lunes, 27 de noviembre de 2023
Un pasado al que suscribirse: rol y métodos de la historia; Claire Pascal, 1990
lunes, 20 de noviembre de 2023
El nacimiento de la república soviética y los primeros debates filosóficos de los años 20; Equipo de Bitácora (M-L), 2023
Los primeros hombres encargados de aleccionar y desarrollar las bases del pensamiento que regiría en una sexta parte del mundo, escribieron y polemizaron sobre asuntos muy variopintos e interesantes. La necesidad de resolver estas cuestiones se proyectaron tanto nivel histórico para entender el pasado, como de cara al futuro, en vistas de construir la nueva sociedad comunista. En suma, se debatió sobre los siguientes temas: ¿qué influencia y límites tiene el factor biológico en las ciencias sociales? ¿qué es la llamada ideología y qué papel cumple? ¿qué lugar ocupará el viejo y nuevo arte en la sociedad soviética? ¿qué rol tuvo Hegel en el desarrollo de la dialéctica? etcétera. Temas que décadas más tarde han seguido siendo objeto de estudio y debate entre filósofos soviéticos, por lo que es importante detenernos en ello para comprender por qué empezó la confusión sobre esos asuntos. Un mar de confusión que, aún hoy, persiste en la cabeza de muchas de las actuales «eminencias filosóficas marxistas», tan en boga y promocionadas en los círculos del academicismo.
Muchas veces, las polémicas incursionaron en terreno inexplorado para el materialismo dialéctico, en cambio, en otras tantas, se volvió a discutir sobre cuestiones que en el pasado ya se dieron por zanjadas. Ambos problemas son casi inevitables viniendo de una filosofía hasta entonces poco estudiada, pero no por ello nos contendremos a la hora de hacer las críticas pertinentes. Dicho esto, comencemos a desglosar los puntos de esta sección.
Los primeros debates y las primeras desviaciones
a) La nociva influencia de Aleksándr Bogdánov en la filosofía soviética:
Tras la Revolución de Octubre (1917), las primeras disputas en cuestiones culturales o filosóficas no se hicieron esperar. Aleksándr Bogdánov, quien pasaría a la historia como uno de los mayores defensores del machismo −corriente filosófica que toma su nombre de Ernst Mach, defensora de que el conocimiento del mundo debe partir de las «sensaciones» y que fue ampliamente criticada por Lenin en «Materialismo y Empiriocriticismo» (1909)−, y también conocido por la creación de Proletkult, se dedicó durante 1918 a promover la idea de que el proletariado necesitaba un «arte propio», sin ningún tipo de conexión con el pasado. A su vez, esgrimió teorías bastante peregrinas en cuanto al papel del arte en la sociedad, sugiriendo que dicha actividad era la palanca clave para transitar al socialismo:
«El arte organiza las experiencias sociales por medio de imágenes vivas en relación con el conocimiento y con los sentimientos y aspiraciones. Consecuentemente, el arte es el arma más poderosa para organizar las fuerzas colectivas en una sociedad de clases: las fuerzas de clase». (Aleksándr Bogdánov; El proletariado y el arte, 1918)
En el campo filosófico, Bogdánov se destacó por su defensa de un cúmulo de defectos que variaban desde el campo idealista al mecanicista:
«Bogdánov disfrazó cuidadosamente su idealismo, hablando bajo la bandera de «cultura proletaria», «socialismo de la ciencia», «ciencia organizacional», etc. Supuestamente «rechazó» cualquier filosofía, pero, de hecho, bajo frases «marxistas» arrastró el idealismo en economía política, en la teoría del materialismo histórico, en la crítica literaria. Bogdánov sustituyó la dialéctica materialista por la teoría idealista del «proceso organizativo» y la «teoría del equilibrio» mecanicista por la teoría de la reconciliación de las contradicciones. (…) La filosofía objetivamente reaccionaria de Bogdánov reflejaba los profundos estados de ánimo derrotistas y decadentes de la pequeña burguesía cobarde que se escondía de la revolución, tratando de escapar de ella volviendo al trabajo «organizativo» pacífico en el marco «normal» de la renombrada democracia burguesa». (Instituto de Filosofía de la Academia Comunista; Materialismo dialéctico, 1934)
