[Post publicado originalmente en 2021. Reeditado en 2024]
«Desde la perspectiva de gran parte de los historiadores soviéticos, el hecho de tener que evaluar en la URSS el legado nacional ruso y, a la vez, su relación histórica con el resto de los pueblos vecinos, siguió siendo un tema controversial en los años 40.
Esta vez, lo que nos importa remarcar es que, en no pocas ocasiones, se sustituyó el prisma de clase y el entendimiento dialéctico de la historia por enfoques variopintos, los cuales se desviaban hacia un extremo u otro: existieron rusos que, sintiendo culpabilidad de los crímenes de sus antepasados, adoptaron una posición nihilista y autoflageladora hacia todo lo que tuviera que ver con el pasado; otros solo tomaron en cuenta las viejas fuentes ya desacreditadas y tuvieron ciertamente un acomplejamiento respecto a Occidente; y, por supuesto, también hubo los que no vieron problema en tomar como fuentes a los historiadores zaristas sin filtro alguno, reproduciendo guiones que podrían haber sido firmados por los guardias blancos exiliados. A su vez, en las repúblicas no rusas, existieron desviaciones similares: unos hicieron responsables a los rusos actuales de lo que hicieron sus ancestros, mientras otros se dedicaron a recuperar las leyendas e historias de las figuras nacionalistas de su país, incluso reivindicaron con orgullo las épocas imperiales y las invasiones a terceros del pasado, dejando en segundo lugar −o incluso ignorando− los importantes conflictos sociales del presente. Nosotros nos centraremos sobre todo en el primer bloque, ya que es el que dinamitó los principios de unidad y cooperación de los pueblos de la URSS que tenían base en la igualdad y la confianza mutua.
Por supuesto que, con esto, no queremos decir que no haya habido revolucionarios de los pies a la cabeza que sí adoptaran una postura verdaderamente patriota, y ante todo internacionalista, que combatieran tanto unas desviaciones como otras. Dicho esto, incluso en el caso de estos últimos, tampoco se puede negar que, en muchas ocasiones, su metodología adoleciera de problemas parecidos para con sus investigaciones. Nos referimos, por ejemplo, a una mala selección de fuentes o a la realización de concesiones a una u otra tendencia, bien fuera por cuestiones de ingenuidad o a causa de rencillas personales. Intentar excluir del análisis este factor humano, como es tener en cuenta el temperamento o toda la experimentación de diversos sentimientos cortos pero intensos, resulta una equivocación tan común como reduccionista. La codicia, el chantaje, la pasión, los celos, la ambición, la intimidación, etcétera, si bien nunca pueden desempeñar un papel decisivo −y están ligados a las necesidades materiales del sujeto−, borrarlas de la ecuación significa convertir a los profesionales de los campos del saber en meros robots que ni sienten ni padecen, en simples víctimas del atraso de los conocimientos de la época o del ambiente político generalizado. A todo esto, también hemos de sumarle otros factores como el mero azar, donde quizás una figura tuvo mayor renombre que otra mejor formada, pero con menos fortuna; o que una persona estuviese en el lugar adecuado en el momento oportuno. Marx lo expresó de la siguiente manera:
«Desde luego, sería muy cómodo hacer la historia universal si la lucha se pudiese emprender sólo en condiciones infaliblemente favorables. De otra parte, la historia tendría un carácter muy místico si las «casualidades» no desempeñasen ningún papel. Como es natural, las casualidades forman parte del curso general del desarrollo y son compensadas por otras casualidades. Pero la aceleración o la lentitud del desarrollo dependen en grado considerable de estas «casualidades», entre las que figura el carácter de los hombres que encabezan el movimiento al iniciarse éste». (Karl Marx; Carta a Ludwig Kugelmann, 17 de abril de 1871)
La escuela de Pokrovski y su influencia en la historiografía soviética
Pero, ¿de dónde provenían estos debates y tendencias en la historiografía soviética? No salían de la nada. Eran, en parte, reacción a la hegemonía en años anteriores de la escuela del historiador ruso Mijaíl Nikoláyevich Pokrovski (1868-1932). Como se encargó de documentar A. Fokht en su obra «Sobre los errores metodológicos y pedagógicos de Pokrovski» (1937) o Yamelyán Mijáilovich Yaroslavski en su obra: «Perversiones antimarxistas y vulgarismo de la llamada «escuela de Pokrovski» (1940), en 1896 una de las primeras influencias políticas que recibió el joven Pokrovski vino de la mano del «marxismo legal» de Struve. Más tarde, ya a inicios del siglo XX, se afilió a algunas de las nociones de moda de Mach y Avenarius. Y, si bien en 1905 se acercó a los bolcheviques, conociendo personalmente a Lenin en Ginebra, esto no duró mucho, puesto que compartiendo exilio con Bogdánov se unió a los «oztovistas», mientras que en 1913 llegó a colaborar brevemente con el órgano fraccional de Trotski −al cual criticaría severamente a partir de los siguientes años, considerándolo un estafador−. Fue solo tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuando Pokrovski retoma el contacto con los bolcheviques y se dispone a editar las obras de Lenin como «Imperialismo, fase superior del capitalismo» (1916), además de participar activamente en los preparativos militares de 1917, papel que ya había desempeñado en los eventos de 1905. Sin embargo, en 1918 apoyó a los «comunistas de izquierda» como Bujarin en la cuestión de la paz, motivo por el cual recibió la crítica directa de Lenin. Esta biografía política tan accidentada, la cual explica muchos de los defectos de su trabajo, como ahora más adelante comprobaremos, intentó ser silenciada y pasada por alto por los jruschovistas en los años 60, quienes emprendieron una campaña para «restablecer el prestigio y honor» de Pokrovski, siendo rehabilitado como figura de máxima referencia y ocultando muchas de las críticas fundamentales que recibió en el periodo stalinista. Véase la obra de Lev Vladimirovich Cherepnin: «Pokrovski y su papel en el desarrollo de la ciencia histórica soviética» (1966).
Esto no significa que tengamos que ver hoy a Pokrovski como un contrarrevolucionario, como a veces se le pintó, ni mucho menos. Después de la revolución, en 1918, Pokrovski obtuvo el cargo de Comisariado del Pueblo de Educación durante unos meses y, más tarde, fue nombrado director del Instituto de Profesores Rojos (1921-31), encargado de reestructurar la educación soviética. Su autoridad estuvo especialmente dirigida hacia la superación sistemática de las tendencias académicas serviles al viejo orden, en lo que el gobierno soviético estuvo totalmente de acuerdo, como demuestran infinidad de resoluciones de aquella época. En su famosa obra: «Historia rusa desde los tiempos más antiguos (1910-13)» (1914), así como en otros trabajos, trató de aclarar las falsedades en la historiografía zarista y el chovinismo ruso. El propio Lenin consideró que estas investigaciones eran muy positivas y necesarias en aras de restablecer la confianza entre los diversos pueblos de la nueva URSS. El jefe bolchevique se interesó tanto que llegó a leer sus libros y le escribió personalmente para darle ciertas notas con el fin de mejorar su trabajo en cuanto a exposición:
«Para que sea manual −y tiene que llegar a serlo− habría que agregar un índice cronológico. Le aclararé mi idea; hágalo aproximadamente en esta forma: 1) una columna de fechas; 2) una columna de apreciaciones burguesas −brevemente−; 3) una columna de apreciación de usted, marxista, remitiendo a las páginas de su libro. Los estudiantes deben conocer tanto su libro como el índice, a fin de que no haya superficialidad, a fin de que conozcan los hechos, a fin de que aprendan a comparar la ciencia vieja con la nueva». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta al camarada M. N. Pokrovski, 5 de diciembre de 1920)
El problema es que estos no eran los únicos defectos. En la obra en la que Lenin felicitó a Pokrovski por sus esfuerzos, «Breve esbozo de la historia rusa» (1920), este historiador llegó a puntos verdaderamente hilarantes como cuando dejó caer que la victoria sobre Napoleón en 1812 fue gracias al «General invierno», el cual debió abrumar a las tropas invasoras respondiendo a la artillería francesa con el poder de la nieve y el hielo. Al mismo tiempo, sobrestimó el papel de la coalición mundial liderada por Gran Bretaña, donde si bien el bloqueo continental que Francia impuso a Gran Bretaña se le acabó volviendo en contra, no menos cierto es que hasta el propio Napoleón reconoció que las piedras en el zapato que causaron el fin de su hegemonía continental fueron dos: España y Rusia. Este tipo de comentarios, a veces, eran acompañados de opiniones tan estrafalarias como el declarar que los rusos no existían como nación (sic), sino que eran una mezcla de pueblos que solo se habían dedicado a saquear y maniatar a otros, algo cuanto menos extraño viniendo de un historiador moscovita. Como era de esperar, estos preceptos se reflejarían directamente en varios de sus discípulos:
«El profesor Vladímir I. Picheta destacó que el Estado de Kiev era un Estado eslavo... y cuando se trata de la formación de un Estado multinacional, de alguna manera el Estado ruso, como parte integral de un Estado multinacional, desaparece, Rusia deja de ser eslava, Rusia no existe, aunque haya millones de rusos». (Tatiana Semyonovna Bushueva; 1944: La actualización de la historia milenaria de Rusia exigida inesperadamente por las autoridades, 2016)
Si siguiéramos dicha lógica, entonces podríamos llegar a declarar como problemática la existencia del Toledo medieval, puesto que llegaron a convivir allí los pueblos cristianos, judíos y musulmanes, convirtiéndose en la famosa «ciudad de las tres culturas», por lo que la localidad «como parte de una coexistencia intercultural desaparece, Toledo no existe, aunque haya miles de toledanos». ¡Absurdo!
En los primeros años se llegó hasta tal punto de rusofobia entre los historiadores que existió un pavor a mencionar el nombre de los monarcas rusos cuando tenían que explicar la historia rusa. Muy seguramente creyesen que si realizaban tal cosa estarían incurriendo o bien en una especie de culto y pleitesía hacia el autócrata, o bien en una justificación o simpatía hacia su sistema opresivo. El problema es que tal actitud no dejó de ser un tipo de infravaloración del papel de las personalidades en la historia, las cuales, quiérase o no, reflejan las ideas de cada clase en cada momento. Por ende, sin mencionar y representar fielmente el carácter de cada monarca, valido, diplomático, noble, campesino, soldado, obrero o esclavo conocido, uno no puede entender cada época histórica y la idiosincrasia de las capas sociales.
Al parecer, Stalin habría sido de los primeros en alertar de esto en la reunión del Politburó del Comité Central del Partido del 5 de marzo de 1934:
«Stalin: Estos libros de texto y la propia forma de enseñar se llevan a cabo de tal manera que la historia se sustituye por la sociología. Esta es nuestra desgracia común. En los libros de texto y en la propia enseñanza tenemos toda una serie de esquemas de periodos históricos, características generales de los sistemas económicos, pero, en realidad, no tenemos una historia civil, de cómo se produjeron los acontecimientos, cómo se hicieron las políticas, en torno a qué se desarrolló la lucha de clases. (…) En una época no teníamos absolutamente ninguna historia rusa, y la historia rusa fue sustituida por la historia del movimiento revolucionario. El camarada Vanagh escribió un libro de texto. Escribió un buen libro de texto. El año pasado, cuando se trató de que este libro de texto fuera corregido y publicado en la segunda edición, se discutió con el Sr. Vanagh que la historia rusa no podía presentarse de esa manera. Debemos dar una idea de qué tipo de gobiernos existían y contra quién se dirigía este movimiento revolucionario. Y cómo lo reflejaron estos mismos gobiernos... Si tomamos un libro de texto sobre el capitalismo industrial, entonces debe haber una sección de historia rusa; pero si tomamos la era de Pedro, aquí resulta que este se menciona sólo en una línea, en un comentario completamente discreto. En general, el resultado es una especie de cuadro incomprensible para los marxistas −una especie de actitud tímida− tratan de no mencionar a los zares y tratan de no mencionar a los líderes de la burguesía; puedes escribir sobre Robespierre, Danton y otros, porque no puedes evitarlos: son personas que fueron revolucionarias. Pero cuando se trata de reaccionarios, de zares, tratan de evitar sus nombres. ¡No podemos escribir historia así! Pedro era Pedro, Catalina era Catalina. Se apoyaron en ciertas clases, expresaron sus estados de ánimo, intereses, pero; sin embargo, actuaron, fueron personalidades históricas, no nuestras personalidades, pero hay que dar una idea de esta época, de los hechos que ocurrieron entonces, quién gobernó, cuáles fueron los gobiernos, qué políticas siguieron, qué eventos se desarrollaron». (Alexander Mikhailovich Dubrovsky; Formación del concepto de historia de la Rusia feudal: ciencia histórica en el contexto de la política y la ideología: 1930-1950, 2005)
Algunos historiadores empezaron a quejarse de que la Escuela de Pokrovski era un grupo endogámico de historiadores que no aceptaban críticas hacia los trabajos del «maestro» ni sus «discípulos». El historiador Y. M. Yaroslavski envió una carta a Stalin donde le informaba que había sido excluido de la famosa revista «Historiador marxista», activa entre 1926 y 1941, por no adaptarse a los esquemas de Pokrovski, algo que consideró injusto, ya que gran parte de sus escritos eran reconocidos, incluso, por sus propios críticos:
«Mi nombre ya no forma parte de la redacción. No quiero ocultarlo: esto me preocupa. Me pregunto: ¿no he sido lo suficientemente activo en el trabajo de la revista? ¿He cometido personalmente algún error? Por supuesto, pero parece que ahora debo de ser el responsable de todas las debilidades y deficiencias de esta revista [«Historiador marxista»] (!); la cuestión es que yo no jugué un papel protagónico en ella y no pude hacerlo, sobre todo después de esa burla hacia mí por parte de muchos analfabetos en términos del bolchevismo y en términos de la historia del partido. (...) Pero yo era el único en la redacción de «Historiador marxista» que se atrevió a criticar a M. N. Pokrovski, cuyas teorías no marxistas eran consideradas inviolables e infalibles. Permítame recordarle, camarada Stalin, una conversación que tuvo con usted en el verano −o mejor dicho, en la primavera− de 1930 en el patio del Kremlin, cuando dijo que Pokrovski no era marxista, que tenía mucho errores para criticar. Pero sabes que nadie entonces, durante la vida del anciano, hizo esto. Y mis críticas, dirigidas a sus alumnos −Gorin, Tatarov y otros−, fueron recibidas con reticencia y consideradas como un ataque a Pokrovski». (Instrucciones de Stalin sobre la queja de Yaroslavski a Stalin, 21 de enero de 1936)
Poco después de 1932, se empezó a criticar de forma oficial y severa lo que algunos consideraban formas muy nocivas de encarar la historia en el ámbito pedagógico, las cuales, en honor a la verdad, hoy son la viva expresión de las escuelas de los países capitalistas:
«En lugar de enseñar historia de una forma viva y vital con una exposición de los principales eventos, de los logros en orden cronológico y definiendo el rol de los líderes, presentamos a nuestros pupilos definiciones abstractas de sistemas sociales o económicos, reemplazando la vitalidad de la historia civil con un esquema sociológico abstracto (…) Los alumnos no pueden sacar provecho de lecciones de historia que no contemplan el orden cronológico de los eventos históricos, las figuras que los lideraron y las fechas de importancia. Solo una enseñanza de historia de este tipo puede hacer accesible, inteligible y concreto el material que es indispensable para un análisis y una síntesis de los eventos históricos y ser capaz de guiar al alumno hacia una comprensión marxista de la historia». (Extracto de la decisión del Concilio de Comisarios del Pueblo y del Comité Central del Partido Comunista, 16 de mayo de 1934)
Si el lector se ha fijado, aquí solo se estaban repitiendo los consejos que Lenin ya le había dado a Pokrovski en 1920, pero al parecer sus discípulos aún no habían implementado tales cambios.
