sábado, 20 de noviembre de 2021

¿Es el movimiento trap una innovación espiritual o estética?; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

«Pasemos a otro punto cardinal: ¿trae el advenimiento del trap algún tipo de innovación espiritual? A decir verdad, los analistas –provengan de donde provengan, sean estos profesionales o amateurs, estrictamente del mundo de la música o no–, nos han vuelto a decepcionar enormemente, ya que, salvo honrosas excepciones, han solido presentar el movimiento trap como una «renovación de los valores sociales», una «nueva rebeldía de los jóvenes de las clases más bajas» y todo tipo de epítetos que suenan muy sorprendentes. Pero las más de las veces esto solo ha sido un truco de ilusionismo de estos «opinólogos» para captar la atención de los oyentes o lectores. Podríamos citar infinidad de artículos, pero creemos que a estas alturas del documento el lector estará harto de tales pruebas.

En verdad esto es sumamente común dentro de la «industria filosófica», la cual, como retrataron Marx y Engels sobre los hegelianos y los «productos mercantiles» que lanzaban al «mercado», se ve obligada a realizar estos sobreesfuerzos teatrales para vender su producto:

«Cada uno se dedicaba afanosamente a explotar el negocio de la parcela que le había tocado en suerte. No podía: por menos de surgir la competencia. Al principio, ésta manteníase dentro de los límites de la buena administración burguesa. Más tarde, cuando ya el mercado alemán se hallaba abarrotado y la mercancía, a pesar de todos los esfuerzos, no encontraba salida en el mercado mundial, los negocios empezaron a echarse a perder a la manera alemana acostumbrada, mediante la producción fabril y adulterada, el empeoramiento de la calidad de los productos y la adulteración de la materia prima, la falsificación de los rótulos, las compras simuladas. los cheques girados en descubierto y un sistema de créditos carente de toda base real. Y la competencia se convirtió en una enconada lucha, que hoy se nos ensalza y presenta como un viraje de la historia universal, como el creador de los resultados y conquistas más formidables». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)

O dicho de otro modo: todo producto necesita publicidad, pero uno malo o adulterado necesita el doble o más; y en este caso, lo que se quería decir es que dentro de la competencia filosófica y productos que son la copia de la copia, este «factor de impulso» es más que necesario, incluso aunque el público esté acostumbrado a él. Por eso hoy los filósofos o los publicistas musicales intentan vendernos que el trap tiene una inspiración y originalidad que no se le encuentra por ninguna parte.

¿Acaso no existía todo esto ya en «románticos», «decadentes» y «existencialistas»?

«Pregunta: ¿Es la música de una generación deprimida o al borde de la depresión todo el rato?

– Ernesto Castro:  Sí, pero no una depresión subjetiva, sino objetiva, no sólo psicológica sino también económica y social». (Diario de Sevilla; «El público es tan ignorante que no va más allá de la superficie provocadora del «trap», 17 de octubre de 2019)

El trap, como todo el mundo sabe, está considerado como un subgénero o derivado del hip hop americano que hace acto de presencia en torno al 2000, pero lo interesante aquí es entender cómo este ha aterrizado en la Península Ibérica diez años después, cómo se ha asentado en cierto tejido social y bajo qué estados de ánimos. Y es que las concepciones del «movimiento cultural» que envuelven el trap tuvieron un gran nicho en las últimas «crisis sociales» surgidas en España, especialmente la de 2008, que no solo afectaron en lo económico y lo político, sino también en lo moral y en las apetencias musicales y estéticas de la población. Bien, hasta ahí esto es totalmente cierto, pero ha de saberse que, como no podía ser de otro modo, muchas de las tendencias y modismos culturales ya se venían cultivado y asimilando pasivamente entre la población desde hace décadas o siglos, ergo habría más bien que preguntarse porqué tales ideas y expresiones han tenido tan fácil adaptación. Aquí interviene –como iremos desarrollando poco a poco en cada capítulo– el hecho de que sin conciencia y sin tradición política contrapuesta a la dominante, no solo no hay forma posible de que estos valores y actitudes socioculturales no solo no predominen, sino que no sean absolutamente hegemónicos, por el contrario, han de serlo obligadamente si no hay una férrea contracultura con sus propios modelos diferenciales. Todo esto es algo que no siempre se tiene en cuenta, por eso afirmamos una y otra vez que no basta con hablar que «Debido a la crisis económica X hubo más desempleo, más precarización y por tanto esto ha dado luz a la desesperación y la multiplicación de los individualistas», sino que para hacernos idea del marco completo del fenómeno social hay que entender bajo qué tradición cultural –y esto incluye la musical– ha ido evolucionando la sociedad –y las clases sociales– durante las últimas décadas.

Decimos esto porque al intentar explicar el origen del trap muchos, empezando por Ernesto Castro, se han contentado con aplicar un economicismo vulgar para explicar el surgimiento y triunfo del trap. Han querido relacionar las consecuencias de la crisis mundial de 2008, más el estilo decadente del trap que aparecería poco después, como la prueba inequívoca de «una generación que se levanta y dice basta», que «va a contracorriente»… blanco y en botella, leche, ¿no? Bien, para empezar, ¿a qué se considera aquí «rebeldía» o «nadar a contracorriente» de la sociedad? Porque, en honor a la verdad, si una cosa es cierta, es que los traperos son «productos de la época», es decir, manifiestan el vestir excéntrico para combatir el tedio del aburrimiento, el bajo interés o deprecio de lo político, las ansías de reclusión en su círculo personal de confianza, etc. 

