«Es la lógica de los intelectuales exaltados e histéricos, incapaces de realizar una labor persistente y tenaz y que no saben aplicar los principios fundamentales de la teoría y la táctica a las circunstancias que han cambiado, no saben efectuar una labor de propaganda, agitación y organización en condiciones que se diferencian mucho de las que hemos vivido hace poco. En vez de centrar todos los esfuerzos en la lucha contra la desorganización filistea, que penetra tanto en las clases altas como en las bajas; en lugar de unir más estrechamente las fuerzas dispersas del partido para defender los principios revolucionarios probados; en lugar de eso, gente desequilibrada, que carece de todo sostén de clase en las masas, arroja por la borda todo lo que aprendió y proclama la «revisión», es decir, el retorno a los trastos viejos, a los métodos artesanales en la labor revolucionaria, a la actividad dispersa de pequeños cenáculos. Ningún heroísmo de estos grupitos e individuos en la lucha terrorista podrá cambiar nada en el hecho de que su actividad como miembros del partido es una expresión de disgregación. Tiene extraordinaria importancia comprender la verdad –confirmada por la experiencia de todos los países que han sufrido las derrotas de la revolución– de que tanto el abatimiento del oportunista como la desesperación del terrorista revelan la misma mentalidad, la misma particularidad de clase, por ejemplo, de la pequeña burguesía. «Todos coinciden en que es vano esperar una insurrección armada en un futuro más o menos próximo». Medítese sobre esta frase categórica y estereotipada. Por lo visto, esa gente jamás se ha parado a pensar en las condiciones objetivas que originan primero una amplia crisis política y después, al agravarse esa crisis, la guerra civil. Esa gente aprendió de memoria la «consigna» de la insurrección armada, sin comprender su significado ni las condiciones en que puede ser aplicada. Por eso reniega con tanta facilidad, ante los primeros reveses de la revolución, de las consignas adoptadas sin reflexionar, a ciegas. Pero si esa gente apreciase el marxismo como la única teoría revolucionaria del siglo XX, si aprendiese de la historia del movimiento revolucionario ruso, percibiría la diferencia que existe entre la fraseología y el desarrollo de las consignas verdaderamente revolucionarias. (...) La situación en Rusia es tal que ningún socialista más o menos reflexivo se atreverá a hacer profecías. (...) La tarea de los socialdemócratas consiste en lograr que las masas lleguen a comprender con claridad esa base económica de la crisis en gestación y en forjar una seria organización de partido, capaz de ayudar al pueblo a asimilar las valiosas enseñanzas de la revolución y de dirigirla en la lucha cuando las fuerzas, hoy en proceso de maduración, estén listas para una nueva «campaña» revolucionaria. Esta respuesta parecerá sin duda «vaga» a quienes encaran las «consignas» no como deducción práctica de un análisis clasista y habida cuenta de determinado momento histórico, sino como talismán dado de una vez para siempre a un partido o a una tendencia. Esas personas no entienden que la incapacidad para ajustar su táctica a distintas situaciones por completo claras o todavía indefinidas, se debe a la falta de educación política y a la estrechez de horizontes». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Algunos rasgos de la disgregación actual, 1908)
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