Recomendamos que esta lectura sobre el Partido Comunista de Chile (PCCh) se combine con la lectura sobre sus andanzas durante el periodo de 1922-52, solo de esa forma entenderemos que las desviaciones de los años 70 solo eran el coronario de una actividad que venía de lejos y que no se limitaron a afectar al PCCh, sino a todo el comunismo latinoamericano. Y, aunque parezca extraño, el PCCh no aprendió nada de la experiencia del Frente Popular (1936-41) y volvió a cometer todos y cada uno de los errores en la era de Allende y la Unidad Popular (1970-73), solo que en aquella ocasión el coste fue un baño de sangre. Véase el capítulo: «El frente popular chileno (1936-41)» de 2021.
«La tormenta contrarrevolucionaria en Chile continúa azotando furiosamente a las masas trabajadoras, a los patriotas y a los combatientes de ese país. Las fuerzas de derecha, que llegaron al poder por medio del golpe de Estado del 11 de septiembre, están imponiendo semejante terror que hasta los hitlerianos les envidiarían. La gente es asesinada y masacrada en plena calle, en los centros de trabajo, en todas partes, sin juicio y bajo cualquier pretexto. Incluso los estadios deportivos han sido transformados en campos de concentración. Está siendo pisoteada la cultura progresista y son quemados en las plazas, al estilo nazi, los libros marxistas. Los partidos democráticos, los sindicatos y las organizaciones democráticas han sido declarados fuera de ley, y un obscurantismo medieval envuelve a todo el país. Aparecen en la primera línea del escenario político las fuerzas más tenebrosas, los ultrarreaccionarios fanáticos, los agentes del imperialismo estadounidense. Las libertades democráticas, que el pueblo había conquistado con su lucha y con su sangre, desaparecieron en un solo día.
Los acontecimientos de Chile afectan no sólo al pueblo chileno, sino a todas las fuerzas revolucionarias, progresistas y amantes de la paz en el mundo, por ello, corresponde extraer lecciones de ellos no sólo a los revolucionarios y a los trabajadores de Chile, sino también a los de los demás países. Aquí, naturalmente, no se trata de analizar los detalles y las circunstancias de simple carácter nacional, o bien los actos específicos de la revolución chilena, las deficiencias y los errores que no rebasan su marco interno. Nos referimos a aquellas leyes generales que ninguna revolución puede soslayar y que, por el contrario, toda revolución está obligada a aplicar. Se trata de enfocar y de apreciar a la luz de los acontecimientos chilenos los puntos de vista correctos y los erróneos en la cuestión de la teoría y de la práctica de la revolución, de verificar cuáles son tesis revolucionarias y cuáles oportunistas, de establecer cuáles son las posiciones y actuaciones que contribuyen a la revolución y cuáles a la contrarrevolución.
Hay que decir en primer lugar que el período en que el gobierno de Allende permaneció en el poder no es un período que pueda ser fácilmente borrado de la vida del pueblo chileno, así como de toda la historia de América Latina. Constituyéndose en intérprete de las reivindicaciones y los anhelos de las amplias masas populares, el gobierno de la Unidad Popular emprendió una serie de medidas y puso en práctica una serie de reformas, encaminadas a la consolidación de la libertad y de la independencia del país, al desarrollo independiente de su economía.
El gobierno de Allende golpeó duramente tanto a la oligarquía nacional como a los monopolios estadounidenses que tenían en sus manos todas las llaves y hacían la ley en el país. El inspirador de esta línea progresista y antiimperialista fue el presidente Salvador Allende, una de las figuras más nobles que América Latina ha dado al mundo, eminente patriota y combatiente demócrata. Bajo su dirección el pueblo chileno luchó por la realización de la reforma agraria, luchó por la nacionalización de las compañías extranjeras, luchó por la democratización de la vida del país y por arrancar a Chile de la influencia estadounidense. Allende apoyó enérgicamente los movimientos antiimperialistas de liberación en América Latina y convirtió su país en refugio para todos los combatientes por la libertad perseguidos por los reaccionarios y las juntas militares de América del Sur. Respaldó sin reservas los movimientos de liberación y antiimperialistas de los pueblos y se solidarizó consecuentemente con la lucha que libran los pueblos vietnamita, camboyano, palestino y otros.
