«En fin, el número de los actuales esclavistas en el Sur de la Unión alcanza apenas a trescientos mil, o sea, una oligarquía muy exigua, a la que se enfrentan millones de «pobres blancos», cuya masa crece sin cesar en virtud de la concentración de la propiedad de la tierra, y cuyas condiciones únicamente son comparables a las de los plebeyos romanos de la época del declive extremo de Roma. Tan sólo mediante la adquisición −o la perspectiva de adquisición− de territorios nuevos, o mediante expediciones filibusteras, es posible concertar los intereses de estos «pobres blancos» con los de los esclavistas y dar a su turbulenta necesidad de actividad una dirección que no sea peligrosa, puesto que haría espejear ante sus ojos la esperanza de que ellos mismos podrían convertirse un día en propietarios de esclavos.
Un estricto confinamiento de la esclavitud en su antiguo dominio debería, pues −por las leyes económicas del esclavismo−, conducir a su extinción progresiva; después −desde el punto de vista político−, a arruinar la hegemonía ejercida por los Estados esclavistas del Sur gracias al Senado, y por fin, a exponer a la oligarquía esclavista en el interior mismo de sus Estados a unos peligros cada vez más amenazantes del lado de los «pobres blancos». En resumen, los republicanos atacan la raíz de la. dominación de los esclavistas cuando proclaman el principio de que se opondrán con la ley a toda extensión futura de territorios de esclavos. La victoria electoral de los republicanos debía, pues, empujar a la lucha abierta entre el Norte y el Sur. No obstante, esta misma victoria estuvo condicionada por la escisión dentro del campo demócrata, en la forma que ya hemos mencionado.
La lucha por Kansas ya había provocado un corte «filtre el partido esclavista y sus aliados demócratas del Norte. Durante la elección presidencial de 1860, el mismo conflicto estalló de forma aún más general. Los demócratas del Norte, con su candidato Douglas, hacían que la introducción de la esclavitud en los territorios dependiese de la voluntad de la mayoría de los colonos. El partido esclavista −con su candidato Breckinridge− sostenía que la Constitución de los Estados Unidos −como había declarado el Tribunal Supremo− llevaba legalmente la esclavitud en su estela; en sí y por sí, la esclavitud era ya legal sobre todo el territorio, y no exigía ninguna naturalización particular. Así, pues, en tanto que los republicanos negaban toda ampliación de los territorios esclavistas, el partido sudista pretendía que todos los territorios de la República eran sus dominios privados. Y, de hecho, por ejemplo en Kansas, intentó imponer la esclavitud por la fuerza a un territorio, gracias al gobierno central y contra la voluntad de los colonos. En pocas palabras, ahora hacía de la esclavitud la ley de todos los territorios de la Unión. Sin embargo, hacer esta concesión no estaba en manos de los jefes demócratas: ello habría determinado, simplemente, que sus huestes desertaran al campo republicano. Por otra parte, la «soberanía de los colonos» a lo Douglas no podía satisfacer al partido de los esclavistas. Lo que éstos pretendían hacer debería realizarse dentro de los cuatro años siguientes, bajo el nuevo presidente y por medio del gobierno central: no se podía permitir demora alguna.
No se les escapaba a los esclavistas que había nacido una nueva potencia: el Noroeste, cuya población casi se había duplicado de 1850 a 1860 y que era ahora sensiblemente igual a la población blanca de los Estados esclavistas. Ahora bien, esta potencia no estaba inclinada, por sus tradiciones, su temperamento y su modo de vida, a dejarse arrastrar de compromiso en compromiso, como habían hecho los viejos Estados del Nordeste. La Unión sólo tenía interés para el Sur si aquélla le entregaba el poder federal para realizar su política esclavista. Si no era este el caso, valía más romper ahora, suites de asistir todavía durante cuatro años al desarrollo del Partido Republicano y al auge del Noroeste, para entablar la lucha bajo auspicios más desfavorables. El partido esclavista se jugaba el todo por el todo. Cuando los demócratas del Norte se negaron a seguir desempeñando por más tiempo el papel de «pobres blancos» del Sur, el Sur dio la victoria a Lincoln dispersando sus votos; a continuación desenvainó la espada tomando aquella victoria como pretexto». (Karl Marx; La Guerra Civil Estadounidense, 20 de octubre de 1861)
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