«Como era de esperar el aumento de fenómenos como el pluriempleo, la precarización o el desempleo −y con estos, el de la alienación sobre el pueblo y especialmente entre la juventud− han facilitado que muchos individuos se identifiquen fácilmente con sentimientos de desesperanza sobre su situación personal. Una reacción no sorprendente han sido las clásicas actitudes que pueden ser calificadas como evasivas o individualistas, pesimistas o descorazonadoras. En este caso, dentro de la «música urbana», el trap lejos de ser una manifestación artística que cause la «revolucionarización» del oyente, parece haber venido para aplastar con su apatía toda perspectiva de futuro al grito de «¡Tonto el último!». En plena consecuencia con su extremo pragmatismo, se recomienda al sujeto que para sobrellevar el infausto viaje de la nada hacia la nada, lo mejor es dejarse llevar en una vorágine de excesos y confusión, un espectáculo tan dantesco como peligroso. En una de sus variantes, el trap triunfante lo único que ofrece es el canto del nuevo rico, aquel que presume de haber salido del pozo mientras se ríe de los que se quedaron a medio camino. Aquí mostraremos muy brevemente los conceptos y hábitos de amistad, sexo, amor o consumo, los cuales no son ni mucho menos originales, sino una especie de prestamismos culturales de todos los movimientos previos. Véase el capítulo: «¿Es el movimiento trap una innovación espiritual o estética?» de 2021.
¿Qué referencias tiene el trapero promedio y a qué aspira?
Para entender el pensamiento del trapero común, lo mejor será observar cuáles son sus iconos de referencia, y para ello no podemos sino recurrir a PXXR GVNG, la banda icónica que ha popularizado el género en España:
«Scarface, Carlito, Casino pirris / Moviendo nieve for real, perico pirris / Hablan de putas, de carros, en barrios pirris. (...) Crecí pobre like a Chapo, o-o-oh / Gané rango like a capo, o-o-oh / Tengo al pueblo como Pablo, o-o-oh (...) Solo quiero cosas que coloquen / Me suda la polla, voy a morir joven». (PXXR GVNG; La Familia, 2015)
¿A qué aspira entonces el «trapero vulgaris»? Pues, aunque no sea muy novedoso, a intentar emular las biografías de gánsteres, narcos y kinkis −reales o ficticios−, ¿la razón? En muchísimos casos pueden contener escenas muy similares a vivencias de los artistas. Esperan hacer carrera para intentar ser el próximo Pablo Escobar y engatusar al pueblo presentándose como el «nuevo salvador», ese noble hombre que «regalaba» al barrio un campo de fútbol a cambio de atracos, matones a sueldo, soplones y coches-bomba cada semana, a la par que arruinaba a toda una generación con la droga. Un trato justo, ¿no? Bien, ¿y qué ocurre si esto nunca llega a culminarse? Bueno, si las ambiciones del trapero no pueden ser completadas y no se convierte en el próximo capo, lo que quedará entonces, según sus palabras, es «vivir rápido y morir joven», a ser posible por sobredosis en un bar de estriptis. ¡Un final también muy inesperado!
Si de algo se jactan los músicos traperos, es de haber captado la esencia de la generación «millenial», y no podemos negar que aquí tienen toda la razón:
«Mi única preocupación es que el Wi-Fi esté
conecta'o». (Pimp Flaco &
Kinder Malo; Chemtrails: A colors show, 2016)
Desde luego la complejidad de
sus letras es proporcional a sus preocupaciones existenciales. Por su parte, Jarfaiter,
otro artista de la «música urbana», muy cercano a este estilo, cantaba al mundo
cual vitalista misántropo:
«Cuando caía nadie me dio
su mano, ahora no tengo empatía por el ser humano». (Jarfaiter; El pulso de los
lobos, 2015)
«Tú sigue el camino recto yo cojo el atajo / Ver crecer el fajo y salvar tu pellejo». (Jarfaiter; Vagos y maleantes, 2015)
Si la feminista cree que tiene derecho a desconfiar de todo hombre por haber sufrido un desengaño amoroso o maltrato, el lumpen piensa que, por haberse sentido engañado y desamparado en un momento de debilidad, lo mejor es abrazar la misantropía y hacerle la cruz a toda la humanidad. ¿Tiene sentido tal victimismo? No, es una reacción egocéntrica, casi infantil. ¿Con qué actitud, entonces, debería el niño obeso que sufre bullying enfrentar la vida? ¿Cómo debe concebir el mundo alguien con discapacidades o deformaciones que haya sentido la crueldad y el rechazo social de forma tan recurrente? Pues, desde luego, si siguieran el espíritu de resentimiento de los aquí citados, desde luego todos acabarían siendo potenciales asesinos en serie −nótese el tono de exageración−. Preguntando por su nihilismo, el artista madrileño respondió:
«Jarfaiter: No sé si me definiría como nihilista. Pero, para mí, el nihilismo es no obedecer a ningún tipo de autoridad, ni política ni religiosa. Una persona que está aparte de todo». (Elsaltodiario.com; Jarfaiter: «Cuando tenía 15 años apuñalaron a un colega, desde entonces he visto muchísimas peleas», 16 de enero de 2020)
Ni él mismo se sabe definir a pesar de que no hay canción en que no se explicite su actitud hacia el mundo. Al menos debemos agradecer que hay gente como él que lo dicen alto y claro a la juventud: «¡No son modelos a seguir! Vivimos en la más absoluta bancarrota espiritual y muchas de sus letras son pose, no nos lo tomamos en serio ni nosotros».
