«También [niego] afirmar que Brasil es un sub imperialismo regional, porque empresas de ahí, invierten en Paraguay, Uruguay, etc. (…) Son relaciones mercantiles de intercambio donde se busca la maximización de la ganancia de la manera más breve y fácil». (Manuel Sutherland; Comentarios, 3 de marzo de 2015)
Esta es otra afirmación que puede dejar perplejo a cualquiera, sobre todo si vive en Latinoamérica y con unas nociones básicas de economía política marxista.
Todo el mundo sabe que Brasil fue una antigua colonia portuguesa, a principios del siglo XX era un país dependiente de los imperialismos occidentales, en especial del imperialismo británico –herencia que recibía del antiguo influjo de Gran Bretaña que había convertido a Portugal casi en su protectorado–. El país –como algunos de sus vecinos: Argentina por ejemplo– pese a las grandes riquezas existentes, debido a la sumisión en la división internacional del trabajo y la especialización económica, apenas se dedicaba a ciertos productos como el café. Después de la Primera Guerra Mundial, el número de inversiones de los imperialistas estadounidenses superó a la de los británicos, muchas de estas inversiones crearon –como no podía ser de otra forma– una industria ligera que daría gran rentabilidad económica a los inversores:
«Brasil era un país agrícola exportador de café. Las primeras industrias fueron creadas, como en otros países de la región, a comienzos del siglo XX por inmigrantes europeos y unos pocos propietarios agrícolas. Con el debilitamiento de las oligarquías agropecuarias el Estado potenció el nacimiento de grandes empresas ligadas a la explotación de los recursos naturales: Companhia Siderúrgica Nacional –creada en 1941–, Vale do Rio Doce –1942– y Petrobras –1953–. Las tres son hijas del Estado Novo. Luego de la crisis mundial de 1929 se desarrolló el proceso de sustitución de importaciones que redundó en el crecimiento de la industria. Hacia la década de 1970 comenzaron las exportaciones de textiles y calzado. En paralelo, Brasil se convirtió en un fuerte receptor de inversiones extranjeras de Estados Unidos y Europa que se focalizaron en las industrias de bienes de consumo duraderos –automóviles y electrodomésticos– de la mano de empresas como Ford, GM, Volkswagen, Whirlpool, Scania, Volvo y Mercedes Benz entre las más destacadas. Con el régimen militar crecieron las empresas constructoras nacionales –Odebrecht, Camargo Correa y Andrade Gutierrez–, se creó en 1969 la empresa aeroespacial Embraer y la industria petroquímica en base a la alianza entre el Estado, capitales privados y extranjeros». (Raúl Zibechi; Brasil potencia: Entre la integración regional y un nuevo imperialismo, 2012)
Después del golpe militar de 1964, se decidió al año siguiente suprimir todos los partidos excepto dos el ARENA y el MDB, los detenidos y ejecutados de forma extrajudicial era el pan de cada día. Con el régimen acusado por la crisis Geisel anunció en 1974 la relajación del nivel de censura y represión del régimen para calmar a la oposición, esto abrió una brecha que permitía aprovechar los nuevos aunque pequeños cauces legales abiertos. En 1979 se permitió la participación electoral de nuevos partidos que empezarían a rivalizar por cuotas de poder. En esta coyuntura la oposición crecía exponencialmente pese al cambio de leyes electorales, y al terror en las calles. Y aunque la economía se había modernizado y estabilizado comparado con los países de alrededor, las masas no veían reflejados esos avances en su nivel de vida, por lo que las protestas y la conflictividad social continuarían hasta nuestros días.