En mucho de esto resulta que tienen un espíritu tan tenebroso y abatido como el que podían transpirar los antiguos románticos, como Chateaubriand:

«¿Previó Dios que yo seré infeliz para siempre? Sí, sin duda. ¡Bueno! ¡Dios es sólo un tirano horrible y absurdo! (…) Dios, la Materia, la Fatalidad son uno... Los hombres emergen de la nada, vuelven a ella». (François-René de Chateaubriand; Obras Completas, Vol.3, 1837)

«Ya tenemos esta importante verdad, que el hombre, débil en sus medios y en su genio, sólo se repite una y otra vez. (…) Circula en un círculo del que trata en vano de salir». (François-René de Chateaubriand; Memorias más allá de la tumba, 1848)

¿Acaso este nuevo movimiento artístico no es en parte también deudor del «decadentismo» decimonónico de los Ramón Casas y Carbó, Oscar Wilde o Charles Baudelaire? Que sus autores o fans no sean conscientes de esto, es una cuestión totalmente secundaria. De hecho, huelga contestar estas preguntas porque son retóricas. Los traperos en sus líricas nos hablan una y otra vez de su «escapismo mental», algo que los decadentes llevaron al paroxismo. La cosa va de «viajes»:

«De nuevo, en otras ocasiones, cuando el desaliento pesaba en su espíritu, cuando en días de otoño sentía una enferma aversión hacia todo, por las calles, por su propia casa, por el asqueroso cielo pintado de lodo, por las nubes que parecían piedras, iría volando a su refugio. (...) Un hombre puede emprender largos viajes de exploración sentado en su silla junto al fuego, ayudando, si es necesario, a su recalcitrante o perezosa imaginación, por la lectura concienzuda de algún trabajo descriptivo de viajes en tierras distantes. (...) Ahí, simplemente salando tu baño y mezclándolo con agua, de acuerdo a la fórmula prescrita por la farmacopoeia, un compuesto de sulfas y soda, hydrochiorate o magnesia y limón. (...) Al inhalar éstos olores que el mecate o cuerda están obligados a retener; al examinar una foto realista del casino y leyendo laboriosamente la «Gía Joanne» describiendo las bellezas de las hermosuras del hotel de playa donde te gustaría estar; dejándote llevar. (...) La ilusión es innegable, perfecta; estás tan bien como a la orilla del mar. (...) La confusa masa de lecturas y meditaciones sobre temas artísticos que había acumulado desde que se recluyó, la cual debía servir de dique para contener la corriente de viejos recuerdos, había sido repentinamente arrastrada, y la inundación avanzaba, barriendo presente y futuro, sumergiéndolo todo bajo las aguas del pasado, cubriendo su espíritu con una gran extensión de melancolía por cuya superficie iban a la deriva, como irrisorios restos de un naufragio, episodios triviales de su existencia, incidentes de absurda insignificancia». (Joris-Karl Huysmans; A contrapelo, 1884)

Lo mismo podríamos decir un siglo después de los apáticos existencialistas, quienes se esforzaron por reflejar en sus obras el mismo desencanto. Aquí dos conceptos tan prolíficos como «libertad» o «rebeldía» más bien se traducían en «individualismo» y «desazón»: 

«El hombre absurdo entrevé así un universo abrasador y helado, transparente y limitado donde nada es posible, pero todo es dado, y más allá del cual no existe sino la destrucción y la nada. Pues entonces decidirse por aceptar el vivir en un tal universo sacando de él sus propias fuerzas, su renunciamiento a la esperanza y el obstinado testimonio de una vida sin consuelo. Compruebo todos los días que la honradez no necesita reglas. (…) «Todo está permitido» no se trata de un grito de liberación y alegría, sino de una comprobación amarga. (…) Así, lo que se exige a sí mismo es vivir solamente con lo que sabe, arreglárselas con lo que es». (Albert Camus; El mito de Sísifo, 1942)

Pero, antes de seguir, pongamos las cosas en su correcto orden cronológico. ¡¿Eran René o Albert Camus «traperos»?! ¿O más bien son los traperos los nuevos románticos y existencialistas? Esa es la cuestión principal. Ahora, si deseamos centrarnos exclusivamente en lo que nos es más cercano en el tiempo, los existencialistas, al echar una rápida ojeada a sus autores fundamentales, siempre tan pesimistas y provocadores, como fue el caso de Kafka o Sartre, nos vemos obligados a declarar que poca novedad queda encontrar en el llamado trap de hoy, pues pareciera que casi todas estas fórmulas fueron inventadas tiempo atrás. Se detectará que hay un hilo conductor en el estilo y la temática que atraviesa a todas estas manifestaciones artísticas, solo que dichas características han sido adaptadas debidamente para los nuevos tiempos –son distintas épocas– y los distintos formatos a presentar –novela, música, ensayo, teatro–, ¡faltaría más!

Además, como si se tratase de una tortura, siempre parecemos toparnos con la misma paradoja histórica: durante la eclosión de estas modas deambulan seres tan estúpidamente presuntuosos que, a causa de no conocer las tendencias de la literatura, la filosofía y la música, piensan de todo corazón que su novedosísima corriente es algo sumamente original, el no va más. Quizás, si alzasen sus narices más allá de su mundillo personal, estarían en condiciones de comprobar que solo son patéticos calcos de otros movimientos precedentes, que no han revolucionado nada, aunque quizás, mirándolo bien, podríamos afirmar –no sin una dosis de generosidad–, que son un subproducto de una larga evolución histórica no muy agraciada y que parte de una familia con no muy buena reputación. 