¿Podían los latifundistas chilenos perdonar a Allende esta línea y esta actividad, viendo que su tierra era distribuida a los campesinos pobres? ¿Podían soportarle los fabricantes de Santiago que habían sido expulsados de las fábricas al ser nacionalizadas? ¿O bien las compañías estadounidenses, que perdieron su poderío? Era seguro, que estos se confabularían un día para derrocarlo y restablecer sus privilegios perdidos. Pero aquí se plantea una pregunta lógica: ¿sentía Allende la atmósfera que le rodeaba, se daba cuenta de los complots que se tramaban contra su gobierno? Por supuesto que sí. La reacción actuaba abiertamente. Asesinaba a ministros, a funcionarios de los partidos gubernamentales y a simples empleados. A instigación de la reacción y bajo su dirección fueron organizadas las huelgas contrarrevolucionarias de los transportistas, de los comerciantes, los médicos y otras capas pequeñoburguesas. La reacción finalmente, incluso probó su fuerza con un golpe de Estado militar llevado a cabo en junio, pero que no alcanzó su objetivo. Fueron descubiertos algunos planes de la CIA para derrocar el gobierno legítimo.
Estas embestidas de la reacción interna y externa debían haber sido suficientes para hacer sonar la alarma y para meditar bien las cosas. Deberían haber sido suficientes para poner en práctica la gran ley de toda revolución, es decir oponer a la violencia contrarrevolucionaria la violencia revolucionaria. Pero el presidente Allende no hizo nada, ni siquiera se movió. Desde luego, él no puede ser acusado de carencia de ideales. Amaba con toda su alma la causa por la que luchaba y estaba firmemente convencido de su justeza. No le faltaba valor personal y estaba resuelto a llegar, como efectivamente llegó, incluso, hasta el sacrificio supremo. Pero su tragedia radica en que confiaba en el recurso a la razón para convencer a las fuerzas reaccionarias de que renunciaran a su actividad y cedieran por las buenas sus antiguas posiciones y privilegios.
En Chile se pensaba que las más o menos viejas tradiciones democráticas, el parlamento, la actividad legal de los partidos políticos, la existencia de una prensa libre, etc. representaban un obstáculo insuperable para cualquier fuerza reaccionaria que intentara adueñarse del poder por medio de la violencia. Pero la realidad confirmó lo contrario. El golpe de Estado de las fuerzas de derecha probó que la burguesía tolera algunas libertades en tanto que no resulten lesionados sus intereses esenciales, y que cuando ve éstos amenazados, entonces no tiene en cuenta ética alguna.
Las fuerzas revolucionarias y progresistas de Chile han sufrido ahora una derrota, que, aunque bastante grave, es también pasajera. Se puede derrocar un gobierno constitucional, se puede asesinar a miles de personas y crear decenas de campos de concentración. Pero el ansia de libertad, el espíritu rebelde de un pueblo no pueden ser asesinados ni encarcelados. El pueblo resiste y eso demuestra que las masas trabajadoras no se conforman con la derrota, que están resueltas a extraer enseñanzas de ella y a continuar avanzando por el camino revolucionario. La lucha de liberación contra la reacción y el imperialismo tiene sus zigzags y sus altibajos. No cabe duda de que el pueblo chileno, que tantas pruebas de elevado patriotismo ha dado, que ha manifestado tanto amor a la libertad y a la justicia, que tanto odia al imperialismo y la reacción, sabrá movilizar sus fuerzas, luchar medida por medida contra sus enemigos y garantizar la victoria definitiva.
Pero aquello que para los chilenos es una grave desgracia, aunque pasajera, para los revisionistas modernos representa un fracaso en todos los aspectos, una nueva bancarrota de sus teorías oportunistas. Comenzando por los revisionistas de Moscú y hasta los revisionistas italianos, franceses y otros, la «experiencia chilena» era presentada como el ejemplo concreto que confirmaba sus nuevas teorías sobre el «camino pacífico de la revolución», el tránsito al socialismo bajo la dirección de numerosos partidos, acerca del atemperamíento del imperialismo, de la extinción de la lucha de clases en las condiciones de la coexistencia pacífica, etc. La prensa revisionista especulaba sobremanera con el «camino chileno», para sostener las tesis oportunistas del XXº Congreso del PCUS de 1956 y los programas reformistas y utópicos de tipo togliattista.
