lunes, 27 de noviembre de 2023

Un pasado al que suscribirse: rol y métodos de la historia; Claire Pascal, 1990

 

«Un pasado al que suscribirse. Así planteó el problema la historiografía alemana sobre el lugar que debía dársele al nacionalsocialismo en la historia de Alemania. Este debate de los revisionistas alemanes es comparable a la ola de otro revisionismo que ataca la historia de la Unión Soviética y, en particular, a Stalin. Aquí se trata del objetivo contrario, ya que se quisiera obligar a los soviéticos a negar su propio pasado. Es necesario, asimismo, acercar estos intentos de debates que agitan los historiadores y otros intelectuales franceses en torno a la conmemoración de la Revolución Francesa. Si esta celebración, con gran pompa y muchos discursos, les permite hablar abundante y lujosamente de la Revolución, es para, a fin de cuentas, poder enterrar mejor el ideal revolucionario y así enterrar el futuro.

Este uso intenso y, curiosamente, simultáneo de las revisiones de la historia, juega un papel considerable en la lucha que los Estados burgueses libran contra la clase obrera. Muestra hasta qué punto la ciencia histórica y sus profesionales se han comprometido con el poder burgués, y lo han hecho durante varias décadas. Muestra en qué miseria intelectual han caído y también cuán grande es la preocupación de este poder y sus partidarios. La construcción oficial, «la interpretación dominante de la historia», es siempre un trabajo político e ideológico de legitimación de la clase en el poder. Es obra de estos «expertos en legitimación», que son los intelectuales reunidos en el poder burgués. Por eso las «verdades» que dicen querer descubrir e imponer pueden, en cierta medida, arrojar luz sobre los desafíos políticos y el estado de relaciones de clase actuales. La intensificación de las revisiones del pasado aparece como un signo particularmente revelador de la crisis en la que hoy se hunde cada vez más la burguesía y de los medios que está dispuesta a usar para imponer sus consecuencias en el mundo entero.

Pasar «por fin» la página de la Revolución Francesa, considerarse heredero del poder nazi, o negar el propio pasado revolucionario en la Unión Soviética, todo ello contribuye al mismo objetivo: aplastar el ideal y la voluntad revolucionaria, poner fin a toda revuelta, ensuciando las victorias del pasado y, al mismo tiempo, demostrar que «la bestia inmunda» está en cada uno de nosotros. Es haciéndonos pueblos «ahistóricos» que pretenden esclavizarnos hoy. Este evidente intento de disolver en el olvido los peligros del pasado, para protegerse de los futuros, representa un hermoso tributo al materialismo histórico. Si burgueses y revisionistas se ponen de acuerdo para reconstruir el pasado, es para impedir que descubramos en el movimiento histórico del modo de producción capitalista la necesidad de su caída. Asimismo, las revisiones de la historia son parte integral de la violencia permanente que los capitalistas y revisionistas mantienen para atrofiar nuestra conciencia, al igual que el «respeto a los grandes equilibrios» invocado constantemente para justificar el agravamiento de las desigualdades. 

lunes, 20 de noviembre de 2023

El nacimiento de la república soviética y los primeros debates filosóficos de los años 20; Equipo de Bitácora (M-L), 2023


«La filosofía soviética, en sus primeros años, abrió una serie de debates cuyos puntos principales serían objeto de reflexión por parte de los marxistas de todo el mundo incluso décadas más tarde. El establecimiento del gobierno bolchevique otorgó a su filosofía la primera oportunidad de crear academias dedicadas a su estudio. Esto fue un gigantesco paso adelante con respecto a las formas previas de aprender la doctrina, que básicamente consistieron en el uso de unos pocos libros de referencia escritos por los principales representantes de este movimiento, acompañados de malas traducciones de obras extranjeras y clásicos. 

Los primeros hombres encargados de aleccionar y desarrollar las bases del pensamiento que regiría en una sexta parte del mundo, escribieron y polemizaron sobre asuntos muy variopintos e interesantes. La necesidad de resolver estas cuestiones se proyectaron tanto nivel histórico para entender el pasado, como de cara al futuro, en vistas de construir la nueva sociedad comunista. En suma, se debatió sobre los siguientes temas: ¿qué influencia y límites tiene el factor biológico en las ciencias sociales? ¿qué es la llamada ideología y qué papel cumple? ¿qué lugar ocupará el viejo y nuevo arte en la sociedad soviética? ¿qué rol tuvo Hegel en el desarrollo de la dialéctica? etcétera. Temas que décadas más tarde han seguido siendo objeto de estudio y debate entre filósofos soviéticos, por lo que es importante detenernos en ello para comprender por qué empezó la confusión sobre esos asuntos. Un mar de confusión que, aún hoy, persiste en la cabeza de muchas de las actuales «eminencias filosóficas marxistas», tan en boga y promocionadas en los círculos del academicismo. 