¿A qué capas sociales representa el trapero promedio?

Si nos centramos estrictamente en la forma de pensar y las actitudes que adoptan estos intelectuales bohemios, nos topamos con: el abuso de drogas como medio para evadirse de la realidad, el vestir de forma extravagante, la promiscuidad sexual para satisfacer la autoestima y la creación de un argot propio para sentirse especial. Pero todos ellos no son rasgos que provengan del éter, sino que, lo quieran o no, sean conscientes o lo desconozcan, descansan en la herencia de los viejos movimientos y filosofías del pasado que hoy aún revolotean en las cabezas pensantes, que se respira en los poros sociales de la comunidad de la cual forman parte. Hablamos de antiguas expresiones tales como el decadentismo, el modernismo, el freudismo, el existencialismo, el hipismo y un infinito etcétera. Esto no deja lugar a dudas de que esta manera de alienarse no es nueva, y que tales corrientes degeneradas encuentran sus orígenes en la antigua intelectualidad burguesa que, aburrida pero inconformista, ve pasar la vida mientras combate al tedio. 

¿Pero esto representa todo el cuadro de personajes que se sienten atraídos por estos estilos? No. A su vez nos encontramos con que la opción de la cultura lumpen también está presente y amenaza en todo momento con tocar a las filas de la pequeña burguesía o la clase obrera: es decir, a gente desempleada que pierde la esperanza, la ilusión y se da a la «mala vida». Personas enrabietadas que han ido observado que, conforme crecía el acaparamiento económico de los grandes capitalistas, su pequeño negocio familiar fue menguando progresivamente por dicha competencia hasta finalmente arruinarse; otros trabajadores fueron testigos de cómo su empleo de asalariado se fue al traste de la noche a la mañana con la dichosa «deslocalización empresarial», perdiendo su único sustento tras dedicar a dicha fábrica sus mejores años. La lista de situaciones es infinita y no hace falta continuar. Véase la obra: «Unas reflexiones sobre la huelga de los trabajadores de LM Windpower en El Bierzo» (2021).

Cuando estos sujetos sufren esta debacle laboral comienzan a participar en una espiral de pluriempleo, precarización o periodos de desempleo prolongado, los cuales acaban minando el ánimo y la confianza de todos ellos. En estas situaciones no es extraño que algunos acaben mirando con buenos ojos los principios amorales del lumpen como «contrarrespuesta» y medio de vida «alternativo» para «sobrevivir». Una vez dentro de este circuito desarrollan lo que en psicología se ha llamado «autoprofecia cumplida», se autoengañan repitiéndose que hicieron bien adentrándose en estos mundos turbios ya que «el mundo no tiene compasión», son «los olvidados del sistema». Entre pitos y flautas acaban adorando esta «filosofía de la desesperanza» que en cada época tiene distintos nombres y mutaciones. 

Volviendo al tema principal, lo paradójico aquí es que el trap actual en muchas ocasiones ya poco tiene que ver con esta «realidad demacrada» de la calle, esa autenticidad de la que antaño tanto se presumía. Las nuevas estrellas del trap, las mismas que ahora generan millones, cada vez se acercan más en sus letras a otro tipo de temáticas, o a lo sumo, hablan de este «realismo sucio» como un pasado remoto, solo para así seguir fidelizando a esos pobres desgraciados que desean que sus estrellas preferidas no corten el cordón que les une al barrio. Sin embargo, hoy por hoy, hay tres rasgos distintivos del trapero promedio que ha triunfado: uno, su conformismo; dos, su apatía; y tres, sus inclinaciones hacia la autodestrucción… y más que ser «la voz del que de abajo que sufre», se parecen más a «la tristeza del nuevo rico». Nuestro autodenominado «trapero de la filosofía», Ernesto Castro, lo resume así: 

«Ernesto Castro: Se sienten identificados ante un cierto clima. (…) Ante la evidencia de que vamos a vivir peor que nuestros padres. De que el fin del mundo está cerca. No hay forma de cambiar esto desde un punto de vista sistémico y que quizás lo único que toca es disfrutar de las migajitas que tengamos. (…) Muestra la pobreza no solamente de la clase baja, sino de la lumpen-oligarquía, «Llorando en la limo» [2018] de C Tangana es un ejemplo de eso. (…) Que la gente rica también está vacía por dentro». (Relatos Sonoros; Con Javier Blánquez y Ernesto Castro: Trap, música y filosofía en tiempos de crisis, 2020)  

¡Qué sobrecogedor drama!