Los revisionistas esperaban de la «experiencia chilena» no sólo una confirmación de sus «teorías» sobre el «camino parlamentario», sino también el modelo «clásico» de construcción del socialismo bajo la dirección de una coalición de partidos marxistas y burgueses. Esperaban que se confirmara la posibilidad de marchar al socialismo por medio de las elecciones parlamentarias y sin revolución, de construir el socialismo no sólo sin la destrucción del viejo aparato estatal de la burguesía, sino incluso con su ayuda, no sólo sin la instauración del poder revolucionario popular, sino incluso negando éste.
Las teorías de la «coexistencia pacífica» y del «tránsito pacífico parlamentario» preconizadas en primer lugar por los revisionistas soviéticos, por los revisionistas italianos, franceses y sus secuaces son en considerable medida responsables de la difusión de ilusiones pacifistas y de posiciones oportunistas frente a la burguesía y del alejamiento de la lucha revolucionaria.
En todos los documentos programáticos de los partidos revisionistas de Occidente, publicados tras el XXº Congreso del PCUS de 1956, se ha absolutizado el «camino parlamentario» de transición del capitalismo al socialismo, mientras que el camino no pacífico ha sido excluido definitivamente. En la práctica esto se ha traducido en la renuncia definitiva de estos partidos a la lucha revolucionaria y en la sola reivindicación de reformas ordinarias de carácter puramente económico o administrativo. Se han transformado en partidos de la oposición burguesa y han presentado su candidatura para hacerse cargo de la administración de los bienes de la burguesía, tal como hasta el presente vienen haciendo los viejos partidos socialdemócratas.
El Partido Comunista de Chile (PCCh), una de las principales fuerzas del gobierno de Allende, era fervoroso partidario de las tesis jruschovistas sobre la «transición pacífica» tanto en la teoría como en la práctica. Acatando el bastón de mando de Moscú, este partido pretendía que la burguesía del país, así como el imperialismo, se han ablandado, se han hecho tolerantes, razonables, que en las supuestamente nuevas condiciones de clase creadas por el actual desarrollo mundial, ya no están en condiciones de recurrir a la contrarrevolución.
Pero semejantes teorías, u otras similares, producen, como demostró una vez más el presente caso de Chile, la indecisión y desorientación de las masas trabajadoras, el decaimiento de su espíritu revolucionario, su desmovilización frente a las amenazas de la burguesía; producen la paralización de su capacidad y sus posibilidades de acción revolucionaria decisiva contra los planes y la actividad contrarrevolucionarios de la burguesía.
Los revisionistas, como previeron los auténticos partidos marxistas-leninistas y como confirmó el tiempo, estaban contra la revolución y aspiraban a transformar la Unión Soviética, como de hecho la transformaron, en un país capitalista, de una base de la revolución en una base de la contrarrevolución. Han trabajado durante largo tiempo para sembrar confusión en las filas de los revolucionarios y para minar la revolución. Por todas partes y en todo momento han actuado como apagafuegos de las batallas revolucionarias y de los estallidos de las luchas de liberación nacional. Pese a que por demagogia se pronuncian a favor de la revolución, con sus puntos de vista y su actividad se esfuerzan por asfixiarla en embrión o por sabotearla cuando ya ha estallado.
El abandono del marxismo-leninismo, la renuncia a los intereses de clase del proletariado y la traición a la causa de la liberación nacional de los pueblos condujeron a los revisionistas a la completa negación de la revolución. La teoría y la práctica de la revolución quedaron reducidas para ellos a unas cuantas reivindicaciones reformistas, posibles de aplicar en el marco del régimen capitalista y sin dañar sus bases. Los revisionistas pretenden demostrar que hoy ha desaparecido la línea de demarcación entre la revolución y las reformas, que en las actuales condiciones del desarrollo mundial ya no son necesarias las transformaciones revolucionarias, ya que, según ellos, la actual revolución técnico-científica estaría eliminando las contradicciones sociales de clase de la sociedad burguesa y representaría un medio de integración del capitalismo en el socialismo y de creación de una «nueva sociedad», en la que se alcanzará el bienestar general. Por tanto, según esta pervertida lógica, ya no se puede hablar de explotadores y explotados, es decir, se hace innecesaria la revolución social, así como la destrucción de la máquina del Estado burgués y la instauración de la dictadura del proletariado.