«Jarfaiter: Yo puedo pasarlo muy bien y echarme muchas risas, pero al final del día, por lo que llevo en mi cabeza y la vida que he llevado no diría que soy una persona feliz. No es un buen camino a tomar». (Elsaltodiario.com; Jarfaiter: «Cuando tenía 15 años apuñalaron a un colega, desde entonces he visto muchísimas peleas», 16 de enero de 2020)
¿Qué idiota seguiría tal modo de vida cuando sus propios protagonistas te dicen esto? Pues solo un crío o un completo descerebrado.
En muchos de los artistas de trap hallamos el espíritu del individualista por excelencia, a lo sumo las aspiraciones del pequeño capo. Nada importa salvo el «business» y la «familia», que viene a ser el clan de gente adepta a él y sus negocios de dudosa reputación. Unos justifican sus actos con que otros competidores son iguales o peores; mientras otros tantos aluden a que siempre han sido los mismos quienes «han manejado el cotarro», por lo que «ya es hora de que la fortuna cambie de manos», porque si no lo hacen ellos lo harán otros que no son «trigo limpio». Aunque suene a chiste, dentro de la espiral de violencia entre bandas que pugnan por «controlar la calle» para imponer sus trapicheos, ellos se autoperciben a sí mismos como los «buenos de la película», como los únicos con «principios», o mejor dicho, como el «mal menor». Una vez más el lenguaje del lumpen y el lenguaje del burgués se entrecruzan, cosa normal ya que el objetivo del primero es pasar a ser el segundo.
Siendo más directos se puede
decir que el trapero es el nietzscheano del siglo XXI. El trapero te engañará
para que pueda costearse sus vicios, te meterá una puñalada si con ello puede
desbancarte, en resumen, te pisará el cuello para quedar por delante:
«Hermano mío, ¿son males la guerra y la batalla? Pero ese mal es necesario, necesarios son la envidia y la desconfianza y la calumnia entre tus virtudes. (...) Yo sé del odio y de la envidia de vuestro corazón. No sois bastante grandes para conocer odio y envidia. ¡Sed, pues, bastante grandes para no avergonzaros de ellos!». (Friedrich Nietzsche; Así habló Zaratustra, 1885)
¿Creen que exageramos? Sigan leyendo.
Consumismo y elitismo de nuevos ricos
Si uno observa el videoclip de Yung Beef: «Southside» (2020), podrá ver como muestra una zona donde proliferan las casas que se caen a trozos, descampados y una evidente pobreza por doquier, seguramente su lugar de origen. Bien, ¿y qué considera él necesario resaltar del hecho de que muchos de sus «compadres» vivan en la inmundicia? ¿Denunciar que los políticos no mueven un dedo por «el barrio»? ¿Qué «la droga que mata» les arrebata a sus conocidos? ¿Investigar la causa de dicha desigualdad y delincuencia? ¡Para nada! Eso es para intelectualoides del «rap político». El trapero ya nos deja claro que es peor que un perro en celo, pero más allá de eso añade que a él «la droga le da la vida». ¿Qué significa eso? O que está tan enganchado que solo piensa en la próxima dosis o, peor, en su infinita arrogancia, considera que el resto de drogadictos, aquellos que pasan los sudores y dependencia del «mono» y mueren de sobredosis, serían unos «pringaos» de los cuales sacar provecho económico. Él alardea de poder permitirse el lujo de derrochar el dinero en un «vaquero de mil euro’», y si le da la gana, para el próximo videoclip lo quemará prendiéndolo con un billete de 500 euros. ¿Por qué no? Mientras tanto, sus «fieles», viven en dudosas condiciones de salubridad, pero eso a él no parece preocuparle demasiado, pues no se priva de enseñar cómo lo «peta» en su coche de alta gama, con su ropa italiana y, por supuesto, cómo no, con su enorme cadena de oro. Escena y contexto que puede que haya superado todo lo habido y por haber en los picos de patetismo.
