan extrañas pese al manto de «rigurosidad» con el que se cubren. Sin ir más lejos, en la comunidad científica muchas veces se ha coqueteado con algunas teorías idealistas y metafísicas en un desesperado intento de encontrarle explicación a un fenómeno aún desconocido. Frecuentemente los descubrimientos científicos más trascendentales no consisten en encontrarle explicación a «X» o «Y» fenómeno, sino en descubrirlo en primer lugar, quedando el carácter de este y todas las preguntas que le rodean como una incógnita −que más tarde serán resueltas por el protagonista o sus discípulos−. Ante esta situación, algunas personalidades, con tal de llamar rápido la atención y atribuirse el mérito de falsos descubrimientos científicos que requerirían de una investigación más seria y objetiva, han sacado del cajón de los trastos viejos de la filosofía diversas tonterías sin base científica real alguna, las cuales suelen provenir de figuras de renombre con tal de, supuestamente, zanjar precipitadamente esas incógnitas formadas. 

Cómo los físicos contemporáneos plantean la posibilidad de los multiversos

El lector cuenta hoy de varios ejemplos contemporáneos respecto a esta falta del sentido del ridículo entre los profesionales de las ciencias naturales. Para ello puede seguir las publicaciones de dos físicos muy conocidos, Javier Santaolalla y José Luis Crespo −este último más conocido por su apodo, «QuantumFracture»−. Los dos se presentan abiertamente ante el mundo como «divulgadores científicos», y gracias a su estilo «millennial» −es decir, un reduccionismo extremo del conocimiento combinado con una infantilización en las formas de la comunicación− han logrado captar el interés de la prensa, televisión, radio y otros medios alternativos. Prueba de su éxito reciente son también sus canales personales de YouTube, en donde ya alcanzan cifras de 2,38 y 2,93 millones de subscriptores respectivamente. Y bien, ¿a qué se dedican exactamente? Estos caballeros no tienen problemas en refutar a los canales de ufología, reptilianos, homeopatía y conspiranoicos varios, como «Mundo desconocido» −y otros fraudes tan comunes hoy día en la era digital−, que ponen en tela de juicio la ciencia y su utilidad. Pero… ¿qué nos ofrecen ellos como material científico «riguroso» y de «calidad»? Cualquiera que se haya revisado sus vídeos entrevistas a medios oficiales −RTVE− o extraoficiales −«The Wild Project»− será consciente de la cantidad de especulaciones por minuto que rescatan −bien sea por inocencia o para arañar seguidores, quien sabe−.

Javier Santaolalla en su vídeo «Hoy sí que vas a entender el multiverso» (2021) asegura que la existencia de siete multiversos «no es ninguna locura» y que «de hecho, según los datos actuales apuntan» que vivimos en «un multiverso». Nos habla de una realidad física «más amplia» fuera de nuestro universo, de «nuestro espacio y tiempo donde vivimos». Sin embargo, a continuación, se desdice aclarando que «sigue sin entenderse bien qué es el multiverso»; pero «podría ser real» y plantea la existencia de «otros yo en el universo» (sic), donde, atentos, podríamos ser «cantantes» o «sí habríamos conocido por fin el amor de nuestra vida» (!). ¿Sabe el lector por qué no se puede verificar esta teoría tan propia de un cómic de ciencia ficción? Porque su propio seguidor sostiene que dichos multiversos «no interactúan entre sí», por lo que nunca tendríamos constancia de si nuestro otro «yo» alcanzó el estrellato en su carrera musical o encontró a su Julieta −¡qué pena!−.

lunes, 19 de septiembre de 2022

¿Por qué ya no tiene sentido presentar el desarrollo de la naturaleza o la sociedad bajo explicaciones místicas? Engels responde


