«Aunque, en las ramas de trabajo en que se implanta, la maquinaria desplaza forzosamente a cierto número de obreros, puede sin embargo, ocurrir que en otras ramas de trabajo provoque una demanda mayor de mano de obra. Pero este efecto nada tiene que ver con la llamada teoría de la compensación. Como todo producto mecánico, por ejemplo una vara de tejido a máquina, es más barato que el producto manual de la misma clase desplazado por él, de aquí se sigue como ley absoluta, lo siguiente: si la cantidad total del artículo producido a máquina sigue siendo igual a la del artículo manual o manufacturero que aquél que viene a sustituir, la suma total del trabajo invertido disminuirá. El aumento de trabajo que suponga la producción del instrumento de trabajo, de la máquina, del carbón, etc., tiene que ser, forzosamente, inferior a la disminución de trabajo conseguida mediante el empleo de la maquinaria. De otro modo, el producto mecánico seria tan caro o más que el producto manual. En realidad, lejos de mantenerse invariable, la masa total de los artículos mecánicos producidos por un número menor de obreros excede en mucho a la masa total de los artículos manuales desplazados por aquéllos. Supongamos que 400.000 varas de tejido a máquina sean fabricadas por menos obreros que 100.000 varas de tejido a mano. En la masa cuadruplicada de producto entra una masa cuadruplicada de materia prima. Esto plantea, por tanto, la necesidad de cuadruplicar la producción de las materias primas. En cambio, en lo que se refiere a los instrumentos de trabajo utilizados: edificios, carbón, maquinaria, etc., el límite dentro del cual puede aumentar el trabajo adicional necesario para su producción varía con la diferencia entre la masa del producto mecánico y la masa del producto manual fabricado por el mismo numero de obreros.
Por tanto, al extenderse la maquinización en una rama industrial, comienza a desarrollarse la producción en las otras ramas que suministran a aquélla medios de producción. La medida en que esto haga crecer la masa de obreros colocados dependerá, dada la duración de la jornada de trabajo y la intensidad de éste, de la composición orgánica de los capitales invertidos, es decir, de la proporción entre su parte constante y variable. A su vez, esta proporción varía considerablemente según la extensión que la maquinaria haya tomado ya o tome en aquellas industrias. El censo de hombres condenados a las minas de carbón y de metal creció en proporciones enormes con los progresos de la maquinaria inglesa, aunque en los últimos decenios este incremento fue amortiguado por el empleo de nueva maquinaria para las minas [133]. Con la máquina nace una nueva clase de obreros: sus productores. Ya sabemos que la maquinización se adueña de esta rama de producción de donde nacen las mismas maquinas en una escala cada vez más intensa [134]. Por lo que se refiere a las materias primas [135], no ofrece, por ejemplo, ninguna duda que la marcha arrolladora de la industria textil algodonera fomentó como planta de estufa el cultivo del algodón en los Estados Unidos, y con él, no sólo la trata de esclavos de África, sino también la cría de negros, como uno de los negocios más florecientes en los llamados estados esclavistas fronterizos. Al levantarse en 1790 el primer censo de esclavos en los Estados Unidos, la cifra de esclavos era de 697,000; en 1861, ascendía ya a cuatro millones, aproximadamente. No menos cierto es, por otra parte, que la prosperidad de las fábricas mecánicas de lana, con la progresiva transformación de las tierras de labor en pastos para el ganado lanar, provocó la expulsión en masa de los braceros del campo y su desplazamiento como población «sobrante». En estos momentos, Irlanda está atravesando todavía por el proceso que reducirá su población, disminuida ya en cerca de la mitad desde 1845; al nivel que corresponda exactamente a las necesidades de sus terratenientes y de los señores fabricantes de lanas de Inglaterra.
En aquellos casos en que la maquinaria se apodera también de las fases previas o intermedias recorridas
por un objeto de trabajo antes de revestir su forma definitiva, con el material de trabajo aumenta también la
demanda de éste en las industrias explotadas todavía a mano o manufactureramente y que trabajan sobre objetos
ya elaborados a máquina. Así, por ejemplo, las hilanderías mecánicas suministraban el hilo con tal baratura y en
tal abundancia, que, al principio, los tejedores manuales podían seguir trabajando todo el tiempo sin hacer
mayores desembolsos. Esto incrementaba sus rentas [136]. Ello determinó una gran afluencia de personal al ramo de
tejidos de algodón, hasta que por último el telar a vapor vino a azotar a los 800,000 tejedores de algodón que en
Inglaterra, por ejemplo, habían congregado la Jenny, la throstle y la mule. Otro tanto acontece con la industria de
confección: con la plétora de tejidos fabricados a máquina, crece el número de sastres, modistas, costureras, etc.,
hasta que aparece la máquina de coser.
Al crecer la masa de materias primas, artículos a medio fabricar, instrumentos de trabajo, etc.,
producidos con un número relativamente pequeño de obreros por la industria maquinizada, la fabricación de
estas primeras materias y artículos a medio elaborar se desglosa en una serie innumerable de categorías y
variantes, con lo que se desarrolla la variedad de las ramas sociales de producción. La maquinización impulsa la
división social del trabajo mucho más que la manufactura, puesto que aumenta en una proporción mucho mayor
la fuerza productiva de las industrias en que se implanta.