Los defectos históricos de tal mentor no se reducían a su nihilismo hacia lo ruso, sino que incurría en patinazos sobre temas muy importantes: por ejemplo, enfocó el menchevismo como una corriente similar al bolchevismo, pecó de una infravaloración respecto a los levantamientos campesinos de Razin y Pugachov en los siglos XVII-XVIII, consideró al campesinado como uno de los mayores peligros para la revolución, negó inicialmente la posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país, consideró que la economía socialista debía construirse, no por la planificación del partido, sino por la libre espontaneidad de los productores y un largo etcétera. Como acabamos de observar, estos eran defectos históricos que, en parte, se debían a la herencia ideológica fruto de su transfuguismo político. Véase la obra de la Academia de las Ciencias de la URSS: «Contra el concepto histórico de Pokrovski (Tomos I y II)» (1940).
Sin embargo, los planteamientos de esta obra «antipokrovskista» no siempre fueron acertados ni exactos. Fue escrita por múltiples autores, curiosamente algunos serían los mismos que se enzarzarían en los debates de la siguiente década, acusándose respectivamente de «gran chovinismo» ruso −Boris Dimitrievich Grekov− y de «pequeño chovinismo» antiruso −Anna Mikhailovna. Pankratova−. Pero, en aquel entonces, se reunieron porque les interesó formar un frente común para criticar las tesis y el dominio de la Escuela de Pokrovski en la historia soviética. En cualquier caso, se puede rastrear cómo, entre 1932 y 1934, con el progresivo derribo del prestigio de Pokrovski y sus discípulos, se fue plasmando la nueva línea histórica oficial. En ella, empezaron a proliferar unas reevaluaciones sobre los personajes históricos de Rusia igualmente sesgadas, en donde, para júbilo de los más reaccionarios, se volvieron a ensalzar a los nobles y militares del zarismo. Véase el capítulo: «El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras históricas» (2021).
En todo caso, es innegable que, pese a esta nefasta carga, este escrito colectivo recopiló una gran cantidad de datos y evidencias sobre las deficiencias de Pokrovski en el campo histórico, un esfuerzo titánico que hoy mantiene toda su vigencia. Lo uno no quita lo otro. Así, pues, como ya se ha expresado, podemos concluir que, en mitad de esta pugna por el dominio de la historiografía soviética, una escuela −o tendencia− se aprovechaba de las debilidades de la otra −mostrando sus costuras− y viceversa. Aunque parezca paradójico, las fórmulas y defectos de esta escuela de Pokrovski, que normalmente eran vinculados a las tendencias favorables hacia el «cosmopolitismo» o el «nacionalismo burgués» no ruso, también eran visibles directa o indirectamente por aquellos elementos que reclamaban una visión favorable hacia el nacionalismo ruso. Ahora se verá por qué y cómo esto significaba que ambos bandos no eran versados en los métodos analíticos a utilizar.
Siempre hemos advertido a nuestros queridos lectores que no hay mayor equivocación que pensar que el irracionalismo filosófico es una característica solo achacable a las fuerzas más reaccionarias de la «derecha política», puesto que ha habido −y hay− infinidad de expresiones irracionales canonizadas como de «izquierda». Y, ya no es que estas sigan o perdonen de forma consciente los defectos de sus ídolos, sino que, de manera inconsciente, por tradición o devoción, copian sus métodos analíticos y discursivos. Esto significa que la esencia idealista de un argumentario bien puede ser utilizado con facilidad tanto por un bando como por su inmediato competidor y, en ambos casos, esta metodología funciona a la perfección para que cada bando sostenga fantasías similares a las de su contrario. Sin embargo, ha de advertirse que esto solo funcionará ante una parroquia repleta de crédulos y fanáticos, pues nunca será apto para mentes críticas. Por eso mismo, a nosotros jamás se nos debe pasar por la cabeza adoptar tales procedimientos infames. Véase el capítulo: «El romanticismo y su influencia mística e irracionalista en la «izquierda» (2021).
En cualquier caso, en la historiografía soviética se puede constatar que la extrema agresividad de un bando de historiadores era la reacción y desconfianza hacia las acciones de otro y, esto, en muchas ocasiones, solo acaba desvirtuando el tratar de forma sana la cuestión histórica, la cuestión nacional y multitud de temas anexos. Si bien la Escuela de Pokrovski «había apretado las tuercas» a sus oponentes −véase el «Caso de la Academia de Ciencias» (1929-31)−, a la muerte de su principal representante en 1932, sus oponentes intentarían tomar posiciones para comenzar la revancha, y esta finalmente acabó llegando no solo con la crítica pertinente a sus limitaciones y abusos, sino que se consumó en el arresto y ejecución de algunos de los prestigiosos historiadores con acusaciones, cuanto menos de dudosa credibilidad. En este sentido existen varios casos que vale la pena enumerar: a) en primer lugar, el de Grigory Samoilovich Fridland (1897-1937), investigador del Instituto de Marx y Engels y erudito de la Revolución Francesa (1789); b) en segundo lugar, el de Isaak Petrovich Razumovsky (1893-1937) coautor, junto con Mark Mitin, del famoso manual «Materialismo histórico» (1932), entre otras obras de valor; c) en tercer lugar, el de Pavel Ósipovich Gorin (1900-1938), director del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias Bielorrusa, especializado en la revolución de 1905 y la historia de sus soviets. Este último caso resalta porque el autor fue acusado de «conspirador terrorista trotskista», aun cuando en obras como «Ensayos sobre los soviets de diputados obreros en 1905» (1930) crítico severamente el papel de Trotski.
La conferencia de historiadores de 1944, un enfrentamiento sin resultados claros
Estos continuos tiras y aflojas entre distintas tendencias, sentimientos y visiones dispares sería un problema que, aunque parecía resuelto con ciertas intervenciones y decretos más o menos correctos, nunca llegaría a estarlo del todo −pues una tendencia negativa o su opuesta intentaban imponerse sobre la otra, reabriendo los mismos debates una y otra vez−. En un nuevo intento que también sería fallido, el gobierno soviético intervino en 1944 para intentar poner orden, de nuevo, sin mucho éxito:
«Últimamente los historiadores de la URSS
se han dirigido al Comité Central con varias preguntas, de las cuales está
claro que algunos de nuestros historiadores no tienen claridad sobre algunas
cuestiones fundamentales de la historia nacional, y sobre un número de
cuestiones existen desacuerdos importantes». (Gueorgui Malenkov; Discurso en la
Conferencia de historiadores, 1944)
Todos ellos, opositores y detractores de la
vieja escuela, se dieron cita en la famosa Conferencia para historiadores
celebrada en mayo-julio de 1944, donde participaron más de 50 personas en una
discusión que por momentos fue muy acalorada, pero la cuestión no versaba ya
tanto sobre Pokrovski −muy desacreditado−, sino que ahora los baremos se
enfocaban sobre si los historiadores sufrían de una rusofobia o rusofilia.
Mostremos detalladamente el «intercambio de impresiones» entre los dos bandos
que se cristalizaron, ya que esto es necesario para hacernos una mejor idea del
argumentario de ambos.
En primer lugar, en el bloque prorruso,
autores como B. D. Grekov, consideraron que lo más importante para la
historiografía soviética de aquel momento era investigar el momento de unión
entre la «Gran Rusia» con el resto de pueblos, puesto que ella había mostrado
el camino correcto, es decir, buscaba introducir y reevaluar la incorporación
de diversos pueblos al Zarato ruso:
«La guerra demostró que los pueblos de la
URSS saben cómo hacer sacrificios por la Patria y que el pueblo ruso en esta
noble competencia pertenece al primer lugar. Todo historiador de la URSS
sabe que este fue el caso en el pasado, si no absolutamente siempre, entonces en
la mayoría de los casos, que no fue una coincidencia que todos estuviéramos
unidos por la «Gran Rusia», y que esta unificación no comenzó desde
ayer. Esto es lo principal en lo que nosotros mismos debemos pensar y
desarrollar de manera investigativa». (B. D. Grekov; Discurso en la conferencia
de historiadores, 1944)
H. G. Adzhemyan, por ejemplo, intentó
convencer a sus compañeros sobre el carácter no progresivo del movimiento
antizarista, mientras trataba de rescatar el «rol creador» de los principales
zares de Rusia:
«Así es como el investigador H. G. Adzhemyan criticó duramente
a la historiografía soviética por el hecho de que «se aferraba a las
imágenes de Razin, Bolotnikov, Pugachev, Radishchev, los decembristas, que se
oponían al Estado, destruían el Estado y, por así decirlo, temían la
importancia de Dmitry Donskoy, Alexander Nevsky, Iván el Terrible, Pedro el
Grande en la historia de Rusia, Alejandro Suvorov, quien abogó por fortalecer y
exaltar el Estado, su poder, su independencia y soberanía. Adzhemyan destacó
que resultaba que en nuestra historiografía el pueblo entra en la arena de la
historia como sujeto sólo cuando es necesario destruir, rebelar, levantar
alzamientos y revueltas». (Bushueva Tatiana Semyonovna; Reunión a puerta
cerrada en Moscú, en el Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión
(bolcheviques) en 1944. Sobre los problemas más importantes del surgimiento del
Estado ruso, 2013)
Así, por ejemplo, desde la perspectiva de K. Bushuev, el
director de la Escuela Diplomática Superior del Ministerio de Relaciones
Exteriores de la URSS, la reciente publicación sobre la historia de Kazajstán
resultó ser un «libro antirruso» porque resaltaba la conquista y tropelías del
ejército ruso. En el extremo de este bando estaba Y. V. Tarle, que directamente alababa la «grandeza»
del Zarato ruso, incluso en momentos de derrota, lo que causó la perplejidad
entre los presentes, que le replicaron:
«El profesor A. L. Sidorov estaba especialmente irritado por
la evaluación de Y. V. Tarle de la guerra de Crimea. Según las conclusiones de
Tarle, como resultado de la Guerra de Crimea, la grandeza y el poder del
Imperio Ruso permanecieron inquebrantables... Tarle argumentó: «El gran coloso
resistió los terribles golpes de 1854-1855 y no solo no cayó, sino que ni
siquiera lo dudes. Esta es una de las lecciones históricas de la guerra de
Crimea». Sidorov, por el contrario, enfatizó que «las conclusiones y lecciones
históricas de Tarle no encajan bien con las evaluaciones marxistas» y que él −Sidorov−
no entendía el deseo de Tarle de exaltar la monarquía».
(Bushueva Tatiana Semyonovna; Reunión a puerta cerrada en Moscú, en el Comité
Central del Partido Comunista de Toda la Unión (bolcheviques) en 1944. Sobre
los problemas más importantes del surgimiento del Estado ruso, 2013)
Obviamente, hubo varios casos más en tonos muy similares, pero sería
aburrir al lector con epítetos parecidos, así que continuemos.
En segundo lugar, encontramos al otro
bloque: los críticos y descontentos con el creciente nacionalismo ruso. Estos
venían denunciando este tipo de desaires hacia las repúblicas no rusas y su historia.
Estas denuncias permearon y contaron con el apoyo de algunos de los altos
cargos y los departamentos más importantes:
«La cobertura de qué problemas de una
historia aparentemente lejana repentinamente en 1944 despertó la alarma de la
dirección del partido del país. En primer lugar, se trataba de cuestiones
relacionadas con los problemas de la condición de Estado ruso y su historia,
así como cuestiones de la formación de la nación rusa y el desarrollo de la
conciencia nacional rusa. El hecho es que incluso en la víspera de la reunión,
la dirección del Departamento de Propaganda y Agitación se alarmó por la dura
declaración nacionalista del miembro correspondiente de la Academia de Ciencias
Alexei Ivanovich Yakovlev. (…) [Este] expresó el siguiente pensamiento: «Me
parece necesario resaltar el motivo del nacionalismo ruso. Respetamos mucho las
nacionalidades que han entrado en nuestra Unión, las tratamos con cariño. Pero
la historia rusa la hizo el pueblo ruso. Y me parece que cualquier libro de texto sobre Rusia debería basarse en este
leitmotiv… Este motivo del desarrollo nacional, que tan brillantemente
atraviesa el curso de la historia de Solovyov, Klyuchevsky, debería
transmitirse a cualquier compilador del libro de texto. Para combinar con este interés
en las 100 nacionalidades que han entrado en nuestro estado, me parece
incorrecto. (…) Los rusos queremos la historia del pueblo ruso, la historia de
las instituciones rusas, en las condiciones rusas». Esta declaración de Yakovlev fue evaluada por agitprop soviético como una clara manifestación del desprecio por los pueblos no rusos. Sobre la base de esta afirmación, la dirección ideológica concluyó que en los discursos de algunos historiadores se estaba reviviendo una ideología nacionalista de gran potencia, hostil a la política leninista-estalinista de fortalecer la amistad de los pueblos, que era una reedición de la política reaccionaria de los zaristas, tratando defender a la autocracia e intentando idealizar el orden burgués». (Bushueva Tatiana Semyonovna; Reunión a
puerta cerrada en Moscú, en el Comité Central del Partido Comunista de Toda la
Unión (bolcheviques) en 1944. Sobre los problemas más importantes del
surgimiento del Estado ruso, 2013)
Este bloque se autopercibía como
«internacionalista», sin embargo, era calificado por sus opositores como
«rusofóbicos»; los primeros señalaban que esto solo era una etiqueta de los
chovinistas rusos para desacreditar al oponente, y que en verdad ellos
habían publicado obras que laureaban o relativizaban la política del zarismo.