Tras la máscara del leninismo y de su desarrollo creador, los revisionistas aspiran a dominar el mundo transformándose en socialimperialistas. Comenzaron con la «coexistencia pacífica», con la «emulación pacífica», con el «mundo sin armas y sin guerras», con el «camino parlamentario» jruschovistas, etc., para terminar en una Unión Soviética donde ha sido restaurado el capitalismo y el socialismo ha degenerado en socialimperialismo.
Así pues, estaban contra la revolución y la lucha de los pueblos por la liberación, contra los partidos comunistas que se mantuvieron fieles al marxismo-leninismo y lo defendían. Para alcanzar sus objetivos, especialmente la extinción de las luchas de liberación y de los movimientos revolucionarios, los revisionistas cimentaron su «teoría» en el «camino pacífico». Revisando el marxismo en una cuestión fundamental, como es la teoría sobre la revolución, y haciendo propaganda de sus tesis oportunistas, pretendían convencer a los obreros de que renunciaran a la lucha revolucionaria de clase, se sometieran a la burguesía y aceptasen la esclavitud capitalista.
Por otro lado, la «coexistencia pacífica» que los dirigentes soviéticos proclamaron como línea fundamental de su política exterior y que pretendieron imponer a todo el movimiento comunista y de liberación nacional mundial, representaba todo un plan estratégico para llegar a un amplio acuerdo con el imperialismo, con el fin de sofocar los movimientos revolucionarios y las luchas de liberación, intentando así conservar y ampliar las zonas de influencia. Esta suerte de «coexistencia», que era también de la completa conveniencia del imperialismo y la burguesía, los revisionistas querían utilizarla, como efectivamente hicieron, como una gran diversión destinada a desarmar a las masas ideológica y políticamente, a relajar su vigilancia revolucionaria y a des movilizarlas, a dejarlas indefensas ante los futuros ataques de los imperialistas y los socialimperialistas.
Los revisionistas soviéticos y los demás revisionistas que habían logrado usurpar el poder, socavaron el partido, despojándolo de la teoría revolucionaria, echaron por tierra y pisotearon todas las normas leninistas, abrieron el camino al liberalismo y a la degeneración en el país. Difundiendo sus tesis antimarxistas de que el «capitalismo se está integrando en el socialismo», que «también los partidos no proletarios pueden ser portadores de los ideales del socialismo y dirigentes de la lucha por el socialismo», que «también marchan hacia el socialismo países donde la burguesía nacional está en el poder», los revisionistas pretendían no sólo negar la teoría sobre el partido de vanguardia de la clase obrera, sino también dejar a esta última sin dirección ante los ataques organizados de la burguesía y la reacción.
La historia ha demostrado y los acontecimientos de Chile –donde todavía no se trataba de socialismo, sino de un régimen democrático–, pusieron nuevamente de manifiesto que la instauración del socialismo a través del camino parlamentario es completamente imposible. En primer lugar debe decirse que hasta hoy la burguesía nunca ha permitido que los comunistas obtengan la mayoría en el parlamento y formen su propio gobierno. Incluso en algún caso especial en que los comunistas y sus aliados han podido lograr un equilibrio a su favor en el parlamento y participar en el gobierno, esto no ha conducido a la transformación del carácter burgués ni del parlamento ni del gobierno, y la actividad de aquéllos jamás ha llegado al punto de posibilitar la destrucción de la vieja máquina estatal y la creación de otra nueva.