«
Hay sobre todo tres grandes descubrimientos, que han dado un impulso gigantesco a nuestros conocimientos acerca de la concatenación de los procesos naturales: el primero es el descubrimiento de la célula, como unidad de cuya multiplicación y diferenciación se desarrolla todo el cuerpo del vegetal y del animal, de tal modo que no sólo se ha podido establecer que el desarrollo y el crecimiento de todos los organismos superiores son fenómenos sujetos a una sola ley general, sino que, además, la capacidad de variación de la célula, nos señala el camino por el que los organismos pueden cambiar de especie, y por tanto, recorrer una trayectoria superior a la individual. El segundo es la transformación de la energía, gracias al cual todas las llamadas fuerzas que actúan en primer lugar en la naturaleza inorgánica la fuerza mecánica y su complemento, la llamada energía potencial, el calor, las radiaciones la luz y el calor radiado, la electricidad, el magnetismo, la energía química se han acreditado como otras tantas formas de manifestarse el movimiento universal, formas que, en determinadas proporciones de cantidad, se truecan las unas en las otras, por donde la cantidad de una fuerza que desaparece es sustituida por una determinada cantidad de otra que aparece, y todo el movimiento de la naturaleza se reduce a este proceso incesante de transformación de unas formas en otras. Finalmente, el tercero es la prueba, desarrollada primeramente por Darwin de un modo completo, de que los productos orgánicos de la naturaleza que hoy existen en torno nuestro, incluyendo los hombres, son el resultado de un largo proceso de evolución, que arranca de unos cuantos gérmenes primitivamente unicelulares, los cuales, a su vez, proceden del protoplasma o albúmina formada por vía química. Gracias a estos tres grandes descubrimientos, y a los demás progresos formidables de las ciencias naturales, estamos hoy en condiciones de poder demostrar no sólo la trabazón entre los fenómenos de la naturaleza dentro de un campo determinado, sino también, a grandes rasgos, la existente entre los distintos campos, presentando así un cuadro de conjunto de la concatenación de la naturaleza bajo una forma bastante sistemática, por medio de los hechos suministrados por las mismas ciencias naturales empíricas. El darnos esta visión de conjunto era la misión que corría antes a cargo de la llamada filosofía de la naturaleza. Para poder hacerlo, ésta no tenía más remedio que suplantar las concatenaciones reales, que aún no se habían descubierto, por otras ideales, imaginarias, sustituyendo los hechos ignorados por figuraciones, llenando las verdaderas lagunas por medio de la imaginación. Con este método llegó a ciertas ideas geniales y presintió algunos de los descubrimientos posteriores. Pero también cometió, como no podía por menos, absurdos de mucha monta. Hoy, cuando los resultados de las investigaciones naturales sólo necesitan enfocarse dialécticamente, es decir, en su propia concatenación, para llegar a un «sistema de la naturaleza» suficiente para nuestro tiempo, cuando el carácter dialéctico de esta concatenación se impone, incluso contra su voluntad, a las cabezas metafísicamente educadas de los naturalistas; hoy, la filosofía de la naturaleza ha quedado definitivamente liquidada. Cualquier intento de resucitarla no sería solamente superfluo: significaría un retroceso.

Y lo que decimos de la naturaleza, concebida aquí también como un proceso de desarrollo histórico, es aplicable igualmente a la historia de la sociedad en todas sus ramas y, en general, a todas las ciencias que se ocupan de cosas humanas y divinas. También la filosofía de la historia, del derecho, de la religión, etc., consistía en sustituir la trabazón real acusada en los hechos mismos por otra inventada por la cabeza del filósofo, y la historia era concebida, en conjunto y en sus diversas partes, como la realización gradual de ciertas ideas, que eran siempre, naturalmente, las ideas favoritas del propio filósofo. Según esto, la historia laboraba inconscientemente, pero bajo el imperio de la necesidad, hacia una meta ideal fijada de antemano, como, por ejemplo, en Hegel, hacia la realización de su idea absoluta, y la tendencia ineluctable hacia esta idea absoluta formaba la trabazón interna de los acontecimientos históricos. Es decir, que la trabazón real de los hechos, todavía ignorada, se suplantaba por una nueva providencia misteriosa, inconsciente o que llega poco a poco a la conciencia. Aquí, al igual que en el campo de la naturaleza, había que acabar con estas concatenaciones inventadas y artificiales, descubriendo las reales y verdaderas; misión ésta que, en última instancia, suponía descubrir las leyes generales del movimiento que se imponen como dominantes en la historia de la sociedad humana.

viernes, 9 de septiembre de 2022

¿Qué consecuencias tiene la mecanización del trabajo para la producción y los trabajadores?

