[Post publicado originalmente en 2021. Reeditado en 2023]
«En este capítulo, analizaremos la deriva experimentada en la Unión Soviética respecto a la evaluación de figuras históricas. Como verá el lector, a lo largo de los años 20 y principios de los años 30, la tendencia principal fue promocionar a figuras revolucionarias, ya fuesen liberales o bolcheviques. Se trató de ensalzar a héroes de diferentes nacionalidades, que hubiesen luchado por la liberación de sus pueblos o que ayudaron a construir el socialismo. Sin embargo, la situación cambiaría radicalmente. Como veremos, en la URSS, en un breve periodo de tiempo, se pasó de reivindicar a figuras progresistas a ensalzar a nobles medievales y sus cuestionables campañas. Esto, a su vez, logró únicamente la aparición y el auge del nacionalismo ruso y el desdén a la hora de tratar la historia del resto de nacionalidades no rusas.
Como no podría ser de otro modo, la implementación de esta clase de políticas no podía por menos que minar una de las bases más importantes del socialismo −el internacionalismo proletario− y enemistar a pueblos hasta entonces hermanados. A la postre, estos conatos nacionalistas darían pie al chovinismo gran ruso sin complejos −es decir, el que reivindica la primacía de la población de los territorios originariamente rusos y su papel histórico− que, tras la restauración del capitalismo, se proclamaría como amo y señor de las repúblicas que conformaban el Estado soviético.
Por ello a lo largo de estas líneas iremos desmontando estas tendencias y demostrando su nula identificación con un proyecto genuinamente revolucionario.
El hecho objetivo de que esta política sobre cuestión nacional fuese variando en la URSS en los próximos años, no excluye, sino que obliga a que deba estudiarse estos periodos iniciales para entender la catástrofe que sobrevino.
A inicios de la década de los años 30, el gobierno intervino para paliar lo que a su parecer constituía una serie de deficiencias que anidaban en el campo histórico de las instituciones soviéticas:
«El grupo de Vanaga no ha cumplido su cometido y ni siquiera lo ha entendido. Ha realizado una sinopsis de la historia rusa, no de la historia de la URSS, es decir, la historia de Rusia, pero sin la historia de los pueblos que entraron a formar parte de la URSS −nada se dice de la historia de Ucrania, Bielorrusia, Finlandia y otros pueblos bálticos, los pueblos del norte del Cáucaso y Transcaucásicos, de los pueblos de Asia Central, los pueblos del Lejano Oriente, así como el Volga y las regiones del norte: tártaros, bashkirs, mordovianos, chuvasios, etcétera−. La sinopsis, no enfatiza el papel anexionista-colonial del zarismo ruso, junto con la burguesía y los terratenientes rusos −«el zarismo es la prisión de los pueblos»−. La sinopsis no enfatiza el papel contrarrevolucionario del zarismo ruso en la política exterior desde la época de Catalina II hasta los años 50 del siglo XIX y más allá −«el zarismo como un gendarme internacional»−. En la sinopsis no figura la fundación y orígenes de los movimientos de liberación nacional de los pueblos de Rusia, oprimidos por el zarismo, y, por tanto, la Revolución de Octubre, en cuanto fue la revolución que liberó a estos pueblos del yugo nacional. (…) La sinopsis abunda en banalidades y clichés como el «terrorismo policial de Nicolás II», la «insurrección de Razin», la «insurrección de Pugachov», la «ofensiva contrarrevolucionaria de los terratenientes en la década de 1870», los «primeros pasos del zarismo y de la burguesía en la lucha contra la revolución de 1905-1907», etc. Los autores de la sinopsis copian ciegamente las banalidades y las definiciones anticientíficas de los historiadores burgueses, olvidando que tienen que enseñar a nuestra juventud las concepciones marxistas científicamente fundamentadas. (…) La sinopsis no refleja la influencia de los movimientos burgueses y socialistas de Europa Occidental en la formación del movimiento revolucionario burgués y el movimiento socialista proletario en Rusia. Los autores de la sinopsis parecen haber olvidado que los revolucionarios rusos se reconocían como los discípulos y seguidores de las figuras destacadas del pensamiento burgués revolucionario y marxista de Occidente. (…) Necesitamos un libro de texto sobre la historia de la URSS, donde la historia de la Gran Rusia no se separe de la historia de otros pueblos de la URSS, esto en primer lugar, y donde la historia de los pueblos de la URSS no se separe de la historia europea y mundial en general». (Notas sobre la sinopsis del Manual de historia de la URSS; I. V. Stalin, A. A. Zhdánov, S. M. Kírov, 8 de agosto de 1934)
Sin embargo, en 1937 hubo un cambio, e inexplicablemente se pasó al extremo contrario, ahora se pasó a revisar la historia con una profunda condescendencia hacia las aventuras del zarismo:
«Los autores no ven ningún papel positivo en las acciones de Bogdán Jmelnitski en el siglo XVII, en su lucha contra la ocupación de Ucrania por parte de los señores de Polonia y la Turquía del Sultán. El hecho de la transición de Georgia, digamos, a finales del siglo XVIII al protectorado de Rusia, así como el hecho de la transición de Ucrania al dominio ruso, son vistos por los autores como un mal absoluto, sin ninguna conexión con las condiciones históricas específicas de la época. Los autores no ven que Georgia tenía entonces la alternativa de ser engullida por la Persia del Sha y la Turquía del Sultán o convertirse en un protectorado ruso, al igual que Ucrania tenía la alternativa de ser engullida por el dominio de los señores de Polonia y la Turquía del Sultán, o caer bajo el dominio ruso. No ven que la segunda perspectiva era, sin embargo, el mal menor». (Enseñanza de la historia. Resolución del jurado de la comisión gubernamental para el concurso del mejor libro de texto para los grados 3 y 4 de la Historia de la URSS, 1937)
Es decir, para esta comisión del gobierno, el levantamiento de 1668 del cosaco Jmelnitski era algo a celebrar porque fue contra el dominio de la Mancomunidad de Polonia-Lituania, pero, al mismo tiempo, la absorción de ucranianos y georgianos por Rusia en los siglos XVIII y XIX fue una «buena noticia» para los pobladores… ¿¡es que no tenían más opción que elegir por cuál de los lobos querían ser despiezados!? Lo cierto es que las Guerras del Cáucaso (1817-1864), indicaron lo contrario: hubo una feroz resistencia georgiana, armenia y azerí al nuevo mandato ruso, esos pueblos no deseaban ser absorbidos. Por ende, no se puede aceptar una respuesta simplista tal como que «ser anexado por el Imperio ruso fue el mal menor», porque eso implica borrar de un plumazo la historia de resistencia de aquellos pueblos.