Mientras la burguesía tiene en sus manos el aparato burocrático-administrativo, el obtener una «mayoría parlamentaria» que cambie los destinos del país, es no sólo improbable, sino además imposible. Los instrumentos fundamentales de la máquina estatal de la burguesía son el poder político y económico y las fuerzas armadas. Mientras estas fuerzas se mantengan intactas, es decir mientras no sean suprimidas y creadas en su lugar otras nuevas, mientras se conserve el viejo aparato de la policía, de los servicios secretos de información, etc., no hay ninguna garantía de que un parlamento o un gobierno democrático puedan tener larga vida. No sólo el caso de Chile, sino tantos y tantos otros, han demostrado que son precisamente las fuerzas armadas comandadas por la burguesía quiénes han llevado a cabo los golpes de Estado contrarrevolucionarios.
Los revisionistas jruschovistas han tergiversado deliberadamente y han creado una enorme confusión en tomo a las tesis tan claras y precisas de Lenin sobre la participación de los comunistas en el parlamento burgués y sobre la toma del poder de las manos de la burguesía. Es sabido que Lenin no rechazaba la participación de los comunistas, en determinados casos, en el parlamento burgués. Pero consideraba esta participación únicamente como una tribuna para defender los intereses de la clase obrera, para desenmascarar a la burguesía y su poder, para imponer a la burguesía la adopción de alguna medida en favor de los trabajadores. Pero, al mismo tiempo, Lenin advertía que, al luchar por la utilización del parlamento en interés de la clase obrera, hay que precaverse contra la creación de ilusiones parlamentarias y contra la falsedad del parlamentarismo burgués.
«El partido revolucionario del proletariado necesita participar en el parlamentarismo burgués a fin de abrir los ojos a las masas por medio de las elecciones y la lucha del partido en el parlamento. Pero limitar la lucha de clases a la lucha parlamentaria, considerar ésta como la forma suprema y decisiva de lucha, a la que deben supeditarse todas las demás, significa de hecho pasarse al campo de la burguesía contra el proletariado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)
Lenin, al criticar el «cretinismo parlamentario» de los representantes de la II Internacional, que transformaron sus partidos en partidos electorales, ha demostrado claramente a dónde conduce el parlamentarismo en lo ideológico, en lo político y en lo práctico. Lenin subrayaba:
«Este –el Estado burgués– no puede sustituirse por el Estado proletario –por la dictadura del proletariado– mediante la «extinción», sino sólo, como regla general, mediante la revolución violenta». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la revolución, 1917)
Puntualizaba que:
«La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en ésta, precisamente en esta idea de la revolución violenta, constituye la base de toda la doctrina de Marx y Engels». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la revolución, 1917)
Aferrándose al «camino parlamentario», los revisionistas modernos no hacen sino seguir ciegamente el camino, de Kautsky y de sus seguidores. Pero cuanto más avanzan por este camino, tanto más se desenmascaran y tanto mayores son sus derrotas. Toda la historia del movimiento comunista y obrero internacional ha demostrado que la revolución violenta, la destrucción de la máquina estatal de la burguesía y el establecimiento de la dictadura del proletariado constituyen la ley general de la revolución proletaria.:
«El desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo pasa por la dictadura del proletariado, y sólo puede ser así, ya que no hay otra fuerza ni otro camino para romper la resistencia de los explotadores capitalistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la revolución, 1917)
En la etapa del imperialismo, tanto en sus inicios como en la actualidad, ha existido y existe siempre el peligro de la instauración de la dictadura militar fascista cuantas veces los monopolios capitalistas entiendan que sus intereses están amenazados. Además, es un hecho probado, sobre todo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial y hasta hoy, que el imperialismo estadounidense, el inglés y otros han acudido en ayuda de las burguesías de diversos países para eliminar aquellos gobiernos o para reprimir aquellas fuerzas revolucionarias que, en una forma u otra, ponían en peligro aunque fuese mínimamente los cimientos del sistema capitalista.
Dado que existe el imperialismo existe también la base, la posibilidad, su invariable política de intervenir en los asuntos internos de los demás países, de tramar complots contrarrevolucionarios, de derrocar los gobiernos legítimos, de liquidar a las fuerzas democráticas y progresistas, de asfixiar la revolución.