Es más, señalaban que los discursos lanzados en la conferencia demostraban
sobradamente cuan se habían separado del método marxista de análisis:
«Los futuros académicos Pankratova y Nechkina que hablaron en la reunión, tomando una posición de clase en la cobertura de eventos históricos, llamaron la atención sobre el hecho de que «entre algunos de nuestros historiadores hay, junto con una descripción apologética del antiguo Estado ruso y su figuras principales, independientemente del período que representen, de la época que representen, de los programas concretos que presenten, tendencias al descrédito o incluso a la negación del papel de las masas como motor de la historia». En general, Pankratova enfatizó la necesidad de preservar un estricto «enfoque de clase», sin el cual, en sus palabras, «no podemos hacer en la historia». En su opinión, los intereses del zarismo ruso y el pueblo no pueden acercarse, especialmente en el siglo XIX, cuando todas las mejores personas de la nación rusa lucharon por el derrocamiento del zarismo». (Bushueva Tatiana Semyonovna; Reunión a puerta cerrada en Moscú, en el Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión (bolcheviques) en 1944. Sobre los problemas más importantes del surgimiento del Estado ruso, 2013)
Por su parte los detractores de esta línea de pensamiento, contraatacaron y ambos bandos se enzarzaron en una serie de réplicas:
«Las críticas de Pankratova fueron atacadas por el profesor P.
P. Smirnov, profesor del Instituto Histórico y de Archivos, quien, en su
opinión, no dio una imagen objetiva del movimiento de liberación nacional en
Ucrania y el papel de Bohdan Khmelnitsky. Pankratova criticó especialmente
las disposiciones de la conferencia pronunciada durante la evacuación por el
académico Yevgeny Viktorovich Tarle, en la que afirmó: «Si ahora comenzamos a
derrotar a este vil enemigo que nos atacó, entonces uno de los factores de esta
victoria es este enorme territorio que, en estos momentos, ahora es uno de los
factores que nos salvan». En opinión de Pankratova, toda la conferencia de
Tarle afirma que la URSS ahora ha sido salvada por los espacios conquistados
por el zarismo. Con esto ella no podía estar de acuerdo de ninguna
manera». (Bushueva Tatiana Semyonovna; Reunión a puerta cerrada en Moscú, en el
Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión (bolcheviques) en 1944.
Sobre los problemas más importantes del surgimiento del Estado ruso, 2013)
En honor a la verdad, debe subrayarse que la denuncia que
Pankratova y otros emitieron sobre algunos historiadores en torno a la falta de
enfoque de clase sobre los eventos históricos era absolutamente impecable, una
totalmente aplicable a lo que ocurre con los pseudo y anti marxistas
contemporáneos y que puede ser rescatada. De hecho, acusó con pruebas de que
muchos estaban hablando en términos similares al de los viejos hegelianos y
nazis alemanes:
«Pankratova llamó la atención de los presentes sobre lo
siguiente: «Quiero nuevamente enfatizar la enorme responsabilidad de
nuestros discursos. Cuando los camaradas salen y dicen que el primer factor de
nuestras victorias no es el sistema soviético, sino el hecho de que la Rusia zarista
conquistó vastos territorios, y el camarada Ajemyan incluso estuvo de acuerdo
en que la lucha por el máximo espacio era una tarea histórica progresiva de la
Rusia zarista, deseo una y otra vez quiero recordarles la responsabilidad
política de nuestros discursos. ¿Diría usted la atención a Milyukov, quien
habló sobre las «fronteras naturales» de Rusia, que nadie pudo
definir?... Y esta charla innecesaria sobre «los espacios» apesta como el mal olor
de cualquier «teoría» sobre el famoso «espacio vital». (Bushueva
Tatiana Semyonovna; Reunión a puerta cerrada en Moscú, en el Comité Central del
Partido Comunista de Toda la Unión (bolcheviques) en 1944. Sobre los problemas
más importantes del surgimiento del Estado ruso, 2013)
Esto a su vez demostraba dos cosas que deben subrayarse: que
el chovinismo ruso era una manifestación innegable entre los historiadores
soviéticos de nueva generación, y que todavía había gente que se negaba a
aceptar tal proceso de tutela de la «Gran Rusia» sobre las demás repúblicas. ¿Y
cuál fue el papel de las principales figuras del gobierno? Puede considerarse
que bastante tibio, cuanto menos. Al parecer, como ya se ha dicho, el objetivo
del gobierno era poner freno −con más o menos acierto argumentativo− a
expresiones que consideraba desviaciones nocivas para la unidad de la URSS: el
«chovinismo de gran nación» −de los rusos−, el «nihilismo nacional» −los
cosmopolitas−, y el «pequeño nacionalismo» que despreciaba la historia rusa y
ensalzaba la propia −normalmente, los ucranianos, kazajos y demás−:
«En 1944 se celebró una conferencia de historiadores en el
Comité Central del PCUS (b), en la que condenaron los extremos que iban en la
línea de denigrar el pasado del pueblo ruso, menospreciando su papel en la
historia mundial −A. M. Pankratova, M. V. Nechkina, N. L. Rubinstein y otros−, y en la línea de
deslizarse hacia la posición de «chovinismo de gran potencia» y «patriotismo
exagerado» −H. G. Adzhemyan, B. D. Grekov, A. V. Efimov, E. V. Tarle,
etcétera−. En uno de los proyectos de resolución que siguieron a la
reunión, se señaló que en los trabajos de «varios historiadores, especialmente
Yakovlev y Tarle, se manifiestan estados de ánimo de chovinismo de gran
potencia, se revelan intentos de revisar la comprensión marxista-leninista de
la historia rusa, justificar y embellecer la política reaccionaria de la
autocracia zarista, oponer al pueblo ruso a los demás pueblos de nuestro país». (Alejandro Vdovin; Política nacional en la URSS, 2011)
Ahora, repasando la documentación existente notamos que en su
mayoría las acusaciones de «cosmopolitismo» o «menosprecio a los aportes de
Rusia» no siempre eran reales. En ocasiones eran acusaciones sin pruebas,
verdaderas exageraciones o completos sin sentidos −producto de una inclinación
hacia la derecha de la máxima dirección−, aunque sí hemos detectado algunos
casos que deben mencionarse. Por ejemplo, A. I. Yakovlev en su obra «Servidumbre
y esclavos en el estado de Moscú del siglo XVII» (1943) afirmó que las tribus
eslavas fueron la principal fuente de esclavos en la Antigüedad, algo que es
absurdo con comprobar el flujo de esclavos en la Roma Imperial.
Anna Pankratova, pese a su lucha incansable contra el chovinismo ruso, seria destituida como subdirectora del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de la URSS. Siguiendo estos sucesos G. F. Aleksándrov redactaría el documento: «Sobre el comportamiento antipartido de la historiadora A. M. Pankratova» (1944), en el cual acusaría a la exsubdirectora de apoyar el «discurso del nacionalismo kazajo», «alterar las declaraciones de los camaradas» y presentarse como la única «historiadora ortodoxa». Paradójicamente Aleksándrov no tendría mucha mejor suerte ya que fue criticado y degradado por las deficiencias en su trabajo filosófico, especialmente por reproducir el «objetivismo burgués». Véase el documento del PCUS: «Sobre las deficiencias del trabajo científico en el campo de la filosofía» (1944) y «Sobre la organización de la discusión del libro del camarada Aleksándrov «Historia de la filosofía de Europa occidental» (1946). Sin olvidar tampoco que Aleksándrov más tarde sería el blanco de la crítica de Zhdánov en su famoso «Sobre la historia de la filosofía» de 1947. Esto es ya otra historia, así que nos centraremos en la cuestión que aquí acontece. A pesar de la ofensiva sobre Pankratova, lo cierto es que su intervención en la conferencia de historiadores de ese año tuvo un gran eco. Esto se reflejó en un documento que llevaba el título «Sobre los estados de ánimo chovinistas de gran potencia entre algunos historiadores», elaborado por tres de los historiadores más importantes −que incluían al propio Aleksándrov−. Allí recogían casi palabra a palabra los argumentos de Pankratova para informar en contra los historiadores de tendencias nacionalistas rusas:
«Una revisión de las transcripciones de los discursos públicos
de algunos historiadores y otros materiales muestra que las conferencias y los
discursos públicos, así como los manuscritos de artículos de varios
historiadores, especialmente Yakovlev y Tarle, muestran el estado de ánimo del
chovinismo de gran poder, se intenta reconsiderar la comprensión
marxista-leninista de la historia rusa, para justificar y embellecer a los
reaccionarios. (…) Tarle está tratando de demostrar que la monarquía de
Alejandro I y Nicolás I llevaron a cabo en el período 1814-1859 una política
progresista en Europa. (…) Adzhemyan propone abandonar la consideración de los
acontecimientos históricos desde la perspectiva de la lucha de clases,
considerando este enfoque como una «enfermedad infantil del izquierdismo».
Sugiere además revisar la actitud sobre el tema de la lucha revolucionaria de
los pueblos de Rusia. Adzhemyan define los levantamientos revolucionarios como
reaccionarios, debido a que, en su opinión, estos levantamientos socavaron el
poder autocrático en Rusia. Entonces, para los levantamientos reaccionarios,
Adzhemyan incluye los levantamientos campesinos de Bolotnikov, Razin, Pugachev,
así como el movimiento decembrista. (...) La atención se centró en las críticas
de quienes justificaron la política colonial agresiva del zarismo, quienes no
estuvieron de acuerdo con la evaluación de la Rusia zarista como el gendarme de
la reacción en Europa, negaron la doctrina de la lucha de clases como la fuerza
impulsora de la historia y, por lo tanto, se solidificaron con representantes de
la «escuela de historia burguesa-monárquica» de Milyukov». (…) Por lo tanto, en
los discursos de algunos historiadores, se revive una ideología nacionalista
que es hostil a la política leninista-estalinista de fortalecer la amistad de
los pueblos, la política reaccionaria de la autocracia zarista se toma bajo
protección y se hacen intentos para idealizar el orden burgués». (G.
Aleksandrov, P. Pospelov, P. Fedoseev; Carta a los secretarios del Comité
Central del PCUS (b): A. A. Andreev, G. M. Malenkov y A. S. Shcherbakov. Sobre
los estados de ánimo chovinistas de gran potencia entre algunos historiadores,
1944)
Aquí, como se ve, se condenan sin piedad los intentos de hacer pasar como análisis marxistas propuestas y teorías sacadas del historiador del Partido Kadete, Pavel Milyukov, el cual era el clásico en la literatura del nacionalismo ruso de todos los colores y expresiones políticas. Se concluía, pues, que el punto de vista nacionalista estaba íntimamente relacionado con la restauración del orden burgués en la URSS, por lo que esta visión era inadmisible para un bolchevique:
«Un cierto resurgimiento de la ideología nacionalista entre
varios historiadores es aún más peligroso porque está asociado con la
idealización del sistema democrático burgués y la esperanza de la evolución del
Estado soviético a una república burguesa ordinaria. No es casualidad que el
profesor A. Yakovlev, en su manuscrito «Un manual para estudiar las órdenes y
discursos del camarada Stalin», escriba sobre Inglaterra: «Gran Bretaña es un
país clásico de libertad política». (…) Sazonov describe la cooperación
económica de la URSS y los países capitalistas como la inclusión de la URSS en
el sistema de los Estados capitalistas. Sazonov propone abolir el monopolio del
comercio exterior, abrir ampliamente el acceso al capital extranjero en nuestro
país, transferir el 80% de todas las empresas de la industria socialista a
sociedades anónimas con la venta de acciones principalmente a capitalistas
extranjeros, etc. Las principales proposiciones teóricas desarrolladas en el
manuscrito se reducen a probar que las mismas leyes económicas se aplican en la
economía soviética como en los países capitalistas». (G. Aleksandrov, P.
Pospelov, P. Fedoseev; Carta a los secretarios del Comité Central del PCUS (b):
A. A. Andreev, G. M. Malenkov y A. S. Shcherbakov. Sobre los estados de ánimo
chovinistas de gran potencia entre algunos historiadores, 1944)
Es de destacar que después del debate no se sacó una conclusión final a nivel oficial:
«Muestra una atmósfera de decepción general después de que el Comité Central del Partido Comunista de Toda la Unión (bolcheviques), después de la reunión, no adoptase ninguna resolución generalmente vinculante. Los historiadores no recibieron ninguna orden específica, lo que asustó: [Yurganov dijo] «Nadie ganó. Este es el resultado de la reunión. Y aunque los partidarios de Pankratova tenían más confianza en la exactitud de sus ideas, nadie sabía las respuestas correctas a las preguntas planteadas por los historiadores». (O. I. Kiyanskaya, D. M. Feldman; A. L. Yurganov. Estado nacional ruso. El mundo de la vida de los historiadores de la era del estalinismo, 2012)
El Secretario del Comité Central, A. S. Shcherbakov rechazó la carta y propuesta de Aleksándrov. Esto demostraba las dudas y vacilaciones de la máxima dirección, que tomó una decisión salomónica de «regañar un poco» a todos los contendientes, aunque parecía que por el momento el nacionalismo ruso no se imponía con absoluta vía libre, y tendría que seguir batallando. De hecho, aun por entonces las tesis del nacionalismo ruso recibieron reprimendas importantes. En varios documentos se puede evidenciar que este no tuvo cuota libre para campar a sus anchas:
«En marzo de 1945, el Departamento de Propaganda y Agitación del Comité Central del Partido Comunista de los bolcheviques de toda la Unión criticó una serie de folletos titulados «Las hazañas de combate de los hijos de Armenia». (…) Se concluyó que la editorial «glorifica indiscriminadamente a los líderes militares y administradores de la Rusia zarista». (Fedor Sinitsyn; Nación y guerra soviéticas. La cuestión nacional en la URSS, 1933-1945, 2018)
Prebendas hacia el nacionalismo ruso y mano dura hacia sus enemigos
A pesar de todo esto, lo interesante −e importante− es observar cómo, pese a lo aquí atestiguado, progresivamente se empezó a perseguir con mayor frecuencia y dureza toda −supuesta− revisión histórica en clave nacionalista de las repúblicas no rusas, mientras los deslices de los historiadores rusos apenas eran amonestados o incluso eran alabados como modelos de «grandes análisis históricos».
