«La unidad en cuestiones de programa y en cuestiones de táctica es una condición indispensable, pero aún insuficiente para la unificación del partido, para la centralización del trabajo del partido –¡Dios santo, qué cosas elementales hay que masticar en estos tiempos en que todas las nociones se han confundido!–. Mientras no hemos tenido unidad en las cuestiones fundamentales de programa y de táctica, decíamos sin rodeos que vivíamos en una época de dispersión y de círculos, declarábamos francamente que antes de unificarnos teníamos que deslindar los campos; ni hablábamos siquiera de formas de organización conjunta, sino que tratábamos exclusivamente de las nuevas cuestiones –entonces realmente nuevas– de la lucha contra el oportunismo en materia de programa y de táctica. Ahora, esta lucha, según todos reconocemos, ha asegurado ya suficiente unidad, formulada en el programa del partido y en las resoluciones del partido sobre la táctica; ahora tenemos que dar el paso siguiente y, de común acuerdo, lo hemos dado: hemos elaborado las formas de una organización única en la que se funden todos los círculos. ¡Se nos ha arrastrado ahora hacia atrás, destruyendo a medias estas formas, se nos ha arrastrado hacia una conducta anarquista, hacia una fraseología anarquista. (...) De lo que se trata es de saber si nuestra lucha ideológica revestirá formas más elevadas, las formas de una organización del partido obligatoria para todos, o las formas de la antigua dispersión y de la antigua desarticulación en círculos. Se nos ha arrastrado hacia atrás, apartándonos de formas más elevadas, hacia formas más primitivas, y se justifica esto afirmando que la lucha ideológica es un proceso y las formas son sólo formas. (...) El marxismo, como ideología del proletariado instruido por el capitalismo, ha enseñado y enseña a los intelectuales vacilantes la diferencia que existe entre el factor de explotación de la fábrica –disciplina fundada en el miedo a la muerte por hambre– y su factor organizador –disciplina fundada en el trabajo en común, unificado por las condiciones en que se realiza la producción, altamente desarrollada desde el punto de vista técnico–. La disciplina y la organización, que tan difícilmente adquiere el intelectual burgués, son asimiladas con singular facilidad por el proletariado, gracias precisamente a esta «escuela» de la fábrica. El miedo mortal a esta escuela, la completa incomprensión de su valor organizador, caracterizan precisamente los métodos del pensamiento que reflejan las condiciones de vida pequeñoburguesas, a las que debe su origen el tipo de anarquismo que los [marxistas] alemanes llaman «edelanarchismus», es decir, anarquismo del señor «distinguido», anarquismo señorial, diría yo. Este anarquismo señorial es algo muy peculiar del nihilista ruso. La organización del partido se le antoja una «fábrica» monstruosa; la sumisión de la parte al todo y de la minoría a la mayoría le parece un «avasallamiento» –véanse los folletos de Axelrod–; la división del trabajo bajo la dirección de un organismo central hace proferir alaridos tragicómicos contra la transformación de los hombres en «ruedas y tornillos» de un mecanismo –y entre estas transformaciones, la que juzga más espantosa es la de los redactores en simples periodistas–, la mención de los estatutos de organización del partido suscita en él un gesto de desprecio y la desdeñosa obstinación –dirigida a los «formalistas»– de que se podría vivir sin estatutos. (...) ¿Por qué no necesitábamos antes los estatutos? Porque el partido se componía de círculos aislados, no enlazados entre sí por ningún nexo orgánico El pasar de un círculo a otro era simplemente cuestión de la «buena voluntad» de este o el otro individuo, que no tenía ante sí ninguna expresión netamente definida de la voluntad del todo. Las cuestiones en litigio, en el seno de los círculos, no se resolvían según unos estatutos, «sino luchando y amenazando con marcharse»: esto es lo que decía yo en la «Carta a un camarada» (1902) fundándome en la experiencia de una serie de círculos en general, y en particular en la de nuestro grupo de seis que constituíamos la redacción. En la época de los círculos, tal fenómeno era natural e inevitable, pero a nadie se le ocurría elogiarlo ni hacer de ello un ideal: todos se quejaban de semejante dispersión, todo el mundo sufría a causa de ella y ansiaba la fusión de los círculos dispersos en una organización de partido con una forma definida. Y ahora, cuando esta fusión ha tenido lugar, se nos arrastra hacia atrás. (...) No se precisaba ni era posible revestir de una forma definida el nexo existente en el interior de un círculo, o entre los círculos, porque dicho nexo estaba basado en un compadrazgo o en una «confianza» incontrolada y no motivada. El nexo del Partido no puede ni debe descansar ni en el uno ni en la otra; es indispensable basarlo precisamente en unos estatutos formales, redactados». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Un paso hacia adelante dos hacia atrás, 1904)
Anotaciones de Bitácora (M-L):
«Y no es que los estatutos sean inútiles por el mero hecho de que el trabajo revolucionario no siempre admita ser reglamentado. No, la reglamentación es necesaria y debemos esforzarnos por dar forma, en la medida de lo posible, a toda la labor. La reglamentación es admisible en proporciones mucho mayores de lo que generalmente se piensa, pero no se alcanzará mediante estatutos, sino única y exclusivamente –no nos cansamos de repetirlo– mediante el envío de informes precisos al centro del partido: sólo entonces serán reglamentaciones efectivas, enlazadas con una responsabilidad y una publicidad –dentro del partido– reales. Porque ¿quién de nosotros ignora que en nuestras organizaciones los conflictos y discrepancias serios, de hecho, no se resuelven nunca por votación «de acuerdo con los estatutos», sino por la lucha y mediante amenazas de «retirarse»? De estas pugnas internas está llena la historia de la mayoría de nuestros comités en los últimos tres o cuatro años de vida del partido. Es muy deplorable que no se haya registrado esa lucha: hubiera sido mucho más aleccionadora para el partido y aportado mucho más a la experiencia de nuestros sucesores. Pero tal reglamentación, beneficiosa y necesaria, no se logra con estatutos, sino exclusivamente por medio de la publicidad dentro del partido. (...) Sólo cuando hayamos aprendido a aprovechar ampliamente esta publicidad, podremos sacar en efecto experiencia del funcionamiento de unas u otras organizaciones, sólo sobre la base de esa amplia experiencia, atesorada a lo largo de muchos años, se podrá elaborar estatutos que no sean papel mojado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, 1902)
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