Esto significa que Brasil no es hasta los años 70 cuando se empieza a conformar en serio la idea de su proyecto político imperialista, y siempre bajo la tutela, alianza y ayuda del imperialismo estadounidense; de hecho, sin EEUU no habría podido darse esta evolución o bien habría tardado muchas décadas en el propósito de desarrollar sus fuerzas productivas que le permitieran consolidar ese proyecto imperialista:
«En los años siguientes el país crecería a ritmos formidables, alcanzando el 12% anual a comienzos de la década de 1970, mientras la industria llegó a crecer a un ritmo del 18% anual. La inversión norteamericana crece abruptamente y el salario real cae más del 20% entre 1965 y 1974, pero las exportaciones de productos manufacturados se triplican en el mismo período. Son las filiales de empresas extranjeras las que acaparan la mayor parte de esas exportaciones. En pocos años Brasil se convierte en la octava potencia industrial del mundo. Bajo el régimen militar la burguesía industrial brasileña «trata de compensar su imposibilidad para ampliar el mercado interno a través de la incorporación extensiva de mercados ya formados, como el Uruguay, por ejemplo». Por cierto, esa «imposibilidad» refleja, por un lado, la debilidad de una burguesía incapaz de plantar cara al latifundio, pero, por otro lado, refleja también la potencia del movimiento social ya que el temor a las clases populares la lleva a echarse en brazos de la oligarquía terrateniente y las fuerzas armadas. Pero esa expansión hacia los mercados externos de la región no puede hacerla sino en alianza estrecha con el capital monopolista estadounidense, ya que la capacidad de ahorro interno de la burguesía industrial brasileña es aún muy baja, lo que le impide promover la constante renovación tecnológica de la industria. Durante un largo período la debilidad de esa burguesía que tiene sus intereses prioritariamente en Brasil, le impidió construir una estrategia política y económica relativamente autónoma». (Raúl Zibechi; Brasil potencia: Entre la integración regional y un nuevo imperialismo, 2012)
No olvidemos que entre tanto, pese este proyecto ambicioso de la burguesía brasileña, las deudas de Brasil y las fluctuaciones del mercado hicieron que el país casi llegase a la bancarrota en los 80, por lo que no fue un camino de rosas, muchos analistas incluso señalan la falta de perspectiva clara en el proyecto brasileño de aquel entonces y las riñas entre las fracciones de la burguesía en cuanto al camino a seguir. Las movilizaciones por cuestiones salariales, precariedad laboral y falta de libertades políticas no cesaron en los 80, famosas fueron las de 1984 bajo el grito «Elecciones directas ya» que pretendían reformar el sistema para conseguir unas elecciones presidenciales directas. Los militares atónitos no supieron reaccionar ni creyeron que se pudiera dar marcha atrás. En 1985 el Congreso Nacional aprueba la disolución del régimen militar creando la división de poderes, la legalización de todos los partidos y el voto directo como se reclamaba por entonces.
Si se mira con perspectiva, el camino recorrido por Brasil es parecido al recorrido en esos años por China:
–Primera fase: un gobierno a fin como el de la dictadura militar salida del golpe de Estado de 1964 solicita créditos e inversiones, armas y tecnología al imperialismo estadounidense, y otros imperialismos, a la vez que trata de mantener los sectores clave de la economía bajo su mando para poder maniobrar político-económicamente y acumular capital;
–Segunda fase: se invierten los excedentes de capital, o mejor dicho la plusvalía obtenida, en terceros países para obtener superganancias aunque suponga ignorar las necesidades del pueblo trabajador brasileño, realmente no puede ser de otra forma, sino el imperialismo dejaría de ser imperialismo. En ese sentido, en las protestas de inicios de los 80 los trabajadores brasileños reclamaban que el crecimiento económico no se había reflejado en los salarios, lo que viene a demostrar que la burguesía imperialista, en caso de progresar económicamente –a costa de terceros países–, nunca invertirá los beneficios en mejorar las condiciones materiales de los trabajadores.