Como paradigma de la infinidad de conexiones e intereses que se entremezclan en los personajes de carne y hueso de la «música urbana», cabe detenernos un momento en la relación íntima que siempre ha existido entre Rosalía, la niña mimada de la crítica musical, y Yung Beef, la voz que glorifica lo «kinki». En el caso de la primera esto pudiera recordar a la situación de la típica persona que, aburrida por tener el dinero por castigo, o que ha acabado aburguesándose por lo bien acomodada que está ahora, coquetea con los «bajos fondos» de la urbe. ¿Y qué razones puede haber? En el caso de Rosalía, aunque pudiera parecer que mantener estos cuestionables lazos ponen en jaque su nueva y glamurosa reputación –como estrella musical del momento–, se acepta de buen grado por sus deseos de «sentirse viva» e incluso «cercana al pueblo»; en el segundo caso, el de Yung Beef, él, pese a estar ya en un estatus de «nuevo rico», se mantiene cercano al mundo lumpen del cual procede, porque para su ego es bueno «volver a los orígenes» de tanto en tanto, recordar qué se sentía en ese «excitante mundo» que nunca ha podido olvidar –y que en parte aún no ha abandonado del todo–. La realidad es que estas extrañas alianzas no son contradictorias en modo alguno… la manera en que los jóvenes aburguesados y los jóvenes lumpens coinciden en ciertas esferas sociales –amistades, música, moralidad, negocios– es algo totalmente normal, más si tenemos en cuenta que en estos casos el lumpen se acaba convirtiendo en músico y empresario, por lo que todos se encuentran en las «altas esferas» del selecto mundo de la industria musical. Por lo demás, como ya hemos constatado atrás, el poder gubernamental, las élites económicas y los gurús culturales necesitan promover un equilibrio entre estas dos versiones, la más «moderada» y comercial –Rosalía– y la que parece más «rebelde» y «underground» –Yung Beef–, por lo que lejos de contraponer ambos estilos, santifica estas amistades como un ejemplo que demostraría que el «arte musical» es algo que está por encima de todo, inclusive de las clases sociales, simplemente «conecta a todos con todos». 


Las presuntas «innovaciones» del trap

Pero yendo al tema importante… las preguntas de interés aquí serían: ¿acaso el artista nihilista es algo original en la historia del rap, rock u otros? ¿Lo es en general en el arte –narrativa, teatro o poesía–? ¿Son necesarias crisis económicas catastróficas para que exista una corriente musical basada en el decadentismo y para que esta capte la atención de la prensa y sea financiada por la industria del arte? Cualquiera que sepa algo de historia del arte sabrá que la respuesta a todas estas incógnitas es un rotundo «No». Cada nuevo género de moda se vende desde la prensa como la «transgresión definitiva», que «no es solo música sino también una forma de vivir». Prometen que será la «corriente que viene para demoler los cimientos de nuestra civilización» y «cambiará nuestra forma tradicional de entender la música y el mundo». Solo un intelectual ignorante o uno vendido puede defender tal publicidad engañosa. Se ha querido presentar al trap como producto de un momento muy especial, pero no es sino continuación de los géneros que ya se habían desarrollado antes de la gran crisis de 2008, como ya han confesado muchos expertos musicales y traperos. Véase la obra de Simón López Carballeira: «El impacto del trap en la cultura popular española» (2019).

Más bien es la música de siempre y las letras de siempre, pero con pequeñas innovaciones, y esto es algo que hasta se ven obligados a reconocerlo inconscientemente los que, como Ernesto Castro, hacen una apología de su «originalidad» y «particularidad»:

«Ernesto Castro: El trap es el gansta rap de los 2010, es que en eso sí que hay una herencia y una filiación y algunos músicos estadounidenses como Gucci Mane llegan a decir que es básicamente lo mismo, que son dos generaciones distintas de entender el hip hop». (Relatos Sonoros; Con Javier Blánquez y Ernesto Castro: Trap, música y filosofía en tiempos de crisis, 2020)

Si lo analizamos en el contexto de la historia de la música de las últimas décadas encontramos que en algunos aspectos el trap también se parece –aparte de los ya mencionados gansta rap o reggaetón– a los fenómenos «punk», «ska» o incluso del «oi», «skinhead» y demás, ¿a qué nos referimos? En el sentido de que es otra tribu urbana que muchas veces no se reconoce como tal porque, por una parte, su audiencia desconoce el pasado cultural previo; y, por otra parte, los que sí lo conocen sobradamente se niegan a admitirlo por orgullo, interés económico o vergüenza, justo como fuimos testigos en el primer capítulo del presente documento con el fenómeno del rock and roll y sus distintas variantes posteriores. Véase el capítulo: «¿Nos podemos fiar de la veracidad de lo que aseguren los «expertos» sobre la música?» (2021).

En definitiva: el trap es otro caso más de estética que enaltece la forma en detrimento del contenido, y como veremos, ni mucho menos está a la altura de sus pretensiones como «fenómeno cultural transgresor», ya que «transgredir» es «actuar fuera de la norma, costumbre o ley», mientras el trap es carne y hueso de la actual sociedad, y entre sus aspiraciones desde luego no figura el superar el mundo capitalista. En lo estético y práctico todo se reduce a:

«Chándal North Face, riñonera, gafas de sol Arnette, pendientes de aro, perros de presa, motos de campo trucadas, trompos a coches, peleas callejeras, marihuana, litronas y objetos punzantes. Con esos ingredientes dibuja un retrato tremendo de los chavales que se han quedado fuera del sistema». (El Mundo; Jarfaiter: la voz de los rechazados, 28 de mayo de 2018)

Y si queremos sintetizarlo todavía más:

«Chándal, cadena', soy un hortera (¡Wuh!)». (Yung Beef; Boy-official Street video, 2015) 

En realidad, podemos encontrar infinidad de géneros que han puesto de moda el chándal como indumentaria y preceden a la aparición del trap. No solo el «gangsta rap», sino el «nu metal» de los 90, son grandes representantes de esto, por lo que el trap «llega tarde» en este sentido. La ostentación de dinero, fama, o conquistas sexuales también es extrapolable al «glam rock», por ende, nada nuevo bajo el sol. 