Ya en una resolución oficial de agosto de 1944, sobre los historiadores tártaros, la oficialidad registró la intención de:
«Ofrecer al Comité Regional Tártaro del Partido Comunista de toda la Unión (bolcheviques) para organizar un desarrollo científico de la historia de Tataria, para eliminar graves deficiencias y errores de naturaleza nacionalista cometidos por historiadores y escritores individuales en la cobertura de la historia de Tataria −con un embellecimiento de la Horda de Oro o la popularización de la epopeya khan-feudal sobre Idegea−. Prestar especial atención al estudio y cobertura de la historia de la lucha conjunta de los rusos, tártaros y otros pueblos de la URSS contra los invasores extranjeros, contra el zarismo y la opresión terrateniente-capitalista, así como sobre la historia de la transformación socialista de Tataria durante el período del poder soviético, así como la popularización de figuras prominentes, científicos y revolucionarios del pueblo tártaro y sus hijos, héroes de la Guerra Patria». (Partido Comunista de la Unión Soviética (bolchevique); Sobre el estado y las medidas para mejorar el trabajo político e ideológico de masas en la organización del partido tártaro, 9 de agosto de 1944)
Y dos meses después, en otra resolución muy parecida se afirmó en un tono similar:
«En el desarrollo de estos trabajos, el Instituto ignoró por completo las principales características de la Horda de Oro, como un Estado agresivo, realizando guerras agresivas y campañas depredadoras en las tierras del pueblo ruso y sus vecinos, como un Estado de la más grave opresión y ruina del pueblo y sus vecinos. La institución ignoró el carácter progresivo de la destrucción de este Estado». (Decreto del Comité Regional del Partido Comunista de Toda la Unión (bolcheviques) «Sobre errores y deficiencias en el trabajo del Instituto de Investigación Tatar de Lengua, Literatura e Historia», 6 de octubre de 1944)
Esto era correcto, pero también un doble rasero mezquino, porque como llevamos viendo en todos los capítulos de nuestra investigación, en el caso de los historiadores rusos, se les animó a lo contrario, es decir, a no criticar a los líderes de la autocracia rusa:
«Hay una actitud desdeñosa hacia el pasado de nuestro país que se manifiesta en los libros sobre la historia de la URSS y el papel de las figuras prominentes del pueblo ruso: Iván IV, Minin y Pozharski, Suvórov, Kutúzov». (G. Aleksándrov, P. Pospelov, P. Fedoseev; Carta a los secretarios del Comité Central del PCUS (b): A. A. Andreev, G. M. Malenkov y A. S. Shcherbakov. Sobre los estados de ánimo chovinistas de gran potencia entre algunos historiadores, 1944)
¿No era esto la prueba inequívoca de que el argumentario nacionalista −sea cual sea− siempre cae en su propia trampa lógica? ¿No debió el gobierno de la URSS condenar a los nobles y militares que se encargaron de «alimentar» un «Estado criminal» y «depredador con sus vecinos» como lo fue el Zarato ruso? La exaltación de Iván IV, Pedro I, el Conde Suvórov o Mijaíl Kutúzov, ¿no suponía el «quebrar la actual amistad de los pueblos de la URSS»? Mientras por una parte publicaciones prorrusas y las propias disposiciones del gobierno ensalzaban, desde 1937, como «héroes rusos» a nobles y militares de los siglos XIV-XIX −los mismos que habían invadido y conquistado diversas zonas de las, por entonces, repúblicas de la URSS−; de otra parte, se condenaba esta misma tendencia entre los tártaros, ucranianos o kazajos. ¡Qué casualidad!, ¿verdad? «Amigos tártaros, superad vuestro rancio nacionalismo, dejad de idealizar la Horda de Oro, eso es lacra reaccionaria. Camaradas, ¿cómo osáis criticar la grandeza de «Iván el terrible»? ¡Ofendéis al pueblo ruso! ¡Por cierto! ¡Demos la bienvenida de nuevo a las condecoraciones militares de Nevski, Suvórov y Kutúzov en el Ejército Rojo!»
Pese a que desde el oficialismo se lanzaban de vez en cuando dardos contra el nacionalismo ruso, como hemos visto más arriba, la descomposición ideológica general del sistema soviético no se detuvo, sino que se profundizó, cobrando tintes muy trágicos. Dentro de este caos ideológico se asistiría a casos verdaderamente surrealistas e inadmisibles, como apoyar la defenestración y arresto del historiador Ermukhan B. Bekmakhanov −doctor en ciencias históricas− que, inicialmente, fue alabado por realizar uno de los primeros estudios en 1941 sobre la historia de Kazajistán de los años 20-40 del siglo XIX. Su obra fue nominada al premio Stalin, pero, a su vez, causó recelos entre Yakovlev y Tarle −quienes, como se ha dicho, en más de una ocasión fueron criticados por intentar restaurar una visión favorable al chovinismo ruso−. Estos pasaron a acusarle en la prensa de ser un vulgar nacionalista kazajo y antirruso. Por su parte, Pankratova salió en defensa del libro del kazajo:
«Pankratova sugirió que Yakovlev leyó sin la debida atención la descripción de la interacción de los dos pueblos: la ayuda de los kazajos a los rebeldes rusos, por ejemplo, Pugachov, y la participación de los campesinos rusos en las revueltas kazajas locales. En conclusión, Pankratova escribió que la revisión de Yakovlev contradice la política oficial, «porque golpea la amistad de los pueblos, priva a los pueblos de la URSS de sus tradiciones militares y de sus héroes e incluso de su derecho a su historia». (L. Bradenberger; Bolchevismo nacional. La cultura de masas estalinista y la formación de la identidad nacional rusa (1931-1956), 2009)
Esto no evitó que varios historiadores empezasen a reevaluar su obra con otros ojos, dejando a Bekmakhanov en una mala posición. Entre las nuevas revisiones, algunos como K. Sharipov teorizaron cosas sumamente extrañas para ser supuestos marxistas, como que la absorción de Kazajistán por Rusia era el «mal menor», es decir, que más allá de todo el caos y destrucción producido, el pueblo kazajo tendía hacia el pueblo ruso y deseaba tal «amistosa unión» −¡vaya! ¡qué preciosos sentimientos humanistas dibujaba el señor Sharipov en las gentes de los albores del siglo XIX!−:
«En comparación con los kanatos de Asia central bárbaros y atrasados, Rusia se encontraba en una etapa superior de desarrollo. En el acercamiento con Rusia, el pueblo kazajo podría encontrar la manera de progresar. La adhesión de Kazajistán a Rusia fue, por supuesto, progresiva. Aceleró la desintegración de la comunidad nómada y todo el proceso de desarrollo social; contribuyó a la penetración de formas superiores de economía y cultura en la estepa kazaja». (K. Sharipov; B. Bekmakhanov Kazajistán en los años 20-40 del siglo XIX, 1949)
¿Qué clase de mensaje fatalista se le estaba dando a los pueblos del siglo XX con esto de elegir entre «dos males»? ¿No se había aprendido nada de las lecciones de la I Guerra Mundial? ¿Acaso los bolcheviques rusos tendrían que haber escogido entre subyugarse a la Triple Entente o la Triple Alianza? Y, en caso de desaparición de la URSS −como pasaría más adelante−, ¿qué se propondría bajo esa lógica? ¿Elegir el imperio estadounidense, francés, neerlandés o británico? Qué tristemente familiares nos suenan esas palabras. El imperialismo jamás es la solución a nada.
Pero centrémonos en el siglo XIX. ¿No pudo en un primer momento la Kazajistán de entonces haberse liberado de la ocupación rusa primero y, luego −gracias a un movimiento revolucionario posterior− convertirse en un vecino aliado de la Rusia revolucionaria −como ocurrió con Mongolia−, deliberando si entrar en la URSS federándose libremente? Eso pudo pasar, dado que no existe un fatalismo histórico absoluto que determine que las cosas que suceden, jamás podrían haber sucedido de otra forma o tomar otro rumbo, pero, entre algunos historiadores, había más interés en santificar la incorporación de esta zona al Imperio ruso y maquillar la historia, que en elaborar una visión crítica de los acontecimientos. ¡Estamos seguros de que cuando las tropas zaristas entraron en un territorio de diferente etnia y religión, como Kazajistán, los pobladores notaron la «fraternidad de las bayonetas del pueblo ruso»! Muy por el contrario, el campesino ruso promedio −que no olvidemos, era la mayoría social−, a lo máximo que llegaba, era a sentir simpatía por las andanzas del Zar en apoyo de las demagógicas causas eslavófilas y, si eran países ortodoxos, como Serbia, mejor que mejor. Pensar lo contrario es incurrir, de nuevo, en una idealización del pueblo ruso de la época. Esto sería como atreverse a decir que, en aquellos días, el pueblo inglés cegado por el «jingoísmo» −un ultranacionalismo militarista y expansionista− que celebraba las escabechinas perpetradas por las fuerzas de ocupación británicas en Belfast, apoyaba mayoritariamente y sin reservas al pueblo irlandés. ¡Pero para nada fue ese el caso! Durante todo el siglo XIX se mantuvo lo que aquí sigue:
«Me pregunta usted qué piensan los obreros ingleses de la política colonial. Pues lo mismo que de la política en general; lo mismo que piensan los burgueses. Aquí no hay partido obrero, no hay más que el partido conservador y el partido liberal-radical, y los obreros se benefician tranquilamente con ellos del monopolio colonial de Inglaterra y del monopolio de esta en el mercado mundial». (Friedrich Engels; Carta a Karl Kautsky, 12 de septiembre de 1882)
Entiéndase, pues, lo importante que es realizar un trabajo de lucha ideológica contra el nacionalismo patrio, ya que, sin combatir al nacionalismo interno, toda denuncia externa será formal e hipócrita.
Volviendo al tema: si el propio pueblo ruso no podía disfrutar de las bonanzas de la «etapa superior de desarrollo» en la economía zarista, con su creciente expansión de sus fuerzas productivas, ¿cómo iba a hacerlo una colonia de Rusia como la kazaja y, más aún, sus capas bajas? Es un absurdo total. Lo curioso es que, a su vez, K. Sharipov consideraba progresista la defensa y lucha del pueblo kazajo contra el zarismo, algo bastante difícil de conjugar con sus palabras previas:
«Por supuesto, la progresividad de la anexión de Kazajistán a Rusia no excluye la progresividad del movimiento de liberación nacional kazajo contra la política colonial del zarismo. No debemos perder de vista las palabras del camarada Stalin sobre la adhesión a Rusia en zonas como Turkestán, el territorio de Kirguistán, la región del Volga Medio, etc. La «asociación en la historia» de estos territorios «es una larga historia de violencia y opresión de las antiguas autoridades rusas». (K. Sharipov; B. Bekmakhanov Kazajistán en los años 20-40 del siglo XIX, 1949)
¡El embrollo en que se metían ellos solos era increíble! Al final, consideraba el trabajo de investigación de Bekmakhanov como insuficiente. ¿La razón? Presuntamente, sobredimensionaba a los héroes y movimientos kazajos, los cuales tenían contradicciones y no siempre actuaron en favor de su gente, sino del pragmatismo e, incluso, en favor de las fuerzas más oscurantistas, −lo cual no es descartable de cualquier figura de esta época− como la figura de Kasymov o el levantamiento de Andiján de 1898:
«E. Bekmakhanov «Kazajistán en los años 20-40 del siglo XIX» es uno de los primeros intentos de iluminar los complejos problemas de la historia de Kazajistán en la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, este intento no tuvo éxito. El autor aún necesita trabajar a fondo en el estudio del movimiento de liberación nacional de 1837-1846 en Kazajistán, para revisar muchas de sus conclusiones y corregir los errores cometidos en la cobertura de este importante período de la historia del pueblo kazajo». (K. Sharipov; B. Bekmakhanov Kazajistán en los años 20-40 del siglo XIX, 1949)
En septiembre de 1952, Bekmakhanov fue arrestado y, en diciembre del mismo año, condenado a 25 años de prisión en Siberia −lo que demuestra, una vez más, que los servicios de seguridad, bien fuesen liderados por Yagoda, Yezhov o Beria, fueron un despropósito constante−. Tomando la premisa de que los errores del historiador kazajo eran tan grandes, ¿era necesario castigar de forma tan severa lo que en palabras de sus propios detractores era el primer intento serio de evaluar la historia kazaja del siglo XIX? Posteriormente, según los recuerdos de su viuda −Halima Adambekovna−, a iniciativa de Pankratova, Bekmakhanov escribió a Stalin solicitando su mediación directa en 1953 y él prometió un estudio del caso. Bekmakhanov pudo regresar a Moscú poco antes de fallecer Stalin y, finalmente, fue absuelto totalmente entre el 16 y el 18 de febrero de 1954.
El fascismo ruso se enamora del giro soviético y su reinterpretación del zarismo
En esta sección, daremos unas pequeñas notas sobre cómo afectó este cambio de rumbo soviético en los exiliados que habían luchado o simpatizaban con los blancos. Volvemos a la misma comparativa anterior con el fascismo: nótese lo peligroso de estas ideas que subyacían en los dirigentes soviéticos, puesto que esta rusofilia y paneslavismo eran parecidos, en algunos puntos, al de Iván Ilyín, exiliado aristócrata y zarista, el creador de la versión rusa del fascismo. Él también defendió una eslavofilia de dudosas pretensiones «pacíficas». Opinaba que Occidente nunca había entendido al ruso, siempre guiado por el corazón y la imaginación; de hecho, Ilyí proclamaba el irracionalismo como base del alma rusa, por lo que pedía la reclusión sobre sí misma. Y, pidiendo que se respetase la esencia de la «espiritualidad» rusa −por supuesto, según él, basada en el cristianismo ortodoxo−, llamaba a que Rusia recuperase su lugar en el mundo, que cumpliese su «vocación universal» otorgada por Dios (sic):
«Rusia no es una aglomeración de tierras y tribus, sino un organismo vivo, con su evolución histórica. Este organismo representa en si una espiritualidad, lingüística y cultural del pueblo ruso y otros pueblos hermanos suyos, enlazados a lo largo de la historia por la comprensión mutua espiritual, representa un auténtico baluarte de la paz y el equilibrio europeo-asiático y, por ende, universal». (Iván Ilyín; ¿Qué promete al mundo el desmembramiento de Rusia?, 1950)
Esto ya nos indica por qué el relajar la propaganda antirreligiosa en la URSS, algo que también comenzó a fraguarse en 1937 como se refleja en las directivas sobre los textos escolares, fue una completa equivocación, dado que el fascismo ruso contaba con la simpatía de, no solo las viejas clases explotadoras y todo tipo de elementos desclasados, sino con el bolsillo de las potencias imperialistas para financiar estas ideas, por ende, la población entraría en contacto tarde o temprano con tales ideologías. Ilyín declaró sin complejos al mundo que Rusia, para dominar sus aspiraciones territoriales, debía hacer a un lado toda democracia:
«La próxima Rusia tiene que encontrar para sí misma −de forma especial, original y pública− esta combinación de la institución y la corporación, que sería el modelo ruso, el nacional de los registros históricos, desde el imperio de la ley ante el dominio territorial de la Rusia revolucionaria. Frente a semejante tarea creativa, los llamamientos de los partidos extranjeros a la democracia formal se quedan ingenuos, frívolos e irresponsables». (Iván Ilyín; Sobre el fascismo, 1948)
Curiosamente, Vladimir Putin y los oligarcas rusos citan hoy con asiduidad a este pájaro. ¿Por qué será?