Esto significa que, aunque muchos de ellos presumen de sus orígenes humildes, otro rasgo propio de este género es ese consumismo desenfrenado en cuanto a la ropa y los accesorios de vestir. El mismo Yung Beef proclamaba en otras dos de sus letras:
«Me llegan paquetes de Puma / Me llegan paquetes de boxers
(Uh) / Me llegan paquetes de Armani (Uh) / No caben más prendas en el closet
(Nah) / Me llegan paquetes de Nike / Me llegan paquetes de Swishers». (Yung Beef;
Tengo dinero en la ola, 2017)
«Yo sólo pienso en el dinero, el caballito levanta'o / Soy
un yonqui del dinero, 'toy engancha'o». (Pimp Flaco & Kinder Malo;
Chemtrails: A colors show, 2016)
Esto significa que estamos
ante la falta de cabeza del «nuevo rico» que despilfarra a raudales, o, en su
defecto, del lumpen que rapiña para sus caprichos, o quizás una mezcla de
ambos:
«Cabalgando el
caballito de mi polo. / A mí me sale gratis, mongolo». (Jarfaiter; Galopando,
2015)
Este espécimen presume de marcas caras sin
tener que comprarlas, no sabemos si porque se jacta de un regalo o de sus
habilidades para el latrocinio, indistintamente. ¿Qué es exactamente lo que
habría que alabar aquí? No merece la pena explayarnos, porque abroncar a un ser
así sobre los peligros de cantar a la juventud favorablemente sobre las drogas,
el maltrato, el consumismo o la ludopatía es tirar el tiempo, a él le da
completamente igual. Sabemos, por ejemplo, qué nos respondería el señor Yung
Beef:
«Loco no me emparanoie´, si no te gusto que te follen». (Yung Beef; Maria Carey, 2017)
¿¡Ante tal manejo de la dialéctica qué podemos decir!? Solo podemos «cerrar el pico» y continuar avergonzados con este «corte».
Por su parte, la figura de Yung Beef es muy interesante, porque refleja a la persona consumista que tiene un fetiche por las marcas caras, aquel que ha crecido creyendo inconscientemente, cual delincuente de poca monta, que cada persona vale lo que puede costearse para vestir:
«Yung Beef: «En mi barrio, los
delincuentes con pasta eran los que vestían con firmas caras. Porque querían
hacerse notar. Hacer saber que ganaban suficiente como para comprar esas
marcas. (...) Enfundado en una camisa de plumas de Prada, unos pantalones de
Fendi y unas zapatillas de Dior, sonríe frente al espejo. (...) Como los
delincuentes del barrio granadino donde creció, también él siente debilidad por
el lujo. «Me da igual que sea bonito. Me gustan las marcas caras». (El País;
Soy lo que visto, 14 de octubre de 2018)
Algunos nos preguntarán, «¿Se
les puede llamar «alienados» a quienes escuchan este tipo de canciones?».
Depende, pero lo mejor será que el lector mismo juzgue si están alienados o no
y hasta qué punto, pues las líricas hablan por sí solas:
«Yo en carros
buenos y mansiones. Tus putas bailando mis canciones». (La Zowi, Albany; Sugar
Mami, 2020)
«Yo en la Gucci
store, tú en las rebajas de Guess». (Zowi; ¿No lo ves?,
2019)
La terminología para definir este fenómeno que tenemos delante es lo de menos. El caso es que estos artistas restriegan al mundo su elitismo −por supuesto, económico, no intelectual−. Les da igual las necesidades que pasa la gente −incluyendo a su público−, hasta les produce risa que no tengan un nivel adquisitivo para comprar Gucci, sino que se tengan que conformar con «comprar en las rebajas de Guess» y fantasear con ser ellos algún día para que su suerte cambie. Entonces, ¿qué clase de persona, sabiendo todo esto, continúa declarando su afinidad y devoción por semejantes engendros? En efecto, se convierten en esclavos de estos «amos». Este espejismo recuerda al que sufre el pequeño propietario, quien en una escena cómica vaga de aquí a allá defendiendo a capa y espada a los grandes empresarios −como Amancio Ortega, Florentino Pérez o Juan Roig−, porque sueña con ser como ellos, aunque su negocio mismo acabe siendo absorbido por ellos. Pero, hasta entonces, el pequeño burgués le perdona a la oligarquía todo: que evada impuestos, que le haga competencia desleal, que obtenga prebendas del gobierno, etc. Él solo desea ser como ese otro privilegiado, pero a lo sumo, nunca pasará de ser su sombra, su caricatura. Y esa, precisamente, suele ser la relación entre el trapero y el fan del trapero.