Mejor vayamos hacia algo más terrenal a la hora de analizar el trap. Observemos el vídeo de la insufrible youtuber Ter, quien analizó la estética del trap intentando hacer una recopilación de los elementos más comunes. ¿Y qué elementos encontramos que, por lo visto, habrían pasado desapercibido para el común de los mortales para entender la transcendencia de este nuevo movimiento?

a) El «costumbrismo»; escenas cotidianas del día a día de cualquier persona, apariencia de normalidad: 

«Aquí tenemos a Pimp Flaco, y Kinder Malo lavándose los dientes con el dedo, miseria humana total». (Ter; El problema de la estética del trap, 2019)

¿Alguien se tomará en serio que el trapero se lave los dientes con los dedos? ¿Lo hace por «autenticidad» y «rebeldía» no por apariencia artificiosa? Naturalmente que no nos interesa la respuesta, pero sí la venta de «comportamientos excéntricos» que esta gente vende a su público. Aun así, la respuesta parece sencilla, ¿se gastan verdaderas «talegadas» en ropa, pero rechazan el uso del dentífrico? Sea la razón que sea, es la prueba palmaria de que no hay nadie al volante.

b) La recuperación de las imágenes rurales o de otra época: 

«Kinder Malo rodeado de ovejas, esto es costumbrismo manchego». (Ter; El problema de la estética del trap, 2019)

Si un género englobado dentro de la llamada «música urbana» vuelve a este tipo de imágenes rurales, es por llevar la contraria, no porque en su mayoría sepan lo que es realmente recoger la aceituna, conducir un tractor o manejar un rebaño de ovejas. Una vez más, aunque el trap destaca la importancia de «ser auténticos», ellos son los primeros que demuestran no serlo. Intentan ir a contracorriente y de paso rascar algo de simpatía en la «España profunda», aquella que relaciona mediante sentimentalismo lo rural con lo «puro» y «honesto», como los autores de la generación del 98, o exactamente lo mismo que podían hacer los románticos retrotrayéndose al Medievo para buscar la «pulcritud» y «esencia» del «alma nacional».

c) Fábricas abandonadas, espacios diáfanos, techos altos: 

«Una bajona, que no tiene vida, los autores se la dan». (Ter; El problema de la estética del trap, 2019)

De nuevo no tenemos nada que nos diga demasiado. La música gótica –rock, pop o electrónica– siempre ha reclamado los espacios abandonados, silenciosos, tétricos o naturales. Nuestra querida Ter parece que necesitará algo mejor para convencernos de que estamos ante algo nuevo.

d) La presencia de tecnología en los videoclips: 

«Existen pocas películas y series mainstream donde haya una tecnología realista. (…) Desvinculación entre los medios de comunicación masivos y la sociedad contemporánea. (…) Todo esto donde sí sale es en el trap». (Ter; El problema de la estética del trap, 2019)

La tecnología actual que sale en los vídeos de trap se funda básicamente en los teléfonos móviles como instrumento de postureo: «selfies», vídeos cantando una u otra canción, etcétera. Llegamos ya a un punto donde todo es bienvenido como algo «positivo» y «transcendental». Pero debemos decir que el trap no vino para registrar los avances tecnológicos. En el pop actual, en el reggaetón y prácticamente en cualquier género, se hacen eco de la misma tecnología actual. ¿Cuál sería el próximo ejemplo estúpido y exagerado? Seguramente el siguiente vídeo de C Tangana, cuando salga comiendo una naranja, Ter dirá que eso refleja un «simbolismo encriptado» de «mensaje profundísimo», pues, es una denuncia del capitalismo, el bajo precio por el que pagan las naranjas a los agricultores, la especulación de los intermediarios, la división entre el trabajo manual e intelectual, etc… ¡Por favor!

e) El trap y su estrecha relación con la ropa y la moda: 

«Mezcla de sport con diamantes. (…) Reivindicación de ropa cómoda. El lema beauty is pain ha quedado atrás. (…) Es querer llevar la ropa que te dé la puta gana. (…) Deva y La Zowi están velando por la seguridad mental de toda nuestra generación». (Ter; El problema de la estética del trap, 2019)

No sabemos si Ter es toda una ilusionista que vendería hielo a un esquimal, o si, por el contrario, es tan ilusa cual niña de cinco años para la que todo es realmente asombroso. ¡Claro! El trap es simplemente un ejercicio de «autorreafirmación» basado en la «comodidad y libertad sin imposiciones». ¿Cuál ropa confortable? Seguro que es comodísimo el arte de llevar una cadena pesada, tacones, maquillaje, peinados imposibles y demás. ¿Qué «libertad y autorreafirmación»? Aquí lo único que se puede percibir es una evidente necesidad de llamar la atención, «pavoneo». Y a su vez mimetismo para poder encajar con la tribu urbana a la que pertenecen. Más que velar por la salud, encorseta a la gente en esquemas absurdos e insanos para ser socialmente aceptados. 

f) El apego a las creencias y simbología religiosa:

«Hay un montón de imágenes católicas en la estética trap. (…) Está relacionado con la estética kitsch, concepto de los años 30 para describir esta estética hortera de bazar». (Ter; El problema de la estética del trap, 2019)