También contamos con el caso de Konstantín Rodzayevski, el líder del fascismo ruso en el exilio en el Lejano Oriente. Después de trabajar incansablemente para derrocar al gobierno soviético y participar en actos de sabotaje, al final de la Segunda Guerra Mundial (1939-45), sin su protector, Japón, escribió un artículo donde buscaba acercarse al Kremlin:
«En Shanghái, escribió un artículo «La semana que reformó el alma», en el que describió su ruptura emocional, reconoció la continuidad del período soviético desde el zar: la URSS magnificó los méritos de Mijaíl Kutúzov y Aleksandr Suvórov, devolvió el uniforme militar usado por el ejército zarista; comparó a Stalin como un recolector de las tierras de Moscú y un recreador de la grandeza de Rusia con Iván Kalitá». (Time Note; Konstantin Rodzaevsky, 2021)
Finalmente, tras unas negociaciones en las que, se supone, le garantizaban su inmunidad, decidió entregarse a las autoridades soviéticas. También se aseguró que consigo traía una carta que expresaba lo siguiente:
«Lancé un Llamamiento al Líder Desconocido, en el que llamé a elementos fuertes dentro de la URSS para salvar al estado y preservar millones de vidas rusas condenadas a muerte en la guerra, para nominar a algún Comandante X, un «Líder Desconocido» capaz de derrocar el «gobierno judío» y crear una Nueva Rusia. No advertí entonces que, por voluntad del destino, su genio y millones de masas trabajadoras, el líder de los pueblos, el camarada Stalin, se convirtió en un líder tan desconocido». (Konstantín Rodzayevski; Carta a Stalin, 1945)
Nueve meses después el jefe fascista fue fusilado por el NKVD el 30 de agosto de 1946. Es posible que esta emisiva solo fuese una estratagema desesperada para salvar el pellejo en mitad de un mundo fascista que se desmoronaba, pero ¿por qué no escapar a Argentina o cualquier país de Latinoamérica? ¿Por qué entregarse al enemigo con ofrendas? Muy posiblemente, para el propio Rodzayevski, solo le quedaba creer que la nueva línea política soviética era compatible con su búsqueda de «gloria y honor» de la «Gran Rusia». A lo que debemos decir que los últimos movimientos del gobierno soviético y los discursos de Stalin le daban argumentos para pensar de ese modo.
Desunión en la cúpula
política y repercusiones internacionales
Desde la perspectiva gubernamental, la irrupción de este «neonacionalismo ruso» y hasta qué punto ceder ante él, eran cuestiones que estaban dividendo a la cúpula dirigente, representaban temas que interferían en la toma de decisiones sobre asuntos de total transcendencia. De lo que no cabe duda es que, al realizar tales concesiones en un Estado multinacional, el gobierno soviético acabó abriendo la caja de pandora. Esta cruenta lucha entre tendencias chovinistas, nihilistas e internacionalistas, no sólo se corroboró en las disputas del campo histórico, militar, filosófico y artístico, sino que también quedó reflejada en los actos políticos de la cúpula.
A mediados de 1947 se formó una comisión encargada de la redacción de unos nuevos estatutos para el XIXº Congreso del Partido Bolchevique que, para aquel entonces, debía tomar lugar −¡y que finalmente se demoró hasta 1952!−, pero Stalin no estuvo de acuerdo con su principal mano derecha en aquel entonces, Zhdánov, siendo una de las múltiples razones para que no se celebrase el esperado evento. En esta ocasión nos vemos obligados a citar extensamente las razones:
«Por decisión del Politburó del 15 de julio de 1947 en relación con la convocación prevista del congreso del partido, una comisión encabezada por A. Zhdánov para preparar un nuevo programa del PCUS (b). Los cambios globales en el país y el mundo después de la Segunda Guerra Mundial se reflejarían en el documento principal del partido gobernante en la URSS. Zhdánov introduce las siguientes palabras en el borrador del nuevo programa del partido: «El gran pueblo ruso jugó y juega un papel particularmente prominente en la familia de los pueblos soviéticos... [que] ocupa legítimamente una posición de liderazgo en la comunidad de naciones soviética... la clase obrera y el campesinado ruso bajo la dirección del Partido Comunista de toda la Unión (bolcheviques) dio a todos los pueblos del mundo ejemplos de lucha por la liberación del hombre de la explotación, de la victoria del sistema socialista, por la completa emancipación de las nacionalidades previamente oprimidas». De hecho, tal formulación no solo formalizó la importancia principal y central de la nación rusa en la URSS, sino que también proclamó un papel casi mesiánico para ella en el mundo. Stalin dejó una nota en este borrador: «Eso no». (...) En el borrador del programa del partido preparado por Zhdánov, también se enfatizó el papel especial de la cultura rusa entre las culturas de los pueblos de la URSS. En la formulación de Zhdánov sonaba así: «El PCUS (b) fomentará de todas las formas posibles el estudio de la cultura rusa y el idioma ruso por parte de todos los pueblos de la URSS». Esta disposición también fue rechazada por Stalin y no se incluyó en la versión final del proyecto. Uno solo puede adivinar qué disputas estaban sucediendo entre el líder de la URSS y Zhdánov sobre un tema tan complejo. El equilibrio y las relaciones entre las naciones de la Unión Soviética eran un asunto tan delicado, y aún más complicado por la presión externa y las tareas internacionales del país, que no está claro de inmediato quién tiene la razón en esta gran disputa y oculta a todos entre dos personas de ideas afines, camaradas, asociados y amigos justos: Stalin o Zhdánov. La pronunciada rusofilia de Zhdánov y sus nominados no fue de ninguna manera accidental: toda la parte superior del equipo de Zhdánov estaba compuesta por grandes rusos étnicos que crecieron, estudiaron, trabajaron y lucharon en Rusia, todos sus intereses personales y comerciales estaban asociados con Rusia, con la RSFSR [República Socialista Federativa Soviética de Rusia]. Esto, por supuesto, no podía dejar de influir incluso en los marxistas comunistas más convencidos, como Zhdánov y su gente de «Nizhny Novgorod» con los «Leningraders». (Volynets Alexey Nikolaevich; Zhdánov, 2013)
Algunos autores insisten en que, en el caso de Zhdánov, existía una clara diferencia respecto al nacionalismo burgués clásico, puesto que en ningún momento perdió la noción de clase, de hecho, Zhdánov insistía en saber ver las diferencias en la historia rusa entre la era prerrevolucionaria y la postrevolucionaria:
«Al mismo tiempo, uno no debería pensar que las innovaciones ideológicas de Zhdánov en la «cuestión rusa» fueron un regreso al nacionalismo banal. (…) Al proclamar el papel de vanguardia de la nación rusa en la URSS o el valor de las tradiciones nacionales rusas en la construcción de un futuro comunista, no negó la existencia de profundos problemas nacionales en la historia de Rusia. Pero Zhdánov propuso dividir la historia del Imperio ruso en la historia de la política de las clases explotadoras y la historia general del pueblo ruso, que, por el contrario, fue el liberador de todos los demás pueblos del imperio de la opresión colonial y social, derrocando a la élite feudal-burguesa de la sociedad». (Volynets Alexey Nikolaevich; Zhdánov, 2013)
Otra fuente argumenta algo muy similar, señalando que Zhdánov, pese a que manifestó tendencias muy rusófilas, curiosamente paró los pies a sus partidarios más exacerbados en más de una ocasión:
«Durante los meses siguientes, Zhdánov escribió y reescribió varias disposiciones, consultando constantemente con Stalin, estudiando la transcripción de la reunión y las recomendaciones escritas de Aleksándrov y Pankratova. Manteniendo la formulación del problema en consideración en la misma forma exagerada en la que fue formulado por Agitprop: la rivalidad de dos herejías no marxistas: la escuela «burguesa-monárquica» de Milyukov −Efimov, Yakovlev, Tarle− y la escuela «sociológica» de Pokrovski −Pankratov y colegas−, Zhdánov resultó ser más crítico con el primero. En particular, se opuso a la unificación del pasado ruso y el presente soviético, al borrado de las diferencias entre ellos. (…) Sin embargo, el trabajo en el documento se estancó después de varias revisiones, y una declaración oficial que fijaba la ideología del partido nunca vio la luz. (…) En los años siguientes dio lugar a interminables discusiones». (L. Bradenberger; Bolchevismo nacional. La cultura de masas stalinista y la formación de la identidad nacional rusa (1931-1956), 2009)
A decir verdad, esta línea inestable en el campo histórico era similar a la que hubo en el campo político durante los debates de los años 1944-52 respecto al carácter y fisonomía que debían adoptar los nuevos regímenes de las llamadas «democracias populares». Aquí Stalin, Mólotov, Zhdánov y Cía. también tuvieron gran responsabilidad tanto en el origen de las desviaciones como en las correcciones de las mismas; observamos que todos los dirigentes soviéticos dieron bandazos sin ton ni son, pasando del campo de los «ortodoxos» a los «heterodoxos», contradiciendo sus propios escritos y directrices anteriores. Esto significó que, lejos de lo que creían sus enemigos o de lo que mantienen hoy sus admiradores, no había la tan cacareada «unidad monolítica» del movimiento internacional marxista-leninista. Véase la obra de la Yale University Press: «El diario de Dimitrov 1933-1949» (2008).
Los soviéticos empezaron a cambiar de opinión, alarmados por los peligrosos resultados de esta infinidad de sandeces, los cuales colocaban a estos países fuera de la órbita de influencia soviética, como ocurriría con la Yugoslavia de Tito, que desertó para alinearse con el bando imperialista, pero ya incluso antes había serias dudas sobre a dónde estaba llevando este «novedoso» camino. Esto se nota leyendo el informe de S. L. Baranov: «Sobre las relaciones internacionales del PCUS (b)» (2 de septiembre de 1947). Este tipo de informes pondrían de sobre aviso en torno a las manifestaciones nacionalistas de las direcciones comunistas, entre muchos otros defectos. Un ejemplo de ello fueron las limpiezas étnicas de italianos propiciadas por los propios partisanos yugoslavos en la zona del Tirol, Dalmacia e Istria −véase la Masacre de las foibe (1943) o la Masacre de Bleiburg (1945)−. Por citar otro breve ejemplo, en el caso checoslovaco hubo una política de apoyo de los comunistas locales hacia la confiscación de las propiedades y expulsión de todos los alemanes del país, haciendo piña con lo que pedían los partidos burgueses patrios. Volvemos a recalcar que, como demuestra la documentación de posguerra, estas «equivocaciones de los camaradas checoslovacos y otros» no hubieran sido posibles sin la aprobación soviética entre 1945-47. Véase el «Registro de la conversación de Iossif Vissariónovich Dzhugashvili Stalin, conversación con el primer ministro de Checoslovaquia Z. Fierlinger y el viceministro de Relaciones Exteriores V. Clementis» (28 de junio de 1945).
En varias entrevistas con otros partidos comunistas, la dirección soviética abaló teorías verdaderamente vergonzantes. Sin ir más lejos, afirmaban que los nuevos regímenes de la posguerra «no necesitaban de la dictadura del proletariado», puesto que «la revolución se desarrollaba aquí de forma relativamente pacífica», no serían «ni capitalistas ni socialistas» pues mantendrían un «razonable equilibrio entre distintas formas de propiedad», mientras que los soviets como órganos de poder estaban en el limbo jurídico y el gobierno operaría a través de las rudimentarias y burocráticas fórmulas parlamentarias. Esto, para quien esté familiarizado con la documentación de aquella época, no resultará sorprendente, sino que verá en esta tendencia una profundización de la línea política de los años 30 bajo la estrategia general de los «frente populares». Véase el capítulo: «El frente popular chileno (1936-41)» (2021).
Incluso si se observa todo esto con lupa, se puede afirmar que eran muestra de los ecos de corrientes premarxistas como el proudhonismo, bakuninismo, fabianismo, cartismo, etc., que tuvieron una importante impronta en los partidos socialdemócratas de la II Internacional (1889-1914) y sus escisiones. En cualquier caso, en las llamadas «nuevas democracias» o «democracias populares» se popularizaron −al menos desde 1944 al 1947− teorías que justificaban todo esto por ser «vías nacionales específicas» en la Europa del Este o «por el nuevo contexto internacional». Dichas nociones «especifistas» siempre han sido un tópico al que los revisionistas han recurrido una y otra vez, ya sean estos browderistas, eurocomunistas, juches, etc. Del 48 en adelante, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y demás abandonarían este ideario, siendo condenadas como «desviaciones nacionalistas y derechistas», aunque bien es verdad que, a partir de 1953, se recuperaría todo lo que durante 1948-52 se consideró «herético».
Lo mismo podemos decir al respecto de las evidentes desviaciones asiáticas en los partidos comunistas, como el caso del maoísmo en China, el cual, durante 1934-43, fue visto por la Internacional Comunista (IC) con suma sospecha, ya que fue una corriente cuya principal proclama era una síntesis entre el nacionalismo chino y las religiones locales, aunque mezclado y agitado, eso sí, con una fraseología muy «radical» que, en China, era lo más parecido al marxismo que jamás habían tenido. El problema aquí es que el maoísmo nunca abandonó sus defectos, convirtiendo sus desviaciones, bajo el pretexto de la «especificidad nacional», en dogmas de su ideario revisionista oficial. Esto no quita que, al mismo tiempo, como se constató con la cuestión del Tíbet o el Xinjiang, desde Moscú se realizasen prebendas y se cambiase de opinión respecto a recomendaciones anteriores, todo, en aras de atraerse y asegurarse la fidelidad de Mao y los suyos. A la postre, como demuestra hoy la documentación disponible, estas concesiones en los principios por parte de los soviéticos no sirvieron de nada, puesto que el grupo de Mao y los suyos se mostró como un grupo político altamente oportunista, que en esos años tampoco se privó de coquetear con el imperialismo estadounidense, con quien poco después estableció una alianza. Aquí no hay que olvidar, claro está, que los políticos soviéticos, al haber abandonado los puntos fundamentales de su antigua política nacional, estimularon directa o indirectamente que tales manifestaciones de localismo nacionalista se normalizasen entre las secciones comunistas del mundo, pues ellos mismos estaban brindando un ejemplo incorrecto dentro de la URSS. Véase el capítulo: «¿Puede ser «el apoyo de los pueblos» un país que viola el derecho de autodeterminación en su casa?» (2020).
¿Nuevos intentos de frenar la hegemonía del nacionalismo ruso?