En otro tema, los dos
siguientes traperos se reían de los raperos fracasados:
«Doy propina a
eso' rapero' que se han meti'o a camarero». (Pimp Flaco & Kinder
Malo; Chemtrails: A colors show, 2016)
Suponemos que para ellos es gracioso que un músico tenga que dedicarse a otro trabajo que no desea y consideran una deshonra ganarse la vida como camarero. Para nosotros, en cambio, lo realmente bochornoso es ganarse la vida haciendo «música» con un refrito de una base estridente −difícil de soportar estando en pleno uso de tus facultades− y con letras tan vergonzantes como:
«Yo to'l día en pijama (Bua), contando el dinero en la cama
(Bua) / Me he pasa'o tan deprisa el juego que juego sin ganas». (Pimp Flaco
& Kinder Malo; Chemtrails: A colors show, 2016)
La visión del trap sobre las relaciones sexuales
¿Qué hay del trap y el sexo? Seguramente no haya mejor prueba que resuma la monotonía de las líricas del género que lo que sigue:
«Sus zorra' me aman, me
siento como un McLaren / Me siento como un bolso Chanel / Cepa californiana,
ropa italiana / La calle me llama, aunque esté contigo yo lo voy a coger / La
droga a ti te mata, a mí me da la vida / Prefiero la muerte que un plan de huida
/ Chúpala bien, dale má' saliva / Face down, puta, el culo arriba / Redondea
pa' arriba, la bitch 'tá encendida / Lo quería en el bollo, lo eché en la
barriga / Mi familia es mi orgullo, es mi dinero / Te lo juro por Dios, no
jodas con eso/ Mi madre diciendo que no la quiera / Mi puta diciendo que no la
quiero / Mientras puta' comiéndome to' los huevo' / Me he gastado mil euro' en
unos vaquero'». (Yung Beef; Southside, 2020)
Resulta
que en el trap hay una obsesión constante con el sexo, hasta el punto en que en
sus letras se presentan a sí mismos casi como los sátiros de la antigua
mitología griega. Hasta existen versos que pueden interpretarse como una
apología abierta de la prostitución. ¿Cómo? Presentando al consumidor de
prostitución como alguien que le «hace un favor» a la prostituta recurriendo a
sus servicios porque «la va a hacer gozar»:
«Tu coño es mi
droga / Me chupa la polla hasta que se ahoga / La unto el toto en momo y se lo
chupo / Soy un cliente fijo siempre me da mucho / Porque sabe que no voy a
fallar / Que la voy a follar / Que la voy a hacer gozar». (Los
Santos; Tu coño es mi droga, 2015)
Por supuesto,
sabemos que muchos de sus fans responderán: «¡No has entendido nada hermano!».
Pero, como decimos en cualquier situación similar, nosotros no tenemos la culpa
de disgustar al fan o autor de esta proclama. El mensaje es lo suficientemente
claro como para no dar lugar a equívocos, pero si no fuese esta la intención
−en este caso una apología al consumo de prostitución−, la culpa recaería en quien
escribe de forma tan «ambigua» para crear «polémica». Y en esta ocasión, no
creemos que sea un «malentendido» nuestro, sino que comprendemos que la canción
es tan zafia que, después de martillear a quien lo escucha con: «Tu coño es mi
droga [x16]», ¡tienen que buscar algo polémico que dé que hablar!
El trap y su visión cínica de la amistad o el amor
En cuanto a expresiones cotidianas como el amor −en cualquiera de sus variantes: familiar, fraternal, platónico o romántico−, para ellos es una quimera o algo secundario, ya que lo que prevalece una vez más es el ansia de acumular posesiones materiales, fama y dinero:
«Puta tengo mucho
arte. Tengo to' los trucos pa' engatusarte. Bitch, soy una obra de arte. Soy la
Mona Lisa fumando tate [hachis]. (...) No pienso en amor, solo quiero dinero.