A inicios del siglo XXI la conversión de Brasil en un país imperialista se hace oficial cuando las exportaciones de capitales superan a las inversiones de capital que recibe:
«A partir de los años 1970, entre tanto, surge un proceso diferente de lo que había ocurrido previamente: las empresas brasileñas comienzan a exportar capital, lo que constituye una novedad para un país que siempre había recibido inversiones extranjeras. En este período, las empresas financieras, de industria, de la construcción y Petrobras hacen inversiones en el exterior, principalmente en América del Sur y otros países llamados «subdesarrollados». La tendencia cobró fuerza en los años 1990 y 2000, cuando la internacionalización de las empresas brasileñas alcanza diversos sectores de la economía y se convierte en un elemento ya no marginal de la economía mundial. La creciente exportación de capital por empresas brasileñas llegó a un punto crítico en 2006, cuando las inversiones brasileñas superaron en el extranjero a las empresas extranjeras que invierten en Brasil, lo que se debía en gran parte a la compra de Inco de Canadá por la Compañía Valedo do Rio Doce». (Pedro Henrique Pedreira Campos; El imperialismo brasileño en los siglos XX y XXI; una discusión teórica, 2009)
Si miramos los datos de 2012, podemos ver como las empresas brasileñas tienen un gran nivel de empleo e ingresos en el exterior: Jbs-Friboi del sector alimenticio tenía un 61,7% de empleos en el exterior y un 77,4% de los ingresos también venían del exterior; Gerdau de Metalurgia 45,3% de empleos en el exterior y un 52,0% de ingresos en el exterior; Odebrecht de la construcción, un 45,3% de los empleos en el exterior y un 52% de los ingresos en el exterior; Coteminas de minerales, un 21% de empleos en el exterior y un 88,5% de ingresos en el exterior. SABÓ de Vehículos 35,7% de los empleos en el exterior y un 43,25% de ingresos en el exterior. Stefanini Información 37,0% de empleos en el exterior y un 35,7% de ingresos en el exterior; Weg Mecánica 16.0% de empleos en el exterior y un 39,2 de ingresos en el exterior.
¿Cómo influiría este ascenso meteórico de las empresas brasileñas en los países latinoamericanos?:
«Entre 1995 y 2004 las empresas brasileñas realizaron fuera de fronteras 90 fusiones y adquisiciones, con la siguiente distribución geográfica: 29 en los países desarrollados y 61 en los países en desarrollo, de las cuales 32 fueron en Argentina, cuatro en Colombia, Perú y Venezuela y tres en Bolivia. Entre 2002 y 2004 de los veinte más importantes proyectos de empresas brasileñas para la instalación de nuevas plantas en el exterior, 14 se localizaban en Sudamérica, uno en América Central, tres en Portugal, uno en Irán y otro en Noruega. Este conjunto de datos confirma la opción de las multinacionales brasileñas por la región, donde están construyendo además el grueso de las obras de la Iniciativa de Infraestructura para la Región Sudamericana (IIRSA). (...) Esta sensación de que un país poderoso está ganando espacios entre sus vecinos más pequeños, y aún entre los países medianos, viene creciendo de modo constante a medida que Brasil se convierte en una potencia de alcance global. En el sur de Perú se realizaron en los últimos años protestas contra la construcción de la hidroeléctrica de Inambari. (...) En Bolivia durante la marcha indígena en defensa del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure) entre el 15 de agosto y el 19 de octubre de 2011, se escucharon gritos contra Brasil y sus empresas. En las principales ciudades hubo marchas y bloqueos en respuesta a la dura represión policial del 25 de septiembre que provocó una crisis política con la renuncia de ministros y altos cargos. Durante el paro del 28 de septiembre que culminó con una gran manifestación que bajó de El Alto hasta la Plaza Murillo, se escuchó un eslogan nuevo: «Evo lacayo de las empresas brasileñas». (Raúl Zibechi; Brasil potencia: Entre la integración regional y un nuevo imperialismo, 2012)
Pero no nos equivoquemos, en el desarrollo imperialista de Brasil no solo hay convergencia de elementos económico-políticos concretos, sino que también encontramos elementos que pretenden atender a «cargas ideológicas» a imagen y semejanza de la actuación de otros imperialismos; expresado de otro modo, Brasil también ha creado espacios de presunta convergencia y cooperación de los países latinoamericanos cuyo propósito último es crear un espacio económico bajo sus intereses, explotando el «antiimperialismo» entendido éste como el rechazo exclusivo y siempre teórico del imperialismo estadounidense. Su trasfondo es crear, más bien disputar, el mercado latinoamericano al que entiende como elemento básico en el que sostener su crecimiento y consolidación como imperialismo. Es así que nace el «Grupo del Río», posteriormente sustituido por la «CELAC», en el que se excluye a EEUU y Canadá, y cuya consigna es la «integración y desarrollo regional» en un marco desideologizado de cooperación intergubernamental de los países que la integran en el que priman por completo las relaciones económicas. A los países integrados les sirven para intentar liberarse –al menos un poco– del yugo del Tío Sam mientras intentan obtener tratos beneficiosos de este nuevo imperialismo brasileño. De otro lado, el PT al frente de Brasil, ha impulsado el «Foro de São Paulo», un aparato presuntamente de izquierda e internacionalista que busca el respaldo de la presunta izquierda a las políticas desarrolladas por el imperialismo brasileño. Hemos de apuntar que aparejado a toda esa estrategia, hay una estrategia militarista, de hecho Brasil se ubica en el puesto Nº11 de la lista de países con mayor gasto militar: $31 500 millones que supone un 1.4 % de su PIB según datos del 2015, en el 2011 el presupuesto de defensa suponía el 2% del PIB, este se redujo a raíz de la crisis económica. Y está previsto que para el 2020 el presupuesto de defensa se haya incrementado hasta los $41 100 millones.