«Aunque, en las ramas de trabajo en que se implanta, la maquinaria desplaza forzosamente a cierto número de obreros, puede sin embargo, ocurrir que en otras ramas de trabajo provoque una demanda mayor de mano de obra. Pero este efecto nada tiene que ver con la llamada teoría de la compensación. Como todo producto mecánico, por ejemplo una vara de tejido a máquina, es más barato que el producto manual de la misma clase desplazado por él, de aquí se sigue como ley absoluta, lo siguiente: si la cantidad total del artículo producido a máquina sigue siendo igual a la del artículo manual o manufacturero que aquél que viene a sustituir, la suma total del trabajo invertido disminuirá. El aumento de trabajo que suponga la producción del instrumento de trabajo, de la máquina, del carbón, etc., tiene que ser, forzosamente, inferior a la disminución de trabajo conseguida mediante el empleo de la maquinaria. De otro modo, el producto mecánico seria tan caro o más que el producto manual. En realidad, lejos de mantenerse invariable, la masa total de los artículos mecánicos producidos por un número menor de obreros excede en mucho a la masa total de los artículos manuales desplazados por aquéllos. Supongamos que 400.000 varas de tejido a máquina sean fabricadas por menos obreros que 100.000 varas de tejido a mano. En la masa cuadruplicada de producto entra una masa cuadruplicada de materia prima. Esto plantea, por tanto, la necesidad de cuadruplicar la producción de las materias primas. En cambio, en lo que se refiere a los instrumentos de trabajo utilizados: edificios, carbón, maquinaria, etc., el límite dentro del cual puede aumentar el trabajo adicional necesario para su producción varía con la diferencia entre la masa del producto mecánico y la masa del producto manual fabricado por el mismo numero de obreros.

Por tanto, al extenderse la maquinización en una rama industrial, comienza a desarrollarse la producción en las otras ramas que suministran a aquélla medios de producción. La medida en que esto haga crecer la masa de obreros colocados dependerá, dada la duración de la jornada de trabajo y la intensidad de éste, de la composición orgánica de los capitales invertidos, es decir, de la proporción entre su parte constante y variable. A su vez, esta proporción varía considerablemente según la extensión que la maquinaria haya tomado ya o tome en aquellas industrias. El censo de hombres condenados a las minas de carbón y de metal creció en proporciones enormes con los progresos de la maquinaria inglesa, aunque en los últimos decenios este incremento fue amortiguado por el empleo de nueva maquinaria para las minas [133]. Con la máquina nace una nueva clase de obreros: sus productores. Ya sabemos que la maquinización se adueña de esta rama de producción de donde nacen las mismas maquinas en una escala cada vez más intensa [134]. Por lo que se refiere a las materias primas [135], no ofrece, por ejemplo, ninguna duda que la marcha arrolladora de la industria textil algodonera fomentó como planta de estufa el cultivo del algodón en los Estados Unidos, y con él, no sólo la trata de esclavos de África, sino también la cría de negros, como uno de los negocios más florecientes en los llamados estados esclavistas fronterizos. Al levantarse en 1790 el primer censo de esclavos en los Estados Unidos, la cifra de esclavos era de 697,000; en 1861, ascendía ya a cuatro millones, aproximadamente. No menos cierto es, por otra parte, que la prosperidad de las fábricas mecánicas de lana, con la progresiva transformación de las tierras de labor en pastos para el ganado lanar, provocó la expulsión en masa de los braceros del campo y su desplazamiento como población «sobrante». En estos momentos, Irlanda está atravesando todavía por el proceso que reducirá su población, disminuida ya en cerca de la mitad desde 1845; al nivel que corresponda exactamente a las necesidades de sus terratenientes y de los señores fabricantes de lanas de Inglaterra.

En aquellos casos en que la maquinaria se apodera también de las fases previas o intermedias recorridas por un objeto de trabajo antes de revestir su forma definitiva, con el material de trabajo aumenta también la demanda de éste en las industrias explotadas todavía a mano o manufactureramente y que trabajan sobre objetos ya elaborados a máquina. Así, por ejemplo, las hilanderías mecánicas suministraban el hilo con tal baratura y en tal abundancia, que, al principio, los tejedores manuales podían seguir trabajando todo el tiempo sin hacer mayores desembolsos. Esto incrementaba sus rentas [136]. Ello determinó una gran afluencia de personal al ramo de tejidos de algodón, hasta que por último el telar a vapor vino a azotar a los 800,000 tejedores de algodón que en Inglaterra, por ejemplo, habían congregado la Jenny, la throstle y la mule. Otro tanto acontece con la industria de confección: con la plétora de tejidos fabricados a máquina, crece el número de sastres, modistas, costureras, etc., hasta que aparece la máquina de coser.