Es el imperialismo estadounidense quien ha mantenido y mantiene en pie a los regímenes fascistas en España y Portugal, quien incita el resurgimiento del fascismo alemán y del militarismo japonés, quien apoya a los regímenes racistas de África del Sur y de Rodesia y mantiene en su país la discriminación racial, quien ayuda a los regímenes reaccionarios de Corea del Sur y a los fantoches de Saigón y de Pnom Penh, en fin, quien instiga la agresión sionista y ayuda a Israel a mantener la ocupación de los territorios árabes. En los Estados Unidos han tenido y tienen su origen todos los vientos furiosos del anticomunismo, de la opresión nacional y de la explotación capitalista. En los países de América Latina, con alguna rara excepción, el imperialismo estadounidense ha instalado en el poder regímenes fascistas tiránicos, que oprimen y explotan implacablemente a sus pueblos. Todas las armas que en este continente disparan contra los manifestantes, asesinan a obreros y campesinos, no sólo son de fabricación nestadounidense, sino también suministradas por los estadounidenses.
El golpe militar fascista de Chile no es obra únicamente de la reacción interna, sino también del imperialismo. A lo largo de tres años, sin descanso, durante todo el tiempo en que el presidente Salvador Allende estuvo en el poder, las fuerzas chilenas de derecha fueron instigadas, organizadas e impulsadas en su acción contrarrevolucionaria por los Estados Unidos. La reacción chilena y los monopolios estadounidenses se vengaron del presidente Allende por la política progresista y antiimperialista que aplicaba. La actividad de zapa de los partidos de derecha y de todas las fuerzas reaccionarias, sus actos de violencia y de terror estaban estrechamente combinados con las presiones que los monopolios estadounidenses ejercían desde el exterior, con el bloqueo económico y la guerra política que le hacía a Chile el gobierno estadounidense. Detrás de la junta militar estaba la CIA, la misma mano criminal que tantos golpes de Estado ha perpetrado en América Latina, en Indonesia, en Irán y en otros países. Los acontecimientos de Chile dejaron al desnudo una vez más el verdadero rostro del imperialismo estadounidense. Probaron nuevamente que éste ha sido y sigue siendo enemigo rabioso de todos los pueblos, brutal enemigo de la justicia y del progreso, de las luchas por la libertad y la independencia, de la revolución y del socialismo.
Pero la contrarrevolución en Chile no es solamente obra de las fuerzas reaccionarias declaradas y de los imperialistas estadounidenses. El gobierno de Allende fue saboteado y combatido con la mayor dureza asimismo por los democratacristianos y las otras corrientes de la burguesía, denominadas progresistas y democráticas, fuerzas similares a aquéllas con las que los partidos comunistas de Italia y de Francia pretenden marchar conjuntamente al socialismo mediante las reformas y la vía pacifica parlamentaria. Sobre el partido de Frei en Chile no recae únicamente la «responsabilidad intelectual», como pretende alguno, por haberse negado a negociar y a colaborar con el gobierno de Allende, o por haberle faltado la lealtad hacia el gobierno legítimo. Este partido es responsable por haber saboteado por todos los medios la actividad normal del gobierno, por haberse unido con las fuerzas de derecha para minar la economía nacionalizada y provocar la confusión en el país, por haber cometido mil y un actos de subversión. Este partido luchó por la creación de esa atmósfera política y espiritual que precede a la contrarrevolución. También los revisionistas soviéticos están implicados en los acontecimientos de Chile. Miles de hilos unen a los dirigentes soviéticos con el imperialismo estadounidense cuando se trata de intrigas y complots. Ellos no pensaron ni quisieron ayudar al gobierno de Allende cuando estaba en el poder porque así se enfrentarían con el imperialismo estadounidense y dañarían sus cordiales relaciones con él.
Estas posiciones de los revisionistas jruschovistas hacia Chile y la teoría de la revolución no se han confirmado tan sólo en el caso de los acontecimientos chilenos; se habían verificado también con anterioridad. Se confirmaron en los repetidos acontecimientos trágicos de Irán, cuando la reacción interna asesinó y encarceló a cientos y miles de comunistas y revolucionarios progresistas, en tanto que los revisionistas soviéticos ¡no se tomaron siquiera la molestia de levantar un dedo y mucho menos de romper las relaciones diplomáticas! Exactamente lo mismo se verificó en los acontecimientos estremecedores de Indonesia, donde fueron asesinados y masacrados alrededor de 500.000 comunistas y hombres progresistas. Tampoco en este caso hicieron nada los revisionistas soviéticos, no emprendieron acción alguna y ni siquiera pensaron en retirar su embajada de Yakarta [1]. Estas posiciones de los revisionistas soviéticos no son casuales. Son testimonio de la existencia de una colaboración secreta con los imperialistas estadounidenses para sabotear los movimientos revolucionarios y para sofocar las luchas de liberación de los pueblos. Esta actitud ilumina asimismo el carácter demagógico de la actual y ruidosa ruptura de las relaciones diplomáticas con Chile.
