viernes, 25 de febrero de 2022
El PCE (r) y Cía. como voceros del imperialismo ruso; Equipo de Bitácora (M-L), 2022
lunes, 21 de febrero de 2022
La evolución en las armas, técnicas de combate y su estrecha relación con el progreso económico
«El revólver triunfa sobre el puñal, y con esto quedará claro incluso para el más pueril de los axiomáticos que el poder no es un mero acto de voluntad, sino que exige para su actuación previas condiciones reales, señaladamente herramientas o instrumentos, la más perfecta de las cuales supera a la menos perfecta; y que, además, es necesario haber producido esas herramientas, con lo que queda al mismo tiempo dicho que el productor de herramientas de poder más perfectas −vulgo armas− vence al productor de las menos perfectas, o sea, en una palabra, que la victoria del poder o la violencia se basa en la producción de armas, y ésta a su vez en la producción en general, es decir: en el «poder económico», en la «situación económica», en los medios materiales a disposición de la violencia.
La violencia se llama hoy ejército y escuadra de guerra, y ambos cuestan, como sabemos por desgracia nuestra, «una cantidad fabulosa de dinero». Pero la violencia no puede producir dinero, sino, a lo sumo, apoderarse del dinero ya hecho, y esto no es de mucha utilidad, como sabemos, también por desgracia nuestra, gracias a los miles de millones franceses. Así, pues, en última instancia el dinero tiene que ser suministrado por la producción económica; el poder aparece también en este caso determinado por la situación económica que le procura los medios para armarse y mantener sus herramientas. Pero esto no es todo. Nada está en tan estrecha dependencia de las previas condiciones económicas como el ejército y la escuadra precisamente. Armamento, composición, organización, táctica y estrategia dependen ante todo del nivel de producción y de las comunicaciones alcanzado en cada caso. Lo que ha obrado radicalmente en este campo no han sido las «libres creaciones de la inteligencia» de geniales jefes militares, sino la invención de armas mejores y la transformación del material del soldado; la influencia de los jefes militares geniales se limita, en el mejor de los casos, a adaptar el modo de combatir a las nuevas armas y a los nuevos combatientes.
A comienzos del siglo XIV, la pólvora llegó a la Europa occidental a través de los árabes, y subvirtió, como saben los niños de escuela, todo el arte de la guerra. La introducción de la pólvora y de las armas de fuego no fue empero en modo alguno un acto de violencia, sino una acción industrial, es decir, un progreso económico. La industria es siempre industria, ya se oriente a la producción o a la destrucción de las cosas. Y la introducción de las armas de fuego tuvo efectos radicalmente transformadores no sólo en el arte mismo de la guerra, sino también en las relaciones políticas de dominio y vasallaje. Para conseguir pólvora y armas de fuego hacían falta una industria y dinero, y los que poseían las dos cosas eran los habitantes de las ciudades, los burgueses. Por eso las armas de fuego fueron desde el principio armas de las ciudades y de la ascendente monarquía, que se apoyaba en las ciudades contra la nobleza feudal. Las murallas de piedra de los castillos de la nobleza, hasta entonces inexpugnables, sucumbieron ante los cañones de los ciudadanos, y las balas de las burguesas escopetas atravesaron las armaduras caballerescas. Con la pesada caballería aristocrática se hundió también el dominio de la nobleza; con el desarrollo de la clase urbana, la infantería y la artillería van convirtiéndose progresivamente en las armas decisivas; obligado por la artillería, el oficio de la guerra tuvo que añadirse una sección nueva y completamente industrial: la de los ingenieros.