Durante el debate de mediados de los años 20 entre «mecanicistas» y «dialécticos», que abordaremos posteriormente, Bogdánov también hizo acto de presencia. En aquel entonces este se caracterizó por apoyar a los «mecanicistas», aunque como siempre, con su propio toque distintivo:
«La «sociología marxista» de Bujarin es bastante burda comparada con las sofisticadas teorías de Bogdánov en las que se basaba. Bogdánov tomó el hecho de que el funcionamiento de las leyes naturales puede proyectarse fructíferamente no sólo en los sistemas sociales sino también en los psicológicos −conjuntos de creencias, concepciones del mundo− como prueba de que lo natural, lo mental y lo social son aspectos de una única estructura autoorganizada regida por el mismo conjunto de principios organizativos. Intentó expresar estos principios en una nueva ciencia: La «tectología». (David Bakhurst; Conciencia y revolución en la filosofía soviética. De los bolcheviques a Évald Iliénkov, 1991)
Como resumió este autor, «Bogdánov consideraba la ciencia cuantitativa pura de las matemáticas como la base última de la tectología»:
«Mi punto de partida consiste en que las relaciones estructurales pueden generalizarse con el mismo grado de pureza formal que las relaciones de magnitudes en las matemáticas, y sobre esta base los problemas de organización pueden resolverse con métodos análogos a los de las matemáticas» (Aleksándr Bogdánov; La organización universal de la ciencia, 1925)
domingo, 12 de noviembre de 2023
Notas históricas sobre el conflicto palestino-israelí; Equipo de Bitácora (M-L), 2023
sábado, 4 de noviembre de 2023
El giro nacionalista en la evaluación soviética de las figuras históricas; Equipo de Bitácora (M-L), 2021
[Post publicado originalmente en 2021. Reeditado en 2023]
«En este capítulo, analizaremos la deriva experimentada en la Unión Soviética respecto a la evaluación de figuras históricas. Como verá el lector, a lo largo de los años 20 y principios de los años 30, la tendencia principal fue promocionar a figuras revolucionarias, ya fuesen liberales o bolcheviques. Se trató de ensalzar a héroes de diferentes nacionalidades, que hubiesen luchado por la liberación de sus pueblos o que ayudaron a construir el socialismo. Sin embargo, la situación cambiaría radicalmente. Como veremos, en la URSS, en un breve periodo de tiempo, se pasó de reivindicar a figuras progresistas a ensalzar a nobles medievales y sus cuestionables campañas. Esto, a su vez, logró únicamente la aparición y el auge del nacionalismo ruso y el desdén a la hora de tratar la historia del resto de nacionalidades no rusas.
Como no podría ser de otro modo, la implementación de esta clase de políticas no podía por menos que minar una de las bases más importantes del socialismo −el internacionalismo proletario− y enemistar a pueblos hasta entonces hermanados. A la postre, estos conatos nacionalistas darían pie al chovinismo gran ruso sin complejos −es decir, el que reivindica la primacía de la población de los territorios originariamente rusos y su papel histórico− que, tras la restauración del capitalismo, se proclamaría como amo y señor de las repúblicas que conformaban el Estado soviético.
Por ello a lo largo de estas líneas iremos desmontando estas tendencias y demostrando su nula identificación con un proyecto genuinamente revolucionario.
El hecho objetivo de que esta política sobre cuestión nacional fuese variando en la URSS en los próximos años, no excluye, sino que obliga a que deba estudiarse estos periodos iniciales para entender la catástrofe que sobrevino.