A mediados de los años 40 e inicios de los 50, tras contemplar los resultados de este periodo de «excesivo fervor patriótico», algunos de los dirigentes soviéticos −y también los historiadores− reconocieron que se había dado demasiada «manga ancha» a la revisión histórica. Muestra de ello fue que el supremacismo ruso había aflorado hasta el punto de interpretar las campañas del zarismo en el siglo XIX como unas supuestas «guerras defensivas», justificando así la política colonial de esclavización de otros pueblos. En suma, se criticó y condenó todo intento de evaluar la historia del pasado sin un prisma progresista, sin embargo, uno acusaba al de al lado de lo que él mismo cometía, por lo que no se avanzó significativamente. En todo caso, cabe rescatar alguna de estas críticas por su alto valor.
Ya en el año 1939 ciertos autores como, por ejemplo, Y. M. Yaroslavski; historiador opositor a la Escuela de Pokrovski −y, por ende, no dudoso de ser «apátrida»− criticó este tipo de evaluaciones destinadas a rehabilitar y engrandecer a personajes de las clases explotadoras:
«Y. M. Yaroslavski argumentó que «tomando tal posición, uno puede llegar a justificar todos y todos los tipos de violencia del zarismo. (…) Cosa que no tiene nada en común con el patriotismo soviético, que se alimenta de la heroica lucha de los pueblos de la URSS y sus mejores representantes tanto con los invasores extranjeros como con la autocracia zarista». Por lo tanto, hizo un llamado a «luchar resueltamente contra glorificar a las personas como héroes, que dedicaron sus mentes, talentos y energía a la opresión de los pueblos que habitan Rusia». Como ejemplo de tales figuras históricas, Yaroslavski señaló al general M. D. Skobelev el héroe de la guerra ruso-turca de 1877-1878 y el conquistador de Asia Central». (Fedor Sinitsyn; Nación y guerra soviéticas. La cuestión nacional en la URSS, 1933-1945, 2018)
Rizando el rizo de las incongruencias, el Buró Político del Partido Bolchevique emitió en 1946 una resolución en el Comité de Arte por «idealizar la vida de los reyes, kanes y nobleza»:
«Una deficiencia importante en las actividades del Comité de las Artes y los Teatros Dramáticos es que tiene una gran desventaja en la puesta en escena de obras de teatro sobre temas históricos. En una serie de obras que no tienen importancia histórica y educativa, se representan ahora en los teatros la vida de los reyes, kanes y nobles se idealiza». (Resolución del Buró Organizador del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Bolcheviques: Sobre el repertorio de los teatros de teatro y medidas para mejorarlo, el 26 de agosto de 1946)
Pero, ¿acaso no era esto lo que se llevaba promoviendo oficialmente −al menos desde 1937− en las instituciones soviéticas? Dos años después, en 1948, encontramos un interesante artículo −sin firmar, solo como línea editorial− en la principal revista histórica soviética. En esta ocasión se lanzó una devastadora condena pública contra las interpretaciones prorrusas que se venían cometiendo en los últimos años:
«Por otro lado, después de la derrota de la Escuela de Pokrovski con su sociologización desnuda y esquemas históricos sin sentido, ha surgido entre algunos historiadores una tendencia dañina a alejarse de las cuestiones de teoría y las generalizaciones teóricas hacia el campo de la investigación local y la recopilación de hechos. (...) Al mismo tiempo, comenzaron a aparecer interpretaciones antimarxistas groseramente erróneas de una serie de problemas históricos importantes. Los historiadores fueron advertidos sobre los errores en ese momento por la revista «Historia Marxista» (Nº4 de 1939) que, en un artículo de su editor, el camarada Yaroslavski «Tareas incumplidas en el frente histórico», él había escrito: «Cabe señalar que, en lucha contra las distorsiones antimarxistas de la escuela histórica de Pokrovski, algunos historiadores cometen errores nuevos y no menos serios». El artículo señalaba que estos errores consistían en: 1) una interpretación incorrecta de la cuestión del llamado «mal menor», en los intentos de extender este punto de vista a todas las conquistas del zarismo ruso; 2) en la comprensión errónea de las guerras justas e injustas, en intentos de convertir todas las guerras de la Rusia zarista en guerras defensivas; 3) en la comprensión errónea del patriotismo soviético, al ignorar su contenido socialista de clase, en deslizarse al falso patriotismo. Es característico que algunos de estos errores encuentran su lugar en la colección «Contra el concepto histórico de Pokrovski». Es fácil ver que en el centro de los errores señalados por Yaroslavski estaba el deseo de embellecer la historia, ignorando el contenido de clase del proceso histórico en su conjunto y de cada acontecimiento histórico en particular». (Cuestiones de la Historia; Nº12, diciembre de 1948)
Si bien esta publicación se centró en corregir las desviaciones tendientes a alzar al nacionalismo ruso, también consideró que:
«No menos peligrosos y dañinos son los errores que surgen nuevamente del enfoque no marxista de la historia, yendo en la línea de denigrar el pasado del pueblo gran ruso, subestimando su papel en la historia del mundo. (…) El nihilismo en la evaluación de los mayores logros de la cultura rusa y de otros pueblos de la URSS es el reverso de la adoración de la cultura burguesa de Occidente». (Cuestiones de la Historia; Nº12, diciembre de 1948)
En todo caso, respecto a esta primera desviación, favorable al nacionalismo ruso, se explicó grosso modo cuál podía ser el origen de este extraño y perturbador reflorecimiento:
«Durante la Gran Guerra Patriótica [1941-1945], debido a una serie de circunstancias, la influencia de la ideología burguesa se intensifico en ciertos sectores de la ciencia histórica, especialmente en el campo del estudio de la política exterior, las guerras y el arte militar. El camarada Tarle repitió la posición errónea sobre la naturaleza defensiva y justa de la Guerra de Crimea [1853-1856]. Intentó justificar las guerras de Catalina II con la idea de que supuestamente Rusia luchaba por sus fronteras naturales y, que como resultado de las adquisiciones territoriales de ella, el pueblo soviético en la guerra contra el hitlerismo tuvo unas cabezas de puente salvadoras y necesarias para la defensa. Se intentó reconsiderar la naturaleza de la campaña de 1813, presentándola como similar a la campaña de liberación del Ejército Rojo en Europa [durante 1943-1945]. Hubo demandas para reconsiderar el papel de la Rusia zarista como gendarme de la reacción y prisión de pueblos durante la primera mitad del siglo XIX. Si, por un lado, algunos historiadores mostraron una tendencia perjudicial al negar cualquier influencia beneficiosa sobre los pueblos de nuestro país en cuanto a la economía y cultura rusa, por otro lado, se hizo un intento igualmente perjudicial para intentar eliminar la cuestión misma de la naturaleza colonial de la política del zarismo en las regiones nacionales. Se alzó el escudo contra los supuestos héroes del pueblo ruso, los generales. (…) Presentaron como supuestos héroes del pueblo ruso, a los generales Skóbelev, Dragomirov, Brusílov, y en Armenia incluso lograron convertir a Lorís-Mélikov en héroe nacional. Algunos estuvieron de acuerdo en exigir abiertamente que el análisis de clase de los hechos históricos fuera sustituido por una evaluación de su progreso en general, en términos de intereses nacionales y estatales. Fue necesaria la intervención directa del Comité Central de nuestro partido». (Cuestiones de la Historia; Nº12, diciembre de 1948)
Para quien lo desconozca, el general Skóbelev fue el encargado de la conquista de Asia central de 1881, haciéndose reconocido por su brutalidad contra los turcomanos. Dragomirov fue otro general partícipe de la Guerra Ruso-turca de 1877-1878, la cual fue una guerra entre potencias teocráticas por las áreas de influencia en los Balcanes. Brusílov fue un general participante en la Primera Guerra Mundial de 1914. Lorís-Mélikov fue un general de ascendencia armenia que llegó incluso a ser ministro del Interior en el reinado de Alejandro II.
Esto nos indica que, durante más de una década, la historiografía soviética no había logrado cerrar los debates sobre cuestiones tan simples como importantes para su porvenir. Es más, al parecer, gran parte de las publicaciones de aquel entonces habían caído en un profundo letargo con un caos metodológico y una gran pérdida de enfoque, donde cada departamento y república operaba de forma aislada. También se criticó que la idea de que «el pasado fue como tuvo que ser», no era sino un fatalismo cercano al positivismo con su «progresión inexorable» de las cosas. Esto, por lo general, también iba acompañado de un desenfoque del desarrollo histórico en torno a las expresiones de clase y sus contradicciones:
«Los errores y perversiones que se cometen en las obras del Instituto de Historia son de naturaleza muy diversa, pero todos son producto de la influencia de la ideología burguesa por parte de los historiadores soviéticos. (...) Se han deslizado en una serie de cuestiones al objetivismo burgués. (...) Exponiendo la esencia burguesa-objetivista de las opiniones de Struve, quien entonces vestía ropas marxistas. Lenin escribió: «El rasgo principal de los razonamientos del autor, señalado ya desde el comienzo, es su estrecho objetivismo, que se limita a demostrar la inevitabilidad y la necesidad del proceso, y no hace ningún esfuerzo por descubrir en cada fase concreta de este proceso la forma de contradicción de clases que le es inherente. (…) El materialista no se limitaría a hacer constar que hay «tendencias históricas insuperables», sino que señalaría la existencia de ciertas clases que determinan el contenido del régimen dado y excluyen cualquier posibilidad de salida que no sea a través de la acción de los productores mismos. Por otra parte, el materialismo presupone el partidismo, por decirlo así, e impone siempre el deber de defender franca y abiertamente el punto de vista de un grupo social concreto siempre que se enjuicie un acontecimiento». (Cuestiones de la Historia; Nº12, diciembre de 1948)
Aquí se añadió que la falta de crítica y autocrítica de los historiadores supuso la ruina del funcionamiento del trabajo profesional, porque se dieron casos en que ante escritos totalmente escandalosos o defectuosos nadie se atrevió a intervenir y exponer las deficiencias. Esto significó que muchos de estos artículos y libros pasaron desapercibidos o, mejor dicho, se normalizaron:
«Las graves deficiencias reveladas en el trabajo del instituto, sin duda, podrían haberse descubierto y eliminado de manera oportuna si la crítica y la autocrítica bolcheviques se hubieran desplegado. En el instituto, existe un temor generalizado de ofender a cualquiera, se ha arraigado una tradición podrida: no criticar a los que tienen un rango científico superior. La crítica y la autocrítica no eran en el instituto el principal método para formar al personal y elevar todo el nivel de trabajo. Por tanto, no es casual que la mayoría de los errores en el trabajo del instituto no fueran revelados en el instituto mismo, sino por nuestra prensa». (Cuestiones de la Historia; Nº12, diciembre de 1948)
En efecto, existieron comunistas con ideas correctas y muchos de ellos blandieron su espada contra el auge del nacionalismo ruso o paneslavo. Al respecto de esto, recomendamos en especial el artículo de Vladímir Yevgenyevich Illeritsky: «Opiniones históricas de Alexander Ivanovich Herzen» (1952), publicado en la revista Cuestiones de la Historia. En él, se recordó a los historiadores soviéticos que este revolucionario ruso del siglo XIX consideró una deshonra para los rusos que el gobierno zarista aplastase y subyugase a otros pueblos no rusos, como el polaco. Demostró que el supremacismo nacional y el racismo étnico eran nociones incompatibles para un revolucionario que obrase en pro del progreso:
«En los años 50-60 del siglo XIX Herzen, enojado, se alzó en armas contra las «teorías» racistas de los alemanes y otros chovinistas. «No hay nación que haya pasado a la historia, que pueda considerarse una manada de animales», señaló en 1851, «así como no hay nación que merezca ser llamada asamblea de los elegidos». Revelando sus propias opiniones sobre la cuestión nacional, Herzen escribió: «Estamos por encima de la sensibilidad zoológica y somos muy indiferentes a la cuestión de la pureza racial, lo que no nos impide ser plenamente eslavos». El gran demócrata ruso siempre se ha opuesto resueltamente a la persecución de los eslavos como raza «inferior». «Nunca hemos sido nacionalistas ni paneslavistas», dijo, «pero la injusticia hacia los eslavos siempre nos ha parecido atroz». Al mismo tiempo, Herzen criticó las distorsiones cosmopolitas en el campo de la historia, enfatizó la necesidad del desarrollo integral de una cultura nacional independiente de cada pueblo. Herzen era partidario de la amistad entre los pueblos. Hizo un llamado a los pueblos a la ayuda mutua fraternal en la lucha contra la opresión social y nacional. Una viva expresión de estas convicciones de Herzen fue su llamamiento al pueblo ruso para que apoyara la lucha del pueblo polaco contra el zarismo en 1863. Al prestar sincera asistencia a la causa de la liberación nacional polaca, Herzen, en palabras de V. I. Lenin, «salvó el honor de la democracia rusa». (Vladímir Yevgenyevich Illeritski; Opiniones históricas de Alexander Ivanovich Herzen, 1952)
Aquí se anotó cómo Herzen obtuvo cada vez un mayor acercamiento al materialismo histórico, convirtiéndose en un verdadero orgullo para los rusos. ¿Qué se pretendió recuperando a un internacionalista como este? Que todo el mundo se dedicase al estudio de su figura con el fin de extraer las notables moralejas que guardaba su biografía:
«Adquirió una comprensión más profunda del papel de las masas en la historia, realizando un estudio crítico de la historiografía noble-burguesa, que se distinguía por exageraciones extremas del papel del individuo en la historia, llevando a Herzen a una solución más correcta de este problema. Pensaba que «la personalidad es una fuerza viva, un fermento poderoso, cuyo efecto no siempre se destruye ni siquiera con la muerte», pero al mismo tiempo enfatizaba cada vez más definitivamente la dependencia de las actividades de los grandes personajes de las condiciones históricas. «La personalidad», escribió Herzen, «es creada por el entorno y los eventos». Precisamente señaló que «los genios casi siempre se encuentran cuando se los necesita». (Vladímir Yevgenyevich Illeritski; Opiniones históricas de Alexander Ivanovich Herzen, 1952)
Por desgracia, esta tendencia internacionalista no prosperó, dado que ya en 1949 las campañas contra el cosmopolitismo ocuparon el tema y el foco central de la agitación y propaganda del Partido Bolchevique. Y, si bien en algunos casos se esgrimían objetivos y argumentos totalmente justos, también sirvió de trampolín para todos los nacionalistas rusos, los cuales, puede afirmarse, se impusieron definitivamente, como luego veremos.
La historiografía soviética en la era Malenkov-Jruschov y su exaltación del chovinismo ruso
En este apartado examinaremos cómo lo único que hicieron los historiadores jruschovistas fue no asumir sus responsabilidades en cuanto a vicios y manías como el «culto a la personalidad», el «chovinismo ruso», el «bajo nivel ideológico de los profesionales», el «arribismo» o el «burocratismo» de los historiadores en la época de Stalin, del que tanto se quejaron −y del que, en parte, eran responsables−. Un tipo de fenómenos que, huelga decir, en muchos casos continuaron e incluso se agravaron con el tiempo, como veremos en otros capítulos.