Es un hecho pues que Brasil es un país imperialista y una potencia regional en América. Solo los propagandistas de Lula-Rousseff o los ideólogos de la «izquierda progre» como Manuel Sutherland pueden afirmar lo contrario.
En realidad, las monsergas que todos los defensores del imperialismo brasileño sueltan, no son muy diferentes a las que soltaban los revisionistas chinos y otros cuando pretendían presentar las relaciones entre los países del segundo mundo y del tercer mundo como relaciones antiimperialistas:
«En el esquema estratégico de la teoría de los tres mundos hay un llamado segundo mundo, que se presenta como una víctima del saqueo y la opresión por el imperialismo estadounidense y el socialimperialismo soviético. Al parecer está amenazada por la inminente dominación rusa y se opone a la creciente presión de los Estados Unidos. Se supone que sus miembros son países imperialistas de Europa y Asia, así como Canadá, Australia y los satélites europeos de la Unión Soviética. Presuntamente, tienen demandas comunes que los ponen en relación con los países dependientes del tercer mundo, a los que pueden ayudar y unirse en la lucha contra las superpotencias». (Partido Comunista de Brasil; Mantener en alto la bandera invencible del marxismo-leninismo, 1977)
De hecho, cuando Brasil en los 70 era un país atrasado y contabilizado dentro de eso que llaman tercermundismo, muchos de los ideólogos del imperialismo presentaban las relaciones del fascismo brasileño con los países imperialistas de «segundo orden», como la Alemania Occidental, como relaciones «antiimperialistas», a lo cual se opusieron correctamente los marxista-leninistas:
«La ayuda del segundo mundo para el tercer mundo es un fraude. Por ejemplo, considerar el acuerdo nuclear entre la Alemania Federal y la dictadura brasileña como ayuda para los esfuerzos de nuestro pueblo para asegurar su verdadera independencia, mostraría una total falta de espíritu revolucionario. Este acuerdo, muy dañino para los intereses fundamentales del Brasil, y al que se oponen las amplias fuerzas patrióticas, es un negocio rentable para los monopolios alemanes, un medio que les permitirá poner sus manos en las reservas de uranio del país, y en particular, ayudará en el armamento nuclear de Alemania. También servirá al régimen militar brasileño para producir armas atómicas destinadas a amenazar a los pueblos vecinos y satisfacer las grandes ambiciones megalómanas de poder de los generales fascistas. La República Federal Alemana es ahora uno de los mayores inversores en Brasil, después de Estados Unidos. El objetivo de sus inversiones no es en absoluto diferente del de los monopolios estadounidenses. Explota sin piedad a los obreros y al pueblo brasileños, obteniendo beneficios fabulosos de su sudor y sangre y el saqueo de los bienes naturales. ¿Se puede decir que los monopolistas alemanes actúan de manera diferente en otros países? Actúan de la misma manera en todas partes. Los países del llamado segundo mundo no sólo invierten capital, saquean las materias primas, otorgan préstamos de alto interés y ayudan en condiciones pesadas, sino que también se esfuerzan por asegurar posiciones clave en los mercados nacionales de los países subdesarrollados. Ellos están actuando cada vez más abiertamente en el campo político, tratando de fortalecer también, allí su influencia. Es bien sabido que la Alemania Federal, conjuntamente con los Estados Unidos o por cuenta propia, está llevando a cabo intensa actividad en esta dirección, en un esfuerzo por frenar los procesos políticos que no son deseables para el imperialismo. En Portugal y España financió y proporcionó apoyo político a los llamados círculos moderados de esos países, con el objetivo de cerrar el camino al avance de la izquierda. En América Latina trata de organizar el movimiento socialdemócrata –o cristianodemócratas– como un contrapeso contra las fuerzas revolucionarias después de la caída de las dictaduras. Francia, que