Para desgracia del propio trap, en este caso no es simple postureo creyente, sino que muchos de ellos son verdaderamente religiosos como reflejan en sus letras. Los artistas que ensucian el flamenco, rap o el reggaetón también viven de este tipo de estética hondamente religiosa: rosarios, santos, vírgenes y cruces por doquier, ¡como los famosos cabecillas de los cárteles latinoamericanos! Debe de ser que abrazar el cristianismo de dos mil años de existencia, prueba viva del reaccionarismo ideológico de las religiones, es lo que ellos entienden por «ir a contracorriente», «contracultural». Siendo generosos, la única explicación que se nos ocurre es que creen esto porque realmente ya no quedan muchos creyentes de verdad, pero dudamos que hayan mirado cualquier tipo de estudio sociológico al respecto como para estar al tanto, y que lo que realmente ocurre es que no pueden escapar a sus contradicciones entre querer ser «transgresor» y ser realmente todo un «conservador», hasta rebajarse a vociferar lo que Vox. Véase el capítulo: «La Escuela de Gustavo Bueno y su promoción de la religión como «esencia de la españolidad» (2021).

¿Ha roto el trap con los cánones estéticos de belleza?

«Y pues quien le trae al lado/ es hermoso aunque sea fiero / poderoso caballero/ es don Dinero» (Francisco de Quevedo; Poderoso caballero es don Dinero, 1603)

Como acabamos de ser testigos, el trap no tiene gran cosa, salvo la imaginación que le dan algunos para explicar lo mismo de siempre. Rizando el rizo de lo ridículo, el señor Ernesto Castro, en su empeño de querer convencernos de que en el trap todo son bondades, llega hasta el punto en que este género hace a los malos músicos triunfar, y convierte a los feos, en guapos:

«Ernesto Castro: [El trap] trae a la esfera pública un cierto feísmo. Es decir, que Yung Beef que tiene roña entre los paletos desfilara en la semana de la moda de París y que sea considerado un icono sexy y erótico y demás, porque es guapo. (…) Desmonta muchos tópicos acerca de la belleza mainstrean». (Relatos Sonoros; Con Javier Blánquez y Ernesto Castro: Trap, música y filosofía en tiempos de crisis, 2020)

Si el señor Castro reconociese que esconde un amor no correspondido hacia Yung Beef, tendríamos una de las pocas explicaciones plausibles que nos haría entender su continua benevolencia hacia esta figura, pero aun así seguiría siendo un delirio subjetivo suyo. Ni hoy ni ayer resulta atractivo la suciedad en los dientes. En todo caso, en algunos momentos históricos se ha sido visto como algo «normal» pero jamás como una cuestión de atracción sexual ni admiración platónica. La gente que actualmente considera a Yung Beef un «icono sexy», como dice Castro, no es por su chándal, ni su «roña en los dientes», dado que por esa regla de tres las chicas caerían desmayadas ante cualquier pobre ser que, tras caer en el infierno de las drogas, se ha convertido en un muerto-viviente y vaga de aquí para allá. La diferencia, lo que «objetivamente» hace sexy a este tipo de artistas, es que vivimos en medio de una sociedad consumista y superficial, por lo tanto, es su fama, la cantidad de reproducciones de sus canciones y el número de ceros en su cuenta bancaria lo que excita a propios y extraños. Todo lo demás es palabrería. 

Pero el idealismo rampante de Castro le lleva a pretender que un adefesio aupado por los medios de comunicación como dicho trapero puede romper «los cánones de belleza clásicos» de toda una población, incluso de toda una generación mundial. Pero esto no es tan fácil, ni siquiera porque Yung Beef ahora desfile en la pasarela de París vistiendo las marcas favoritas de las ricachonas y niños pijos. Ha de comprenderse, por ejemplo, que la gente de a pie, es decir, los asalariados, no solo no sigue la Paris Fashion Week ni demandan los estrambóticos ropajes de diseñadores como Prada, pero quizás es que el problema es que más de uno confunde los estrafalarios gustos estéticos y la insultante capacidad económica de Alaska o Vaquerizo con la del resto de mortales.

Sin ir más lejos, a la chica sencilla de hoy día tampoco parece agradarle demasiado la ropa hortera, los precios caros y los anuncios estúpidos que publicitan ciertas marcas como Desigual –motivo por el cual parece que entre 2013 y 2021 la empresa no ha hecho más que ir cuesta abajo en cuanto a facturación de ventas–. Por fortuna para nosotros, aún no han idiotizado hasta tales puntos a la población trabajadora, por lo que más bien lo corriente es que al individuo humilde estos «modismos» le causen más indiferencia o desprecio que simpatía. En todo caso, por no desviarnos del tema… introducir artificialmente algo tan severo como es un cambio en el canon de belleza general, sería algo tan costoso en tiempo y esfuerzo para las élites económicas –especialmente cuando es por encima de toda lógica y sin base de necesidad real– que no suele merecer la pena, por lo que no se aventuran en tales empresas. En todo caso, como ocurre con el mundo de la moda, existen productos lujosos que están dedicado a un público exclusivo, y cuando algunas de esas modas a veces son promovidas –aunque sea parcialmente– nunca calan como se espera en los gustos del «público general», como ocurre hoy con las «modelos curvy» o como ha venido ocurriendo décadas atrás con el modelo cuasi anoréxico de las modelos de moda, el cual, por mucho que así lo aseguren las feministas, no ha sido ni es el canon de belleza femenina que desean la mayoría de hombres. 