Muchas veces, las polémicas incursionaron en terreno inexplorado para el materialismo dialéctico, en cambio, en otras tantas, se volvió a discutir sobre cuestiones que en el pasado ya se dieron por zanjadas. Ambos problemas son casi inevitables viniendo de una filosofía hasta entonces poco estudiada, pero no por ello nos contendremos a la hora de hacer las críticas pertinentes. Dicho esto, comencemos a desglosar los puntos de esta sección.

Los primeros debates y las primeras desviaciones

a) La nociva influencia de Aleksándr Bogdánov en la filosofía soviética:

Tras la Revolución de Octubre (1917), las primeras disputas en cuestiones culturales o filosóficas no se hicieron esperar. Aleksándr Bogdánov, quien pasaría a la historia como uno de los mayores defensores del machismo −corriente filosófica que toma su nombre de Ernst Mach, defensora de que el conocimiento del mundo debe partir de las «sensaciones» y que fue ampliamente criticada por Lenin en «Materialismo y Empiriocriticismo» (1909)−, y también conocido por la creación de Proletkult, se dedicó durante 1918 a promover la idea de que el proletariado necesitaba un «arte propio», sin ningún tipo de conexión con el pasado. A su vez, esgrimió teorías bastante peregrinas en cuanto al papel del arte en la sociedad, sugiriendo que dicha actividad era la palanca clave para transitar al socialismo:

«El arte organiza las experiencias sociales por medio de imágenes vivas en relación con el conocimiento y con los sentimientos y aspiraciones. Consecuentemente, el arte es el arma más poderosa para organizar las fuerzas colectivas en una sociedad de clases: las fuerzas de clase». (Aleksándr Bogdánov; El proletariado y el arte, 1918)

En el campo filosófico, Bogdánov se destacó por su defensa de un cúmulo de defectos que variaban desde el campo idealista al mecanicista:

«Bogdánov disfrazó cuidadosamente su idealismo, hablando bajo la bandera de «cultura proletaria», «socialismo de la ciencia», «ciencia organizacional», etc. Supuestamente «rechazó» cualquier filosofía, pero, de hecho, bajo frases «marxistas» arrastró el idealismo en economía política, en la teoría del materialismo histórico, en la crítica literaria. Bogdánov sustituyó la dialéctica materialista por la teoría idealista del «proceso organizativo» y la «teoría del equilibrio» mecanicista por la teoría de la reconciliación de las contradicciones. (…) La filosofía objetivamente reaccionaria de Bogdánov reflejaba los profundos estados de ánimo derrotistas y decadentes de la pequeña burguesía cobarde que se escondía de la revolución, tratando de escapar de ella volviendo al trabajo «organizativo» pacífico en el marco «normal» de la renombrada democracia burguesa». (Instituto de Filosofía de la Academia Comunista; Materialismo dialéctico, 1934)

Durante el debate de mediados de los años 20 entre «mecanicistas» y «dialécticos», que abordaremos posteriormente, Bogdánov también hizo acto de presencia. En aquel entonces este se caracterizó por apoyar a los «mecanicistas», aunque como siempre, con su propio toque distintivo:

«La «sociología marxista» de Bujarin es bastante burda comparada con las sofisticadas teorías de Bogdánov en las que se basaba. Bogdánov tomó el hecho de que el funcionamiento de las leyes naturales puede proyectarse fructíferamente no sólo en los sistemas sociales sino también en los psicológicos −conjuntos de creencias, concepciones del mundo− como prueba de que lo natural, lo mental y lo social son aspectos de una única estructura autoorganizada regida por el mismo conjunto de principios organizativos. Intentó expresar estos principios en una nueva ciencia: La «tectología». (David Bakhurst; Conciencia y revolución en la filosofía soviética. De los bolcheviques a Évald Iliénkov, 1991)

Como resumió este autor, «Bogdánov consideraba la ciencia cuantitativa pura de las matemáticas como la base última de la tectología»: 