todavía tiene colonias, está intensificando su actividad en África, tratando de reunir alrededor de la metrópoli los países que estaban bajo su dominación en el pasado. Les está vendiendo armas modernas, acompañado de técnicos y asesores franceses. También está participando en acciones militares, como en el caso de Chad y Zaire. Gran Bretaña, que está perpetrando una agresión contra el pueblo de Irlanda y emprende actos de guerra contra Islandia, sigue reuniendo alrededor de sí las antiguas colonias de la Commonwealth británica. Aunque han perdido su llamada majestad colonial, los países imperialistas de Europa y Asia siguen siendo monopolistas y colonialistas. Los ingresos financieros que se obtienen de los capitales invertidos en el extranjero, de su desigual comercio con los países subdesarrollados, de la venta de armas, del interés de los préstamos usurarios, etc., representan todavía una parte considerable de sus ingresos nacionales, es decir, una parte del volumen total de las ganancias capitalistas. Son enemigos de la revolución, y la libertad e independencia de los pueblos oprimidos». (Partido Comunista de Brasil; Mantener en alto la bandera invencible del marxismo-leninismo, 1977)
Hoy Brasil ha logrado establecerse como una potencia imperialista regional en vías de posicionarse a nivel global, y mientras eso ocurre asistimos nuevamente a la perorata de los ideólogos revisionistas que defienden como alternativa al capitalismo las relaciones que el imperialismo brasileño está tejiendo con países atrasados y neocoloniales como Bolivia o Venezuela. La historia se repite. Lo peor es que incluso el antaño glorioso PCdoB santifica ahora estas relaciones y la política general de Lula y sucesores tras llenarse de oportunistas en su seno:
«A inicios de los 90 el Partido Comunista de Brasil (PCdoB) podemos decir que se consumó completamente la desviación del camino marxismo-leninista que se había iniciado a finales de la anterior década. Esto se podía ver no solo con las alianzas con el propio Lula que empezaba a ser popular y otros reformistas a los que se abrazaba y alababa sin criticismo alguno, sino que empezó a declararse admirador de varios de los revisionismos que hasta hacia cuatro días sermoneaba con combatir. Esta traición de Amazonas en los años 80 liquidando el espíritu revolucionario del partido consumada de forma completa en el congreso de 1992, es comparable a la que Prestes cometió con el PCB que también formalizó en el congreso de 1956. Ambos pasaran a la historia como dos líderes nefastos que llevaron a su partido al abismo, no serán recordados por sus «tesis novedosas», ni por elevar al partido a una nueva etapa de grandes éxitos, sino por castrar sus principios y marginarlo de las masas, convirtiéndose en aquello que juraron no permitir. Por supuesto como en todo proceso no podemos personalizarlo en una o dos personas, la culpa reside en toda la militancia que permitió tal agravio, tanto en la experiencia del PCB como luego del PCdoB, casos que demuestran la fragilidad del militante comunista en tanto que sujeto que debe corroborar y supervisar que se mantenga la línea revolucionaria y relevar a sus líderes si pretenden desviar la línea revolucionaria de la organización. (Equipo de Bitácora (M-L); Algunas consideraciones sobre el caso Dilma y la crisis política en Brasil, 2016)
Si el lector desea conocer más sobre las históricas organizaciones del proletariado en Brasil y su ocaso, o sobre los gobiernos populistas del socialismo del siglo XXI y sus problemas, véase el documento: «Algunas consideraciones sobre el caso Dilma y la crisis política en Brasil» de 2016». (Equipo de Bitácora (M-L); Las perlas antileninistas del economista burgués Manuel Shuterland; Una exposición de la vigencia de las tesis leninista sobre el imperialismo, 2018)
Existen imperialismos de primera, de segunda, tercera... línea. En eso se resume todo.
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