En agosto de 1953, cinco meses después de la muerte de Stalin, los historiadores seguían debatiendo sobre las diversas naciones que componían la URSS, sus guerras del pasado, sus tensas relaciones desde la incorporación al Zarato Ruso, etcétera. Como comprobaremos, el cambio en la línea sobre cuestión nacional afectó de tal manera que provocó que se esgrimieran pensamientos como los que siguen:
«Por lo tanto, hasta que se completó la anexión de Asia Central a Rusia, la amenaza para los pueblos de Asia Central por parte de los invasores británicos era bastante real. Se puede argumentar con certeza que, si Asia Central no se hubiera anexado a Rusia, se habría convertido en objeto de agresión por parte de los colonialistas británicos. (...) La anexión de los pueblos de Asia Central a Rusia no tuvo lugar de la misma manera. En algunos casos, se logró a través de la conquista, en otros se procedió de manera pacífica −los zhuzes kazajos, el norte de Kirguistán, los turcomanos del Caspio y los turcomanos de Murgab, parte del pueblo Karakalpak, etc., se unieron pacíficamente−. Por tanto, sería incorrecto llamar a esta adhesión una conquista indiscriminada. Muy indicativo para el siglo XVIII y principios del XIX hay un anhelo de las tribus y pueblos de Kazajistán y Asia Central por la transición a la ciudadanía rusa». (I. S. Braginsky, S. Radzhabov, V. A. Romodin; Sobre la importante cuestión de la unión de Asia Central para Rusia, 1953)
En realidad, no puede haber algo más zafio que tales «explicaciones sobre el desarrollo histórico». Si tomamos como ejemplo la larga conquista romana de los pueblos de la Península Ibérica, la cual duró nada más y nada menos que unos 200 años, la República utilizó toda una serie de tácticas tanto violentas como pacíficas. En su momento, la Roma Republicana combinó una política violenta que exigía la rendición sin condiciones –con protagonistas visibles como Galba o Catón− como también una política de diplomacia, alianzas, concesiones e integración paulatina de la comunidad indígena −como intentaron figuras como Tiberio Sempronio Graco−. Esto último se consiguió, en buena parte, aprovechándose de la tradición clientelar común entre los hispanos y en ocasiones, por supuesto, del soborno a las personalidades más influyentes.
Hemos de tener en cuenta que, cualquier conquista y homogenización que se inicia en un lugar, siempre produce una enconada resistencia del pueblo invadido, el cual desea salvaguardar sus rasgos identitarios, pero también hay quienes deciden adaptarse al invasor por las prebendas que puedan obtener de él y, para ello, la adquisición de un nombre romano es una buena prueba de tales intenciones. No obstante, cuando el proceso de aculturación en un lugar está lo suficientemente completado −algo que, en muchas partes de Hispania, así fue−, se da el proceso contrario: por extraño que parezca, los sujetos se retrotraen a los orígenes «indígenas» como forma de distinción o moda, de ahí que el término «hispanus» pueda haber sobrevivido como etiqueta tras décadas o siglos. En efecto, algunos de los jefes guerreros ibéricos anhelaban la ciudadanía romana puesto que otorgaba enormes privilegios y, no pocos de ellos, traicionaron a sus homólogos. Lo mismo se puede decir sobre el estatus jurídico que se le otorgaba a cada urbe según hubiera sido su pasada y actual relación con Roma. Pero, más allá de sobornos, promesas y todo tipo de fórmulas intermedias, ¿borra esto la plena voluntad del Senado de Roma de someter a otros pueblos por la fuerza? En absoluto, incluso hubo ocasiones en que se castigó a los senadores que trataban de conseguir esta sumisión por métodos lentos y pacíficos. Véase la obra de Gonzalo Bravo: «Nueva historia de la España Antigua» (2011).
Un caso que ha cobrado mucha importancia en los tiempos recientes es el del pasado ucraniano bajo el yugo zarista y su blanqueamiento. El juicio de los historiadores soviéticos respecto a esta cuestión recibió la bendición de la dirección del propio PCUS en tiempos del apogeo político de Malenkov y su llamado «nuevo curso». De hecho, en conmemoración del tricentenario de la unificación de Ucrania al Estado ruso en 1654, se lanzó un artículo titulado «Tesis sobre el tricentenario de la unión de Ucrania con Rusia aprobadas por el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética» (1954), publicado en el Nº271 del órgano internacional de la Kominform, «¡Por una paz duradera, por una Democracia Popular!». Pero antes de analizar dicho escrito, hay que hacer unas observaciones necesarias.
En el momento en el que se escriben las siguientes líneas, la guerra reciente entre Rusia y Ucrania ha llevado a muchos a ver en la agresión de Putin y el imperialismo ruso la continuación de la actitud del viejo zarismo hacia Ucrania. La guerra de estos momentos sería, tan solo, un episodio más en una negra historia de siglos de opresión nacional por parte del chovinismo ruso contra la soberanía e independencia ucraniana. Este pensamiento no es ni incorrecto ni infundado, el propio Putin en su declaración de guerra del 22 de febrero del 2022 se amparó en esta visión y declaró que Ucrania nunca fue una nación y que debía volver a ser absorbida por el Estado ruso. Por nuestra parte, sean de Putin o de Rosa Luxemburgo, ya hemos dado contestación a estos delirios gran rusos y desmontado sus ridículas lecciones de historia, recordando en lo necesario un poco de historia ucraniana. Véase la obra: «El PCE (r) y Cía. como voceros del imperialismo ruso» (2022).
Estas concepciones no nacen de la nada, y fueron alimentadas con la idea de que la adhesión de Ucrania al Zarato Ruso fue muy positiva porque «fortaleció a ambos pueblos». Cuando leemos una justificación de su reivindicación bajo un falso pretexto de que, en la unificación, no jugó papel alguno ningún interés que no fuera el «popular», en abstracto. Cuando leemos una síntesis de la «gloriosa hermandad ruso-ucraniana del pasado», donde se ignora la persecución de cualquier manifestación nacional de Ucrania, mientras que, por el contrario, los ucranianos debían sentirse orgullosos de «haber participado en las gloriosas batallas que dirigieron sus hermanos de Moscú». Pasemos a abordar el texto en detalle, pues su aprobación por parte del Comité Central del PCUS lo hacen ser no una muestra casual y anecdótica de chovinismo en la historiografía soviética, no es un artículo de fondo sin relevancia, sino que muestra la nocividad de esta tendencia en su totalidad.
Desde su primer párrafo observamos como, citando solo una línea de un artículo de Lenin de 1917 sobre Ucrania, se nos hace creer que el propio Lenin reivindicaba la unión al Zarato Ruso de Ucrania.
«La unión fue de especial significancia para el desarrollo histórico de las dos grandes naciones, «tan afines por su idioma, su territorio, su carácter y su historia». −Lenin−». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Tesis sobre el tricentenario de la unión de Ucrania con Rusia, 1954)
Esto es citar de manera completamente arbitraria a Lenin, práctica que empezaría a ser común en aquella época gracias a figuras infames como Súslov. Lenin no está hablando en ese escrito de la unión al Estado ruso dada en 1654, sino de que, sin olvidar el derecho a la separación inherente a la autodeterminación, el pueblo ucraniano tenía un vínculo con el ruso que debía fortalecerse para unir fuerzas contra el capitalismo y el gobierno provisional. La unión del 1654 tiene un contenido político implícito de subordinación de Ucrania al dominio zarista, por mucho que se le intente maquillar con que surgiera de un anhelo popular. ¿Qué dice Lenin en dicho texto sobre la relación del zarismo con Ucrania? Reproduzcamos el pasaje entero para ver qué ocultaban los historiadores poststalinistas:
«Sólo el reconocimiento absoluto de este derecho [a la autodeterminación] puede romper en la práctica, completa e irrevocablemente, con el maldito pasado zarista, en el que se hizo todo para causar el distanciamiento mutuo de dos pueblos tan afines por su idioma, su territorio, su carácter y su historia. El maldito zarismo convirtió a los gran rusos en verdugos del pueblo ucraniano, y fomentó en éste el odio contra quienes llegaron hasta prohibir a los niños ucranios hablar y estudiar en su lengua materna. Los demócratas revolucionarios de Rusia, si quieren ser verdaderamente revolucionarios y verdaderamente demócratas, deben romper con ese pasado, deben reconquistar para sí mismos, para los obreros y campesinos de Rusia, la confianza fraternal de los obreros y campesinos ucranianos». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Ucrania, 1917)
Los más de 260 años de pertenencia de Ucrania al Zarato ruso, para Lenin no eran el producto de la historia de una libre unión de pueblos, sino el fomento de un odio del gran ruso al ucraniano en su lucha por expoliarle y privarle de su identidad nacional básica. Huelga decir que cuando Lenin abogó por mantener el vínculo entre ambos pueblos, no lo hizo en aras de realizar un mero continuismo de las relaciones entre ambas naciones, sino alterando, por supuesto, su contenido.
Esto, que es tan simple para comprender la formación de la URSS, no era comprendido por unos historiadores soviéticos que simplemente declaraban que, independientemente de la época, que Ucrania compartiera Estado con Rusia equivalía a que «ambos pueblos marcharan juntos fraternalmente». Leemos así, por ejemplo, que en 1654:
«Habiendo unido para siempre su destino con el del fraternal pueblo ruso, el pueblo ucraniano se salvó de la esclavitud extranjera y aseguró la posibilidad de su desarrollo nacional. A su vez la unión de Ucrania con Rusia ayudó ampliamente a reforzar el Estado ruso y a mejorar su prestigio internacional». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Tesis sobre el tricentenario de la unión de Ucrania con Rusia, 1954)
Como decíamos en anteriores capítulos, estos historiadores solo percibían una «esclavitud» de una «potencia extranjera» cuando se trataba de Polonia u otros, pero el carácter forzoso y poco compresivo de dicho actuar desaparecía automáticamente cuando procedía de Moscú.
En este artículo la unión del 1654 fue declarada la síntesis del desarrollo de toda la historia de Ucrania hasta entonces, el evento al que se dirigía dicho territorio desde la consagración misma del antiguo estado Rus de Kiev. Al parecer, y destilando un bochornoso idealismo histórico, ningún otro destino podría haberle deparado a Ucrania sino ese:
«La unión de Ucrania con Rusia en 1654 fue el desarrollo natural de la totalidad de la historia previa de los dos pueblos eslavos fraternales, el ruso y ucraniano. Estaba determinado por el desarrollo de las relaciones políticas económicas y culturales de Ucrania con Rusia durante siglos y coincidía con los intereses y aspiraciones vitales de ambos pueblos». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Tesis sobre el tricentenario de la unión de Ucrania con Rusia, 1954)
El rigor de estas declaraciones es, cuanto menos, dudoso. ¿Por qué entonces Ucrania ha de unirse a Rusia en el siglo XVII, mientras que Lituania, que se había unido a Polonia en paralelo a Ucrania también en el 1569, permaneció con el pueblo polaco y tardó un siglo más en unirse a Rusia en 1795? ¿Se trata de una anomalía en el desarrollo de la realidad, o es que Lituania también estaba condenada irremediablemente desde hace siglos al distanciamiento por no haber encontrado sus orígenes en el antiguo Estado de Kiev?
Siguiendo esta lógica, según lo expresado en el documento, cuando cada pueblo decide ser parte de la URSS, es poco menos que un acto predestinado a ocurrir, pues se trataría tan solo de continuar una «bonita tradición de caminar juntos por la historia frente a los enemigos». Solo hace falta quitarle el color de rosa a esta interpretación de la historia rusa, para ver como esto coincide plenamente con lo que piensan los anticomunistas, donde conciben a la URSS como la continuación, que no la ruptura, de la dominación colonial de la gran Rusia sobre cada territorio no ruso, solo que camuflado de rojo, y lamentan la disolución de la unión repúblicas en los 90 como un trágico acto para la propia Rusia.
Obviamente, en el artículo el terror y opresión nacional del zarismo sobre Ucrania no es algo ignorado, sino denunciado:
«La autocracia zarista era el peor enemigo de rusos, ucranianos y demás pueblos de Rusia. Asentándose en las altas esferas de los terratenientes locales y la burguesía, el zarismo llevó a cabo una política cruel de opresión nacional y colonial de los pueblos no rusos. El zarismo abolió el autogobierno local en Ucrania, brutalmente destruyó al movimiento de liberación nacional ahogando todo intento de establecer un Estado ucraniano; realizó una política de rusificación forzada y obstaculizó el desarrollo de la lengua y cultura ucraniana». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Tesis sobre el tricentenario de la unión de Ucrania con Rusia, 1954)
Sin embargo, y aunque parezca extraño, los autores negaron reconocer que este negro destino que cayó sobre Ucrania fue una consecuencia directa de la «unificación». Su postura era completamente contradictoria, diciendo que no fue relevante que la Rusia a la que se unieron tuviese al Zar de dirigente en 1654, ya que eso era eclipsado por el hecho de que la adhesión ucraniana fue votada en la Rada de Pereyáslav de forma «popular»:
«La decisión de la Rada de Pereyáslav [la unificación de Rusia con Ucrania en 1654] fue la consumación de la lucha de todo el pueblo por la unificación de Rusia con Ucrania, una expresión de las aspiraciones y esperanzas milenarias del pueblo ucraniano y un punto de inflexión en sus vidas. La unificación de Rusia con Ucrania, aún pese al hecho de que Rusia estaba dirigida entonces por el Zar y los terratenientes, fue de una enorme importancia progresista para el mayor desarrollo político económico y cultural de los pueblos rusos y ucranianos. La significancia histórica de las decisiones de la Rada de Pereyáslav sobre los destinos del pueblo ucraniano fue, por encima de todo, que Ucrania habiéndose unido a Rusia sobre el marco de un mismo Estado ruso fue salvada de la esclavitud de la alta burguesía polaca y de ser consumida por la Turquía de los sultanes». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Tesis sobre el tricentenario de la unión de Ucrania con Rusia, 1954)
Ignorando los argumentos repetitivos de que «X» o «Y» anexión de territorio a Rusia fue positiva para evitar que otro Estado se los tragara, que ya constituye un cliché de la época, no señores historiadores, el hecho de tipificar si la unión fue progresista no puede ser independientemente de que reine el Zar. Precisamente, el hecho de que Ucrania se uniera al Zarato Ruso de Alejo I de Rusia, que derivaría en el Imperio de los Romanov, y no a una «República Federal de los Pueblos Eslavos Libres de Rusia», fue que la persecución nacional a Ucrania, ya descrita en extensión, se dio en primer lugar. Fue por eso que lo progresista en este evento es limitado, pues igual que se juzga de «bárbaro» al yugo polaco sobre Ucrania, la realidad es que la mejora respecto a que las centurias que persiguieran campesinos ahora fueran rusas era limitada cuanto menos. Presentar los hechos del modo simple y unilateral como se nos muestra en el documento es, simplemente, una tergiversación producto de una mentalidad chovinista gran rusa.