El desarrollo de las armas de fuego fue muy lento. El cañón siguió siendo pesado durante mucho tiempo, y el mosquete, a pesar de muchos inventos de detalle, siguió siendo un arma grosera. Pasaron más de trescientos años antes de que se produjera un fusil adecuado para armar a toda la infantería. Hasta comienzos del siglo XVIII no eliminó definitivamente el fusil de chispa con bayoneta a la pica en el armamento de la infantería. Esta se componía entonces de los soldados mercenarios de los príncipes, tropa muy rígidamente entrenada, pero muy poco de fiar, imposible de mantener disciplinada sino con el bastón, y procedente de los más corrompidos elementos de la sociedad, y, muchas veces, de prisioneros de guerra enrolados por coacción; la única forma de combate en la que esos soldados podían utilizar el nuevo fusil era la táctica lineal que alcanzó su supremo perfeccionamiento con Federico II. La infantería entera de un ejército formaba un largo cuadrilátero vacío de tres filas por lado y no se movía en orden de batalla, sino como un todo; a lo sumo se permitía a una de las alas que se adelantara o retrasara algo. Era imposible mover ordenadamente a esa masa de tan pocos recursos sino por un terreno completamente llano, e incluso en terrenos tales el ritmo era muy lento −setenta y cinco pasos por minuto−; era imposible toda modificación del orden de batalla durante el combate, y, una vez entrada en fuego la infantería, la victoria o la derrota se decidían en poco tiempo y de un golpe.
domingo, 6 de febrero de 2022
Cómo el armesillismo rechaza a Lenin y ataca su teoría del imperialismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2022
martes, 1 de febrero de 2022
Carácter popular y realismo; Bertolt Brecht, 1938
«Si se quieren fijar lemas para la literatura alemana contemporánea conviene tener en cuenta que lo que pretende reivindicar, el derecho de llamarse literatura, sólo puede imprimirse exclusivamente en extranjero y leerse casi exclusivamente en el extranjero. El lema carácter popular para la literatura adquiere de esta forma una nota singular. El escritor debe escribir para un pueblo con el cual no vive sin embargo considerándolo más de cerca, la distancia del escritor con respecto al pueblo no es tan grande como se pudiera creer. La estética dominante, el precio de los libros y la policía han puesto siempre una distancia considerable entre escritor y pueblo. A pesar de ello, sería injusto, esto es, no realista, considerar el aumento de la distancia sólo «externamente». Se requieren sin duda alguna esfuerzos especiales para escribir hoy de forma popular. Por otro lado, se ha hecho más fácil, más fácil y más imperioso. El pueblo se ha separado más claramente de sus clases directoras, sus opresores y explotadores se han salido de él y se han embarcado en una lucha con él ya de alcance inapreciable, sangrienta. Se ha hecho más fácil tomar partido. Entre él «público» ha estallado una batalla, por decirlo así.
Tampoco se puede pasar por alto la exigencia de una forma de escribir realista. Se ha convertido ya en algo que se da por sobreentendido. Las clases dominantes se sirven más que antes de la mentira y de una mentira más abultada. Decir la verdad aparece como una tarea cada vez más imperiosa. Los males han aumentado y el número de los afligidos es mayor. A la vista de los grandes males de las masas, el tratamiento de pequeñas dificultades de grupos pequeños produce una sensación de ridículo, de desprecio.
Contra la barbarie creciente sólo hay un aliado: el pueblo, que tanto sufre bajo ella. Sólo de él puede esperarse algo. Por tanto, es lógico dirigirse al pueblo y, más necesario que nunca, hablar su lenguaje.
Así coinciden, de forma natural, los lemas carácter popular y realismo. Es de interés para el pueblo, para las amplias masas obreras, obtener de la literatura imágenes de la vida fieles a la realidad, y las imágenes de la vida fieles a la realidad sirven, en realidad, únicamente al pueblo, a las amplias masas obreras, y deben ser, por tanto, absolutamente comprensibles y provechosas para ellas, populares, por tanto. No obstante, estos conceptos deben ser depurados a fondo antes de confeccionar frases, en las cuales se utilizan y mezclan.
Sería un error considerar estos conceptos totalmente depurados, carentes de historia, no comprometidos, unívocos −«todos sabemos muy bien lo que se quiere decir con ellos, no sutilicemos»−.