«Mi punto de partida consiste en que las relaciones estructurales pueden generalizarse con el mismo grado de pureza formal que las relaciones de magnitudes en las matemáticas, y sobre esta base los problemas de organización pueden resolverse con métodos análogos a los de las matemáticas» (Aleksándr Bogdánov; La organización universal de la ciencia, 1925) 

domingo, 12 de noviembre de 2023

Notas históricas sobre el conflicto palestino-israelí; Equipo de Bitácora (M-L), 2023


«En su momento, en 2013, ya dimos unas pinceladas sobre por qué el denominado «movimiento de liberación palestino» no ha alcanzado sus objetivos principales, sino que, lejos de ello, ha ido rebajando su programa hasta ceder la propia soberanía del pueblo palestino a su opresor: el imperialismo israelí. Aquí, explicamos cómo la famosa vanguardia del movimiento, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), o su alternativa, Hamás, han ido incurriendo en toda una serie de concepciones contraproducentes para los intereses del pueblo palestino. Las organizaciones vinculadas al movimiento de liberación palestino, desde la más moderada hasta la más radical, han estado imbuidas en mayor o menor medida por nociones nacionalistas y religiosas, no sabiendo elegir correctamente una metodología a seguir, ni focalizar correctamente las fuerzas motrices o los aliados internacionales para lograr sus propósitos. Véase la obra «¿Para qué han servido los Acuerdos de Oslo? Reflexiones sobre el conflicto palestino-israelí» (2013). 

A todo esto, convendría dar unas notas históricas y aclarar, fuera de especulaciones, cuál fue la posición de los comunistas ante la ocupación israelí, aunque cualquiera con algo de conocimiento sobre cuestión nacional debería saber resolver este interrogante.

1) Primero que todo, el tan cacareado «sionismo» ha sido un movimiento político de larga data que logró incrustarse en los círculos más reaccionarios, chovinistas y racistas del judaísmo. Su fin siempre ha sido adueñarse del territorio de Palestina y fundar su propio Estado eliminando a su contraparte, la población árabe y musulmana. Como ya anunció Karl Kautsky en una de sus varias reflexiones sobre el tema:

«El sionismo no es un movimiento progresista, sino un movimiento reaccionario. (...) El sionismo niega el derecho a la autodeterminación de las naciones, en lugar de lo cual proclama la doctrina de los derechos históricos, que hoy se derrumba en todas partes, incluso allí donde cuenta con el apoyo de las mayores potencias». (Karl Kautsky; ¿Son los judíos una raza?, 1914)

Históricamente, esta rama nacionalista y de fundamentalismo religioso ha intentado ligarse, al igual que muchos movimientos árabes, a la potencia mundial que más rápidamente y mejores medios proporcionara para tal fin: fuese el Imperio otomano, Segundo imperio alemán o el Imperio británico, como luego observaremos. Esta ideología responde a la pasada y actual política de Israel desde su fundación; y como todos sabemos, el Estado de Israel obtuvo muy pronto apoyo diplomático, económico y militar de los Estados Unidos que los ha llevado a una «simbiosis» en donde ambos se tapan sus crímenes imperialistas cometidos con complicidad.

Dicho esto, se han de comprender varios elementos:

a) Al contrario de lo que expresa la propaganda, el sionismo es una teoría cristiano-protestante que se funda en la idea de la creación de una etnia ligada al judaísmo, es decir, «el judaísmo deja de ser entendido como una religión para ser entendido como una etnia»; y tiene por objeto depositar a los judíos en lo que entiende como «tierra santa» con el fin de preparar la segunda venida del «Cristo». 

El sionismo tuvo entre sus objetivos primarios crear una suerte de identidad, un pueblo judío, que según sus conceptos desciende directamente del pueblo hebreo establecido en la Provincia Romana de Palestina, con lo que en efecto borran, o intentan borrar, la evidencia histórica que indica que el judaísmo es una religión profesada por un conjunto de pueblos de diferentes orígenes producto de la expansión del judaísmo como religión, y no por la expansión de los hebreos palestinos como pueblo. Para justificar esta idea, apelan a supuestas deportaciones durante el Imperio romano, lo cual es históricamente falso o mejor dicho inexacto; ya que la evidencia histórica indica que tales deportaciones de judíos hebreos no fue absoluta, ya que muchos judíos hebreos permanecieron en Palestina, y mientras unos fueron asimilados por los sucesivos imperios que conquistaron la región, otros no. 