Esta es la realidad. Sus palabras sobre la supuesta solidaridad con el pueblo chileno, así como todas sus consignas demagógicas, son máscaras para engañar a la opinión pública y para ocultar su traición a la revolución y a los movimientos de liberación de los pueblos.
El gobierno soviético rompe sus relaciones diplomáticas con Chile tratando de aprovechar la ocasión para hacerse pasar por defensor de las víctimas de la reacción para aparentar que está del lado de los que luchan por la libertad y la independencia, como si los revisionistas estuvieran a favor de la defensa de los regímenes progresistas.
Los revisionistas soviéticos ayudan a algún régimen progresista mientras esto redunde en favor de sus intereses imperialistas. Pero no van más allá. Ni siquiera se avergüenzan de mantener relaciones diplomáticas regulares con un régimen tan desacreditado y fracasado como el de Lon Nol, levantando por otro lado una cortina de silencio ante la gran lucha de liberación que libra el pueblo camboyano.
Los acontecimientos de Chile evidenciaron una vez más toda la tragedia que pesa sobre los pueblos de América Latina. Asimismo pusieron de manifiesto nuevamente las deficiencias, las faltas y las debilidades de la revolución en este continente, así como los dificilísimos caminos, erizados de obstáculos, por los que transcurre. Pero estos acontecimientos no constituyen una lección sólo para los revolucionarios de América Latina. Deben extraer lecciones de ellos todos los revolucionarios del mundo, todos los que luchan por la liberación nacional y social, contra la intervención y la violencia imperialista, por la democracia y el progreso de la humanidad. Aquí están incluidos también los, revolucionarios de la Unión Soviética, quienes deben levantarse contra los cabecillas revisionistas de su país y echar abajo, junto al revisionismo, todas las teorías oportunistas y antileninistas. También los revolucionarios de Italia, de Francia y de otros países capitalistas desarrollados deben extraer enseñanzas de los acontecimientos de Chile, deben combatir resueltamente al revisionismo y rechazar las teorías reaccionarías de los «caminos pacíficos parlamentarios» que difunden los togliattistas y los demás, revisionistas.
Estamos convencidos de que los acontecimientos de Chile, la embestida fascista de la reacción contra las conquistas democráticas del pueblo chileno, la brutal intervención del imperialismo yanqui y el respaldo que éste presta a la junta militar, constituirán un acicate para que todos los pueblos del mundo se mantengan vigilantes, rechacen decididamente las consignas demagógicas de los imperialistas y revisionistas y de los oportunistas de todo pelaje y movilicen todas sus fuerzas para defender audazmente la libertad y la independencia nacional, la paz y la seguridad». (Enver hoxha; Los trágicos acontecimientos de Chile, enseñanza para los revolucionarios de todo el mundo, 2 de octubre de 1973)
Anotaciones de Enver Hoxha:
[1] Los revisionistas soviéticos expulsaron de la Unión Soviética al corresponsal del órgano del Partido Comunista de Indonesia (PCI) «Harjan Rakjat» y reservaron una buena acogida a la visita de Adam Malik, en esa época ministro de Asuntos Exteriores del régimen fascista indonesio. Continuaron asimismo abasteciendo a Indonesia con armas soviéticas.
Gracias por publicar este documento, esperaba que lo publicaran por estas fechas, aunque había pensado en solicitarlo. Sigan con su gran labor, el curso de la historia continúa.
ResponderEliminarMuy interesante y acertado el análisis del caso chileno. No conozco mucho de la línea de Hoxha, algún texto recomendado para conocer más sobre su proceso y línea política?
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