Por si no ha quedado claro: lo único que hace atractivo a Yung Beef es su dinero por razones obvias. Usando las palabras de Marx:

«Lo que puedo hacer mío con dinero, lo que puedo pagar, es decir, lo que puedo comprar con dinero, eso soy yo, el mismo poseedor del dinero. Mi fuerza llega hasta donde llega la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero son mis propias cualidades y fuerzas esenciales, las de su poseedor. Por tanto, no es, en modo alguno, mi individualidad la que determina lo que yo soy y puedo. No importa que sea feo: con dinero puedo comprarme la mujer más hermosa. Eso quiere decir que no soy feo, pues el dinero se encarga de destruir los efectos de la fealdad, su fuerza repelente. No importa que sea –en mi individualidad– un hombre tullido, pues el dinero se encarga de procurarme veinticuatro piernas; eso quiere decir que no soy tullido. No importa que sea una persona vil, innoble, infame y necia, pues el dinero es noble y ennoblece a quien lo posee. El dinero es el supremo bien y hace, por tanto, bueno a su poseedor, descargándolo del cuidado de ser un hombre vil, pues si tengo dinero pasaré por hombre honrado. Puedo ser necio, pero si el dinero es el verdadero espíritu de todas las cosas, ¿cómo puede pasar por necio su poseedor? Además, con dinero pueden comprarse personas con talento, ¿y acaso lo que nos da poder sobre el ingenio no es más ingenioso que el ingenio mismo? Quien con dinero puede todo aquello que anhela el corazón humano, ¿no posee con ello todas las potencias del hombre? ¿Acaso mi dinero no se encarga de convertirme en todopoderoso, por impotente que yo sea?». (Karl Marx; Manuscritos económico-filosóficos, 1844)

La religión como el «enorme mundo espiritual» de los traperos 

Aunque rebajemos el nivel, dejemos a un lado al filósofo de la lucha de clases y volvamos al filósofo del trap. Escuchémosle ahora hablando del movimiento trap y el «profundo mundo espiritual» que esconde:

«Entrevistador: Ideología espiritual: hablan de Dios, de motivos católicos. Hablan de «el de arriba». Yung Beef cita el satanismo. En tu libro dices que el álbum LOVE’S, de C. Tangana, está lleno de referencias teológicas y hablas de la «visión de purgatorio que tiene el trap». Llama la atención en una época en la que lo espiritual está tan denostado.

Ernesto Castro: Estoy de acuerdo con los filósofos del siglo XVI: decían que una sociedad de ateos es imposible. (…) El ateísmo implica una asimilación del absurdo de la existencia, de la insignificancia de nuestras obras que a la mayor parte de las personas les conduciría a la locura. Vivimos en una sociedad absolutamente crédula. Secundo la tesis de Dostoyevski y los grandes pensadores rusos: cuando uno deja de creer en Dios, empieza a creer en cualquier cosa. Es lo que sucede en el presente. Conforme va declinando el catolicismo, comienza a crecer la creencia en fantasmas, chacras, auras...». (Mar Abad; Ernesto Castro: «El trap es un fenómeno de gente que quiere volver a sentirse joven», 1 de octubre de 2019)

Antes que nada, ¿por qué va a ser absurda una existencia atea? ¿Por no tener un Dios cruel, vengativo y rencoroso, como el de la Biblia, mirándote con lupa? Para el ateo, al contrario, esta conciencia en vida es un tesoro, y cada cual sabrá qué hacer con tal regalo, la diferencia decisiva entre el ateo y el creyente es que el primero sabe que su existir es temporal, y que tanto el ahora como el futuro no dependen de fuerzas mágicas de nula posibilidad, sino del más acá, de él mismo y su entorno… el segundo sólo cree en una vida ulterior, en un «Padre» del que todo depende y demás tristezas mentales que evocan a la infancia de la humanidad. Un sujeto inteligente sabe que no se debe de caer en pensamientos existencialistas que no llevan a ningún lado, tales como que «somos una mota de polvo en el universo», «no somos nada», «polvo somos y en polvo nos convertiremos» y demás frases lacrimógenas. 

«Vivimos del porvenir: «mañana», «más tarde», «cuando tengas una posición», «con los años comprenderás». Estas inconsecuencias son admirables, pues, al fin y al cabo, se trata de morir. Llega, no obstante, un día en que el hombre comprueba o dice que tiene treinta años. Así afirma su juventud. Pero al mismo tiempo se sitúa con relación al tiempo. Ocupa en él su lugar. Reconoce que se halla en cierto momento de una curva que confiesa tener que recorrer. Pertenece al tiempo, y a través del horror que se apodera de él reconoce en aquél a su peor enemigo». (Albert Camus; El mito de Sísifo, 1942)

Preocuparse una y otra vez porque el ser que «existe» un buen día «dejará de existir», o que esto puede ocurrir de forma súbita, es perder el tiempo que media entre esos pensamientos rumiantes y ese inevitable «destino fatal». Quizás si el ateo deja de leer y asumir bobadas del estilo de Camus, no necesitará medicación antidepresiva ni, por tanto, caerá en la locura, como asegura Ernesto Castro; pues la alternativa a una vida sufriendo por la «terrible» caducidad de la vida individual no es otra que la de la entrega a un propósito más transcendente que el ego; hablamos del compromiso en la medida que se pueda por la causa del colectivo, por la causa progresista de su tiempo, lo cual no es incompatible con el engrandecimiento y satisfacción individual, todo lo contrario. Pero claro, esto es difícil de entender para aquellos que consideran que el mundo y la historia del hombre empieza y acaba en ellos; aquel sujeto que solo vive y opera para sí, cuya relación con el mundo siempre es «problemática», porque no termina de aceptar que el resto no se adapte a él, «centro de la creación». En cambio, aquel que tiene un mínimo de decencia y es bien agradecido, sabrá que le debe muy mucho a los que vinieron y que debe laborar también por los que vendrán, por lo que echa a andar y se mantiene activo sin perderse en especulaciones bajo una filosofía del dolor y el sufrimiento personal que siempre termina por paralizar y malograr al individuo.