A inicios de la década de los años 30, el gobierno intervino para paliar lo que a su parecer constituía una serie de deficiencias que anidaban en el campo histórico de las instituciones soviéticas:
«El grupo de Vanaga no ha cumplido su cometido y ni siquiera lo ha entendido. Ha realizado una sinopsis de la historia rusa, no de la historia de la URSS, es decir, la historia de Rusia, pero sin la historia de los pueblos que entraron a formar parte de la URSS −nada se dice de la historia de Ucrania, Bielorrusia, Finlandia y otros pueblos bálticos, los pueblos del norte del Cáucaso y Transcaucásicos, de los pueblos de Asia Central, los pueblos del Lejano Oriente, así como el Volga y las regiones del norte: tártaros, bashkirs, mordovianos, chuvasios, etcétera−. La sinopsis, no enfatiza el papel anexionista-colonial del zarismo ruso, junto con la burguesía y los terratenientes rusos −«el zarismo es la prisión de los pueblos»−. La sinopsis no enfatiza el papel contrarrevolucionario del zarismo ruso en la política exterior desde la época de Catalina II hasta los años 50 del siglo XIX y más allá −«el zarismo como un gendarme internacional»−. En la sinopsis no figura la fundación y orígenes de los movimientos de liberación nacional de los pueblos de Rusia, oprimidos por el zarismo, y, por tanto, la Revolución de Octubre, en cuanto fue la revolución que liberó a estos pueblos del yugo nacional. (…) La sinopsis abunda en banalidades y clichés como el «terrorismo policial de Nicolás II», la «insurrección de Razin», la «insurrección de Pugachov», la «ofensiva contrarrevolucionaria de los terratenientes en la década de 1870», los «primeros pasos del zarismo y de la burguesía en la lucha contra la revolución de 1905-1907», etc. Los autores de la sinopsis copian ciegamente las banalidades y las definiciones anticientíficas de los historiadores burgueses, olvidando que tienen que enseñar a nuestra juventud las concepciones marxistas científicamente fundamentadas. (…) La sinopsis no refleja la influencia de los movimientos burgueses y socialistas de Europa Occidental en la formación del movimiento revolucionario burgués y el movimiento socialista proletario en Rusia. Los autores de la sinopsis parecen haber olvidado que los revolucionarios rusos se reconocían como los discípulos y seguidores de las figuras destacadas del pensamiento burgués revolucionario y marxista de Occidente. (…) Necesitamos un libro de texto sobre la historia de la URSS, donde la historia de la Gran Rusia no se separe de la historia de otros pueblos de la URSS, esto en primer lugar, y donde la historia de los pueblos de la URSS no se separe de la historia europea y mundial en general». (Notas sobre la sinopsis del Manual de historia de la URSS; I. V. Stalin, A. A. Zhdánov, S. M. Kírov, 8 de agosto de 1934)
Sin embargo, en 1937 hubo un cambio, e inexplicablemente se pasó al extremo contrario, ahora se pasó a revisar la historia con una profunda condescendencia hacia las aventuras del zarismo:
«Los autores no ven ningún papel positivo en las acciones de Bogdán Jmelnitski en el siglo XVII, en su lucha contra la ocupación de Ucrania por parte de los señores de Polonia y la Turquía del Sultán. El hecho de la transición de Georgia, digamos, a finales del siglo XVIII al protectorado de Rusia, así como el hecho de la transición de Ucrania al dominio ruso, son vistos por los autores como un mal absoluto, sin ninguna conexión con las condiciones históricas específicas de la época. Los autores no ven que Georgia tenía entonces la alternativa de ser engullida por la Persia del Sha y la Turquía del Sultán o convertirse en un protectorado ruso, al igual que Ucrania tenía la alternativa de ser engullida por el dominio de los señores de Polonia y la Turquía del Sultán, o caer bajo el dominio ruso. No ven que la segunda perspectiva era, sin embargo, el mal menor». (Enseñanza de la historia. Resolución del jurado de la comisión gubernamental para el concurso del mejor libro de texto para los grados 3 y 4 de la Historia de la URSS, 1937)
Es decir, para esta comisión del gobierno, el levantamiento de 1668 del cosaco Jmelnitski era algo a celebrar porque fue contra el dominio de la Mancomunidad de Polonia-Lituania, pero, al mismo tiempo, la absorción de ucranianos y georgianos por Rusia en los siglos XVIII y XIX fue una «buena noticia» para los pobladores… ¿¡es que no tenían más opción que elegir por cuál de los lobos querían ser despiezados!? Lo cierto es que las Guerras del Cáucaso (1817-1864), indicaron lo contrario: hubo una feroz resistencia georgiana, armenia y azerí al nuevo mandato ruso, esos pueblos no deseaban ser absorbidos. Por ende, no se puede aceptar una respuesta simplista tal como que «ser anexado por el Imperio ruso fue el mal menor», porque eso implica borrar de un plumazo la historia de resistencia de aquellos pueblos.