Al crecer la masa de materias primas, artículos a medio fabricar, instrumentos de trabajo, etc., producidos con un número relativamente pequeño de obreros por la industria maquinizada, la fabricación de estas primeras materias y artículos a medio elaborar se desglosa en una serie innumerable de categorías y variantes, con lo que se desarrolla la variedad de las ramas sociales de producción. La maquinización impulsa la división social del trabajo mucho más que la manufactura, puesto que aumenta en una proporción mucho mayor la fuerza productiva de las industrias en que se implanta.

El resultado más inmediato de la maquinaria es el aumento de la plusvalía y, con ella, de la masa de producción en que toma cuerpo; por tanto, al mismo tiempo que incrementa la sustancia de que vive la clase capitalista, con todo su cortejo, hace aumentar el contingente de estas capas sociales. Su creciente riqueza y el descenso constante relativo del número de obreros necesario para la producción de artículos de primera necesidad, crean, a la par que nuevas necesidades de lujo, nuevos medios para su satisfacción. Una parte mayor del producto social se convierte en plusproducto, un volumen más considerable de éste se produce y consume, a su vez, en formas más refinadas y variadas. Dicho en otros términos: crece la producción de lujo [137]. La tendencia hacia el refinamiento y la variedad de los productos brota también de las nuevas relaciones internacionales creadas por la gran industria. No sólo se desarrolla el intercambio de artículos extranjeros de consumo por productos indígenas, sino que la industria nacional va utilizando, como medios de producción, una cantidad cada vez mayor de materias primas, ingredientes, artículos a medio fabricar, etc., importados del extranjero. Estas relaciones internacionales provocan un alza de la demanda de trabajo en la industria del transporte, haciendo que ésta se desdoble en numerosas variedades nuevas [138]. El aumento de los medios de producción y de consumo, acompañado de un descenso relativo del número de obreros, fomenta la actividad en una serie de ramas industriales, como los canales, los muelles de mercancías, los túneles, los puentes, etc., cuyos productos sólo son rentables en un remoto porvenir. Surgen –ya sea directamente a base de la misma maquinaria, o bien indirectamente, gracias a la revolución industrial provocada por ella– ramas de producción y campos de trabajo totalmente nuevos. Sin embargo, el espacio ocupado por ellos en la producción global no es considerable, ni aun en los países más avanzados. El número de obreros empleados en estas ramas nuevas de producción crece en razón directa a la medida en que se reproduce la necesidad de los trabajos manuales más toscos. Como industrias principales de este género pueden citarse, en la actualidad, las fábricas de gas, el telégrafo, la fotografía, la navegación a vapor y los ferrocarriles. El censo de 1861 
para Inglaterra y Gales registra en la industria del gas fábricas de gas, producción de aparatos mecánicos, agentes de compañías de gas, etc. 15,211 personas; en telégrafos, 2,399; en la rama de fotografía, 2,366; en la navegación a vapor, 3,570 y en los ferrocarriles 70,599, entre las cuales hay que contar unos 28,000 peones ocupados más o menos permanentemente en los trabajos de desmonte, y todo el personal comercial y administrativo. El censo global de estas cinco industrias nuevas asciende, como se ve, a 94,145 personas.

Finalmente, el aumento extraordinario de fuerza productiva en las esferas de la gran industria, acompañado, como lo está, de una explotación cada vez más intensiva y extensa de la fuerza de trabajo en todas las demás ramas de la producción, permite emplear improductivamente a una parte cada vez mayor de la clase obrera, reproduciendo así, principalmente, en una escala cada vez más intensa, bajo el nombre de «clase doméstica», la categoría de los antiguos esclavos familiares: criados, doncellas, lacayos, etc. En el censo de 1861, la población total de Inglaterra y Gales ascendía a 20.066,244 personas, de ellas 9.776,259 hombres y 10.289,965 mujeres. Descontando de esta cifra todas las personas capacitadas por su edad para trabajar, las «mujeres improductivas», los muchachos y los niños, las profesiones «ideológicas», tales como el gobierno, el clero, las gentes de leyes, los militares, etc., todos aquellos cuyo oficio se reduce a vivir del trabajo ajeno en forma de rentas, intereses, etc., y, finalmente, los mendigos, los vagabundos, los criminales, etc. quedan, en números redondos, unos 8 millones de personas de ambos sexos y de todas las edades, incluyendo entre ellas a todos los capitalistas que intervienen de algún modo en la producción, el comercio, la finanza, etc». (Karl MarxEl Capital, Tomo I, 1867)

jueves, 1 de septiembre de 2022

Marx analizando las causas de la Guerra de Secesión Estadounidense (1861-65)