Siguiendo con lo anterior, el señor Castro no dice nada del rancio catolicismo de los traperos, simplemente nos deja entrever que está de acuerdo con los filósofos del Siglo de las Luces con que es necesaria una religión, y si esta no existe, habrá que inventarla o «vivir como si existiera» –kantismo–; y si fuera necesario cambiar la Semana Santa por la Semana del «Culto de la Razón y el Ser Supremo», como hicieron los revolucionarios franceses del siglo XVIII. La seducción de los viejos católicos y agnósticos por los «auras» y «chacras» del hinduismo tiene una fácil explicación. Primero de todo, en Europa, el exótico Oriente siempre ha despertado pavor a la par que interés. En nuestra época, muchos dejan de creer en los fundamentos de la religión y otros empiezan a dudar de su fe, ya que la institución es la primera que no cumple los preceptos. En estos casos pueden ocurrir dos cosas: unos pierden la confianza en el clero y la comunidad, pero siguen creyendo en su misma religión; mientras otros, como ocurre en el tema que estamos hablando, empiezan a explorar nuevas religiones, en este caso, las religiones asiáticas –aunque lo mismo podría ser otra variante del cristianismo, incluso podrían ser seducidos por sectas y pseudociencias hoy tan de moda–. En segundo lugar, y no menos importante, en cualquiera de estas variantes, creer en los «auras» y «chacras» y cosas similares, denota que el sujeto no ha salido del atolladero de la filosofía idealista. 

En su día, Bogdánov, afirmaba que la «experiencia objetiva» requería de ser algo «socialmente organizado» y de «significación universal», por ende, las creencias en espíritus y duendes de unos cuantos individuos ignorantes o pueblos primitivos no entrarían aquí. Lenin, por su parte, matizó que esto no era suficiente para cerrarle el paso al misticismo, porque mismamente el catolicismo –con sus monstruos, ángeles, demonios milagros y demás–, cumplía con esos dos simples requisitos:

«Si la verdad no es más que una forma organizadora de la experiencia humana, la doctrina del catolicismo, por ejemplo, es también una verdad. (...) [En cambio] si las ciencias naturales, reflejando el mundo exterior en la «experiencia» del hombre, son las únicas que pueden darnos esa verdad objetiva, todo fideísmo [fe y la revelación divina] queda refutado incontrovertiblemente. Pero si no existe la verdad objetiva, la verdad incluso la científica no es más que una forma organizadora de la experiencia humana, y se admite así el postulado fundamental del clericalismo, se le abren a éste las puertas, se les hace un sitio a las «formas organizadoras» de la experiencia religiosa. (...) Para el materialista nuestras sensaciones son las imágenes de la única y última realidad objetiva –última, no en el sentido de que está ya conocida en su totalidad, sino en el sentido de que no hay ni puede haber otra realidad además de ella–. Este punto de vista cierra las puertas definitivamente no sólo a todo fideísmo, sino también a la escolástica profesoral, que, no viendo la realidad objetiva como el origen de nuestras sensaciones, «deduce» tras laboriosas construcciones verbales el concepto de lo objetivo como algo que tiene una significación universal, está socialmente organizado, etc., etc., sin poder y, a menudo, sin querer distinguir la verdad objetiva de la doctrina sobre los fantasmas y duendes». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Materialismo y empiriocriticismo, 1908)

¡Cuánta razón tenía Lenin! La única diferencia es que hoy, los «empiriocriticistas» que nos intentan estafar con laboriosas construcciones verbales son los filósofos de tres al cuarto como Ernesto Castro, pero este último se equivoca de pleno por razones obvias. La religión nace como satisfacción a la insatisfacción del hombre primitivo ante la naturaleza, por ello, intentó ejercer una influencia sobre los objetos circundantes que creía divinos a través de plegarias, ceremonias y rituales para ganarse su favor. Pero cuanto más avanza el ser humano, cuando más aprende a usar sus capacidades para la comprensión de los fenómenos y dominio de la naturaleza, menos necesita de la religión, más rápido le quita a esta ese manto de «necesidad y dependencia» para vivir, o, mejor dicho, sobrevivir, sobrellevar sus penurias. Esto bien lo demostró el materialista Ludwig Feuerbach en obras como: «La esencia del cristianismo» (1841) o «La esencia de la religión» (1846), piezas literarias que sin duda influenció enormemente a Marx y Engels para desarrollar un ateísmo científico, como ellos mismos reconocieron.

En el próximo capítulo abordaremos las opiniones políticas de los traperos y el embelesamiento de los políticos de «izquierda» y «derecha» por el trap moderno». (Equipo de Bitácora (M-L); La «música urbana», ¿reflejo de la decadencia social de una época?, 2021)

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