El mismo evento de la liberación ucraniana respecto a Polonia no fue, ni mucho menos, una línea recta donde el pueblo ucraniano tuvo la iniciativa respecto a todas las decisiones tomadas y pleno control sobre las acciones políticas que llevó a cabo la aristocracia nacional. La Guerra de Liberación Nacional Ucraniana de 1648-1654 contra Polonia empieza con revueltas del líder militar Bogdán Jmelnitski, figura que en primer lugar no esperaba contar ni buscó el apoyo de las masas campesinas, sino que asentó su apoyo en la aristocracia ucraniana patriótica. La participación de los trabajadores urbanos y campesinos en la rebelión fue para él un hecho inesperado, pues más que actuar por orden directa, esta surgió de forma espontánea debido a coincidir con la aristocracia local fiel a Jmelnitski en el interés de luchar contra Polonia. Hoy sabemos que, sin haber contado con el apoyo del gran grueso de las masas populares para encabezar la ofensiva, para resistir y absorber los ataques polacos en periodos de retroceso, nunca podría Ucrania haberse emancipado de Polonia. Pero Jmelnitski no tenía forma de saberlo y simplemente jugó con las cartas que tenía entonces a su disposición. En ocasiones hubo de pactar treguas con los polacos, negociar, retroceder y repensar su estrategia, buscando por desesperación apoyos externos de dudosa lealtad, teniendo como aliado al Kanato de Crimea, facción que tan pronto se aliaba con los ucranianos, también los traicionaba o conspiraba contra ellos. El socorro a Rusia que Jmelnitski reclama fue un acto de desesperación, fruto de un desgaste donde tras 6 años de aguantar la guerra, las posibilidades de que el pueblo pudiera seguir aguantando el peso del conflicto un año más eran casi nulas. Ya ni hablemos de siquiera ver materializarse sus esfuerzos en un triunfo. Visto en perspectiva, la unificación ruso-ucraniana decidida en la Rada no nace principalmente de un deseo de integrar en Rusia, sino de acabar con la guerra y poner fin a la opresión casi esclavista de la nobleza polaca. Además de que los procesos políticos no eran dirigidos por las masas populares, sino por la mencionada aristocracia que era la compañera ideológica y constituía la facción que daba el grueso de apoyo material a Jmelnitski. Véase la obra de la Academia de las Ciencias de la URSS: «Una historia de la URSS, Tomo I» (1947).
Esto los historiadores soviéticos, hacía no mucho tiempo, lo tenían claro y así lo reflejaban en sus manuales escolares de historia. No es casualidad que el mejor de todos ellos, el de 1947, contase con la supervisión editorial de A. M. Pankratova. Ya hemos visto como esta académica combatió al nacionalismo ruso en auge en la historiografía soviética, siendo que tener su visión sobre los hechos de la historia de los pueblos de la URSS como parte de la «versión oficial» es un buen apoyo con el que combatir al chovinismo ruso en auge. Pero dicho manual se publicó 7 años antes de la redacción del documento citado y, aun así, como ya vimos, para entonces la intoxicación ideológica y la rehabilitación de la política exterior zarista ya había causado estragos en la historiografía soviética.
De nuevo, la visión zarista de la historia revoloteaba en las mentes de los historiadores de 1954, llegándose al punto de reivindicar las victorias del Imperio ruso contra las potencias rivales como «parte del legado de la hermandad ruso-ucraniana»:
«En la Guerra Patriótica de 1812 los pueblos de nuestro país, el pueblo ucraniano incluido, dirigidos por el pueblo ruso, derrotaron la invasión del ejército de Napoleón». (Partido Comunista de la Unión Soviética; Tesis sobre el tricentenario de la unión de Ucrania con Rusia, 1954)
Cuando a principios del siglo XIX los ucranianos luchaban contra los franceses, colaborando con los rusos, no lo hacían de ninguna manera para celebrar su régimen, pues su lucha era más un intento desesperado de acabar con el hambre y pobreza que la guerra del invasor traía, que para ver sus intereses defendidos por medio del Imperio ruso. En el campo de batalla, las más de las veces, eran reducidos a carne de cañón que lanzar contra el enemigo. Al volver a tiempos de paz, tras haber compartido las miserias con Rusia, no recibieron los frutos de la victoria, pues recordamos una vez más que el régimen que regía en 1812 era el de la opresión nacional del Zar y, por haber salido victorioso este, su yugo prevaleció varias décadas más.
Compárese esto con la lucha que llevaron a cabo rusos y ucranianos contra los nazis entre 1941-45. Entonces, no solo se combatía a un enemigo cuyos prejuicios raciales le hacían ver a ambos como parte de una misma «horda eslava asiática semita a exterminar», sino que se hacía desde la igualdad de condiciones, respeto y unión fraternal entre ambas naciones. Ambos soldados eran de un mismo Estado, sí, pero cada uno pertenecía a una República distinta, la cual garantizaba la correcta expresión y defensa de los derechos nacionales de cada cual y su desarrollo en todos los ámbitos. Al defender a la URSS de los nazis, defendían a ambos pueblos por igual sin que los intereses nacionales de un bando particular socavasen profundamente la libertad de sus camaradas.
Para muestra de que tal era la visión que había entonces entre los elementos más destacados ideológicamente en la Ucrania soviética, de patriotismo e internacionalismo por igual, veamos el testimonio de un observador extranjero, inglés, en un koljoz ucraniano, para ver el estado de ánimo generalizado:
«Empezaron a cantar canciones ucranianas. Pregunté si la vieja canción nacional ucraniana «Ucrania aún no está perdida» había sido cantada. Se me respondió que ya no era cantada. Era considerada muy pesimista y era solo apropiada en los días del zarismo cuando Ucrania no estaba reconocida. En su lugar cantaban una nueva canción «dejad que el Maestro Stalin venga a visitarnos». Esto, me contaron, solía cantarse justo en la cara de los alemanes, quienes no entendían qué significaba. No podía ver mejor prueba que esta de que un gran cambio había ocurrido en Ucrania desde la última vez que estuve allí [en 1919]. La vieja demanda de independencia, que era inalcanzable, y nunca fue pretendida seriamente salvo por unos pocos fanáticos, había sido reemplazada por una profunda fe en la cooperación con la Gran Rusia en la Unión de Repúblicas Soviéticas». (M. Philips Price; Rusia roja o blanca, 1946)
El autor, un laborista liberal que a priori creía fervientemente en que la URSS seguía bajo tradición del zarismo ruso, se vio forzado a admitir lo contrario. Ello evidencia del profundo cambio que había en el sentimiento nacional ucraniano de una a otra época. Sin embargo, como ya vimos, este nuevo espíritu empezó a desarticularse ya antes de la guerra, y finalmente, tras esta, terminó de imponerse esa especie de reedición del chovinismo nacional gran ruso. Este impregnaría todas las publicaciones soviéticas de índole histórica. Al resto de pueblos, como el ucraniano, solo les quedó la opción de aceptar la «genialidad» y «superioridad» de lo ruso so pena de ser acusados de «nacionalistas» y otros epítetos.
El desacomplejado resurgimiento del nacionalismo ruso tuvo como consecuencia inmediata el otorgar unas armas poderosísimas a corrientes en decadencia y totalmente desacreditadas como el anarquismo o el trotskismo. Mismamente, este último, a través de una de sus máximas figuras, registró a menudo las noticias de los medios soviéticos para intentar demostrar que ellos «tenían razón» sobre el «carácter reaccionario del stalinismo»:
«Una parte integral del imperialismo de Rusia bajo Stalin fue la glorificación de los zares que construyeron el Imperio, y sus generales: Iván el Terrible, Pedro el Grande, Suvórov, Kutúzov, etc. Los herederos de Stalin continúan en la misma tradición. El 18 de mayo de 1954, Pravda anunció que se colocaría una placa conmemorativa especial para el almirante S. O. Makarov, quien comandó la armada zarista en la guerra de 1904-5 contra Japón. Voroshílov, presidente de la URSS, elogió al «gran general ruso Aleksandr Vasílievich Suvórov y al glorioso almirante Fiódor Fiódorovich Ushakov». (Pravda, 15 de octubre de 1955). La siguiente inclinación fue dada a la ocupación de Ucrania por la Rusia zarista: «La reunión de Ucrania con Rusia [en 1654]... fue de tremenda importancia progresiva para el futuro desarrollo político, económico y cultural de los pueblos ucraniano y ruso». «La reunión con el fuerte Estado ruso centralizado ayudó al desarrollo económico y cultural de Ucrania». «La admisión de Ucrania en Rusia también fue de gran importancia internacional. Asestó un golpe a la Polonia de la nobleza». (Noticias soviéticas, 21 de enero de 1954). Imagínese un comunista británico escribiendo: «La unión de la India con Gran Bretaña fue progresista. ¡Tuvo una gran importancia internacional ya que asestó un golpe a las aspiraciones agresivas de la Francia imperialista!». Una vez más, ¡imagínese a un comunista británico alabando a Clive, Rhodes o Kitchener!». (Tony Cliff; Rusia de Stalin a Jruschov, 1956)
Por supuesto, hay que entender que esta exposición de los errores de los «viejos stalinistas» permitió al trotskismo intentar tapar las mil y una previsiones que este anticipó sobre el régimen soviético y que nunca sucedieron. Pero hay más: si bien estas líneas críticas son correctas, resulta curioso que el folleto omitiese toda crítica a la posición que el mismo Trotski tuvo frente a la guerra ruso-japonesa, siendo que apoyó a la Rusia zarista mientras los eventos se desencadenaban frente a sus ojos y no 40 o 50 años más tarde. ¿Acaso estamos aquí frente a un «desliz stalinista» de Trotski? Dudosamente, pero si lo estamos ante una oportuna «desmemoria» del señor Cliff. Comprobamos así que el trotskismo solo es capaz de ver crecer malas hierbas en los jardines de los demás. Véase la obra: «Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética» (1938).
Por otro lado, en los años 60 y 70, la mayoría de marxista-leninistas afirmaron que el resurgimiento de estas corrientes era culpa del jruschovismo:
«Después del XXº Congreso del PCUS de 1956, y especialmente después del XXIIº Congreso del PCUS de 1961, donde el renegado de Jruschov lanzó la salvaje campaña antistalinista, el trotskismo que había recibido duros golpes y había perdido toda influencia en las masas levantó la cabeza, reanudó su actividad a gran escala, y extendió sus venenosas raíces a muchas áreas y países del mundo». (Agim Popa; El movimiento revolucionario actual y el trotskismo, 1972)
Aquí hay que matizar varias cosas, pues, aunque consideramos que esta afirmación es bastante certera, no deja de ser muy incompleta. La reactivación del trotskismo también está conectada –y no podía ser de otro modo– con la inexperiencia, improvisación, poca contundencia y las falsas estimaciones del propio movimiento marxista-leninista en época de Lenin y Stalin –sin entrar ya en los vicios y manías heredados en las militancias comunistas en época de Marx y Engels, que se traspasaron a las siguientes generaciones–. Véase el capítulo: «Entonces, ¿nunca ha coqueteado el marxismo-leninismo con nociones mecanicistas, místicas o evolucionistas?» (2022).
Para que el lector comprenda de qué hablamos, usaremos un ejemplo. El fraccionalismo, signo de identidad del actuar trotskista, surge tras décadas de que este fuera la norma en casi todos los partidos obreros europeos. Marx se opuso al modelo de programa lasalleano, mientras se ponía al servicio de un partido que se fundó y, durante los años en los que Marx trabajo para él, operó bajo un programa así: el Partido Socialdemócrata de Alemania. Los bolcheviques no rompieron con esa nefasta tradición hasta el 1912, siendo que su nuevo antifraccionalismo fue una postura sobre el funcionar del partido no compartida en el exterior, quedando dicho avance exclusivamente para los rusos. Véase la obra «El segundo congreso del POSDR en el 35 aniversario» publicado en «Revista Histórica» (Nº8, agosto de 1938).
En todo caso, lo que debe de quedar claro es que, más allá del ambiente social y de las capas que suelen formar los núcleos trotskistas, –entre una pequeña burguesía radicalizada, pedantes intelectuales de universidad, etcétera– el autor no llegó a darse cuenta de que en esta revitalización del trotskismo de su época también influyeron las concesiones ideológicas –voluntarias o forzadas– del movimiento marxista-leninista, sus nefastos resultados y la falta de autocrítica de sus estructuras y protagonistas. Diremos que, a la postre, estos fueron factores decisivos que otorgaron una gran oportunidad para que esta corriente y otros «ismos» tuviesen una base real para construir su propaganda e introducir de contrabando sus ideas antimarxistas. ¿Y quién puede culparle por ello? ¿Acaso George Sorel no aprovechó la degeneración progresiva de la II Internacional para presentar al mundo su reaccionario «sindicalismo revolucionario»? Véase el capítulo: «¿Revitalizó Sorel el marxismo como proclamó Mariátegui?» (2021).
Usando otro ejemplo, el señor Moni Guha fue el primero que comprendió por qué es importante la autocrítica ante las grandes figuras históricas marxistas y sus meteduras de pata, pues ocultarlas nos hace a nosotros ideológicamente más débiles y da munición al enemigo, cuestión que resumió cuando escribió que:
«No somos de la opinión de que si Stalin cometió grandes errores en la teoría o en la práctica el movimiento obrero se fuera a beneficiar de callarse dichos errores. De hecho, si Stalin cometió grandes errores, un fracaso por parte de los comunistas en criticar y rectificar dichos errores en época de Stalin no les habría prevenido de hacer un gran daño al movimiento revolucionario, no podrían haber prevenido al imperialismo de explotarlos a su favor». (Moni Guha; ¿Por qué Stalin fue denigrado y convertido en una figura controvertida?, 1981)
La sabiduría de dicha declaración no fue aplicada consecuentemente ni por su autor, pues inmediatamente después en el texto se declara que nadie puede constatar «ningún ejemplo de daño serio al movimiento comunista, desde 1935 hasta la muerte de Stalin». Esto demuestra que su autocrítico quedó en frases vacías, constatando que los marxistas-leninistas de entonces aún tendrían como asignatura pendiente ajustar cuentas con respecto a la «época stalinista». Véase el capítulo «La responsabilidad del Partido Comunista de Argentina en el ascenso del peronismo» (2021)». (Equipo de Bitácora (M-L); Análisis crítico sobre la experiencia soviética, 2021)
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