«En fin, el número de los actuales esclavistas en el Sur de la Unión alcanza apenas a trescientos mil, o sea, una oligarquía muy exigua, a la que se enfrentan millones de «pobres blancos», cuya masa crece sin cesar en virtud de la concentración de la propiedad de la tierra, y cuyas condiciones únicamente son comparables a las de los plebeyos romanos de la época del declive extremo de Roma. Tan sólo mediante la adquisición −o la perspectiva de adquisición de territorios nuevos, o mediante expediciones filibusteras, es posible concertar los intereses de estos «pobres blancos» con los de los esclavistas y dar a su turbulenta necesidad de actividad una dirección que no sea peligrosa, puesto que haría espejear ante sus ojos la esperanza de que ellos mismos podrían con­vertirse un día en propietarios de esclavos.

Un estricto confinamiento de la esclavitud en su antiguo dominio debería, pues −por las leyes económicas del esclavismo−, conducir a su extinción progresiva; después −desde el punto de vista político−, a arruinar la hegemonía ejercida por los Estados esclavistas del Sur gracias al Senado, y por fin, a exponer a la oligarquía esclavista en el interior mismo de sus Estados a unos peligros cada vez más amenazantes del lado de los «pobres blancos». En resumen, los republicanos atacan la raíz de la. dominación de los esclavistas cuando proclaman el principio de que se opondrán con la ley a toda extensión futura de territorios de esclavos. La victoria electoral de los republicanos debía, pues, empujar a la lucha abierta entre el Norte y el Sur. No obstante, esta misma victoria estuvo condicionada por la escisión dentro del campo demócrata, en la forma que ya hemos mencionado.

La lucha por Kansas ya había provocado un corte «filtre el partido esclavista y sus aliados demócratas del Norte. Durante la elección presidencial de 1860, el mismo conflicto estalló de forma aún más general. Los demócratas del Norte, con su candidato Douglas, hacían que la introducción de la esclavitud en los territorios dependiese de la voluntad de la mayoría de los colonos. El partido esclavista −con su candidato Breckinridge− sostenía que la Constitución de los Estados Unidos −como había declarado el Tribunal Supremo− llevaba legalmente la esclavitud en su estela; en sí y por sí, la esclavitud era ya legal sobre todo el territorio, y no exigía ninguna naturalización particular. Así, pues, en tanto que los republicanos negaban toda ampliación de los territorios esclavistas, el partido sudista pretendía que todos los territorios de la República eran sus dominios privados. Y, de hecho, por ejemplo en Kansas, intentó imponer la esclavitud por la fuerza a un territorio, gracias al gobierno central y contra la voluntad de los colonos. En pocas palabras, ahora hacía de la esclavitud la ley de todos los territorios de la Unión. Sin embargo, hacer esta concesión no estaba en manos de los jefes demócratas: ello habría determinado, simplemente, que sus huestes desertaran al campo republicano. Por otra parte, la «soberanía de los colonos» a lo Douglas no podía satisfacer al partido de los esclavistas. Lo que éstos pretendían hacer debería realizarse dentro de los cuatro años siguientes, bajo el nuevo presidente y por medio del gobierno central: no se podía permitir demora alguna.

No se les escapaba a los esclavistas que había nacido una nueva potencia: el Noroeste, cuya población casi se había duplicado de 1850 a 1860 y que era ahora sensiblemente igual a la población blanca de los Estados esclavistas. Ahora bien, esta potencia no estaba inclinada, por sus tradiciones, su temperamento y su modo de vida, a dejarse arrastrar de compromiso en compromiso, como habían hecho los viejos Estados del Nordeste. La Unión sólo tenía interés para el Sur si aquélla le entregaba el poder federal para realizar su política esclavista. Si no era este el caso, valía más romper ahora, suites de asistir todavía durante cuatro años al desarrollo del Partido Republicano y al auge del Noroeste, para entablar la lucha bajo auspicios más desfavorables. El partido esclavista se jugaba el todo por el todo. Cuando los demócratas del Norte se negaron a seguir desempeñando por más tiempo el papel de «pobres blancos» del Sur, el Sur dio la victoria a Lincoln dispersando sus votos; a continuación desenvainó la espada tomando aquella victoria como pretexto». (Karl Marx; La Guerra Civil Estadounidense, 20 de octubre de 1861)