Ya en varios de sus estudios sobre la cuestión judía Karl Kautsky desmontó la idea de que estos eran un pueblo basado en una etnia: 

«Cuán poco la nacionalidad se funda en la ascendencia se percibe ya en el hecho de que es posible que una nación se componga de miembros pertenecientes no sólo a pueblos diversos, sino incluso a distintas razas. En la nación húngara encontramos «arios», «semitas» y «mogoles». La nacionalidad judía, de rasgos aparentemente tan pronunciados, ostenta los más variados tipos: incluso la sangre negra se encuentra representada en ella». (Karl Kautsky; La nacionalidad moderna, 1887)

En tanto, se puede y debe afirmar que los actuales palestinos son los descendientes de los hebreos y no tanto el producto de los judíos sionistas emigrados tras la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Otro punto importante, sería la negación del sionismo de que muchos judíos no tengan relación directa con el pueblo hebreo, sino que fueron personas de otras etnias que se convirtieron en algún momento al judaísmo, por lo que el argumento de los sionistas de «el retorno a casa de los desterrados» no puede ser más falso. Vale decir que en la expansión del judaísmo jugó un papel central el «Kaganato jázaro» (618-1048) en el Centro y Este de Europa, y los «pueblos judíos norteafricanos», sobre todo etíopes, en Europa occidental en donde incursionaron como aliados de los musulmanes.

b) El término «semítico» cayó en deshuso por su escaso rigor científico, histórico y lingüístico; en su lugar, se determinó que lo correcto era hablar de «Pueblos de Lenguas Afroasiáticas». No obstante, el término «semítico» pervivió a efecto del supremacismo del Tercer Reich hitleriano. En la actualidad, su uso está determinado por aspectos políticos: «semítico», «antisemítico». Entiéndase que el término «semítico» se refiere a una clasificación lingüística y no de parentesco entre los pueblos considerados semíticos. Esto también fue recogido por Kautsky indicando que: 

«Tales lenguas fueron adoptadas por pueblos de la más diversa procedencia, y nadie en la actualidad puede afirmar con certeza qué pueblos y hasta qué punto pertenecen a la rama designada como semita. Por consiguiente, con respecto a la «raza» semita nos encontramos en una total oscuridad». (Karl Kautsky; La nacionalidad moderna, 1887)

sábado, 4 de noviembre de 2023

El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras históricas; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

[Post publicado originalmente en 2021. Reeditado en 2023]

«En este capítulo, analizaremos la deriva experimentada en la Unión Soviética respecto a la evaluación de figuras históricas. Como verá el lector, a lo largo de los años 20 y principios de los años 30, la tendencia principal fue promocionar a figuras revolucionarias, ya fuesen liberales o bolcheviques. Se trató de ensalzar a héroes de diferentes nacionalidades, que hubiesen luchado por la liberación de sus pueblos o que ayudaron a construir el socialismo. Sin embargo, la situación cambiaría radicalmente. Como veremos, en la URSS, en un breve periodo de tiempo, se pasó de reivindicar a figuras progresistas a ensalzar a nobles medievales y sus cuestionables campañas. Esto, a su vez, logró únicamente la aparición y el auge del nacionalismo ruso y el desdén a la hora de tratar la historia del resto de nacionalidades no rusas. 

Como no podría ser de otro modo, la implementación de esta clase de políticas no podía por menos que minar una de las bases más importantes del socialismo −el internacionalismo proletario− y enemistar a pueblos hasta entonces hermanados. A la postre, estos conatos nacionalistas darían pie al chovinismo gran ruso sin complejos −es decir, el que reivindica la primacía de la población de los territorios originariamente rusos y su papel histórico− que, tras la restauración del capitalismo, se proclamaría como amo y señor de las repúblicas que conformaban el Estado soviético.

Por ello a lo largo de estas líneas iremos desmontando estas tendencias y demostrando su nula identificación con un proyecto genuinamente revolucionario.

El hecho objetivo de que esta política sobre cuestión nacional fuese variando en la URSS en los próximos años, no excluye, sino que obliga a que deba estudiarse estos periodos iniciales para entender la catástrofe que sobrevino.