Tengo bitches por el mundo entero. Soy tan hoe que ni me lo creo. Soy más mala
que una gata en celo». (Zowy; Obra de arte, 2016)
Otros han querido subrayar la importancia del concepto de amistad del trap, que bien podríamos considerar otra «forma de amar», pero esto es otra broma pesada, pues el espíritu individualista del trapero rezuma por doquier:
«Que cada uno se
busque la vida como pueda, ese es mi lema». (Kaydy Cain; Globetrotter, No NBA,
2017)
En su análisis del trap, el
sociólogo Simón López, comentaba:
«Figuras como la
de La Zowi o la de Bad Gyal, otra artista asociada la escena de música urbana,
han sido calificadas, por algunos medios, como un ejemplo de empoderamiento
femenino. Se trataría, en todo caso, de un feminismo no colectivista, desde una
concepción negativa de la libertad». (Simón López Carballeira; El impacto del
trap en la cultura popular española, 2019)
Analizando una canción
trapera de EE.UU., concretamente de Migos, llamada: «Bad and Boujee ft Lil
Uzi Vert» (2016), Simón López, nos comentaba muy acertadamente de nuevo:
«El título de la
canción, ya resulta bastante significativo: «mala y aburguesada». Con
estos adjetivos se refieren, con orgullo, a las mujeres que les
acompañan −como la que vemos en la imagen−. Ellas, al contrario que las
idealistas groupis, parecen estar guiadas únicamente por el interés económico y
el status social que implica estar con estrellas de la música. Esto implica la
negación de una relación sentimental, una renuncia al ideal de amor romántico.
Sin embargo, esta renuncia no se concibe necesariamente desde el rechazo, sino
como una manifestación de astucia e inteligencia. (...) «Jugando con una
puta mala; después le pido un Uber. Soy joven, rico y aburguesado, pero no
estúpido, por eso todavía guardo la Uzi». Lo que resulta más llamativo de estos
artistas es que, a pesar del capital económico conseguido, parecen mantener
deliberadamente el mismo lenguaje y los mismos modales que tenían antes de ser
ricos». (Simón López Carballeira; El impacto del trap en la cultura popular
española, 2019)
En
efecto, hasta en el trap más comercial, ese que se aleja de su sonido inicial
«crudo» y que poco a poco se aleja más de historias sobre
delincuencia, no deja de ser una broma de mal gusto para el gran público, es un
intento de cambiar algo difícilmente refinable. Un ejemplo es la famosa canción «Tú me dejaste de querer» (2020), una pieza de C. Tangana que se adereza con
toques pop y flamenco. En esta última se nota la participación de La Húngara y
el Niño de Elche, que, todo hay que decirlo, contribuyen con ritmos más
agradables para el oyente de otros géneros, más radiofórmulas, pero carecen de
complejidad y vuelven a pecar de exceso de autotune. Pese a los ambientes más
melancólicos de estos temas más «profundos» de trap, se nota a la legua que son
dramas de un lumpen convertido en estrella de la música. En «Demasiadas
mujeres» (2020), C. Tangana nos confesaba que entre todas las groupies que se
tiene que quitar de encima, hubo una que le quitó las ganas de vivir. ¿¡Qué
diría el bueno de Petrarca de leer sus «profundos versos»!? Pues, seguramente,
que estas historias y expresiones de desamor tienen la misma complejidad que el
mecanismo de un botijo, por lo que nadie experimentado vital o musicalmente
sentirá respeto o admiración por ellas, es más, a veces será hasta complicado
creerse el sentir del autor.
En resumidas cuentas, ¿qué podemos pensar a este estilo de vida? No podemos decir mucho que no hayamos dicho ya, quizás lo mejor sería rescatar lo que opinaba Lenin sobre este tipo de especímenes de ayer y hoy:
«¡No haya piedad para esos enemigos del pueblo, para los enemigos del socialismo, para los enemigos de los trabajadores! ¡Guerra a muerte a los ricos y a sus paniaguados, a los intelectuales burgueses; ¡guerra a los pillos, a los parásitos y a los maleantes! Unos y otros, los primeros y los últimos, son hermanos carnales, son engendros del capitalismo, niños mimados de la sociedad señorial y burguesa, de esa sociedad en la que un puñado de hombres expoliaba al pueblo y se mofaba de él». (Vladimir Ilich Uliánov; Lenin; ¿Cómo debe organizarse la emulación?, 1917)
El problema, quizás, es que quien ve una inspiración en Yung Beef, Cecilio G o Jarfaiter, está más cerca de Mahnko que de Lenin, o más cerca de los Amigos de Durruti de los anarquistas que del V Regimiento de los comunistas. ¡Qué se le va a hacer! ¡Cada uno elige sus referentes!». (Equipo de Bitácora (M-L); La «música urbana», ¿reflejo de la decadencia social de una época?, 2021)
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