El resultado más inmediato de la maquinaria es el aumento de la plusvalía y, con ella, de la masa de
producción en que toma cuerpo; por tanto, al mismo tiempo que incrementa la sustancia de que vive la clase
capitalista, con todo su cortejo, hace aumentar el contingente de estas capas sociales. Su creciente riqueza y el
descenso constante relativo del número de obreros necesario para la producción de artículos de primera
necesidad, crean, a la par que nuevas necesidades de lujo, nuevos medios para su satisfacción. Una parte mayor
del producto social se convierte en plusproducto, un volumen más considerable de éste se produce y consume, a
su vez, en formas más refinadas y variadas. Dicho en otros términos: crece la producción de lujo [137]. La tendencia
hacia el refinamiento y la variedad de los productos brota también de las nuevas relaciones internacionales
creadas por la gran industria. No sólo se desarrolla el intercambio de artículos extranjeros de consumo por
productos indígenas, sino que la industria nacional va utilizando, como medios de producción, una cantidad cada
vez mayor de materias primas, ingredientes, artículos a medio fabricar, etc., importados del extranjero. Estas
relaciones internacionales provocan un alza de la demanda de trabajo en la industria del transporte, haciendo que
ésta se desdoble en numerosas variedades nuevas [138]. El aumento de los medios de producción y de consumo,
acompañado de un descenso relativo del número de obreros, fomenta la actividad en una serie de ramas
industriales, como los canales, los muelles de mercancías, los túneles, los puentes, etc., cuyos productos sólo son
rentables en un remoto porvenir. Surgen –ya sea directamente a base de la misma maquinaria, o bien
indirectamente, gracias a la revolución industrial provocada por ella– ramas de producción y campos de trabajo
totalmente nuevos. Sin embargo, el espacio ocupado por ellos en la producción global no es considerable, ni aun
en los países más avanzados. El número de obreros empleados en estas ramas nuevas de producción crece en
razón directa a la medida en que se reproduce la necesidad de los trabajos manuales más toscos. Como industrias
principales de este género pueden citarse, en la actualidad, las fábricas de gas, el telégrafo, la fotografía, la
navegación a vapor y los ferrocarriles. El censo de 1861 –para Inglaterra y Gales– registra en la industria del gas –fábricas de gas, producción de aparatos mecánicos, agentes de compañías de gas, etc–. 15,211 personas; en telégrafos, 2,399; en la rama de fotografía, 2,366; en la navegación a vapor, 3,570 y en los ferrocarriles 70,599,
entre las cuales hay que contar unos 28,000 peones ocupados más o menos permanentemente en los trabajos de
desmonte, y todo el personal comercial y administrativo. El censo global de estas cinco industrias nuevas
asciende, como se ve, a 94,145 personas.
Finalmente, el aumento extraordinario de fuerza productiva en las esferas de la gran industria, acompañado, como lo está, de una explotación cada vez más intensiva y extensa de la fuerza de trabajo en todas las demás ramas de la producción, permite emplear improductivamente a una parte cada vez mayor de la clase obrera, reproduciendo así, principalmente, en una escala cada vez más intensa, bajo el nombre de «clase doméstica», la categoría de los antiguos esclavos familiares: criados, doncellas, lacayos, etc. En el censo de 1861, la población total de Inglaterra y Gales ascendía a 20.066,244 personas, de ellas 9.776,259 hombres y 10.289,965 mujeres. Descontando de esta cifra todas las personas capacitadas por su edad para trabajar, las «mujeres improductivas», los muchachos y los niños, las profesiones «ideológicas», tales como el gobierno, el clero, las gentes de leyes, los militares, etc., todos aquellos cuyo oficio se reduce a vivir del trabajo ajeno en forma de rentas, intereses, etc., y, finalmente, los mendigos, los vagabundos, los criminales, etc. quedan, en números redondos, unos 8 millones de personas de ambos sexos y de todas las edades, incluyendo entre ellas a todos los capitalistas que intervienen de algún modo en la producción, el comercio, la finanza, etc». (Karl Marx; El Capital, Tomo I, 1867)
Anotaciones de la edición:
[133] Según el censo de 1861 (t. II, Londres, 1863), el número de obreros empleados en las minas de carbón de Inglaterra y Gales era de 246,613; de ellos 73,545 menores y 173,063 mayores de 20 años. En la primera categoría se contaban 835 muchachos de 5 a 10 años, 30,701 de 10 a 15 años y 42,010 de 15 a 19. El número de obreros que trabajaban en las minas de hierro, de cobre, de plomo, de cinc y en otras minas metalúrgicas era de 319,222.
[134] El personal empleado en la producción de maquinaria en Inglaterra y Gales, en 1861, era de 60,807 individuos, incluyendo los fabricantes, con sus viajantes de comercio, etc., así como todos los agentes y elementos comerciales que vivían de esta rama. De este censo se excluyen en cambio. los productores de máquinas pequeñas, máquinas de coser, etc., y los fabricantes de herramientas para las máquinas de trabajo, tales como husos, etc. La cifra total de ingenieros civiles era de 3,329. 135 Como el hierro es una de las más importantes, diremos que en 1861 trabajaban en Inglaterra y Gales 125,771 fundidores de hierro, de los que 123,430 eran hombres y 2,341 mujeres. De los primeros, 30,810 menores y 92,620 mayores de 20 años.
[136] Una familia de 4 personas adultas (tejedores de algodón), con 2 niños empleados como winders ganaba, a fines del siglo pasado y a comienzos de éste, trabajando 10 horas al día, 4 libras esterlinas por semana; y si el trabajo era muy urgente, podía ganar aún más... Antes, se padecía siempre de escasez de hilo. (Gaskell, The Manufacturing Population of England, Londres, 1833, pp. 25 y 27.)
[137] En su obra sobre La situación de la clase obrera, etc., F. Engels pone de manifiesto las condiciones lamentables en que vive una gran parte de estos mismos obreros de lujo. En los informes de la Child Empl. Comm. se contiene una cantidad abrumadora de nuevos datos acerca de esto.
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