A inicios de la década de los años 30, el gobierno intervino para paliar lo que a su parecer constituía una serie de deficiencias que anidaban en el campo histórico de las instituciones soviéticas:

«El grupo de Vanaga no ha cumplido su cometido y ni siquiera lo ha entendido. Ha realizado una sinopsis de la historia rusa, no de la historia de la URSS, es decir, la historia de Rusia, pero sin la historia de los pueblos que entraron a formar parte de la URSS −nada se dice de la historia de Ucrania, Bielorrusia, Finlandia y otros pueblos bálticos, los pueblos del norte del Cáucaso y Transcaucásicos, de los pueblos de Asia Central, los pueblos del Lejano Oriente, así como el Volga y las regiones del norte: tártaros, bashkirs, mordovianos, chuvasios, etcétera−. La sinopsis, no enfatiza el papel anexionista-colonial del zarismo ruso, junto con la burguesía y los terratenientes rusos −«el zarismo es la prisión de los pueblos»−. La sinopsis no enfatiza el papel contrarrevolucionario del zarismo ruso en la política exterior desde la época de Catalina II hasta los años 50 del siglo XIX y más allá −«el zarismo como un gendarme internacional»−. En la sinopsis no figura la fundación y orígenes de los movimientos de liberación nacional de los pueblos de Rusia, oprimidos por el zarismo, y, por tanto, la Revolución de Octubre, en cuanto fue la revolución que liberó a estos pueblos del yugo nacional. (…) La sinopsis abunda en banalidades y clichés como el «terrorismo policial de Nicolás II», la «insurrección de Razin», la «insurrección de Pugachov», la «ofensiva contrarrevolucionaria de los terratenientes en la década de 1870», los «primeros pasos del zarismo y de la burguesía en la lucha contra la revolución de 1905-1907», etc. Los autores de la sinopsis copian ciegamente las banalidades y las definiciones anticientíficas de los historiadores burgueses, olvidando que tienen que enseñar a nuestra juventud las concepciones marxistas científicamente fundamentadas. (…) La sinopsis no refleja la influencia de los movimientos burgueses y socialistas de Europa Occidental en la formación del movimiento revolucionario burgués y el movimiento socialista proletario en Rusia. Los autores de la sinopsis parecen haber olvidado que los revolucionarios rusos se reconocían como los discípulos y seguidores de las figuras destacadas del pensamiento burgués revolucionario y marxista de Occidente. (…) Necesitamos un libro de texto sobre la historia de la URSS, donde la historia de la Gran Rusia no se separe de la historia de otros pueblos de la URSS, esto en primer lugar, y donde la historia de los pueblos de la URSS no se separe de la historia europea y mundial en general». (Notas sobre la sinopsis del Manual de historia de la URSS; I. V. Stalin, A. A. Zhdánov, S. M. Kírov, 8 de agosto de 1934)

Sin embargo, en 1937 hubo un cambio, e inexplicablemente se pasó al extremo contrario, ahora se pasó a revisar la historia con una profunda condescendencia hacia las aventuras del zarismo:

«Los autores no ven ningún papel positivo en las acciones de Bogdán Jmelnitski en el siglo XVII, en su lucha contra la ocupación de Ucrania por parte de los señores de Polonia y la Turquía del Sultán. El hecho de la transición de Georgia, digamos, a finales del siglo XVIII al protectorado de Rusia, así como el hecho de la transición de Ucrania al dominio ruso, son vistos por los autores como un mal absoluto, sin ninguna conexión con las condiciones históricas específicas de la época. Los autores no ven que Georgia tenía entonces la alternativa de ser engullida por la Persia del Sha y la Turquía del Sultán o convertirse en un protectorado ruso, al igual que Ucrania tenía la alternativa de ser engullida por el dominio de los señores de Polonia y la Turquía del Sultán, o caer bajo el dominio ruso. No ven que la segunda perspectiva era, sin embargo, el mal menor». (Enseñanza de la historia. Resolución del jurado de la comisión gubernamental para el concurso del mejor libro de texto para los grados 3 y 4 de la Historia de la URSS, 1937)

Es decir, para esta comisión del gobierno, el levantamiento de 1668 del cosaco Jmelnitski era algo a celebrar porque fue contra el dominio de la Mancomunidad de Polonia-Lituania, pero, al mismo tiempo, la absorción de ucranianos y georgianos por Rusia en los siglos XVIII y XIX fue una «buena noticia» para los pobladores… ¿¡es que no tenían más opción que elegir por cuál de los lobos querían ser despiezados!? Lo cierto es que las Guerras del Cáucaso (1817-1864), indicaron lo contrario: hubo una feroz resistencia georgiana, armenia y azerí al nuevo mandato ruso, esos pueblos no deseaban ser absorbidos. Por ende, no se puede aceptar una respuesta simplista tal como que «ser anexado por el Imperio ruso fue el mal menor», porque eso implica borrar de un plumazo la historia de resistencia de aquellos pueblos.